A orillas del silencio

Ese no tener tiempo de tener tiempo parece haber ganado tanto espacio en el estilo de vida del presente que no es visto como un desorden. Más bien, se lo exhibe como demostración de importancia: El vivir acelerado se transformó en un valor.
Ruido y más ruido parece ser la regla de oro. Es bastante lógico que como consecuencia no haya espacio posible para disfrutar de un libro, una poesía o la riqueza del silencio. ¿Por qué escapamos del silencio? ¿Qué consuelo encontramos en todo ese ruido?

«Si lo pensamos, raro es pensarse. Pero raro de rareza extrema es que quizá existamos si el otro acierta en vernos cuando nos mira.» (Alice White)

El silencio tiene forma de intriga al que se le asignan toda clase de significados de dudosa certeza. Puede ser que callar implique estar absorto en los propios pensamientos o no estar de acuerdo con lo escuchado sin decirlo. A veces callar es un intenso sentir y no un asentir. Aún así, hay algo cierto: Tanto el que habla como el que calla sacan conclusiones y elaboran teorías acerca de las razones del otro. ¡Cuánto mejor sería dejar la puerta abierta en una actitud de amable ofrecimiento!

 «De algún modo nos hablan también los pétalos de la flor, que ya caídos, reciben silenciosamente las gotas de lluvia.» (Alice White)

A todos nos atrae algo que convertimos en un vínculo de amor por motivos diferentes. Cada cual a su manera, siempre legitimada por razones que se apoyan sigilosamente en la propia biografía. Curiosamente, esa diferencia y semejanza es lo que nos une y nos separa. Esa diversidad que hace fecundo el entreverarse.

«Lo bello ocurre al margen de nuestro ruido, como la hierba crece en las grietas del asfalto siguiendo su propia melodía silenciosa.»  (Alice White)

 

Del apego a las ideas, la duda y la verdad.

La mente crea pensamientos todo el tiempo. Es una experiencia necesaria adentrarse en esta comprensión para avanzar en el camino espiritual cotidiano que es la vida. Pero no se trata de un avanzar de un lugar hacia otro sino en el afianzarse en la conciencia de aceptación que no se resiste al devenir. La duda desaparece cuando dejamos de juzgar y vivimos en la libertad de ser sin temor. Es ese estado en el que no estamos perdidos en nada ni sumergidos en el éxtasis de nada sino apoyados en la experiencia de observar y desplegar una visión profunda, honesta, una hondura sin filtros personales.

Mucha gente piensa que es función de la enseñanza espiritual proporcionar respuestas a las preguntas más grandes de la vida, pero la tarea principal de cualquier buena enseñanza espiritual no es responder a nuestras preguntas sino cuestionar nuestras respuestas. Porque las suposiciones y creencias que distorsionan la percepción consciente e inconsciente son la auténtica causa de ver la vida en compartimentos estanco, divisiones que solo nos separan de la unidad y la integridad que todo lo constituye.

Es en el abandonar la mirada dual de los opuestos que se desarrolla la percepción de lo real sin prisiones dogmáticas, sin creencias ni explicaciones. La razón suele argumentar que entendemos y solo está creando rigideces, atrapándonos en sus hielos que pretenden congelar el cambio constante que es la paradoja de la vida. La vida es lo que es más allá de nuestros deseos, y no hay forma en que el pensamiento lineal la pueda abordar sin atraparse en el error del controlador.

En el terreno de las ideas desarrollamos soluciones que nos provean de esa ansiada necesidad de seguridad y control. Creencias, emociones, costumbres se adueñan de nuestro camino cotidiano nublando la conciencia que podría distinguir a través de la aguda capacidad de discernir que emerge cuando nos liberamos de esos obstáculos.

“No busques la verdad; solamente deja de albergar opiniones”, dice Seng-ts’an. Y agrega claridad en su poema sobre la confianza del corazón: «Si quieres que la verdad se manifieste, no estés a favor ni en contra, no gustes ni disgustes, si permaneces en los extremos toda posibilidad de unidad o totalidad se desvanece«.
Sentarse en silencio revela que la mente no es nada más que pensamientos condicionados que surgen espontáneamente en la conciencia. A través de albergar estos pensamientos, y tomarlos como reales y relevantes, creamos imágenes internas de uno mismo, los demás y el mundo. Entonces vivimos en estas imágenes como si fueran reales. Ser capturado por estas imágenes es vivir en una realidad virtual e ilusoria.
A través de la observación de la naturaleza ilusoria del pensamiento sin resistirse a él, podemos empezar a cuestionar e indagar en las subyacentes estructuras de creencias que lo sustentan. Estas estructuras de creencias son las que forman nuestros apegos emocionales al falso yo y al mundo que nuestra mente crea.
El verdadero despertar no cabe en el mundo que te imaginas o el yo que te imaginas que eres. La realidad no es algo que integras en tu visión personal de las cosas. La realidad es la vida sin tus historias, ideas y creencias distorsionadas.
(The Way of Liberation, Adyashanti)

Del karma y sus cómplices.

A medida que avanzamos en el camino espiritual (no necesariamente en la escalada de conciencia pero sí como consecuencia del paso del tiempo) solemos mejorar en nuestros argumentos teniendo más y mejores respuestas para todas las situaciones posibles.

Todo tiene una razón, nada es casual y si nos frustramos es solo porque aún no entendemos bien. Nuestro intelecto aún no comprendió, no está en nuestra fortuna y por eso por momentos podemos sentirnos abatidos. Y si las situaciones que vienen a nosotros ya se hacen insoportables al mismo tiempo que incomprensibles entonces es el karma y sus cuentas los que entran en escena. Porque no es solo que uno puede tener el fruto de sus acciones sino que para colmo uno vive las situaciones conforme al karma. Es así como una misma situación puede causarnos pesar a nosotros y a otras personas no.

Es por eso que me decidí a escribirle al malo de esta película que parece ser el causante de todo el pesar del mundo.

Querido Karma:
Te escribo estas líneas de tono intimista para decirte que vos y yo tenemos que negociar la deuda adquirida por mí, vaya a saber cuándo y en qué circunstancias. Para colmo ni siquiera tengo certeza a cuánto asciende ni tampoco sé a quién le debo ni cuánto.
No me parece justo que me cobres con intereses, y además no es nada equitativo que vos tengas todos los datos y papeles con mis deudas y yo no tenga ninguna información al respecto. Menos aún, que mis deudores se presenten camuflados de amigos o amorosos viajeros espirituales.
Te propongo un acuerdo:
En lo que me queda de esta vida me comprometo en un 100% a salir de las tibieza y hacer lo correcto involucrándome con toda mi conciencia en no causar daño.
No me puedo comprometer a que no me traicionen mis programas inconscientes pero sí a accionar desde mi discernimiento y libertad para elegir, optando por poner toda la luz que pueda a las situaciones que se crucen en mi vida y toda la compasión hacia las personas involucradas.
A cambio, solo te pido que ya no pongas más en mi camino a mis antiguos errores, al menos no camuflados de compañeros, socios, familiares, jefes, vecinos, hermanos espirituales y amigos.
Ya entendí. No quiero saber nada más de este asunto de las cuentas.
Y desde hoy, con todo amor te despido de mi vida querido Karma, y me entrego por completo al Drama, tu compinche y socio.

Hasta la vista,
Sandra

Del yo, el ego y el discernimiento.

Cuando asumimos que estamos donde estamos y no dónde nos gustaría estar, es posible dar inicio a un proceso de auténtico desarrollo espiritual y lograr la ayuda que necesitamos para profundizar en nuestras aspiraciones. No es lo mismo estar implicado en una idea que comprometido en llevarla a la práctica. Es elemental ser honesto en toda la dimensión de la palabra para asumir que las ideas que tenemos sobre nosotros mismos suelen ser inexactas y generalmente sobredimensionadas.

Hablamos mucho y con cierta suficiencia sobre el EGO, ¿pero entendemos de qué estamos hablando? Navegar sobre la superficie de la idea puede resultar un gran descubrimiento en el principio del viaje de autoobservación, pero luego, al tratar de demostrarnos que lo conocemos y dominamos (vaya ego…) caemos en suposiciones, creencias, generalizaciones, prejuicios y malentendidos que demuestran lo resbaladizo del concepto.
Siendo el ego, un constructo tan elusivo y sutil, reducir sus complejidades a la simplificación descriptiva o al aforismo pomposo es sencillamente infantil. Hace falta humildad para enfrentarse a su incomprensión una y otra vez y volver intentar discernir.

El discernimiento espiritual es algo a cultivar y la máxima protección contra todas las formas de engaño. Creerse a salvo, saber lo suficiente o estar en la verdad son errores bastante comunes. Existe una cierta pasión que nos ata y otra que nos libera. El arte de discernir y discriminar hace la diferencia frente a la necesidad de evaluar y tomar decisiones: Reconocer, distinguir y seleccionar lo verdadero, apropiado, coherente y equilibrado frente a lo que no lo es. En última instancia, somos la expresión de un gran misterio y diversas las formas de entendernos a nosotros mismos y a la vida. Pero lo importante es aprender a tomar decisiones propias que nos satisfagan y contribuyan de manera positiva al mundo. Solo es posible decidir con sabiduría y madurez si aprendemos a gestionar nuestras emociones porque las vamos a seguir teniendo hasta la última respiración.

¿Quién eres tú, preguntó la oruga?
Pero como esa no era una forma demasiado alentadora de iniciar una conversación, Alicia replicó un tanto intimidada:
Apenas, señora, lo que soy en este momento… sé quién era la levantarme esta mañana, pero creo que, desde entonces, he cambiado en varias ocasiones.
(Lewis Carroll, Alicia en el País de las Maravillas)

De las explicaciones y argumentos.

Solemos darnos explicaciones para aliviarnos. Es que el miedo es un compañero fiel de nuestra condición humana y nos angustia la incertidumbre de no poder controlar lo que nos sucede cotidianamente. A veces creemos haber trascendido la necesidad de tenerlo todo controlado, nos sentimos muy inclusivos aceptando al que piensa diferente por el simple hecho de no contradecirlo pero luego el cuerpo en el que habitamos nos envía las señales de malestar. Es que nuestras vísceras suelen pensar con coherencia… y no cambian de opinión como nuestra mente.

La percepción selectiva suele escoger cuidadosamente sus testigos cuyo testimonio es consecuente con la necesidad que los invitó a ser parte. Los argumentos a favor de la creencia son siempre convincentes para quien la detenta. Así es como nos convencemos de lo que deseamos percibir y de la ficción en la que decidimos mantenernos.

La mayoría de nuestras decisiones son emocionales y las justificamos con argumentos lógicos porque nos consideramos seres racionales. Pero la autoconciencia requiere práctica para llevarla a un nivel superior al de ser conscientes de estar vivos y vinculados al mundo. No es solo eso. Podemos vivir el sueño de la ilusión pensando que estamos despiertos, conscientes, atentos y que somos rápidos y claros en nuestras decisiones. Pero sin virtud transformamos la práctica en un recurso útil y solamente eso. No alcanza con creernos lúcidos y aplicar herramientas prácticas sino que es necesario concentrarnos en determinar si lo que hacemos nace del amor o del miedo como premisa fundamental de nuestras acciones. Porque nuestra espiritualidad se deja ver, fluye como el río buscando su cauce y no requiere demostración de sus márgenes. Así como las flores, somos abiertos y receptivos al suave rocío y cerrados a la rigidez del aguacero.

Un asiduo visitante de la catedral de los fierros, ateo reconocido y orgulloso de serlo, casi increpó a Pedro, pacífico gurú del gym, con una pregunta crucial: 

– «¿Existe realmente un Dios?»

– «Para serte completamente sincero, no tengo respuesta», respondió Pedro.

– «Caramba, ¡eres ateo!

– «¡Claro que no! El ateo comete el error de negar algo de lo que no puede decirse nada. Y el teísta comete el error de afirmarlo.», contestó Pedro revolviendo el fondo de su licuado de zanahoria y apio porque era lunes.

Del apego, de creer y ver.

Muchas veces vivimos creyendo que «tenemos los ojos abiertos», «que estamos despiertos» y por eso a nuestra conciencia no se le escapa nada de lo que sucede. Cabría preguntarse cuánto de válido tiene esa confianza en estar comprendiendo. Las formas que toma el apego a las ideas y las explicaciones que nos damos para fundamentar aquello que nos hace sentido o satisface las necesidades básicas de afecto, cuidado, pertenencia se vuelven sutiles para saltear cualquier filtro primario. Pero una mente que vive obsesionada por las cosas que obtiene y la vivencia de logro no puede ver incluso lo obvio. Lo aparente confunde y transforma en ilusión lo que percibimos como real.

Es inclusive en la búsqueda legítima de paz o amor que nos apegamos al identificarnos con la idea que tenemos de lo que significan y cómo se manifiestan. Nos relacionamos con la idea o con el concepto de la paz o el amor como algo que construimos o hacemos pero no con su sentido consciente que solo es accesible a través la experiencia cuando el «yo chiquito» no está allí. Incluso llegamos al absurdo de buscar la experiencia para unirnos al «club de los experimentadores de paz y amor». Podemos vivir ciegos a esa verdad y sentir felicidad. Y es válido como forma de seguir adelante en la vida sin derrumbarse al no tener de donde sostenerse o tomar soporte. Aunque en absoluto es la representación de la pureza de la paz o el amor sino formas de apego a esos conceptos. Confiarse en una percepción subjetiva con el peso de la verdad es garantía de conflicto seguro con otros que no acuerden con ella. Casi sin darnos cuenta podemos construir nuestro propio dogma personal, ese que provoca que todo lo que se aparte al sistema de creencias propio, moldeado con rigurosa meticulosidad a lo largo de la búsqueda de respuestas, sea erróneo o simple ignorancia.

Los seres humanos somos entidades psicosomáticas complejas, individuos únicos y diferentes, vulnerables desde distintos ángulos y aspectos. Aceptarlo es una forma de comenzar a conocernos verdaderamente y no como manera de tapar otras necesidades psicológicas. Las necesidades del alma fluyen en el movimiento de la vida sin forzar las formas ni maneras y se expresan sin esperar ser validadas por ninguna pertenencia.

El individuo que ha logrado independizar su capacidad de elegir de cualquier forma de apego vive consciente, en libertad, se observa imparcialmente para discernir, no juzga a los otros sino los abraza con compasión desde su propia vulnerabilidad. El amor hacia sí mismo se expresa al respetar a los demás en sus propias necesidades aunque no las viva como tales.

Y como dice nuestro querido Pedro, el silencioso maratonista de la vida desde su costado más pragmático: «Porque no es suficiente hacer esfuerzos, pasarla mal y sufrir con resignación. No es cuestión de pasarse la vida chupando limones porque uno ama la sabiduría, la verdad y desea ser honesto. Estamos en esta vida para estudiarnos a nosotros mismos pero solo es posible mirando nuestro corazón con bondad dentro de nuestra horrible y deprimente confusión. Sin bondad, humor y compasión hacia lo que vemos la honestidad se vuelve un lugar sórdido y nos sentimos desgraciados.
Por eso, coraje pero con cordura, firmeza pero con suavidad. Siempre con delicadeza y cordialidad hacia lo que vemos en nuestro corazón para hacernos amigos de eso que vemos con altas dosis de compasión y cuidado.»

De reacciones e interpretaciones.

La paz interior necesita de práctica para que un estado de conciencia sereno y equilibrado en la quietud se mantenga firme ante cualquier circunstancia. Si practicamos estar enojados reaccionaremos bajo ese patrón ante la primera situación de tensión. Porque en la naturaleza de la mente no está la docilidad, su flujo natural es emotivo.

Meditar ayuda a crear paz en la mente pero también es necesario estar atentos a la autoindagación que nos permita ver las respuestas nacidas en reacciones emocionales para poner distancia y observar su origen. Hay que desear cambiar y motivarse diariamente para no caer en el autoengaño o atraparse en argumentos que enmascaran y refuerzan las tendencias subconscientes.

Lleva tiempo aprender a distinguir el origen de una reacción descontrolada, las afirmaciones nacidas en la imaginación o las ideas producto de la interpretación Aunque sepamos que las cosas son como son, muchas veces las vemos a través de los velos de la mente conforme nos gustaría, suponemos que son o tememos que sean.

Hay una profunda enseñanza espiritual detrás de cada escena si aprendemos a capitalizarla. O la vida continuará siendo un lugar hostil si nos aferramos a la seguridad de nuestros hábitos y creencias.

Cierto tendero tenía un loro en su negocio que le gustaba hablar y hablar cuando había clientes. Pero un día, sin darse cuenta, el loro volcó una jarra de aceite y manchó el mostrador. Al ver el desastre, el tendero montó en cólera y le dio un golpe en la cabeza perdiendo en ello un buen número de plumas. El loro dejó de hablar. El tendero se culpó a sí mismo e hizo lo posible para que el animal volviera a parlotear pero no lo consiguió. Pero un día, un cliente calvo entró en la tienda y el loro al verlo comenzó a gritar: ¡Pelado, pelado…  también te golpearon en la cabeza! Derramaste una jarra de aceite, ¿verdad?

A menudo no vemos los hechos como son porque permitimos que nuestras experiencias nos condicionen y perturben la visión. La meditación es un método para superar condicionamientos psíquicos y apreciar las cosas como son, con pureza y sin adulterarlas con nuestros esquemas mentales.