Indagaciones sobre lo incierto

El juego ocurre por sí mismo, surge y se repliega una y otra vez, se desvanece y reaparece  con la atemporalidad de lo eterno. (Alice White)

Cuestiones difíciles de resolver o complicadas de explicar provocan introspección y análisis. La vida se vuelve examinada cuando nos interrogamos y aún cuando las respuestas parezcan inalcanzables, la reflexión le da forma a un tipo de esperanza que nos hace serenos. De algún modo y en algún momento, todos somos un poco filósofos por necesidad.

La mirada que descubre el resplandor no proviene de un algo consumado sino de lo que sugiere sutilmente al ojo que lo mira. Contemplar es reencontrar la emoción profunda de estar vivos, dejarse impregnar por el fatalismo de lo inevitable y aprender a vivir con lo inexplicable. La mirada contemplativa ofrece la experiencia intransferible de comprender intuitivamente que la incertidumbre no es algo a resolver. El acto de mirar para capturar un momento a través de una fotografía, es pura oportunidad de ver que se renueva al cambiar un ángulo o al hacer espacio dando un paso atrás. La imagen obtenida siempre se completa en quien la mira al volver sobre ella.

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Los matices y las sutilezas que hay entre los opuestos suelen escaparse de nuestro modo de observar la realidad. Nos relacionamos con el mundo tratando de reconocer y distinguir lo que es de lo que no es y posicionarnos frente a ello. Y todo posicionamiento es un límite que parece ofrecer una solución práctica pero es claramente incompleta frente a este mundo complejo, interconectado y en constante movimiento. Adoptar una posición fija frente a algo debería ser solo provisional para luego trascender las distorsiones que provoca. Captar «el hilo» es un arte sutil. El espejo de lo cotidiano nos muestra con elegancia quiénes somos y nuestro lugar ajeno al tiempo. Abrirse al paisaje interior es una posibilidad que fecunda en la radicalidad del silencio, la vía directa, sensible y salvaje para conocernos.

La claridad suele ser fruto de la persistencia. A veces se presenta con la urgencia de un decir como brote humilde frente al redescubrimiento de eso que opacado por la costumbre, el prejuicio o a veces la indiferencia, perdió el resplandor de su presencia. Es, de algún modo, la manifestación del brillo y significado de las cosas que reclaman atención.  Es un ver que nace en una percepción común pero inesperada que irrumpe con el peso de una revelación. Es tarea de cada uno rescatarse de la obviedad y de lo previsible para implicarse en la hondura del asombro de estar vivos y despiertos.

Qué algo aporte sentido implica que se asocie coherentemente con ideas vinculadas a ese algo. Nuestra red interna de pensamientos puede ser bastante limitada y volverse bastante arbitraria si nos encerramos en nuestro mundo personalizado y no cultivamos su diversidad. Morar continuamente en un mundo humano de similitudes nos aísla. La naturaleza lo sabe bien. La diversidad de la vida expresa una profunda unidad subyacente. Por detrás de lo que pensamos que somos y nuestras certezas, la arraigada interconexión de todo con todo nos recuerda los límites mentales para comprender. 

A veces me quedo viendo cómo el árbol exhibe diversidad y unidad a través de sus ramas y troncos que terminan enraizados en un mismo suelo. A veces el desafío a la adversidad y su capacidad para resistir con optimismo es fuente de inspiración. Me recuerda la importancia del cuidado de la curiosidad y la empatía en nuestra experiencia humana.

 

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La vida tiene su propia claridad en la que todo se mueve a su ritmo y en su propio ciclo. Siempre algo está brotando para crecer y finalmente marchitarse. Ese intermedio entre el principio y el fin exige entrega para percibir la bella inteligencia de la que podemos sentirnos parte. Hay una vida que es de todos, mucho antes de disfrazarnos de lo que creemos ser y buscar lo que preferimos.

¿Nos hacemos una vida a través de lo que hacemos con ella o la vida nos da forma a través de lo que tiene para nosotros? ¿Elegimos o la vida elige por nosotros? La consideración del libre albedrío parece más una necesidad social para no caer en el fatalismo amoral que en una realidad convocante. Es que a veces las palabras son un encierro, hay circunstancias que invitan a demorarse y permanecer en ellas para afinarnos y escuchar lo que susurran, ellas están muy encima de nuestra posibilidad narrativa. Porque a veces nuestra «genialidad» nos condena al tratar de meter todo en el espacio de la comprensión.

¿Nada como la ficción para trascender la realidad o nada como este mundo para trascender la ficción? Hay lecturas que desvelan, que nos despiertan y convocan. Son lecturas que no son pasivas ni fáciles sino que exigen una íntima implicación de nuestra parte, lo que generalmente provoca un resultado inquietante. Son lecturas en que no se encuentra lo que el otro pudo decir en palabras más o menos ordenadas sino atisbos de ideas que casi no caben en las palabras que se ofrecen como punto de partida para indagar. Son lecturas que hacen espacio, acogen las preguntas, recorren enigmas y exploran dilemas. Esta clase de lecturas me atrapan y puedo detenerme un tiempo inmensurable en un párrafo. Son lecturas a las que se vuelve como a esos romances que siempre vivirán en la intimidad de nuestro corazón. Es que nada es tan próximo como lo ajeno al espacio y al tiempo. Imaginar es dar espacio a la posibilidad, allí donde lo eterno es compañía del vacío.

Dones te doy,
un vacío te doy, 
una plenitud,
desenvuélvelos con cuidado—uno es tan frágil como el otro— 
y cuando me des las gracias
fingiré no advertir la duda en tu voz
cuando digas que es lo que deseabas.

Déjalos en la mesa que tienes junto a la cama.
Cuando despiertes por la mañana
habrán penetrado en tu cabeza
por la puerta del sueño.
Dondequiera que vayas
irán contigo y donde quiera que estés
te maravillarás sonriente de la plenitud
a la que nada puedes sumar y el vacío que puedes colmar.
(Norman Mac Caig, poeta escocés)

Investigaciones sobre la realidad

Cotidianamente somos estimulados a vivir desde afuera de nosotros mismos por un modelo social que presiona a ir más rápido y a no detenerse en casi nada. La vida transcurre entre la inmediatez y la superficialidad, apagados a la posibilidad de descubrir la intensidad de ir más lento. Saborear el milagro cotidiano requiere serenidad. ¿Cómo podría desvelarse si somos incapaces de contemplarlo desde una interioridad sin prisas?
«Pues si las cosas tienen por vocación divina encontrar un sentido,
una estructura donde fundarlo, también tienen por nostalgia diabólica,
perderse en las apariencias, en la seducción de la imagen.» (Jean Baudrillard)
El estado de presencia es ante todo una experiencia sentida en la hondura del corazón que impregna los sentidos. La belleza en lo bello deja de ser un afuera para transformarse en una chispa que enciende una luz interior difícil de traducir en palabras. Es que a veces, lo que sabe mantenerse incomprensible parece llamarnos.
Lo sublime y lo cotidiano se entrelazan a través de la belleza. Su sola presencia estimula la comprensión intelectual e ilumina el corazón. Captar el hilo invisible aporta esa alegría serena que es más un brote que adquisición. Se suele hablar de la fe como asociada a una creencia, pero cada mañana confirmo que no hay apuesta más empecinada a la vida que cada amanecer. Más allá de mis ideas sobre las mañanas, son pura potencialidad que expresa confianza en el devenir.
A veces es bueno inclinarse ante el abismo, ese misterio que la vida nos regala en lo natural, eso que pasando no cesa en su continuo llegar e irse. Entonces el abismo se vuelve cercano, tanto que renunciamos a todo intento por comprenderlo.
No hay una mañana igual a otra. La naturaleza nos lo recuerda cuando ofrece el paisaje de cada día como algo único. Por un momento, la síntesis: Antes, después y ahora se mecen juntos en su propia desmesura. Un silencio diáfano que es todo para quien aprende a escucharse. Con tanta belleza vibrando a nuestro alrededor me pregunto si seremos capaces de reinventar una forma de convivir en esta tierra sin extinguir el planeta. Una interrogación que no admite el pesimismo extremo o el optimismo simplón en la respuesta sostenida en lo sabido o en lo negado. Pero si la esperanza que en el matiz encontremos la forma.
Nuestro pensamiento sobre la realidad está sutilmente velado por múltiples factores. La realidad está muy lejos de poder ser acotada por un puñado de ideas de las que podamos disponer. El pensar implica poder llevar adelante una labor crítica que nos anime a cuestionar la solidez y consistencia de esas ideas. Pensar es caer en la cuenta que en todo lo que decimos saber hay una interpretación cuya fortaleza intrínseca necesita ser revisada una y otra vez.
Pero es cierto, las preguntas pueden perturbar más de lo tolerable puesto que la duda puede ser verdaderamente inquietante. Tanto o más que la certeza incuestionable de un saber. Es que a veces, el miedo a tener que volver al llano del no saber es un horror que domina. El dogma suele descansar en ese miedo a lo incierto, a lo imponderable, a eso que es justamente, la materia esencial de la vida.
«Si nos dejamos caer en el abismo indicado, no caemos en el vacío. Caemos hacia lo alto. Su altitud abre una profundidad.» (Martin Heidegger)
Todo decae en el tiempo, nada es eterno en su configuración inicial. La reconfiguración del sistema sucede frente a nuestros ojos, lo veamos o no. De tanto espejarnos en similares pensamientos, en afinidades que nos hacen sentir a gusto, perdemos de vista ese mundo mucho más grande que nuestro punto de vista.
Resulta imprescindible distinguir la discontinuidad que se deja entrever en la continuidad. Es la interdependencia de saberes, de lucideces y claridades, lo que nos refleja en un genuino nosotros. El propio conocimiento aislado no enriquece a la totalidad sino a través de la convergencia de matices que conforman una riqueza significativamente más abierta y vitalizada.
«Quien piensa lo más hondo, ama lo más vivo» (Hölderlin)
Me gustan las citas, son como mojones en el camino. No para detenerse sino para orientarse y continuar andando. Porque caminar no es avanzar en línea recta sino en torno a nuestros límites para poder cercarlos y entregarse vibrantemente en cada acontecer.

Un texto tiene riqueza cuando es portador de algo que es punto de partida y no de llegada. Las palabras tienen vida si provocan que te digas algo, si te animan a recrearlas en tu propio mundo interno. En esta época de adhesiones y rechazos veloces a lo que el otro dice, celebro el decir abierto que es estímulo. Un decir logrado es aquel que invita al pensamiento a volar con alas propias.
Después de todo, ¿es el mundo una cosa hecha o un hacerse con nuestra participación?

Del mirar y el ver de cada mañana.

A veces la mañana es esperanza. Otras es nostalgia de la vida no abrazada que parece deuda. La mañana entonces invita a pensar, imaginar y soñar a lo lejos.

Todo lo que escribo nace en esa intimidad que lo hace personal. Cuando algo pasa por la cabeza y el corazón se vuelve mucho más biográfico que el territorio de los hechos. Aún cuando podría expresarme a través de alguno de los personajes que me constituyen y dan forma, lo más difícil es hacerlo desde uno mismo, despojadamente. Lo que siento es que, si no puedo conectar con quién soy en su real dimensión a través de las palabras y el tono que uso, entonces no podría llegar a nadie. Y siempre lo hago con la esperanza que ocasionalmente brote algo que estimule alguna pregunta interesante en otros.

Es llamativo como a veces la memoria siembra de susurros la mente. Las ausencias cobran vida como retazos de aquellas presencias. La experiencia se hace fibra y se siente tan auténtica como si fuera real aquí mismo. A medida que los días pasados se acumulan en años, aumenta la frecuencia en que la memoria se activa a partir de esos fragmentos que de tan guardados se volvieron secretos. Somos llevados de regreso a lugares que no existen y recibimos opiniones de gente que ya no está. Muchas veces me pregunto si habrá alguna diferencia entre imaginar algo o haberlo vivido, porque el espacio que ocupa y lo significativo que se vuelve lo hace muy parecido. Y entonces, uno de esos suspiros que arquea las cejas viene a rescatarme de la duda y devolverme al presente.

Es fácil sentirse atraído por la naturaleza y su esplendor. Muchas veces me pregunto si estoy ubicada en mi propio centro para captar la chispa divina que atraviesa la vida natural en todas sus formas o estoy consumiendo naturaleza. ¿Con qué estoy sintonizando? Nada como una caminata sin propósito en un entorno atractivo para darse cuenta. Un sano escepticismo me acompaña y me impulsa a ser humilde frente tanto que no sé. Trato de estar alerta porque no soy inmune al autoengaño, el ego siempre está buscando sus mejores galas espirituales para justificar sus preferencias.

Siempre hay algo que está naciendo a través nuestro, acompañando la melodía vital que espontáneamente brota ofrecida al descubrimiento.

La concentración y la quietud mental son la fundación en la que se apoya la observación ecuánime. Si no hay serenidad en los pensamientos inevitablemente, como producto de la observación desenfocada, surgen la atracción o el rechazo. Lo catalogado como agradable despierta el apego emocional mientras que lo desagradable impulsa la aversión. Disfruto practicar mientras camino porque los estímulos externos son intensos y ponen a prueba mi estado de conciencia.

Hay momentos en que la intensidad de la belleza de este mundo brota lujuriosa, como un canto silencioso que expresa la plenitud con desenfado. Me gusta pensar que esos momentos son un homenaje que la vida me hace con su regalo y yo le hago al percibirlo. Comunión perfecta en la que la mente se rinde al flujo sutil que vibra en ese brillo fugaz que nos hace uno. Tan inmensa es la abundancia de vida que nos cobija que si lo pensara, concluiría que es demasiada. Pero al sentirla, me dejo envolver y agradezco el privilegio de gozar de la maravilla cotidiana.

Ver la realidad esquematizada nos cierra. Las clasificaciones son prácticas pero engañosas. Cultivo una mirada abierta que una y otra vez tropieza con límites autoimpuestos pero que no se resigna. Una mirada atenta, que ya no persigue objetivos sino que está dispuesta a transgredir, que se anima a traspasar el umbral de los «debería» y los «hay que» hacia un espacio libre, allí donde lo imposible y lo irreversible nos hacen muecas.

 

De la intimidad de los pequeños milagros.

Tómate tiempo para celebrar los milagros que no buscan llamar la atención. Viajamos demasiado rápido sobre nuestras falsas seguridades. Toma refugio en la maravilla de tus sentidos.
Inclínate a ver la forma en que cae la lluvia serena y persistente.
Imita el hábito del crepúsculo que se toma su tiempo para migrar de color.
Observa el brillo de la piedra que fomenta la luz del día e imagina ese universo de formas infinitas que se ocultan en ella.
La cosa más importante que puedes hacer con cada día, con cada mañana, cada tarde y cada noche es dejar algo de vacío, hacer un espacio. Estamos tan atrapados dentro de nosotros mismos y guiados por nuestros patrones habituales que nuestra visión se asemeja a la que tenemos en un túnel, un encierro que nos protege del dolor pero nos impide ver la belleza. Al experimentar la quietud y su silencio, el vacío y su significado, podemos ver que el cielo estaba allí y que había pájaros en los cables telefónicos…
(Pema Chódrón)

De la serenidad y el mundo detrás de la ilusión.

¿Somos capaces de estar con la mente serena y tranquilamente alerta en la contemplación de lo que sucede en ella?

Disfruto de pasear temprano en las mañanas de verano, sentir el olor del rocío y la calidez del sol aún oblicuo. Solo caminar sin horario ni destino, atenta a lo que encuentro a mi paso, observando mis reacciones calmadamente. Observarlo todo afuera y adentro, descubrir en la naturaleza externa mi propia naturaleza interna en comunión. Observarme y observar en silencio sin teorías de por medio la belleza que todo lo inunda.

Es una práctica vital que viene acompañada de una paz profunda, que no juzga con filtros, que desmenuza en una observación despojada el movimiento, la danza de pensamientos y sentimientos. La vida me ha enseñado que hay una sabiduría que no encontraré en los libros, que debo reconocer y experienciar desde mi interior, sin salir de mi casa sino afincada firmemente en ella para poder así experimentar el mundo entero detrás de la ilusión.

Quiero escribir acerca de la luz,
pero no sé si las palabras
pueden iluminar del mismo modo
con que ella brilla en las ramas de los árboles,
en las alas de las aves,
y hasta en las cosas rotas,
devolviéndoles a los seres su belleza.

¿Acaso pueden las palabras hilar sustancia
desde el esplendor o el ocaso?
¿Pueden las palabras halagar
la celebración de pájaros ya cansados de la noche?
¿Pueden las palabras entibiar la superficie
de piedras y dolores?
¿Pueden las palabras revelar la riqueza
de cosas abolladas y mundanas?
No lo sé.

Pero si queremos escribir un mañana
que sea mayor que nuestras heridas,
podríamos usar nuestras palabras como bendiciones,
y recordar los gozos dentro del quebranto,
los comienzos dentro de cada final,
y la belleza dentro de todas las cosas.

(Bernardette Miller)

 
 

 

Del positivismo, el pensamiento claro y el estado de conciencia .

En algunos entornos es casi obligatorio pensar positivamente y es común escuchar «el mundo es un gran lugar…», «todo es maravilloso y tiene una razón…». Pero luego uno puede distinguir en lo cotidiano, actitudes que expresan miedo, enojo, tristeza o decepción. De esta primera impresión, se podría deducir rápidamente que estaríamos frente a una incoherencia entre lo que se dice y se piensa. Aún cuando la intención sea pensar positivamente, el resultado no lo deja ver.

Los neurocientíficos dicen que hay una explicación para que esta situación sea habitual: Las neuronas que se disparan juntas, se conectan entre sí. Esto significa que los patrones repetitivos de actividad mental construyen estructuras neuronales. Por diferentes mecanismos, las sinapsis se sensibilizan y también se crean nuevas atrayendo más sangre a las regiones ocupadas. El tema es que el cerebro es muy bueno en la construcción de estructuras nuevas a partir de experiencias negativas. Aprendemos de inmediato del dolor y relativamente lento de las emociones positivas.

No es casual, la biología cerebral busca la supervivencia en primer lugar. El cerebro tiene un sesgo de negatividad que incorporó a lo largo de generaciones de evolución. La información negativa se adhiere creando patrones mientras que la información positiva casi resbala. Esto pone en evidencia que debemos hacer un esfuerzo consciente en aprender a pensar de manera de crear serenidad como una forma de estar en el mundo. Salir del modo reactivo e instalarnos en el modo de respuesta.

Creo útil el pensamiento positivo, pero no lo es tanto como un pensamiento claro. Es importante ser capaces de ver el panorama completo, todo el mosaico de la realidad sin tratar de cambiar los hechos de manera artificial. Tener a la vista tanto las baldosas negativas como las positivas y las neutrales. Dado que el cerebro deliberadamente se concentra en las negativas tenemos que poner atención para distinguir e incorporar las positivas.

La mente, vista como el proceso de crear pensamientos, tiene un gran poder de persuasión. Nos seduce y captura decidiendo qué es relevante y asignándole un valor absoluto a los hechos. Todos queremos evitar el sufrimiento, pero es necesario entender que el mismo no proviene de pensar negativamente sino de quedar atrapados, dominados y condicionados por esos pensamientos. Es habitual pensar que el trabajo interior consiste en erradicar los pensamientos negativos mientras potenciamos las emociones positivas y es lo primero que deberíamos abordar: Calmar la mente y serenarnos. Pero luego tenemos que hacer un trabajo más profundo: Necesitamos reducir la intensidad emocional negativa, aplacar la ira, el miedo y el apego y evitar que los pensamientos negativos nos dominen para poder enfocar la atención con claridad en lo que sucede.

El aporte que hace la práctica del silencio consciente provoca que el observador se mantenga activo para hacer la pausa y evaluar la situación. No se trata de disfrazar los hechos o negarlos sino de ir dando forma a una mente clara que crea pensamientos moldeados a través del discernimiento. Poco a poco va distinguiendo la forma en que opera la mente y puede ver los extremos, los patrones y decidir con mayor sabiduría, lucidez y compasión.

Meditar cada día, darle lugar al silencio como espacio de reposo va recreando un estado pacífico. La práctica cotidiana nos equilibra y nos ayuda a potenciar estados de armonía, perdón, gratitud y amor. En estos estados, podemos ver con ojos nuevos que la mente crea interpretaciones posibles de la realidad. Eso es todo. Y no es poco.

De tragedias, nostalgias y almas suicidadas

Allá en la hondura de todo ser humano reside una nostalgia primaria, resuena una insatisfacción que es tragedia en sí misma. Una añoranza que nos impulsa a buscar guiados por una intuición con voz propia que nos dice que hay más que lo evidente. Agotados de una vida que deforma y adiestra para sobrevivir como sea y a tener más para ser alguien palpitamos el sinsentido.

Si logramos despertar a la inteligencia que todo lo rige, a la naturaleza íntima de todo lo que existe conectamos con una clase de amor que sana y trae sosiego. No es la paz que anestesia el dolor sino la serenidad que acepta las cosas tal como son. El despertar a esa verdad nos hace apreciar la anatomía de la vida y a escuchar la vida que nos vive. Es entonces cuando en las alas del ser volamos empujados por un soplo sin origen ni fin y encontramos la dicha serena, la felicidad callada.

María era una enamorada de Mar del Plata pero en el invierno, el frío y el gris que lo impregna todo hacen que las penas sean más penas. Ella miró de frente el mar y ayudada por el viento se tiró desde el acantilado. Cuando despertó en el hospital, con el médico observándola junto a la cama apenas susurró ¡no puede ser..!, pero enseguida el médico trató de tranquilizarla. Estamos para ayudarla, le dijo, porque desde el acantilado que se tiró, era imposible que el mar no le rompiera el alma.  Con un hilo de voz  y con la mirada viendo lo que no se veía, María expresó las que serían sus últimas palabras: No, mi alma ya estaba rota.

Del respeto, la sabiduría espiritual y el simulacro.

Profundizar en la comprensión al explorar el camino espiritual implica valerse de perspectivas y enfoques diferentes con la genuina intención de complementarse y adentrarse en las interioridades del sentido auténtico. No deberíamos aferrarnos a un solo conocimiento como la verdad última porque es una irrealidad, nadie la tiene por completo.

Cuando somos respetuosos no alimentamos fantasías, no caemos en los excesos ni tropezamos con el olvido y la desconsideración de los demás. La mente se mantiene serena y la conciencia disponible para ser el guía de nuestras acciones, del modo en que nos relacionamos con el mundo. Cultivarse es trabajarse hacia adentro y conocerse para construir orden interno. Ese orden respeta la singularidad de cada uno abrazando la unidad y abandonando los estereotipos que dividen, segregan, etiquetan y califican. El cultivo de la virtud proviene del desarrollo de la conciencia. A medida que el ser humano se abre, su conciencia se amplía para abarcar cada vez más las complejidades de la vida, de sus organizaciones y los principios de la naturaleza.

Con el tiempo uno aprende a valorar la incertidumbre en su sabiduría inherente y a tener fe en que más allá de lo aparente o de lo ingenuo asoma lo esencial y verdadero. Curiosamente el discernimiento lúcido y la claridad emergen frecuentemente a partir de la desilusión, de la distinción de aquello que no es verdad. Es probable que la mayor de las verdades sea que no hay nada completamente conocido y que todo acaba desvaneciéndose.

«La mala noticia es que estamos cayendo y no hay nada de qué agarrarse ni tenemos paracaídas. La buena noticia es que tampoco hay suelo.» (Chögyam Trungpa)

Hay un margen entre el puro ateísmo y el puro teísmo, una franja intermedia que es fascinante y misteriosa, un escepticismo higiénico que es práctico y lleno de vitalidad. El concepto de Dios como algo necesario o la divinidad donde todo se apoya está desprovisto de magia cuando se lo analiza como el fundamento de todas las cosas. El pensamiento convencional puede tropezar con sus propios límites en su búsqueda de sentido (incluyendo eso que nombramos como experiencia) y el ego discriminador que todo lo sabe encontrar la razón en la sinrazón que justifica lo injustificable atribuyéndolo a la magia.

El desafío es comprenderse a sí mismo, que muy sinceramente y fuera de toda duda, es una de las aventuras más formidables que podamos plantearnos. Pero, a pesar de notables avances que podamos ir haciendo, solo con humildad podremos admitir nuestros propios límites para explicarnos con palabras la totalidad de la experiencia humana.

Un encuentro de personajes espiritualizados:

Y dijo El Tábano Alberto (conocido en ciertos ámbitos como Sri Alka Seltzer) mientras intentaba tragar una galleta de mijo: Una cosa es desapego y otra es la desidentificación neurótica de la vida. No hay ninguna claridad espiritual en aprender a calmar la mente y ver que los pensamientos van y vienen para terminar cobijándose en nuevas guaridas que solo son renovados mecanismos de defensa para no confrontar el dolor psíquico. Tratar de poner fin a la confusión y el sufrimiento a través de la túnica blanca de las verdades espirituales puede ser un astuto recurso egoico para no exponernos a la vulnerabilidad que acompañan las relaciones humanas reales. 

¡Claro! saltó enseguida Ofelia Guillotina mientras le acercaba un licuado de espirulina. Escuchar al otro es empatizar con su decir, interesarse y no meramente silenciar el ruido de las palabras propias para que resuene el ruido de las palabras de ese otro en un simulacro de «te escucho». Eso es espiritualidad de primer piso, orientada a los grandes números pero desarraigada de la experiencia humana.

Mientras tanto, Lady Pureza, pestañando azorada sin entender de qué hablaban ni para qué, seguía redactando bendiciones para las almas.

(La imagen es de Arief Siswandhono)

De reacciones e interpretaciones.

La paz interior necesita de práctica para que un estado de conciencia sereno y equilibrado en la quietud se mantenga firme ante cualquier circunstancia. Si practicamos estar enojados reaccionaremos bajo ese patrón ante la primera situación de tensión. Porque en la naturaleza de la mente no está la docilidad, su flujo natural es emotivo.

Meditar ayuda a crear paz en la mente pero también es necesario estar atentos a la autoindagación que nos permita ver las respuestas nacidas en reacciones emocionales para poner distancia y observar su origen. Hay que desear cambiar y motivarse diariamente para no caer en el autoengaño o atraparse en argumentos que enmascaran y refuerzan las tendencias subconscientes.

Lleva tiempo aprender a distinguir el origen de una reacción descontrolada, las afirmaciones nacidas en la imaginación o las ideas producto de la interpretación Aunque sepamos que las cosas son como son, muchas veces las vemos a través de los velos de la mente conforme nos gustaría, suponemos que son o tememos que sean.

Hay una profunda enseñanza espiritual detrás de cada escena si aprendemos a capitalizarla. O la vida continuará siendo un lugar hostil si nos aferramos a la seguridad de nuestros hábitos y creencias.

Cierto tendero tenía un loro en su negocio que le gustaba hablar y hablar cuando había clientes. Pero un día, sin darse cuenta, el loro volcó una jarra de aceite y manchó el mostrador. Al ver el desastre, el tendero montó en cólera y le dio un golpe en la cabeza perdiendo en ello un buen número de plumas. El loro dejó de hablar. El tendero se culpó a sí mismo e hizo lo posible para que el animal volviera a parlotear pero no lo consiguió. Pero un día, un cliente calvo entró en la tienda y el loro al verlo comenzó a gritar: ¡Pelado, pelado…  también te golpearon en la cabeza! Derramaste una jarra de aceite, ¿verdad?

A menudo no vemos los hechos como son porque permitimos que nuestras experiencias nos condicionen y perturben la visión. La meditación es un método para superar condicionamientos psíquicos y apreciar las cosas como son, con pureza y sin adulterarlas con nuestros esquemas mentales.

De la realidad y su naturaleza.

Entender la naturaleza de la realidad es una búsqueda permanente en el ser humano. Encontrar el sentido de lo que existe, de lo que percibimos y su relación con nuestro propio ser y estar. Hay un espacio de conciencia, un refugio íntimo de paz que nos aguarda en el silencio como una compañía eterna a nuestra esencia divina. Cuando nuestro corazón siente esa clase de amor profundo que abraza la vida estamos conectados a la claridad de nuestra naturaleza verdadera. Aceptamos las escenas tal como son, sentimos confianza y seguridad en nuestra capacidad para desplegar alternativas sin cuestionar ni buscar razones que justifiquen o expliquen nada.

Cuando nos abrimos a la experiencia de estar solo presentes, al gozo del único momento real sin pasado ni futuro, podemos tocar la perfección y sentir ese profundo agradecimiento por ser conscientes, estar despiertos a la vida y ver más allá de lo evidente.

Hasta que no soltamos la manipulación de la realidad a través de nuestras experiencias subjetivas, cargadas de interpretaciones y explicaciones fundadas en creencias que condicionan la percepción no es posible entender la naturaleza de la realidad. Hace falta confiar también en lo que no entendemos, aceptar y rendirnos al misterio de lo incognoscible para disfrutar de las olas de la vida.

Volvernos serenos es la base para experimentar estados de conciencia que nos permitan fluir en la verdadera libertad del ser espiritual viviendo en un cuerpo físico.

Toma una posición cómoda, cierra los ojos o fíjalos con suavidad en un punto por delante de ti sin ver. Solo contempla en reposo. Realiza algunas respiraciones conscientes, inhala lenta y profundamente, llenando los pulmones y luego exhala sin prisa, al tiempo que sientes tu cuerpo, relajas las zonas tensas, tu mente descansa en la respiración y suavemente suelta las resistencias. Dirige tu atención a recorrer tu cuerpo y sus sensaciones. Siente la vibración de la vida en los pequeños movimientos, frío o calor, músculos firmes o relajados. Tómate unos minutos para el recorrido consciente, para danzar en las sensaciones. 

Invita a tu conciencia a recibir los sonidos que escuchas dejándolos fluir a través de ti. Ábrete al cambiante entorno y sus sonidos escuchando con tus oídos y toda tu atención consciente. Percibe, capta y disfruta unos minutos de la exploración al sumergirte en la levedad de la experiencia. 

Deja que tu conciencia reciba las luces e imágenes que lleguen. Formas, sombras, destellos. Presta atención a tus sensaciones, siente el espacio a tu alrededor y vuélvete receptivo a los olores del aire. Descubre qué es oler como si nunca lo hayas hecho.  

Ahora deja que los sentidos se abran con el cuerpo y la mente relajados y receptivos. Siente la experiencia de la vida que fluye libremente a través de ti. Observa el flujo cambiante de la vida sin juzgar, su vitalidad y presencia.  Goza este espacio de presencia silenciosa y ábrete a sostener esta conciencia en lo que hagas luego. Lentamente regresa al mundo de la acción, con movimientos lentos en tus extremidades. Estás listo para sostener esa experiencia de paz en la acción. Quietud en la inquietud, sosiego en el desasosiego.