Todos tenemos mapas mentales en base a los cuales interpretamos la realidad y nos relacionamos con el mundo. La cultura nos va moldeando desde la tierna infancia estableciendo lo correcto y lo incorrecto, aquello bien visto en oposición a lo condenable. Es un proceso de normalización que naturaliza hechos y situaciones. Así es como el marco en el que nos desenvolvemos va cobrando una dimensión que nos contiene y al mismo tiempo limita nuestra percepción.
Casi como un proceso autónomo, nuestra conciencia se va organizando alrededor de este sistema y lo que llamamos libertad para decidir no es otra cosa que un «creer decidir en libertad» que está bastante lejos de alguna forma de objetividad.
Como producto de esta combinación de factores, eso que llamamos realidad no es otra cosa que la resultante de acuerdos y convenciones que fueron sedimentando en la conciencia con sus reglas y descripciones. Puede suceder que nunca cuestionemos nada y por el contrario defendamos a capa y espada la validez de un estado de cosas que nos puede parecer lógico o racional conforme las reglas convencionales. Pero si eventualmente, la incomodidad se torna insoportable, necesariamente se deberá indagar en el mundo interno. La respuesta no está afuera.
Cabría preguntarse quién se beneficia con este esquema y por qué nos cuesta tanto darnos cuenta de los automatismos que nos gobiernan. ¿Existe la decisión consciente? ¿Consciente de qué? ¿Habrá forma de cambiar este vivir en una jaula dorada con cupo? Porque esta estrechez de conciencia es incompatible con cualquier forma de evolución inclusiva donde la marginalidad no sea parte necesaria para equilibrar los excesos.
«Más allá de las ideas sobre que está bien y que está mal, hay un campo. Allí te encontraré.» (Rumi)
Frente a la vastedad y complejidad de la vida y la sorprendente precisión con el sistema equilibra, creo fundamental observar la propia conciencia y su organización para poder afinar el enfoque con que interpretamos la realidad. No es un simple cambio sino la integración como plataforma para un nuevo nivel de contacto con el mundo del que somos parte pero no su ombligo. Quizá sea hora de entender que el mundo no nos necesita y nosotros sí necesitamos de los otros y el entorno.
Y cada vez que estemos a punto de la desesperación, seamos humildes. Conviene no perder de vista que cada nivel de conciencia posee su propia estructura, definida por unos patrones que determinan la experiencia y la percepción.
Mucho amor y compasión hacia la propia ignorancia.
Conocerse es rescatarse de las redes del narcisismo y liberar a la identidad más profunda que se sabe integrada y a salvo de pretender «salirse con la suya». (Alice White)