Meditaciones de oportunidad: La mujer con alma de corcho.

Ella suele usar las caminatas como espacio de introspección, pero desarrolló el hábito de usar cualquier excusa para impulsar el despliegue de la reflexión atenta. Como consecuencia natural, no pierde oportunidad de vincular y encontrar relación a lo aparentemente disímil. Porque todo tiene relación con todo, suele argumentar.

Una tarde abril fue a un entretenido encuentro en una vinoteca en las cercanías de su casa, donde un experto en líquidos espirituosos, disertaba con suficiencia sobre las bondades del corcho natural para embotellar. Mientras su relato tomaba vuelo, ella se perdió en la nobleza y pasión del corcho, en ese anhelo visceral de aire y cielo que lo impulsa a mantenerse a flote. Inclusive si lo hunden se las arregla para abrirse paso hacia la superficie, como un idealista a ultranza que jamás se rinde. Porque es así, cada uno oye lo qué necesita… Y como si hubiera estado en un taller filosófico, se volvió pensando en cultivar el alma de corcho como actitud vital.

La mujer que mira a la hija que ya no es.

No pretendo ser original, pero la vida cambia drásticamente cuando nos quedamos sin nuestros padres. Casi siempre hay uno cuya gravitación en nuestra vida es más determinante. En mi caso fue mi madre. Nunca creí que su presencia iba a convertirse en una ausencia tan honda. Porque el sentido de lo afectivo cobró otra significación, no era consciente de hasta que punto su mirada era importante para mí. Casi sin darme cuenta aparecen sus comentarios, su lectura de la realidad, su manera de interpretar un mundo en el que ya no está. Repentinamente siento haber perdido la proporción de las cosas, la vida se vuelve más impredecible que nunca y la valoración relativa perdió el rumbo. Hoy el todo parece haber perdido su cohesión. El orden perdió su solidez.

La orfandad me puso en estado de sorpresa frente una vulnerabilidad que desconocía. De hecho nunca fui dependiente de sus opiniones y más bien me servían para ir en sentido contrario, pero ahora frente a las situaciones que se presentan me encuentro buscando su interpretación. Aún con todos sus miedos e inseguridades ella representaba una referencia en mi mundo más íntimo. Casi nunca me apoyaba en mis decisiones, irremediablemente su visión señalaba lo equivocada que estaba, parecía imposible estar de acuerdo. Como si tuviera que ser alguien que no era para satisfacerla.

Imaginación y memoria se mezclan dándole forma a una mirada ausente en un intento por ponerle medida al devenir. No sin algo de aturdimiento siento la forma en que estaba entretejida en mi propia existencia, la forma en que me ayuda a contenerme como parte de algo más grande. Ella representaba de algún modo un horizonte, allí donde las cosas que se acomodaban y ahora se desdibujan. Es la desmesura de su ausencia la que lo desvanece.

Hace ya dos años que no está, aunque algunos más desde que empezó a irse. Con su ausencia se fue mi condición de hija. Pero una cosa es darse cuenta y otra es hacer más que sobrevivir al cambio de perspectiva. Y habitar la madurez ofreciéndose a lo que llegue.

 

De la dulce compañía

A veces la música resulta en ruido, interrupción indeseada al bello silencio de la mente que la conciencia anhela. Hay otras veces en que el sonido parece acompañar el silencio destacando su belleza, asistiendo el proceso de despejar y concentrar. Y en ese estado de serenidad, de pausado equilibrio, los pensamientos son observados desde la lucidez silenciosa del testigo que contempla sin juzgar.

Las palabras  deberían ser vehículo para ir al encuentro de la experiencia de silencio y no reducirse al gozo intelectual de la descripción precisa. Dejarse abrazar por la trama que todo lo permea, navegar lejos de las orillas de los extremos para sentir desde su intimidad que siempre son sólo una.

«Deja en tu interior una parte para el misterio, evalúa y confronta pero no juzgues con conclusiones totalizadoras. Deja en tu corazón un espacio fértil para las semillas que traiga el viento, prepara un lugar para lo inesperado y un altar para la verdad de todas las cosas.» (Alice White)

A orillas del silencio

Ese no tener tiempo de tener tiempo parece haber ganado tanto espacio en el estilo de vida del presente que no es visto como un desorden. Más bien, se lo exhibe como demostración de importancia: El vivir acelerado se transformó en un valor.
Ruido y más ruido parece ser la regla de oro. Es bastante lógico que como consecuencia no haya espacio posible para disfrutar de un libro, una poesía o la riqueza del silencio. ¿Por qué escapamos del silencio? ¿Qué consuelo encontramos en todo ese ruido?

«Si lo pensamos, raro es pensarse. Pero raro de rareza extrema es que quizá existamos si el otro acierta en vernos cuando nos mira.» (Alice White)

El silencio tiene forma de intriga al que se le asignan toda clase de significados de dudosa certeza. Puede ser que callar implique estar absorto en los propios pensamientos o no estar de acuerdo con lo escuchado sin decirlo. A veces callar es un intenso sentir y no un asentir. Aún así, hay algo cierto: Tanto el que habla como el que calla sacan conclusiones y elaboran teorías acerca de las razones del otro. ¡Cuánto mejor sería dejar la puerta abierta en una actitud de amable ofrecimiento!

 «De algún modo nos hablan también los pétalos de la flor, que ya caídos, reciben silenciosamente las gotas de lluvia.» (Alice White)

A todos nos atrae algo que convertimos en un vínculo de amor por motivos diferentes. Cada cual a su manera, siempre legitimada por razones que se apoyan sigilosamente en la propia biografía. Curiosamente, esa diferencia y semejanza es lo que nos une y nos separa. Esa diversidad que hace fecundo el entreverarse.

«Lo bello ocurre al margen de nuestro ruido, como la hierba crece en las grietas del asfalto siguiendo su propia melodía silenciosa.»  (Alice White)

 

De la nostalgia y su osadía

Recordar es un acto emocionalmente adaptativo, en ello reside su magia alquímica. Carece de veracidad como tal, puesto que resulta en ajuste permanente cada vez que se evoca. Así el recuerdo se vuelve mítico y construye sentido a través de un reflejo. Pero, ¿qué clase de fidelidad es la que aporta el aferrarse a unos hechos que mutan en cada evocación? ¿Es la fidelidad a los hechos una necesidad espiritual o sólo un discurso moral? 
El recuerdo se vuelve horizonte y desmesura ya no de los hechos sino de la necesidad de ser al estar siendo sin saber para qué.
 
   «El recuerdo susurra añoranzas, casi todas imaginarias, una edición de aquellos                  sucesos que nos impregnaron emocionalmente. Al evocar lejanía, el recuerdo                      modifica la perspectiva y hace una adaptación funcional a la nostalgia de sí,                              que no es de ayer sino de hoy.» (Alice White)