Del filo de las palabras y toda su crudeza.

«Vamos, no seas marica», le dijo el profesor de natación a Juan al pedir una toalla  para salir de la pileta porque tenía frío. Él tenía ocho años de edad e iba a natación como parte de las actividades de la escuela. Todos sus amigos empezaron a reírse. «Marica, marica…», le gritaron, y el profesor, lejos de hacerlos callar, los alentó. Nunca más volvió a nadar hasta que empezó a hacer gimnasia acuática a los sesenta junto a Lucas, su pareja de los últimos dieciocho años.

“¿Quién quiere más torta?”, preguntó Charlie en el cumple de su hija. Ella festejaba sus catorce años y había invitado a sus amigos de la escuela a su casa. Ella estaba contenta y con entusiasmo le dijo: ¡yo, papá…! “Vos no mi amor, tenés que cuidarte porque vas a seguir engordando”, le disparó Charlie delante de todos sin ninguna medida. Ella aguantó la vergüenza como pudo hasta que se fueron y se refugió en su cuarto pensando en lo triste que era ser gorda.

«Tu dibujo no tiene nada que lo destaque, es común”, le dijo su profesora de dibujo apenas iniciado el primer año del secundario. Para ella, dibujo era la materia preferida en la primaria y realmente dibujaba muy bien. Se había destacado en concursos y exposiciones del distrito. Pero ese año casi se lleva la materia. No volvió a dibujar hasta pasados los cincuenta y cinco, cuando tomó coraje pintando mandalas por recomendación de su terapeuta.

“Nena, no seas así, cuando seas grande no te van a querer ni los perros…”, era la frase que ella usaba para retar a su hija cuando hacía o decía algo que le parecía mal. Una frase corta con la contundencia del látigo, directa, sin ninguna conciencia del daño que podía causar. Más tarde, cuando le preguntaban, ella siempre decía que había educado a su hija con mucho amor. Que hizo lo mejor que pudo. En nombre de ese amor dijo frases como esa…

Muchas veces no prestamos la suficiente atención y decimos cosas que marcan y hacen daño a los que queremos. Son frases jodidamente desafortunadas, de esas que sería preferible haberse mordido la lengua o haberse quedado afónico de golpe en lugar de ser pronunciadas. Porque no importa cuántas horas de terapia les dediquemos para desarticularlas ni cuánto esfuerzo espiritual hagamos para quitarles poder, seguirán allí, rondando y haciéndonos la vida una hiel en el momento más inoportuno. Son frases que en nuestros relatos aparecen como exageradas, como que las recordamos mal. Porque no puede haber tanta maldad ni tamaña mala intención en quien las pronunció. Pero es entonces, cuando haciendo una íntima revisión en la privacidad de nuestro mundo interno, nos damos cuenta con toda crudeza de esas palabras que nos marcaron y se afincaron en el inconsciente. No nos mataron, pero la grieta en el corazón causó estragos y nos condicionó atrozmente.

Lo bueno es que llega un día, un momento de la vida en que finalmente sacamos uno por uno todos los puñales que nos clavaron en el alma. Nos miramos con cierta timidez en el espejo y descubrimos que no importa, que no fueron dichas con intención de dañar, que los autores de pronunciar tamañas salvajadas en forma de sentencias, lo hicieron desde su propia inconsciencia. Ellos cargaban con sus propias frases desgraciadas. Es entonces cuando llega el perdón y sentimos que vamos sanando poco y poco. Y más tarde, cuando el tiempo y nuestra madurez lo permiten, llega la compasión. Es ahí cuando recuperamos nuestra dignidad y las ganas de nadar, comer torta y dibujar. Nos deja de importar la opinión de los demás y ya no tenemos miedo a quedarnos solos. Porque es una realidad que no solamente nos quieren los perros…

Sería bueno que todos pensemos y pongamos atención en lo que decimos y cómo lo decimos. Cultivemos la sensatez de hablar con criterio, priorizando lo humano de nuestras necesidades y vulnerabilidades compartidas. Porque las palabras pueden herir y tardar muchos años en recomponer el daño. Y a veces el daño es tan profundo que no tiene arreglo. Porque a las palabras, no se las lleva el viento.

De la empatía y la escucha activa.

Vivimos en un mundo ruidoso y nuestros diálogos son su reflejo. Pero no es el mundo externo el que determina la forma en que nos comunicamos sino nuestro propio ruido mental. Haz la prueba de mantenerte en silencio mientras escuchas a alguien y observa la cantidad de pensamientos y diálogos no expresados que surgen en tu cabeza. Por momentos pueden ser tan intensos que ni siquiera logras escuchar lo que el otro trata de decir.

La escucha es un compromiso activo que demanda toda la atención de nuestro cuerpo, mente y espíritu. Tomar conciencia de su importancia suele arrojar resultados extraordinarios.

Los problemas de este tiempo requieren de una “inteligencia social”, que seamos inteligentes como conjunto humano y no simplemente brillantes por nuestra cuenta. El entendimiento genuino será la resultante de un diálogo donde se analicen ideas, no se juzgue y se busque el encuentro en las coincidencias.

EL BASTÓN DE LA PALABRA

Hace muchos, muchos años en una selva de América, vivían juntas muchas familias, familias de animales como los monos, pájaros de muchas clases, insectos, felinos… humanos… familias de árboles, de plantas y de flores… y la familia del cielo: la lluvia, el sol, las nubes,…

Como compartían el espacio donde vivían, cada mes se reunían todos en un corro para hablar y organizarse, repartirse las tareas, solucionar conflictos, etc. Cuándo necesitaban lluvia, cuando sol, hasta donde podían crecer los árboles para que les llegara el sol a las flores, y qué plantas y flores podían comer los humanos.

También hablaban de cómo se sentían y de las cosas que eran importantes para cada uno de los miembros de las familias, las cosas que les habían sucedido, cosas que querían compartir.

Hablaban de cómo se sentían y de qué cosas podrían hacer todos juntos para que la convivencia en la selva fuese mucho mejor y que cada uno de ellos pudiese hablar.

Cuando llegaba el día de la reunión todos se preparaban y se sentaban pero lo que sucedía era que todos tenían muchas cosas que contar y todos querían hablar a la vez, y cuando todos quieren hablar a la vez no se podía escuchar a ninguno de ellos porque hay mucho ruido. Y así se reunieron varios meses y no llegaban a ningún entendimiento.

Un día uno de los niños más pequeños de la familia de los humanos que quería compartir con el resto de las familias algo que le había sucedido empezó a hablar y sintió que no se le escuchaba, así que cogió un palo, lo sujetó con sus manos y propuso al resto que sería una buena idea hacer que este palo fuese el palo o bastón de la palabra.

¿Qué significa el bastón de la palabra?

Significa que la única persona que podía hablar en esos momentos sería el que tuviese el palo en la mano.

Y que eso a partir de ahora sería una nueva herramienta de comunicación. Porque todos habían sentido en algún momento que querían hablar pero que no se les escuchaba, así que ese sentimiento desaparecería ya que la única persona que podría hablar sería la que sostuviera el bastón de la palabra en la mano.

A todas las demás familias de animales, de humanos  y otros seres que vivían allí les pareció una muy buena idea, ya que de esta manera podrán llegar a entenderse y respetarse.

De esta manera todos se sentirían escuchados y comprendidos, y podría tomar mejores decisiones. Porque cuando uno se siente escuchado está abierto a escuchar a los demás.

En ese momento un gorila cogió el bastón y dijo al resto de las familias:

– ¡Aún podemos hacer más bonito el bastón! Cada uno de nosotros podemos poner alguna cosa que nos represente o que hable de nosotros y decorar el bastón! Para que sea el bastón de todos.

Así que cada unas de las familias pensó de qué panera decorar el bastón de la palabra. Los leones pusieron su huella, los pájaros pusieron algunas plumas, los ratones pusieron un pelo de su bigote, los peces pusieron algunas escamas, las serpientes un lametazo, las flores polen y los árboles hojas, las nubes un poco de su algodón, y el sol puso un poco de su luz… y así cada uno de ellos decoró una parte del bastón con algo que los representaba.

Y a partir de ese momento cada vez que se reunían lo hacían con el bastón de la palabra.

 Las instrucciones del bastón son las siguientes:

 – Solo puede hablar la persona que tenga el bastón en las manos.

– Lo pasará cuando se sienta que lo han entendido y se sienta escuchado.

– Los demás mientras no tengan el bastón no pueden hablar, ni discutir, ni interrumpir, lo único que pueden hacer es escuchar y hacer que la persona que tenga el bastón se sienta querida y escuchada.

– Así que en el momento en que se saca el bastón es el momento de la comunicación, tanto hablando como escuchando. Hay que ver cada situación con los ojos y el corazón de la persona que sostiene el bastón.

De ideas, de personas y conflictos

En el acto de comunicar debe estar implícita la renuncia desde el corazón a cualquier forma de violencia para que sea posible discutir ideas y no puntos de vista a defender. Pese a que quizá no consideremos violenta nuestra actitud al hablar, nuestras palabras pueden ofender o causar pesar a los demás y luego herirnos a nosotros mismos al permitir que se instalen emociones que nos apartan de nuestra esencia pacífica. La idea superadora puede surgir de un espacio de debate honesto que busque comprender y aclarar el fondo de lo que se discute desde el pensamiento crítico y no buscar que se imponga la interpretación personal debido a la necesidad de demostrar equivocado al otro.

En ocasiones cometemos el error de personalizar el modo que expresamos un pensamiento o alguien puede malinterpretarlo ya sea desde su propia incapacidad de comprender o debido a que simplemente piensa diferente. En ambos casos el error profundo es no concentrarse en el punto que deseamos aclarar más allá de lo que cada uno sienta o piense del otro porque de lo contrario el vínculo se carga de emociones que condicionan cualquier posible espacio de construcción de ideas. En un conflicto, dos o más individuos con intereses contrapuestos entran en confrontación, oposición o emprenden acciones mutuamente antagonistas, con el objetivo de neutralizar, dañar o eliminar a la parte rival, incluso cuando tal confrontación sea verbal, para lograr así la consecución de los objetivos que motivaron dicha confrontación.

Es necesario distinguir y separar la observación de la evaluación. Cuando las mezclamos, la otra persona suele tener la impresión  que la estamos criticando y por lo tanto opone resistencia a lo que le decimos. Hay que evitar las generalizaciones estáticas que descalifican y usar observaciones específicas del momento, escena y contexto evitando etiquetar, categorizar o calificar.

Aprender a comprender el punto de vista del otro y defender el propio son habilidades imprescindibles para el desarrollo de una conducta virtuosa. Saber construir argumentos, reargumentar y contraargumentar, discutir respetuosamente, aprendiendo a extraer el valor de las posturas en tensión que enriquecen la propia, es una habilidad que nos forma como seres sociales. El debatir y ejercitar la construcción y defensa de argumentos ayuda a profundizar los puntos de vista y comprender de mejor manera la perspectiva de los demás.

La capacidad humana de contemplar ideas está asociada a la capacidad de razonar, autoreflexionar, desarrollar la creatividad y la habilidad de aplicar el intelecto para un amplio discernir. Las ideas dan lugar a los conceptos pero sin embargo debido a no haber desarrollado la capacidad de argumentar se expresan ideas con ausencia de reflexión seria que se apoyan en creencias. Al entrar en juego las creencias el espacio comienza a condicionarse porque se vuelve una discusión personal al incorporarse el juicio de valor sobre el otro (personas y conductas) porque no coincide su opinión con la nuestra (creencias o valores diferentes). En estos casos, es imprescindible dar un paso atrás y replantearse los medios que utilizamos para alcanzar el objetivo sin olvidarnos que quien está del otro lado es un ser humano con el que compartimos algo sagrado y que expresa seguramente necesidades comunes a nuestra condición humana. La tarea espiritual es preservar ese vínculo sagrado por sobre cualquier diferencia porque siempre es posible entenderse si nos desapegamos de la carga emocional que acompaña las ideas.

Desarrollar un lenguaje que propicie la compasión es una habilidad que se aprende y exige cierta precisión: No usemos el «siento que…» para describir ideas y pensamientos que no tienen vínculo con sentimientos sino que son elaboraciones mentales. No es lo mismo decir «tu expresión es violenta y descalificatoria» que «me asusta el uso de la violencia para resolver conflictos y valoro el uso de la palabra como recurso de encuentro humano».

Una actitud consciente es asumir la responsabilidad personal en el pesar que se causa al otro al no evaluar lo que pensamos, sentimos y el modo en que nos expresamos. Ser coherentes y crear relaciones lógicas entre el pensamiento, la palabra y la acción para evitar la contradicción es una manifestación de coherencia espiritual.  Más aún cuando desempeñamos el rol líderes de opinión o hablamos en nombre de un grupo por el grado de influencia que ejercemos en la formación de la opinión de quienes nos escuchan.

Disfrutar cuando damos y recibimos con compasión forma parte de nuestra naturaleza como seres espirituales.

 

Y si de coherencia hablamos…

El semáforo se puso amarillo justo cuando él iba a cruzar en su automóvil y, como era de esperar, hizo lo correcto: Se detuvo en la línea de paso para los peatones (aún cuando podría haber pasado la luz roja, acelerando a través de la intersección).
La mujer que estaba en el automóvil detrás de él estaba furiosa. Le tocó la bocina por un largo rato e hizo comentarios negativos en voz alta, ya que por su culpa no pudo avanzar a través de la intersección… y para colmo, se le cayó el celular y se le corrió el maquillaje.
En medio de su enojo, oyó que alguien le tocaba el cristal de su lado. Allí, parado junto a ella, estaba un policía mirándola muy seriamente. El oficial le ordenó salir de su coche con las manos arriba y la llevó detenida a la comisaría donde la revisaron de arriba abajo, le tomaron fotos, las huellas dactilares y la pusieron en una celda.
Después de un par de horas, un policía se acercó a la celda y abrió la puerta. La señora fue escoltada hasta el mostrador, donde el agente que la detuvo estaba esperando con sus efectos personales:

–  Señora, lamento mucho este error, le explicó el policía. Le pido disculpas pero ordené detenerla mientras usted se encontraba tocando bocina fuertemente, queriendo pasarle por encima al automóvil de adelante, maldiciendo y gritando improperios. Mientras la observaba, me percaté que de su retrovisor cuelga un rosario cristiano y uno hindú, su automóvil  tiene en su paragolpes un  sticker que dice «¿Qué haría Dios en mi lugar?», su espejo tiene una etiqueta que dice «Yo elijo la calma», otro sticker que dice «Antes de cometer un error, escucha a tu sabio interior» y, finalmente, el emblema universal de la paz. Frente a esa escena, supuse que el auto era robado.
 
 
 

 

De escuchar, de coincidir, de verse.

Si de conversar se trata, no es cuestión de verse o de coincidir. Requiere el oír involucrado para que se produzca un auténtico ver. Es también preciso encontrarse con la mirada del otro porque es la voz de sus ojos y afecta lo visto.
En tiempos en los que toda escucha es poca y toda mirada insuficiente, se requiere ese oír-ver-leer. Se precisa sensibilidad e intervención, consideración y elección. No basta parafrasear, ni proclamar, ni diagnosticar. Ni es suficiente con gestionar. La interpretación debe evitar la arbitrariedad y las limitaciones surgidas de los hábitos mentales, centrando su mirada en las cosas mismas, dice Gadamer, el gran filósofo alemán que tanto investigó la verdad y sus métodos.

Abrirse no es entonces una mera actitud receptiva, un gesto de condescendencia ni una mera estrategia con fines personales. Es una condición necesaria y casi imprescindible para proceder con ecuanimidad. Y esa apertura no es simplemente la de uno sino que es apertura hacia el otro y con los demás para compartir desafíos y actividades en común. Escuchar es darnos por enterados, poner oído a otros con un diferente decir. Es aprender a ser nosotros con palabras de otros, oírnos indulgentes en alguien quizá distante y distinto aunque reencontrados y enriquecidos por lo que se dice de forma compartida. Escuchar es huir de soliloquios sentidos como irrefutables, como definitivos. Es alejarnos de la inmutabilidad intolerante de los parloteos no contrastados, invocados como argumento excluyente de otros argumentos ignorados por los que creen exclusivo su decir, sordos a cualquier discurso que no sea el propio, el suyo personal, el supuestamente verdadero. Es buscar sentido dentro de la telaraña de discursos al mejor discurso de otros para crear y enriquecer nuestro propio discurso.

«Solo si somos otros, somos nosotros, tan otros que sin ellos no lo seremos» dice el genial Ángel Gabilondo. De no ser así, siempre permaneceremos iguales, aún pensando que hemos cambiado y somos otros. Sin la capacidad de ser otro no hay alteración. No basta con ser coyunturalmente otro o muchos otros, es preciso ser de otro modo. Ver y oír es discernir, no provocar un indiferenciado y abstracto conjunto, una adición indiscriminada e indiferente. No es cuestión únicamente de sentirse los elegidos, sino de tener la capacidad de saber elegir. De propiciar ser preferibles, dignos de merecerlo.

Y para ello hay mucho que ver y mucho que oír.

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La perplejidad pacificadora invade a quien llega a comprender que su verdadero lugar de residencia y su verdadero ser es el abismo insondable de “lo que es”. (María Corbí)

 

DE COMUNICAR, LOS VÍNCULOS Y LA INFLUENCIA.

Ayer a Pedro, el gurú del gym, se le dio por subir a la bici de spinning. Con sus musculosos noventa kilos, mientras pedaleaba trepando a la imaginaria montaña de su conciencia me decía con mirada perdida: Tenemos que comprender que nuestro lenguaje no verbal raramente es controlado y le muestra al mundo nuestra emocionalidad sea o no conveniente a nuestros propósitos. Gran parte de nuestra expresión en el mundo es subconsciente o inconsciente y no va en línea con nuestros objetivos comunicacionales.

No sin poca sorpresa frente a tal alarde de conocimiento aterrizado que no mencionaba al karma, ni al papel en la obra de teatro de la vida… me subí a la bicicleta de al lado con la intención de escuchar hacia dónde derivaría su reflexión de sabio potenciado con juguitos sospechosos bien occidentales.

La comunicación es todo para el mundo exterior, porque nadie sabe lo que somos, sino solo lo que comunicamos. El manejo que hacemos de nuestra comunicación e imagen determina casi por completo el éxito o fracaso de nuestras ideas. Y tenemos que alinearnos a quien escucha porque sin sincronización psíquica con el receptor del mensaje estamos en el horno, no seremos escuchados. Imposible influir sin entender estos conceptos.

Y continuó, cual porteño empedernido en una mesa de café: Sabés amiga, nos habitan muchos yoes: el yo racional, el yo emotivo, el yo instintivo, el yo orgánico-funcional y el yo conductor, que es como el batido esencial (no pude dejar de asociarlo a las botellitas con líquidos de colores sin etiquetas que consume a diario). Nuestra capacidad de percepción e interpretación está limitada por esos programas precargados que nos condicionan, esas creencias acerca del mundo, las percepciones deformadas de la realidad y si no sincronizamos con el mapa mental del otro al que le hablamos no puede haber lenguaje que tenga llegada ni mensaje que pueda ser escuchado.

He llegado a la conclusión que no podemos dirigirnos del mismo modo a todo el mundo, no podemos ser transparentes, no podemos ser honestos. El mundo no está diseñado para la honestidad porque hay demasiada gente con talento ganando un salario promedio y mucho irreverente mentiroso encumbrado en las organizaciones. La honestidad no garpa, piba. ¿Y sabés cómo lo logran? Influyendo en los demás, son expertos en el arte de influir logrando que los demás hagan por él y para él de forma no demasiado consciente. Vivimos en el mundo de los eufemismos: Al acto de mentir con una intención positiva, le llaman administrar la verdad… Los seres humanos necesitamos ser queridos y aceptados y por lograrlo hacemos cosas increíbles a lo largo de la vida con todos sus matices. Y te digo más: No pierdas tiempo en la crítica aunque sea bienintencionada o la objeción destinada a la mejora continua porque de una opinión, la mente humana solo acepta el 2% del mensaje como tal, el resto es considerado un ataque directo a su integridad y la amenaza resulta en incomodidad y resistencia. El autocontrol es fundamental y y el grado de esfuerzo directamente proporcional a la diferencia de valores y nivel de conciencia de uno y otro. De modo que hay que tener presente siempre: primero halagar, elogiar y complacer (ahora le llaman apreciar) y luego influir (ahora le llaman agregar valor al vínculo).

Y lo pude ver sumergirse en un profundo silencio mientras contemplaba lo que parecía un horizonte mental con imágenes de lo que ya no es ni podrá ser.

 

Principio de la Gestión Exitosa: «Si un sistema requiere controlar a otro, el flujo de la información debe controlarse estratégicamente.»

Corolario 1: La comunicación estratégica es necesaria para defendernos de la inconsciencia de los otros y para no afectar a los otros con nuestra propia inconsciencia.

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