Del ser real y la doma del ego.

Cuando se trata de nosotros mismos, todo lo que podemos hacer es aprender a tratarnos compasivamente, abrazar las opciones que nos dejamos abiertas y fertilizar la posibilidad de lo bueno con la apertura nacida en la aceptación. A veces aquello que parece el problema es la bendición que nos conduce hacia un lugar de esperanza. Necesitamos aprender a amar el ser real que somos y dejar de lado el ideal de la perfección que no hace más que bloquearnos a nuestras potencialidades. ¿Cuál es el sentido de utilizar viejas heridas para edificar nuevos sufrimientos que las reafirman?

«Si quieres volverte sabio, primero debes escuchar a los perros salvajes que ladran en tu sótano.» (Nietzsche)

¿Conoces a alguien que haya muerto feliz por una vida en la seguridad de su pequeño mundo egoísta? Si la respuesta es no, ¿para qué insistimos en buscar seguridad en donde no la hay? ¿por qué dejamos que el miedo decida por nosotros haciendo de la estrechez mental un hábito? ¿por qué pretendemos hacer permanente lo que es claramente impermanente? ¿cuál es el sentido de vivir una vida examinada minuciosamente para ganar siempre sin espacio para la imaginación?
Vivir desde el corazón es hacerlo con pasión y rendidos activamente a nuestra vulnerabilidad. Y no es una fantasía romántica. Hay momentos en que ser imprudentes es una necesidad aún a riesgo del error o de poner en evidencia lo poco que sabemos. Todos tenemos un lado oscuro que necesita ser iluminado e integrado cuidadosamente o viviremos en su cono de sombra. Nadie muere orgulloso por la vida egoísta que ha llevado.

«La única opción que tenemos a medida que maduramos es la forma que habitamos nuestra vulnerabilidad. La manera en que nos hacemos más grandes, valientes y compasivos a través de la intimidad con nuestra desaparición.» (David Whyte)

De los estados de ánimo y su observación

«Cuando surja un estado de ánimo contra alguien o a favor de alguien, no lo pongas en la persona en cuestión, sino permanece centrado.»

¿Qué hacemos cuando surge el odio por alguien o contra alguien? ¿Y cuando sentimos amor por alguien? Lo proyectamos sobre esa persona. Esa es la tendencia natural que brota con intensidad.

Pero si sientes odio por mí, en tu odio te olvidas completamente de ti mismo. Si sientes amor por mí, te olvidas completamente de ti mismo y yo me vuelvo tu objeto. Proyectas tu amor u odio o lo que sea sobre mí. Olvidas completamente el centro interno de tu ser y el otro se vuelve el centro. Cuando surja el odio o surja el amor, o cualquier estado de ánimo por o contra alguien, no lo proyectes sobre la persona en cuestión. Recuerda: tú eres la fuente de ese estado.

Cuando decimos «te amo», la sensación general es que el otro es la fuente de mi amor pero en realidad, no es así. Yo soy la fuente y el otro es tan solo una pantalla sobre la que yo proyecto mi amor. Proyecto mi amor sobre ti y digo que eres la fuente de mi amor. Esta es una ficción que construimos sin darnos cuenta para exteriorizar la energía del amor hacia ese otro. Así es como lo convertimos en adorable. Puede que no seas adorable para otra persona sino absolutamente aborrecible. Si fueras la fuente del amor, entonces todo el mundo sentiría amor por ti, pero no eres la fuente. Cuando proyecto amor, te vuelves adorable; si alguien proyecta odio, entonces te vuelves aborrecible. Y si otra persona no proyecta nada, le eres indiferente; puede que ni siquiera te haya mirado. ¿Qué está pasando? Estamos proyectando nuestros propios estados de animo sobre los demás.

Es por eso que, si estás en tu luna de miel, la Luna parece maravillosa y el mundo entero se ve diferente. Pero esa misma noche, para tu vecino no es en nada encantadora puesto que ha muerto su hijo y entonces la misma Luna es triste, casi intolerable. ¿Es la Luna la fuente o es tan solo una pantalla en la que te proyectas?

Cuando surja un estado de ánimo contra alguien o a favor de alguien, no lo pongas en la persona o en el objeto en cuestión. Permanece centrado. Recuerda que tú eres la fuente, así que no te vayas al otro, vete a la fuente. Cuando sientas odio, no te vayas al objeto. Vete al punto desde el que viene el odio. No te vayas a la persona a la que va dirigido, sino al centro desde el que procede. Vete al centro, entra en ti. Usa tu odio o amor o ira o cualquier cosa como un viaje hacia tu centro interno, a la fuente. Entra en la fuente y permanece centrado allí.

Siempre tratamos de ir hacia el otro y nos sentimos muy frustrados si no hay nadie sobre quien proyectar. Entonces proyectamos incluso en objetos inanimados. Es posible ver a alguien enfadado revoleando un zapato con furia, empujando una puerta y lanzándole su ira o despotricando contra ella.

Cuando sientas ira por alguien entra inmediatamente en ti y ve a la fuente de la que sale. Permanece centrado ahí, no te vayas al objeto. Alguien te ha dado una oportunidad de ser consciente de tu propia ira, agradéceselo y olvídate de él. Cierra los ojos, entra en ti, y mira la fuente de la que está viniendo esa ira. Es fácil ir a la fuente en el momento en que estás enfadado. Puedes ir hacia dentro siguiendo el calor que emana de la emoción. Y cuando llegues a un punto fresco dentro de ti, de pronto tomarás conciencia de una dimensión diferente, un mundo diferente se abre ante tus ojos. Usa la ira, usa el odio, usa el amor para entrar en ti.

El maestro zen Lin Chi, solía relatar: «Cuando era joven me fascinaba ir en barca. Tenía una pequeña barca y solía ir al lago solo. Me quedaba allí durante horas y horas.
Una vez sucedió que estaba meditando en mi barca con los ojos cerrados durante una noche muy hermosa. Una barca vacía llegó flotando corriente abajo y golpeó mi barca. Tenía los ojos cerrados, así que pensé: Alguien con su barca ha golpeado la mía. Inmediatamente surgió la ira. Abrí los ojos y, enfadado, iba a decirle algo a ese hombre; entonces me di cuenta de que la barca estaba vacía. No había manera de continuar. ¿A quién podía expresarle mi ira? La barca estaba vacía y simplemente estaba flotando corriente abajo, había llegado y golpeado mi barca. Así que no había nada que hacer. No había ninguna posibilidad de proyectar la ira en una barca vacía.
Entonces cerré los ojos. La ira estaba allí, pero al no encontrar una salida. Floté hacia dentro siguiendo la ira. Y esa barca vacía se convirtió en mi realización. Llegué a un punto dentro de mí mismo en esa noche silenciosa. Esa barca vacía fue mi maestro. Ahora, si viene alguien y me insulta, me río y digo: Esta barca también está vacía. Cierro los ojos y entro en mí.»

Prueba esta técnica, puede obrar milagros en tu comportamiento.

 

(Adaptación libre de «El Libro de los Secretos», Osho)

Del filo de las palabras y toda su crudeza.

«Vamos, no seas marica», le dijo el profesor de natación a Juan al pedir una toalla  para salir de la pileta porque tenía frío. Él tenía ocho años de edad e iba a natación como parte de las actividades de la escuela. Todos sus amigos empezaron a reírse. «Marica, marica…», le gritaron, y el profesor, lejos de hacerlos callar, los alentó. Nunca más volvió a nadar hasta que empezó a hacer gimnasia acuática a los sesenta junto a Lucas, su pareja de los últimos dieciocho años.

“¿Quién quiere más torta?”, preguntó Charlie en el cumple de su hija. Ella festejaba sus catorce años y había invitado a sus amigos de la escuela a su casa. Ella estaba contenta y con entusiasmo le dijo: ¡yo, papá…! “Vos no mi amor, tenés que cuidarte porque vas a seguir engordando”, le disparó Charlie delante de todos sin ninguna medida. Ella aguantó la vergüenza como pudo hasta que se fueron y se refugió en su cuarto pensando en lo triste que era ser gorda.

«Tu dibujo no tiene nada que lo destaque, es común”, le dijo su profesora de dibujo apenas iniciado el primer año del secundario. Para ella, dibujo era la materia preferida en la primaria y realmente dibujaba muy bien. Se había destacado en concursos y exposiciones del distrito. Pero ese año casi se lleva la materia. No volvió a dibujar hasta pasados los cincuenta y cinco, cuando tomó coraje pintando mandalas por recomendación de su terapeuta.

“Nena, no seas así, cuando seas grande no te van a querer ni los perros…”, era la frase que ella usaba para retar a su hija cuando hacía o decía algo que le parecía mal. Una frase corta con la contundencia del látigo, directa, sin ninguna conciencia del daño que podía causar. Más tarde, cuando le preguntaban, ella siempre decía que había educado a su hija con mucho amor. Que hizo lo mejor que pudo. En nombre de ese amor dijo frases como esa…

Muchas veces no prestamos la suficiente atención y decimos cosas que marcan y hacen daño a los que queremos. Son frases jodidamente desafortunadas, de esas que sería preferible haberse mordido la lengua o haberse quedado afónico de golpe en lugar de ser pronunciadas. Porque no importa cuántas horas de terapia les dediquemos para desarticularlas ni cuánto esfuerzo espiritual hagamos para quitarles poder, seguirán allí, rondando y haciéndonos la vida una hiel en el momento más inoportuno. Son frases que en nuestros relatos aparecen como exageradas, como que las recordamos mal. Porque no puede haber tanta maldad ni tamaña mala intención en quien las pronunció. Pero es entonces, cuando haciendo una íntima revisión en la privacidad de nuestro mundo interno, nos damos cuenta con toda crudeza de esas palabras que nos marcaron y se afincaron en el inconsciente. No nos mataron, pero la grieta en el corazón causó estragos y nos condicionó atrozmente.

Lo bueno es que llega un día, un momento de la vida en que finalmente sacamos uno por uno todos los puñales que nos clavaron en el alma. Nos miramos con cierta timidez en el espejo y descubrimos que no importa, que no fueron dichas con intención de dañar, que los autores de pronunciar tamañas salvajadas en forma de sentencias, lo hicieron desde su propia inconsciencia. Ellos cargaban con sus propias frases desgraciadas. Es entonces cuando llega el perdón y sentimos que vamos sanando poco y poco. Y más tarde, cuando el tiempo y nuestra madurez lo permiten, llega la compasión. Es ahí cuando recuperamos nuestra dignidad y las ganas de nadar, comer torta y dibujar. Nos deja de importar la opinión de los demás y ya no tenemos miedo a quedarnos solos. Porque es una realidad que no solamente nos quieren los perros…

Sería bueno que todos pensemos y pongamos atención en lo que decimos y cómo lo decimos. Cultivemos la sensatez de hablar con criterio, priorizando lo humano de nuestras necesidades y vulnerabilidades compartidas. Porque las palabras pueden herir y tardar muchos años en recomponer el daño. Y a veces el daño es tan profundo que no tiene arreglo. Porque a las palabras, no se las lleva el viento.

Del cambio, el enfoque y la cruda presencia.

Basamos nuestras vidas en la búsqueda de la felicidad y la evasión del sufrimiento, pero lo mejor que podemos hacer para nosotros mismos – y para el planeta – es cambiar por completo nuestra manera de pensar.

En un nivel muy básico, todos los seres creen que deberían ser felices. Cuando la vida se vuelve difícil o dolorosa, sentimos que algo ha salido mal. Esto no sería un gran problema excepto por el hecho de que cuando sentimos que algo ha salido mal, estamos dispuestos a hacer cualquier cosa para sentirnos bien de nuevo. Incluso iniciar una lucha.

Según las enseñanzas budistas, la dificultad es inevitable en la vida humana. Por una razón: no podemos escapar la realidad de la muerte. Pero también existen las realidades del envejecimiento, la enfermedad, el no conseguir lo que queremos, u obtener lo que no deseamos. Esta clase de dificultades son hechos de la vida. Incluso si fueras el mismo Buda, si fueras una persona completamente iluminada, experimentarías la muerte, la enfermedad, el envejecimiento, la tristeza de perder lo que amas. Todo esto te pasaría a ti. Si te quemas o te cortas, te dolería.

Pero las enseñanzas budistas también dicen que esto no es realmente lo que causa la miseria en nuestras vidas. Lo que causa la miseria es nuestro intento de escapar de los hechos de la vida, siempre tratar de evitar el dolor y buscar la felicidad – este sentido que tenemos con respecto a que podríamos tener seguridad duradera y felicidad a nuestra disposición si tan sólo hiciéramos lo correcto.

En esta vida podemos hacernos un gran favor a nosotros mismos y a este planeta cambiando por completo nuestra vieja manera de pensar. Como Shantideva, autor de ‘Guide to the Bodhisattva’s Way of Life’, (traducido como Guía para el modo de vivir del bodhisattva) señala: el sufrimiento tiene mucho que enseñarnos. Si utilizamos la oportunidad cuando se presenta, el sufrimiento nos motiva a buscar respuestas. Mucha gente, incluida yo misma, llega al camino espiritual a causa de una profunda infelicidad. El sufrimiento también nos puede enseñar empatía para con los demás que están en el mismo barco. Por otra parte, el sufrimiento puede hacernos más humildes. Incluso el más arrogante entre nosotros puede ser ablandado por la perdida de alguien muy querido.

Sin embargo, resulta tan básico para nosotros sentir que las cosas deben salirnos bien, y que si comenzamos a sentirnos deprimidos, solos, o inadecuados, es porque debió haber algún tipo de error o porque algo hicimos mal. En realidad, cuando nos sentimos deprimidos, solos, traicionados, o cuando surge en nosotros cualquier sentimiento indeseable, es un momento importante en el camino espiritual. Aquí es donde la verdadera transformación puede tener lugar.

Mientras sigamos atrapados en la constante búsqueda de la seguridad y la felicidad, en lugar de honrar el sabor y el aroma y la calidad de lo que exactamente está pasando; mientras sigamos huyendo del malestar, seguiremos atrapados en un ciclo de infelicidad y decepción, y nos sentiremos cada vez más débiles. Este modo de ver nos ayuda a desarrollar fuerza interior.

Y lo que es especialmente alentador es el reconocimiento de que la fuerza interior está disponible para nosotros justo en el momento cuando creemos que hemos tocado fondo, cuando las cosas están en su peor momento. En lugar de preguntarnos: “¿Cómo puedo encontrar seguridad y felicidad?” podríamos preguntarnos: “¿Puedo tocar el centro de mi dolor? ¿Me puedo sentar con el sufrimiento, tanto con el mío como con el tuyo, sin hacer el intento de desaparecerlo? ¿Puedo mantenerme presente ante el dolor de la pérdida y la desgracia – ante la decepción en todas sus formas – y dejar que me abra?” Este es el truco.

Hay varias maneras de ver lo que sucede cuando nos sentimos amenazados. En momentos de angustia – de rabia, de frustración, de fracaso – podemos observar cómo nos enganchamos y cómo se intensifica shenpa. La traducción habitual de shenpa es “apego,” sin embargo este término no expresa adecuadamente el significado completo. Pienso en shenpa como “engancharse.” Otra definición que utiliza Dzigar Kongtrul Rinpoche, es la “carga” – la carga detrás de nuestros pensamientos, palabras y acciones, la carga detrás del “me gusta” y el “no me gusta.”

También pude ser útil cambiar nuestro enfoque y observar cómo ponemos barreras. En esos momentos podemos observar cómo nos retiramos y nos ensimismamos. Nos volvemos secos, amargos, miedosos; nos derrumbamos, o nos endurecemos debido al temor a que venga más miedo. De un cierto viejo modo familiar, automáticamente erigimos un escudo protector y nuestro egocentrismo se intensifica.

Pero este es el momento justo en el que podemos hacer algo diferente. Justo en ese punto, a través de la práctica, nos podemos llegar a familiarizar con las barreras que ponemos alrededor de nuestros corazones y alrededor de todo nuestro ser. Podemos entrar en intimidad con la forma en que nos escondemos, nos adormecemos, o nos congelamos. Y la intimidad que nos hace conocer tan bien esas barreras, es lo que comienza a desmantelarlas. Sorprendentemente, cuando les damos toda nuestra atención, comienzan a desmoronarse.

En última instancia, todas las prácticas que he mencionado son simplemente formas en que podemos ir disolviendo esas barreras. Ya sea que se trate de aprender a estar presentes a través de la meditación sentada, reconociendo shenpa, o practicando la paciencia; estos son métodos para disolver los muros de protección que automáticamente erigimos.

Cuando levantamos las barreras, y el sentido del ‘yo’ como algo separado de ‘ti’ se hace más fuerte, allí mismo, en medio de las dificultades y el dolor, todo el asunto podría dar todo un giro si tan solo no levantáramos ninguna barrera; al simplemente permanecer abiertos a la dificultad, a los sentimientos por los que estamos pasando; por el simple hecho de no contarnos a nosotros mismos lo que está ocurriendo. Ese es un paso revolucionario. Hacernos íntimos con el dolor es la clave para cambiar justo en el núcleo de nuestro ser – mantenernos abiertos a todo lo que experimentamos, permitir que el filo de los tiempos difíciles nos perforen el corazón, permitiendo que esos tiempos nos abran, que nos hagan más humildes, y que nos hagan más sabios y más valientes.

Deja que la dificultad te transforme. Y lo hará. En mi experiencia, sólo necesitamos ayuda para aprender a no huir.

Si estamos listos para intentar mantenernos presentes con nuestro dolor, uno de los mayores apoyos que podemos encontrar es cultivar la calidez y la simplicidad de la bodhichitta. La palabra bodhichitta tiene muchas traducciones, pero probablemente la más común sea: “corazón despierto.” La palabra se refiere a un anhelo de despertar de la ignorancia y el engaño para ser capaces de ayudar a otros a hacer lo mismo. Poner nuestro despertar personal en un marco mucho más grande, incluso planetariamente, establece una diferencia bastante significativa. Nos da una perspectiva más vasta con respecto a la razón de por qué llevamos a cabo este a menudo difícil trabajo.

Hay dos clases de bodhichitta: la relativa y la absoluta. La bodhichitta relativa incluye compasión y maitri. Chögyam Trungpa Rinpoche traduce maitri como “amistad incondicional con uno mismo.” Esta amistad incondicional significa tener una relación imparcial con todas las partes de tu ser. Así, en el contexto del trabajo con el dolor, esto significa establecer una relación íntima, compasiva y sincera con todas esas partes de nosotros mismos que generalmente no queremos tocar.

Algunas personas encuentran las enseñanzas que ofrezco útiles porque les animo a ser amables con ellos mismos, pero esto no significa que tengamos que mimar nuestra neurosis. La bondad que yo aprendí de mis maestros, y que me gustaría mucho transmitir a los demás, es una bondad hacia todas las cualidades de nuestro ser. Las cualidades con las que cuesta más trabajo ser bondadoso son aquellas que resultan dolorosas, en las que nos sentimos avergonzados, como si no perteneciéramos, como si hubiéramos echado todo a perder, cuando todo se nos está desmoronando. Maitri significa: quedarnos con nosotros mismos cuando nos hemos quedado sin nada, cuando sentimos que somos unos perdedores. Y se convierte en la base para extender esa misma amistad incondicional hacia los demás.

Si hay partes enteras de ti mismo de las que sueles huir, y que incluso hasta sientes que tienes una justificación para huir, entonces vas a huir de cualquier cosa que te ponga en contacto con tus sentimientos de inseguridad.

Y ¿has notado qué tan a menudo esas partes de nosotros son tocadas? Cuanto más te cercas a una situación o a una persona, más afloran estos sentimientos. A menudo, cuando estás en una relación, todo comienza muy bien, pero cuando se vuelve más íntima y comienza a emerger tu neurosis, simplemente te empiezan a dar ganas de escapar de ahí.

Así que estoy aquí para decirte que el camino hacia la paz está justo ahí, cuando sientes el deseo de huir. Puedes navegar a través de la vida no dejando que nada te toque, pero si realmente quieres vivir plenamente, si quieres participar en la vida, tener relaciones genuinas con otras personas, con los animales, con la situación del mundo, definitivamente vas a tener que vivir la experiencia de sentirte provocado, de engancharte, de shenpa. No sólo vas a sentir dicha. El mensaje es que cuando esos sentimientos surgen, no se trata de ningún fracaso. Es la oportunidad que tienes de cultivar maitri, una amistad incondicional hacia tu perfecto e imperfecto ser.

La bodhichitta relativa también incluye el despertar de la compasión. Uno de los significados de la compasión es “sufrir con,” estar dispuesto a sufrir con los demás. Esto significa que en el grado en el que puedas trabajar con la totalidad de tu ser – tus prejuicios, tus sentimientos de fracaso, tu autocompasión, tu depresión, tu rabia, tus adicciones, más te vas a conectar con otras personas desde esa totalidad. Y será una relación entre iguales. Serás capaz de sentir el dolor de otra gente como el tuyo propio. Y serás capaz de sentir tu propio dolor y saber que está siendo compartido por millones.

La bodhichitta absoluta, también conocida como shunyata, es la dimensión abierta de nuestro ser, el corazón y la mente completamente abiertos. Sin etiquetas de “tú” y “yo,” “enemigo” y “amigo,” la bodhichitta absoluta siempre está aquí. Cultivar la bodhichitta absoluta significa tener una relación no-conceptual con el mundo, sin prejuicios; es tener una relación directa, sin editar con la realidad.

Ese es el valor de la práctica de la meditación sentada. Te entrenas para volver al momento presente sin adornos, una y otra vez. Cualquier pensamiento que surge en tu mente, lo tratas con ecuanimidad y aprendes a dejar que se disuelva. No hay ningún rechazo hacia los pensamientos y emociones que afloran; más bien, nos damos cuenta que los pensamientos y las emociones no son tan sólidas como creíamos que eran.

Se requiere de valentía para entrenarse en la amistad incondicional, se requiere de valentía para entrenar ese “sufrir con,” se requiere de valentía para quedarse con el dolor cuando surge y no huir o levantar barreras. Se requiere de valentía para no morder el anzuelo y dejarse arrastrar. Pero conforme lo hacemos, la realización de la bodhichitta absoluta, la experiencia de qué tan abierta y sin restricciones realmente es nuestra mente, comienza a abrirse paso en nosotros. Como resultado de sentirnos más cómodos tanto con las altas como con las bajas de nuestra vida ordinaria, esta realización se hace más fuerte.

Comenzamos echándole un vistazo más de cerca a nuestra previsible tendencia de engancharnos, de separarnos de nosotros mismos, de encerrarnos en nosotros mismos y levantar muros. A medida que entramos en intimidad con estas tendencias, se vuelven gradualmente más transparentes, y vemos que en realidad hay espacio, un espacio ilimitado, un espacio capaz de acoger. Esto no quiere decir que ahora la vida sea felicidad y comodidad permanente. Ese espacio incluye dolor.

Aún podemos seguir siendo traicionados, podemos seguir siendo odiados. Podemos seguir sintiéndonos confundidos y tristes. Lo que ya no haremos es morder el anzuelo. Lo agradable ocurre. Lo desagradable ocurre. Lo neutral ocurre. Lo que gradualmente aprendemos es a no dejar de estar plenamente presentes. Necesitamos entrenar en este nivel tan básico debido al sufrimiento generalizado que hay en el mundo. Si no nos entrenamos centímetro a centímetro, un momento a la vez, en superar nuestro miedo al dolor, entonces estaremos demasiado limitados en cuanto a nuestra capacidad de ayudar. Estaremos limitados para ayudarnos a nosotros mismos, y limitados para ayudar a todos los demás. Así que comencemos con nosotros mismos, justo donde estamos, aquí y ahora.

(Extractado de “Practicing Peace in Times of War», Pema Chodron)

Del miedo, los mandatos y otros venenos.

“Todo aquello que cultivas, crece”, dicen los maestros de las distintas tradiciones.

La mayoría de nosotros creció en el paradigma de la existencia de buenos y malos. Los malos tenían una cara muy vívida que se debía identificar para mantenerse a salvo como estrategia  de supervivencia.

“¡El miedo nos mantiene vivos!”, proclamaban nuestros padres y educadores con sentencia de verdad. Definían el hecho de estar vivos bajo el concepto del sobrevivir biológico. Así crecimos, el hilo de un pensamiento unido a otro se convirtió en un alambre y luego en un sólido hábito. Frente al estímulo adecuado, rápidamente se activan los mecanismos de “a salvarse…”, rudimentarios mecanismos de defensa como reflejo de un luchar o huir del ataque inminente.

Pero el miedo tiene otra cara: Mata esperanzas, sueños y oportunidades. Mata el coraje, la individualidad y mutila el amor. Navegar la vida sobrecargado por el miedo es como tratar de nadar contra la corriente llevando tres capas de ropa de lana. El intento se vuelve agotador y pone en peligro la propia vida que se intenta proteger. Si no dejamos esa carga se diluye la esperanza de sobrevivir y mucho menos prosperar.

Tal vez la verdadera sabiduría para vivir consista en aprender a atravesar las aguas, que hay fuerzas fuera de nuestro control y debemos convivir con los enigmas sin resolver y los misterios sin solución. Con ese fin, probablemente lo más sabio sea liberarse de una de las cargas más pesadas: El miedo.

El miedo es el único oponente real de la vida. Un adversario traicionero e inteligente, indecente y sin misericordia que ataca los aspectos más débiles de nuestra personalidad con asombrosa infalibilidad. Suele disfrazarse a través de la duda moderada y deslizarse por la mente con amabilidad para crear ansiedad. La razón se nubla y la capacidad de discernir cae. La ansiedad se convierte en temor y el miedo invade el cuerpo que acusa a través de sus síntomas que algo malo está pasando.

A partir de ese estado no es difícil que se tomen decisiones precipitadas y la confianza caiga derrotada. En este contexto, el miedo, que no es más que el resultado de una percepción, triunfa sobre el Yo.

El miedo a la muerte es un miedo ancestral  con visos de tragedia en nuestro mundo occidental. No se percibe la muerte del lado de la vida, como un efecto natural. Es un miedo infantil que luego acompaña al adulto que no transitó la muerte del falso yo, del ego y su construcción social con sus posesiones que hace posible nacer a una vida sin miedo.

El miedo al amor le sigue cuando vamos creciendo. Nos desespera no ser queridos y nos apegamos en lugar de amar. La confusión se hace extrema al punto que consideramos que el amor duele.

El miedo al fracaso nos hace adultos. No nos enseñaron a ver el fracaso como un aprendizaje, como una oportunidad de cambio sino que aprendimos a ser valorados en base a los éxitos, a ser mejores que otros.

Y es así como luego tenemos miedo de casi todo: De las relaciones que se terminan, de las criaturas que mueren, de los pesticidas, de tener hijos, de no tenerlos, de la enfermedad, de ser atropellado por un camión o un tren, de los tiburones y las cucarachas, de rompernos el cuello y quedar paralizados, de perder la mente y de ser diferente, de llegar a viejos y estar solos y pobres, de ser feos, de las pandemias y del fin del mundo.

El mapa de los tesoros de la vida se oculta tras estos velos trágicos y terminamos viviendo en un universo domesticado como actores de reparto. Pero sobrevivimos hasta la muerte en un devenir que no puede estar más lejos de la vida.

La buena noticia es que todo cambia cuando nos enfrentamos a estos monstruos ocultos en el armario y nos convertimos en capitanes del navío llamado «nuestra vida» en busca de un destino que depende de cada decisión que tomamos. Porque nada significa nada hasta que acordamos una descripción simbólica y le asignamos autoridad. Las sombras pueden ser aterradoras en nuestra imaginación y muy reales, pero se vuelven pequeñas cuando cambiamos el ángulo de la luz.

La verdad de nuestra impermanencia y de todo lo que existe desarma los miedos. La aceptación los empequeñece y el agradecimiento a lo bello de la vida los torna inofensivos. No es fácil, pero es simple.

«Mi vida ha estado llena de terribles desgracias, la mayoría de los cuales nunca sucedieron» (Michel de Montaigne)

De la desorientación y los personajes.

Y le dijo Pedro al desorientado hijo adolescente de mi amiga Lucrecia mientras acomodaban las pesas:
«NO te adaptes a la sociedad.Nunca te dejes manipular. Vive como un derecho tu legítima rareza. No te engañes pensando que elegir es hacerlo con el tipo de salsa que te van a cocinar. El mundo no se mueve por azar, no aceptes visiones reduccionistas, no dejes que el miedo te arrincone, no creas que la mentira es el método. Toma la iniciativa en todo lo que hagas, imagina y crea. Interésate por los demás con amor, tienen tus mismas angustias básicas. No es lo mismo una poesía que una publicidad aunque ambos escritos tengan letras. No hagas lo que te dicen disciplinadamente sin pensar porque te transformarás sin darte cuenta en un esclavo de otros que sí piensan.»

Y dijo El Tábano Alberto, en un alarde de precisión: «No es lo mismo la unidad social que nos hace sentir parte y crea pertenencia que la uniformidad de pensamiento para que nadie piense por sí mismo. No es lo mismo el rito como cuidado y respeto por los detalles que la rutina de las formas. A todo el mundo le gusta la sinceridad hasta que conocen a alguien que la practica.»

De la ética de vivir y la espiritualidad cotidiana.

Muchas veces justificamos un comportamiento poco ético y moralmente repudiable en el dolor inconsciente, el de la infancia o el no trabajado. El volvernos egoístas pasa así a tener un argumento lógico que lo sostenga aún en gente que podríamos considerar “buena”. Toda la doctrina de la reencarnación y el karma que sostienen las tradiciones espirituales orientales es fuente de un comportamiento ético para sus creyentes y establece una frontera para el obrar incorrecto. Puesto que las acciones de hoy darán sus frutos en el futuro (léase en esta vida o las siguientes) la noción sirve como límite para las acciones repudiables. En el mismo orden, se justifica a los afortunados que viven bien hoy en su buen karma pasado.

Pero conviene no perder de vista que hay gente exitosa y que disfruta de la vida ignorando por completo estas ideas y sus similares de premio y castigo  del cristianismo. La crueldad y la psicopatía tienen su espacio en esta vida y a veces asociado a un vistoso bienestar.

Creo que el punto fundamental para vivir una vida anclada en valores o principios espirituales y elegir el camino de la empatía, el respeto y la compasión no pasa por negar que se puede vivir sin que los demás importen y sentirse bien sino optar por transitar el propio camino independientemente de las elecciones ajenas. Poco debería importarme cómo construye su felicidad ese otro que en mis términos es inmoral o ejecuta actos reñidos con la ética. Ese es su camino y el mío es otro.

Realmente no veo necesario creer en la reencarnación ni motivarnos en una vida futura de fortuna para llevar una vida moral y éticamente aceptable en el presente y lo cotidiano. La clave para ser responsable y respetuoso pasa por aprender a gestionar el dolor eficientemente y así no buscar alguna forma de compensación en el afuera por lo que sentimos. No es un dar para recibir ni un hacer buenos actos para que la vida me retribuya con el mismo criterio simplista del cielo y el infierno con el que la mayoría fuimos educados en occidente. En lo personal, el sistema de premios y castigos  no lo deseo para mi vida.

A medida que aumenta la comprensión del misterio de la vida y se acepta la realidad y el sufrimiento como parte de ella sin resistencias en el corazón, es posible transitar nuestro paso por este mundo con sensibilidad, amabilidad, generosidad y cuidado de otros y con otros. El poder espiritual para enfrentar la adversidad se incrementa naturalmente y con él nuestra capacidad para gestionar en el modo en que atravesamos las escenas. El beneficio es para todos y el primer paso para lograrlo es que lo hagamos cada uno en nuestra propia vida.

Maestro, veo que a veces te ríes solo. ¿Es que tienes lindos recuerdos de algo o alguien? No hijo, no hay recuerdos; río por mi naturaleza. Los seres humanos somos todos esquizofrénicos, duales, pensamos en blanco y negro, hacemos y no hacemos, amamos y odiamos al mismo tiempo, estamos y nos preocupamos por estar. ¿Qué te extraña que ría si a veces lloro?

Del apego, de creer y ver.

Muchas veces vivimos creyendo que «tenemos los ojos abiertos», «que estamos despiertos» y por eso a nuestra conciencia no se le escapa nada de lo que sucede. Cabría preguntarse cuánto de válido tiene esa confianza en estar comprendiendo. Las formas que toma el apego a las ideas y las explicaciones que nos damos para fundamentar aquello que nos hace sentido o satisface las necesidades básicas de afecto, cuidado, pertenencia se vuelven sutiles para saltear cualquier filtro primario. Pero una mente que vive obsesionada por las cosas que obtiene y la vivencia de logro no puede ver incluso lo obvio. Lo aparente confunde y transforma en ilusión lo que percibimos como real.

Es inclusive en la búsqueda legítima de paz o amor que nos apegamos al identificarnos con la idea que tenemos de lo que significan y cómo se manifiestan. Nos relacionamos con la idea o con el concepto de la paz o el amor como algo que construimos o hacemos pero no con su sentido consciente que solo es accesible a través la experiencia cuando el «yo chiquito» no está allí. Incluso llegamos al absurdo de buscar la experiencia para unirnos al «club de los experimentadores de paz y amor». Podemos vivir ciegos a esa verdad y sentir felicidad. Y es válido como forma de seguir adelante en la vida sin derrumbarse al no tener de donde sostenerse o tomar soporte. Aunque en absoluto es la representación de la pureza de la paz o el amor sino formas de apego a esos conceptos. Confiarse en una percepción subjetiva con el peso de la verdad es garantía de conflicto seguro con otros que no acuerden con ella. Casi sin darnos cuenta podemos construir nuestro propio dogma personal, ese que provoca que todo lo que se aparte al sistema de creencias propio, moldeado con rigurosa meticulosidad a lo largo de la búsqueda de respuestas, sea erróneo o simple ignorancia.

Los seres humanos somos entidades psicosomáticas complejas, individuos únicos y diferentes, vulnerables desde distintos ángulos y aspectos. Aceptarlo es una forma de comenzar a conocernos verdaderamente y no como manera de tapar otras necesidades psicológicas. Las necesidades del alma fluyen en el movimiento de la vida sin forzar las formas ni maneras y se expresan sin esperar ser validadas por ninguna pertenencia.

El individuo que ha logrado independizar su capacidad de elegir de cualquier forma de apego vive consciente, en libertad, se observa imparcialmente para discernir, no juzga a los otros sino los abraza con compasión desde su propia vulnerabilidad. El amor hacia sí mismo se expresa al respetar a los demás en sus propias necesidades aunque no las viva como tales.

Y como dice nuestro querido Pedro, el silencioso maratonista de la vida desde su costado más pragmático: «Porque no es suficiente hacer esfuerzos, pasarla mal y sufrir con resignación. No es cuestión de pasarse la vida chupando limones porque uno ama la sabiduría, la verdad y desea ser honesto. Estamos en esta vida para estudiarnos a nosotros mismos pero solo es posible mirando nuestro corazón con bondad dentro de nuestra horrible y deprimente confusión. Sin bondad, humor y compasión hacia lo que vemos la honestidad se vuelve un lugar sórdido y nos sentimos desgraciados.
Por eso, coraje pero con cordura, firmeza pero con suavidad. Siempre con delicadeza y cordialidad hacia lo que vemos en nuestro corazón para hacernos amigos de eso que vemos con altas dosis de compasión y cuidado.»

De lo sagrado y nuestra espiritualidad.

Nos atormentamos poniéndole etiquetas a los pensamientos, acotándolos y clasificándolos no sin cierta crueldad. Distorsionamos lo que es al rotularlo y convertimos en real lo que es ilusorio.
Danzar y celebrar no es más sagrado que escuchar el canto de los pájaros o el murmullo del viento. Los hábitos religiosos no son más espirituales que sentarse a contemplar la majestuosidad de lo que somos y lo que nos rodea.
En nuestra búsqueda de comprender y encontrar sentido podemos hacernos ritualistas espirituales y rendirnos a la superficialidad de las frases hechas y respuestas prefabricadas. Perseguir las formas nos encierra en la penumbra del deber ser.
Pero espiritualidad es libertad, tranquilidad y simpleza, satisfacción práctica en el ofrecerse a la vida, dar a los demás silenciosamente y con generosidad. Es así como la virtud se vuelve real y nos convertimos en puentes para integrar y confluir en la verdad esencial.
Ser espiritual es enfocar nuestra intención en mostrarnos tal como somos para dejar que lo valioso se deje ver y no intentar demostrarlo con el ego a cargo del hacer. El amor y respeto hacia quienes somos muestra la forma de abrirnos a la vida y el camino para lograrlo. Solo hay que aprender a escuchar la voz que habla la verdad: La voz de la conciencia que no se compara con nadie ni con nada.

De hacer la diferencia y dejar huella.

¡Qué sería de la humanidad sin la clase de almas que hacen una diferencia tan dramáticamente radical! Buscadores empedernidos de la verdad, enamorados de la belleza del misterio, aquellos que con dedicación religiosa no dejan de hacerse preguntas frente a lo majestuoso del mundo que vemos y el que no vemos. Esos aprendices eternos que con humildad y la fascinación de un niño siempre están dispuestos a desentrañar alguna explicación del extraordinario orden que rige cada detalle para que el mundo sea mundo. El misterio como fuente y como destino.

Albert Einstein ha sido uno de ellos y su costado espiritual quizá no sea del todo conocido. Dejo aquí algunas pinceladas de un notable de todos los tiempos.

La verdadera religión es vida real, viviendo con toda el alma, con todo lo bueno de uno y la justicia. Todas las religiones, artes y ciencias son ramas del mismo árbol. Todas esas aspiraciones están encaminadas a ennoblecer la vida del hombre, elevándolo de la esfera de la mera existencia física y llevándolo hacia la libertad.

La inteligencia nos aclara la relación entre medios y fines. Pero el mero pensamiento no puede darnos una idea de los fines últimos y fundamentales. No hay forma lógica para el descubrimiento de las leyes elementales. Es el camino de la intuición, que es ayudado por una sensación de orden que está detrás de la apariencia. La mente intuitiva es un regalo sagrado y la mente racional es un fiel sirviente. Hemos creado una sociedad que honra al sirviente y ha olvidado el regalo.

La mejor emoción de la que somos capaces es la emoción mística. Aquí yace el germen de todo arte y toda ciencia verdadera. Cualquier persona a la que este sentimiento es ajeno, que ya no es capaz de asombro y vive en un estado de miedo es un hombre muerto. 

Lo importante es no dejar de hacerse preguntas. La curiosidad tiene su propia razón de existir. Uno no puede dejar de estar en temor cuando contempla los misterios de la eternidad, de la vida, de la maravillosa estructura de la realidad. Es suficiente si uno trata simplemente de comprender un poco de ese misterio cada día.

Mi religión consiste en una humilde admiración del ilimitado espíritu superior que se revela a sí mismo en los pequeños detalles que podemos percibir con nuestra frágil y débil mente. Cuanto más avanza la evolución espiritual de la humanidad, más seguro me parece que el camino hacia la genuina religiosidad no reside en el miedo a la vida, y el miedo a la muerte, y la fe ciega, sino en el esfuerzo del conocimiento racional.

Quien se compromete a erigirse a sí mismo como juez de la Verdad y del Conocimiento es náufrago de la risa de los dioses.. Cuando la solución es simple, Dios está respondiendo.

Carta a mi hija Lieserl Einstein.
«Cuando propuse la teoría de la relatividad, muy pocos me entendieron, y lo que te revelaré ahora para que lo transmitas a la humanidad también chocará con la incomprensión y los perjuicios del mundo.
Te pido aun así, que la custodies todo el tiempo que sea necesario, años, décadas, hasta que la sociedad haya avanzado lo suficiente para acoger lo que te explico a continuación.
Hay una fuerza extremadamente poderosa para la que hasta ahora la ciencia no ha encontrado una explicación formal. Es una fuerza que incluye y gobierna a todas las otras, y que incluso está detrás de cualquier fenómeno que opera en el universo y aún no haya sido identificado por nosotros. Esta fuerza universal es el AMOR.
Cuando los científicos buscaban una teoría unificada del universo olvidaron la más invisible y poderosa de las fuerzas.
El Amor es Luz, dado que ilumina a quien lo da y lo recibe. El Amor es gravedad, porque hace que unas personas se sientan atraídas por otras. El Amor es potencia, porque multiplica lo mejor que tenemos, y permite que la humanidad no se extinga en su ciego egoísmo. El amor revela y desvela. Por amor se vive y se muere. El Amor es Dios, y Dios es Amor.
Esta fuerza lo explica todo y da sentido en mayúsculas a la vida. Ésta es la variable que hemos obviado durante demasiado tiempo, tal vez porque el amor nos da miedo, ya que es la única energía del universo que el ser humano no ha aprendido a manejar a su antojo.
Para dar visibilidad al amor, he hecho una simple sustitución en mi ecuación más célebre. Si en lugar de E= mc2 aceptamos que la energía para sanar el mundo puede obtenerse a través del amor multiplicado por la velocidad de la luz al cuadrado, llegaremos a la conclusión de que el amor es la fuerza más poderosa que existe, porque no tiene límites.
Tras el fracaso de la humanidad en el uso y control de las otras fuerzas del universo, que se han vuelto contra nosotros, es urgente que nos alimentemos de otra clase de energía. Si queremos que nuestra especie sobreviva, si nos proponemos encontrar un sentido a la vida, si queremos salvar el mundo y cada ser sintiente que en él habita, el amor es la única y la última respuesta.
Quizás aún no estemos preparados para fabricar una bomba de amor, un artefacto lo bastante potente para destruir todo el odio, el egoísmo y la avaricia que asolan el planeta. Sin embargo, cada individuo lleva en su interior un pequeño pero poderoso generador de amor cuya energía espera ser liberada.
Cuando aprendamos a dar y recibir esta energía universal, querida Lieserl, comprobaremos que el amor todo lo vence, todo lo trasciende y todo lo puede, porque el amor es la quinta esencia de la vida.
Lamento profundamente no haberte sabido expresar lo que alberga mi corazón, que ha latido silenciosamente por ti toda mi vida. Tal vez sea demasiado tarde para pedir perdón, pero como el tiempo es relativo, necesito decirte que te quiero y que gracias a ti he llegado a la última respuesta.»
Tu padre: Albert Einstein