Del reconocimiento y la recapitulación espiritual.

¿Podemos confiar en la primera intuición que nos sugiere una explicación? ¿Es intuición o prejuicio? ¿Qué es una respuesta sino un destino provisional que encontramos conforme a nuestra historia y experiencia vital? Resulta curioso cómo el asumir las distorsiones con que conectamos con los demás y el entorno se convierte en un síntoma de crecimiento espiritual. Desesperados por no dejar de ser alguien nos perdemos de ser. Paradojalmente y acorde a lo inexplicable de tantísimas cosas de este mundo, nuestra insignificancia se vuelve grandeza frente al reconocimiento de nuestras limitaciones.

¿Vemos el mundo o nuestra idea del mundo? Si no ponemos la suficiente dosis de atención y observación despojada desde lo más auténtico de uno mismo, es muy probable que solo veamos el mundo que nuestra mente nos permite ver. Las convenciones conceptuales le van dando forma a ciertos marcos interpretativos que luego naturalizamos. Sin un análisis contextual la comprensión se limita a nuestros rigores mentales. Nos identificamos irremediablemente con algo que casi sin advertirlo se convierte en nuestra jaula y a veces, muy convencidos, cerramos con alegría nosotros mismos la puerta.
Mal que nos pese, la realidad social es fruto de una época, no de algunos líderes que deciden por los demás sometiéndonos a su voluntad. Esos líderes surgen del seno del colectivo social. Sería pertinente preguntarse: ¿Cuál es mi responsabilidad para que como grupo humano nos hayamos convertido en eso que vemos? ¿Cuál es mi contribución personal para que las cosas sean como son?
Quizá la urgencia de este tiempo demande que las ideas más nobles sean encarnadas para convertirse en una realidad más amable para todos.

Antes de valorar negativamente a alguien por una opinión apasionada es conveniente considerar la posibilidad que no se de cuenta que está errado porque simplemente no puede verlo. La situaciones en que tan claramente podemos distinguir un error deberían remitirnos de inmediato a nosotros mismos: Los equivocados podemos ser nosotros y no ser conscientes de ello.
Por eso es tan importante la educación continua que fomente la reevaluación de las propias certezas, no conformarse con el propio juicio, rodearse de colaboradores con pensamiento propio, aceptar la divergencia como una fuente de enriquecimiento y crecimiento personal, vincularse a gente que piensa diferente y por sobre todo, no perder de vista el principio de Meta-Pareto: “Al menos el 80% de la población piensa que está entre el 20% más inteligente.”

¿Son todas las opiniones iguales? ¿Tienen todas el mismo peso relativo? Cada vez me siento menos capacitada para descartar una idea que en primera instancia se presenta como carente de sentido. Es que no pierdo de vista que ya cuento con la suficiente experiencia y trucos mentales como para ver una adaptación y no la realidad desnuda. Aún así, no me aparto de la sana dosis de escepticismo en la que inicio la formación de un juicio. Una opinión tiene que ser un fruto maduro producto de la reflexión, el argumento y la evidencia para tener entidad. Siempre hay matices. Caso contrario, la opinión se apoyará en el prejuicio y en factores emocionales distorsionantes.

¿Todo lo bueno siempre es cosa del pasado? Las valoraciones retrospectivas son poco confiables. Conviene no olvidar que la memoria es selectiva asociando máximos, intensidad y grado de satisfacción con muy poca objetividad. La experiencia real suele tener poco que ver con lo que la memoria proporciona acerca de los eventos.
Cada vez me resulta más evidente que la creación del pensamiento es un proceso que dista en mucho de la perfección, de modo que, entre otras cosas, cada vez me fascino menos con los relatos de grandeza de épocas pasadas.

Y llega un momento que es tiempo de ir más ligero de cargas, de balancear entre el necesario coraje para afrontar lo nuevo y el reconocimiento de los propios límites. De dejar de hacer cosas por obligación y de abandonar la identificación con algo o alguien que está lejos de nuestro corazón. Está más que claro que somos un proceso inacabado en cambio permanente y pretender que algo sea estático, incluyendo quiénes somos, no es más que una fuente de dolor que se agrega al dolor inevitable que la vida trae. Porque es útil poder mirarse en el espejo de la conciencia y no sentirse un fraude manoteando el maquillaje o buscando la nueva versión para seguir disimulando. Cuando uno finalmente se da cuenta, la integración de cada aspecto deseado y no deseado de lo que somos encuentra su lugar. Entonces nos reconciliamos con la vida que nos vive con toda su grandeza y nos volvemos menos severos con nuestras incoherencias.
Me siento agradecida a la meditación. Sin este recurso no podría haber reconocido los matices con que puedo ir modificando mi mirada liberándome del prejuicio.

 

 

Del olvido fértil y su trasfondo

A veces parece que la abundancia de la vida no cabe en la vida que pensamos como propia y por eso nos desborda. Con el tiempo y algo de sensibilidad se vuelve evidente que nos es dada en cada respiración. Somos testigos de cómo nos respira a través del cuerpo. Cuando redescubrimos la capacidad de escuchar lo que la vida tiene para decirnos, cuando sintonizamos con su tono, es entonces cuando nos dejamos afectar por ella, no apasionamos en el descubrir y agradecemos a pesar de todos los peros.

                                      «Si dejas  de  cargar el mundo  sobre  tus hombros,                                                                              te  darás cuenta  que   no  se  apoyaba.»  (Alice White)

Cambiar es un gran esfuerzo para cualquier ser humano. Si tomamos decisiones para dejar de decidir y flotar apaciblemente, es bastante lógico vivir atrapados en la nostalgia de los supuestos logros pasados. Somos una narración nueva en cada palabra pronunciada pero no todos vamos al encuentro de eso en que nos transforma y preferimos refugiarnos en el no pensarnos en la novedad de lo que aún no somos. Hay mucho por descubrir. El gran cambio es comprender la vida desde la vida y no en su descripción.

Hay momentos en que la vida parece estrecharse, son sensaciones que nos recuerdan de la angustia de no saber de su sentido. Porque no sabemos, aún cuando solemos explicarnos razones parecería que su misterio trata de hablarnos. Siendo tan evidentemente enigmático el aparecer en esta vida, permanecer un rato y desaparecer sin más, ¿cómo es que aún vivimos en la sombra de la costumbre en lugar del asombro de la existencia?, ¿cómo no habitar en el regalo de lo que acontece con cada latir del corazón?

El día no es solo día,
también es noche encendida,
sombra transparentada,
es porque no tiene sombras que no vemos lo que el vacío enciende,
que no vislumbramos lo que nos queda cuando no nos queda nada.
(Hugo Mujica)

Probablemente la memoria no sea más que una gran ilusión que no representa lo que vivimos sino aquello a lo que morimos involuntariamente. Vivimos en la fantasía de lo propio, en el afán de posesión que trata de conservar las supuestas vivencias como tesoros del presente al rememorarlas. Pero el pasado está consumido a lo que somos, similar a la mecha de una vela que desaparece mientras se va quemando. El olvido genuino es entonces desprendimiento, que como tal, necesita también ser olvido de sí.

“Todavía hoy, sin embargo, sigo ignorando por qué hay que viajar tanto para saber quiénes somos. Todo es profundamente elemental; la vida es mucho más sencilla de lo que creemos cuando somos jóvenes. La vida es levantarse por la mañana y rezar; trabajar; comer; acostarse por las noches; saludar a los vecinos; pasear… La vida es cantar una melodía que recordamos; sorprenderse de que salga el sol o de que se ponga; dormir; soñar… Todo está bien. No hay que  luchar, sólo vivir.   Vivir: esa es la cuestión.   Y dejarnos envejecer. Y luego, finalmente,  apagar la luz.”
(El Olvido de sí, Pablo D´Ors)

De los ecos y la memoria.

Todos tenemos historias que nos contamos una y otra vez. ¿Son verdad? Quién sabe… Pero tal vez esa sea una pregunta equivocada. Desde la comprensión humana la verdad y la realidad son tan tenues que quizá una pregunta más significativa sea: ¿Estas historias alimentan el alma, nutren la conciencia de manera de impulsarnos hacia lo necesario? La vida parece hablarnos a través de ecos, susurros que son sugerencia, destellos que aparecen como conjeturas llenas de sentido.
Las historias que nos contamos, ¿son útiles, agregan valor a nuestra vida y a la de los demás o hablan de nuestros apegos más difíciles y menos accesibles?
Disfruto de la naturaleza porque allí encuentro un ritmo profundo, un pulso al compás de lo sagrado, donde no parece haber tiempo ni espacio, donde todo es simple transcurrir. La manera en que vivimos es un exilio de nuestras naturales necesidades. Nos agota el personaje ilusorio que construimos pensando en sobrevivir y que alimentamos con el relato mental. Lo sublime de la naturaleza nos lo dice sigilosamente con la sanación que provoca pasar un día en la montaña o sentir la brisa del océano en el rostro.
Probablemente tengamos que volver al templo de nuestros sentidos y abrigarnos en la conciencia para captar lo que debemos ver y oír. Poner atención para percibir la nueva frontera como una invitación a desplegar la simetría interna tejida en la pertenencia. Curiosamente y no sin ironía, aquello que buscamos tantas veces con desesperación, literalmente nos rodea.
No tienes que ser bueno.
No tienes que recorrer el desierto
arrodillado, arrepintiéndote.
Sólo tienes que dejar
que el animal suave de tu cuerpo
ame lo que ama.
Cuéntame de tu dolor,
yo te contaré del mío.
Mientras tanto, el mundo sigue.
Mientras tanto, el sol
y los guijarros claros de la lluvia
se desparraman sobre los paisajes,
sobre las praderas y los árboles profundos,
las montañas y los ríos.
Mientras tanto, los gansos salvajes,
allá arriba en el límpido aire azul,
están volviendo a casa.
Quienquiera que seas,
no importa cuán solo te sientas,
el mundo se ofrece a tu imaginación,
te llama como la voz de los gansos salvajes,
áspera y excitante, anunciando,
una y otra vez, tu lugar en la familia de las cosas.
(Los gansos salvajes, Mary Oliver)

Del horizonte de sentido y la realidad cotidiana.

La Verdad (con mayúscula inicial, como les gusta escribirla a aquellos que creen que la tienen) no puede ser secuestrada por pretensión alguna de totalidad manifestada en un camino, tradición o religión. Nadie puede apropiarse de ella y arrogarse el conocimiento absoluto de lo misterioso y trascendente. La experiencia espiritual auténtica y transformadora no cierra la mente sino que la abre y nos vuelve hacia la vida en todas sus facetas. Sin dominancia y con humildad frente al corazón de la realidad.
Dice bellamente el teólogo y antropólogo Javier Melloni Rivas: Las religiones son las copas; la espiritualidad, el vino; las creencias, las denominaciones de origen de cada vino, y la mística es beber de ese vino hasta embriagarse. Cuando se confunde la copa con el vino y el vino con la experiencia de beberlo es cuando surgen los conflictos. ¿Son necesarias las copas para beber el vino? Unos considerarán que sí, y serán practicantes de una determinada tradición. Otros preferirán beber el vino directamente de la bota, con el riesgo de que se les escape entre las manos o no sepan ponerle límite. Lo característico de nuestro tiempo es que cada cual es libre y responsable de sus propias decisiones, sin amenazas que nos infantilicen.”
El silencio nos hace conscientes de nuestra autopresencia en la misteriosa y escurridiza realidad. Conectar con la naturaleza de cada cosa nos hace vivir lo cotidiano en paz, con la comprensión de ese «latido» que todo lo habita, simplemente aceptamos y agradecemos.
Una nueva configuración de lo que somos emerge cuando nos volvemos porosos a la dimensión espiritual de nuestra existencia. La atención consciente nos muestra la pequeñez y grandiosidad, la paradoja y la interconexión de todo lo que existe. Que cada momento sea una oportunidad y una celebración depende solo del compromiso diario con nuestra propia salud espiritual. La vida es mucho más que lo que se ve, lo que carece de sentido en vivirla de cualquier manera.
Hoy necesitamos de una mística cósmica, mística de los ojos y oídos abiertos sobre la realidad.” (Leonardo Boff, filósofo y teólogo brasileño)

De la nobleza de las palabras y su belleza.

Cuando descansamos en nuestro centro y vamos despuntando con delicadeza nuestra verdad interior se hace posible disfrutar la lindura de la creación y sentirla. Las palabras son vehículo de sentido cuando expresan la simplicidad atemporal en un canto a la dignidad, la compasión y la fe en la vida.

Nada es inadecuado ni perturba nuestra paz en ese espacio íntimo donde disfrutamos de la lectura con sentido. Es el regalo de estar vivos y conscientes. Una comunión con la divinidad de la existencia que acompaña pero no invade.

“Camina plácidamente entre el ruido y la prisa, y recuerda que la paz puede hallarse en el silencio. Siempre que te sea posible y sin rendirte, mantén buenas relaciones con los demás. Expresa tu verdad de una manera serena y clara, y escucha a los demás, incluso al torpe e ignorante, también ellos tienen su propia historia. Evita las personas ruidosas y agresivas, ya que son un fastidio para al espíritu. Si te comparas con los demás, te volverás vano y amargado ya que siempre habrá personas más grandes o más pequeñas que tú. Disfruta de tus éxitos, lo mismo que de tus planes. Mantén el interés en tu propia carrera, por humilde que sea, pues es un verdadero tesoro en el continuo cambiar de los tiempos. Maneja tus negocios con precaución, porque el mundo está lleno de trampas. Pero no permitas que eso te ciegue para ver la virtud que existe, mucha gente lucha por nobles ideales, y en todas partes la vida está llena de heroísmo. Sé tú mismo, especialmente no finjas el afecto. Tampoco seas cínico en el amor, pues en medio de todas las arideces y desengaños, el amor es tan perenne como la hierba. Escucha atentamente el consejo de los años, renunciando con elegancia a las cosas de la juventud. Cultiva la firmeza del espíritu para que te proteja en las adversidades repentinas, y no te confundas con las fantasías. Muchos temores nacen de la fatiga y la soledad. Bajo una sana disciplina, sé justo contigo mismo. Tú eres una criatura del universo, no menos que los árboles y las estrellas. Tú tienes derecho a existir, y sea que te resulte claro o no, sin duda el universo marcha como debiera. Por lo tanto, mantente en paz con Dios, cualquiera que sea tu idea de él, y cualquiera que sean tus trabajos y aspiraciones. Mantén la paz en tu alma en la ruidosa confusión de la vida. Aún con todas sus farsas, penalidades y sus sueños rotos, el mundo es todavía hermoso. Sé cauto y esfuérzate por ser feliz”.

(Max Ehrmann, “Desiderata”, Desiderata of Happiness.)

Del respeto, la sabiduría espiritual y el simulacro.

Profundizar en la comprensión al explorar el camino espiritual implica valerse de perspectivas y enfoques diferentes con la genuina intención de complementarse y adentrarse en las interioridades del sentido auténtico. No deberíamos aferrarnos a un solo conocimiento como la verdad última porque es una irrealidad, nadie la tiene por completo.

Cuando somos respetuosos no alimentamos fantasías, no caemos en los excesos ni tropezamos con el olvido y la desconsideración de los demás. La mente se mantiene serena y la conciencia disponible para ser el guía de nuestras acciones, del modo en que nos relacionamos con el mundo. Cultivarse es trabajarse hacia adentro y conocerse para construir orden interno. Ese orden respeta la singularidad de cada uno abrazando la unidad y abandonando los estereotipos que dividen, segregan, etiquetan y califican. El cultivo de la virtud proviene del desarrollo de la conciencia. A medida que el ser humano se abre, su conciencia se amplía para abarcar cada vez más las complejidades de la vida, de sus organizaciones y los principios de la naturaleza.

Con el tiempo uno aprende a valorar la incertidumbre en su sabiduría inherente y a tener fe en que más allá de lo aparente o de lo ingenuo asoma lo esencial y verdadero. Curiosamente el discernimiento lúcido y la claridad emergen frecuentemente a partir de la desilusión, de la distinción de aquello que no es verdad. Es probable que la mayor de las verdades sea que no hay nada completamente conocido y que todo acaba desvaneciéndose.

«La mala noticia es que estamos cayendo y no hay nada de qué agarrarse ni tenemos paracaídas. La buena noticia es que tampoco hay suelo.» (Chögyam Trungpa)

Hay un margen entre el puro ateísmo y el puro teísmo, una franja intermedia que es fascinante y misteriosa, un escepticismo higiénico que es práctico y lleno de vitalidad. El concepto de Dios como algo necesario o la divinidad donde todo se apoya está desprovisto de magia cuando se lo analiza como el fundamento de todas las cosas. El pensamiento convencional puede tropezar con sus propios límites en su búsqueda de sentido (incluyendo eso que nombramos como experiencia) y el ego discriminador que todo lo sabe encontrar la razón en la sinrazón que justifica lo injustificable atribuyéndolo a la magia.

El desafío es comprenderse a sí mismo, que muy sinceramente y fuera de toda duda, es una de las aventuras más formidables que podamos plantearnos. Pero, a pesar de notables avances que podamos ir haciendo, solo con humildad podremos admitir nuestros propios límites para explicarnos con palabras la totalidad de la experiencia humana.

Un encuentro de personajes espiritualizados:

Y dijo El Tábano Alberto (conocido en ciertos ámbitos como Sri Alka Seltzer) mientras intentaba tragar una galleta de mijo: Una cosa es desapego y otra es la desidentificación neurótica de la vida. No hay ninguna claridad espiritual en aprender a calmar la mente y ver que los pensamientos van y vienen para terminar cobijándose en nuevas guaridas que solo son renovados mecanismos de defensa para no confrontar el dolor psíquico. Tratar de poner fin a la confusión y el sufrimiento a través de la túnica blanca de las verdades espirituales puede ser un astuto recurso egoico para no exponernos a la vulnerabilidad que acompañan las relaciones humanas reales. 

¡Claro! saltó enseguida Ofelia Guillotina mientras le acercaba un licuado de espirulina. Escuchar al otro es empatizar con su decir, interesarse y no meramente silenciar el ruido de las palabras propias para que resuene el ruido de las palabras de ese otro en un simulacro de «te escucho». Eso es espiritualidad de primer piso, orientada a los grandes números pero desarraigada de la experiencia humana.

Mientras tanto, Lady Pureza, pestañando azorada sin entender de qué hablaban ni para qué, seguía redactando bendiciones para las almas.

(La imagen es de Arief Siswandhono)

Del apego, de creer y ver.

Muchas veces vivimos creyendo que «tenemos los ojos abiertos», «que estamos despiertos» y por eso a nuestra conciencia no se le escapa nada de lo que sucede. Cabría preguntarse cuánto de válido tiene esa confianza en estar comprendiendo. Las formas que toma el apego a las ideas y las explicaciones que nos damos para fundamentar aquello que nos hace sentido o satisface las necesidades básicas de afecto, cuidado, pertenencia se vuelven sutiles para saltear cualquier filtro primario. Pero una mente que vive obsesionada por las cosas que obtiene y la vivencia de logro no puede ver incluso lo obvio. Lo aparente confunde y transforma en ilusión lo que percibimos como real.

Es inclusive en la búsqueda legítima de paz o amor que nos apegamos al identificarnos con la idea que tenemos de lo que significan y cómo se manifiestan. Nos relacionamos con la idea o con el concepto de la paz o el amor como algo que construimos o hacemos pero no con su sentido consciente que solo es accesible a través la experiencia cuando el «yo chiquito» no está allí. Incluso llegamos al absurdo de buscar la experiencia para unirnos al «club de los experimentadores de paz y amor». Podemos vivir ciegos a esa verdad y sentir felicidad. Y es válido como forma de seguir adelante en la vida sin derrumbarse al no tener de donde sostenerse o tomar soporte. Aunque en absoluto es la representación de la pureza de la paz o el amor sino formas de apego a esos conceptos. Confiarse en una percepción subjetiva con el peso de la verdad es garantía de conflicto seguro con otros que no acuerden con ella. Casi sin darnos cuenta podemos construir nuestro propio dogma personal, ese que provoca que todo lo que se aparte al sistema de creencias propio, moldeado con rigurosa meticulosidad a lo largo de la búsqueda de respuestas, sea erróneo o simple ignorancia.

Los seres humanos somos entidades psicosomáticas complejas, individuos únicos y diferentes, vulnerables desde distintos ángulos y aspectos. Aceptarlo es una forma de comenzar a conocernos verdaderamente y no como manera de tapar otras necesidades psicológicas. Las necesidades del alma fluyen en el movimiento de la vida sin forzar las formas ni maneras y se expresan sin esperar ser validadas por ninguna pertenencia.

El individuo que ha logrado independizar su capacidad de elegir de cualquier forma de apego vive consciente, en libertad, se observa imparcialmente para discernir, no juzga a los otros sino los abraza con compasión desde su propia vulnerabilidad. El amor hacia sí mismo se expresa al respetar a los demás en sus propias necesidades aunque no las viva como tales.

Y como dice nuestro querido Pedro, el silencioso maratonista de la vida desde su costado más pragmático: «Porque no es suficiente hacer esfuerzos, pasarla mal y sufrir con resignación. No es cuestión de pasarse la vida chupando limones porque uno ama la sabiduría, la verdad y desea ser honesto. Estamos en esta vida para estudiarnos a nosotros mismos pero solo es posible mirando nuestro corazón con bondad dentro de nuestra horrible y deprimente confusión. Sin bondad, humor y compasión hacia lo que vemos la honestidad se vuelve un lugar sórdido y nos sentimos desgraciados.
Por eso, coraje pero con cordura, firmeza pero con suavidad. Siempre con delicadeza y cordialidad hacia lo que vemos en nuestro corazón para hacernos amigos de eso que vemos con altas dosis de compasión y cuidado.»

De la oscuridad, la luz y la ambigüedad.

Quizá se trate de comprender que las verdaderas tinieblas no son las de nuestra oscuridad desbordante sino las de rendirse a ellas bajo el imperio de la impotencia y la aflicción. Porque también las carencias afirman, tienen su propio decir y maneras de confirmar su existencia para señalar algo.
Cuesta más de lo deseable aprender a constatar que todo tiene un sentido a la espera de ser descifrado y que habitar nuestras ambig­üedades puede resultar incómodo e inquietante. Tanto así, que optamos por volvernos ciegos a nuestra propia oscuridad.
Después de todo, las nubes hacen al cielo más humano para que el sol no nos encandile.

La noche cancela las ocupaciones del día, la inercia recarga la mente.

Luego el día cancela la noche, y la inercia desaparece en la luz.

Aunque dormimos y descansamos en la oscuridad,

¿no contiene acaso la oscuridad el Agua de la Vida?

Refréscate en la oscuridad,

¿acaso un momento de silencio no restaura la belleza de la voz?

Los opuestos se manifiestan mediante opuestos:

En el núcleo del corazón Dios creó la luz eterna del amor.

                                                                                                                      (Rumi)

 

De lo sabio y lo correcto.

«El hombre correcto, con el medio incorrecto, obra correctamente. El hombre incorrecto, con el medio correcto, obra incorrectamente.»

Se trata de actitud y compromiso. Cada persona construye su propio proceso espiritual. La profundidad no se conquista con estudios académicos que podrán ser una ayuda o un obstáculo. No hay reglas que indiquen que alguien erudito pueda volverse sabio ni que alguien sin formación no pueda actuar con sabiduría.
Se trata de honrar el misterio de la vida y cultivarlo para que la vida florezca y muestre un sentido para cada uno.