Todo pasa

Escuchó tantísimas veces que la edad está en el espíritu, casi tantas como lo repitió, pero eso sonaba bien antes, cuando aún no era un viejo. Ahora, cuando escucha frases hechas de ese estilo, se muerde los labios. Ahora, todas esas cosas que hizo toda la vida, sucedieron hace más de veinte años. No solo está viejo, se siente viejo. Le cuesta verse por fuera y contemplar en qué se convirtió, no se reconoce. A veces desearía haber perdido la cabeza. Por dentro está lleno de recuerdos e historias que no le interesan a nadie. A veces, cuando no se puede mover sin ayuda, pasa revista mentalmente a todos los errores que cometió. Otras, cuando se le da por compararse con su versión del pasado, piensa en que nadie le enseñó a dejar de caminar y a volver a usar pañales. Entonces se dio cuenta que se preparó para muchas cosas pero no para hacerse viejo.

Vacíos

Las reuniones sociales la desesperaban, bebía en el afán de hacer interesantes a los demás y no distinguir demasiado cuál era el hilo de la conversación. Miraba el entorno con resignación, se sentía en una trampa de la que no podía escapar. Eran encuentros totalmente vacíos, una puesta en escena, un simulacro hueco sin algo que valiera la pena rescatar. Pero ese día fue diferente, ella supo que lo peor de vivir atrapada en convencionalismos no era darse cuenta sino la vocación de hacer de esa jaula un hogar. Ese día comprendió que masticar indecisiones no la iba a sacar de la mitad del camino entre la sensibilidad y el cinismo. Y que el vacío no necesita relleno. Desde entonces huyó de lo políticamente correcto y disfrutó de su mundo como una rara sin culpa.

Meditaciones de oportunidad: La mujer con alma de corcho.

Ella suele usar las caminatas como espacio de introspección, pero desarrolló el hábito de usar cualquier excusa para impulsar el despliegue de la reflexión atenta. Como consecuencia natural, no pierde oportunidad de vincular y encontrar relación a lo aparentemente disímil. Porque todo tiene relación con todo, suele argumentar.

Una tarde abril fue a un entretenido encuentro en una vinoteca en las cercanías de su casa, donde un experto en líquidos espirituosos, disertaba con suficiencia sobre las bondades del corcho natural para embotellar. Mientras su relato tomaba vuelo, ella se perdió en la nobleza y pasión del corcho, en ese anhelo visceral de aire y cielo que lo impulsa a mantenerse a flote. Inclusive si lo hunden se las arregla para abrirse paso hacia la superficie, como un idealista a ultranza que jamás se rinde. Porque es así, cada uno oye lo qué necesita… Y como si hubiera estado en un taller filosófico, se volvió pensando en cultivar el alma de corcho como actitud vital.

La mujer que mira a la hija que ya no es.

No pretendo ser original, pero la vida cambia drásticamente cuando nos quedamos sin nuestros padres. Casi siempre hay uno cuya gravitación en nuestra vida es más determinante. En mi caso fue mi madre. Nunca creí que su presencia iba a convertirse en una ausencia tan honda. Porque el sentido de lo afectivo cobró otra significación, no era consciente de hasta que punto su mirada era importante para mí. Casi sin darme cuenta aparecen sus comentarios, su lectura de la realidad, su manera de interpretar un mundo en el que ya no está. Repentinamente siento haber perdido la proporción de las cosas, la vida se vuelve más impredecible que nunca y la valoración relativa perdió el rumbo. Hoy el todo parece haber perdido su cohesión. El orden perdió su solidez.

La orfandad me puso en estado de sorpresa frente una vulnerabilidad que desconocía. De hecho nunca fui dependiente de sus opiniones y más bien me servían para ir en sentido contrario, pero ahora frente a las situaciones que se presentan me encuentro buscando su interpretación. Aún con todos sus miedos e inseguridades ella representaba una referencia en mi mundo más íntimo. Casi nunca me apoyaba en mis decisiones, irremediablemente su visión señalaba lo equivocada que estaba, parecía imposible estar de acuerdo. Como si tuviera que ser alguien que no era para satisfacerla.

Imaginación y memoria se mezclan dándole forma a una mirada ausente en un intento por ponerle medida al devenir. No sin algo de aturdimiento siento la forma en que estaba entretejida en mi propia existencia, la forma en que me ayuda a contenerme como parte de algo más grande. Ella representaba de algún modo un horizonte, allí donde las cosas que se acomodaban y ahora se desdibujan. Es la desmesura de su ausencia la que lo desvanece.

Hace ya dos años que no está, aunque algunos más desde que empezó a irse. Con su ausencia se fue mi condición de hija. Pero una cosa es darse cuenta y otra es hacer más que sobrevivir al cambio de perspectiva. Y habitar la madurez ofreciéndose a lo que llegue.

 

Meditaciones de oportunidad: El caso de la mujer mareada.

La sala de espera del sector de emergencias de un hospital es el lugar perfecto para experimentar la importancia que tiene nuestra individualidad. Toda nuestra mismidad y dignidad cuidadosamente edificada en el tiempo cae rendida frente a la evidencia de nuestra invisibilidad. Ese yo tan preciado se convierte en una ficción gramatical, en un número en un listado de desolados impacientes condenados al rol de pacientes.
Todas las teorías sobre la dignidad y nuestra condición de únicos e irrepetibles se caen a pedazos frente a la evidencia de nuestro anonimato. Y ese mundo propio erigido prolijamente sobre las ideas que nos hacemos de cómo deben ser las cosas se vuelve anécdota. Jodida realidad la que nos pone de cara a nuestra insignificancia.

(Alice White)