Ese no tener tiempo de tener tiempo parece haber ganado tanto espacio en el estilo de vida del presente que no es visto como un desorden. Más bien, se lo exhibe como demostración de importancia: El vivir acelerado se transformó en un valor.
Ruido y más ruido parece ser la regla de oro. Es bastante lógico que como consecuencia no haya espacio posible para disfrutar de un libro, una poesía o la riqueza del silencio. ¿Por qué escapamos del silencio? ¿Qué consuelo encontramos en todo ese ruido?
«Si lo pensamos, raro es pensarse. Pero raro de rareza extrema es que quizá existamos si el otro acierta en vernos cuando nos mira.» (Alice White)
El silencio tiene forma de intriga al que se le asignan toda clase de significados de dudosa certeza. Puede ser que callar implique estar absorto en los propios pensamientos o no estar de acuerdo con lo escuchado sin decirlo. A veces callar es un intenso sentir y no un asentir. Aún así, hay algo cierto: Tanto el que habla como el que calla sacan conclusiones y elaboran teorías acerca de las razones del otro. ¡Cuánto mejor sería dejar la puerta abierta en una actitud de amable ofrecimiento!
«De algún modo nos hablan también los pétalos de la flor, que ya caídos, reciben silenciosamente las gotas de lluvia.» (Alice White)
A todos nos atrae algo que convertimos en un vínculo de amor por motivos diferentes. Cada cual a su manera, siempre legitimada por razones que se apoyan sigilosamente en la propia biografía. Curiosamente, esa diferencia y semejanza es lo que nos une y nos separa. Esa diversidad que hace fecundo el entreverarse.
«Lo bello ocurre al margen de nuestro ruido, como la hierba crece en las grietas del asfalto siguiendo su propia melodía silenciosa.» (Alice White)