La Multitud que nos Habita

Una parte nuestra necesita orden mientras otra pugna por desbordar sobre todo ordenamiento. (Alice White)

Tantas cosas grandes pueden pasar desapercibidas y de tantas nimiedades podemos hacernos un mundo. Coqueteamos con el error cuando nos sentimos ciegos en medio de la luz del día o muertos en la plenitud de la vida. La confianza crece cuando caminamos nuestros días con menos prejuicios. Bendito es el momento en que la mirada se aclara y a pesar de tantas cosas tristes y vulgares, de tanta ingratitud e indiferencia, nos llenamos de inspiración y ganas de crear. Hay momentos que simplemente nos lanzan al mundo.

Permanecer por un instante en esa sucesión encadenada de momentos indeterminados, sentir con intensidad aquella lírica utopía y no vivir en las urgentes imposiciones de este mundo diseñado por otros. El tiempo deja de ser algo físico cuando descansamos en un horizonte abierto donde hay tanto por descubrir. A la memoria le gusta idealizar momentos. Qué sería de nosotros sin ellos…

A veces el hastío puede inflamarse hasta convertirse en asco existencial. ¿Quién no pasó alguna vez por esos momentos en que el vacío en el corazón se combina con el vacío del tiempo? Estos estados siempre han sido terreno fértil para la literatura melancólica que llena bibliotecas enteras y también para la visita al psicólogo. Pero, ¿por qué no tomar con naturalidad la angustia de estar vivo y no saber o las distintas necesidades a lo largo de la vida? Es que en lo más hondo del alma esperamos que algo suceda trayendo respuestas y hay momentos en que necesitamos disolver el pacto con nuestras certezas habituales y significados estáticos. Tras la neblina del hastío el carácter más misterioso de la vida se abre paso, y en ese umbral, puede brotar nuestro lado más entusiasta. Los vientos cambian todo el tiempo.

Nuestra existencia y la del mundo mismo descansa sobre un origen que no conocemos y se dirige a un destino que tampoco conocemos. En el resultado de ponerse a pensar sobre estos temas existenciales siempre hay un componente de angustia. ¿Cómo podría ser de otra manera frente a tamaña incertidumbre? El interés por estos aspectos de la vida sugiere un corazón inclinado a lo religioso, a no dejar que la vida pase de largo absorbidos por el pragmatismo mundano. A veces esta necesidad busca la verdad y suele tropezar largo rato con la creencia disfrazada de tal. Otras, quizá de manera más arrogante, pretende estar en posesión de ella. La religiosidad como dimensión humana es una experiencia de encuentro con el misterio de lo desconocido. En este sentido, soy profundamente religiosa; y el silencio y la naturaleza nutren mi espiritualidad.

El mundo es pura celebración para los sentidos. Un complejo significativo de relaciones se establecen a partir de sus sutilezas para captar matices y texturas. Nuestra vida humana es profundamente sensitiva, lo que sentimos nos expande y también nos restringe. Es un raro privilegio poder captar la desnudez de la simplicidad y al mismo tiempo la desbordante exuberancia para derivar en dilemas sobre los límites de lo aceptable. Nos gusta pensar que estamos en control de lo que sentimos pero nuestros cuerpos no parecen estar tan de acuerdo y lo hacen notar. Toda la belleza y el terror late en la fragilidad de la experiencia humana. Tanta maravilla a veces me deja sin palabras.

Los suburbios del corazón huelen, es fácil detectar que estamos en uno de ellos porque sentimos cierto recelo. Más curioso aún es que sean umbrales a mundos que de otro modo serían inaccesibles. Me gusta pensar que tropecé con lo que se hace visible como si hubiera aparecido de la nada y no que encontré lo que estaba buscando. Los sentimientos íntimos conservan su ritmo lento y prudente como una melodía que poco a poco absorbe toda nuestra atención y parecen compensar esas urgencias emocionales que suelen dominarnos tratando de sacar provecho al instante. Lo inesperado nunca se rinde a nuestro afán de control y cuanto más nos esforzamos, más crece el pelotón de espíritus que no vemos, empeñados ellos en agigantar nuestra sensación de incertidumbre. Irónicamente, la aventura se vuelve intensamente deliciosa frente a tanta ambigüedad, quizá para que no vivamos a medias.
Disfruto merodear por los suburbios del corazón, no les temo. En ellos siento que mi estado de ánimo reposa sobre sí mismo sin reclamar ni esperar nada, en ellos el tiempo se detiene.

 

 

La verdadera naturaleza del ser

En mi cuaderno de notas suelo asentar ideas sueltas, alguna percepción y también cosas que leo y me resultan significativas. Llevo tiempo elaborando sobre la verdadera naturaleza que nos constituye, cómo se manifiesta y el terreno fértil que representa el contacto íntimo con el mundo natural. En esta entrada intento expresar el significado de Samadhi.
Samadhi es una antigua palabra en sánscrito que significa unión,  unión de la persona individual con algo más grande, algo incomprensible para la mente. Es también la entrega de la mente individual a la mente universal. El propósito de toda meditación, yoga, alabanza y logro espiritual es Samadhi.
En el lenguaje de los místicos cristianos, es entregarnos a Dios. Samadhi es realizarnos a través de lo que el Buda llamó camino medio o lo que el taoísmo llama balance entre yin y yang.  Cuando el Samadhi es perfecto es la sabiduría de la Gran Realidad, una comprensión de la relación entre la forma y la vacuidad, de lo relativo y lo absoluto. Es entrar en la verdadera naturaleza de ser uno.
Samadhi comienza con un salto hacia lo desconocido, se debe alejar la conciencia de todos los objetos conocidos, de todos los fenómenos externos, de los pensamientos condicionados, de las sensaciones hacia la conciencia misma, hacia la fuente interior, el corazón o la esencia del ser.
La fuente no es una cosa, es la vacuidad o la quietud misma. El gran útero de la creación preñado con todas las posibilidades. Esta unión no puede ser entendida con una mente limitada e individual, solo se realiza en forma directa cuando la mente se aquieta. No hay ningún yo que despierte. Se despierta de la ilusión de ser un yo separado, del sueño de un yo limitado.
Samadhi es tan simple que cuando te dicen lo que es y cómo realizarlo, tu mente no lo comprende porque es justamente lo que necesita ser detenido para ser experimentado. aunque no es un acontecimiento en absoluto sino un estado.
¿Cómo podríamos utilizar palabras o imágenes para transmitir quietud? ¿Cómo podríamos transmitir silencio a través del ruido? Samadhi es un llamado radical a la inacción, a la meditación, al silencio interior. Una invitación a detenernos, a detener todo lo que está siendo impulsado por la mente egoísta. Mantente quieto y conoce. Nadie puede decirte qué va a emerger desde la quietud. Es una invitación a actuar desde el corazón espiritual.
Samadhi no es un estado alterado del ser ni una experiencia mística, es simplemente nuestro estado natural de presencia, de conciencia no mediada por el pensamiento.
La mayoría de la humanidad se encuentra en algún estado alterado todo el tiempo, un estado de identificación egoica con la forma y el pensamiento. Cuando uno está en el estado de presencia natural, libre de resistencia, la energía vital fluye con libertad hacia y desde nuestro mundo interior. Este flujo se convierte en una nueva interfaz con la realidad, literalmente, un nuevo nivel de conciencia o una nueva forma de ser-estar en el mundo.
A través de la antigua enseñanza del Samadhi la humanidad comenzará a entender la fuente común de todas las religiones y a alinearse nuevamente con la espiral de la vida, el gran espíritu, el dhama o el tao.
Samadhi es la puerta sin puerta, el camino sin camino, es el fin de la identificación con la estructura del yo que separa nuestros mundos interno y externo.

Recortes de lo incierto y su vastedad

Nos recortamos sobre un horizonte que no es más que un fragmento idealizado mientras la vida acontece imperturbable. (Alice White)

El sol sale en su ahora y yo lo veo en mi aquí. Pero no sale para mí, lo hace ignorando la subjetividad de mi interpretación. La objetividad es brote que emerge al dejar de buscar el sentido que se adapte a mis propios paradigmas. Ese orden frágil cuya persistencia se mantiene ajena al absurdo. Una objetividad sin preexistencia que nace en la cara de mis preconceptos sabiondos para recordarme la belleza de la incertidumbre y su poder creativo. Hay una forma en que todo es y un hilo sutil el que parece guiarnos a través del cambio en que la vida despliega su trama. Los demás pueden preguntarse qué perseguimos cuando decidimos algo que no pueden justificar ni comprender. Es que ese hilo es individual, nos sostiene y no podemos soltarnos. Nada de lo que hagamos puede detener la dinámica en que el tiempo desenreda el ovillo que la vida preparó para cada uno.

La palabra «después» suele ser usada a discreción para quitar del presente lo que ponemos a una distancia segura. Postergamos en la cómoda ilusión de estar «en control» de la temporalidad, a resguardo de la ocurrencia del cambio. La trama de la vida está tejida de fugacidad y cualquier intento de negar lo efímero resulta fatal para la oportunidad que cada presente nos ofrece. Todo se desvanece, podemos huir pero no escaparnos. Y curiosamente, esta realidad es fuente de la prodigiosa abundancia del cambio y la transformación. Creación y destrucción, las dos caras de la misma moneda. El tremendo desafío, no apegarnos a lo que nos agrada.

A diferencia de los cambios externos que son bastante sencillos de distinguir, los cambios internos son más sutiles. Nuestras formas de ver, interpretar o percibir no son las mismas en el tiempo. Cuando pierdo el eje me resulta útil evocar la transitoriedad de todas las cosas, la dependencia y condicionalidad con que todo parece surgir y relacionarse. Me serena y me focaliza en lo que cuenta aceptando con todo lo que soy que las cosas son como son se adapten o no a mi lógica circunstancial. El volver a mis comprensiones más simples y contundentes me rescata del error que es fuente de tanta tristeza y aflicción.

La vida y la muerte son inseparables, van juntas en el camino momento a momento. Falsamente a veces pensamos que la muerte está al final de un largo camino, pero es solo una fantasía que alivia el miedo de tomar conciencia de la fragilidad en la que eso que somos se despliega. La naturaleza de esta vida es incierta aunque evitemos pensar en ello. Vivir en las dimensiones más profundas de lo que significa ser humano es una actitud por la que todos podemos optar y provoca un cambio radical en cómo nos relacionamos con nosotros mismos, los demás y el entorno. Nos hace íntimos. Llena de sabiduría, cada pequeña muerte cotidiana es una invitación a descubrir lo que realmente importa, a no postergar y a situarse con plena intensidad en cada momento. De algún modo, su compañía silente se convierte en un faro que nos orienta hacia la plenitud vital.

«El amor y la muerte son los mayores regalos que se nos dan; casi siempre los recibimos pero no los abrimos.» (Rainer Maria Rilke)

Intento estirar mi capacidad de conocer como una posibilidad de la conciencia. Me doy cuenta que cada vez que capto algo extraordinario de la realidad tiene que ver con cómo miro, en qué estoy poniendo atención y cuán serena me siento. Hay una experiencia plena y directa del misterio que se muestra como un eco en lo cotidiano. Captar lo extraordinario no requiere capacidades especiales ni una sensibilidad singular sino aprender a gestionar el conocer y flexibilizar nuestras certidumbres. Porque existe una forma de conocimiento que combina palabra y silencio como el arte de bajar el volumen de las urgencias del yo egocentrado y escuchar los susurros de la realidad que resuenan en la quietud. Porque la existencia en toda su hondura, está siempre mostrándose independientemente de nuestras proyecciones.

Los deseos tienen un lado luminoso que es impulso para la acción y uno oscuro que alimenta la ansiedad. De vez en cuando es útil tener una conversación honesta con nuestros deseos porque podemos descubrir algunas de las razones de esa sensación de incomodidad que tiene la tendencia a hacerse compañera fiel. ¿Para qué padecer de manera innecesaria? Es que entre los extremos de la renuncia a todo y el abuso sin medida existe la posibilidad de cultivar una relación saludable con lo que deseamos y no perdernos en «el bosque de la inquietud».  Es tarea de cada uno que un eventual estado mental negativo no le gane a las cualidades del corazón. Integrarnos en profundidad y convocar  a la bondad básica que habita en cada uno se vuelve vocación cuando estamos atentos a las sutilezas de la vida. Porque, ¿qué es el corazón sino ese espacio del ser humano donde convergen intelecto, emoción y espíritu?

La experiencia de nuestra naturaleza más profunda es un puente hacia la dimensión espiritual de la vida. Contemplar unifica al mismo tiempo que integra el pensar y el sentir de tal modo que deja de tener sentido referirse a ambos por separado. Cuando la fuente de la vida se vuelve experiencial, las palabras brotan casi por impulso en el afán de aproximar una descripción. Es entonces cuando busco en la austeridad unas pocas palabras para acercarme sin abundar en adjetivaciones.

Notar, maravillarse, relacionar lo observado… tantas preguntas que pueden habitarse y acompañarnos con su perfume. La comprensión nunca será tarea acabada. (Alice White)

De lo material, lo espiritual y la dimensión absoluta.

Es un enorme disfrute el vislumbrar las sutilezas de la realidad en lo simple y cotidiano. Solemos referirnos a ello como la dimensión espiritual de la vida, lo invisible. Pero hay una dimensión absoluta que integra lo espiritual y lo material, donde lo complejo y lo diverso conviven en equilibrio con lo sencillo. Abordar esa dimensión absoluta requiere de la presencia consciente, abierta y vacía de ego para poder captar libres de filtros intelectuales y emocionales lo que la experiencia de estar vivos nos ofrece.

La observación directa es la fundación de los grandes logros espirituales. Observar con atención involucra la intención de comprender y no de juzgar. Observar con plena aceptación evita la dispersión de la mirada que se posa en la periferia tratando de asociar para justificar y encontrar coincidencias para argumentar creencias preconcebidas. La indagación minuciosa y atenta libera la mente de lo que da por sentado como real y evita que el ego distorsione la realidad. Es muy fácil perder la atención cuando el ego asoma su nariz creando pensamientos que le satisfagan.

Suele decirse que la imagen lo da todo hecho y es la palabra la que nos interpela. Pero, ¿el mundo que vemos deja ver todo lo mostrable?, ¿hay una forma de aprender a mirar para ver lo relevante?, ¿quién ve?
Al observar en perspectiva la mutación de mi propia mirada sospecho que la visión aprende de sí misma. En el juego paradojal de descentrarnos y centrarnos se encuentra la atención y en la apertura aparece el enfoque. Vaciarse para interesarse, suspender las presunciones y tomar en cuenta la autocomplacencia. En última instancia, quizá se trata de atender a la existencia de algo más amplio de aquello que el pensamiento egoísta puede ver.

¿Cuánta verdad estamos en condiciones de tolerar? Ese parece ser el límite en cualquier proceso de autoconocimiento. La espiritualidad simplona, del eslogan fácil o la que adorna con frases los almanaques no son más que analgésicos que no confrontan la propia oscuridad sino la alivian provisoriamente. Nuestras oscuridades buscan penumbra, no luz, por eso nos adaptamos tan bien a lo que preferimos. Pensamos que elegimos, pero… ¿quién elige?

Ser la conciencia no es algo que la mente tenga que hacer. Imaginar que somos un conjunto de pensamientos, percepciones y sentimientos implica pasar por alto lo que somos, olvidarlo y crear una existencia aparente. Es lo que sucede al pensar. El pensamiento no puede ver la conciencia, es transparente a su función.
Al meditar es posible hacerse consciente de la presencia de la conciencia donde reside la paz que no depende del estado de la mente, del cuerpo o del mundo. Simplemente ser tal y como somos sin ir al pasado o al futuro de la mano de pensamiento alguno. Pura presencia imperturbable.

Mientras sigas aferrado a tu ego,
vagarás a derecha e izquierda,
día y noche, durante mil años;
y cuando, tras todo ese esfuerzo,
finalmente abras los ojos,
verás a tu ego a través de los defectos
inherentes,
vagando alrededor de sí mismo como un
buey en la noria;
pero si, liberado de tu ego, finalmente
te pones a trabajar,
esta puerta se te abrirá en dos minutos.
(Hakim Sanai, poeta místico persa)

De la dulce compañía

A veces la música resulta en ruido, interrupción indeseada al bello silencio de la mente que la conciencia anhela. Hay otras veces en que el sonido parece acompañar el silencio destacando su belleza, asistiendo el proceso de despejar y concentrar. Y en ese estado de serenidad, de pausado equilibrio, los pensamientos son observados desde la lucidez silenciosa del testigo que contempla sin juzgar.

Las palabras  deberían ser vehículo para ir al encuentro de la experiencia de silencio y no reducirse al gozo intelectual de la descripción precisa. Dejarse abrazar por la trama que todo lo permea, navegar lejos de las orillas de los extremos para sentir desde su intimidad que siempre son sólo una.

«Deja en tu interior una parte para el misterio, evalúa y confronta pero no juzgues con conclusiones totalizadoras. Deja en tu corazón un espacio fértil para las semillas que traiga el viento, prepara un lugar para lo inesperado y un altar para la verdad de todas las cosas.» (Alice White)

Chispas de contemplación: Revalorizando lo efímero con claridad.

Que actualmente la palabra escrita no pasa por su mejor momento no es novedad. Se lee poco, la paciencia no abunda y hay escasa posibilidad que la atención se concentre en decodificar un párrafo sin saltearse palabras y una alta probabilidad que la mirada vaya rápidamente al final de la hoja para captar alguna conclusión cuando apenas se llegó al final de la primera oración.

No me lamento, es simplemente que esta clase de dinámica puede ser poco estimulante para la reflexión serena, elaborada, asimilada. En este contexto me parece especialmente útil que quienes sienten afinidad por ir a fondo en la observación de la realidad y aportar opinión argumentada lo hagan considerando el valor de lo breve. Existen distintas formas de ofrecer una idea que invite a la propia reflexión y me gusta el desafío de tener que adaptarme a los formatos nuevos adoptando un lenguaje claro sin demasiados artificios literarios. El estímulo no es sólo intelectual sino que exige una adaptación emocional que a veces representa el real esfuerzo.

Van aquí algunas reflexiones cortas nacidas en este ecosistema de lo efímero del que somos parte aún cuando reneguemos de él. Se pueden leer de forma independiente. Y si decides ir directo a la última, no pasa nada. Las anteriores seguirán en el mismo lugar esperando que vuelvas a ellas.

– Cada uno desempeña una función y diferentes límites en este mundo. Pero la función y el papel de cada uno cambian y evolucionan a lo largo de la vida. La tarea es ampliar los límites de nuestro comportamiento. Una forma práctica de hacerlo es observar el mundo a través de los ojos de otra persona puesto que a menudo nos centramos en nosotros mismos sin tomar en cuenta otras perspectivas y en particular durante una crisis.

– Cuando alguien llega con una verdad de esas que no se discuten resulta útil preguntarle cómo lo sabe. Porque siempre hay que distinguir si lo que dice proviene de lo que sabe, de lo que cree o de lo que desea. Esto es válido en todos los ámbitos pero es particularmente significativo cuando viene asociado a un pronóstico. Y si el pronóstico es económico, ni te cuento… porque la economía disociada de la política es pura teoría. La vocación por inventar certezas a veces parece ilimitada.

Más de una vez pensamos que lo que no sabemos nos hace cometer errores. Pero lo que realmente nos mete en problemas es lo que estamos seguros que sabemos y simplemente no es así.

– El techo ecológico a una mayor producción como constante de progreso es una realidad. Aquello que es necesario para sostener la vida, común a todos y evidentemente limitado, no puede tener un uso irrestricto. La propiedad, los derechos y la libertad constituyen una realidad relacional y no individual: Cuando algo es finito, lo que unos tienen demás, otros lo tienen de menos. Y en esto no hay de por medio ningún fundamentalismo ideológico. La ética de lo común no puede ser reducida a un debate ideológico porque nos involucra en nuestras necesidades más íntimas. Hay que buscar la construcción de un bienestar viable que contemple las necesidades a satisfacer respetando el límite de lo natural. De otra forma, el sistema sólo encontrará su equilibrio con exclusión. ¿De qué clase de humanidad estamos dispuestos a ser parte? ¿A qué estamos contribuyendo cuando consumimos lo que no necesitamos?

– Hay un tiempo para cada cosa: Un tiempo para crear y hacer, un tiempo para divertirse y distraerse, un tiempo para serenarse y apreciar. No son necesariamente secuenciales, a veces están vinculados al modo en que percibimos la experiencia. Quizá el máximo desafío está representado por los diversos aspectos en que la impermanencia está presente. Lidiar con el cambio exige flexibilidad y adaptación en forma constante. Pero se hace más evidente cuando tomamos conciencia que el ecuador de nuestra vida quedó atrás. Me encanta la sabiduría de la madurez, es un tiempo dulce. Un tiempo significativo, genuino y lleno de reconocimiento cuando logramos que el peso de las pérdidas y los deseos insatisfechos no nos aplasten. Es bueno envejecer con gracia y no como un problema a resolver. La impermanencia se vuelve cálida cuando despejamos el horizonte y nos abrimos camino como un compromiso con la vida que nos fue dada, valorando el mundo tal como es.

– Detenerse, mirar, hacerse preguntas, habitar en ellas… es cuestión de actitud. Todo se mueve. El ritmo de lo natural es un gran maestro. Así es como el límite de nuestra comprensión no silencia la curiosidad frente al misterio, aún cuando nos quedemos sin respuestas.

– Desde la cumbre del olvido de sí, es más fácil abrir los ojos y ver que la vida proporciona todo lo necesario para estar en paz. No sé si dejamos de verlo porque las posesiones nos cegaron o porque nos dejamos domesticar para dejar de mirar. La naturaleza es un poema perenne que endulza la amargura del sinsentido en que podemos llegar a convertir nuestras vidas. A veces casi antes del amanecer escucho cantar al búho que vive en la palmera de enfrente y creo que sólo por escucharlo ya vale la pena haber nacido. A veces me basta con la sorpresa, y cuánto me alegra que así sea.

– Se puede tratar de ir en busca de las causas originarias de un evento, pero conviene no perder de vista que siempre hay una causa de la causa interrelacionada con otra causa. A veces en el entusiasmo desmedido por encontrar explicaciones (en los casos más nobles y bienintencionados) no aceptamos las limitaciones de nuestra cognición. No es grave en sí mismo, de hecho es bastante humano y ponderable el entusiasmo. Lo grave es cuando ensayamos teorías que lo explican todo (cuál científicos amateurs ornamentados con una dosis de misticismo personal) y las afirmamos como verdades incontrastables.

– La ciencia y la espiritualidad van de la mano naturalmente frente a la asombrosa realidad de la que somos parte. Pensarlos como opuestos es no haberse detenido a observar de dónde surgimos y observarse desde fuera de las propias ideas. Los obstáculos son la deshumanización y el reduccionismo junto con la superstición y el fanatismo. No son las profesiones como medio de vida ni las poses estéticas frente a los eventos las que modificarán lo esencialmente insensato, inapropiado, injusto e inequitativo. Escaparse hacia la racionalidad materialista o huir hacia el útero materno no son vías lúcidas que resuelvan. Hasta que la conciencia humana no distinga la inutilidad y el daño que causan la avidez del deseo de poseer y controlar, los cambios sólo serán cosméticos. La armonía fundada en el amor y el respeto involucra ver la unidad que se expresa en la diferencia.

La verdad es como la poesía. Mucha gente dice apreciarla y habla sobre ella pero para poca forma parte de su vida.

– Es un gran desafío que lo que creemos saber no sea el límite de lo que vemos. ¡Tantas veces lo simbólico se mezcla con lo real y vemos lo que queremos ver e interpretamos lo que nuestro mundo interno reclama! Hay una necesidad práctica en buscar más allá de lo aparente y observar con cierto escepticismo, una urgencia vital mucho más que una cuestión filosófica. Conviene no perder de vista que demasiadas veces, la realidad tiene sus propios auspiciantes para que naturalicemos «ciertas realidades» que la conciencia despierta nunca permitiría.

Del enfoque espiritual como filosofía.

Algunas veces, cuando en una conversación introduzco un enfoque espiritual sobre el tema que está siendo tratado, suelo recibir comentarios del tipo «para qué piensas tanto, mejor disfruta sin tantos cuestionamientos». Nunca dejan de sorprenderme este tipo de consejos. Es que no concibo no llevar una vida examinada, una vida que afine la mirada de la realidad en cada paso, que se ubique en otra perspectiva y cuestione lo que en principio considero cierto. La mente es un recurso extraordinario pero también puede convertirse en la peor trampa: Al mismo tiempo que nos ofrece la posibilidad de la reflexión y la construcción de un juicio crítico, nos puede incitar, a través de sus condicionamientos inconscientes, a abandonar el intento de buscar claridad y precisión. Por eso prefiero generalmente tomarme un momento y poner distancia para ver lo que pienso y desde dónde le doy forma a mis juicios.

En nuestras acciones y en nuestras omisiones, de forma implícita estamos dando respuesta a preguntas que eventualmente decimos que no nos planteamos: Nuestras necesidades y deseos, qué valoramos, qué es significativo para nosotros. Estas elecciones configuran de manera radical la experiencia vital, con o sin nuestro consentimiento. Porque la vida no es un conjunto de hechos neutros sino que vivimos en un mundo configurado por nuestras interpretaciones, valoraciones y significaciones. Cada interpretación, valoración y significación crea un marco y le da forma a la experiencia de estar vivos a partir de una determinada concepción de la realidad, de acuerdo con una escala de valores y con unos fines preestablecidos. Por lo tanto, cada vez que plantees que no te interesa filosofar, te invito a que te arriesgues al ejercicio de repensar tus certezas al respecto y te vuelvas consciente de las ideas que estructuran y guían tus decisiones.

La contemplación de una escena nos ofrece en el mismo acto concentrarnos en algo en particular o poner atención a ese algo en relación al todo. Así funciona la conciencia frente a la realidad que vemos. La mente se abre al infinito cuando la conciencia se concentra en algo en particular pero amplía la atención hacia la totalidad. La mente silenciosa acompaña con naturalidad y sencillez a la conciencia sin convertirse en un obstáculo para ver más allá de lo evidente y nos permite discernir con mayor precisión.

La observación de la realidad invita a traspasar los límites de lo evidente para abrirnos a la singular experiencia consciente de lo que somos y nos rodea. Lo trascendente atraviesa cada momento en que intuimos la enormidad de lo desconocido. Es entonces cuando surge una capacidad desconocida para indagar y sumergirnos en la hondura del campo del misterio. Es el espíritu que anida en lo que somos lo que anima la espiritualidad y no al revés. El enfoque espiritual brota desde nuestro interior como una forma de sutil inteligencia con la que nos relacionamos con la vida.
Cada día despertamos a algo nuevo y sentimos una forma de alivio, parecido a una cura que puede volverse sanación al amigarnos con lo que es. Cada pérdida se vuelve maestra para que descubramos lo que no podemos perder. (Alice White)

De la naturaleza de la vida y su verdad.

Cada momento de la vida es una puerta abierta hacia el encuentro con la verdad esencial. Pensamos que descubrir lo que somos es imposible o solo para unos pocos iluminados pero cada experiencia cotidiana nos muestra la naturaleza esencial que nos constituye. Lo que está sucediendo en este preciso momento trae en sí mismo el mensaje primordial pero no lo percibimos porque buscamos lo extraordinario como algo ajeno a lo ordinario.

La paradoja radica en que es la mente, fiel compañera que todo lo define y clasifica, la que cubre a través del pensamiento el contacto con lo primordial que nos anima y le da vida al fino equilibrio en que la vida fluye. La utilidad de la mente es nuestro máximo engaño. Una fina capa ilusoria filtra la naturaleza de la realidad y nos resulta muy difícil contemplarla en su desnudez. Ayuda mucho al descubrimiento ponerse en contacto con el mundo natural porque allí la experiencia es directa, los sentidos transcienden los conceptos y surge la esencia como la diferencia entre pensar en nadar en el lago y sumergirnos en él, imaginar el perfume de una mañana en el bosque y sentirlo sentados a la vera de un arroyo.

Nuestra condición humana no existe separada de lo trascendente. La mente nos atrae y seduce separándonos con sus interpretaciones. Si observamos con atención, no hay un mundo espiritual separado del material sino que lo espiritual lo permea todo. Hacernos conscientes de cómo es la naturaleza de la vida está ligado a habitar cada experiencia con lucidez para no quedar atrapados en el personaje que nos hace creer que tenemos una identidad ajena y separada de los demás y de los objetos del mundo.

Descubrir esta verdad no modifica nada pero lo cambia todo. A partir de entonces la paz anhelada deja de ser utopía y la aceptación se transforma en un estado hacia la plenitud de la ecuanimidad.

«Ninguna situación por difícil que sea nos impide responder con sabiduría y compasión. Esta es la libertad que nace de comprender la naturaleza de la realidad.» (Alice White)

 

De la unidad y su expresión en la vida.

De tan acostumbrados a clasificar para analizar, lo dividimos todo. Disociamos para asociar y encontrar sentido. Como si cada parte por separado pudiera darnos la respuesta final al enigma de todos los enigmas. Pero la vida no es un conjunto de partes, no es lo sagrado frente a lo mundano, la vida es indisociable de sus manifestaciones. El íntimo sentido del vuelo de un insecto se vuelve sagrado si vemos como la vida se manifiesta en él. El camino al trabajo se vuelve sagrado si lo vemos como símbolo del único espacio en el que acontece la vida.

La unidad se expresa en las diferencias, es su latido íntimo el que cobra forma y da vida a la diversidad. La naturaleza íntima de la diversidad cobra vida en la realidad íntegra que se nos presenta como externa pero nos contiene en lo que a veces se deja ver como una oculta connivencia de cosas y hechos.

Nuestra propia apariencia física nos confunde y desalinea de la corriente de la vida. La experiencia cotidiana se transforma y convierte en esencial cuando captamos la maravilla de la obra que la vida realiza sobre sí. Sorprendentemente, la vida se encauza a través de nuestra originalidad y al mismo tiempo nos contiene en su flujo.

El mundo natural expresa inequívocamente el obrar de la vida sobre sí misma. Belleza callada, quieta y sin estridencias subyace en la naturaleza. Es la que ve el místico, el poeta, el artista y también el jardinero que todos llevamos en el corazón. El que mira con los ojos abiertos tiene ante sí toda la realidad. La energía del flujo de la vida y su danza determinan el momento justo en que el rosal abre sus flores, el sol completa su ciclo y la cría rompe el cascarón. En la abundancia de la naturaleza no hay derroche inútil.

Si te quedas mirando largamente
cualquier cosa del mundo,
si miras cualquier cosa un largo rato
y dejas que entre en ti,
que te vacíe de tu oscuridad
y que en tu ser halle cobijo y sea,
verás y sentirás que cuando miras
tú eres mundo también,
que en ti la vida se entrecruza y canta,
y que todo es sagrado
(Eloy Sánchez Rosillo)