Meditaciones de estación: La mujer que mira las vías.

El desenfreno de lo cotidiano puede confundirnos pero existe una cordura fundamental que mantiene cada cosa en pie. Por más astutas y elaboradas que sean nuestras respuestas, las preguntas nos trascienden y permanecen intactas. Si logramos atravesar los filtros ambiciosos con los que observamos la realidad y la incomodidad de la falta de explicaciones definitivas, es posible percibir el orden encantador con que la realidad se muestra. La vida es creación y promesa en cada nuevo instante y al mismo tiempo no tiene sentido aferrarse a nada.
El origen de la insatisfacción está en nuestro hábito de apegarnos al placer como si proporcionara algo real y constante. Esto es una verdadera ilusión. Sufrimos de insatisfacción porque atribuimos a nuestros objetos de deseo cualidades que no están en ellos sino en nuestra propia mente. Cultivar una mirada neutra en relación a todo y a todos es otra proyección ilusoria que nos aísla, nos niega a la vida y no resuelve.
Todos tenemos apego en diferente proporción a cosas, a personas, a situaciones y las queremos conservar, a veces con insensatez evidente. Es desde la insatisfacción que vemos el contraste entre lo cierto y lo errado, lo bonito y lo feo, lo que nos gusta y lo que no. Así es como evaluamos y juzgamos el mundo externo como distante del interno, que es «lo verdaderamente espiritual».

Vivimos en una cultura del éxito donde ser útil es fundacional. Parecería que sólo se es, si se es para algo y en función de un resultado. Como consecuencia lógica, la muerte es vista como el fracaso final y la vejez una anticipación de eso que es preferible no contemplar. No es casual que el elogio por excelencia al viejo sea «qué joven estás, para vos no pasa el tiempo». La enfermedad, que podría ser un momento para replantearse prioridades y observar la finitud con ojos despojados, fue convertida en un problema técnico a ser resuelto por la medicina. Lo importante es tener un buen seguro o prepaga…
Solemos ver nuestra vida como un camino, pero se asemeja más a una llama que se va gastando y que al consumirse totalmente se transforma en algo diferente. Que ese algo sea incierto parece justificar su negación. Pero la vida es entrega, cada momento morimos al pasado aunque a través de la memoria creamos que lo que fuimos está en algún lugar. El recuerdo entonces, se parece más a un artificio que busca aliviar la impermanencia como algo que se padece.

La renuncia (de la que suele hablarse en las distintas tradiciones espirituales), es una decisión profunda y sincera de salir de la frustración e insatisfacción que nos quita la serenidad y el equilibrio. A lo que hay que renunciar es a la posibilidad de estar satisfechos constantemente y así dejar de esperar de la vida lo no puede darnos.

De la serenidad y el mundo detrás de la ilusión.

¿Somos capaces de estar con la mente serena y tranquilamente alerta en la contemplación de lo que sucede en ella?

Disfruto de pasear temprano en las mañanas de verano, sentir el olor del rocío y la calidez del sol aún oblicuo. Solo caminar sin horario ni destino, atenta a lo que encuentro a mi paso, observando mis reacciones calmadamente. Observarlo todo afuera y adentro, descubrir en la naturaleza externa mi propia naturaleza interna en comunión. Observarme y observar en silencio sin teorías de por medio la belleza que todo lo inunda.

Es una práctica vital que viene acompañada de una paz profunda, que no juzga con filtros, que desmenuza en una observación despojada el movimiento, la danza de pensamientos y sentimientos. La vida me ha enseñado que hay una sabiduría que no encontraré en los libros, que debo reconocer y experienciar desde mi interior, sin salir de mi casa sino afincada firmemente en ella para poder así experimentar el mundo entero detrás de la ilusión.

Quiero escribir acerca de la luz,
pero no sé si las palabras
pueden iluminar del mismo modo
con que ella brilla en las ramas de los árboles,
en las alas de las aves,
y hasta en las cosas rotas,
devolviéndoles a los seres su belleza.

¿Acaso pueden las palabras hilar sustancia
desde el esplendor o el ocaso?
¿Pueden las palabras halagar
la celebración de pájaros ya cansados de la noche?
¿Pueden las palabras entibiar la superficie
de piedras y dolores?
¿Pueden las palabras revelar la riqueza
de cosas abolladas y mundanas?
No lo sé.

Pero si queremos escribir un mañana
que sea mayor que nuestras heridas,
podríamos usar nuestras palabras como bendiciones,
y recordar los gozos dentro del quebranto,
los comienzos dentro de cada final,
y la belleza dentro de todas las cosas.

(Bernardette Miller)

 
 

 

De las gloriosas interpretaciones y cómo pensamos.

Admitámoslo, a todos nos pasa.

– Aceptamos sin vueltas las pruebas que apoyan nuestras ideas mientras que nos mostramos escépticos con las que son contrarias: Los demás no entienden, no logran verlo.
– Vemos patrones donde no los hay correlacionando un conjunto de hechos: Nosotros somos más lúcidos que los demás, estamos sintonizados con el cosmos.
– Tendemos a creer que un suceso es más probable cuando lleva tiempo sin haber ocurrido o menos probable porque lleva mucho tiempo ocurriendo: Y apostamos al colorado y al 21 porque nacieron los mellizos de Ofelia.
– Asumimos que hay relación entre dos variables porque suceden una a continuación de la otra y nos inventamos causas que confirmen la ilusión: El canto de los grillos provocará altas temperaturas mañana. Es así, ellos no fallan.
– Tratamos las descripciones vagas y generales como si fueran descripciones específicas y detalladas y de ahí inferimos generalizaciones: ¡Caramba, esto parece dirigido para mí! ¡Es que parece que me hablara a mí!
– Decidimos ilógicamente con el afán de la inmediatez aún sin tener los suficientes datos para emitir un juicio: ¿Argentino y porteño? Es fanfarrón.
– Reconstruimos el pasado con la información y el conocimiento de hoy: El Dr. Ravan no podría haber sido otra cosa que médico.
– Mezclamos recuerdos con imaginación editando los recuerdos cada vez que los relatamos a nosotros mismos o a los demás: Y así aquel lejano viaje me cambió la vida y se convirtió en el origen de mi sabiduría de hoy.
– Seleccionamos datos o información que confirmen las expectativas de aquello en lo que creemos: En lo que creemos no hay incoherencias, no hay espacio para la duda.
– Partimos de un concepto falso sobre una situación, seguimos un comportamiento que se adecue a esa idea y lo convertimos en realidad: Somos profetas.
– Valoramos la opinión de un experto aún cuando no ofrezca argumentos porque apreciamos su autoridad: Y caemos en la tontería calificada.
– Sobrestimamos la veracidad de nuestras creencias cuando obtenemos consenso a nuestro alrededor: Somos pequeños dioses sabelotodo.

– Creemos que todo lo anterior le pasa a los demás pero no a nosotros: Somos geniales.

Sí, sí. Decidimos por motivos emocionales que luego justificamos racionalmente. Cometemos errores monumentales debido a los sesgos cognitivos y eso no nos hace más espirituales ni sutiles. Solo nos demuestra que somos vulnerables, cometemos errores y generalmente tratamos de hacerlo tan bien como podemos. ¡En el fondo somos bienintencionados. solo un poco inconscientes!

Del respeto, la sabiduría espiritual y el simulacro.

Profundizar en la comprensión al explorar el camino espiritual implica valerse de perspectivas y enfoques diferentes con la genuina intención de complementarse y adentrarse en las interioridades del sentido auténtico. No deberíamos aferrarnos a un solo conocimiento como la verdad última porque es una irrealidad, nadie la tiene por completo.

Cuando somos respetuosos no alimentamos fantasías, no caemos en los excesos ni tropezamos con el olvido y la desconsideración de los demás. La mente se mantiene serena y la conciencia disponible para ser el guía de nuestras acciones, del modo en que nos relacionamos con el mundo. Cultivarse es trabajarse hacia adentro y conocerse para construir orden interno. Ese orden respeta la singularidad de cada uno abrazando la unidad y abandonando los estereotipos que dividen, segregan, etiquetan y califican. El cultivo de la virtud proviene del desarrollo de la conciencia. A medida que el ser humano se abre, su conciencia se amplía para abarcar cada vez más las complejidades de la vida, de sus organizaciones y los principios de la naturaleza.

Con el tiempo uno aprende a valorar la incertidumbre en su sabiduría inherente y a tener fe en que más allá de lo aparente o de lo ingenuo asoma lo esencial y verdadero. Curiosamente el discernimiento lúcido y la claridad emergen frecuentemente a partir de la desilusión, de la distinción de aquello que no es verdad. Es probable que la mayor de las verdades sea que no hay nada completamente conocido y que todo acaba desvaneciéndose.

«La mala noticia es que estamos cayendo y no hay nada de qué agarrarse ni tenemos paracaídas. La buena noticia es que tampoco hay suelo.» (Chögyam Trungpa)

Hay un margen entre el puro ateísmo y el puro teísmo, una franja intermedia que es fascinante y misteriosa, un escepticismo higiénico que es práctico y lleno de vitalidad. El concepto de Dios como algo necesario o la divinidad donde todo se apoya está desprovisto de magia cuando se lo analiza como el fundamento de todas las cosas. El pensamiento convencional puede tropezar con sus propios límites en su búsqueda de sentido (incluyendo eso que nombramos como experiencia) y el ego discriminador que todo lo sabe encontrar la razón en la sinrazón que justifica lo injustificable atribuyéndolo a la magia.

El desafío es comprenderse a sí mismo, que muy sinceramente y fuera de toda duda, es una de las aventuras más formidables que podamos plantearnos. Pero, a pesar de notables avances que podamos ir haciendo, solo con humildad podremos admitir nuestros propios límites para explicarnos con palabras la totalidad de la experiencia humana.

Un encuentro de personajes espiritualizados:

Y dijo El Tábano Alberto (conocido en ciertos ámbitos como Sri Alka Seltzer) mientras intentaba tragar una galleta de mijo: Una cosa es desapego y otra es la desidentificación neurótica de la vida. No hay ninguna claridad espiritual en aprender a calmar la mente y ver que los pensamientos van y vienen para terminar cobijándose en nuevas guaridas que solo son renovados mecanismos de defensa para no confrontar el dolor psíquico. Tratar de poner fin a la confusión y el sufrimiento a través de la túnica blanca de las verdades espirituales puede ser un astuto recurso egoico para no exponernos a la vulnerabilidad que acompañan las relaciones humanas reales. 

¡Claro! saltó enseguida Ofelia Guillotina mientras le acercaba un licuado de espirulina. Escuchar al otro es empatizar con su decir, interesarse y no meramente silenciar el ruido de las palabras propias para que resuene el ruido de las palabras de ese otro en un simulacro de «te escucho». Eso es espiritualidad de primer piso, orientada a los grandes números pero desarraigada de la experiencia humana.

Mientras tanto, Lady Pureza, pestañando azorada sin entender de qué hablaban ni para qué, seguía redactando bendiciones para las almas.

(La imagen es de Arief Siswandhono)

Del apego, de creer y ver.

Muchas veces vivimos creyendo que «tenemos los ojos abiertos», «que estamos despiertos» y por eso a nuestra conciencia no se le escapa nada de lo que sucede. Cabría preguntarse cuánto de válido tiene esa confianza en estar comprendiendo. Las formas que toma el apego a las ideas y las explicaciones que nos damos para fundamentar aquello que nos hace sentido o satisface las necesidades básicas de afecto, cuidado, pertenencia se vuelven sutiles para saltear cualquier filtro primario. Pero una mente que vive obsesionada por las cosas que obtiene y la vivencia de logro no puede ver incluso lo obvio. Lo aparente confunde y transforma en ilusión lo que percibimos como real.

Es inclusive en la búsqueda legítima de paz o amor que nos apegamos al identificarnos con la idea que tenemos de lo que significan y cómo se manifiestan. Nos relacionamos con la idea o con el concepto de la paz o el amor como algo que construimos o hacemos pero no con su sentido consciente que solo es accesible a través la experiencia cuando el «yo chiquito» no está allí. Incluso llegamos al absurdo de buscar la experiencia para unirnos al «club de los experimentadores de paz y amor». Podemos vivir ciegos a esa verdad y sentir felicidad. Y es válido como forma de seguir adelante en la vida sin derrumbarse al no tener de donde sostenerse o tomar soporte. Aunque en absoluto es la representación de la pureza de la paz o el amor sino formas de apego a esos conceptos. Confiarse en una percepción subjetiva con el peso de la verdad es garantía de conflicto seguro con otros que no acuerden con ella. Casi sin darnos cuenta podemos construir nuestro propio dogma personal, ese que provoca que todo lo que se aparte al sistema de creencias propio, moldeado con rigurosa meticulosidad a lo largo de la búsqueda de respuestas, sea erróneo o simple ignorancia.

Los seres humanos somos entidades psicosomáticas complejas, individuos únicos y diferentes, vulnerables desde distintos ángulos y aspectos. Aceptarlo es una forma de comenzar a conocernos verdaderamente y no como manera de tapar otras necesidades psicológicas. Las necesidades del alma fluyen en el movimiento de la vida sin forzar las formas ni maneras y se expresan sin esperar ser validadas por ninguna pertenencia.

El individuo que ha logrado independizar su capacidad de elegir de cualquier forma de apego vive consciente, en libertad, se observa imparcialmente para discernir, no juzga a los otros sino los abraza con compasión desde su propia vulnerabilidad. El amor hacia sí mismo se expresa al respetar a los demás en sus propias necesidades aunque no las viva como tales.

Y como dice nuestro querido Pedro, el silencioso maratonista de la vida desde su costado más pragmático: «Porque no es suficiente hacer esfuerzos, pasarla mal y sufrir con resignación. No es cuestión de pasarse la vida chupando limones porque uno ama la sabiduría, la verdad y desea ser honesto. Estamos en esta vida para estudiarnos a nosotros mismos pero solo es posible mirando nuestro corazón con bondad dentro de nuestra horrible y deprimente confusión. Sin bondad, humor y compasión hacia lo que vemos la honestidad se vuelve un lugar sórdido y nos sentimos desgraciados.
Por eso, coraje pero con cordura, firmeza pero con suavidad. Siempre con delicadeza y cordialidad hacia lo que vemos en nuestro corazón para hacernos amigos de eso que vemos con altas dosis de compasión y cuidado.»

De lo sagrado y nuestra espiritualidad.

Nos atormentamos poniéndole etiquetas a los pensamientos, acotándolos y clasificándolos no sin cierta crueldad. Distorsionamos lo que es al rotularlo y convertimos en real lo que es ilusorio.
Danzar y celebrar no es más sagrado que escuchar el canto de los pájaros o el murmullo del viento. Los hábitos religiosos no son más espirituales que sentarse a contemplar la majestuosidad de lo que somos y lo que nos rodea.
En nuestra búsqueda de comprender y encontrar sentido podemos hacernos ritualistas espirituales y rendirnos a la superficialidad de las frases hechas y respuestas prefabricadas. Perseguir las formas nos encierra en la penumbra del deber ser.
Pero espiritualidad es libertad, tranquilidad y simpleza, satisfacción práctica en el ofrecerse a la vida, dar a los demás silenciosamente y con generosidad. Es así como la virtud se vuelve real y nos convertimos en puentes para integrar y confluir en la verdad esencial.
Ser espiritual es enfocar nuestra intención en mostrarnos tal como somos para dejar que lo valioso se deje ver y no intentar demostrarlo con el ego a cargo del hacer. El amor y respeto hacia quienes somos muestra la forma de abrirnos a la vida y el camino para lograrlo. Solo hay que aprender a escuchar la voz que habla la verdad: La voz de la conciencia que no se compara con nadie ni con nada.

Del egoísmo, el altruismo y lo genuino.

En estos tiempos de culto al egoísmo, donde lo auténtico y lo ilusorio cobran formas distorsionadas que confunden y hasta tienen sus militantes, aspirar a un mundo donde la conducta altruista sea la expresión genuina del afán de dar que tiene el alma puede ser considerado como síntoma de alguna patología. Pero el altruismo verdadero, sin motivaciones egoicas fundadas en la necesidad de representar el papel de bueno,  de supuesto ángel o de santo existe en el espíritu humano sin estar vinculado a dogma alguno que intente validarlo.

En el ser humano existe un potencial para el bien que siempre está ahí. Porque el oro es oro aún cuando se ensucie en el fango.  Se trata de ir más profundo para comprender cómo funciona la conciencia. Hay ahí disponible un aspecto luminoso que no casualmente es así llamado en distintas tradiciones espirituales como lo original e imperecedero: Es como una antorcha que no se modifica ni cambia de acuerdo a lo que ilumina. La naturaleza básica de la conciencia admite diversos contenidos, conceptos como el amor, el odio, los celos o la envidia. Pero la naturaleza esencial del pensamiento no está determinado, tiene el potencial de ir en cualquier dirección y es entonces el despliegue de la conciencia espiritual lo que marca hacia dónde irán los pensamientos y emociones que surjan en la mente. Somos conscientes y eso nos permite transformar la forma en que pensamos.

La manera en que interpretamos lo que nos sucede determina nuestro estado mental y con ello lo que sentimos internamente. Pensamos que las emociones y pensamientos nos son propios pero cada imagen es un estado mental, no son nuestra naturaleza intrínseca sino que son una proyección de la mente.  Cuando meditamos podemos enfocar la atención en lo que hay detrás de los pensamientos, la conciencia pura donde reside la capacidad de estar lúcido y comprender. Ahí las emociones y pensamientos no nos arrasan y podemos modificar la forma de percibir el mundo.

Necesitamos una mente calmada, con más estabilidad para desarrollar atención. Para eso sirve la práctica de concentrarse en la respiración e ir al silencio, porque la mente deambula y los pensamientos se asocian y saltan de tema en tema todo el tiempo. Es la naturaleza de la mente hacerlo. Focalizarse en la respiración permite percibir solo la sensación de respirar, el aire que entra y sale. Y eso calma, brinda sosiego a la mente. Hay que entrenarla para que no se distraiga y así lograr flexibilizarla.

Siento que hay que liberarse de la mente a través del altruismo y la compasión. La consideración por los demás, sin codicia. El altruismo es el camino, hay que desarrollar cualidades humanas además de contenidos académicos en el sistema educativo. No alcanza con las herramientas sino que necesitamos intenciones y valores que le den sentido a su uso. La compasión nos hace más humanos suavizando la individualidad con el dolor de los demás. La naturaleza del ser humano es compasiva y hay que fomentarla para que se vuelva protagonista.

No somos ni especiales ni distintos a ningún ser sintiente, por lo que, respeto completo es la aceptación incondicional de quién soy, quiénes son los demás y cómo son las cosas.

 

«La compasión debería ser la conciencia de la ciencia que vele por todas sus aplicaciones.» (Matthieu Ricard)

 

De las perplejidades de la existencia y la naturaleza.

La fotografía de la naturaleza nos brinda la posibilidad de captar el instante, de pensar que podemos retener los momentos. Al revisar las imágenes de las profundas maravillas que muestran podemos disparar reflexiones sobre el sentido y con sentido.

La vida retratada a través de la naturaleza, que no persigue un fin filosófico o metafísico en sí mismo, da respuestas esenciales más allá de lo aparente. Somos singulares, cada uno es único, pero eso no nos convierte en especiales ni extravagantes per se. Lo excepcional requiere de la acción que lo evidencie, que hable aquél máximo que podemos ofrecer al mundo. Porque si solo regulamos dando a la talla de las circunstancias seremos solo uno más.

En la humildad de reconocer nuestra limitada humanidad podemos escalar algún peldaño hacia la verdad que explica el para qué y su sentido. Hoy no sé si la verdad es origen o destino pero sospecho que no se trata de poseerla sino de acariciarla. Algo me dice que una respuesta articulada a las perplejidades de la existencia proviene de la trama que nos enlaza en una constelación y no justamente en un hilvanado de novedades vanas o de redes que nos atrapan en formas sofisticadas de tiranía. El juego del libre albedrío demanda enlazarnos y estar atentos a no anudarnos en el proceso de vincularnos.


«Poseer la verdad, mata la verdad. Si no transformamos el saber en una forma de vivir, resulta inútil.»
(Nuccio Ordine, La utilidad de lo inútil)

Imagen