El Arte de Sentirse Vivo

Vivir nuestras vidas en nuestros propios términos, comprometidos y enfocados en nuestros anhelos genuinos es más que nada un derecho. La libertad de elegir no pasa por ningún otro lugar que escuchar lo que nos pide nuestro corazón y puedo dar fe que nunca es tarde para hacerlo. Firmé tempranamente cantidades de «debería y no debería» tratando de adaptarme a lo convencional. Bajo la tiranía del miedo y la vergüenza no me permití encontrar mi expresión y me perdí en el laberinto del sin sentido.

Pero el arte es un latido oculto que como un susurro escuchamos en un fondo impreciso, y cuando le hacemos espacio despierta al alma alineando la mente y el corazón a lo que nos conmueve. Es el umbral prístino a nuestra más genuina libertad.

Cada camino es único tal como la forma en que la vida se expresa a través nuestro. Pero creo que cualquier esfuerzo emprendido en comprender el sentido esencial de este mundo y seguir nuestra inspiración se puede convertir en arte. No se trata de evaluar que sea bueno o malo por sí mismo sino de vincularnos estrechamente a lo incómodo y amigarse con la turbulencia de la duda y el desorden. Y dejarse abrigar por el gran misterio de haber nacido.

En concordancia con este tiempo de mi paso por este mundo, está naciendo un anhelado proyecto que será de algún modo la continuación de este blog. Poco a poco va tomando forma de la mano de amigos queridos que me acompañan con su apoyo y dedicación en los aspectos técnicos. Habrá fotos producto de la contemplación cotidiana, textos que abrazan la reflexión meditada, un diario para acompañarnos y artículos a modo de recursos. Pronto habrá novedades. Y como siempre, nos estaremos encontrando en la Naturaleza Profunda de la Vida.

En la Dulzura de la Unidad

Oración del Amanecer
En el nombre del silencio y los susurros del alba, del llamado de la lechuza y la afinación del zorzal.
Juro que no perderé de vista el horizonte limpio de odio y no seré infiel a mi deseo genuino de armonía, que seré respetuosa de la nobleza de cada brote e intentaré cuidarlo.
En el nombre del sol y sus deliciosos reflejos, del día despejado y los inevitables nubarrones, de la vitalidad de los más jóvenes y de la sabiduría de los más viejos.
Honraré el tiempo que me sea concedido en cada lugar y momento con la guía de mi corazón esperanzado.
Que así sea.
El amanecer sobre la costa del río estimula mi sensibilidad y aun sin desearlo, agudiza mi percepción. Es sutil la forma en que despeja el camino del corazón con un andar paciente. Un sentido del orden trascendente se huele en el aire e invita a enraizarnos en nuestro ser más profundo para contemplar el cuadro y adentrarse en él. Es reconfortante visitar en la mañana la soledad de las grandes cosas y dejarse acariciar por su silencio.
Tanto la brisa inquieta que nunca está inmóvil como las aguas del mar que siempre transmiten seguridad en sus desplazamientos son ejemplo de individualidad. El viento nos enseña que tal vez no veamos la fuerza mayor que mueve la vida, pero podemos observarla en la forma en que se desarrollan los eventos. De manera lenta pero persistente la luz del sol gesta las grandes transformaciones. Los días nos van tallando y en el proceso van quedando al descubierto nuestras características esenciales. Conectar con el enorme poder que tiene el equilibrio natural para compensar los extremos es fuente de comprensión. Todo es movimiento y para acompañar el ritmo necesitamos mantenernos flexibles. Lo que está oculto en algún momento se manifiesta. Porque la vida no se guarda nada.
A los ojos de la naturaleza no hay nada que conquistar, todo está en constante transformación, recreándose y expandiéndose en asociación con un ritmo armónico. El poder de la naturaleza se muestra siempre equilibrado y confiado; sin nada que demostrar, cada elemento se mantiene abierto al principio creativo para desplegar su potencial. En la naturaleza no hay distinciones y la vida se expresa inhalando caos y exhalando orden con total fluidez.
Todos tenemos la capacidad de ir hacia adentro, volvernos receptivos con nuestros procesos internos y reencontrarnos con el propio equilibrio en relación al mundo. El impulso creativo busca expresarse y cuando logramos alinear sentimientos e intención nos armonizamos. Conquistarnos a nosotros mismos nos hace fuertes en el mejor de los sentidos. Un gran poder crece en el umbral de la conciencia cuando nos abrimos a los aspectos de la vida que no se ven y no tenemos nada que defender.

Secretos de la Naturaleza

«Reposa tu corazón en la quietud y descubre la vida en sus propios términos.» (Alice White)
Reposando más allá de lo visible, en la naturaleza late un sentido profundo de dirección para nuestras grandes preguntas y una guía para tomar decisiones que sugiere que nada es pequeño. No importan las circunstancias, la naturaleza siempre está renovándose y revela como un espejo nuestros propios ciclos de expansión y contracción. En la aparente quietud vibra la expansión de la abundancia aún cuando pareciera que los obstáculos son insuperables.
Somos parte de un impulso natural hacia el cambio unificado que contiene su propio ritmo y variaciones individuales. Todo lo que se desarrolla frente a nuestra mirada no es otra cosa que un reflejo en el espejo misterioso de la vida que nos desafía a crecer.
Cuando captamos esta verdad esencial los juicios extremos desaparecen y brota una necesidad de intimar con la belleza del momento en que las cosas suceden.
En los ojos de la naturaleza todo es aceptación y movimiento. Al impregnarnos de su experiencia se activa nuestra propia esencia y abrazamos hasta nuestras partes menos queridas aprendiendo a valernos de lo que funciona y a liberarnos de lo que nos bloquea. Reconocer este diseño natural y adoptar la gracia de su movimiento hacia el equilibrio es fuente de bienestar y satisfacción existencial. Es entonces que los extremos opuestos comienzan a ser solo una referencia al considerar nuestras valoraciones.
La vida está siempre explorando sus mejores opciones para corregir, compensar y crecer. La innovación y la singularidad son la regla que marca sus movimientos y adaptaciones. La unidad de la trama es fruto de su determinación en honrar la diversidad. Y cada momento, una oportunidad para contemplar el ritmo en que la gran obra se desarrolla.

En los Confines del Punto

«Lo que es eterno es circular y lo circular es eterno.» (Aristóteles)
Lo que experimentamos en un momento dado está siempre afectado por el enfoque con que interpretamos los eventos. La información sensorial que recibimos busca casi de inmediato contrastar y clasificar para asociarse a alguna de nuestras memorias. Los pequeños juicios cotidianos se solidifican con el tiempo en capas que influyen la percepción de la realidad. Cuando a través de nuestras creencias acariciamos el sutil tejido de la vida, la misma responde con su resonancia adaptativa.
Es interesante advertir el modo en que los sueños utilizan los recuerdos y los reorganizan en el tiempo modificando la secuencia y descartando capas de forma parecida al modo en que los ciclos de la naturaleza encuentran su equilibrio circular. Los mismos procesos naturales que nos dotaron de mecanismos de supervivencia para protegernos diseñaron una manera de disolverlos a través del proceso de soñar. En el sueño, la vida nos vuelve a conectar con su infinito tejido de posibilidades.
La naturaleza nos guía hacia el cambio y ante cualquier resistencia de nuestra parte que intente ver como estático lo dinámico nos lleva de regreso al principio. Es un cambio profundo que transforma nuestras percepciones el apreciar la naturaleza intangible de la vida y comprender que el espacio y el tiempo son conceptos relativos entretejidos en la gran red.
Cuando cambiamos la manera en que clasificamos la vida, cambia la forma en que la vida se siente en nosotros. Aunque parezca un algo, la vida es más un verbo que un sustantivo, siempre en constante movimiento, sin principio ni fin. En el vacío fértil, la imaginación encuentra espacio para volar sin límites.
Es una buena práctica darse el tiempo para detenerse por un momento, respirar profundo y sentir la conexión con todo lo que nos rodea. Todos los caminos conducen al centro de nuestro propio corazón, un punto. En él, el círculo de la vida se recrea.

Convergencia Atemporal

En la relajante mirada al infinito la incertidumbre reposa y se hace visible. En sus confines, lo trascendente se vuelve cercano. Cuando la conciencia se afecta por la verdad, la naturaleza profunda nos convoca desde su vacío fértil.  (Alice White)

Frecuentemente siento que las cosas se volvieron raras, como si una densa niebla se hubiera asentado sobre el planeta mismo y nos impidiera distinguir lo básico.
Es un gran dilema humano cómo lo real se extravió en nuestras mentes convirtiendo el orden natural en confusión y volviéndonos cerrados a toda crítica que no provenga de aquellos que consideramos iguales o sea validada por el grupo al que pertenecemos. Hace falta honestidad con uno mismo para distinguir qué tan seguido adoptamos peligrosas certezas sobre el saber y el dominio de lo correcto.
Si pudiéramos calmar la mente y apagar el fuego que el miedo mantiene encendido podríamos al menos tener la chance de ver con más claridad lo que es real.
Hay un tiempo en la vida de cada uno en que las palabras se agotan y el silencio se llena de contenido elocuente. Quizá necesitemos dejarnos guiar por ese impulso íntimo que nos lleva a actuar e ir al encuentro del ritmo misterioso que todo lo sostiene creando equilibrio. Esa melodía que se expresa en las raíces del árbol cuando busca agua o en el dulce perfume de la flor que atrae a las abejas. Quizá necesitemos abandonar nuestras estúpidas opiniones y entregarnos a la calidez de nuestra vulnerabilidad. Lo que sabemos es importante, pero lo que somos mucho más.

Insistir una y otra vez en los mismos prejuicios y puntos de vista cerrados termina anulando la imprescindible capacidad de crítica que nos mantiene a salvo de esa necesidad enfermiza de reafirmarse en la cofradía. Este tipo de visiones, necesariamente construyen un opuesto que está en el error para validar las propias certezas. Pero entender algunas cosas en esta vida es ligeramente más complicado que repetir consignas, apelar al tribalismo y tomar la autopercepción como única fuente de referencia válida. Solo por dar un ejemplo, son demasiadas las veces que entre los autodenominados tolerantes, la tolerancia brilla por su ausencia.
Que el saber contingente es mucho más cercano a la realidad que la certeza inmutable es un gran progreso humano. Ser conscientes de cómo las ideas se van reinventando y cómo el conocimiento tiene la capacidad de autorefutarse a lo largo de tiempo habilita una vía prudente para replantearse constantemente lo considerado sabido y superarse. La incertidumbre aunque angustie es en sí misma liberadora cuando aceptamos nuestras limitaciones.

Nuestros recuerdos se reescriben sin cesar. Todos olvidamos cosas y reacomodamos detalles. A veces hacemos suposiciones dolorosas en base a piezas sueltas o hechos aislados. La aceptación de nuestras limitaciones y una actitud que no pierde de vista tantísimo que no sabemos nos vuelve más humildes y nos evita las consecuencias de sacar conclusiones radicales. Si examinamos nuestras interpretaciones, eventualmente las percepciones cambian y viejos dolores cobran nuevos significados. Rara vez algo significa una sola cosa, generalmente un hecho está conformado por capas de significado: Tal vez las cosas fueron de la manera que nos parece pero podrían no serlo. Todo va y viene en la conciencia.

Algo nos obliga a un alto en el transcurso esperado de las cosas y nuestra naturaleza más salvaje se hace visible. Sin las seguridades cotidianas y lejos de la actuación de nuestros personajes, somos más evidentemente animales. Incluso aunque tratemos de racionalizar lo que sucede nos sentimos frágiles e indefensos.

«De pie sobre la tierra desnuda, bañada mi frente por el aire leve y erguido hacia el espacio infinito, todo mezquino egoísmo se diluye.» (Emerson) 

Cuando dirigimos la atención hacia lo natural, hacia algo que ha venido a la existencia sin la intervención humana, salimos del pensamiento conceptual y nos vinculamos a la esencia del ser, una dimensión en la que existe todo lo natural. Cuando reposamos nuestra atención en un paisaje, un árbol o en las olas del mar, no estamos pensando en ellos sino los percibimos. Al sentir la quietud dentro nuestro cuando la captamos en el mundo natural, entramos en un estado de profundo reposo y de comunión con el entorno. El silencio entonces deja de ser algo externo o pensado y se transforma en un estado del ser.
Todos nos merecemos un rato diario de presencia consciente en el reino natural y permanecer en él honrando nuestra naturaleza profunda.

Al observar la naturaleza podemos ver que está en constante cambio y adaptación. Aún así, solemos tener dificultades para reconocer nuestras propias mutaciones y la forma en que estamos cambiando constantemente. El mundo natural es una exhibición de flexibilidad y capacidad para recalcular la posición relativa de sus nodos en la red infinita. Ajeno a cualquier distinción y clasificación, lo que es, toma formas diferentes y fluye imperturbable en la pasión del absoluto cambio. Cuando el espíritu humano reposa sobre la infinita atemporalidad del reino natural, la vida se expresa demasiado llena de su propio sentido para ser analizada. Y nuestras diferencias e incoherencias más íntimas encuentran un sentido de unidad en lo insondable.

La Multitud que nos Habita

Una parte nuestra necesita orden mientras otra pugna por desbordar sobre todo ordenamiento. (Alice White)

Tantas cosas grandes pueden pasar desapercibidas y de tantas nimiedades podemos hacernos un mundo. Coqueteamos con el error cuando nos sentimos ciegos en medio de la luz del día o muertos en la plenitud de la vida. La confianza crece cuando caminamos nuestros días con menos prejuicios. Bendito es el momento en que la mirada se aclara y a pesar de tantas cosas tristes y vulgares, de tanta ingratitud e indiferencia, nos llenamos de inspiración y ganas de crear. Hay momentos que simplemente nos lanzan al mundo.

Permanecer por un instante en esa sucesión encadenada de momentos indeterminados, sentir con intensidad aquella lírica utopía y no vivir en las urgentes imposiciones de este mundo diseñado por otros. El tiempo deja de ser algo físico cuando descansamos en un horizonte abierto donde hay tanto por descubrir. A la memoria le gusta idealizar momentos. Qué sería de nosotros sin ellos…

A veces el hastío puede inflamarse hasta convertirse en asco existencial. ¿Quién no pasó alguna vez por esos momentos en que el vacío en el corazón se combina con el vacío del tiempo? Estos estados siempre han sido terreno fértil para la literatura melancólica que llena bibliotecas enteras y también para la visita al psicólogo. Pero, ¿por qué no tomar con naturalidad la angustia de estar vivo y no saber o las distintas necesidades a lo largo de la vida? Es que en lo más hondo del alma esperamos que algo suceda trayendo respuestas y hay momentos en que necesitamos disolver el pacto con nuestras certezas habituales y significados estáticos. Tras la neblina del hastío el carácter más misterioso de la vida se abre paso, y en ese umbral, puede brotar nuestro lado más entusiasta. Los vientos cambian todo el tiempo.

Nuestra existencia y la del mundo mismo descansa sobre un origen que no conocemos y se dirige a un destino que tampoco conocemos. En el resultado de ponerse a pensar sobre estos temas existenciales siempre hay un componente de angustia. ¿Cómo podría ser de otra manera frente a tamaña incertidumbre? El interés por estos aspectos de la vida sugiere un corazón inclinado a lo religioso, a no dejar que la vida pase de largo absorbidos por el pragmatismo mundano. A veces esta necesidad busca la verdad y suele tropezar largo rato con la creencia disfrazada de tal. Otras, quizá de manera más arrogante, pretende estar en posesión de ella. La religiosidad como dimensión humana es una experiencia de encuentro con el misterio de lo desconocido. En este sentido, soy profundamente religiosa; y el silencio y la naturaleza nutren mi espiritualidad.

El mundo es pura celebración para los sentidos. Un complejo significativo de relaciones se establecen a partir de sus sutilezas para captar matices y texturas. Nuestra vida humana es profundamente sensitiva, lo que sentimos nos expande y también nos restringe. Es un raro privilegio poder captar la desnudez de la simplicidad y al mismo tiempo la desbordante exuberancia para derivar en dilemas sobre los límites de lo aceptable. Nos gusta pensar que estamos en control de lo que sentimos pero nuestros cuerpos no parecen estar tan de acuerdo y lo hacen notar. Toda la belleza y el terror late en la fragilidad de la experiencia humana. Tanta maravilla a veces me deja sin palabras.

Los suburbios del corazón huelen, es fácil detectar que estamos en uno de ellos porque sentimos cierto recelo. Más curioso aún es que sean umbrales a mundos que de otro modo serían inaccesibles. Me gusta pensar que tropecé con lo que se hace visible como si hubiera aparecido de la nada y no que encontré lo que estaba buscando. Los sentimientos íntimos conservan su ritmo lento y prudente como una melodía que poco a poco absorbe toda nuestra atención y parecen compensar esas urgencias emocionales que suelen dominarnos tratando de sacar provecho al instante. Lo inesperado nunca se rinde a nuestro afán de control y cuanto más nos esforzamos, más crece el pelotón de espíritus que no vemos, empeñados ellos en agigantar nuestra sensación de incertidumbre. Irónicamente, la aventura se vuelve intensamente deliciosa frente a tanta ambigüedad, quizá para que no vivamos a medias.
Disfruto merodear por los suburbios del corazón, no les temo. En ellos siento que mi estado de ánimo reposa sobre sí mismo sin reclamar ni esperar nada, en ellos el tiempo se detiene.

 

 

Umbral del Encuentro

Somos a medias hasta que nos encontramos en cada paisaje de la travesía. Solo entonces la verdadera patria nos habita. (Alice White)

Cuando estamos inmersos en la naturaleza, nuestra sensibilidad es esencial para nuestra supervivencia espiritual. Si pasamos de largo frente a su esplendor y los fenómenos sorprendentes que suceden en su seno, nos ausentaremos del sentido más profundo de la vida. Una conciencia de humildad natural brota frente a la magnificencia que habitamos. Me gusta el término habitar porque me remite a hacer propia la experiencia de ser y estar, impregnarme del entorno al que pertenezco y sentir ese latido de la belleza y su armonía. Pero tan solo en ocasiones la alegría se vuelve sobrecogedora y la inteligencia humana me lleva a respetar en sentido amplio sin someter a mi lógica lo que no comprendo. 

Es bastante fácil comprobar en nuestras propias vidas y los grupos sociales que conformamos, que solemos reducir la realidad a una adaptación basada en la capacidad de comprender con la que contamos. Buscamos soluciones condicionados por nuestra visión del mundo relativizando en lo político, económico o social las causas de los males que nos aquejan y por eso el resultado es que nunca llegamos a sus causas reales. Estamos padeciendo las consecuencias de vivir en un mundo desencantado, opaco, sin esperanza. Creo que hay una forma más sabia de transitar por este mundo conectando con nuestras intuiciones más profundas, redescubriéndonos y recreándonos en nuestro interior, haciéndole espacio a la imaginación para adentrarse en lo significativo y simbólico que se presenta ante nosotros. Lo esencial y sagrado de nuestra naturaleza se manifiesta en el mundo y es la conciencia la que nos permite ir más allá de las apariencias, emocionarnos e inspirarnos en lo que vemos para pensar y sentir con novedad. La desconexión con la dimensión espiritual de la vida es una gran equivocación.

Lo esencial está siempre presente, una dimensión absoluta atraviesa la realidad con su inapelable equilibrio. Muta y se recrea en la composición de lo visible, se vale de los extremos, de los opuestos, pero promedia implacablemente cuando sobrevive a nuestros desmanes. Los caminos a lo absoluto nunca pueden ser estrechos ni mañosamente desgastados porque su belleza y libertad todo lo abarca. Observar el cambio, habitar la quietud y contemplar el fondo de todas las cosas es fuente de regocijo y comprensión. Es un atisbo de la verdad primordial y su naturaleza.

La naturaleza convoca nuestra conciencia innata a través de lo bello. Actúa como un llamador de la creatividad en la que el todo va transformándose sigilosa y pacientemente. No veo incompatibilidad entre tecnología y naturaleza o entre el mundo digital y el físico sino una perfecta complementación que encuentra su propio balance en la adaptación. Los ritmos del cambio pueden verse alterados pero siempre existe una compensación que tiende al orden.
Un estado de positiva relajación surge en la mente en contacto con lo natural al mismo tiempo que agudiza la capacidad para sensibilizarnos frente a las pautas subyacentes en su armonía. La dimensión absoluta se muestra sutilmente sin tomar partido sobre nuestras acciones, solo cuida el equilibrio de la vida.
Es un deleite significativo captar en la experiencia que todo eso fuera de uno mismo es también uno mismo.

Saltando entre pensamientos y viajando entre sueños. A veces es compañera la calma y otras el enojo. Nada dura, el flujo de lo esperable se detiene y todo cesa para dar paso al cambio. La inquietud oculta lo evidente mientras lo intangible juega a las escondidas. Sentimientos difíciles recuperan nostalgias de un ayer atesorado. Crece el optimismo frente a la alegría de un buen momento. La vida siempre a su ritmo se muestra sin prisas y compensa todo extremo, se adapta y se preserva sin señalar errores ni aciertos. Curiosa parte la nuestra, confundidos siempre en nuestros saturados empeños cotidianos pero tan capaces de divagar sobre lo que debería ser y no es, tan urgidos de significado que corremos tras el tiempo y se nos escapa la nada.

 

Salto a lo Invisible

¿Cómo sabes que estás en tu propia senda? Porque el camino desaparece y no puedes ver a dónde vas. Todo aquello que construyó tu identidad ha quedado atrás. Esa es la certeza que da el haber encontrado tu ruta. (Alice White)

A veces se trata de saber esperar, de no precipitarse en el deseo que las cosas sucedan. Lo importante es mantener la puerta abierta sin decretar finales anticipados y posibilitar la creación en ese paréntesis que es transición en sí mismo. En la espera la historia se mantiene incompleta. Es un lapso en que las cosas aún son inciertas y nos mantenemos en la condicionalidad.
La espera es presencia que habilita la imaginación de escenarios y al mismo tiempo domestica la angustia que provoca la ambigüedad y la paradoja que acompaña a todo lo vivo. En el latido de cada cosa la presencia y la ausencia se transparentan como un eco del ritmo entre opuestos. Pero un día habrá que cruzar ese umbral en el que ya no podremos contener el aliento. Porque toda espera nos acuna sobre el abismo. En él, la espera se completa.

Por falta de atención hasta podemos relegar a segundo plano lo asombroso y naturalizar las indescriptibles maravillas de esta vida. Acostumbrarse es morir un poco. Porque es en esos momentos inciertos donde brota la imaginación y en esos confines del misterio donde se alimenta nuestra máxima libertad: Ser conscientes.

Tan fascinante como desgarrador es estar en soledad con uno mismo. El mundo ofrece incontables posibilidades pero ninguna seguridad. Lidiar con esta incertidumbre en la intimidad puede resultar aterrador, pero también puede llevar a una compresión más transparente de nuestro lugar en el mapa de la vida. En cierto modo la libertad es una paradoja que nos empuja a aceptar las cosas tal como son. En lo que vemos y percibimos, decenas de espejos reflejan parte de lo que somos hoy a través del tiempo. Es fácil sentir por un momento que no somos otra cosa que una de las infinitas sensaciones de la vida. Una trama impredecible se teje con su propia dinámica adaptativa. En el silencio y quietud de la naturaleza es palpable el pulso de la vida que, ajeno a toda perturbación, compensa y refleja su ritmo.

La Otra Mirada

«Hay cosas que nacieron grandes aunque parezcan poco. Solo basta ver que no relucen en exceso sino que sutilmente y sin estridencias nos llenan el corazón. Son esos milagros que pasan desapercibidos pero en el naufragio de todo nos salvan de la locura.» (Alice White)

Me gusta observar el gran cuadro que contiene la escena. A veces trato de ubicarme en él y encuentro que no tengo lugar. Otras algún detalle me invita a posar la mirada. Solo algunas veces una escena me contiene y deseo pasar buen tiempo en ella. Son situaciones que inducen cierto retorno a lo simbólico, como si inevitablemente el fondo de todo buscara mostrarse para quien necesita soñar despierto.

La naturaleza tonifica el espíritu. Algo de su quietud y su ritmo sin prisa nos cuenta de la belleza invisible. La naturaleza está llena imágenes, sonidos y olores que nos son familiares y que como una abstracción, nos narran historias que rozan recuerdos personales. Creo que los paisajes nos encuentran por alguna razón. Este espinillo en su solitario recogimiento contemplativo me hizo reparar en él para advertir luego dónde estaba. Íntimamente sé, que aún cuando me gustaría hacer esas fotos maravillosas que saben lograr los grandes fotógrafos, yo solo puedo hacer las mías. Ellas están simplemente por ahí, esperándome.

"El Asceta"
Espinillo (Acacia caven) en flor sobreviviendo al anegamiento de su tierra en la zona de Ibicuy, Entre Ríos, Argentina.

 

Hacer fotos de aves es un desafío permanente porque ellas no posan ni siguen instrucciones para ubicarse en el mejor ángulo. Exigen de nosotros cierta fusión con el entorno, aprender a escuchar sonidos que antes pasaban desapercibidos, tener paciencia, movernos silenciosamente y decidir rápido. Suele dejarme sin palabras ser testigo de algún detalle de sus fascinantes vidas. Cada nueva experiencia amplía mi visión del mundo, me hace más respetuosa de lo que no entiendo y me recuerda una de esas verdades que me hacen más humilde: Solo ocupo un pequeño lugar en el mapa de la vida, y transitoriamente.

"El Centinela"
Lechuzón Orejudo (Asio clamator) haciendo su siesta oculto entre las ramas hasta que sopló el viento y me dio una oportunidad para esta foto.

A veces cuando deposito toda mi atención en los detalles de un ave encuentro derivaciones insospechadas. El contacto visual con ellas es extraño y fascinante, su mirada me invita a repensarme más allá del sentido común. Surgen preguntas sin un propósito resolutivo, indagaciones de orden retórico que tienen por respuesta asegurada un suspiro. De la mano del pensamiento abstracto, a veces quedo movilizada en sentidos nuevos y el horizonte de lo cotidiano denota otros alcances. Lo vivo como un despertador amable, casi una caricia comprensiva de la vida para que no pierda de vista el fondo invisible en que todo se apoya.

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En el Abrigo de la Quietud

«Reconocerás lo desconocido cuando te sientes a contemplar lo conocido y al invocar comprensión aceptes la incertidumbre.» (Alice White)

Todos tenemos una bondad básica que surge del profundo reconocimiento del sufrimiento en uno mismo y que vemos reflejado en los demás seres vivos. Cuando tomamos conciencia viene acompañado del deseo y esfuerzo por aliviarlo. A medida que fui descubriendo mis propias heridas la palabra compasión tomó un significado completamente diferente en lo cotidiano. 
A través del contacto contemplativo con la naturaleza, con el paso del tiempo mi comprensión fue adentrándose en una nueva dimensión. En la dinámica del mundo natural puede verse sufrimiento en abundancia, no solo sufrimos los seres humanos. Me cuesta mucho aceptar la lógica del sufrimiento básico como para contribuir con mi inconsciencia a agrandarlo. Es por eso que me ilustro, razono, reflexiono, medito y escucho con atención a mi corazón alejándome de toda ideología que condicione mis acciones. El otro cobra un significado de relevancia primordial cuando me siento personalmente afectada en su sufrimiento. Explorar las propias heridas nos hace compasivos. No renunciemos a lo que somos en esencia por intentar ser alguien.

«Que tu alma encuentre la gracia para elevarse por encima del dominio de las pequeñas mediocridades.» (John O ‘ Donohue)

Con tantas voces ridículas a nuestro alrededor compitiendo por nuestra atención, no es difícil entregar nuestra mente a ideas trasnochadas. Nos creemos libres pero adoptamos una actitud pasiva que es el territorio preferido de los «virus mentales».
Cuando paso tiempo en la naturaleza me impregno de su silencio, de su ritmo lento y de la dinámica de su quietud. Es un descanso reparador que me hace recapacitar sobre lo que doy por sabido y sobre aquello que me resulta lógico. No me «contagio de nada» sino me reencuentro con la mirada serena, recupero claridad para leer los hechos y equilibrio para orientar las decisiones.

Hay noticias que aturden, que nos alejan del eje de las cosas. Otras abren caminos y generan esperanza. Trato de oír las palabras y su significado para comprender e intento escuchar la voz y sus tonos como horizonte de sentido.
Pero hay cosas que escapan a las palabras y se evidencian en lo no dicho, en eso que suele ser la expresión de la trama. El silencio es, entre tantas cosas alteradas, un encuentro estético. Porque hay cosas que simplemente agotaron su vitalidad y solo les queda su estrechez.