El Arte de Sentirse Vivo

Vivir nuestras vidas en nuestros propios términos, comprometidos y enfocados en nuestros anhelos genuinos es más que nada un derecho. La libertad de elegir no pasa por ningún otro lugar que escuchar lo que nos pide nuestro corazón y puedo dar fe que nunca es tarde para hacerlo. Firmé tempranamente cantidades de «debería y no debería» tratando de adaptarme a lo convencional. Bajo la tiranía del miedo y la vergüenza no me permití encontrar mi expresión y me perdí en el laberinto del sin sentido.

Pero el arte es un latido oculto que como un susurro escuchamos en un fondo impreciso, y cuando le hacemos espacio despierta al alma alineando la mente y el corazón a lo que nos conmueve. Es el umbral prístino a nuestra más genuina libertad.

Cada camino es único tal como la forma en que la vida se expresa a través nuestro. Pero creo que cualquier esfuerzo emprendido en comprender el sentido esencial de este mundo y seguir nuestra inspiración se puede convertir en arte. No se trata de evaluar que sea bueno o malo por sí mismo sino de vincularnos estrechamente a lo incómodo y amigarse con la turbulencia de la duda y el desorden. Y dejarse abrigar por el gran misterio de haber nacido.

En concordancia con este tiempo de mi paso por este mundo, está naciendo un anhelado proyecto que será de algún modo la continuación de este blog. Poco a poco va tomando forma de la mano de amigos queridos que me acompañan con su apoyo y dedicación en los aspectos técnicos. Habrá fotos producto de la contemplación cotidiana, textos que abrazan la reflexión meditada, un diario para acompañarnos y artículos a modo de recursos. Pronto habrá novedades. Y como siempre, nos estaremos encontrando en la Naturaleza Profunda de la Vida.

Secretos de la Naturaleza

«Reposa tu corazón en la quietud y descubre la vida en sus propios términos.» (Alice White)
Reposando más allá de lo visible, en la naturaleza late un sentido profundo de dirección para nuestras grandes preguntas y una guía para tomar decisiones que sugiere que nada es pequeño. No importan las circunstancias, la naturaleza siempre está renovándose y revela como un espejo nuestros propios ciclos de expansión y contracción. En la aparente quietud vibra la expansión de la abundancia aún cuando pareciera que los obstáculos son insuperables.
Somos parte de un impulso natural hacia el cambio unificado que contiene su propio ritmo y variaciones individuales. Todo lo que se desarrolla frente a nuestra mirada no es otra cosa que un reflejo en el espejo misterioso de la vida que nos desafía a crecer.
Cuando captamos esta verdad esencial los juicios extremos desaparecen y brota una necesidad de intimar con la belleza del momento en que las cosas suceden.
En los ojos de la naturaleza todo es aceptación y movimiento. Al impregnarnos de su experiencia se activa nuestra propia esencia y abrazamos hasta nuestras partes menos queridas aprendiendo a valernos de lo que funciona y a liberarnos de lo que nos bloquea. Reconocer este diseño natural y adoptar la gracia de su movimiento hacia el equilibrio es fuente de bienestar y satisfacción existencial. Es entonces que los extremos opuestos comienzan a ser solo una referencia al considerar nuestras valoraciones.
La vida está siempre explorando sus mejores opciones para corregir, compensar y crecer. La innovación y la singularidad son la regla que marca sus movimientos y adaptaciones. La unidad de la trama es fruto de su determinación en honrar la diversidad. Y cada momento, una oportunidad para contemplar el ritmo en que la gran obra se desarrolla.

La Multitud que nos Habita

Una parte nuestra necesita orden mientras otra pugna por desbordar sobre todo ordenamiento. (Alice White)

Tantas cosas grandes pueden pasar desapercibidas y de tantas nimiedades podemos hacernos un mundo. Coqueteamos con el error cuando nos sentimos ciegos en medio de la luz del día o muertos en la plenitud de la vida. La confianza crece cuando caminamos nuestros días con menos prejuicios. Bendito es el momento en que la mirada se aclara y a pesar de tantas cosas tristes y vulgares, de tanta ingratitud e indiferencia, nos llenamos de inspiración y ganas de crear. Hay momentos que simplemente nos lanzan al mundo.

Permanecer por un instante en esa sucesión encadenada de momentos indeterminados, sentir con intensidad aquella lírica utopía y no vivir en las urgentes imposiciones de este mundo diseñado por otros. El tiempo deja de ser algo físico cuando descansamos en un horizonte abierto donde hay tanto por descubrir. A la memoria le gusta idealizar momentos. Qué sería de nosotros sin ellos…

A veces el hastío puede inflamarse hasta convertirse en asco existencial. ¿Quién no pasó alguna vez por esos momentos en que el vacío en el corazón se combina con el vacío del tiempo? Estos estados siempre han sido terreno fértil para la literatura melancólica que llena bibliotecas enteras y también para la visita al psicólogo. Pero, ¿por qué no tomar con naturalidad la angustia de estar vivo y no saber o las distintas necesidades a lo largo de la vida? Es que en lo más hondo del alma esperamos que algo suceda trayendo respuestas y hay momentos en que necesitamos disolver el pacto con nuestras certezas habituales y significados estáticos. Tras la neblina del hastío el carácter más misterioso de la vida se abre paso, y en ese umbral, puede brotar nuestro lado más entusiasta. Los vientos cambian todo el tiempo.

Nuestra existencia y la del mundo mismo descansa sobre un origen que no conocemos y se dirige a un destino que tampoco conocemos. En el resultado de ponerse a pensar sobre estos temas existenciales siempre hay un componente de angustia. ¿Cómo podría ser de otra manera frente a tamaña incertidumbre? El interés por estos aspectos de la vida sugiere un corazón inclinado a lo religioso, a no dejar que la vida pase de largo absorbidos por el pragmatismo mundano. A veces esta necesidad busca la verdad y suele tropezar largo rato con la creencia disfrazada de tal. Otras, quizá de manera más arrogante, pretende estar en posesión de ella. La religiosidad como dimensión humana es una experiencia de encuentro con el misterio de lo desconocido. En este sentido, soy profundamente religiosa; y el silencio y la naturaleza nutren mi espiritualidad.

El mundo es pura celebración para los sentidos. Un complejo significativo de relaciones se establecen a partir de sus sutilezas para captar matices y texturas. Nuestra vida humana es profundamente sensitiva, lo que sentimos nos expande y también nos restringe. Es un raro privilegio poder captar la desnudez de la simplicidad y al mismo tiempo la desbordante exuberancia para derivar en dilemas sobre los límites de lo aceptable. Nos gusta pensar que estamos en control de lo que sentimos pero nuestros cuerpos no parecen estar tan de acuerdo y lo hacen notar. Toda la belleza y el terror late en la fragilidad de la experiencia humana. Tanta maravilla a veces me deja sin palabras.

Los suburbios del corazón huelen, es fácil detectar que estamos en uno de ellos porque sentimos cierto recelo. Más curioso aún es que sean umbrales a mundos que de otro modo serían inaccesibles. Me gusta pensar que tropecé con lo que se hace visible como si hubiera aparecido de la nada y no que encontré lo que estaba buscando. Los sentimientos íntimos conservan su ritmo lento y prudente como una melodía que poco a poco absorbe toda nuestra atención y parecen compensar esas urgencias emocionales que suelen dominarnos tratando de sacar provecho al instante. Lo inesperado nunca se rinde a nuestro afán de control y cuanto más nos esforzamos, más crece el pelotón de espíritus que no vemos, empeñados ellos en agigantar nuestra sensación de incertidumbre. Irónicamente, la aventura se vuelve intensamente deliciosa frente a tanta ambigüedad, quizá para que no vivamos a medias.
Disfruto merodear por los suburbios del corazón, no les temo. En ellos siento que mi estado de ánimo reposa sobre sí mismo sin reclamar ni esperar nada, en ellos el tiempo se detiene.

 

 

Umbral del Encuentro

Somos a medias hasta que nos encontramos en cada paisaje de la travesía. Solo entonces la verdadera patria nos habita. (Alice White)

Cuando estamos inmersos en la naturaleza, nuestra sensibilidad es esencial para nuestra supervivencia espiritual. Si pasamos de largo frente a su esplendor y los fenómenos sorprendentes que suceden en su seno, nos ausentaremos del sentido más profundo de la vida. Una conciencia de humildad natural brota frente a la magnificencia que habitamos. Me gusta el término habitar porque me remite a hacer propia la experiencia de ser y estar, impregnarme del entorno al que pertenezco y sentir ese latido de la belleza y su armonía. Pero tan solo en ocasiones la alegría se vuelve sobrecogedora y la inteligencia humana me lleva a respetar en sentido amplio sin someter a mi lógica lo que no comprendo. 

Es bastante fácil comprobar en nuestras propias vidas y los grupos sociales que conformamos, que solemos reducir la realidad a una adaptación basada en la capacidad de comprender con la que contamos. Buscamos soluciones condicionados por nuestra visión del mundo relativizando en lo político, económico o social las causas de los males que nos aquejan y por eso el resultado es que nunca llegamos a sus causas reales. Estamos padeciendo las consecuencias de vivir en un mundo desencantado, opaco, sin esperanza. Creo que hay una forma más sabia de transitar por este mundo conectando con nuestras intuiciones más profundas, redescubriéndonos y recreándonos en nuestro interior, haciéndole espacio a la imaginación para adentrarse en lo significativo y simbólico que se presenta ante nosotros. Lo esencial y sagrado de nuestra naturaleza se manifiesta en el mundo y es la conciencia la que nos permite ir más allá de las apariencias, emocionarnos e inspirarnos en lo que vemos para pensar y sentir con novedad. La desconexión con la dimensión espiritual de la vida es una gran equivocación.

Lo esencial está siempre presente, una dimensión absoluta atraviesa la realidad con su inapelable equilibrio. Muta y se recrea en la composición de lo visible, se vale de los extremos, de los opuestos, pero promedia implacablemente cuando sobrevive a nuestros desmanes. Los caminos a lo absoluto nunca pueden ser estrechos ni mañosamente desgastados porque su belleza y libertad todo lo abarca. Observar el cambio, habitar la quietud y contemplar el fondo de todas las cosas es fuente de regocijo y comprensión. Es un atisbo de la verdad primordial y su naturaleza.

La naturaleza convoca nuestra conciencia innata a través de lo bello. Actúa como un llamador de la creatividad en la que el todo va transformándose sigilosa y pacientemente. No veo incompatibilidad entre tecnología y naturaleza o entre el mundo digital y el físico sino una perfecta complementación que encuentra su propio balance en la adaptación. Los ritmos del cambio pueden verse alterados pero siempre existe una compensación que tiende al orden.
Un estado de positiva relajación surge en la mente en contacto con lo natural al mismo tiempo que agudiza la capacidad para sensibilizarnos frente a las pautas subyacentes en su armonía. La dimensión absoluta se muestra sutilmente sin tomar partido sobre nuestras acciones, solo cuida el equilibrio de la vida.
Es un deleite significativo captar en la experiencia que todo eso fuera de uno mismo es también uno mismo.

Saltando entre pensamientos y viajando entre sueños. A veces es compañera la calma y otras el enojo. Nada dura, el flujo de lo esperable se detiene y todo cesa para dar paso al cambio. La inquietud oculta lo evidente mientras lo intangible juega a las escondidas. Sentimientos difíciles recuperan nostalgias de un ayer atesorado. Crece el optimismo frente a la alegría de un buen momento. La vida siempre a su ritmo se muestra sin prisas y compensa todo extremo, se adapta y se preserva sin señalar errores ni aciertos. Curiosa parte la nuestra, confundidos siempre en nuestros saturados empeños cotidianos pero tan capaces de divagar sobre lo que debería ser y no es, tan urgidos de significado que corremos tras el tiempo y se nos escapa la nada.

 

Salto a lo Invisible

¿Cómo sabes que estás en tu propia senda? Porque el camino desaparece y no puedes ver a dónde vas. Todo aquello que construyó tu identidad ha quedado atrás. Esa es la certeza que da el haber encontrado tu ruta. (Alice White)

A veces se trata de saber esperar, de no precipitarse en el deseo que las cosas sucedan. Lo importante es mantener la puerta abierta sin decretar finales anticipados y posibilitar la creación en ese paréntesis que es transición en sí mismo. En la espera la historia se mantiene incompleta. Es un lapso en que las cosas aún son inciertas y nos mantenemos en la condicionalidad.
La espera es presencia que habilita la imaginación de escenarios y al mismo tiempo domestica la angustia que provoca la ambigüedad y la paradoja que acompaña a todo lo vivo. En el latido de cada cosa la presencia y la ausencia se transparentan como un eco del ritmo entre opuestos. Pero un día habrá que cruzar ese umbral en el que ya no podremos contener el aliento. Porque toda espera nos acuna sobre el abismo. En él, la espera se completa.

Por falta de atención hasta podemos relegar a segundo plano lo asombroso y naturalizar las indescriptibles maravillas de esta vida. Acostumbrarse es morir un poco. Porque es en esos momentos inciertos donde brota la imaginación y en esos confines del misterio donde se alimenta nuestra máxima libertad: Ser conscientes.

Tan fascinante como desgarrador es estar en soledad con uno mismo. El mundo ofrece incontables posibilidades pero ninguna seguridad. Lidiar con esta incertidumbre en la intimidad puede resultar aterrador, pero también puede llevar a una compresión más transparente de nuestro lugar en el mapa de la vida. En cierto modo la libertad es una paradoja que nos empuja a aceptar las cosas tal como son. En lo que vemos y percibimos, decenas de espejos reflejan parte de lo que somos hoy a través del tiempo. Es fácil sentir por un momento que no somos otra cosa que una de las infinitas sensaciones de la vida. Una trama impredecible se teje con su propia dinámica adaptativa. En el silencio y quietud de la naturaleza es palpable el pulso de la vida que, ajeno a toda perturbación, compensa y refleja su ritmo.

En el Abrigo de la Quietud

«Reconocerás lo desconocido cuando te sientes a contemplar lo conocido y al invocar comprensión aceptes la incertidumbre.» (Alice White)

Todos tenemos una bondad básica que surge del profundo reconocimiento del sufrimiento en uno mismo y que vemos reflejado en los demás seres vivos. Cuando tomamos conciencia viene acompañado del deseo y esfuerzo por aliviarlo. A medida que fui descubriendo mis propias heridas la palabra compasión tomó un significado completamente diferente en lo cotidiano. 
A través del contacto contemplativo con la naturaleza, con el paso del tiempo mi comprensión fue adentrándose en una nueva dimensión. En la dinámica del mundo natural puede verse sufrimiento en abundancia, no solo sufrimos los seres humanos. Me cuesta mucho aceptar la lógica del sufrimiento básico como para contribuir con mi inconsciencia a agrandarlo. Es por eso que me ilustro, razono, reflexiono, medito y escucho con atención a mi corazón alejándome de toda ideología que condicione mis acciones. El otro cobra un significado de relevancia primordial cuando me siento personalmente afectada en su sufrimiento. Explorar las propias heridas nos hace compasivos. No renunciemos a lo que somos en esencia por intentar ser alguien.

«Que tu alma encuentre la gracia para elevarse por encima del dominio de las pequeñas mediocridades.» (John O ‘ Donohue)

Con tantas voces ridículas a nuestro alrededor compitiendo por nuestra atención, no es difícil entregar nuestra mente a ideas trasnochadas. Nos creemos libres pero adoptamos una actitud pasiva que es el territorio preferido de los «virus mentales».
Cuando paso tiempo en la naturaleza me impregno de su silencio, de su ritmo lento y de la dinámica de su quietud. Es un descanso reparador que me hace recapacitar sobre lo que doy por sabido y sobre aquello que me resulta lógico. No me «contagio de nada» sino me reencuentro con la mirada serena, recupero claridad para leer los hechos y equilibrio para orientar las decisiones.

Hay noticias que aturden, que nos alejan del eje de las cosas. Otras abren caminos y generan esperanza. Trato de oír las palabras y su significado para comprender e intento escuchar la voz y sus tonos como horizonte de sentido.
Pero hay cosas que escapan a las palabras y se evidencian en lo no dicho, en eso que suele ser la expresión de la trama. El silencio es, entre tantas cosas alteradas, un encuentro estético. Porque hay cosas que simplemente agotaron su vitalidad y solo les queda su estrechez.

Matices en el Equilibrio

«Cuando intentamos singularizar cualquier cosa, la encontramos entreverada con todo lo demás en el universo.» (John Muir)

Salir de nuestra propia versión limitante en cualquier interpretación nos permite ejercitar la flexibilidad y conectar con una compresión más genuina del comportamiento de los demás. Siempre termino reconociéndome cuando dejo ingresar la perspectiva que en principio parecía ajena. Adoptar un punto de vista más incluyente hace una gran diferencia en todo análisis. Sentir la armonía de la interconexión habilita el encuentro de una respuesta más apropiada que la del yo y sus necesidades.

Los ritmos de la naturaleza tienen algo que decirnos acerca de la velocidad: Todo va de moderado a lento. Muchos de nosotros vivimos creándonos urgencias para funcionar a alta velocidad totalmente fuera del ritmo natural. En ese desequilibrio lo único seguro es que no podremos profundizar en la experiencia vital. No nos damos cuenta que hay un ritmo primordial por detrás de nuestros intereses que implacablemente nos demostrará el alto precio que pagamos por desatender lo importante.
Disfruto de quedarme quieta, conectar con los ritmos en que la vida pasa a mi alrededor, dejarme llevar por esa corriente universal y escuchar a mi corazón adaptándose al infinito silencio en que todo sucede. Todo está sujeto a condiciones que escapan a nuestro control. Y no hace falta morirse para descansar en paz. Urge otra clase de cotidianidad, donde la medida del tiempo le haga espacio al recogimiento. Sentir lo que se piensa es tarea imprescindible.

¡Tantas son las formas en que el horizonte puede ser mirado! Se espera que acerque lo perdido, se busca en él lo que nunca encontramos. A veces leemos esperanza y otras fatalidad. Me gusta perderme en él, habitar el desconcierto que provoca su proximidad con el vacío. Un silencio amplio y sin forma invita a relajar la mente de la contracción de cargar con la vida y parece señalar el camino de regreso a las cosas que importan.

A veces algo que veo parece llamarme. Algo que calla toda inquietud y no intenta ser presagio, que concentra la atención para inmediatamente trascenderla a la periferia. La absorción impregna el momento. Es el susurro de la percepción que antecede a toda valoración proveniente del pensamiento y su conversación mental.
¿Qué es la belleza sino una cualidad espiritual? Quizá su mayor virtud sea la de crear un puente entre el mundo de las formas y el mundo inmaterial.

Hoy día como cualquier otro
despertamos vacíos y asustados.
Pero no nos apuremos.
Lancemos la red al pozo de los sueños.
Sintamos tan solo y escuchemos.
Hay mil formas de inclinarse a besar la tierra.

Y que sea lo que hacemos
la belleza que amamos.
(Rumi)

En las profundidades del ser I

             «No creo que exista en la naturaleza de las cosas algo que no sea más que poesía.» (A. Bradley)

Hay ventanas que se abren en la contemplación de lo vivo, las palabras que estuvieron guardadas buscan hacerse visibles. Son palabras que provienen de la fertilidad que el silencio teje en el corazón humano. Son un fruto esperanzado en lo que vendrá, confiado en el flujo de la vida. Si un caudal infinito ha sido puesto en nuestras manos, ¿puede el árbol negarse a dar sus frutos cuando está en el lugar y momento propicio para hacerlo? ¡Si allí aparecerá el pájaro que tomará uno y sin darse cuenta dejará caer la semilla en otro lado! La vida silvestre es una fuente inagotable de sabiduría de la que abrevar.

A menudo confundimos aceptación con aprobación. Pero mientras la aceptación es un acto de amor de un corazón abierto a la realidad, la aprobación es un juicio de valor. No es casual, sin darnos cuenta buscamos la aprobación desde nuestro crítico interno que busca compensar la indignidad de no ser perfectos a través de la reafirmación de alguna autoridad externa cuya voz interiorizamos en el pasado.
La aceptación nos da la oportunidad de conocernos y examinar esa voz interior que machaca sobre cómo deberíamos ser. A partir de ella admitimos nuestras deficiencias y podemos evaluar los cambios necesarios, nuestra confianza crece y nos liberamos de la comparación.
No tiene sentido alarmarse, de alguna manera todos somos un poco raros y eso no es ningún problema, aunque nos hayamos convencido que sí.

Hoy reivindico la imperfección. Para quienes buscamos desde muy jóvenes la perfección, casi sin darnos cuenta nos volvimos dependientes de ella. La perfección eclipsa la plenitud de la experiencia y nos somete al crítico interno despiadado y siempre insatisfecho, que con su voz áspera y coercitiva, nos impone su voluntad. Darle cabida a nuestras debilidades y tropiezos consecuentes nos permite gozar de las fortalezas y éxitos con integridad, sin creernos más ni menos que nadie. Una sabiduría menos reactiva y más sagaz se vuelve compañera fiel cuando advertimos que no estamos obligados a responder de acuerdo a las expectativas de nuestras estructuras psicológicas.
Porque en cada individualidad se expresan los matices con que la vida crea y se recrea a sí misma.

Aún cuando resulte tentador «esquivar» nuestra naturaleza humana a los fines de convertirnos en alguien espiritual, el resultado no será otra cosa que una impostura lamentable. El reconocimiento de nuestra naturaleza más genuina nos lleva a la suprema humildad de aceptar lo que somos, incluidas nuestras dificultades y dramas internos. A veces algo que seríamos en otro lugar o en el futuro parece más valioso que lo que somos acá mismo y en este momento, pero es la aceptación la que nos acerca a la vasta sensación de integridad de ser en plenitud. Observar y explorar nuestras resistencias con un interés respetuoso es un umbral de comprensión. Lo que sentimos puede ser vehículo constructivo y no un motivo para juzgarnos, reaccionar o reprimirnos.

El dolor y la pérdida conforman un territorio conocido por todos, un tejido que nos enlaza. Raramente esta clase de verdad es aceptada con comodidad y muy por el contrario genera inquietud, desorientación y hasta desasosiego. Inevitablemente somos habitados por un pesar cotidiano, cierta aflicción nos visita regularmente y una zozobra como trasfondo nos acompaña en silencio. Hay cierta angustia que no pasa sino hay que pasarla y vivir su transformación en nuestra piel. Familiarizarse con su intensidad y conocer sus patrones de expresión le quita sentido a la negación y resistencia. Quizá nada nos hable más plenamente de la vida que este tipo de certezas.

A veces solo se trata de seguir los rastros de la memoria sin aferrarse a su radicalidad. Algunas pocas imágenes de lo que recordamos suelen ser verdaderas aunque a partir de ellas, cada vez que regresamos al pasado las deformamos. En su fugacidad, fácilmente las sometemos a una mutación involuntaria asociándolas a ideas que nos traen sentido al hoy.  No podemos estar seguros que nuestra visión del pasado y que el consecuente relato sea auténtico pero sí podemos tener la certeza que cada día nos alejamos más de él.

Tomar conciencia puede ser un proceso doloroso y lento, que requiere detenerse frente a la tentación de rechazar la comprensión a la que nos enfrentamos.
A veces sentir vergüenza es un síntoma, una alarma que nos ayuda a ver. Vista así, no es consecuencia o desenlace sino principio que abre paso a la esperanza. Pero una esperanza que no es optimismo simplista sino demandante de una acción directa sobre el conformismo, la indiferencia, la complicidad y hasta el cinismo. Claro que para todo eso hace falta darse cuenta y tener el coraje para no resignarse frente a la domesticación emocional e intelectual. Me parece que no hay nada que atente más contra la libertad solidaria y respetuosa de la naturaleza que el autoengaño.

Todo sucede a su ritmo. Cultivar la paciencia y la capacidad de aceptar traen siempre beneficio. A veces, en nuestra propia ansiedad lo sentimos demasiado lento al intentar ajustarlo a la medida de las cosas humanas. Pero la naturaleza no sigue la lógica humana y muchos menos nuestros deseos. El silencio real nos hace sentir vergüenza de todo eso que creemos saber, nos deja huérfanos de certezas, nos lleva más allá de lo conocido y aceptado para confrontarnos en una conversación sin palabras sobre la incertidumbre de estar vivo.

De algún modo y casi sin advertirlo, todos nos convertimos un poco en equilibristas. Los días se precipitan uno tras otro y el abismo siempre está ahí, a la distancia de un paso en falso. Que hace falta muy poco para derrapar y que la cobardía también exige constancia son aprendizajes que no requieren intención. Con el tiempo comprendemos algunas cosas, acertamos y erramos de formas obvias y también creativas, pero siempre y a pesar del mejor esfuerzo arrastramos alguna carga, aquel ideal incumplido o esa búsqueda de lo que no tuvimos. A veces uno mira hacia atrás y puede ser costoso entender lo que pasó. Algunos dolores solo cambian de forma pero conservan su peso, cambian de lugar pero siguen estando ahí, ocupando la parte muerta de la vida.

En la profundidad de las cosas I

Para ver el mundo en un grano de arena y el cielo en una flor silvestre
abarca el infinito en la palma de tu mano y la eternidad en una hora.
(William Blake)

La vastedad de la vida se nutre de un mundo de relaciones y asociaciones. La naturaleza lo hace a través de sonidos, olores, señales y vibraciones en una red perfectamente conectada. Lo grande y lo pequeño se complementan con sutileza para abrirnos los ojos. Mundos dentro del mundo que sugieren detenernos y reparar en el equilibrio y la fragilidad con que la vida encuentra su cauce. Es el milagro cotidiano al que estamos invitados a convertir en experiencia. Es el latido de todas las cosas que se deja ver en lo natural. Observar y concentrar la mente en la maravilla que impregna los sentidos es a veces todo cuanto se necesita para iluminar cada rincón de lo que somos. Maravillarse es una experiencia intensa que llena el corazón. Cuando el silencio interno deja paso a la contemplación captamos la frecuencia de la realidad primordial y un júbilo sereno acaricia la experiencia. ¡Hay tantas lupas por ahí para distinguirla! El secreto está en encontrar las propias ventanas contemplativas en lo que nos rodea.

Momentos de soledad no son de aislamiento, son oportunidades para habitar nuestra interioridad, recorrer senderos conocidos que nos acunan en el sentido y otros inexplorados que se hacen visibles para el corazón ofrecido a la vida. En la quietud y simplicidad de un momento se puede percibir la complejidad de cada singularidad. A veces resulta fácil ver la fusión de vidas en la vida, de cada latido individual en un gran latido. A veces resulta evidente que nuestra vida es posible gracias a otras vidas que llevamos dentro. Son esas complicidades sutiles que hacen que la vida se viva a sí misma.

«Todo lo que nos ralentiza y nos fuerza a la paciencia, todo lo que nos devuelve a los ciclos lentos de la naturaleza, es una ayuda.» (May Sarton)

Las etiquetas se caen constantemente y las creencias se marchitan con cada descubrimiento. Un mundo en constante cambio no puede ser definido, medido y justificado sino de forma parcial e imprecisa.
Es una práctica espiritual abrir la mente a lo infinitamente pequeño tanto como a lo enorme. Son las dimensiones rebeldes de la vida las que nos enseñan sobre los límites de nuestra comprensión.
En su evolución, la vida nos pide un estado mental que se adapte al cambio constante, nos sugiere sutilmente alinearnos con el flujo asombroso de los fenómenos que ocurren en los sistemas de todos los tamaños. No parece ser cuestión de escalas sino de ser un observador involucrado, comprometido y respetuoso de la gran sinfonía.

La forma en que actuamos está determinada por nuestra grado de conciencia. A veces es la presión la que nos lleva a concentrarnos en una tarea y descartar todo lo demás. Ejecutamos y cumplimos. Otras es la seguridad y privilegio de un rol que entra en juego y dejamos de vernos reflejados en el otro con quien nos toca relacionarnos. Pero sin atención consciente cosificamos la vida y perdemos contacto con nuestro corazón compasivo. El resultado podrá ser efectivo pero sin conciencia plena sacrificamos un poco de nuestra humanidad en cada decisión.

En las profundidades de la naturaleza hay una conexión salvaje que late de la mano de la imaginación. A veces me dejo llevar por los ojos de la vida que contemplo y me introduzco en ese mundo que es libre de interpretaciones humanas. Es una aventura asombrosa, colmada de descubrimiento y donde no hay información que aturda o descripciones que adormezcan. Las escenas se presentan y con ellas brota la revelación, pero no como un éxito de la mente que teje pensamientos y asociaciones sino como un flujo de esa naturaleza compartida en la que el corazón siente pertenencia. 
Su efecto es muy saludable, de las mano de «esos ojos» somos invitados a arriesgarnos a una nueva y original mirada para habitar cada día. Un mirada relajada que integra lo diverso.

¿Cuánto es suficiente? ¿Cuál es el límite entre la modestia y la desmesura? Cuando le entregas tu corazón a algo, ¿qué determina que sea un gesto ambicioso o humilde? ¿Cómo mensurar una sensación que proviene de la intransferible intimidad con que nos relacionamos con la vida? 
La vida silvestre tiene tanto para mostrarnos acerca de nuestra lógica, preferencias y criterio que no es difícil quedarse sin palabras. La belleza o la elegancia se resignifican de la mano de la sorpresa que acompaña la observación. Con tanta sutileza y fragilidad alrededor lo menos que podemos hacer es intentar estar presentes.
A veces el tiempo se vuelve una espiral sin forma y lejos de las ideas sobre lo visto se comienza a percibir los infinitos tonos de un árbol o la obra de arte que conforman las plumas de un ave. Las distancias parecen desvanecerse y el propio sentido de la proporción cambia. Una vez más la vida se ocupa de mostrarnos que eso que creemos ser no es algo acabado, la experiencia nos transforma.

Algunos tenemos un artista de la mezcolanza refugiado tras una prolija fachada. Hay días en que no lo podemos contener y sale a escena haciendo relaciones insólitas basadas en su lógica dispersa. A veces es posible encontrarle la punta del hilo con la que deje y desteje la compleja trama de elementos que lo inspiran. A ese artista casi nada le resulta indiferente y suele captar el cambio potencial en que todo se despliega. Vacila, y mucho. Su espíritu ansioso de libertad y gozo conoce la contracara de la aflicción. Son momentos en que el silencio se hace visible y su sombra también. Un estado en que puede oír la vida que lo vive. Es por eso que aquello de ser un alma libre le suena a literatura.

En el mundo humano de la desmesura una conciencia desobediente puede ser la vía hábil para los pequeños gestos que conducen a grandes acciones. Observar la naturaleza puede ser una experiencia estética placentera pero también es una ventana que enmarca la acción humana que toma al otro como una extensión de lo que somos. Poner atención en lo complejo, lo común y lo pequeño es un detonador de sensaciones conducentes a la escucha del llamado urgente que este tiempo reclama.

«Ubicar a la especie humana completamente dentro de la naturaleza y no encima es algo que ha sido aceptado intelectualmente pero no personal y emocionalmente por la mayoría de las personas.» (Gary Snyder)

 

 

De fragilidades y fortalezas

En nuestra mente está la posibilidad de borrar el horizonte o expandirlo. En nuestras manos están las pequeñas acciones que le dan sentido a lo finito. 

Tomarse a uno mismo con menos seriedad es tarea impostergable. Las identificaciones que nos hacen sentir seguros son al mismo tiempo nuestro límite. Somos una representación titubeante que sólo se mantiene viva a través del hábito y el relato que nos contamos. Pero no es fácil darse cuenta que vulnerabilidad no es debilidad sino la posibilidad de sentir con intensidad, de intimar con nuestra esencia y tocar la belleza del mundo en su fragilidad. Cuanto más aferrados a nuestras ideas y creencias más nos golpearán los avatares de la vida. ¿Tiene sentido perdernos de tanto para ganar tan poco?

A veces requiere de cuantiosa lucidez no agobiar una escena con nuestras inefables interpretaciones. Es que la experiencia directa viene a nosotros sin necesidad de nuestra manipulación. Y resulta evidente que no espera nada de nosotros aún cuando nos invita a ser parte. Es casi un acto de generosidad salir de la estrechez mental que se concentra en lo que quiere ver y retroceder algunos pasos para adoptar una perspectiva más amplia. Observar el panorama general le da forma a la posibilidad y crea opciones.

Naturalizamos una forma de contacto con las situaciones cotidianas que busca el resultado utilitario. Sin darnos cuenta convertimos el «estado de espera» en una estructura mental con la que afrontamos las circunstancias. Un modelo mental que condiciona, que genera confusión y nos impide saborear la riqueza de la vida. Proponerse estar en «contacto continuo» con la realidad es una forma de cultivar la atención, de estar plenamente conscientes sin esperar de ella con expectativas personalizadas. Esto nos conecta con los acontecimientos desde un fondo esencial que es creativo y frontal. Entonces la participación se vuelve directa, constante, generosa y la resultante es mera consecuencia.

Apertura es tolerancia amplia, sin prejuicios, libre de rechazo o apego. Estos días resulta imprescindible cultivar una conciencia de apertura para discernir y no dejarse arrastrar por opiniones viscerales, interesadas o directamente mezquinas que disfrazadas de justas no hacen más que alimentar el odio y la violencia buscando su propio negocio. Apertura es una actitud que admite el error y escucha para corregir. Apertura es una condición que ofrece ayuda y propone opciones. ¿Se puede crear paz alimentando la furia? Es que a veces resulta urgente frenar y trascender nuestras preferencias para serenar el ánimo y vincularnos con los demás en una dimensión más profunda.

¿Cuál es la diferencia entre los buenos y los malos? Que los buenos somos siempre nosotros. ¿Ellos? Ellos siempre son los malos y resulta irremediable rechazarlos. Nada más efectivo para ratificarse como bueno que confinar el mal a una distancia prudente a fin de neutralizarlo. Nada alivia más que estar del lado de los buenos, de esos que tienen la valentía de identificar al mal encarnado en otros y eliminar el espacio de lo discutible. Con el mal no se conversa, se lo somete. De ambigüedades nada, incoherentes son ellos y a nosotros nos sobran argumentos… ¡Cómo tranquiliza ubicar al mal en algún lado fuera de nosotros mismos!

¿Qué relación hay entre lo bello y lo bueno? ¿Puede la belleza tener que ver con la moral? ¿Lo bello siempre es una invocación ética a hacer el bien? ¿Qué pasa cuando una propuesta estética es una genialidad que exalta el mal? ¿Te incomoda? ¿Deja de ser bella? ¿Nunca quisiste que el coyote se comiera crudo al correcaminos? ¿Seguro que no?

Algo interesante siempre surge de cuestionar creencias, de confrontar certezas que se dan por descontadas, de analizar naturalizaciones que no son otra cosa que construcciones orientadas a un fin. Después de todo, ¿ser es natural o un arte en construcción?

¡Qué tema es el perdón y el resentimiento acumulado que lo impide! A veces confundimos perdonar con olvidar el daño o creer que implica aprobar una conducta errada. Sin embargo, perdonar no exime de responsabilidad ni modifica un comportamiento que causó dolor sino elimina obstáculos en nuestro propio corazón y nos libera del control destructivo que las heridas abiertas ejercen sobre nosotros. Evaluar si es justo perdonar nos aleja de la posibilidad de deshacernos del desprecio que contrae nuestro corazón al vivir en el resentimiento. No deberíamos depender de cambios o reconocimientos ajenos para sanar nuestros sentimientos. Perdonar remite a nuestro mundo interno, es tarea de uno. ¿A qué conduce obstinarse en el enojo? ¿No será que nos identificamos con la herida y normalizamos el papel de víctima? ¿No será que tememos no saber quiénes somos si perdonamos y nos liberamos de la pena? ¿No será que deberíamos asumir lo que somos con aceptación humana dejando de depositar culpas por lo que no somos fuera de nosotros?
En fin… nada especial, las cosas son como son. La fragilidad de la vida muestra lo importante. Y siempre depende de nosotros qué miramos y qué hacemos con lo que vemos.

Estos días son ideales para abrirse a zonas inexploradas, reconciliarse con el tiempo improductivo, poner en juego las paradojas… Un tiempo para ahondar en el desierto de lo real, en la riqueza ilimitada del vacío fecundo. Un tiempo para elaborar sobre nuestras interpretaciones y construcciones de sentido para trascender las aparentes dicotomías que tanto tranquilizan. Un tiempo para abrazar la mística de la verdad y su carácter esquivo sin devaluarla con relativismos simplistas. Porque la mentira esconde una finalidad, no es porque sí; y hasta el autoengaño más elaborado que justifica lo incorrecto es insostenible para quien recupera el contacto con su interioridad.

Con la madurez, porque los años no son garantía, fructifica la observación reflexiva y viene en compañía de ciertas verificaciones significativas. Que la realidad humana es ambigua, fluctuante y compleja es una de ellas. Es notable como deja de tener sentido un mundo en que el bien, el mal, la verdad o la falsedad están tan claramente delimitados que no hay espacio para matices. Uno ve como se aleja el mundo de las certezas infantiles y las seguridades tan necesarias en otro tiempo. Uno siente la necesidad de andar por cuenta propia y descansar en el propio discernimiento aún al precio de no ser comprendido o aceptado. Es una necesidad que crece al amparo del autorrespeto, que busca alumbrar conclusiones en base a la experiencia directa y entendimiento de primera mano.  Es sorprendente cómo las diferencias dejan de ser obstáculo en las relaciones interpersonales. Es que la única divergencia real pasa por el nivel de conciencia y el único obstáculo para armonizar es el egoísmo.

Casi inadvertidamente, buscamos nuestro reflejo en la trampa de cualquier pantalla. Pero nuestra imagen real solo es reflejada por un espejo que nuestros hábitos extraviaron: el de la contemplación, el de los horizontes, el de la mirada profunda. Es el espejo que no refleja tu rostro ni tu silueta pero sí tu esencia: el del mundo natural.