De la nostalgia y su osadía

Recordar es un acto emocionalmente adaptativo, en ello reside su magia alquímica. Carece de veracidad como tal, puesto que resulta en ajuste permanente cada vez que se evoca. Así el recuerdo se vuelve mítico y construye sentido a través de un reflejo. Pero, ¿qué clase de fidelidad es la que aporta el aferrarse a unos hechos que mutan en cada evocación? ¿Es la fidelidad a los hechos una necesidad espiritual o sólo un discurso moral? 
El recuerdo se vuelve horizonte y desmesura ya no de los hechos sino de la necesidad de ser al estar siendo sin saber para qué.
 
   «El recuerdo susurra añoranzas, casi todas imaginarias, una edición de aquellos                  sucesos que nos impregnaron emocionalmente. Al evocar lejanía, el recuerdo                      modifica la perspectiva y hace una adaptación funcional a la nostalgia de sí,                              que no es de ayer sino de hoy.» (Alice White)

De la desintegración, los mapas y las etiquetas.

¿Son la naturaleza, el ser humano, la vida, la verdad o lo que es, unas realidades que pueden ser vistas como objetos de estudio? No me parece posible objetivar sin fraccionar y distorsionar la realidad. Es inevitable que sucedan controversias en torno a «las etiquetas y los mapas» que definimos en el afán de diferenciar. Así es como confundimos creencia con verdad y nos aferramos al cerco que delimita lo que hay que defender. Así nacen las ideologías que condicionan la interpretación de la realidad.
Es evidente que el pensamiento y su modelo mental consecuente tienen sus límites a la hora de tratar de comprender la naturaleza de lo real. Por eso se vuelve crucial la perspectiva, puesto que el punto de vista cambia el modo de aproximarse y conocer. Conviene reformular las supuestas certezas a la hora de abrir juicios hacia aquello con lo que confrontamos sin sentido: Estamos hablando idiomas diferentes.

En algún sentido, cada perspectiva de la verdad constituye el fruto de un razonamiento influido por las emociones que devienen de estar vivos. No nos damos cuenta de nuestros propios condicionamientos y solo los vemos en los demás. La desintegración y fragmentación que vemos en el mundo en el fruto de nuestras mezquindades, incoherencias y falacias reafirmadas por una mentalidad egoica que cree en sus propias ideas como si de la verdad última se tratara. Creemos vivir la vida que elegimos pero solo lo hacemos en la perspectiva de un parecer limitado que no se enriquece en el otro sino lo confronta en la descalificación. En este escenario todos perdemos. Percibimos la urgencia de un cambio, pero no será cualquier cambio el que materialice una realidad diferente. En lo más profundo de nuestras existencia colectiva, todo lo que conspira contra el bienestar y crecimiento es consecuencia de nuestras inconsciencias individuales. Debe cambiar el paradigma desde el que nos relacionamos, valorando y respetando las diferencias que no constituyen por sí mismas separación excluyente sino complementariedad. En el otro hay un yo que nos espera que no es separado de nosotros: El verdadero cambio es de conciencia.

La identificación con las creencias suele ser el mayor obstáculo para distinguir al dios de todas las cosas. Demos la bienvenida a las crisis que hacen tambalear la fe puesto que constituyen una oportunidad para revisar las certezas más cristalizadas que nos alejan de la verdad.

«Lo malo del falso dios es que nos impide ver al verdadero.» (Simone Weil)

De los estados de ánimo y su observación

«Cuando surja un estado de ánimo contra alguien o a favor de alguien, no lo pongas en la persona en cuestión, sino permanece centrado.»

¿Qué hacemos cuando surge el odio por alguien o contra alguien? ¿Y cuando sentimos amor por alguien? Lo proyectamos sobre esa persona. Esa es la tendencia natural que brota con intensidad.

Pero si sientes odio por mí, en tu odio te olvidas completamente de ti mismo. Si sientes amor por mí, te olvidas completamente de ti mismo y yo me vuelvo tu objeto. Proyectas tu amor u odio o lo que sea sobre mí. Olvidas completamente el centro interno de tu ser y el otro se vuelve el centro. Cuando surja el odio o surja el amor, o cualquier estado de ánimo por o contra alguien, no lo proyectes sobre la persona en cuestión. Recuerda: tú eres la fuente de ese estado.

Cuando decimos «te amo», la sensación general es que el otro es la fuente de mi amor pero en realidad, no es así. Yo soy la fuente y el otro es tan solo una pantalla sobre la que yo proyecto mi amor. Proyecto mi amor sobre ti y digo que eres la fuente de mi amor. Esta es una ficción que construimos sin darnos cuenta para exteriorizar la energía del amor hacia ese otro. Así es como lo convertimos en adorable. Puede que no seas adorable para otra persona sino absolutamente aborrecible. Si fueras la fuente del amor, entonces todo el mundo sentiría amor por ti, pero no eres la fuente. Cuando proyecto amor, te vuelves adorable; si alguien proyecta odio, entonces te vuelves aborrecible. Y si otra persona no proyecta nada, le eres indiferente; puede que ni siquiera te haya mirado. ¿Qué está pasando? Estamos proyectando nuestros propios estados de animo sobre los demás.

Es por eso que, si estás en tu luna de miel, la Luna parece maravillosa y el mundo entero se ve diferente. Pero esa misma noche, para tu vecino no es en nada encantadora puesto que ha muerto su hijo y entonces la misma Luna es triste, casi intolerable. ¿Es la Luna la fuente o es tan solo una pantalla en la que te proyectas?

Cuando surja un estado de ánimo contra alguien o a favor de alguien, no lo pongas en la persona o en el objeto en cuestión. Permanece centrado. Recuerda que tú eres la fuente, así que no te vayas al otro, vete a la fuente. Cuando sientas odio, no te vayas al objeto. Vete al punto desde el que viene el odio. No te vayas a la persona a la que va dirigido, sino al centro desde el que procede. Vete al centro, entra en ti. Usa tu odio o amor o ira o cualquier cosa como un viaje hacia tu centro interno, a la fuente. Entra en la fuente y permanece centrado allí.

Siempre tratamos de ir hacia el otro y nos sentimos muy frustrados si no hay nadie sobre quien proyectar. Entonces proyectamos incluso en objetos inanimados. Es posible ver a alguien enfadado revoleando un zapato con furia, empujando una puerta y lanzándole su ira o despotricando contra ella.

Cuando sientas ira por alguien entra inmediatamente en ti y ve a la fuente de la que sale. Permanece centrado ahí, no te vayas al objeto. Alguien te ha dado una oportunidad de ser consciente de tu propia ira, agradéceselo y olvídate de él. Cierra los ojos, entra en ti, y mira la fuente de la que está viniendo esa ira. Es fácil ir a la fuente en el momento en que estás enfadado. Puedes ir hacia dentro siguiendo el calor que emana de la emoción. Y cuando llegues a un punto fresco dentro de ti, de pronto tomarás conciencia de una dimensión diferente, un mundo diferente se abre ante tus ojos. Usa la ira, usa el odio, usa el amor para entrar en ti.

El maestro zen Lin Chi, solía relatar: «Cuando era joven me fascinaba ir en barca. Tenía una pequeña barca y solía ir al lago solo. Me quedaba allí durante horas y horas.
Una vez sucedió que estaba meditando en mi barca con los ojos cerrados durante una noche muy hermosa. Una barca vacía llegó flotando corriente abajo y golpeó mi barca. Tenía los ojos cerrados, así que pensé: Alguien con su barca ha golpeado la mía. Inmediatamente surgió la ira. Abrí los ojos y, enfadado, iba a decirle algo a ese hombre; entonces me di cuenta de que la barca estaba vacía. No había manera de continuar. ¿A quién podía expresarle mi ira? La barca estaba vacía y simplemente estaba flotando corriente abajo, había llegado y golpeado mi barca. Así que no había nada que hacer. No había ninguna posibilidad de proyectar la ira en una barca vacía.
Entonces cerré los ojos. La ira estaba allí, pero al no encontrar una salida. Floté hacia dentro siguiendo la ira. Y esa barca vacía se convirtió en mi realización. Llegué a un punto dentro de mí mismo en esa noche silenciosa. Esa barca vacía fue mi maestro. Ahora, si viene alguien y me insulta, me río y digo: Esta barca también está vacía. Cierro los ojos y entro en mí.»

Prueba esta técnica, puede obrar milagros en tu comportamiento.

 

(Adaptación libre de «El Libro de los Secretos», Osho)

De las trampas de la mente, nuestros argumentos y la ayuda del silencio.

Hay momentos en la vida que son para percatarse de las variadas formas de insatisfacción, incomodidad y dolor con las que estamos obligados a convivir. Uno puede mirarle la cara a la incomodidad del momento sin perder la serenidad. ¿A qué conduce instalarnos en el enojo infantil?
Hay momentos en la vida que son para aceptar nuestra angustia existencial, ofrecerle una sonrisa comprensiva y digerir nuestros miedos reposando en la nobleza de lo bello y su silencio reparador.

Solo porque algo sea emocionalmente consolador no lo convierte en una verdad. Nos apegamos a la idea que es verdad porque nos reconforta, nos da seguridad. A veces las cosas que pensamos como una verdad indiscutible son solo un medio hábil, un recurso válido con un fin, con una razón específica para un momento específico.
La mente nos engaña de múltiples formas, incluyendo el modo en que los sentidos interpretan y por eso es indispensable observar las cosas como son, percibir su naturaleza, contextualizar y no tomar literalmente algo que leemos sin analizar la intención y cuál es su real significado. El entendimiento profundo no es algo que los sentidos puedan obtener.
A través de la meditación la mente aprende a percibir la sutileza, es capaz de ver las cosas en incrementos de tiempo más y más finos. Así funciona la mente cuando está enfocada y concentrada, cuando la atención es fuerte. Se puede distinguir claramente la conciencia mental, su potencial, su sabiduría y las diferencias con la conciencia sensorial.

Plena conciencia es el opuesto de la amnesia. El opuesto al olvido. El opuesto a perder la mente. Es aprender y es mantener en la mente; es experimentar percepciones e integrarlas a cada aspecto de la vida. Es distinguir con atención la realidad de nuestras proyecciones superando presunciones y creencias. Y crecer día a día con los ojos bien abiertos, sin alejarnos de nuestra propia experiencia a fin de sanar el sufrimiento desde su núcleo. Con los pies afirmados sobre el suelo de nuestra propia vida y practicando un empirismo radical. (Alan Wallace)

A la mayoría de nosotros nos pasa que en algún momento nos decimos quiero estar tranquilo, calmado, en silencio… y la mente nos dice: Bueno, ¡vamos a hablar de eso!
Pensamos que tenemos el control, pero la memoria, las emociones y los pensamientos nos arrastran en una dirección no buscada. Nos atrapan como un remolino y nos hacen tomar como válida cualquier cosa que estamos pensando por simple costumbre. Son las aberraciones de la mente: Lo que pensamos nos tiene a nosotros y no al revés…
Es entonces cuando la realidad se convierte en aquello a que le prestamos atención.

– Maestro, por favor, tenga compasión y enséñeme cómo alcanzar la liberación.
– ¿Quién está impidiéndote volverte libre?
– Nadie.
– Entonces, ¿por qué necesitas pedir por liberación?

No hay nadie que nos estorbe sino nosotros mismos. Caemos en nuestras propias trampas mentales causadas por las aflicciones y el apego. Si pudiéramos percibir objetivamente lo que vemos, escuchamos, sentimos y sabemos, sin tener en cuenta las propias ganancias y pérdidas, el «mío» y nuestro sentido del «yo», entonces la liberación se vuelve posible, una mente despejada se vuelve real.

De la realidad tal como es y el camino espiritual.

¿Puede haber «profesores de espiritualidad»? ¿Es posible que alguien «le enseñe» a un otro a ser él mismo?
La espiritualidad trata de verdades que no pueden ser estudiadas e incorporadas como una información más que se acumula a otras. A veces creemos comprender algo pero luego nos damos cuenta que en realidad es solo la afirmación de una idea preconcebida o un prejuicio reafirmado. Nos descubrimos repitiendo aforismos o ideas de otros. Conocerse y mejorarse como ser humano implica la humildad de reconocer las propias limitaciones para identificar lo cierto sin ningún velo. ¿Cuál es mi derecho de inducir a creer o convencer a otros de lo que a mí me parece verdad como si fuera incuestionable?
Creo que todo lo que podemos hacer es cultivarnos a nosotros mismos, descubrir, aprender y facilitarles a otros el proceso de aprendizaje mientras se sigue aprendiendo. Hay una diferencia abismal entre enseñar algo que se sabe a otros y compartir una reflexión o un «darse cuenta» que ayude a otros a descubrir la realidad por sí mismos a través de la práctica del silencio.
En la espiritualidad, el camino es individual y se va aclarando con la práctica y el compromiso cotidiano. Estamos tan acostumbrados al modelo «educador-educando» y a las enseñanzas dogmáticas que señalan «el camino verdadero» que nos cuesta mucho abandonar el criterio que explica lo que debe ser y cómo debe ser. Pero el reconocimiento de nuestra verdadera naturaleza y de la realidad tal como es son hechos que solo podemos hacer por nosotros mismos. De adentro hacia afuera y gozando de la mística de la vida.

La meditación se presenta a menudo como un recurso interesante pero no urgente. Tampoco suele mencionarse que atiende el fondo de nuestros problemas. Parecería que estamos bien practicando nuestra forma repetitiva de pensar y que esa compulsión a asociar ideas, conjeturar y anticiparse con algún juicio es natural. ¿Pero natural para quién? ¿Natural para el ser consciente o para el organismo biológico que busca sobrevivir?
La meditación nos convierte en observadores de la adicción a nosotros mismos, nuestras emociones y opiniones. No se trata de no valorar la mente y su capacidad para razonar, aplicar la lógica y hacer juicios para decidir sino evitar que el «cerebro de mamífero» lo haga todo a su manera.
La compasión, la paciencia, la comprensión y la verdadera libertad interior van de la mano de nuestra naturaleza primera: El pensamiento consciente.

Qué extraño es estar aquí. El misterio nunca te deja en paz. Detrás de tu cara, debajo de tus palabras, por encima de tus pensamientos, debajo de tu mente, acecha el silencio de otro mundo. Un mundo vive en tu interior. Nadie más puede darte la noticia de este mundo interior. Cada cual es un artista. Cada uno está condenado y tiene el privilegio de ser un artista interior que lleva consigo y da forma a un mundo único.
(John O´Donohue)

Del filo de las palabras y toda su crudeza.

«Vamos, no seas marica», le dijo el profesor de natación a Juan al pedir una toalla  para salir de la pileta porque tenía frío. Él tenía ocho años de edad e iba a natación como parte de las actividades de la escuela. Todos sus amigos empezaron a reírse. «Marica, marica…», le gritaron, y el profesor, lejos de hacerlos callar, los alentó. Nunca más volvió a nadar hasta que empezó a hacer gimnasia acuática a los sesenta junto a Lucas, su pareja de los últimos dieciocho años.

“¿Quién quiere más torta?”, preguntó Charlie en el cumple de su hija. Ella festejaba sus catorce años y había invitado a sus amigos de la escuela a su casa. Ella estaba contenta y con entusiasmo le dijo: ¡yo, papá…! “Vos no mi amor, tenés que cuidarte porque vas a seguir engordando”, le disparó Charlie delante de todos sin ninguna medida. Ella aguantó la vergüenza como pudo hasta que se fueron y se refugió en su cuarto pensando en lo triste que era ser gorda.

«Tu dibujo no tiene nada que lo destaque, es común”, le dijo su profesora de dibujo apenas iniciado el primer año del secundario. Para ella, dibujo era la materia preferida en la primaria y realmente dibujaba muy bien. Se había destacado en concursos y exposiciones del distrito. Pero ese año casi se lleva la materia. No volvió a dibujar hasta pasados los cincuenta y cinco, cuando tomó coraje pintando mandalas por recomendación de su terapeuta.

“Nena, no seas así, cuando seas grande no te van a querer ni los perros…”, era la frase que ella usaba para retar a su hija cuando hacía o decía algo que le parecía mal. Una frase corta con la contundencia del látigo, directa, sin ninguna conciencia del daño que podía causar. Más tarde, cuando le preguntaban, ella siempre decía que había educado a su hija con mucho amor. Que hizo lo mejor que pudo. En nombre de ese amor dijo frases como esa…

Muchas veces no prestamos la suficiente atención y decimos cosas que marcan y hacen daño a los que queremos. Son frases jodidamente desafortunadas, de esas que sería preferible haberse mordido la lengua o haberse quedado afónico de golpe en lugar de ser pronunciadas. Porque no importa cuántas horas de terapia les dediquemos para desarticularlas ni cuánto esfuerzo espiritual hagamos para quitarles poder, seguirán allí, rondando y haciéndonos la vida una hiel en el momento más inoportuno. Son frases que en nuestros relatos aparecen como exageradas, como que las recordamos mal. Porque no puede haber tanta maldad ni tamaña mala intención en quien las pronunció. Pero es entonces, cuando haciendo una íntima revisión en la privacidad de nuestro mundo interno, nos damos cuenta con toda crudeza de esas palabras que nos marcaron y se afincaron en el inconsciente. No nos mataron, pero la grieta en el corazón causó estragos y nos condicionó atrozmente.

Lo bueno es que llega un día, un momento de la vida en que finalmente sacamos uno por uno todos los puñales que nos clavaron en el alma. Nos miramos con cierta timidez en el espejo y descubrimos que no importa, que no fueron dichas con intención de dañar, que los autores de pronunciar tamañas salvajadas en forma de sentencias, lo hicieron desde su propia inconsciencia. Ellos cargaban con sus propias frases desgraciadas. Es entonces cuando llega el perdón y sentimos que vamos sanando poco y poco. Y más tarde, cuando el tiempo y nuestra madurez lo permiten, llega la compasión. Es ahí cuando recuperamos nuestra dignidad y las ganas de nadar, comer torta y dibujar. Nos deja de importar la opinión de los demás y ya no tenemos miedo a quedarnos solos. Porque es una realidad que no solamente nos quieren los perros…

Sería bueno que todos pensemos y pongamos atención en lo que decimos y cómo lo decimos. Cultivemos la sensatez de hablar con criterio, priorizando lo humano de nuestras necesidades y vulnerabilidades compartidas. Porque las palabras pueden herir y tardar muchos años en recomponer el daño. Y a veces el daño es tan profundo que no tiene arreglo. Porque a las palabras, no se las lleva el viento.

De las gloriosas interpretaciones y cómo pensamos.

Admitámoslo, a todos nos pasa.

– Aceptamos sin vueltas las pruebas que apoyan nuestras ideas mientras que nos mostramos escépticos con las que son contrarias: Los demás no entienden, no logran verlo.
– Vemos patrones donde no los hay correlacionando un conjunto de hechos: Nosotros somos más lúcidos que los demás, estamos sintonizados con el cosmos.
– Tendemos a creer que un suceso es más probable cuando lleva tiempo sin haber ocurrido o menos probable porque lleva mucho tiempo ocurriendo: Y apostamos al colorado y al 21 porque nacieron los mellizos de Ofelia.
– Asumimos que hay relación entre dos variables porque suceden una a continuación de la otra y nos inventamos causas que confirmen la ilusión: El canto de los grillos provocará altas temperaturas mañana. Es así, ellos no fallan.
– Tratamos las descripciones vagas y generales como si fueran descripciones específicas y detalladas y de ahí inferimos generalizaciones: ¡Caramba, esto parece dirigido para mí! ¡Es que parece que me hablara a mí!
– Decidimos ilógicamente con el afán de la inmediatez aún sin tener los suficientes datos para emitir un juicio: ¿Argentino y porteño? Es fanfarrón.
– Reconstruimos el pasado con la información y el conocimiento de hoy: El Dr. Ravan no podría haber sido otra cosa que médico.
– Mezclamos recuerdos con imaginación editando los recuerdos cada vez que los relatamos a nosotros mismos o a los demás: Y así aquel lejano viaje me cambió la vida y se convirtió en el origen de mi sabiduría de hoy.
– Seleccionamos datos o información que confirmen las expectativas de aquello en lo que creemos: En lo que creemos no hay incoherencias, no hay espacio para la duda.
– Partimos de un concepto falso sobre una situación, seguimos un comportamiento que se adecue a esa idea y lo convertimos en realidad: Somos profetas.
– Valoramos la opinión de un experto aún cuando no ofrezca argumentos porque apreciamos su autoridad: Y caemos en la tontería calificada.
– Sobrestimamos la veracidad de nuestras creencias cuando obtenemos consenso a nuestro alrededor: Somos pequeños dioses sabelotodo.

– Creemos que todo lo anterior le pasa a los demás pero no a nosotros: Somos geniales.

Sí, sí. Decidimos por motivos emocionales que luego justificamos racionalmente. Cometemos errores monumentales debido a los sesgos cognitivos y eso no nos hace más espirituales ni sutiles. Solo nos demuestra que somos vulnerables, cometemos errores y generalmente tratamos de hacerlo tan bien como podemos. ¡En el fondo somos bienintencionados. solo un poco inconscientes!

Del soñar y del crear.

¿Qué diferencia a una persona exitosa de alguien inteligente?

El lenguaje es una herramienta extraordinaria para poner claridad a la confusión: Una fantasía es aquello que nos evade de la realidad mientras que la imaginación nos ayuda a crear una nueva realidad. Hay un espacio entre donde estamos y donde quisiéramos estar que genera miedo. ¿Qué hacer cuando la vida nos llama a dar un salto?

Vivimos en el paradigma del pensamiento racional como el recurso más confiable, pero entonces, ¿por qué la capacidad intelectual no es sinónimo de éxito en la vida? El intelecto es condición necesaria pero no suficiente.
Se necesita contar con fe (como el sentido de certeza sobre algo a pesar de no tener evidencias) y pasión por el sueño que nos impulsa, lo que es, en suma, creer en nuestras posibilidades.
Para vencer el miedo hace falta la «palanca emocional» que permita desplegar el verdadero talento y potencial y ella está constituida por la fe y la pasión. Cuando estamos entusiasmados (cuyo significado es inmerso en lo divino) sentimos que nada nos puede detener.
La introspección y la reflexión interna, el ir hacia el silencio para hacernos preguntas y pensar sobre ellas en términos amplios es el «cerrar los ojos para ver».

«Ni arriba ni abajo, ni a la derecha ni a la izquierda, ni atrás ni adelante, sino adentro» (Miguel de Unamuno)

Penetrar en el mundo interno para poder ver en el interior de las cosas aquello que los sentidos no pueden captar y sin embargo pertenece a la verdad de la cosa.
Aquel que se lo propone puede ser escultor de su propio cerebro. Hoy se sabe que aumentar la conexión entre las neuronas (neuroplasticidad) es volvernos, literalmente, más inteligentes.

«El ser humano no es un participio, es un gerundio. No estamos hechos del todo sino nos vamos haciendo.» (Ortega y Gasset)

El camino es soñar en grande. Los sueños razonables no inspiran a nadie. Pero hay que acompañarlo con una estrategia, un plan de acción ejecutable para actuar en las pequeñas cosas de cada día orientadas por ese sueño.

Dice el Dr. Mario Alonso Puig, Médico Especialista en Cirugía General y del Aparato Digestivo, Fellow de la Harvard University Medical School y miembro de la New York Academy of Sciences y de la Asociación Americana para el Avance de la Ciencia:

Lo que el corazón quiere sentir, la mente se lo acaba mostrando

  • La palabra es una forma de energía vital
  • No vemos el mundo que es, vemos el mundo que somos
  • Solemos confundir nuestros puntos de vista con la verdad
  • La mayor parte de los actos de nuestra vida se rigen por el inconsciente
  • El mayor potencial es la conciencia
  • Lo que se resiste persiste
  • La aceptación es el núcleo de la transformación

Reinventing yourself: Mario Alonso Puig at TEDxGranVia Live

 

Del desconcierto, el miedo y la espiral de silencio.

Aturdidos y desconcertados solemos ser presa fácil del fulgor de la contradicción y sus derivados. En el afán de contar y ser con el otro, al habitar nuestra ineludible naturaleza social y casi con unción religiosa omitimos, pasamos por alto y evitamos ver lo que se despliega groseramente frente a los ojos de nuestra conciencia. A veces nos embarga el deseo de atribuir lo que sucede a causas que no tienen que ver con nosotros, de las que somos ajenos y meros observadores.

Cual superados adalides del desapego espiritual andamos por la vida a distancia prudencial del compromiso emocional, somos capaces de amar a la humanidad pero desentendernos del sufrimiento del otro frente nuestras narices. Con una actitud lindante con la irresponsabilidad vemos lo injusto y desmesuradamente abusivo como si lloviera. Pero quienes se encuentran transitando la sumisión del no poder, íntimamente saben del desamparo y el aturdimiento en el que se sobrevive.

Es difícil sustraerse a la gravedad que involucra la voluntad de ignorar y desentenderse frente al dolor del otro cuando es, básicamente, una extensión del propio. Es cuestión de tiempo y circunstancias para que una escena de la vida no nos tenga por protagonistas con papeles cambiados.

No son pocas las veces que nos invade lo paradojal e inescrutable de existir y la necesidad de lidiar con nuestros miedos más hondos. Pero vivir el ideal solo en el espacio de «nuestras cabezas» solo nos vuelve esperpentos espirituales, seres humanos degradados a la irrealidad del «castillo de cristal» que nos ampara en el espanto al mundo.

Buscamos amor casi con desesperación y en esa carrera solemos temer a opinar diferente por miedo a ser segregados, a la amenaza sutil del aislamiento social que nos desvincularía de aquello que sentimos como protección. Así el silencio se vuelve una opción que oculta y disimula el miedo pero no lo resuelve. Y en la carencia espiritual y la angustia emocional de no saber qué hacer, nos volvernos serviles, nos entretenemos y nos pasa la vida a la espera de un tiempo mejor que «alguien» nos tiene que proveer.

“Correr en el pelotón constituye un estado de relativa felicidad; pero si no es posible, porque no se quiere compartir públicamente una convicción aceptada aparentemente de modo universal, al menos se puede permanecer en silencio como segunda mejor opción, para seguir siendo tolerado por los demás”. (Noelle-Neumann)