Matices en el Equilibrio

«Cuando intentamos singularizar cualquier cosa, la encontramos entreverada con todo lo demás en el universo.» (John Muir)

Salir de nuestra propia versión limitante en cualquier interpretación nos permite ejercitar la flexibilidad y conectar con una compresión más genuina del comportamiento de los demás. Siempre termino reconociéndome cuando dejo ingresar la perspectiva que en principio parecía ajena. Adoptar un punto de vista más incluyente hace una gran diferencia en todo análisis. Sentir la armonía de la interconexión habilita el encuentro de una respuesta más apropiada que la del yo y sus necesidades.

Los ritmos de la naturaleza tienen algo que decirnos acerca de la velocidad: Todo va de moderado a lento. Muchos de nosotros vivimos creándonos urgencias para funcionar a alta velocidad totalmente fuera del ritmo natural. En ese desequilibrio lo único seguro es que no podremos profundizar en la experiencia vital. No nos damos cuenta que hay un ritmo primordial por detrás de nuestros intereses que implacablemente nos demostrará el alto precio que pagamos por desatender lo importante.
Disfruto de quedarme quieta, conectar con los ritmos en que la vida pasa a mi alrededor, dejarme llevar por esa corriente universal y escuchar a mi corazón adaptándose al infinito silencio en que todo sucede. Todo está sujeto a condiciones que escapan a nuestro control. Y no hace falta morirse para descansar en paz. Urge otra clase de cotidianidad, donde la medida del tiempo le haga espacio al recogimiento. Sentir lo que se piensa es tarea imprescindible.

¡Tantas son las formas en que el horizonte puede ser mirado! Se espera que acerque lo perdido, se busca en él lo que nunca encontramos. A veces leemos esperanza y otras fatalidad. Me gusta perderme en él, habitar el desconcierto que provoca su proximidad con el vacío. Un silencio amplio y sin forma invita a relajar la mente de la contracción de cargar con la vida y parece señalar el camino de regreso a las cosas que importan.

A veces algo que veo parece llamarme. Algo que calla toda inquietud y no intenta ser presagio, que concentra la atención para inmediatamente trascenderla a la periferia. La absorción impregna el momento. Es el susurro de la percepción que antecede a toda valoración proveniente del pensamiento y su conversación mental.
¿Qué es la belleza sino una cualidad espiritual? Quizá su mayor virtud sea la de crear un puente entre el mundo de las formas y el mundo inmaterial.

Hoy día como cualquier otro
despertamos vacíos y asustados.
Pero no nos apuremos.
Lancemos la red al pozo de los sueños.
Sintamos tan solo y escuchemos.
Hay mil formas de inclinarse a besar la tierra.

Y que sea lo que hacemos
la belleza que amamos.
(Rumi)

De la observación de la incertidumbre.

«Pues si las cosas tienen por vocación divina encontrar un sentido, una estructura donde fundarlo, también tienen por nostalgia diabólica, perderse en las apariencias, en la seducción de la imagen.» (Jean Baudrillard)

De la expansión a la contracción, de la intensidad al desvanecimiento. Los ciclos se repiten y dan forma al gran ciclo que todo lo contiene. Todas esas sensaciones tan intensas de las que quisiéramos escapar o aferrarnos dependiendo de tu tono, así como surgen en un momento para persistir, declinan para desaparecer. La forma de hacer las paces con lo que sucede es aceptar que todo tiene un principio y un final. Parece sencillo, pero nuestros dolores nos recuerdan nuestros apegos menos advertidos.

Vivir conscientes de nuestra finitud e incorporar la muerte como parte de la vida implica contemplar la incertidumbre como un principio. La muerte no nos arrebata nada, es simplemente el final de un ciclo. Es profundamente liberador pensar en el tiempo en sentido amplio, considerando intensidades y no sólo su paso. Si nos detenemos a observar nuestro mundo interno comprobaremos que tan atemporal en términos cronológicos es el ser espiritual. Observar la muerte resignifica y revitaliza, nos abre a la posibilidad de disfrutar en plenitud el milagro de estar vivos.

«Uno de los grandes regalos de la práctica contemplativa es que al calmar la mente y suavizar el corazón, vemos el misterio que nos rodea. Meditar, de alguna manera, es ser capaz de detenerse y escuchar la música de la vida con un sentido de reverencia, conexión y asombro.» (Jack Kornfield)

Vivir en la incertidumbre consciente es una actitud. No es resignarse, conformarse ni estar a la deriva. Es un estado de serena confianza en la aventura de vivir. Algo así como dejarse caer a un vacío sabio, un ofrecerse y entregarse a la vida que vivo y me vive. Es el abrazo voluntario a una verdad que nos contiene en su propio seno.

La naturaleza, a través de su entramado lleno de símbolos, nos invita a acariciar el misterio y vislumbrar el milagro. Al observar, explorar con ansias y reconocer a través de los sentidos el singular equilibrio en que todo se mueve, es posible contemplar la gracia en que la armonía se deja ver. Al volver a uno mismo, se percibe con facilidad la real dimensión espiritual de la vida.

El mundo natural ofrece una sorprendente combinación de poder y sutileza, el extremo de la fuerza en la tormenta y la gentil invitación de la brisa en la mañana. La vida se abre paso con persistencia y optimismo. Todo parece latir en una dulce espera acompasada. Observar el equilibrio que hay en su esencia remite a un lugar dentro de uno mismo. Imposible sentirse solo al intimar con este entorno. Es un privilegio tener la oportunidad de estar aquí, en este universo sensorial. Es que a veces, eso que supo permanecer inexplicable parece llamarnos.

El estado de presencia es ante todo una experiencia sentida que impregna los sentidos. La belleza en lo bello deja de ser un afuera para transformarse en una chispa que enciende una luz interior difícil de traducir en palabras. (Alice White)

Disfruto visitar las reservas ecológicas de la zona donde vivo. Temprano en la mañana hay garantía de intimidad y puedo sentir una especial conexión con ese entorno de verdes y troncos que se abren paso hacia el cielo. Las ramas más delgadas se mueven al compás del viento dando ejemplo de adaptación. Los árboles parecen observarlo todo desde su quietud. Nunca estoy sola cuando camino a través de los senderos, siento que soy reconocida y abrazada por algo grande que es consciente de mi presencia. Creo que nos agradamos mutuamente.

 

Del mirar y el ver de cada mañana.

A veces la mañana es esperanza. Otras es nostalgia de la vida no abrazada que parece deuda. La mañana entonces invita a pensar, imaginar y soñar a lo lejos.

Todo lo que escribo nace en esa intimidad que lo hace personal. Cuando algo pasa por la cabeza y el corazón se vuelve mucho más biográfico que el territorio de los hechos. Aún cuando podría expresarme a través de alguno de los personajes que me constituyen y dan forma, lo más difícil es hacerlo desde uno mismo, despojadamente. Lo que siento es que, si no puedo conectar con quién soy en su real dimensión a través de las palabras y el tono que uso, entonces no podría llegar a nadie. Y siempre lo hago con la esperanza que ocasionalmente brote algo que estimule alguna pregunta interesante en otros.

Es llamativo como a veces la memoria siembra de susurros la mente. Las ausencias cobran vida como retazos de aquellas presencias. La experiencia se hace fibra y se siente tan auténtica como si fuera real aquí mismo. A medida que los días pasados se acumulan en años, aumenta la frecuencia en que la memoria se activa a partir de esos fragmentos que de tan guardados se volvieron secretos. Somos llevados de regreso a lugares que no existen y recibimos opiniones de gente que ya no está. Muchas veces me pregunto si habrá alguna diferencia entre imaginar algo o haberlo vivido, porque el espacio que ocupa y lo significativo que se vuelve lo hace muy parecido. Y entonces, uno de esos suspiros que arquea las cejas viene a rescatarme de la duda y devolverme al presente.

Es fácil sentirse atraído por la naturaleza y su esplendor. Muchas veces me pregunto si estoy ubicada en mi propio centro para captar la chispa divina que atraviesa la vida natural en todas sus formas o estoy consumiendo naturaleza. ¿Con qué estoy sintonizando? Nada como una caminata sin propósito en un entorno atractivo para darse cuenta. Un sano escepticismo me acompaña y me impulsa a ser humilde frente tanto que no sé. Trato de estar alerta porque no soy inmune al autoengaño, el ego siempre está buscando sus mejores galas espirituales para justificar sus preferencias.

Siempre hay algo que está naciendo a través nuestro, acompañando la melodía vital que espontáneamente brota ofrecida al descubrimiento.

La concentración y la quietud mental son la fundación en la que se apoya la observación ecuánime. Si no hay serenidad en los pensamientos inevitablemente, como producto de la observación desenfocada, surgen la atracción o el rechazo. Lo catalogado como agradable despierta el apego emocional mientras que lo desagradable impulsa la aversión. Disfruto practicar mientras camino porque los estímulos externos son intensos y ponen a prueba mi estado de conciencia.

Hay momentos en que la intensidad de la belleza de este mundo brota lujuriosa, como un canto silencioso que expresa la plenitud con desenfado. Me gusta pensar que esos momentos son un homenaje que la vida me hace con su regalo y yo le hago al percibirlo. Comunión perfecta en la que la mente se rinde al flujo sutil que vibra en ese brillo fugaz que nos hace uno. Tan inmensa es la abundancia de vida que nos cobija que si lo pensara, concluiría que es demasiada. Pero al sentirla, me dejo envolver y agradezco el privilegio de gozar de la maravilla cotidiana.

Ver la realidad esquematizada nos cierra. Las clasificaciones son prácticas pero engañosas. Cultivo una mirada abierta que una y otra vez tropieza con límites autoimpuestos pero que no se resigna. Una mirada atenta, que ya no persigue objetivos sino que está dispuesta a transgredir, que se anima a traspasar el umbral de los «debería» y los «hay que» hacia un espacio libre, allí donde lo imposible y lo irreversible nos hacen muecas.

 

De la ética, el mundo natural y el darse cuenta.

¿Es posible establecer principios que guíen todas las acciones humanas? Francamente me parece imposible, aunque indudablemente podemos construirnos internamente sobre una base sólida que nos permita discernir y evitar causar daño. La ética es un tema profundamente controversial porque es afectado por las pasiones humanas, el entorno sociocultural y nuestro grado de comprensión de las leyes naturales.

Darle forma a algunos criterios básicos que sirvan de referencia para distinguir la acción correcta implica alejarnos de nuestra forma de interpretar la vida y trascender las perspectivas. Una vez trascendido el utilitarismo de contar con un marco que contenga, no será aferrándose a una visión del mundo ni a una doctrina revelada que nos volveremos más sabios a la hora de tomar decisiones. La fundación sobre la que todo lo que existe se apoya puede vislumbrarse cuando la mente se serena, el pensamiento se vuelve testigo y la conciencia alcanza el espacio claro en que la vida expresa su ansia y búsqueda de equilibrio.

Ahora bien, ¿nos tiene que gustar el fruto de la observación? Evidentemente el sistema que rige el mundo natural no se ve afectado por nuestras opiniones y aún así, estamos dotados del «darnos cuenta». La práctica del «buenismo» no cambia las cosas tal como son, el ego disfrazado de bueno dice: «La naturaleza no tiene moral y yo sí. Yo soy bueno, y más que la mayoría». El ego identificándose y practicando supervivencia… Desde la propia perspectiva actuada con tolerancia se puede parecer más ético, pero la naturaleza no parece tener perspectivas sino puntos de encuentro conforme una dinámica que preserva la vida en todas sus formas. El punto fundamental quizá sea por qué el ser humano está dotado de ese «darse cuenta». No tengo la respuesta y probablemente nunca la encuentre.

¿Alguien puede dudar del poder abrumador, la belleza, el misterio y la unidad armónica en la que opera el universo en su conjunto? Si percibimos estas propiedades de forma clara y directa necesariamente trataremos de actuar sin violentarlas. Observar la naturaleza no crea obligaciones éticas sino sentimientos que nos llaman a actuar conscientemente. La atención es la puerta de acceso a la sintonía universal y la respuesta, una llamada a la acción en consonancia con lo divino que nos contiene.

Reconocerse como parte de la naturaleza nos conecta con lo divino y ello, con una base sólida para respetar los derechos de los seres humanos, animales y demás seres vivos, la integridad de los ecosistemas y la biósfera. La unidad del universo nos da una sensación de pertenencia, a la que respondemos mediante el cultivo de la unión mística. El misterio del universo despierta nuestra curiosidad, lo que buscamos satisfacer través de la ciencia y la exploración. La belleza del universo nos inspira amor y nos invita a contemplar y expresar nuestro asombro través del arte, la celebración y el ritual. No somos superiores a la naturaleza sino parte de ella. Nuestro deber es no dañar su diversidad y la estabilidad con que se autorregula. Quizá para eso estemos dotados del «darnos cuenta».

«Vivir conectados a la dimensión espiritual de la existencia implica reevaluar constantemente nuestras certezas a la luz de las evidencias.» (Alice White)

Del recuerdo fértil.

En este mundo nuestro, aún con sus complejidades y a pesar de las conocidas miserias de las que no somos ajenos, lo más hermoso y sublime también tiene cabida. Nos lo recuerda siempre la naturaleza con su belleza. Así como su potencia nos intimida, su contemplación nos conecta, aún dentro de nuestra vulnerabilidad, con un poder espiritual que nos sobrepone. Y en medio las dificultades y los desafíos cotidianos, probablemente el arte de vivir consista en imitarla y estar a la altura de lo que ella nos brinda. Porque si estamos lo suficientemente atentos, cada amanecer nos abre los ojos a un significante.


“En la mayoría de las personas, las gloriosas puertas de la percepción crujen sobre bisagras oxidadas. ¡Cuánto nos perdemos del esplendor de la vida por arrastrarnos medio ciegos, medio sordos, con nuestros sentidos ahogados y adormecidos por la rutina!” (Bro. David Steindl-Rast)

De la belleza y su dimensión cotidiana.

La belleza se teje apacible a través de lo cotidiano. Con tanto ruido en nuestras cabezas a veces ni reparamos en la belleza de los pequeños mundos que prosperan a nuestro alrededor y que tenemos el privilegio de poder reconocer. Somos invitados en este mundo natural empeñado en encontrar su equilibrio a pesar de nuestras erradas intervenciones humanas.

Aún cuando al escuchar hablar de la belleza pensemos que pertenece a un reino especial que mora en un lugar extraordinario, ella nos visita cada día en voz baja, susurrando su presencia en la ternura de una escena, en el cuidado de una madre hacia su hijo, en la bondad que asiste a un anciano que ya no puede por sí mismo.

A veces la belleza se agita con pasión frente a nuestros ojos y nos pone en la urgencia de disfrutar de su calidez y la maravilla del abrazo eterno con aquello que dejamos de mirar sin darnos cuenta sumergidos en la inconsciencia de la rutina. De alguna forma sabemos que la belleza no nos es ajena y respondemos a su llamado bajo las capas que cubrían su brillo en nuestros atribulados corazones.

Algo en el reino de lo natural expresa su alegría a nuestro despertar a lo bello. En la frontera con la desesperación nos invita a sentir, pensar y actuar el mundo cuidadosamente, sin dramatismos. La vida tiene su ritmo, el flujo de los ciclos su propio equilibrio. Nuestro corazón necesita conectarse a su devenir para interpretar el mundo con una sensación de libertad y agradecimiento. Aún en medio de la fragmentación y la desesperanza la elegancia del orden natural trae serenidad y consuelo a lo que no encontramos justificación.

Y cuando la belleza sigue su camino nos queda su deleite en la memoria para reforzar nuestra propia transfiguración en la paz de la aceptación.

«La belleza no mira, solo es mirada.» (Albert Einstein) 

Umbrales

Dentro de las garras del invierno, es casi imposible imaginar la primavera. El paisaje parece muerto al estar despojado de color. Solo desolación se ve a simple vista, todo parece amputado, al límite. El invierno en la estación más vieja y tiene algo de lo absoluto. Pero debajo de la superficie del invierno, el milagro de la primavera ya está en preparación, el frío está cediendo y las semillas están despertando. Los colores están comenzando a imaginarse su regreso.

Entonces, imperceptible, en algún lugar un capullo se abre y la sinfonía de la renovación no tarda en mostrarse. Desde el corazón negro del invierno, el milagro, la plenitud del color emerge como una respiración. La belleza de la naturaleza insiste en tomarse su tiempo. Todo está preparado. Nada se precipita. El ritmo de la aparición es lento, gradual, siempre avanza poco a poco en su camino. El cambio sigue siendo fiel a sí mismo hasta que lo nuevo se despliega con plena confianza en llegar. El comienzo de la primavera casi siempre nos atrapa sin darnos cuenta. Está allí antes que la veamos y abruptamente no podemos mirar en ninguna dirección sin verla.

El cambio llega en la naturaleza cuando el tiempo ha madurado.  No hay tropiezos en la transición. Esto explica la seguridad con que una temporada sucede a la otra. Es como si se estuvieran moviendo hacia adelante en una cinta continua.

El cambio es uno de los grandes sueños de cada corazón, cambiar las limitaciones, la desigualdad, la banalidad o el dolor. Muy a menudo miramos hacia atrás y observamos los patrones de comportamiento, el tipo de decisiones que tomamos reiteradamente y que ya no nos sirven y señalan un camino diferente o una ruta distinta como necesidad. Pero el cambio es difícil. Muy a menudo optamos por continuar con un viejo patrón en lugar de correr el riesgo de hacerlo diferente.

También solemos sorprendernos del cambio que parece llegar de la nada. Nos encontramos cruzando un nuevo umbral que nunca habíamos imaginado. Al igual que la primavera trabaja secretamente en el corazón del invierno, por debajo de la superficie de nuestras vidas grandes cambios están en fermentación. Nunca sospechamos nada. Luego, cuando las garras de un interminable invierno parecen aflojar, vulnerables nos encontramos en el desafío de negociar en un umbral.

En cualquier momento puedes preguntarte: ¿En qué umbral estoy ahora de pie? ¿Qué estoy dejando en mi vida? ¿Qué necesitaría? Un umbral no es una frontera sencilla, divide territorios, ritmos y atmósferas. De hecho, es el corazón despierto y apasionadamente comprometido el que cruza el umbral dando testimonio de la plenitud e integridad de la experiencia que nos impulsa hacia el extremo de la frontera real. En este umbral, una complejidad de emociones llena la vida: confusión, miedo, tristeza, esperanza. Hay sabiduría en la capacidad de reconocer y aceptar la clave de un umbral. Tomarse tiempo, sentir la variedad de presencias que se acumulan allí y escuchar con atención la voz interna que nos llama a cruzar. Siempre es un reto. Exige coraje y confianza.

Hay umbrales que se abren delante de nosotros en forma repentina, sin darnos chance para ninguna preparación. Podría ser una enfermedad, un sufrimiento o una pérdida. Estamos tan ocupados con las cosas cotidianas que generalmente olvidamos lo frágil que puede ser la vida y lo vulnerable que siempre somos. Solo se necesitan un par de segundos para que una vida cambie de manera irreversible. Repentinamente uno se para en una tierra completamente extraña y la vida toma un nuevo curso que tiene que ser abrazado. En esos momentos necesitamos desesperadamente bendiciones y protección. De repente todo lo vivido parece tan lejano. Piensa por un momento cómo, en este instante en todo el mundo, la vida de alguien acaba de cambiar de forma irreversible, permanente y no necesariamente para mejor. Y todo lo que alguna vez fue tan firme, tan confiable, debe ahora encontrar una nueva forma para desarrollarse.

Aunque sabemos el nombre de los demás y reconocemos las caras de los otros, nunca se sabe lo que el destino le depara a cada vida. El guión es individual y secreto, está escondido detrás y por debajo de la secuencia de acontecimientos en que continuadamente nos desenvolvemos. Cada vida es un misterio que nunca está disponible totalmente a las preguntas de la mente.

Que estamos aquí es una gran afirmación, de alguna manera la vida nos necesita y nos quería aquí.  Para sentir y confiar en esta aceptación primordial debe haber una vasta fuente de confianza dentro del corazón que nos pueda liberar del temor y abrir a la vida en un viaje de descubrimiento, creatividad y compasión. No tiene por qué ser el umbral una amenaza sino más bien, una invitación y una promesa. Lo que viene, el gran sacramento de la vida, seguirá siendo fiel a nosotros, nos bendice siempre con signos visibles de la gracia invisible. Nosotros simplemente tenemos que confiar.

(John O´Donohue)

(Fuente: To Bless the Space Between Us, John O´Donohue)

 

 

De los ecos y la memoria.

Todos tenemos historias que nos contamos una y otra vez. ¿Son verdad? Quién sabe… Pero tal vez esa sea una pregunta equivocada. Desde la comprensión humana la verdad y la realidad son tan tenues que quizá una pregunta más significativa sea: ¿Estas historias alimentan el alma, nutren la conciencia de manera de impulsarnos hacia lo necesario? La vida parece hablarnos a través de ecos, susurros que son sugerencia, destellos que aparecen como conjeturas llenas de sentido.
Las historias que nos contamos, ¿son útiles, agregan valor a nuestra vida y a la de los demás o hablan de nuestros apegos más difíciles y menos accesibles?
Disfruto de la naturaleza porque allí encuentro un ritmo profundo, un pulso al compás de lo sagrado, donde no parece haber tiempo ni espacio, donde todo es simple transcurrir. La manera en que vivimos es un exilio de nuestras naturales necesidades. Nos agota el personaje ilusorio que construimos pensando en sobrevivir y que alimentamos con el relato mental. Lo sublime de la naturaleza nos lo dice sigilosamente con la sanación que provoca pasar un día en la montaña o sentir la brisa del océano en el rostro.
Probablemente tengamos que volver al templo de nuestros sentidos y abrigarnos en la conciencia para captar lo que debemos ver y oír. Poner atención para percibir la nueva frontera como una invitación a desplegar la simetría interna tejida en la pertenencia. Curiosamente y no sin ironía, aquello que buscamos tantas veces con desesperación, literalmente nos rodea.
No tienes que ser bueno.
No tienes que recorrer el desierto
arrodillado, arrepintiéndote.
Sólo tienes que dejar
que el animal suave de tu cuerpo
ame lo que ama.
Cuéntame de tu dolor,
yo te contaré del mío.
Mientras tanto, el mundo sigue.
Mientras tanto, el sol
y los guijarros claros de la lluvia
se desparraman sobre los paisajes,
sobre las praderas y los árboles profundos,
las montañas y los ríos.
Mientras tanto, los gansos salvajes,
allá arriba en el límpido aire azul,
están volviendo a casa.
Quienquiera que seas,
no importa cuán solo te sientas,
el mundo se ofrece a tu imaginación,
te llama como la voz de los gansos salvajes,
áspera y excitante, anunciando,
una y otra vez, tu lugar en la familia de las cosas.
(Los gansos salvajes, Mary Oliver)

De la individualidad en un mundo interrelacionado.

No es posible ver al mismo tiempo, todas las facetas de cada cosa. Aún cuando todo tiene una causa, es al mismo tiempo relativa y contingente. Ajenos a toda forma de excluyente y arrogante dogmatismo podemos ver la universalidad del cambio y la interdependencia con los demás, el entorno, con lo que sucedió, sucede y sucederá. Nada existe aislado en el océano de la existencia. La forma más elevada del ser, afincada en lo más alto de la conciencia, del conocimiento y la comprensión, no es patrimonio exclusivo de nadie sino patrimonio de todos. La naturaleza genuina del ser y su camino individual nos iguala con delicada belleza y equilibrio.

«Cuando llega la lluvia, de las nubes más oscuras también cae agua limpia.»

La individualidad no es sencilla ni unidimensional, parece haber una multitud en lo profundo del corazón, una galería de yoes que expresan un aspecto singular de nuestra naturaleza. Contradictoria y paradojal se muestra a veces la maravillosa complejidad de lo somos. Pero allí reside la fuerza creadora, la energía vital que nos impulsa y distingue.

Dulce Oscuridad (David Whyte)
 

Cuando están cansados tus ojos
Está cansado también el mundo
Cuando tu visión se ha ido
No existe lugar del mundo que te pueda encontrar
Dirígete hacia la oscuridad
Donde la noche tiene ojos
Para reconocer a aquellos que le pertenecen
Ahí puedes estar seguro
Que no estas fuera del alcance del amor

Esta noche
La oscuridad será tu vientre
La noche te dará un horizonte
Mas allá de lo que puedes ver
Debes aprender una sola cosa
El mundo fue hecho para ser libre dentro de él
Renuncia a todos los mundos
Menos al que perteneces tú

A veces se precisa de la oscuridad y del dulce
encarcelamiento de tu soledad
para aprender
Cualquier ser o cualquier cosa
Que no te llene de vida
Es demasiado pequeño para ti

De la paz de las preguntas y la soledad habitada.

Habita en la naturaleza una delicada soledad. Una sabiduría amable que es afín a nuestra discreta timidez. La costa del mar con su sincronizado movimiento deleita la mirada humana. Nos seduce y atrapa. A la mente desconcertada le agrada pasear por la playa e impregnarse de ese ritmo con el que el mar llega y retrocede. Libera los nudos que crea el pensamiento. Los suelta y armoniza para que ocupen su lugar. Es la paz invisible que se hace visible y nos renueva cuando tomamos conciencia de lo eterno y lo impermanente, de la profunda afinidad que existe en el reflejo del silencio.

No se trata de convertirse en alguien solitario sino de aprender a vivir dentro del silencio de la propia soledad. De renunciar a los mundos que no nos pertenecen y estar en paz. La soledad no es un peso, es el umbral de una conexión profunda con todas las cosas.
El error es sentirse aislado. Todo espera por nosotros. Incluso en el momento más inesperado podemos captar la grandiosa diversidad, la extraordinaria presencia que acompaña y acoge nuestro propio tono. La atención se convierte entonces en la disciplina oculta de la familiaridad.

» Sentirte abandonado es negar la intimidad de tu entorno.» (David Whyte)

La vida adquiere la forma en que habitamos nuestros días, horas y momentos. La vida es movimiento y el despliegue de nuestros anhelos más íntimos le ponen el ritmo. Si vivimos replegados en algún confín del alma, no es raro que la vida se convierta en pura hostilidad. Es nuestra tarea reconocernos y reconvertir las formas en que nos vinculamos para notar lo asombroso de este mundo que constituimos y nos constituye. Nadie puede hacernos el favor de hacerlo por nosotros.

Podemos formularnos muchas clases de preguntas. Las hay estériles y fértiles, para eruditos y para gorriones. Las hay estimulantes e inútiles, están las retóricas que patean tachos y las que demandan respuesta con su urgencia. Pero hay algunas que son un despertador convertidas en poesía.
Los Gansos Salvajes
¿Quién hizo al mundo?
¿Quién hizo al cisne, y al oso negro?
¿Quién hizo a la langosta?
Esta langosta, quiero decir-
la que acaba de lanzarse desde el pasto
la que come azúcar de mi mano,
la que mueve sus mandíbulas
hacia atrás y hacia adelante,
en vez de arriba y abajo-
la que mira a su alrededor con sus ojos
enormes y complicados.
Ahora levanta sus pálidos antebrazos
y se lava la cara meticulosamente.
Ahora abre las alas de un brinco, y se va flotando.
Yo no sé qué es exactamente un rezo.
Sí sé prestar atención, sé cómo caerme
sobre el pasto, cómo arrodillarme en el pasto,
cómo ser ociosa y bendita, cómo pasear por los prados
que es lo que he estado haciendo todo el día,
Dime, ¿qué debiera haber hecho?
¿No es que todo muere al fin, y demasiado pronto?
Dime, ¿qué piensas hacer tú
con tu vida única,
salvaje, preciosa?
(Mary Oliver)