De fragilidades y fortalezas

En nuestra mente está la posibilidad de borrar el horizonte o expandirlo. En nuestras manos están las pequeñas acciones que le dan sentido a lo finito. 

Tomarse a uno mismo con menos seriedad es tarea impostergable. Las identificaciones que nos hacen sentir seguros son al mismo tiempo nuestro límite. Somos una representación titubeante que sólo se mantiene viva a través del hábito y el relato que nos contamos. Pero no es fácil darse cuenta que vulnerabilidad no es debilidad sino la posibilidad de sentir con intensidad, de intimar con nuestra esencia y tocar la belleza del mundo en su fragilidad. Cuanto más aferrados a nuestras ideas y creencias más nos golpearán los avatares de la vida. ¿Tiene sentido perdernos de tanto para ganar tan poco?

A veces requiere de cuantiosa lucidez no agobiar una escena con nuestras inefables interpretaciones. Es que la experiencia directa viene a nosotros sin necesidad de nuestra manipulación. Y resulta evidente que no espera nada de nosotros aún cuando nos invita a ser parte. Es casi un acto de generosidad salir de la estrechez mental que se concentra en lo que quiere ver y retroceder algunos pasos para adoptar una perspectiva más amplia. Observar el panorama general le da forma a la posibilidad y crea opciones.

Naturalizamos una forma de contacto con las situaciones cotidianas que busca el resultado utilitario. Sin darnos cuenta convertimos el «estado de espera» en una estructura mental con la que afrontamos las circunstancias. Un modelo mental que condiciona, que genera confusión y nos impide saborear la riqueza de la vida. Proponerse estar en «contacto continuo» con la realidad es una forma de cultivar la atención, de estar plenamente conscientes sin esperar de ella con expectativas personalizadas. Esto nos conecta con los acontecimientos desde un fondo esencial que es creativo y frontal. Entonces la participación se vuelve directa, constante, generosa y la resultante es mera consecuencia.

Apertura es tolerancia amplia, sin prejuicios, libre de rechazo o apego. Estos días resulta imprescindible cultivar una conciencia de apertura para discernir y no dejarse arrastrar por opiniones viscerales, interesadas o directamente mezquinas que disfrazadas de justas no hacen más que alimentar el odio y la violencia buscando su propio negocio. Apertura es una actitud que admite el error y escucha para corregir. Apertura es una condición que ofrece ayuda y propone opciones. ¿Se puede crear paz alimentando la furia? Es que a veces resulta urgente frenar y trascender nuestras preferencias para serenar el ánimo y vincularnos con los demás en una dimensión más profunda.

¿Cuál es la diferencia entre los buenos y los malos? Que los buenos somos siempre nosotros. ¿Ellos? Ellos siempre son los malos y resulta irremediable rechazarlos. Nada más efectivo para ratificarse como bueno que confinar el mal a una distancia prudente a fin de neutralizarlo. Nada alivia más que estar del lado de los buenos, de esos que tienen la valentía de identificar al mal encarnado en otros y eliminar el espacio de lo discutible. Con el mal no se conversa, se lo somete. De ambigüedades nada, incoherentes son ellos y a nosotros nos sobran argumentos… ¡Cómo tranquiliza ubicar al mal en algún lado fuera de nosotros mismos!

¿Qué relación hay entre lo bello y lo bueno? ¿Puede la belleza tener que ver con la moral? ¿Lo bello siempre es una invocación ética a hacer el bien? ¿Qué pasa cuando una propuesta estética es una genialidad que exalta el mal? ¿Te incomoda? ¿Deja de ser bella? ¿Nunca quisiste que el coyote se comiera crudo al correcaminos? ¿Seguro que no?

Algo interesante siempre surge de cuestionar creencias, de confrontar certezas que se dan por descontadas, de analizar naturalizaciones que no son otra cosa que construcciones orientadas a un fin. Después de todo, ¿ser es natural o un arte en construcción?

¡Qué tema es el perdón y el resentimiento acumulado que lo impide! A veces confundimos perdonar con olvidar el daño o creer que implica aprobar una conducta errada. Sin embargo, perdonar no exime de responsabilidad ni modifica un comportamiento que causó dolor sino elimina obstáculos en nuestro propio corazón y nos libera del control destructivo que las heridas abiertas ejercen sobre nosotros. Evaluar si es justo perdonar nos aleja de la posibilidad de deshacernos del desprecio que contrae nuestro corazón al vivir en el resentimiento. No deberíamos depender de cambios o reconocimientos ajenos para sanar nuestros sentimientos. Perdonar remite a nuestro mundo interno, es tarea de uno. ¿A qué conduce obstinarse en el enojo? ¿No será que nos identificamos con la herida y normalizamos el papel de víctima? ¿No será que tememos no saber quiénes somos si perdonamos y nos liberamos de la pena? ¿No será que deberíamos asumir lo que somos con aceptación humana dejando de depositar culpas por lo que no somos fuera de nosotros?
En fin… nada especial, las cosas son como son. La fragilidad de la vida muestra lo importante. Y siempre depende de nosotros qué miramos y qué hacemos con lo que vemos.

Estos días son ideales para abrirse a zonas inexploradas, reconciliarse con el tiempo improductivo, poner en juego las paradojas… Un tiempo para ahondar en el desierto de lo real, en la riqueza ilimitada del vacío fecundo. Un tiempo para elaborar sobre nuestras interpretaciones y construcciones de sentido para trascender las aparentes dicotomías que tanto tranquilizan. Un tiempo para abrazar la mística de la verdad y su carácter esquivo sin devaluarla con relativismos simplistas. Porque la mentira esconde una finalidad, no es porque sí; y hasta el autoengaño más elaborado que justifica lo incorrecto es insostenible para quien recupera el contacto con su interioridad.

Con la madurez, porque los años no son garantía, fructifica la observación reflexiva y viene en compañía de ciertas verificaciones significativas. Que la realidad humana es ambigua, fluctuante y compleja es una de ellas. Es notable como deja de tener sentido un mundo en que el bien, el mal, la verdad o la falsedad están tan claramente delimitados que no hay espacio para matices. Uno ve como se aleja el mundo de las certezas infantiles y las seguridades tan necesarias en otro tiempo. Uno siente la necesidad de andar por cuenta propia y descansar en el propio discernimiento aún al precio de no ser comprendido o aceptado. Es una necesidad que crece al amparo del autorrespeto, que busca alumbrar conclusiones en base a la experiencia directa y entendimiento de primera mano.  Es sorprendente cómo las diferencias dejan de ser obstáculo en las relaciones interpersonales. Es que la única divergencia real pasa por el nivel de conciencia y el único obstáculo para armonizar es el egoísmo.

Casi inadvertidamente, buscamos nuestro reflejo en la trampa de cualquier pantalla. Pero nuestra imagen real solo es reflejada por un espejo que nuestros hábitos extraviaron: el de la contemplación, el de los horizontes, el de la mirada profunda. Es el espejo que no refleja tu rostro ni tu silueta pero sí tu esencia: el del mundo natural.

De la inacabada actualidad

Lo ideal habilita el marco de lo posible. Sin el ideal de lo inalcanzable no hay aspiraciones. ¿Qué sería de nuestra realidad si fuera su propio techo? ¿Cómo podríamos dar forma a una realidad superadora sin el anhelo de hacerlo? (Alice White)

El mundo que está ahí afuera es siempre una mirada sobre él. Probablemente no sea otra cosa que el impacto de lo real en nuestra percepción. Lo que pasa y lo que nos pasa existen entrelazados mañosamente y lo expresamos con distinto grado de sutileza y discernimiento a través de las palabras. Lo más notable de nuestra lectura de la realidad es que la estamos tonalizando y reconfigurando incesantemente a lo largo del tiempo. Es tarea de cada uno rescatarse de la obviedad y convertir el decir en un recurso iluminador.

¿Cuándo fue que la cultura de lo negativo se apropió de la realidad? ¿Cómo sucedió que admitimos la naturalización de la corrupción? Comportamientos egoístas de todo tipo generan una penumbra que distorsiona a discreción. Ni siquiera culpa o remordimiento, como una nueva piel adoptamos lo injusto y lo deshonesto como normal. Con distinto grado de resignación aceptamos ser corrompidos activa o pasivamente, dejándole un papel secundario a la conciencia como agente moderador.
En la radicalidad del más profundo silencio interno es evidente que nuestra naturaleza es otra muy diferente. Es tarea cotidiana cultivar la conciencia para que no decaiga el interés por lo justo y lo honesto.

Decidir es un acto complejo del que puede no estar ausente el error. Lo peor del miedo a decidir es que puede paralizarnos. Elegir implica priorizar y descartar. Para comprometerse en el sí entusiasmado a lo posible hay que asumir la responsabilidad de dar el no contundente a lo que no va.

El apego al pasado a veces nos hace repetir errores en lugar de capitalizarlos. Es curiosa la capacidad de renovar el repertorio de excusas para volver casi temerariamente a probar una vez más repitiendo patrones. Si no existe el planteo de un horizonte de posibilidades inéditas, indudablemente el refugio de lo conocido aparece como solución a los problemas repetidos. Trasladado esto al comportamiento social, nos convertimos en «equivocadores seriales» y responsabilizamos a cualquiera que no sea nosotros mismos. ¿No te resulta al menos sospechosa la vigencia incuestionable de ideas propuestas siglos atrás? ¿Cómo puede alguien que viene del pasado describir con tanta precisión una problemática actual cuya solución está en el futuro? Hasta que no aprendamos de nuestros errores, se repetirán caprichosamente.

Cuando las personas se ven forzadas a vivir acosadas por la inmediatez no pueden pensar en otra cosa que atender lo urgente y sobrevivir. Es lo que sucede cuando el hambre, el miedo, la desvalorización y la indignidad oprimen. Cuando durar es condición excluyente en el horizonte cotidiano, no se puede hablar en términos de derechos y deberes ciudadanos. La identidad cívica como conjunto de símbolos, aspiraciones y procedimientos legítimos que nos hacen una nación pasan a ser absolutamente secundarios. Es así como la pertenencia toma la forma que puede. La dificultad para vivir dentro del marco de la ley afecta transversalmente a toda la sociedad a través del delito más evidente y de las sofisticadas formas de corrupción enquistadas en las instituciones que deben regir y garantizar el funcionamiento de la república. El desafío político de este tiempo no es menor: Satisfacer necesidades impostergables al mismo tiempo que promover cambios estructurales imposibles en el corto plazo. Ojalá que la realidad tolere la espera y la división de poderes, el poder parlamentario junto con la participación ciudadana contribuyan a construir un porvenir para todos.

Sostener una conversación implica respetar la singularidad y valor del otro. El buen trato no es sólo el uso de palabras amables, es también encontrar el tono justo para decir lo necesario. Para eso es imprescindible aprender a escuchar y gestionar el descontrol ansioso por acentuar lo que para nosotros es significativo. Quien está en paz con su identidad no se siente amenazado y busca encontrar lo bueno o fecundo en la posición del otro.

Es un profundo error asumir como cierto que las ideas o creencias erróneas son producto de la desinformación o de la falta de información adecuada por lo que la solución es más información. La mayoría de las ideas y creencias están fuertemente ligadas a la identidad y a la visión del mundo del sujeto, por lo que los sesgos psicológicos y sociales hacen que cuando se ataca la visión del mundo de alguien, éste se cierre todavía más y se aferre más insensatamente a sus ideas.
Creemos ser racionales pero somos profundamente emocionales: Existimos, luego nos emocionamos. Nos emocionamos, luego pensamos.

La gente cambia de opinión por sí misma. Eventualmente una frase o una idea que aportemos puede caer en el momento justo si el otro ya venía haciendo su parte a favor del cambio. Lo que podamos argumentar sólo crecerá en terreno fértil. Nadie puede convencer a nadie en temas que tienen una carga emocional importante. No es tan simple vencer la inercia inconsciente a permanecer creyendo en lo mismo. Me parece que lo importante es ser cauteloso con las propias ideas y no dejarse engañar por ellas.

¡Qué fácil es mostrarse conmovido o moralmente indignado en las redes sociales! Ni qué decir si la indignación es anónima o se oculta tras un pseudónimo. Enrolados en las milicias del bien, los buenos y correctos dan cátedra de los debería y de los si se hubiera en un coro de cuestionable coherencia. Son los moralistas de siempre con nuevos medios.
Resulta imprescindible poner cierta distancia para hacer una evaluación que atraviese lo aparente. Es que el pensamiento crítico requiere serenidad, una mente silenciada de ideas revueltas, sesgadas y enmarcadas en creencias que resisten atrincheradas, siempre listas para dar el salto al frente en cuanto tienen la oportunidad.
La verdadera moral observa el error y revisa posibilidades para corregir, no realiza análisis autocentrados en sus propios intereses que argumentan y justifican. Lo peor de la subjetividad emerge cuando se disfraza de objetividad. ¿Lo que sucede nos gusta porque es bueno o es bueno porque nos gusta? ¿Cuáles son nuestras complicidades de hoy a la luz de sus inevitables consecuencias? ¿Cómo serían vistas nuestras acciones de hoy si las pensamos desde el futuro?

 

 

Investigaciones sobre la realidad

Cotidianamente somos estimulados a vivir desde afuera de nosotros mismos por un modelo social que presiona a ir más rápido y a no detenerse en casi nada. La vida transcurre entre la inmediatez y la superficialidad, apagados a la posibilidad de descubrir la intensidad de ir más lento. Saborear el milagro cotidiano requiere serenidad. ¿Cómo podría desvelarse si somos incapaces de contemplarlo desde una interioridad sin prisas?
«Pues si las cosas tienen por vocación divina encontrar un sentido,
una estructura donde fundarlo, también tienen por nostalgia diabólica,
perderse en las apariencias, en la seducción de la imagen.» (Jean Baudrillard)
El estado de presencia es ante todo una experiencia sentida en la hondura del corazón que impregna los sentidos. La belleza en lo bello deja de ser un afuera para transformarse en una chispa que enciende una luz interior difícil de traducir en palabras. Es que a veces, lo que sabe mantenerse incomprensible parece llamarnos.
Lo sublime y lo cotidiano se entrelazan a través de la belleza. Su sola presencia estimula la comprensión intelectual e ilumina el corazón. Captar el hilo invisible aporta esa alegría serena que es más un brote que adquisición. Se suele hablar de la fe como asociada a una creencia, pero cada mañana confirmo que no hay apuesta más empecinada a la vida que cada amanecer. Más allá de mis ideas sobre las mañanas, son pura potencialidad que expresa confianza en el devenir.
A veces es bueno inclinarse ante el abismo, ese misterio que la vida nos regala en lo natural, eso que pasando no cesa en su continuo llegar e irse. Entonces el abismo se vuelve cercano, tanto que renunciamos a todo intento por comprenderlo.
No hay una mañana igual a otra. La naturaleza nos lo recuerda cuando ofrece el paisaje de cada día como algo único. Por un momento, la síntesis: Antes, después y ahora se mecen juntos en su propia desmesura. Un silencio diáfano que es todo para quien aprende a escucharse. Con tanta belleza vibrando a nuestro alrededor me pregunto si seremos capaces de reinventar una forma de convivir en esta tierra sin extinguir el planeta. Una interrogación que no admite el pesimismo extremo o el optimismo simplón en la respuesta sostenida en lo sabido o en lo negado. Pero si la esperanza que en el matiz encontremos la forma.
Nuestro pensamiento sobre la realidad está sutilmente velado por múltiples factores. La realidad está muy lejos de poder ser acotada por un puñado de ideas de las que podamos disponer. El pensar implica poder llevar adelante una labor crítica que nos anime a cuestionar la solidez y consistencia de esas ideas. Pensar es caer en la cuenta que en todo lo que decimos saber hay una interpretación cuya fortaleza intrínseca necesita ser revisada una y otra vez.
Pero es cierto, las preguntas pueden perturbar más de lo tolerable puesto que la duda puede ser verdaderamente inquietante. Tanto o más que la certeza incuestionable de un saber. Es que a veces, el miedo a tener que volver al llano del no saber es un horror que domina. El dogma suele descansar en ese miedo a lo incierto, a lo imponderable, a eso que es justamente, la materia esencial de la vida.
«Si nos dejamos caer en el abismo indicado, no caemos en el vacío. Caemos hacia lo alto. Su altitud abre una profundidad.» (Martin Heidegger)
Todo decae en el tiempo, nada es eterno en su configuración inicial. La reconfiguración del sistema sucede frente a nuestros ojos, lo veamos o no. De tanto espejarnos en similares pensamientos, en afinidades que nos hacen sentir a gusto, perdemos de vista ese mundo mucho más grande que nuestro punto de vista.
Resulta imprescindible distinguir la discontinuidad que se deja entrever en la continuidad. Es la interdependencia de saberes, de lucideces y claridades, lo que nos refleja en un genuino nosotros. El propio conocimiento aislado no enriquece a la totalidad sino a través de la convergencia de matices que conforman una riqueza significativamente más abierta y vitalizada.
«Quien piensa lo más hondo, ama lo más vivo» (Hölderlin)
Me gustan las citas, son como mojones en el camino. No para detenerse sino para orientarse y continuar andando. Porque caminar no es avanzar en línea recta sino en torno a nuestros límites para poder cercarlos y entregarse vibrantemente en cada acontecer.

Un texto tiene riqueza cuando es portador de algo que es punto de partida y no de llegada. Las palabras tienen vida si provocan que te digas algo, si te animan a recrearlas en tu propio mundo interno. En esta época de adhesiones y rechazos veloces a lo que el otro dice, celebro el decir abierto que es estímulo. Un decir logrado es aquel que invita al pensamiento a volar con alas propias.
Después de todo, ¿es el mundo una cosa hecha o un hacerse con nuestra participación?

Meditaciones de oportunidad: La mujer con alma de corcho.

Ella suele usar las caminatas como espacio de introspección, pero desarrolló el hábito de usar cualquier excusa para impulsar el despliegue de la reflexión atenta. Como consecuencia natural, no pierde oportunidad de vincular y encontrar relación a lo aparentemente disímil. Porque todo tiene relación con todo, suele argumentar.

Una tarde abril fue a un entretenido encuentro en una vinoteca en las cercanías de su casa, donde un experto en líquidos espirituosos, disertaba con suficiencia sobre las bondades del corcho natural para embotellar. Mientras su relato tomaba vuelo, ella se perdió en la nobleza y pasión del corcho, en ese anhelo visceral de aire y cielo que lo impulsa a mantenerse a flote. Inclusive si lo hunden se las arregla para abrirse paso hacia la superficie, como un idealista a ultranza que jamás se rinde. Porque es así, cada uno oye lo qué necesita… Y como si hubiera estado en un taller filosófico, se volvió pensando en cultivar el alma de corcho como actitud vital.

Del reconocimiento y la recapitulación espiritual.

¿Podemos confiar en la primera intuición que nos sugiere una explicación? ¿Es intuición o prejuicio? ¿Qué es una respuesta sino un destino provisional que encontramos conforme a nuestra historia y experiencia vital? Resulta curioso cómo el asumir las distorsiones con que conectamos con los demás y el entorno se convierte en un síntoma de crecimiento espiritual. Desesperados por no dejar de ser alguien nos perdemos de ser. Paradojalmente y acorde a lo inexplicable de tantísimas cosas de este mundo, nuestra insignificancia se vuelve grandeza frente al reconocimiento de nuestras limitaciones.

¿Vemos el mundo o nuestra idea del mundo? Si no ponemos la suficiente dosis de atención y observación despojada desde lo más auténtico de uno mismo, es muy probable que solo veamos el mundo que nuestra mente nos permite ver. Las convenciones conceptuales le van dando forma a ciertos marcos interpretativos que luego naturalizamos. Sin un análisis contextual la comprensión se limita a nuestros rigores mentales. Nos identificamos irremediablemente con algo que casi sin advertirlo se convierte en nuestra jaula y a veces, muy convencidos, cerramos con alegría nosotros mismos la puerta.
Mal que nos pese, la realidad social es fruto de una época, no de algunos líderes que deciden por los demás sometiéndonos a su voluntad. Esos líderes surgen del seno del colectivo social. Sería pertinente preguntarse: ¿Cuál es mi responsabilidad para que como grupo humano nos hayamos convertido en eso que vemos? ¿Cuál es mi contribución personal para que las cosas sean como son?
Quizá la urgencia de este tiempo demande que las ideas más nobles sean encarnadas para convertirse en una realidad más amable para todos.

Antes de valorar negativamente a alguien por una opinión apasionada es conveniente considerar la posibilidad que no se de cuenta que está errado porque simplemente no puede verlo. La situaciones en que tan claramente podemos distinguir un error deberían remitirnos de inmediato a nosotros mismos: Los equivocados podemos ser nosotros y no ser conscientes de ello.
Por eso es tan importante la educación continua que fomente la reevaluación de las propias certezas, no conformarse con el propio juicio, rodearse de colaboradores con pensamiento propio, aceptar la divergencia como una fuente de enriquecimiento y crecimiento personal, vincularse a gente que piensa diferente y por sobre todo, no perder de vista el principio de Meta-Pareto: “Al menos el 80% de la población piensa que está entre el 20% más inteligente.”

¿Son todas las opiniones iguales? ¿Tienen todas el mismo peso relativo? Cada vez me siento menos capacitada para descartar una idea que en primera instancia se presenta como carente de sentido. Es que no pierdo de vista que ya cuento con la suficiente experiencia y trucos mentales como para ver una adaptación y no la realidad desnuda. Aún así, no me aparto de la sana dosis de escepticismo en la que inicio la formación de un juicio. Una opinión tiene que ser un fruto maduro producto de la reflexión, el argumento y la evidencia para tener entidad. Siempre hay matices. Caso contrario, la opinión se apoyará en el prejuicio y en factores emocionales distorsionantes.

¿Todo lo bueno siempre es cosa del pasado? Las valoraciones retrospectivas son poco confiables. Conviene no olvidar que la memoria es selectiva asociando máximos, intensidad y grado de satisfacción con muy poca objetividad. La experiencia real suele tener poco que ver con lo que la memoria proporciona acerca de los eventos.
Cada vez me resulta más evidente que la creación del pensamiento es un proceso que dista en mucho de la perfección, de modo que, entre otras cosas, cada vez me fascino menos con los relatos de grandeza de épocas pasadas.

Y llega un momento que es tiempo de ir más ligero de cargas, de balancear entre el necesario coraje para afrontar lo nuevo y el reconocimiento de los propios límites. De dejar de hacer cosas por obligación y de abandonar la identificación con algo o alguien que está lejos de nuestro corazón. Está más que claro que somos un proceso inacabado en cambio permanente y pretender que algo sea estático, incluyendo quiénes somos, no es más que una fuente de dolor que se agrega al dolor inevitable que la vida trae. Porque es útil poder mirarse en el espejo de la conciencia y no sentirse un fraude manoteando el maquillaje o buscando la nueva versión para seguir disimulando. Cuando uno finalmente se da cuenta, la integración de cada aspecto deseado y no deseado de lo que somos encuentra su lugar. Entonces nos reconciliamos con la vida que nos vive con toda su grandeza y nos volvemos menos severos con nuestras incoherencias.
Me siento agradecida a la meditación. Sin este recurso no podría haber reconocido los matices con que puedo ir modificando mi mirada liberándome del prejuicio.

 

 

Chispas de contemplación: Revalorizando lo efímero con claridad.

Que actualmente la palabra escrita no pasa por su mejor momento no es novedad. Se lee poco, la paciencia no abunda y hay escasa posibilidad que la atención se concentre en decodificar un párrafo sin saltearse palabras y una alta probabilidad que la mirada vaya rápidamente al final de la hoja para captar alguna conclusión cuando apenas se llegó al final de la primera oración.

No me lamento, es simplemente que esta clase de dinámica puede ser poco estimulante para la reflexión serena, elaborada, asimilada. En este contexto me parece especialmente útil que quienes sienten afinidad por ir a fondo en la observación de la realidad y aportar opinión argumentada lo hagan considerando el valor de lo breve. Existen distintas formas de ofrecer una idea que invite a la propia reflexión y me gusta el desafío de tener que adaptarme a los formatos nuevos adoptando un lenguaje claro sin demasiados artificios literarios. El estímulo no es sólo intelectual sino que exige una adaptación emocional que a veces representa el real esfuerzo.

Van aquí algunas reflexiones cortas nacidas en este ecosistema de lo efímero del que somos parte aún cuando reneguemos de él. Se pueden leer de forma independiente. Y si decides ir directo a la última, no pasa nada. Las anteriores seguirán en el mismo lugar esperando que vuelvas a ellas.

– Cada uno desempeña una función y diferentes límites en este mundo. Pero la función y el papel de cada uno cambian y evolucionan a lo largo de la vida. La tarea es ampliar los límites de nuestro comportamiento. Una forma práctica de hacerlo es observar el mundo a través de los ojos de otra persona puesto que a menudo nos centramos en nosotros mismos sin tomar en cuenta otras perspectivas y en particular durante una crisis.

– Cuando alguien llega con una verdad de esas que no se discuten resulta útil preguntarle cómo lo sabe. Porque siempre hay que distinguir si lo que dice proviene de lo que sabe, de lo que cree o de lo que desea. Esto es válido en todos los ámbitos pero es particularmente significativo cuando viene asociado a un pronóstico. Y si el pronóstico es económico, ni te cuento… porque la economía disociada de la política es pura teoría. La vocación por inventar certezas a veces parece ilimitada.

Más de una vez pensamos que lo que no sabemos nos hace cometer errores. Pero lo que realmente nos mete en problemas es lo que estamos seguros que sabemos y simplemente no es así.

– El techo ecológico a una mayor producción como constante de progreso es una realidad. Aquello que es necesario para sostener la vida, común a todos y evidentemente limitado, no puede tener un uso irrestricto. La propiedad, los derechos y la libertad constituyen una realidad relacional y no individual: Cuando algo es finito, lo que unos tienen demás, otros lo tienen de menos. Y en esto no hay de por medio ningún fundamentalismo ideológico. La ética de lo común no puede ser reducida a un debate ideológico porque nos involucra en nuestras necesidades más íntimas. Hay que buscar la construcción de un bienestar viable que contemple las necesidades a satisfacer respetando el límite de lo natural. De otra forma, el sistema sólo encontrará su equilibrio con exclusión. ¿De qué clase de humanidad estamos dispuestos a ser parte? ¿A qué estamos contribuyendo cuando consumimos lo que no necesitamos?

– Hay un tiempo para cada cosa: Un tiempo para crear y hacer, un tiempo para divertirse y distraerse, un tiempo para serenarse y apreciar. No son necesariamente secuenciales, a veces están vinculados al modo en que percibimos la experiencia. Quizá el máximo desafío está representado por los diversos aspectos en que la impermanencia está presente. Lidiar con el cambio exige flexibilidad y adaptación en forma constante. Pero se hace más evidente cuando tomamos conciencia que el ecuador de nuestra vida quedó atrás. Me encanta la sabiduría de la madurez, es un tiempo dulce. Un tiempo significativo, genuino y lleno de reconocimiento cuando logramos que el peso de las pérdidas y los deseos insatisfechos no nos aplasten. Es bueno envejecer con gracia y no como un problema a resolver. La impermanencia se vuelve cálida cuando despejamos el horizonte y nos abrimos camino como un compromiso con la vida que nos fue dada, valorando el mundo tal como es.

– Detenerse, mirar, hacerse preguntas, habitar en ellas… es cuestión de actitud. Todo se mueve. El ritmo de lo natural es un gran maestro. Así es como el límite de nuestra comprensión no silencia la curiosidad frente al misterio, aún cuando nos quedemos sin respuestas.

– Desde la cumbre del olvido de sí, es más fácil abrir los ojos y ver que la vida proporciona todo lo necesario para estar en paz. No sé si dejamos de verlo porque las posesiones nos cegaron o porque nos dejamos domesticar para dejar de mirar. La naturaleza es un poema perenne que endulza la amargura del sinsentido en que podemos llegar a convertir nuestras vidas. A veces casi antes del amanecer escucho cantar al búho que vive en la palmera de enfrente y creo que sólo por escucharlo ya vale la pena haber nacido. A veces me basta con la sorpresa, y cuánto me alegra que así sea.

– Se puede tratar de ir en busca de las causas originarias de un evento, pero conviene no perder de vista que siempre hay una causa de la causa interrelacionada con otra causa. A veces en el entusiasmo desmedido por encontrar explicaciones (en los casos más nobles y bienintencionados) no aceptamos las limitaciones de nuestra cognición. No es grave en sí mismo, de hecho es bastante humano y ponderable el entusiasmo. Lo grave es cuando ensayamos teorías que lo explican todo (cuál científicos amateurs ornamentados con una dosis de misticismo personal) y las afirmamos como verdades incontrastables.

– La ciencia y la espiritualidad van de la mano naturalmente frente a la asombrosa realidad de la que somos parte. Pensarlos como opuestos es no haberse detenido a observar de dónde surgimos y observarse desde fuera de las propias ideas. Los obstáculos son la deshumanización y el reduccionismo junto con la superstición y el fanatismo. No son las profesiones como medio de vida ni las poses estéticas frente a los eventos las que modificarán lo esencialmente insensato, inapropiado, injusto e inequitativo. Escaparse hacia la racionalidad materialista o huir hacia el útero materno no son vías lúcidas que resuelvan. Hasta que la conciencia humana no distinga la inutilidad y el daño que causan la avidez del deseo de poseer y controlar, los cambios sólo serán cosméticos. La armonía fundada en el amor y el respeto involucra ver la unidad que se expresa en la diferencia.

La verdad es como la poesía. Mucha gente dice apreciarla y habla sobre ella pero para poca forma parte de su vida.

– Es un gran desafío que lo que creemos saber no sea el límite de lo que vemos. ¡Tantas veces lo simbólico se mezcla con lo real y vemos lo que queremos ver e interpretamos lo que nuestro mundo interno reclama! Hay una necesidad práctica en buscar más allá de lo aparente y observar con cierto escepticismo, una urgencia vital mucho más que una cuestión filosófica. Conviene no perder de vista que demasiadas veces, la realidad tiene sus propios auspiciantes para que naturalicemos «ciertas realidades» que la conciencia despierta nunca permitiría.

De la ética, el mundo natural y el darse cuenta.

¿Es posible establecer principios que guíen todas las acciones humanas? Francamente me parece imposible, aunque indudablemente podemos construirnos internamente sobre una base sólida que nos permita discernir y evitar causar daño. La ética es un tema profundamente controversial porque es afectado por las pasiones humanas, el entorno sociocultural y nuestro grado de comprensión de las leyes naturales.

Darle forma a algunos criterios básicos que sirvan de referencia para distinguir la acción correcta implica alejarnos de nuestra forma de interpretar la vida y trascender las perspectivas. Una vez trascendido el utilitarismo de contar con un marco que contenga, no será aferrándose a una visión del mundo ni a una doctrina revelada que nos volveremos más sabios a la hora de tomar decisiones. La fundación sobre la que todo lo que existe se apoya puede vislumbrarse cuando la mente se serena, el pensamiento se vuelve testigo y la conciencia alcanza el espacio claro en que la vida expresa su ansia y búsqueda de equilibrio.

Ahora bien, ¿nos tiene que gustar el fruto de la observación? Evidentemente el sistema que rige el mundo natural no se ve afectado por nuestras opiniones y aún así, estamos dotados del «darnos cuenta». La práctica del «buenismo» no cambia las cosas tal como son, el ego disfrazado de bueno dice: «La naturaleza no tiene moral y yo sí. Yo soy bueno, y más que la mayoría». El ego identificándose y practicando supervivencia… Desde la propia perspectiva actuada con tolerancia se puede parecer más ético, pero la naturaleza no parece tener perspectivas sino puntos de encuentro conforme una dinámica que preserva la vida en todas sus formas. El punto fundamental quizá sea por qué el ser humano está dotado de ese «darse cuenta». No tengo la respuesta y probablemente nunca la encuentre.

¿Alguien puede dudar del poder abrumador, la belleza, el misterio y la unidad armónica en la que opera el universo en su conjunto? Si percibimos estas propiedades de forma clara y directa necesariamente trataremos de actuar sin violentarlas. Observar la naturaleza no crea obligaciones éticas sino sentimientos que nos llaman a actuar conscientemente. La atención es la puerta de acceso a la sintonía universal y la respuesta, una llamada a la acción en consonancia con lo divino que nos contiene.

Reconocerse como parte de la naturaleza nos conecta con lo divino y ello, con una base sólida para respetar los derechos de los seres humanos, animales y demás seres vivos, la integridad de los ecosistemas y la biósfera. La unidad del universo nos da una sensación de pertenencia, a la que respondemos mediante el cultivo de la unión mística. El misterio del universo despierta nuestra curiosidad, lo que buscamos satisfacer través de la ciencia y la exploración. La belleza del universo nos inspira amor y nos invita a contemplar y expresar nuestro asombro través del arte, la celebración y el ritual. No somos superiores a la naturaleza sino parte de ella. Nuestro deber es no dañar su diversidad y la estabilidad con que se autorregula. Quizá para eso estemos dotados del «darnos cuenta».

«Vivir conectados a la dimensión espiritual de la existencia implica reevaluar constantemente nuestras certezas a la luz de las evidencias.» (Alice White)

Meditaciones de estación: La mujer que mira las vías.

El desenfreno de lo cotidiano puede confundirnos pero existe una cordura fundamental que mantiene cada cosa en pie. Por más astutas y elaboradas que sean nuestras respuestas, las preguntas nos trascienden y permanecen intactas. Si logramos atravesar los filtros ambiciosos con los que observamos la realidad y la incomodidad de la falta de explicaciones definitivas, es posible percibir el orden encantador con que la realidad se muestra. La vida es creación y promesa en cada nuevo instante y al mismo tiempo no tiene sentido aferrarse a nada.
El origen de la insatisfacción está en nuestro hábito de apegarnos al placer como si proporcionara algo real y constante. Esto es una verdadera ilusión. Sufrimos de insatisfacción porque atribuimos a nuestros objetos de deseo cualidades que no están en ellos sino en nuestra propia mente. Cultivar una mirada neutra en relación a todo y a todos es otra proyección ilusoria que nos aísla, nos niega a la vida y no resuelve.
Todos tenemos apego en diferente proporción a cosas, a personas, a situaciones y las queremos conservar, a veces con insensatez evidente. Es desde la insatisfacción que vemos el contraste entre lo cierto y lo errado, lo bonito y lo feo, lo que nos gusta y lo que no. Así es como evaluamos y juzgamos el mundo externo como distante del interno, que es «lo verdaderamente espiritual».

Vivimos en una cultura del éxito donde ser útil es fundacional. Parecería que sólo se es, si se es para algo y en función de un resultado. Como consecuencia lógica, la muerte es vista como el fracaso final y la vejez una anticipación de eso que es preferible no contemplar. No es casual que el elogio por excelencia al viejo sea «qué joven estás, para vos no pasa el tiempo». La enfermedad, que podría ser un momento para replantearse prioridades y observar la finitud con ojos despojados, fue convertida en un problema técnico a ser resuelto por la medicina. Lo importante es tener un buen seguro o prepaga…
Solemos ver nuestra vida como un camino, pero se asemeja más a una llama que se va gastando y que al consumirse totalmente se transforma en algo diferente. Que ese algo sea incierto parece justificar su negación. Pero la vida es entrega, cada momento morimos al pasado aunque a través de la memoria creamos que lo que fuimos está en algún lugar. El recuerdo entonces, se parece más a un artificio que busca aliviar la impermanencia como algo que se padece.

La renuncia (de la que suele hablarse en las distintas tradiciones espirituales), es una decisión profunda y sincera de salir de la frustración e insatisfacción que nos quita la serenidad y el equilibrio. A lo que hay que renunciar es a la posibilidad de estar satisfechos constantemente y así dejar de esperar de la vida lo no puede darnos.

De las palabras y su valor vinculante.

El fenómeno de la vida es independiente de las etiquetas con que nombramos lo que pasa o la forma en que describimos lo que sentimos. Aún así necesitamos de las palabras y a veces nos aferramos a ellas en exceso sin analizar ni considerar implicancias. Pero la vida no es desde nuestra perspectiva sino a pesar de ella, del propio sueño personalizado que cataloga, clasifica y controla. Tanto que valoramos y defendemos nuestras opiniones sin darnos cuenta que filtran la percepción y a la hora de la verdad no cuentan. Es ese afán desesperado de no dejar de ser alguien que nos hace identificarnos con nuestros puntos de vista entallando el traje que nos calzamos cada día al abrir los ojos para salir al imaginario ruedo en que convertimos lo cotidiano. Es que la imagen de nosotros mismos que cuidadosamente construimos, nos hace sentir vistos por los demás, valorados, protegidos, seguros de existir. Pero nada ni nadie es más importante ni superior a nada porque la dimensión en que el todo armoniza implica la importancia relativa de cada cosa. Claro está, la mente parece no distinguirlo y trata de imponer su lógica cargada de condicionamientos. Casi sin darnos cuenta, incorporamos lo que pomposamente llamamos verdades y sin pudor, en su extremo, las consideramos universales haciendo más evidente nuestra visión autocentrada. Es que resulta imprescindible evaluar que tan diferentes somos, diferentes no sólo porque practicamos rituales caprichosos o nos separan malentendidos culturales. Indudablemente debe haber una razón para la alteridad y salir al encuentro del otro a partir de las coincidencias probablemente sea el camino más sabio.

En la difusa frontera del día y la noche mora la nostalgia de la duda, la sombra de lo incierto que es umbral a lo desconocido. Las palabras, arquitectas de la trama que incesantemente tejemos, buscan sosiego en el silencio, allí en el olvido donde sólo quedan sus huellas. También necesitan dejarse ir para no perderse. (Alice White)

A veces usamos palabras por costumbre o porque quedan bien, mientras que los hechos dejan ver que no se corresponden con su significado. Así pasa con la palabra compañero, cuando no hay el mínimo compañerismo o colega, cuando sólo se comparte título pero no la camaradería. Casi que el trabajar en el mismo ámbito u organización confirma el uso apropiado del término sin más análisis.

Pero dentro de este tipo de expresiones quizá la palabra hermano sea la más maltratada. Es que cuando el que habla no es el sentimiento se convierte en una etiqueta artificial más.
Un hermano es el que está ahí todo el tiempo, siempre disponible para escuchar y acompañar con la suficiente empatía como para respetar nuestro espacio y dejar saber que contamos con él. Aún cuando exista alguna clase de discordia, las dudas nos invadan y las pruebas sean severas, todo queda de lado frente a la urgencia porque lo que prevalece es procurarse el bien mutuo como prioridad.
De nada sirve llamarse hermanos porque se pertenece al mismo grupo religioso, deportivo, político, ideológico o espiritual para reafirmar la identificación si no se siente y se vive con sinceridad. Porque las formas pueden ser muy cuidadas pero la incoherencia queda a la vista a poco de observar con algo de detenimiento. Es que la uniformidad doctrinaria o de pensamiento no hacen más hermanos a los seres humanos sólo por compartir con alegría, fe y esperanza si frente a una diferencia de opinión el amor fraterno se desvanece.

Fruto del amor sincero es lo que uno honra y lo que cultiva poniendo interés auténtico. Conviene revisar de vez en cuando los lugares comunes y clichés en los que quedamos ridículamente atrapados dando exhibición de nuestra falta de congruencia interna.
Frente a la inmediatez y la superficialidad que parece apoderarse de todos los ámbitos del quehacer humano confío que mientras haya reflexión y personas dispuestas a no claudicar hay esperanza.

De la aspiración de verdad y sus costos

La contundencia de lo evidente nos dice que no todo sale bien ni tampoco todo nos sale bien. Curiosamente, hay quienes encuentran que todo es fácil e invocan a la propia determinación como la fuente alquímica que evita el cuestionamiento de lo que sucede.

Pero interrogarse no es simplemente acompañar un enunciado con signos de interrogación para convertirlo en pregunta. Implica mucho más que el planteo inicial y está orientado a poner en duda  hechos dados como ciertos en base a cuestionar la trama de los argumentos que los sostienen.

“Solo estamos en presencia de un hecho si podemos postular respecto al mismo  un acuerdo no controvertido.” (Chaïm Perelman)

Claro que al hacerlo, debemos enfrentarnos al displacer de la inseguridad que nos deja la incómoda incerteza.  Interrogarse entonces se presenta como una disonancia en la armonía de los acuerdos, los consentimientos y las convenciones.  Y a nadie le gustan las arenas movedizas.  Es entonces cuando claudicar a la aspiración de verdad, a ese plus de la vida, se vuelve  tentación para proseguir más o menos resignados o conformes en la satisfacción de la rutina unánime. Porque la mayoría de las veces, plantear una complicación nos convierte en un trastorno.

No es gratis cuestionar aquello que conforma identidad. Resulta infinitamente más fácil refugiarse en la garantía de la subjetividad del pensamiento y como consecuencia convertir cualquier planteo en opinión subjetiva. Pero son esas ridículas solideces las que nos perpetúan con alegría en el error.

     “Es más fácil apagar el ruido huyendo  que habitando el propio silencio;  es más seguro y cómodo seguir en la senda que crear alternativas;  es más fácil aferrarse  al propio discurso que abrirse  al mestizaje.” (Alice White)