El Arte de Sentirse Vivo

Vivir nuestras vidas en nuestros propios términos, comprometidos y enfocados en nuestros anhelos genuinos es más que nada un derecho. La libertad de elegir no pasa por ningún otro lugar que escuchar lo que nos pide nuestro corazón y puedo dar fe que nunca es tarde para hacerlo. Firmé tempranamente cantidades de «debería y no debería» tratando de adaptarme a lo convencional. Bajo la tiranía del miedo y la vergüenza no me permití encontrar mi expresión y me perdí en el laberinto del sin sentido.

Pero el arte es un latido oculto que como un susurro escuchamos en un fondo impreciso, y cuando le hacemos espacio despierta al alma alineando la mente y el corazón a lo que nos conmueve. Es el umbral prístino a nuestra más genuina libertad.

Cada camino es único tal como la forma en que la vida se expresa a través nuestro. Pero creo que cualquier esfuerzo emprendido en comprender el sentido esencial de este mundo y seguir nuestra inspiración se puede convertir en arte. No se trata de evaluar que sea bueno o malo por sí mismo sino de vincularnos estrechamente a lo incómodo y amigarse con la turbulencia de la duda y el desorden. Y dejarse abrigar por el gran misterio de haber nacido.

En concordancia con este tiempo de mi paso por este mundo, está naciendo un anhelado proyecto que será de algún modo la continuación de este blog. Poco a poco va tomando forma de la mano de amigos queridos que me acompañan con su apoyo y dedicación en los aspectos técnicos. Habrá fotos producto de la contemplación cotidiana, textos que abrazan la reflexión meditada, un diario para acompañarnos y artículos a modo de recursos. Pronto habrá novedades. Y como siempre, nos estaremos encontrando en la Naturaleza Profunda de la Vida.

En la Dulzura de la Unidad

Oración del Amanecer
En el nombre del silencio y los susurros del alba, del llamado de la lechuza y la afinación del zorzal.
Juro que no perderé de vista el horizonte limpio de odio y no seré infiel a mi deseo genuino de armonía, que seré respetuosa de la nobleza de cada brote e intentaré cuidarlo.
En el nombre del sol y sus deliciosos reflejos, del día despejado y los inevitables nubarrones, de la vitalidad de los más jóvenes y de la sabiduría de los más viejos.
Honraré el tiempo que me sea concedido en cada lugar y momento con la guía de mi corazón esperanzado.
Que así sea.
El amanecer sobre la costa del río estimula mi sensibilidad y aun sin desearlo, agudiza mi percepción. Es sutil la forma en que despeja el camino del corazón con un andar paciente. Un sentido del orden trascendente se huele en el aire e invita a enraizarnos en nuestro ser más profundo para contemplar el cuadro y adentrarse en él. Es reconfortante visitar en la mañana la soledad de las grandes cosas y dejarse acariciar por su silencio.
Tanto la brisa inquieta que nunca está inmóvil como las aguas del mar que siempre transmiten seguridad en sus desplazamientos son ejemplo de individualidad. El viento nos enseña que tal vez no veamos la fuerza mayor que mueve la vida, pero podemos observarla en la forma en que se desarrollan los eventos. De manera lenta pero persistente la luz del sol gesta las grandes transformaciones. Los días nos van tallando y en el proceso van quedando al descubierto nuestras características esenciales. Conectar con el enorme poder que tiene el equilibrio natural para compensar los extremos es fuente de comprensión. Todo es movimiento y para acompañar el ritmo necesitamos mantenernos flexibles. Lo que está oculto en algún momento se manifiesta. Porque la vida no se guarda nada.
A los ojos de la naturaleza no hay nada que conquistar, todo está en constante transformación, recreándose y expandiéndose en asociación con un ritmo armónico. El poder de la naturaleza se muestra siempre equilibrado y confiado; sin nada que demostrar, cada elemento se mantiene abierto al principio creativo para desplegar su potencial. En la naturaleza no hay distinciones y la vida se expresa inhalando caos y exhalando orden con total fluidez.
Todos tenemos la capacidad de ir hacia adentro, volvernos receptivos con nuestros procesos internos y reencontrarnos con el propio equilibrio en relación al mundo. El impulso creativo busca expresarse y cuando logramos alinear sentimientos e intención nos armonizamos. Conquistarnos a nosotros mismos nos hace fuertes en el mejor de los sentidos. Un gran poder crece en el umbral de la conciencia cuando nos abrimos a los aspectos de la vida que no se ven y no tenemos nada que defender.

En los Confines del Punto

«Lo que es eterno es circular y lo circular es eterno.» (Aristóteles)
Lo que experimentamos en un momento dado está siempre afectado por el enfoque con que interpretamos los eventos. La información sensorial que recibimos busca casi de inmediato contrastar y clasificar para asociarse a alguna de nuestras memorias. Los pequeños juicios cotidianos se solidifican con el tiempo en capas que influyen la percepción de la realidad. Cuando a través de nuestras creencias acariciamos el sutil tejido de la vida, la misma responde con su resonancia adaptativa.
Es interesante advertir el modo en que los sueños utilizan los recuerdos y los reorganizan en el tiempo modificando la secuencia y descartando capas de forma parecida al modo en que los ciclos de la naturaleza encuentran su equilibrio circular. Los mismos procesos naturales que nos dotaron de mecanismos de supervivencia para protegernos diseñaron una manera de disolverlos a través del proceso de soñar. En el sueño, la vida nos vuelve a conectar con su infinito tejido de posibilidades.
La naturaleza nos guía hacia el cambio y ante cualquier resistencia de nuestra parte que intente ver como estático lo dinámico nos lleva de regreso al principio. Es un cambio profundo que transforma nuestras percepciones el apreciar la naturaleza intangible de la vida y comprender que el espacio y el tiempo son conceptos relativos entretejidos en la gran red.
Cuando cambiamos la manera en que clasificamos la vida, cambia la forma en que la vida se siente en nosotros. Aunque parezca un algo, la vida es más un verbo que un sustantivo, siempre en constante movimiento, sin principio ni fin. En el vacío fértil, la imaginación encuentra espacio para volar sin límites.
Es una buena práctica darse el tiempo para detenerse por un momento, respirar profundo y sentir la conexión con todo lo que nos rodea. Todos los caminos conducen al centro de nuestro propio corazón, un punto. En él, el círculo de la vida se recrea.

Convergencia Atemporal

En la relajante mirada al infinito la incertidumbre reposa y se hace visible. En sus confines, lo trascendente se vuelve cercano. Cuando la conciencia se afecta por la verdad, la naturaleza profunda nos convoca desde su vacío fértil.  (Alice White)

Frecuentemente siento que las cosas se volvieron raras, como si una densa niebla se hubiera asentado sobre el planeta mismo y nos impidiera distinguir lo básico.
Es un gran dilema humano cómo lo real se extravió en nuestras mentes convirtiendo el orden natural en confusión y volviéndonos cerrados a toda crítica que no provenga de aquellos que consideramos iguales o sea validada por el grupo al que pertenecemos. Hace falta honestidad con uno mismo para distinguir qué tan seguido adoptamos peligrosas certezas sobre el saber y el dominio de lo correcto.
Si pudiéramos calmar la mente y apagar el fuego que el miedo mantiene encendido podríamos al menos tener la chance de ver con más claridad lo que es real.
Hay un tiempo en la vida de cada uno en que las palabras se agotan y el silencio se llena de contenido elocuente. Quizá necesitemos dejarnos guiar por ese impulso íntimo que nos lleva a actuar e ir al encuentro del ritmo misterioso que todo lo sostiene creando equilibrio. Esa melodía que se expresa en las raíces del árbol cuando busca agua o en el dulce perfume de la flor que atrae a las abejas. Quizá necesitemos abandonar nuestras estúpidas opiniones y entregarnos a la calidez de nuestra vulnerabilidad. Lo que sabemos es importante, pero lo que somos mucho más.

Insistir una y otra vez en los mismos prejuicios y puntos de vista cerrados termina anulando la imprescindible capacidad de crítica que nos mantiene a salvo de esa necesidad enfermiza de reafirmarse en la cofradía. Este tipo de visiones, necesariamente construyen un opuesto que está en el error para validar las propias certezas. Pero entender algunas cosas en esta vida es ligeramente más complicado que repetir consignas, apelar al tribalismo y tomar la autopercepción como única fuente de referencia válida. Solo por dar un ejemplo, son demasiadas las veces que entre los autodenominados tolerantes, la tolerancia brilla por su ausencia.
Que el saber contingente es mucho más cercano a la realidad que la certeza inmutable es un gran progreso humano. Ser conscientes de cómo las ideas se van reinventando y cómo el conocimiento tiene la capacidad de autorefutarse a lo largo de tiempo habilita una vía prudente para replantearse constantemente lo considerado sabido y superarse. La incertidumbre aunque angustie es en sí misma liberadora cuando aceptamos nuestras limitaciones.

Nuestros recuerdos se reescriben sin cesar. Todos olvidamos cosas y reacomodamos detalles. A veces hacemos suposiciones dolorosas en base a piezas sueltas o hechos aislados. La aceptación de nuestras limitaciones y una actitud que no pierde de vista tantísimo que no sabemos nos vuelve más humildes y nos evita las consecuencias de sacar conclusiones radicales. Si examinamos nuestras interpretaciones, eventualmente las percepciones cambian y viejos dolores cobran nuevos significados. Rara vez algo significa una sola cosa, generalmente un hecho está conformado por capas de significado: Tal vez las cosas fueron de la manera que nos parece pero podrían no serlo. Todo va y viene en la conciencia.

Algo nos obliga a un alto en el transcurso esperado de las cosas y nuestra naturaleza más salvaje se hace visible. Sin las seguridades cotidianas y lejos de la actuación de nuestros personajes, somos más evidentemente animales. Incluso aunque tratemos de racionalizar lo que sucede nos sentimos frágiles e indefensos.

«De pie sobre la tierra desnuda, bañada mi frente por el aire leve y erguido hacia el espacio infinito, todo mezquino egoísmo se diluye.» (Emerson) 

Cuando dirigimos la atención hacia lo natural, hacia algo que ha venido a la existencia sin la intervención humana, salimos del pensamiento conceptual y nos vinculamos a la esencia del ser, una dimensión en la que existe todo lo natural. Cuando reposamos nuestra atención en un paisaje, un árbol o en las olas del mar, no estamos pensando en ellos sino los percibimos. Al sentir la quietud dentro nuestro cuando la captamos en el mundo natural, entramos en un estado de profundo reposo y de comunión con el entorno. El silencio entonces deja de ser algo externo o pensado y se transforma en un estado del ser.
Todos nos merecemos un rato diario de presencia consciente en el reino natural y permanecer en él honrando nuestra naturaleza profunda.

Al observar la naturaleza podemos ver que está en constante cambio y adaptación. Aún así, solemos tener dificultades para reconocer nuestras propias mutaciones y la forma en que estamos cambiando constantemente. El mundo natural es una exhibición de flexibilidad y capacidad para recalcular la posición relativa de sus nodos en la red infinita. Ajeno a cualquier distinción y clasificación, lo que es, toma formas diferentes y fluye imperturbable en la pasión del absoluto cambio. Cuando el espíritu humano reposa sobre la infinita atemporalidad del reino natural, la vida se expresa demasiado llena de su propio sentido para ser analizada. Y nuestras diferencias e incoherencias más íntimas encuentran un sentido de unidad en lo insondable.

Del Otro Lado del Espejo

En el umbral de la percepción podemos captar el misterio mientras la vida enciende la maravilla. (Alice White)

Un momento es solo un momento pero se convierte en singular a través de su experiencia. Algunos de ellos son especiales y brotan del flujo del tiempo como un ofrecimiento singular a nuestra presencia. El momento significativo no necesita de preámbulos, es la más pura espontaneidad recreándose en los matices. Lo reconozco porque siento que la vida es la vida de todos, no la mía y la de mis interpretaciones. A veces el momento simplemente me absorbe y me lleva al mundo de lo sutil. La vida ofrece de todo y todo el tiempo pero solo tomamos lo que reconocemos. Quizá nuestro máximo límite sea el apego a lo que creemos ser. Ese que construyó paredes sin piedad ni vergüenza de sí mismo. Ese que nos deja sin esperanza y aislados.

Vivimos en un mundo lleno de maravillas en estado de latencia hasta que las percibimos. La mayor parte de ellas están envueltas en un misterio que nos fascina, quizá por la dificultad para comprender lo que observamos. Sin embargo, el miedo a lo desconocido mantiene a gran parte de la humanidad actuando como si supiera y nos enreda en conflictos que causan dolor y lastiman.
Puedo entender el deseo de saber. Lo que me cuesta es la arrogancia de pretender haber descifrado el misterio. Tanto que el error se pretende resolver con otro error. La historia ha demostrado una y otra vez que las personas más peligrosas son aquellas que están seguras de poseer la verdad y que solo están a gusto con las que están de acuerdo con ellas. Ese es un camino que elijo no transitar, se ha vuelto viejo y sin sentido para mí.
Prefiero estar aquí, habitando la incertidumbre, asombrándome en el misterio de lo desconocido y lo extraño. Abierta a la posibilidad de conocer en la plenitud de mi atención. Fascinada en la belleza del mundo natural y viviendo en la serenidad del corazón de la vida, donde siempre hay un lugar para uno más.

Yacaré Negro
Yacaré Negro, habitante de los Esteros del Iberá, Corrientes, Argentina.

Quizá lo más grandioso de nuestra pequeñez sea la dignidad que reside en la intimidad del corazón sereno, esa que nos inspira confianza en la forma que toma cada nuevo día. Es una alegre humildad la que invita a agudizar la escucha e intercambiar ideas considerando que nuestra mirada es siempre parcial, incompleta y quizá errónea. A veces nos desconectamos del ritmo sagrado y pretendemos que se adapte a nuestros deseos. Pero cada ser encarna una perspectiva diferencial de conexión absoluta con su entorno y todos los demás. Y es tan fascinante como aterrador.

Frecuentemente, la soledad y belleza de la naturaleza es un bálsamo sabio que alivia con delicadeza y libera la mente de los prejuicios. La paradoja es que en el corazón de esa soledad nos sentimos íntimamente conectados con el mundo.

En cada momento que paso en la naturaleza siento una invitación a contemplar la experiencia como un evento que no se repetirá. Percibir la fugacidad del instante en que todo sucede me brinda siempre la posibilidad de pensar con delicadeza acerca de lo que doy por descontado y de percatarme de mis limitaciones. Siempre recibo alguna enseñanza que me induce a explorar con humildad la importancia relativa de mi realidad e incorporar la sutileza del cambio como una fragancia cotidiana. La gratitud me invade cuando reconozco la marca indeleble que lo vivido dejó en mi corazón.

«No sé darte otro consejo, camina hacia ti mismo y examina las profundidades en las que se origina tu vida.» (Rainer Maria Rilke)

Ahondar en la realidad y alcanzar su esencia necesitan de la mano de la incredulidad y el escepticismo para desdibujar las certezas. Es un proceso natural al que debemos entregarnos con confianza si deseamos experimentar en forma directa. Valiente es quien no se parapeta en su interioridad ignorando o apartando el temor sino quien permite que tanto la belleza como el horror lo toquen. Nuestra propia precariedad nos pone de cara al desconcierto, la duda y la ambigüedad frente a un mundo siempre cambiante que nos excede en infinidad de aspectos. El valor genera un espacio para reconocer e integrar el miedo que solemos querer evitar. La más profunda aceptación emerge de la verdad de nuestra experiencia.

 

Umbral del Encuentro

Somos a medias hasta que nos encontramos en cada paisaje de la travesía. Solo entonces la verdadera patria nos habita. (Alice White)

Cuando estamos inmersos en la naturaleza, nuestra sensibilidad es esencial para nuestra supervivencia espiritual. Si pasamos de largo frente a su esplendor y los fenómenos sorprendentes que suceden en su seno, nos ausentaremos del sentido más profundo de la vida. Una conciencia de humildad natural brota frente a la magnificencia que habitamos. Me gusta el término habitar porque me remite a hacer propia la experiencia de ser y estar, impregnarme del entorno al que pertenezco y sentir ese latido de la belleza y su armonía. Pero tan solo en ocasiones la alegría se vuelve sobrecogedora y la inteligencia humana me lleva a respetar en sentido amplio sin someter a mi lógica lo que no comprendo. 

Es bastante fácil comprobar en nuestras propias vidas y los grupos sociales que conformamos, que solemos reducir la realidad a una adaptación basada en la capacidad de comprender con la que contamos. Buscamos soluciones condicionados por nuestra visión del mundo relativizando en lo político, económico o social las causas de los males que nos aquejan y por eso el resultado es que nunca llegamos a sus causas reales. Estamos padeciendo las consecuencias de vivir en un mundo desencantado, opaco, sin esperanza. Creo que hay una forma más sabia de transitar por este mundo conectando con nuestras intuiciones más profundas, redescubriéndonos y recreándonos en nuestro interior, haciéndole espacio a la imaginación para adentrarse en lo significativo y simbólico que se presenta ante nosotros. Lo esencial y sagrado de nuestra naturaleza se manifiesta en el mundo y es la conciencia la que nos permite ir más allá de las apariencias, emocionarnos e inspirarnos en lo que vemos para pensar y sentir con novedad. La desconexión con la dimensión espiritual de la vida es una gran equivocación.

Lo esencial está siempre presente, una dimensión absoluta atraviesa la realidad con su inapelable equilibrio. Muta y se recrea en la composición de lo visible, se vale de los extremos, de los opuestos, pero promedia implacablemente cuando sobrevive a nuestros desmanes. Los caminos a lo absoluto nunca pueden ser estrechos ni mañosamente desgastados porque su belleza y libertad todo lo abarca. Observar el cambio, habitar la quietud y contemplar el fondo de todas las cosas es fuente de regocijo y comprensión. Es un atisbo de la verdad primordial y su naturaleza.

La naturaleza convoca nuestra conciencia innata a través de lo bello. Actúa como un llamador de la creatividad en la que el todo va transformándose sigilosa y pacientemente. No veo incompatibilidad entre tecnología y naturaleza o entre el mundo digital y el físico sino una perfecta complementación que encuentra su propio balance en la adaptación. Los ritmos del cambio pueden verse alterados pero siempre existe una compensación que tiende al orden.
Un estado de positiva relajación surge en la mente en contacto con lo natural al mismo tiempo que agudiza la capacidad para sensibilizarnos frente a las pautas subyacentes en su armonía. La dimensión absoluta se muestra sutilmente sin tomar partido sobre nuestras acciones, solo cuida el equilibrio de la vida.
Es un deleite significativo captar en la experiencia que todo eso fuera de uno mismo es también uno mismo.

Saltando entre pensamientos y viajando entre sueños. A veces es compañera la calma y otras el enojo. Nada dura, el flujo de lo esperable se detiene y todo cesa para dar paso al cambio. La inquietud oculta lo evidente mientras lo intangible juega a las escondidas. Sentimientos difíciles recuperan nostalgias de un ayer atesorado. Crece el optimismo frente a la alegría de un buen momento. La vida siempre a su ritmo se muestra sin prisas y compensa todo extremo, se adapta y se preserva sin señalar errores ni aciertos. Curiosa parte la nuestra, confundidos siempre en nuestros saturados empeños cotidianos pero tan capaces de divagar sobre lo que debería ser y no es, tan urgidos de significado que corremos tras el tiempo y se nos escapa la nada.

 

Salto a lo Invisible

¿Cómo sabes que estás en tu propia senda? Porque el camino desaparece y no puedes ver a dónde vas. Todo aquello que construyó tu identidad ha quedado atrás. Esa es la certeza que da el haber encontrado tu ruta. (Alice White)

A veces se trata de saber esperar, de no precipitarse en el deseo que las cosas sucedan. Lo importante es mantener la puerta abierta sin decretar finales anticipados y posibilitar la creación en ese paréntesis que es transición en sí mismo. En la espera la historia se mantiene incompleta. Es un lapso en que las cosas aún son inciertas y nos mantenemos en la condicionalidad.
La espera es presencia que habilita la imaginación de escenarios y al mismo tiempo domestica la angustia que provoca la ambigüedad y la paradoja que acompaña a todo lo vivo. En el latido de cada cosa la presencia y la ausencia se transparentan como un eco del ritmo entre opuestos. Pero un día habrá que cruzar ese umbral en el que ya no podremos contener el aliento. Porque toda espera nos acuna sobre el abismo. En él, la espera se completa.

Por falta de atención hasta podemos relegar a segundo plano lo asombroso y naturalizar las indescriptibles maravillas de esta vida. Acostumbrarse es morir un poco. Porque es en esos momentos inciertos donde brota la imaginación y en esos confines del misterio donde se alimenta nuestra máxima libertad: Ser conscientes.

Tan fascinante como desgarrador es estar en soledad con uno mismo. El mundo ofrece incontables posibilidades pero ninguna seguridad. Lidiar con esta incertidumbre en la intimidad puede resultar aterrador, pero también puede llevar a una compresión más transparente de nuestro lugar en el mapa de la vida. En cierto modo la libertad es una paradoja que nos empuja a aceptar las cosas tal como son. En lo que vemos y percibimos, decenas de espejos reflejan parte de lo que somos hoy a través del tiempo. Es fácil sentir por un momento que no somos otra cosa que una de las infinitas sensaciones de la vida. Una trama impredecible se teje con su propia dinámica adaptativa. En el silencio y quietud de la naturaleza es palpable el pulso de la vida que, ajeno a toda perturbación, compensa y refleja su ritmo.

En el Abrigo de la Quietud

«Reconocerás lo desconocido cuando te sientes a contemplar lo conocido y al invocar comprensión aceptes la incertidumbre.» (Alice White)

Todos tenemos una bondad básica que surge del profundo reconocimiento del sufrimiento en uno mismo y que vemos reflejado en los demás seres vivos. Cuando tomamos conciencia viene acompañado del deseo y esfuerzo por aliviarlo. A medida que fui descubriendo mis propias heridas la palabra compasión tomó un significado completamente diferente en lo cotidiano. 
A través del contacto contemplativo con la naturaleza, con el paso del tiempo mi comprensión fue adentrándose en una nueva dimensión. En la dinámica del mundo natural puede verse sufrimiento en abundancia, no solo sufrimos los seres humanos. Me cuesta mucho aceptar la lógica del sufrimiento básico como para contribuir con mi inconsciencia a agrandarlo. Es por eso que me ilustro, razono, reflexiono, medito y escucho con atención a mi corazón alejándome de toda ideología que condicione mis acciones. El otro cobra un significado de relevancia primordial cuando me siento personalmente afectada en su sufrimiento. Explorar las propias heridas nos hace compasivos. No renunciemos a lo que somos en esencia por intentar ser alguien.

«Que tu alma encuentre la gracia para elevarse por encima del dominio de las pequeñas mediocridades.» (John O ‘ Donohue)

Con tantas voces ridículas a nuestro alrededor compitiendo por nuestra atención, no es difícil entregar nuestra mente a ideas trasnochadas. Nos creemos libres pero adoptamos una actitud pasiva que es el territorio preferido de los «virus mentales».
Cuando paso tiempo en la naturaleza me impregno de su silencio, de su ritmo lento y de la dinámica de su quietud. Es un descanso reparador que me hace recapacitar sobre lo que doy por sabido y sobre aquello que me resulta lógico. No me «contagio de nada» sino me reencuentro con la mirada serena, recupero claridad para leer los hechos y equilibrio para orientar las decisiones.

Hay noticias que aturden, que nos alejan del eje de las cosas. Otras abren caminos y generan esperanza. Trato de oír las palabras y su significado para comprender e intento escuchar la voz y sus tonos como horizonte de sentido.
Pero hay cosas que escapan a las palabras y se evidencian en lo no dicho, en eso que suele ser la expresión de la trama. El silencio es, entre tantas cosas alteradas, un encuentro estético. Porque hay cosas que simplemente agotaron su vitalidad y solo les queda su estrechez.

Trazos del Vacío

La naturaleza es un umbral donde el ser humano puede observar con admiración renovada el misterio de la creación continua.

Por sobre la confusión del día a día, en contacto con el silencio siempre podemos observar el mundo de una forma menos parcial. Todo sugiere unidad. La quietud es un umbral hacia la vastedad y al mismo tiempo condición para contemplar lo exorbitante. Cada lugar que posibilita el ensueño se vuelve íntimo y desdibuja los límites. La inmensidad que nos habita se refleja en el simbolismo de lo observado y se convierte en hogar, en mundo propio. Cierto sentido de pertenencia mutua parece armonizar nuestras urgencias y socializamos con algo más que nosotros mismos y los que son como nosotros. En soledad hablamos con una audiencia amplia.

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A veces una imagen nos invita a permanecer en su corazón, a dejarnos ensoñar en ella para reconocernos. Nos sentimos receptivos frente a algo en apariencia común y sutilmente creamos una conexión simbólica. Entonces las palabras nos abandonan dejando espacio a las sensaciones. La poética de la vida se expresa inesperadamente en una imagen que se expande y contrae por fuera de toda lógica. Quizá percibimos un eco. ¿Será que nuestros recuerdos tienen ciertos refugios para esperarnos? Ciertos estados internos nos sobrepasan y la profundidad de la vida se revela en un instante.

 

La Grandeza de lo Pequeño

Observar aves en libertad desdibuja el espacio entre lo que está lejos y lo que está cerca, resignifica el concepto de intimidad y nos familiariza con la vida en el cielo.

Casi sin advertirlo, con el tiempo comencé a sentirme atraída por el mundo de lo pequeño. Es curioso como el espíritu siente agrandarse y la mirada expandirse a través de lo chiquito. Involucrarme en el simbolismo de lo minúsculo me conecta con lo mayúsculo casi automáticamente. Las dimensiones del contacto con lo natural no son medibles en términos convencionales y la desmesura abunda en la observación de lo mínimo. Las aves me lo enseñan en cada ocasión que me dejan ver detalles de su cotidianeidad y me regalan alguno de sus exorbitantes cantos como un gesto de los grandes. Es muy probable que la atención sostenida sea la forma más rara y pura de vincularlos a lo real, un verdadero salto de conciencia.

Luego de la fuerte tormenta de días atrás, encontré caído en el jardín un pequeño nido vacío que seguramente se desprendió por el viento. Parece de picaflor. Desde entonces me acompaña sobre mi mesa de trabajo y cada tanto me encuentro con la mirada depositada en él. Ese espacio minúsculo resulta evocador y me despierta todo tipo de sensaciones. Imagino la seguridad primera que ofreció ese refugio, un hogar que fue estabilidad y barrera protectora del afuera. Es sorprendente como lo mínimo aloja lo inmenso y el corazón se las arregla para ver más que lo visible. El nido desdibuja los límites de lo diminuto y lo inabarcable superando toda contradicción. A veces paso incógnitamente por aquella casa de mi infancia y me quedo mirando como si hubiera vuelto al nido, recreando con el hilo del recuerdo esa trama de intensa intimidad. Es el ensueño que evoca lo simbólico.

nido picaflor caído en el jardín

Es común la suposición que lo pequeño es la versión embrionaria de lo grande, como si lo pequeño fuera algo sin desarrollar o que le falta para ser grande. El mismo razonamiento lleva a creer que si hacemos algo pequeño es porque no podemos con lo grande. Confieso que las grandes gestas me provocan reparos, cierta desconfianza sobre ese aire de cosa superlativa y completa. Puede ser que lo sienta así debido a mi gusto por el detalle, que por un lado me ordena y por otro me permite descubrir algo nuevo siempre. En mi percepción encuentro que nada está acabado, ni lo real ni mi opinión, todo está sujeto a revisión. De hecho, si busco sobre mí algo definitivo tengo problemas en encontrarlo. Entregarle el corazón a una tarea, ¿es un gesto pequeño o grande? Ofrecer lo que consideramos valioso, ¿es un acto modesto o desmesurado?
El mundo es enorme, la vida un desafío permanente a nuestra comprensión y el yo insignificante en proporción a todo eso. 

Nuestra naturaleza animal sigue viva debajo de nuestra ropa y más allá de las redes de significado que nos sostienen. Porque aún cuando el teléfono nos lleve por momentos los cinco sentidos y viajemos en pesados artefactos de lata que nos mantienen en el aire, también nos habita una criatura instintiva, temerosa y atenta a sus percepciones. Con imperturbable insistencia suceden hechos naturales que nos ponen de cara a nuestra fragilidad. Nuestro costado humano es solo un aspecto del gran sistema que nos acoge junto al ave, el árbol, la mariposa, el tigre y la tortuga. Incapaces de controlar el futuro, vulnerables y fugaces caminamos sobre las huellas de nuestros miedos, la mayor parte del tiempo anestesiados por el materialismo o abrazando certezas tranquilizadoras. Razonar la incertidumbre es una forma de hacerla amigable.