Vivenciar nuestra espiritualidad inherente

La llamada dimensión espiritual constituye una dimensión absolutamente básica de la persona y de la realidad. Sobre ella precisamente se asientan las diferentes formas religiosas o religiones, como soporte y vehículo de aquella dimensión que pugna por ser vivida. En este sentido, la espiritualidad es una realidad previa a las religiones en cuanto tales.

Cuando se habla de espiritualidad desde una opción religiosa o confesional, parece inevitable que aquella sea comprendida y explicada a partir de la perspectiva de la propia religión, a la que se le asignará un estatus superior. Al dar por sentada la verdad mayor de la propia creencia, se entenderá la espiritualidad como la práctica por medio de la cual se busca ahondar en la vivencia de la fe que se ha asumido. Como consecuencia de este modo de hacer, se adopta un concepto reductor y estrecho de espiritualidad, a la que, intencionadamente o no, se le ha sobreimpuesto el corset de la religión.

La palabra espiritualidad en el mundo contemporáneo ha llegado a convertirse en una palabra desafortunada. Para muchos significa algo alejado de la vida real, algo inútil que no se sabe exactamente para qué puede servir o, como mucho, un añadido superfluo o poco significativo a lo que es la vida ordinaria.  Es también, en cierto sentido, una palabra gastada. Gastada y estropeada, porque ha sido víctima de una doble confusión: el pensamiento dualista que contraponía espíritu a materia, alma a cuerpo, y la reducción de la espiritualidad a la religión. Como consecuencia, se produjo un rechazo más y más generalizado hacia ella en la cultura moderna. Por una parte, la modernidad, celosa de la racionalidad y de la autonomía, arremetía contra una religión (institución religiosa) poderosa, autoritaria y dogmática, que parecía desconfiar de lo humano. Por otra, cegada en su propio espejismo adolescente, la misma modernidad cayó en un reduccionismo tan estrecho que no aceptaba sino aquello que fuera materialmente mensurable. Ambos factores, el rechazo de la religión y el encierro en un materialismo cientificista, condujeron al olvido de la dimensión más básica de lo real, promoviendo con ello una cultura chata y empobrecedora de lo humano, que todavía sigue estando mayoritariamente vigente.

En medio de esta cultura, estamos asistiendo a un emerger notable del anhelo espiritual. Y, como en cualquier moda, no es infrecuente que aparezcan sucedáneos, a los que se coloca la etiqueta de espiritual, pero que no encajan en lo que es una espiritualidad auténtica. Los riesgos de engaño o reducción vienen de dos direcciones. Por un lado, en ciertos círculos de la Nueva Era o influidos por ella, suele presentarse la espiritualidad como la búsqueda de un bienestar que, por más que se designe como integral, no parece superar los límites del narcisismo y de la charlatanería. Frente a la dureza de la situación cotidiana, es tentadora la huida a paraísos narcisistas, refugios de un ensimismamiento adolescente, que nuestra propia cultura promueve. Por otro lado, en los grupos religiosos más estrictos, probablemente por un instintivo mecanismo de defensa, se promueve una espiritualidad rígida y exclusiva, con notables tintes dogmáticos y autoritarios. En el primer caso, parece imperar la ley del todo vale, con tal de que favorezca el bienestar: representaría al postmodernismo extremo. En el segundo, el criterio parece ser la creencia mental de estar en posesión de la verdad: sería la voz del integrismo mítico.

Con todo este trasfondo, entonces, ¿qué es la espiritualidad? En una aproximación suficientemente amplia e inclusiva, puede entenderse la espiritualidad como la dimensión de profundidad de lo real.  Ello significa reconocer que no existe absolutamente nada al margen de esta dimensión. Más aún, todo lo que podemos percibir, como formas infinitamente variadas, no son sino expresión de aquella profundidad de la que todo emerge. Con esto, no se afirma ningún dualismo entre aquella dimensión última y las manifestaciones que percibimos. Al contrario, en admirable sintonía con lo que vamos percibiendo desde diferentes ámbitos del saber, desde la física cuántica hasta la psicología transpersonal, desde la mística hasta recientes estudios en el campo de las neurociencias, lo que se nos muestra es una admirable y elegante no dualidad, en la que nada se halla separado de nada, siendo solo la mente la que nos hace creer en una realidad fraccionada y separada en partes, tal como ella misma la ve.

El término espiritualidad, en primera instancia nombra una cualidad, una capacidad o incluso un ámbito del saber que tiene como referencia directa e inmediata al espíritu. Por tanto, solo lo podremos entender si previamente desciframos el sentido de este otro. Pero no es una tarea fácil. Basta intentarlo para que se ponga de manifiesto la incapacidad de la mente para referirse adecuadamente a todo lo que no es objetivable. Como si en su intrínseca dificultad para imaginarlo, el mismo término nos estuviera diciendo que se trata de una realidad que, no solo trasciende el género (aún cuando nos referimos a él en másculino) sino también lo personal, (en todo caso solo puede ser transpersonal). No es extraño que «espíritu» haya sido uno de los términos más comunes para nombrar a la divinidad, fuente de todo lo que es, principio vital, dinamismo de vida. El espíritu constituye, por tanto, el núcleo más hondo, la identidad última de todo lo que es, pero no como una entidad separada, sino como constituyente de todas las formas, en un abrazo no-dual. En razón de esa misma no dualidad, podemos ver, palpar y saborear al espíritu en todas las formas de la realidad: todas lo expresan y en todas se manifiesta, sin negarlas ni anular las diferencias. Una vez más, es necesario decir que no hay ningún tipo de dualismo, como si, además del espíritu, hubiera otra realidad al margen de él; pero tampoco se trata de un panteísmo indiferenciado. Es todo más sutil y, en cierto modo, más simple: el Uno expresado en lo Múltiple, como dos caras de la única Realidad.

Si entendemos por espíritu el principio vital y constitutivo de todo lo que es, habremos de concluir que espiritualidad es la capacidad de ver esa dimensión profunda y última de lo real y vivir en coherencia con ello. En este sentido, no hay conceptos ni creencias. Hay, sencillamente, un reconocimiento y una capacidad. Una percepción intuitiva preconceptual del misterio mismo del existir. A esta capacidad podemos designarla, por tanto, como inteligencia espiritual. Es ella la que nos permite intuir el misterio y reconocer nuestra identidad más profunda.

Se suele decir que el despertar espiritual consiste en la capacidad de separar la conciencia de los pensamientos. De eso se trata exactamente. Caer en la cuenta de la identificación con la mente, de la que provenimos, y reconocer que ahí no está nuestra verdadera identidad. La espiritualidad o inteligencia espiritual, al hacernos crecer en comprensión de nuestra verdad, nos pone en camino de desapropiación. Por eso, a más espiritualidad, menos ego y menos egocentración. Es fácil advertir que el criterio decisivo de una existencia espiritual no puede ser otro que la desegocentración, la bondad y la compasión, unidos a la ecuanimidad de quien ya ha descubierto que su verdadera identidad trasciende todo vaivén y toda impermanencia. Lo expresa con nitidez Javier Melloni, cuando escribe que «la dirección que no ha de variar, aunque se cambien los vehículos y los caminos, es el progresivo descentramiento del yo, tanto personal como comunitariamente… Esta es la única certeza, el único discernimiento: ir convirtiendo nuestra existencia en receptividad y donación». Porque, ¿cuál es la meta? Y responde el propio Melloni de una manera sabia y hermosa: «La tierra pura de un yo descentrado de sí mismo que se hace capaz de acoger y de entregarse sin devorar, porque sabe que proviene de un Fondo al que todo vuelve sin haberse separado nunca de él».

A partir de este concepto de espiritualidad, se desprenden dos conclusiones: por un lado, la percepción de que el cuidado de la espiritualidad y el cultivo de la inteligencia espiritual son decisivos si se quiere acceder a una vida plena; por otro, la constatación de que, así entendida, la espiritualidad es previa a cualquier religión, de modo que las diferentes confesiones religiosas no serán sino modulaciones o formas mentales específicas de aquella intuición original.

(Artículo elaborado a partir de las ideas compartidas en sus conferencias y libros por Enrique Martínez Lozano, psicoterapeuta, sociólogo y teólogo.)

Shamatha en la tradición budista.

Por  el Maestro Alan Wallace.
Como resultado del genocidio perpetrado contra las culturas budistas de Asia durante el siglo XX a manos de los varios regímenes comunistas, y toda la agitación de la publicidad del materialismo científico, se ha puesto en peligro la propia supervivencia del Budismo Mahayana en particular. Así, para muchos de sus seguidores, la preservación de la vitalidad de la tradición Mahayana en el mundo moderno es de la más alta prioridad. Hay varias formas de preservar esta tradición. Externamente, la creación de imágenes del Buddha, la traducción y publicación de las enseñanzas budistas, y la construcción de Stupas son formas de preservar las representaciones el cuerpo, habla y mente del Buddha.Todas son expresiones de devociòn. En una ocasión, Dromtönpa (1005-1064), el principal alumno tibetano de Atisha, el gran maestro budista indù, se encontró con un hombre involucrado en varios tipos de practica devocionales. Él le dijo “es muy bueno que te apliques a las practicas devocionales, pero es mejor practicar el Dharma”.
Para preservar su tradición, muchos budistas en la actualidad establecen como la más alta prioridad el enseñar y estudiar los textos budistas. Cuando Dromtönpa se volvió a encontrar con el mismo practicante, lo encontró aplicado al aprendizaje de las escrituras, a lo que él (Dromtönpa) respondio, “Es muy bueno estudiar textos, pero es mucho mejor practicar el Dharma”.
En orden de preservar el verdadero significado del Budismo, hoy en día muchos practicantes sinceros se aplican meses o incluso años a la meditación, practicando atención plena muchas horas al día, o entrando en el retiro de tres años en el cual practican una variedad de meditaciones del Vajrayana. Cuando Dromtönpa por tercera vez se encontró con el mencionado practicante, lo encontró inmerso en meditación, a lo cual él le replico, “Es muy bueno que practiques meditación, pero es mucho mejor practicar el Dharma”.
La manera esencial de hacer que la mente de uno se vuelva el Dharma es realizar la irreversible Bodhichitta y por tanto alcanzar el estado inicial del camino de la acumulación del Mahayana, el primero de los cinco caminos que llevan a la perfecta Iluminación. La Bodhichitta se vuelve irreversible, cuando está basada en el insight (visión clara interna) adquirido por las cuatro aplicaciones cercanas de la atención plena, transformando así “Bodhichitta como tierra” en ·Bodhichitta como el oro”. Basada en shamatha, Bodhichitta e insight, la practica Vajrayana de cierto que puede realizar la perfecta Iluminación en una vida. Pero sin dichas bases en la estabilidad mental, compasión y sabiduría, hablar de la Budeidad en esta o cualquier vida, no es nada más que propaganda.
Para realizar autentica Bodhichitta y convertirse en un Bodhisattva, muchos de los grandes académicos en la tradición Budista han enseñado que la mente debe ser hecha útil para la práctica espiritual realizando shamatha, específicamente el acceso al primer dhyana (estabilización meditativa). Aunque no hay total consenso en este punto, todos concuerdan que una mente muy propensa al desbalance atencional de excitación y laxitud es inadecuada para realizar los sublimes estados de Bodhichitta en vipashyana (visión contemplativa). Así por lo menos el desarrollo parcial de shamatha es esencial para desarrollar ambos.
La estructura fundamental de la práctica Budista, común a todas las escuelas del Budismo, consiste en las tres fases secuenciales de ética, samadhi y sabiduría. En el contexto de estos tres “altos entrenamientos”, samadhi se refiere no solo al desarrollo de la atención unifocada, sino que también a otros aspectos del desarrollo mental, incluyendo los cuatro Inconmensurables (Amor, Compasión, Alegría, y Ecuanimidad), Renuncia, y en el contexto del Budismo Mahayana, la Bodhichitta.
Entre todas las enseñanzas del Buddha registradas en el canon Palì, la práctica de shamatha más comúnmente enfatizada, es la atención plena en la respiración (anapanasathi- palì), particularmente para personas cuyas mentes están muy agitadas por pensamientos involuntarios. Comparados con los indios del tiempo del Buddha, o lo tibetanos nómades que viven hoy en día, la mayoría de nosotros puede verse grandemente beneficiada de tales prácticas, las cuales están específicamente diseñadas para gente como nosotros! El Buddha dijo de esta práctica. “Justo como en el último mes de la temporada calurosa, cuando una masa de polvo y suciedad se arremolina y una gran nube de lluvia fuera de temporada se dispersa y sofoca en el acto, así mismo la concentración de la atención plena en la respiración cuando desarrollada y cultivada, es pacífica y sublime, un reposo de ambrosia, dispersa y sofoca en el acto los estados negativos donde quiera que surja”. La propia naturaleza de tal práctica ayuda no solo a traer calma y alegría a la mente, sino que también ayuda a reforzar nuestro “sistema inmunológico psíquico”, haciendo a la mente menos vulnerable a las aflicciones mentales.
Generalmente, el cultivo de shamatha lleva a la liberación de los cinco oscurecimientos de (1) laxitud y letargo, (2) incertidumbre, (3) malicia, (4) excitación y culpa, y (5) deseo sensual. El Buddha dijo “ Mientras los cinco oscurecimientos no sean abandonados uno se considera así mismo , endeudado, enfermo, esclavizado y perdido en un desierto”. Los contemplativos budistas indios descubrieron que estos cinco oscurecimientos son contrarrestados por los cinco factores de la estabilización meditativa. Específicamente (1) el examen de los fenómenos burdos contrarresta la laxitud y letargo, (2) la investigación aguda contrarresta la incertidumbre, (3) el bienestar contrarresta la malicia, (4) la bienaventuranza contrarresta la excitación y culpa, y (5) la atención unidireccional contrarresta el deseo sensual. Es fascinante notar que la práctica no discursiva puede ser efectiva para superar el deseo sensual y la malicia, de esta manera sirviendo como base para el desarrollo de renuncia y  la compasión.
La práctica de shamatha que no está motivada por la renuncia y la Bodhichitta podrìa resultar en nada más que en un alivio temporario del estrés y la agitación, e incluso tal vez lleve a un sentido de complacencia auto-centrado y a un renacimiento desafortunado. Con una motivación autentica, shamatha puede realmente incrementar la renuncia y la Bodhichitta, generando una gran inspiración para la practica espiritual. Bien motivada la practica enfocada en actividades externas incluyendo postraciones, circunvalaciones, y la recitación de mantras y liturgias, tendrá poco beneficio si la mente esta distraída. Como el Bodhisattva Shantideva de India escribió, “ El Omnisciente (Buddha Shakyamuni) declaro que todas las recitaciones y austeridades, aunque practicadas por largo tiempo, son en realidad inútiles si la mente esta aletargada en otra cosa.
La estructura del camino Mahayana consiste de las seis Perfecciones de generosidad, moralidad, paciencia, entusiasmo, estabilización meditativa y sabiduría. La práctica de shamatha está incluida en el cultivo de la estabilización meditativa (dhyana), y está basada en el desarrollo previo de las primeras cuatro perfecciones. Esto resalta la importancia de cultivar las bases éticas y estados mentales positivos para practicar, antes de buscar el logro de la concentración unidireccional.
Aproximadamente 1500 años después del Buddha (563 – 483 ac), el gran maestro budista indù Atisha (980-1054), compuso el primer” Lam-rim” o Enseñanzas sobre los Estadios del Camino, específicamente para los tibetanos. Esta estructura fue subsecuentemente adoptada por todas la escuelas budistas tibetanas, comenzando con Guru Yoga y culminando con la práctica de vipashyana. Para los tibetanos tradicionales criados en la cultura tibetana, con gran fe y buena comprensión del Budismo, Guru Yoga puede ser bien practicado al comienzo del camino por el bien de las muchas bendiciones que dicha práctica trae. Pero en el mundo moderno secular, un foco inicial en Guru Yoga, especialmente con énfasis en las perfectas cualidades del Guru, puede llevar a muchos problemas, al punto de que ha sido muchas veces discutido por el Dalai Lama. Para gente con poca fe o entendimiento, o para aquellos que son nuevos en el Budismo, tal vez lo mejor sea al principio enfocarse en el Guru como simplemente un representante o emisario del Buddha. Al aventurarse uno en la práctica Mahayana, uno podría ver al Guru como si él o ella fuera el Buddha. Finalmente basado en una profunda fe y entendimiento de las enseñanzas de la Naturaleza búdica y Vacuidad, uno podría enfocarse en la práctica Vajrayana viendo al Guru como siendo realmente el Buddha, mientras que simultáneamente se desarrolla orgullo divino y percepción pura de todos los fenómenos.
Aunque hay muchos métodos para el desarrollo de shamatha, cada uno con sus ventajas, dos métodos son particularmente enfatizados en la tradición Mahamudra (Gran Sello), debido a sus grandes ventajas para profundizar en la naturaleza de la conciencia. El Mahasiddha (Gran Realizado) Maitripa de India del siglo XI, el cual enseño a Marpa lotsawa (tibt. “el traductor”) y fundador del linaje Kagyu, describe a continuación, el primer método de enfocarse en los pensamientos:
“ En relación con la excesiva proliferación de conceptos, incluyendo los cinco o tres venenos, en torno a la dualidad sujeto – objeto, tales como las diez Virtudes, las Perfecciones – ya sea que sean positivos o negativos los que surjan – quieto y sin conceptos observa su naturaleza. Haciendo esto, se calman sin aferramiento-, claras y vacía conciencia surge vívidamente, sin aferramiento; surge en la naturaleza auto-liberada la que se reconoce a sí misma. De nuevo, dirige la atención a cualquier pensamiento que surja, y sin aceptación ni rechazo, permite que esta se reconozca su propia naturaleza. De esta manera aplica las instrucciones de la transformación de las ideas en el camino”.
Aquí están las instrucciones sobre el segundo método el cual se enfoca en la ausencia de pensamientos: “Con el cuerpo poseyendo los siete atributos de Vairochana (posición del loto), siéntate sobre un almohadón suave en una habitación solitaria y oscura. Vagamente dirige los ojos a la vacuidad enfrente de ti. Observa que las tres conceptualizaciones de pasado, presente y futuro, así como también pensamientos positivos, negativos y neutros, juntos con todas sus causas, la unión y disolución de los pensamientos de los tres tiempos, se cortan por completo. No traigas pensamientos a la mente. Deja que la mente sea clara y vacía como un cielo sin nubes, desprovista de aferramiento y establecida en la Vacuidad Última. Por hacer así, surge el regocijo, la claridad y la no conceptualidad de la quintaesencia (quietud) de shamatha. Examina el apego, odio, dependencia, aferramiento, letargo o excitación y reconoce la diferencia entre virtudes y vicios”.
Hay dos aproximaciones tradicionales al Camino. Una implica primero adquirir la doctrina budista mediante el entendimiento, incluyendo la visión de la Vacuidad, y con esa base dedicarse a la meditación. De acuerdo con esta tradición, uno practica shamatha solamente después de haber estudiado el shastra (tratado) de Maitreya (el Buddha del futuro) “El Ornamento de la Clara Realización”, revelado a Asanga (315 – 390 filosofo), y luego uno practica vipashyana solo después de estudiar cuidadosamente el “ Suplemento al Camino del Medio” de Chandrakirti (600-650 filósofo y abad de Nalanda). De acuerdo con la segunda tradición, uno puede buscar la visión de la Vacuidad en base de haber realizado shamatha primero. En su texto “La Vía de los Jìnas: un Texto Raíz en la Preciosa Tradición Geluk-Kagyu del Mahamudra”, Panchen Lobsan Chokyi Gyaltsen (1570–1662, el 4to Panchen Lama), tutor del 5to Dalai Lama (1617 -1682) ejemplifica la segunda tradición cuando él da a continuación la enseñanza esencial de shamatha, en la cual sintetiza los dos métodos citados más arriba por Maitreya:
“De los dos enfoques, buscar meditar sobre la base de la visión y la búsqueda de la visión sobre la base de la meditación, lo que sigue es conforme a este último enfoque. En un cojín cómodo para el cultivo de la estabilidad meditativa, asume la postura de siete puntos y con la respiración en nueve puntos limpia las energías vitales rancias.
Cuidadosamente distingue entre la pureza radiante de la conciencia y sus contaminaciones, y con una mente virtuosa prístina comienza por tomar Refugio y cultivar Bodhichitta. Medita en el camino profundo de Guru de Yoga, y después de hacer cientos de súplicas sinceras, deja que el gurú se disuelva en ti mismo.
No modifiques la naturaleza de las apariencias evanescentes con pensamientos tales como las esperanzas y miedos, pero descansa por un tiempo en la meditación ecuánime e inquebrantable. Este no es un estado en el que tu atención se ha quedado en blanco, como si se hubiera desmayado o dormido. Más bien, coloca al centinela de la atención sin distracciones y enfócate en la introspección de los movimientos de la conciencia. Enfócate de cerca en su naturaleza de cognoscencia y luminosidad, obsérvala desnuda. Cualesquiera sean los pensamientos que surjan, reconócelos a cada uno. Alternativamente, como un participante en un duelo, corta completamente cualquier pensamiento que surja; cuando hay silencio después de que se hayan desvanecidos, relájate libremente, pero sin perder la atención. Como se dice, «Enfoca de cerca y relaja libremente – es allí donde la mente se establece”. Relájate sin vagar, como dice el dicho:»Cuando la mente está enredada en el ajetreo sin duda se libera a sí misma».
Cuando sea que surjan pensamientos, si se observa su naturaleza, naturalmente desaparecen y surge una clara vacuidad. Del mismo modo, si la mente es examinada cuando todavía está quieta, se percibe un vivo, despejado y luminoso vacío que es percibido y conocido como la fusión de la quietud y el movimiento. «Cualquiera que sean los pensamientos que surjan, no los bloquees, pero reconoce sus movimientos, céntrate en su naturaleza, como un pájaro enjaulado en un barco. Sostén tu conciencia como en el dicho: «Como un cuervo que vuela desde un barco, da círculos alrededor, y se posa a bordo una vez más.»
La naturaleza de la meditación estabilizada no es oscurecida por nada, es límpida y clara. No establecida como cualquier cosa física, es un claro vacío como el espacio. Permitiendo que cualquier cosa surja , esta vívidamente despierta. Tal es la naturaleza de la mente. Esto es considerado como percepción directa, sin embargo, no puede ser definido como «esto» o demostrado en palabras. Lo que sea que surja, descansa libremente, sin aferrarse: «hoy en día, en su mayor parte, los contemplativos de Tibet lo proclaman uniformemente, como un consejo practico para lograr la Iluminación. Sin embargo, yo, Chökyi Gyaltsen, declaro que esto se trata de un método excepcionalmente hábil para los principiantes para lograr la estabilidad mental y para identificar la naturaleza relativa de la mente «.
La naturaleza relativa de la mente es pura luminosidad y conocimiento, que son las características que definen a la conciencia. El Buddha también se refirió a esto como la señal (nimitta) de la mente. Él declaró que si uno cultiva las cuatro aplicaciones de la atención cercana sin que la mente se concentre y sin haber abandonado las impurezas, uno no va a reconocer la naturaleza esencial de la mente. Estas enseñanzas sobre shamatha proveen una base no sólo para el cultivo de los Cuatro Inconmensurables y la Bodhichitta, sino también para el cultivo del «insight» a través de las prácticas fundamentales de las cuatro aplicaciones de la atención plena.

Umbrales

Dentro de las garras del invierno, es casi imposible imaginar la primavera. El paisaje parece muerto al estar despojado de color. Solo desolación se ve a simple vista, todo parece amputado, al límite. El invierno en la estación más vieja y tiene algo de lo absoluto. Pero debajo de la superficie del invierno, el milagro de la primavera ya está en preparación, el frío está cediendo y las semillas están despertando. Los colores están comenzando a imaginarse su regreso.

Entonces, imperceptible, en algún lugar un capullo se abre y la sinfonía de la renovación no tarda en mostrarse. Desde el corazón negro del invierno, el milagro, la plenitud del color emerge como una respiración. La belleza de la naturaleza insiste en tomarse su tiempo. Todo está preparado. Nada se precipita. El ritmo de la aparición es lento, gradual, siempre avanza poco a poco en su camino. El cambio sigue siendo fiel a sí mismo hasta que lo nuevo se despliega con plena confianza en llegar. El comienzo de la primavera casi siempre nos atrapa sin darnos cuenta. Está allí antes que la veamos y abruptamente no podemos mirar en ninguna dirección sin verla.

El cambio llega en la naturaleza cuando el tiempo ha madurado.  No hay tropiezos en la transición. Esto explica la seguridad con que una temporada sucede a la otra. Es como si se estuvieran moviendo hacia adelante en una cinta continua.

El cambio es uno de los grandes sueños de cada corazón, cambiar las limitaciones, la desigualdad, la banalidad o el dolor. Muy a menudo miramos hacia atrás y observamos los patrones de comportamiento, el tipo de decisiones que tomamos reiteradamente y que ya no nos sirven y señalan un camino diferente o una ruta distinta como necesidad. Pero el cambio es difícil. Muy a menudo optamos por continuar con un viejo patrón en lugar de correr el riesgo de hacerlo diferente.

También solemos sorprendernos del cambio que parece llegar de la nada. Nos encontramos cruzando un nuevo umbral que nunca habíamos imaginado. Al igual que la primavera trabaja secretamente en el corazón del invierno, por debajo de la superficie de nuestras vidas grandes cambios están en fermentación. Nunca sospechamos nada. Luego, cuando las garras de un interminable invierno parecen aflojar, vulnerables nos encontramos en el desafío de negociar en un umbral.

En cualquier momento puedes preguntarte: ¿En qué umbral estoy ahora de pie? ¿Qué estoy dejando en mi vida? ¿Qué necesitaría? Un umbral no es una frontera sencilla, divide territorios, ritmos y atmósferas. De hecho, es el corazón despierto y apasionadamente comprometido el que cruza el umbral dando testimonio de la plenitud e integridad de la experiencia que nos impulsa hacia el extremo de la frontera real. En este umbral, una complejidad de emociones llena la vida: confusión, miedo, tristeza, esperanza. Hay sabiduría en la capacidad de reconocer y aceptar la clave de un umbral. Tomarse tiempo, sentir la variedad de presencias que se acumulan allí y escuchar con atención la voz interna que nos llama a cruzar. Siempre es un reto. Exige coraje y confianza.

Hay umbrales que se abren delante de nosotros en forma repentina, sin darnos chance para ninguna preparación. Podría ser una enfermedad, un sufrimiento o una pérdida. Estamos tan ocupados con las cosas cotidianas que generalmente olvidamos lo frágil que puede ser la vida y lo vulnerable que siempre somos. Solo se necesitan un par de segundos para que una vida cambie de manera irreversible. Repentinamente uno se para en una tierra completamente extraña y la vida toma un nuevo curso que tiene que ser abrazado. En esos momentos necesitamos desesperadamente bendiciones y protección. De repente todo lo vivido parece tan lejano. Piensa por un momento cómo, en este instante en todo el mundo, la vida de alguien acaba de cambiar de forma irreversible, permanente y no necesariamente para mejor. Y todo lo que alguna vez fue tan firme, tan confiable, debe ahora encontrar una nueva forma para desarrollarse.

Aunque sabemos el nombre de los demás y reconocemos las caras de los otros, nunca se sabe lo que el destino le depara a cada vida. El guión es individual y secreto, está escondido detrás y por debajo de la secuencia de acontecimientos en que continuadamente nos desenvolvemos. Cada vida es un misterio que nunca está disponible totalmente a las preguntas de la mente.

Que estamos aquí es una gran afirmación, de alguna manera la vida nos necesita y nos quería aquí.  Para sentir y confiar en esta aceptación primordial debe haber una vasta fuente de confianza dentro del corazón que nos pueda liberar del temor y abrir a la vida en un viaje de descubrimiento, creatividad y compasión. No tiene por qué ser el umbral una amenaza sino más bien, una invitación y una promesa. Lo que viene, el gran sacramento de la vida, seguirá siendo fiel a nosotros, nos bendice siempre con signos visibles de la gracia invisible. Nosotros simplemente tenemos que confiar.

(John O´Donohue)

(Fuente: To Bless the Space Between Us, John O´Donohue)

 

 

Redescubrir nuestros sentidos.

Cada año se repite el ciclo estacional pero siempre de un modo nuevo. No hay un año que se le parezca a otro, como tampoco existen dos miradas iguales a pesar de que el color de los ojos sea el mismo. Los pájaros son los responsables de cantar esta fiesta estival que pasa desapercibida para la gran mayoría pues muchas veces no somos capaces de ver más allá de nuestro discurrir cotidiano, pero lo cierto es que para quien lo desea, para la persona que tiene su sensibilidad a flor de piel, esta época del año, junto con la primavera, posee un encanto muy especial. La vida, una vez más, atraviesa el silencio desconsolador de la muerte para dejarse sentir, para expresar, para adornar la tierra de belleza, aromas y madurez.

Las personas, desempleados en esta tarea de vestir la naturaleza, poseemos un lugar especial en esta función. Nuestros sentidos nos abren a lo bello y a lo bueno. Cinco puertas por las que podemos captar todas las expresiones, cada matiz escondido tras lo que podemos ver, oler, escuchar, sentir y saborear. Creo que puede ser interesante ofrecer algunas pinceladas a propósito de cada uno de estos ventanucos personales, con objeto de dibujar algo de lo propiamente humano que nos abre a una Ultimidad que subyace a todo.

Reeducar la mirada

La vista puede ser la primera de estas pinceladas. Quizá puede estar bien, y más aún cuando vivimos en un tiempo en el que la imagen tiene un poder casi absoluto, comenzar por analizar cómo está nuestra mirada. ¿Desde dónde miramos? ¿Qué miramos? ¿Por qué centramos nuestra atención en aquello que hacemos? Las preguntas pueden ser un modo de abrirnos a la reflexión y de que podamos descubrir algunos aspectos de nosotros mismos. Todos tenemos respuestas a cada una de estas cuestiones e incluso a otras que cada uno podría formular. Lo relevante reside en la capacidad de darnos cuenta de la motivación que genera nuestro modo de mirar la realidad. En función de cómo sea esta forma de ver, así podremos admirar y reconocer la belleza hasta de lo más insignificante que puede estar aconteciendo.

Nuestros sentidos nos abren a lo bello y a lo bueno. Cinco puertas por las que podemos captar todas las expresiones, cada matiz escondido tras lo que podemos ver, oler, escuchar, sentir y saborear.

Pero para ver hay que arriesgarse a mirar, y una vez que nos hayamos arriesgado habremos de considerar cómo es nuestra capacidad de apertura a lo nuevo. Sin apertura interior es imposible captar nada del exterior. Cuando uno se convierte en “vigía” de la vida es capaz de dejar de ver para poder contemplar pues esto es algo que sólo posee el ser humano ya que ha nacido para ello. Sólo desde aquí, desde este modo más profundo de admirar la realidad podemos ser capaces de captar lo invisible en lo visible. Así es cómo la persona es capaz de reconocer la dimensión sagrada de todo lo creado.

El secreto de esta mirada reside en la capacidad de mirar sin prejuicios, sin pensar nada, simplemente dejando que lo que está delante de nosotros sea lo que es y, sobre todo, pueda sorprendernos. Con dicha mirada, ese árbol que contemplamos a diario deja de ser algo cotidiano para convertirse en un elemento extraordinario pues podemos comenzar a admirar y reconocer la belleza de su forma, el verde de sus hojas, las vetas de su tronco, su silueta, el vaivén de sus ramas… en definitiva, la vida latente en él y que conecta con nuestra propia vida.

Todo encierra dentro de sí la belleza y el encanto que la vida esconde en su interior. Está ahí fuera esperando ser contemplada, no sólo ser vista. Vemos muchas cosas pero atendemos y descubrimos muy pocas. Sería sorprendente que esta primavera pudiéramos abrirnos a algo nuevo y que nuestros ojos pudiesen admirarlo y reconocerlo. Sólo si logramos acoger y reconocer las maravillas que nos rodean podremos iniciar un nuevo vivir.

Escuchar por primera vez

Junto con las imágenes, los sonidos ocupan un lugar muy considerado. Escuchamos infinidad de ellos, de músicas, anuncios, noticias. Nuestros oídos están saturados de tantos timbres que suenan y resuenan en nuestra cabeza y que terminan instalándose en nuestro interior. Si las imágenes distraen e hipnotizan a las personas, los sonidos se alían con esta causa formando parte de la cultura de la distracción en la que estamos inmersos. Todo nos distrae. Ya no sólo en el sentido de entretenernos sino también en el de despistarnos. Hay demasiado ruido que nos anula y mantiene intranquilos.

Tendríamos que ser mucho más exquisitos a la hora de prestar nuestra audición. Dejar que algunas cosas tan sólo sean oídas y seleccionar lo que creemos que merece la pena ser escuchado. No es lo mismo una cosa que otra, pues la segunda precisa de nuestra atención y disponibilidad mientras que en la primera tan sólo interviene el oído. Tal vez tendríamos que ampliar el significado del famoso refrán “a palabras necias, oídos sordos”, por “a ruidos necios, oídos sordos”. Nuestra salud también depende en gran medida de esta elección.

Todo en nuestros oídos oscila entre el silencio más absoluto y las melodías más hermosas. Permitir que ambos se estrechen en un abrazo es dejar que la armonía tenga un espacio en nuestro interior.

Pero ahora, en este verano preñado de aromas primaverales, tenemos una oportunidad maravillosa para deleitarnos auditivamente. Una oportunidad para ser capaces de escuchar lo que hay detrás de todo ese maremágnum de sonidos que nos aturullan, de escuchar como si fuese la primera vez que lo hacemos. Hay toda una orquesta tocando para nosotros sin que nos demos cuenta. No sólo los pájaros, que amanecen antes de que el sol se desperece en el horizonte entonando trinos alegres, sino el sonido de los árboles ya más verdes, el agua en las fuentes, las risas de los niños correteando por los parques. Todo esto y mucho más acontece mientras elegimos encender la televisión y dejar que nos emboben controlando y manipulando nuestros intereses. Optar por la salud supone decidir no sólo lo que vemos y escuchamos sino la causa a la que nos entregamos y ponemos en juego.

Además de lo aparente también subyacen melodías ocultas que sólo son captadas por aquellos que se abren a la realidad. Hay una armonía que subyace a lo cotidiano y que mantiene la vida latente. Ser capaces de escuchar los sonidos que nuestro corazón compone a cada segundo es algo más profundo y hermoso de lo que imaginamos. Es el sonido de la misma vida que late en nuestro interior. Un sonido sordo, silencioso, inaudible, pero que nos acompasa.

Por último, podríamos hablar del sonido más hermoso que podemos escuchar: el silencio. Éste es el causante de que todo lo demás pueda ser percibido, es el que ofrece la condición necesaria para que podamos recrearnos en las distintas melodías que llenan nuestros días y noches. Además es el único que permite que cada uno podamos escucharnos a nosotros mismos y que podamos percatarnos hasta de lo más imperceptible. El silencio es la partitura en blanco que acoge a todas las notas y que ofrece un lugar especial a la clave.

Todo en nuestros oídos oscila entre el silencio más absoluto y las melodías más hermosas. Permitir que ambos se estrechen en un abrazo es dejar que la armonía tenga un espacio en nuestro interior.

Saborear la vida

Tal el verano también ofrezca una nueva oportunidad para saborear la vida. Si bien hemos comentado que la imagen y los sonidos nos tienen hipnotizados, quizá estaría bien que abriésemos nuevas vías para recuperar la sensibilidad que nos es innata. Recuperar la capacidad de saborear, darle al sentido del gusto un espacio y un tiempo para redescubrir su talento aletargado.

Si nos observamos un momento podremos ver cómo cuando comemos lo hacemos por necesidad. Comer es puro trámite para quitarnos el hambre que se hace manifiesto en determinadas horas del día. Como solemos decir: comemos para llenarnos la barriga. Considero que comer es todo un arte y que, como tal, hace falta cuidarlo y trabajarlo para poder desarrollarlo. Y esto sin perder de vista que el tiempo que empleamos para ello es un tiempo personal, un tiempo que también es posible vivirlo, no es un tiempo de trabajo que hay que pasar para hacer algo que nos deleite más. Sentarse a la mesa es una oportunidad que se convierte en posibilidad para estar presentes en lo que hacemos y en nosotros mismos. Podríamos decir que es una coyuntura para meditar y, sólo por esto, el comer se convierte en una oportunidad para saborear la vida.

Cada alimento que nos llevamos a la boca posee una infinidad de matices que pueden ser descubiertos si reparamos en ellos. Hay múltiples sabores que se mezclan, que varían el sabor final de la comida, que sorprenden. Los sabores no son sólo amargos, salados, dulces o ácidos. Hay mucho más detrás de ellos pues las combinaciones son innumerables pero para llegar a percibirlas es necesario quitarle primacía a la vista pues cuando miramos un plato ya hemos perdido la mitad de los matices que podríamos captar si nuestra atención se centrara exclusivamente en el gusto. Quizá como mejor se entiende esto es haciendo la prueba en la próxima ocasión que se nos presente.

Pero el amor por la vida no es tan sólo el sentido del gusto en lo que al paladar se refiere. El gusto por la vida abarca otra multitud de aspectos que precisan de los demás sentidos pues es una actitud de apertura hacia lo que nos rodea. Quizá sea por ello por lo que exista la expresión “tomarle el gusto a las cosas”. No creo que tenga que ver con llevarse alimento a la boca, aunque eso no quita que uno pruebe algo que pueda resultar extraño en un primer momento. Me inclino por la expresión que apunta más bien a sacarle el jugo, a captar la esencia que hay detrás de las cosas, consistiría más bien en desentrañar el misterio que reside tras la apariencia de lo que vemos, oímos, olemos, gustamos o tocamos.

El sabor que tiene la vida, el gusto por la vida está detrás de todo, y es lógico que sea así pues si estuviera a merced de la mano perdería el sentido y su gracia. Además, como todos sabemos, las personas somos especialistas en desazonar las cosas, en quitarle aquello que las hace especiales; quizá por ello lo profundo esté precisamente detrás de lo aparente para que no pueda ser viciado y para que siempre que se descubra se pueda experimentar como algo nuevo, algo que siempre está por descubrir y que nunca termina de sorprendernos.
Hay que aprovechar la primavera para redescubrir el gusto, recuperar el paladar para saborear el mundo que nos rodea. Tal vez ahí resida una de las claves para lograr vivir cada día como nuevo y dejar que sea un día más.

Los aromas escondidos

En el ámbito de los sentidos, el olfato ha perdido un puesto importante que ha tenido mucho que ver con el momento en que el hombre se hace del todo humano y toma una postura erguida. En el momento en que éste se volvió bípedo (efeméride decisiva en nuestra prehistoria familiar) perdió el vínculo especial que tenía con la tierra; ganó altura para muchas cosas, pero perdió irremediablemente conexión con otras. Este fue el instante en que su capacidad olfativa se vio mermada en pro de las demás funciones sensitivas perdiendo relación con otro mundo de sensaciones más primarias, y esto es así porque las moléculas que tienen relación con los aromas son más pesadas y se encuentran por debajo de nuestro olfato, más cerca de la tierra.

Además, los olores son potenciadores del sabor. Al obviar esto, aquello que comemos pierde intensidad, por lo que convertimos nuestras comidas en un puro trámite perdiéndonos así el momento de deleite que puedan suponer. Está claro que este es otro instante más de nuestra vida que puede ser vivido, y no como algo que simplemente hay que hacer porque sí.

Hay un sinfín de aromas escondidos detrás de cada momento de nuestra vida. Estoy convencido de que todas las personas hemos tenido oportunidad de comprobar cómo detrás de cada recuerdo también se esconde un olor concreto que cuando nos topamos con él después de mucho tiempo vuelve a revivir en nosotros aquella experiencia primera. Las fragancias se esconden en nuestro corazón envolviendo al pasado. No hay pasado sin más, los recuerdos siempre están acompañados de un olor y de muchas emociones, no son meras imágenes que regresan a nuestro pensamiento.

Ser conscientes de nuestras capacidades sensoriales nos permite tener un vínculo más estrecho con la vida. Darnos cuenta de la cantidad de matices que acompañan nuestro día a día nos permite revalorar nuestra vida.

Es curioso ver cómo las fosas nasales, que es donde reside la capacidad olfativa, son además las encargadas de tomar el aire al respirar. La respiración nos mantiene vivos, nos conecta con la vida exterior y con nuestra propia intimidad… los aromas también nos conectan con todo lo que nos rodea. Gracias a algo tan simple y sencillo como es el respirar podemos estar aquí, leyendo, escuchando, oliendo, degustando lo que las palabras nos sugieren pues esto no deja de ser algo constitutivo de lo humano. Ser conscientes de nuestras capacidades sensoriales nos permite tener un vínculo más estrecho con la vida. Darnos cuenta de la cantidad de matices que acompañan nuestro día a día nos permite revalorar nuestra vida, nos hace sentirnos dichosos y, ante todo y sobre todo, agradecidos, pues no deja de ser una experiencia que brota de la gratuidad más absoluta.

Considero que sería muy acertado por nuestra parte revalorar el sentido del olfato pues al final oler siempre ha guardado relación con poder vislumbrar el misterio de la vida, con el misterio de la transformación. Es en el aroma de la naturaleza donde siempre vamos a poder reconocer algo de la vitalidad que sostiene todo, que es diáfana y plena, y que apunta directamente al gran Misterio que lo sostiene todo, que está en todo y que es más que todo ello junto.

Hoy puede ser una buena oportunidad para percatarnos de algunos olores que nos rodean, de disfrutar con ellos y, al mismo tiempo, de poder ser agradecidos por ello.

El con-tacto necesario

Es la última parte de esta serie sensorial con la que he querido rendir homenaje a la naturaleza, al tiempo que he procurado valorar las potencialidades reales con las que cuenta el ser humano.Reconocer y recuperar las capacidades tan especiales que tenemos en nuestros sentidos nos conecta con la vida de un modo nuevo y especial. Creo que merece la pena reeducar nuestros sentidos en esta dirección con objeto de percibir cosas nuevas que hasta este momento han estado ocultas por nuestra propia insensibilidad.

Con el sentido del tacto finalizamos este recorrido sensorial. He querido que sea éste el último de ellos porque es el más olvidado. Pasa desapercibido por haber sido de los más castigados. En mi mente resuenan aquellas palabras de la infancia en la que se me decía: “niño, eso no se toca”. Tocar siempre ha formado parte de nuestra capacidad para conocer el mundo que nos rodeaba y, seguramente, el que aún nos rodea. Necesitamos tocar, palpar la realidad, interactuar con ella desde nuestra piel. Es importante que nuestros saludos, bienvenidas o despedidas tengan lugar a través de las manos, los abrazos o los besos. En todas estas acciones el contacto está asegurado.

También llama la atención reparar en los gestos que son necesarios para sanar a alguien de alguna dolencia. Hace falta tocar del modo que sea para esclarecer un diagnóstico. La piel juega un papel sin precedentes en nuestras relaciones, sin embargo también nos hemos hecho pudorosos en este sentido. Todos los gestos que precisan de contacto se realizan de forma rápida y concisa. Pareciera que nos jugamos algo más si el contacto se excede. Por el contrario, en momentos muy puntuales nos atrevemos a jugarnos más porque la confianza está de por medio. La realidad es que nos movemos entre el contacto y la retirada en las relaciones, pero está claro que el contacto es más que necesario pues al final somos seres sociables.

En este sentido me gustaría reivindicar las experiencias en que el tacto, el contacto (el tacto con otros) se pone de manifiesto. Creo que, si bien es verdad que nos abrazamos, besamos y tocamos, no llegamos a poner conciencia en esos momentos y, desde la inconsciencia, se hacen superficiales y mecánicos. Cada oportunidad que tenemos de poder estar con otras personas esconde algo especial si estamos presentes en ese encuentro. Aquí es donde radica la diferencia. Estamos demasiado acostumbrados a mecanizarlo todo y, por esta razón, vivimos a medias. La otra persona con la que contactamos requiere de nosotros nuestra presencia, no nuestra atención, aunque creamos que es más bien al contrario, y, nuestra presencia sólo la podemos ofrecer si nos abrimos al otro y estamos con él mientras estamos con nosotros (esto es, mientras nos damos cuenta de lo que está sucediendo, es decir, nuestra sensibilidad está ahí, no en nuestros pensamientos).

Me llama la atención que existan en nuestro vocabulario frases del tipo: “hay que hacer las cosas con tacto”, es decir, con cuidado. Si esta equivalencia la entendemos desde ahí, significa que en el tacto se esconde una dimensión que procura el bien del otro y, por consiguiente, sólo podemos mirar por el otro si estamos al cien por cien con él.

El verano también nos brinda oportunidades para darnos cuenta de todo esto. No hay más que tocar, con cuidado (con tacto), los pétalos de las flores que aún quedan, acariciar los troncos de los árboles y sentir la infinidad de pieles con los que se recubren, o dejar que el viento acaricie nuestro rostro mientras logramos sentirlo y disfrutarlo. Todo está ahí fuera esperando ser descubierto por primera vez, tan sólo depende de nuestra actitud y de nuestra sensibilidad.

(Jose Chamorro: http://www.josechamorro.es)

Fuente: evolucionconsciente.org; viviragradecidos.org

La Espaciosidad del Silencio

(Ponencia de Javier Melloni en el I Foro de Espiritualidad, Zaragoza, 12 de noviembre de 2011)

El silencio, más que ausencia de ruido externo, es ausencia de ruido interno, es decir, ausencia de ego. El ego es esa estructura psíquica y mental que hace que todo gire en torno a nosotros mismos, secuestrando la realidad en nuestra estrecha necesidad. Cuando logramos silenciarnos, se abre espacio en nosotros, lo cual permite percibir de otro modo la realidad. La espiritualidad es precisamente esta espaciosidad posibilitada por el acallamiento de la autorreferencia, un estado de apertura ante lo nuevo que se difracta en las tres dimensiones de lo real: la divina, la humana y la cósmica, que son unificadas en esta silente espaciosidad. Por ello es tan importante aprender a silenciarse: para espaciarse interna y externamente y dejar más lugar a lo Real.

1. EL SER HUMANO COMO CARENCIA Y OBERTURA BÁSICAS

Hay en el ser humano una carencia básica, y esa carencia es una posibilidad y una capacidad. Capax Dei, decían los antiguos, “capaces de Dios”. Somos receptáculos, concavidades creados para colmarnos de una inmensidad que sólo podemos contener en la medida que nos abrimos. Ahora bien, continuamente experimentamos que existen dos dinamismos muy diferentes de colmar esta carencia: uno es intoxicante y otro plenificante. Esto lo han señalado todas las tradiciones espirituales.
La manera tóxica de colmar nuestra carencia está narrada en el relato del Génesis: cuando, incapaces de conteneros, arrebatados por la ansiedad que proviene de nuestra sensación de vacío, arrancamos el fruto del Árbol de la Vida. Este arrebatamiento ciego, que no sabe ni puede sostenerse en el don, supone la desmembración, la atomización del Paraíso. Acallamos el ruido de nuestra necesidad con más ruido todavía, un ruido que no se puede ya detener y que acaba convirtiéndose en grito, gemido o alarido. El vacío sigue ahí, intacto y cada vez mayor. Atrapados por nuestros propios deseos vamos aumentando el círculo de nuestro confinamiento y la perspectiva egoica va construyendo su propia prisión.
Por el contrario, hay un modo de habérselas con nuestro vacío esencial, un modo de acogerlo, de acallarlo y de colmarlo que nos regenera y nos dirige hacia nuestro Centro. Esta disposición a recibir es a lo que llamamossilenciamiento. Nos va la vida personal y colectiva en cómo colmamos nuestra concavidad esencial.
Por el primer modo, tenemos todos los medios para exterminarnos los unos a los otros; por el segundo modo, disponemos también de los medios para hacer de la Tierra un paraíso. Un Paraíso que nunca ha estado atrás sino adelante, como un horizonte de posibilidad y una llamada presentes desde el principio. Una de las vías de acceso es el silenciamiento, el cual comprendemos como una práctica iniciática. Iniciática por dos razones. En primer lugar, porque el silencio nos conduce a nuestros Orígenes, a nuestros inicios. En palabras de Chögyan Trungpa, un maestro tibetano:
Fundamentalmente sólo existe el espacio abierto, el fundamento único, lo que somos realmente. Nuestro estado mental más fundamental, antes de la creación del ego, es de tal naturaleza que se da en él una apertura básica o prístina, una libertad básica, cierta cualidad de espaciosidad. Aun ahora y desde siempre hemos tenido esta cualidad abierta[1].
Se trata, pues, de descubrir y consolidar las prácticas que permitan reestablecer este estado original de apertura que nos permite acoger cada momento en estado de transparencia y de receptividad.
En segundo lugar, hablo de práctica iniciática porque el silenciamiento es un camino que sólo se puede recorrer de comienzo en comienzo. Inacabable es el misterio que se abre a través de esta espaciosidad cuando sabemos adentrarnos en ella.
Al practicar el silencio se despliega lo que está en el comienzo como posibilidad de cada instante. Cada cual debe decidir si va a seguir arrancando el fruto del Árbol de la Vida o si va disponerse para recibirlo.
2. EL APRENDIZAJE DEL SILENCIO
El silencio es, de entrada, sustracción de ruidos y sonidos, de imágenes y conceptos que crea el deseo. Esta sustracción es la que permite el desenganche. Al desapegarnos, se abre un espacio nuevo. ¿Por qué nuevo? Porque deja de ser la repetición de las necesidades del ego. El ego es hijo del instinto de supervivencia. Construye todo un mundo en torno suyo para asegurar su pervivencia. Pero a costa de hacer trizas la gratuidad. Todo existe en función de la propia necesidad, de modo que no ve rostros ni cosas, sino presas para calmar ese vacío esencial.
Nuestra cultura optó en un momento dado por extrovertir el deseo en lugar de ir a su origen para interrogarlo y dirigirlo en otra dirección. Trabajar el silencio implica recorrer el camino inverso, lo cual significa ir contracorriente, no sólo de nuestro medio cultural sino de nosotros mismos, de nuestros hábitos e inercias. Por ello el silencio es infrecuente, aunque hay anhelo y urgencia civilizatorios por alcanzarlo.
Callar significa acallar, apaciguar los imperativos del yo de modo que dejen espacio a lo Otro, a los otros y a lo otro. Todos sabemos de las dificultades para lograr este acallamiento y de las estrategias que despliega el ego para eludirlo. Nuestra compulsión existe hasta que somos capaces de entrar en otro ámbito de nosotros mismos. Entonces, el aferramiento a esa desorganización interna se disuelve. Ya no necesitamos su función. Al proceso de desprendimiento del ego es a lo que llamamos silenciamiento, en cuanto que su disolución o desalojo dan pie a una nueva espaciosidad. Ésta consiste en dejar ser a la realidad tal como es. En este dejar ser, se descubre una nueva relación con las personas, con el mundo y con Dios mismo. Nuestro entorno deja de estar autorreferrido, dejamos de estar pendientes de ganarlo o de perderlo, sino que simple y puramente está ahí, ofrecido, como posibilidad. Cuando desaparece la necesidad, ya no existe la atracción o la repulsión, la selección o el rechazo. La vida está ante uno ofreciéndose, a la vez que uno también se siente llamado a entregarse.
Se abre así la trascendencia, todo Aquello que está siempre disponible y que se resiste a ser encerrado en los contornos de ningún yo. Acontece entonces la experiencia de ser y del Ser y el camino hacia la transparencia plena. Pero para que la trascendencia y la transparencia advengan, ha de darse la abstención y cesión del mundo que continuamente construimos desde nosotros para atacar o para defendernos. He aquí unas sorprendentes palabras del escritor checo Franz Kafka:
No hace falta que salgas de la habitación. Quédate sentado a la mesa y escucha. Ni siquiera escuches, simplemente espera. Ni siquiera esperes. Quédate en silencio, en quietud y en solitario. El mundo se ofrecerá libremente a ti. Será desenmascarado, no tiene elección. Se desplegará en éxtasis a tus pies[2].
Ahora bien, el reto que tenemos es que esta obertura no suceda en una habitación cerrada, sino en el corazón de la vida, en medio de la cotidianidad. No basta con que se nos dé en el silencio de la meditación, en quietud y en solitario, sino en medio de la plaza del mercado, en el autobús, en el lugar de trabajo, en el trajinar doméstico.
Hemos de alcanzar el silenciamiento en el mismo terreno donde se produce el ruido. Las diversas tradiciones espirituales han propuesto a lo largo de su historia múltiples caminos para adentrarse en la profundidad de lo Real. Pero todas ellas comienzan por el más básico de los soportes, que es común no sólo a los seres humanos sino a todos los seres vivos: la respiración. En ella está inscrita el ritmo básico de la vida: con la inspiración recibimos la existencia y con la exhalación la entregamos, devolviéndole a la vida aquello que se nos ha confiado. Participar de este flujo continuo de acogida y de desprendimiento permite ir abriendo un espacio nuevo que dispone para recibir todas las cosas de un modo diferente.
Vamos a ver con un poco más de detenimiento cómo el silencio espacia cada uno de los tres grandes ámbitos a los que me he referido al comienzo: nuestra relación con Dios, con los demás y con las cosas, y cómo ello transforma nuestro modo de actuar.
3. ÁMBITOS DEL SILENCIAMIENTO
3.1. El espaciacimiento de nuestra relación con Dios
Las religiones nos dotan de un lenguaje sobre la Realidad última y lo nutren con relatos, textos, creencias, dogmas, pautas de comprensión y de comportamiento. Todo ello es necesario, pero tiene el peligro de saturar la mente con palabras y conceptos sobre aquella Profundidad que ninguna palabra ni ningún concepto pueden agotar. El silencio introduce una oquedad en cada palabra y texto sagrados remitiéndolos a ese Fondo del que emergen. Sin este silencio, tenemos el peligro de confundir nuestras palabras y nuestros conceptos sobre Dios con Dios mismo. El silencio de la oración permite ir tras lo que subyace a la misma oración. En palabras de una Upanishad:
Aquello es distinto de lo conocido y está más allá de lo desconocido. Esto es lo que escuchamos a los antiguos maestros (rishis) que nos lo explicaron.
Lo que no puede expresarse en palabras y sin embargo es por lo que las palabras se expresan, eso es en verdad el Absoluto y no lo que las gentes adoran.
Lo que no se puede pensar con el pensamiento y sin embargo es por lo que el pensamiento piensa, eso es en verdad el Absoluto y no lo que las gentes adoran.
Lo que no se puede ver con los ojos y sin embargo es por lo que los ojos ven, eso es en verdad el Absoluto, y no lo que las gentes adoran.
Lo que no se puede oír con el oído y, sin embargo, es por lo que el oído oye, eso es en verdad el Absoluto y no lo que las gentes adoran.
Lo que no se puede respirar con el aliento de la vida y, sin embargo, es por lo que ese aliento respira, eso es en verdad el Absoluto, y no lo que las gentes adoran[3].
En el actual encuentro entre las religiones, practicar este silenciamiento es fundamental para poder ir más allá de la diversidad de nombres con los que nos referimos a la Realidad Última y para comprender el horizonte común que señalan. Las religiones están más que nunca necesitadas de este acallamiento para que abran en lugar de cerrar el espacio que delimitan. El Maestro Eckhart tiene una contundente expresión: “Pidamos a Dios que nos libre de Dios y alcancemos la verdad plena”[4]. Por “liberarse de Dios” entiende desprenderse de las imágenes que nos hacemos de Él. Cuando se produce el silenciamiento quedamos liberados de todo concepto, imagen o idea y entonces puede revelarse en lugar de quedar confinado a las proyecciones o anticipaciones que continuamente nos estamos haciendo de Él.
La Palabra sagrada brota como éxtasis del silencio y retorna a ese silencio como a su lugar matricial. En un momento de crisis del lenguaje religioso, este camino apofático es fundamental no sólo para la teología sino también para la liturgia. Por liturgia me refiero a la celebración comunitaria del Misterio. El exceso frecuente de palabras discursivas y exhortativas de muchos encuentros religiosos tiene que encontrar en el silencio su medio regenerador. Hay que ser valiente y disciplinado para callar en lugar de hablar. Sólo este silencio es capaz de abrir ámbitos nuevos de significación.
3.2. El espaciamiento en nuestras relaciones con los demás
También nuestras relaciones humanas están llenas de ruido, saturadas de prejuicios, convencidos de que ya conocemos o sabemos todo de los demás, empezando por los que convivimos más de cerca. Ello nos impide abrirnos al misterio de cada persona. Silenciarse significa dejar que el otro irrumpa en su alteridad radical, permitir que nos sorprenda con su misterio inalcanzable. Toda palabra que pronunciemos debería nacer de esta capacidad de escucha. Nuestros diálogos deberían estar hechos de esta atención al otro. De este modo, cada encuentro sería un nacimiento porque algo nuevo aparecería entre los que han hablado. Dialogar es intercambiar semillas para que germinen en cada cual. De hecho, no deberíamos decir más que lo que el otro puede recibir como gestación de ulteriores comprensiones.
El silenciamiento trata de acallar las palabras y posibilita acceder a una comunicación que es anterior y posterior al lenguaje. Hijos del verbo y de los discursos, nos cuesta imaginar unas relaciones que no pasen la palabra. Hablamos para comunicarnos pero todos tenemos experiencia de la calidad de comunicación que se establece por medio del silencio, en el cual se produce muchas veces una comprensión mucho mayor.
En una ocasión, un anciano indígena norteamericano fue entrevistado por un antropólogo. A cada pregunta de éste, el nativo tardaba en contestar. Impaciente por la lentitud de sus respuestas, el entrevistador acabó inquiriéndole porqué tardaba tanto en responder. El anciano le respondió que trataba de escuchar de dónde nacían sus preguntas. Sólo así sus respuestas podían salir al encuentro de las preguntas que le hacía.
El silencio permite identificar el origen de las palabras que intercambiamos. Más allá de su adecuación o inadecuación, la sabiduría consiste en llegar hasta su fuente y calmar la sed. Alcanzada esa lejanía, esas palabras entran en nuestra profundidad y nos tocan. Acogiéndolas en nuestro centro, somos capaces entonces de responder fecundando al otro tal como él o ella nos ha fecundado por su hablar. El arte de hablar es pues, inseparablemente y al mismo tiempo, el arte del escuchar. Para ambas cosas se requiere silenciamiento.
3.3. El espaciamiento de nuestras relaciones con las cosas
Entramos en contacto con el mundo a través de los sentidos. Son cinco aperturas con las que nos relacionamos con nuestro entorno y con las cosas. Esta relación puede ser depredadora y violentadora o receptiva y profundamente respetuosa.
La tentación de nuestra cultura es acumular sin tener tiempo ni para agradecer ni para disfrutar. La inmediatez de la satisfacción que nos proporciona nuestra sociedad de la abundancia nos hace incapaces de contenernos y también incapaces de compartir. Silenciar el deseo implica el ejercicio de la austeridad que a la vez posibilita la solidaridad. “Tener menos para tenerse más” decía el cantoautor Facundo Cabral.
Bombardeados y capturados por la cultura publicitaria en la civilización urbana, la saturación de los sentidos encuentra un efecto sanador en el éxodo a la naturaleza durante los fines de semana. Estar ante el mar o en las montañas sin ningún interés específico como no sea la misma contemplación es uno de los caminos de silenciamiento a los que nos venimos refiriendo. En el Zen se habla de la diferencia entre la “mirada flecha” y la “mirada copa”. La primera es capturadota y discriminadora; la segunda es abierta y espaciosa. Lo mismo se puede decir de los demás sentidos: escuchar, en lugar de simplemente oír; palpar, oler y gustar con calidad de atención y de conciencia en vez de compulsivamente. La persona recibe el hálito vivificador y regenerador del goce de los sentidos sin ego. Vale la pena traer aquí el testimonio de un filósofo contemporáneo, André Compte-Sponville, autor de [5], que se declara ateo pero que no niega para nada la dimensión espiritual del ser humano. A los veinticinco años tuvo la siguiente experiencia caminando por unos bosques del norte de Francia, al terminar su jornada docente:
Después de cenar, salí a pasear con algunos amigos por un bosque al que amábamos. Estaba oscuro. Caminábamos. Poco a poco las risas se apagaron; las palabras escaseaban. Quedaba la amistad, la confianza, la presencia compartida, la dulzura de esa noche y de todo… No pensaba en nada. Miraba. Escuchaba. Rodeado por la oscuridad del sotobosque. La asombrosa luminosidad del cielo. El silencio ruidoso del bosque: algunos crujidos de las ramas, algunos gritos de animales, el ruido más sordo de nuestros pasos… Todo eso hacía que el silencio fuera más audible. Y de pronto, ¿Qué? ¡Nada! Es decir, ¡todo! Ningún discurso. Ningún sentido. Ninguna interrogación. Sólo una sorpresa. Sólo una evidencia. Sólo una felicidad que parecía infinita. Sólo una paz que parecía eterna. EL cielo estrellado sobre mi cabeza, inmenso, insondable, luminoso, y ninguna otra cosa en mí que ese cielo, del que yo formaba parte, ninguna otra cosa en mí que ese silencio, que esa luz, como una vibración feliz, como una alegría sin sujeto, sin objeto (sin otro objeto que todo, sin otro sujeto que ella misma), ¡ninguna otra cosa en mí, en la noche oscura, que la presencia deslumbrante de todo! (…). Ya no había palabras, ni carencia ni espera: puro presente de la presencia. Apenas puedo decir que paseara: sólo estaba el paseo, el bosque, las estrellas, nuestro grupo de amigos… Ya no había ego, únicamente la presentación silenciosa de todo[6].
No siempre estamos tan abiertos, ni internamente tan disponibles para que se dé una experiencia de este tipo. Sin embargo, todos hemos tenido, en algún momento, atisbos de ella. El goce estético puede llegar a ser una variante de esto mismo, a través de formas creadas por el ser humano, como son las obras de arte. Los sentidos, en lugar de capturar, se dejan tomar, y en esta pasiva capturación liberan a la conciencia egoica de su confinamiento en su naturaleza escindida. Cuando la espaciosidad de la experiencia estética se da, abre a la comunión con determinadas formas del mundo y esa comunión no sólo ensancha sino que trasciende. El yo que regresa después de haberse trascendido ya no es tan estrecho como antes. En ello reconocemos si hemos tenido una verdadera experiencia estética. En cambio, cuando los sentidos sólo atrapan en lugar de ser capturados, no hay silenciamiento ni experiencia espiritual, que es la culminación de la experiencia estética. Por el contrario, cuando nos dejamos tomar por lo que contemplamos, regresamos a un lugar distinto del que partimos.
Por otro lado, La calidad de lo que tenemos ante nosotros influye en la capacidad de silenciarnos. No todos los lugares de la naturaleza tienen la misma capacidad de afectarnos así como hay diversas calidades en las obras de arte. La belleza consiste precisamente en ese poder que tiene de trascendernos, de elevarnos por encima de nosotros mismos a regiones de otro orden.
3.4. El camino de la acción
Estas tres actitudes –ante Dios, ante los demás y ante la naturaleza- repercuten en nuestro modo de actuar en el mundo. En todas las tradiciones, la acción aparece como el criterio de verificación definitivo que acredita el proceso de transformación. Sentidos, afectos y conocimiento se concentran en la acción y son dinamizados por ella en nuestra manera de estar en el mundo. Se trata del retorno al mercado de los cuadros clásicos Zen sobre el pastor de bueyes: el proceso no se termina en el octavo cuadro -un círculo vacío en el que la mente ha entrado en samadhi o se ha producido la iluminación-, sino en el décimo: en la imagen del sabio que es capaz de estar en el ajetreo de la plaza pública con la misma serenidad y lucidez que cuando está meditando en su celda o en el silencio de la naturaleza.
La acción es superior a la pasividad de la contemplación porque participa del acto creador de Dios. En el mismo sentido habla el Bhagavad Gita
Haz tu tarea en la vida, porque la acción es superior a la inacción. Ni siquiera el cuerpo podría subsistir si no hubiese actividad vital en él (3,8).
Este modo de regresar al mercado no es el mismo que antes de hacer el camino ni es el mismo de los que no han hecho silencio antes de llegar a la plaza. La manera de estar en ella está exenta de avidez o de engaño. La acción brota como compasión y servicio a una causa común que supera los intereses cortos y autocentrados de la propia perspectiva. Todo se juega en no buscar los frutos inmediatos de la acción como tantas veces dice el Bhagavad Gita
Concentra tu mente en tu trabajo pero nunca permitas que tu corazón se apegue a los resultados. Nunca trabajes por amor a la recompensa y realiza tu trabajo con constancia y regularidad (BG 2,47)
Realiza tu trabajo en la paz del yoga, lejos de todo deseo egoísta; desapegado del éxito tanto como del fracaso. La paz del Yoga es estable y permanente pues trae equilibrio a tu mente (BG 2,48).
Este silenciamiento es fundamental y urgente para que nuestro paso por la tierra no provoque un ruido molesto o ensordecedor. De una presencia sin ego brota una acción que no es mero hacer, sino actuar personal y consciente por el que se manifiesta la transformación que opera en nosotros el camino interior. El Maestro Eckhart también habla de esta prevalencia de la acción en la interpretación que hace del pasaje de Marta y María. María y no Marta es la incompleta, porque su necesidad de silencio y contemplación la incapacitan para el servicio. Marta está más avanzada en el camino espiritual porque su estado contemplativo incluye la actividad: “Marta conocía mejor a María que María a Marta, pues había vivido más y mejor; pues la vida proporciona el conocimiento más noble”[7]. Marta entiende mejor que María que lo único necesario no le será arrebatado en la acción, porque no hay nada que perder, nada en lo que detenerse, nada en lo que ensimismarse cuando se está en el corazón de la Vida, sino que “quienes ordenan todas sus actividades según el modelo de la luz eterna están libres de trabas; y éstos están junto a las cosas, pero no en las cosas. Están muy cerca de ellas y por eso mismo no tienen menos que si estuviesen allí arriba en el círculo de la eternidad”[8]. Con todo, Marta todavía tiene que crecer, porque en su acción aun había una queja. No está todavía unificada en ella la acción y la contemplación. ¿Cuál es, en cambio, ese “círculo de la eternidad” al que refiere el Maestro Eckhart que está “ahí arriba”? No es otro que el flujo continuo de vida que está saliendo y regresando permanentemente, entregándose y recibiéndose continuamente de la Profundidad de lo que es. Ese “ahí arriba” no está en otro lugar que la mismidad de cada acto y de cada momento cuando se realizan íntegra e integralmente desde la hondura del Ser.
Una persona con un ego silenciado trabaja para la totalidad, más allá de las perspectivas parciales. En definitiva, el silenciamiento que se pretende es ausencia del sentimiento del yo y de lo mío, como dice el Bhagavad Gita
“La persona que abandona el orgullo de la posesión y de la pretensión, libre del “yo” y de “lo mío”, alcanza la paz suprema” (2,71).
Tal persona realiza acciones completas, no fragmentadas ni escindidas. Vive en un estado unificado, con una mirada capaz de percibir el todo en la parte y la parte en el todo. Esta doble perspectiva no surge como un esfuerzo ni es resultado de una conquista sino que brota de la percepción del Fondo que subyace a todo.
4. EL FRUTO DEL SILENCIAMIENTO
En definitiva, el silenciamiento crea las condiciones para que se abra ese espacio nuevo que posibilita la transformación, el trascendimiento. Esta presencia triádica –silenciamiento, espaciosidad y trascendimiento- se puede dar en cada uno de los ámbitos que hemos mencionado. Cuando esto sucede, se produce entonces la experiencia de no-dualidad, que es la conciencia de que todo existe en la Presencia que todo lo abarca: “En Él somos, nos movemos y existimos”, con palabras de San Pablo (Hech 17,28).
La no-dualidad surge como resultado de la extinción de la conciencia de un yo separado de su entorno, en cualquier de las cuatro direcciones que hemos visto. La percepción no-dual del mundo es un retorno a la espaciosidad del Paraíso, que no es un lugar sino un estado que está latente en todos los lugares. Se da entonces el estar en el mundo sin interpretarlo, percibiendo el rostro original de las cosas, inmediato y sin velo. Entonces se descubre que Él es todas las formas, directa e inmediatamente, y el que Él es Sin Forma. Los sentidos, los afectos, la razón y la acción pueden guiar hasta el umbral, pero no pueden entrar. Han de silenciarse para que dejen de construir y puedan recibir.
El centro de la persona se sitúa en esa Potencia primera, de la que todo emerge antes de difractarse en formas. Como dice el Maestro Eckhart, antes de que el Hijo sea engendrado, no hay Dios ni criaturas, un estado de plenitud vacuizante:
“En esta Potencia, Dios se halla dentro, floreciendo y reverdeciendo con toda su deidad, y en esa misma Potencia engendra a su Hijo unigénito (…). Esa Potencia está libre de todo nombre y desnuda de toda forma, totalmente vacía y libre, como vacío y libre es Dios en sí mismo. Es tan completamente una y simple como uno y simple es Dios, de manera que no se puede mirar en su interior”[9].
Como criaturas, somos el resultado de la expansión de esa Potencia, de este engendrarse del Padre en el Hijo, apareciendo en la dualidad y en la diversidad[10]. Nuestro modo de regresar a la Unidad es por medio del atravesar, dejando de aferrarnos a las cosas, ideas o personas. No se trata de dejar de existir, como si ese momento anterior a la dualidad fuera desintegrador, sino que se trata de un nuevo modo de estar en el mundo sin chocar con cada obstáculo.
Todo ello conduce a un estado de entrega cada vez más total. El doble movimiento en Eckhart del engendrar y elatravesar está presente en la respiración a la que me he referido anteriormente. Uno se siente participar de este flujo continuo que brota del engendrar –lo cual se corresponde con el tiempo de la inspiración- y del atravesar –que se corresponde con el tiempo de la exhalación-, en un recibir y entregarse permanentes, sin retener nada. Nos descubrimos entonces que originalmente somos este espacio abierto que toma en nosotros la forma concreta de quienes somos: el contorno de una espaciosidad sin límites. Toda la Realidad es la que está continuamente brotando desde el Fondo de sí misma hacia el Fondo de sí misma a través de cada individuación. Cuando el contorno que somos se hace consciente de ello y se entrega, entonces tiene ante sí toda la realidad abierta, virgen, por explorar.
Nuestra cultura tiene más que nunca necesidad de cultivar este silencio. Un jesuita, que vivió durante años entre los aymaras de los Andes bolivianos, buscaba un día a don Genaro, un hombre sabio de la región. Se acercó a su poblado y los vecinos le dijeron que se había ido a lo alto de un cerro –señalándolo se le podía ver a distancia- y que volvería más tarde. Al cabo de unas horas el jesuita volvió a preguntar por él y le dijeron que don Genaro seguía en lo alto del cerro. Avanzaba el día y volvió a preguntar por él y le volvieron a responder que el anciano seguía en lo alto del cerro. Entre extrañado e impaciente, el jesuita preguntó a los aldeanos: – ¿Y qué hace tanto tiempo allí arriba? Le contestaron: – Está llenándose de luz.
De esto se trata precisamente: de que dediquemos y cuidemos tiempos diarios y prolongados para tomar distancia respecto del llano y llenarnos de luz. Cuando vivimos así, dejamos que las personas, cosas y acontecimientos sean y fluyan por sí mismos, sin violentarlos según nuestras expectativas y deseos, y de este modo se revela el Fondo que lo sostiene todo. En palabras de una tradición cercana a aquella, el pueblo lakota de los indígenas norteamericanos:
Cada paso que des en la tierra debe ser una plegaria.
La fuerza de un alma pura y buena
está en el corazón de cada persona
y crecerá como una semilla
cuando camines de forma sagrada.
Y si cada paso que das es una plegaria,
entonces caminarás siempre de forma sagrada[11].
¿Y dónde habrá de acontecer esto si no es en la más cercana y palpable cotidianidad, espaciada ahora y en cada momento por el cultivo humilde pero tenaz del silenciamiento?
[1] Más allá del materialismo espiritual, Ed. Estaciones, Buenos Aires, 1998, p.122.
[2] “Consideraciones acerca del pecado, el sufrimiento, la esperanza y el camino verdadero” en: FRANZ KAFKA, Aforismos, visiones y sueños, Librodot, p.14.
[3] Kena Upanishad, I,4-9, en: La sabiduría del Bosque, Trotta, Madrid, 2003, p.88.
[4] El fruto de la nada, Siruela, Madrid 1998, p.77 y 80.
[5] Paidós, Barcelona, 2006.
[6] Ib., pp.164-165.
[7] El fruto de la nada, Siruela, Madrid, 1998, p.104.
[8] Ib., p.106.
[9] El fruto de la nada, p.45.
[10] El autor que ha analizado con mayor agudeza este doble movimiento es el filósofo japonés SHIZUTERU UEDA, Zen y filosofía, Herder, Barcelona, 2004, pp.51-134.
[11] JOSEPH BRUCHAC, La sabiduría del indio americano. Antología, Ed José J. de Olañeta, Palma de Mallorca, 1997, p.80.
(Fuente: Asociación Aletheia Zaragoza)

Del sendero como meta, la sabiduría y la compasión.

¿Qué hace falta para emplear la vida que se nos ha dado en hacernos más sabios, en vez de atascarnos más? ¿Cuál es la fuente de sabiduría a nivel personal e individual?

En la medida en que comprendemos las enseñanzas, la respuesta a estas preguntas parece estar relacionada con llevar hacia el sendero todo aquello con lo que nos encontramos. Cada cosa tiene su base natural, su camino de desarrollo y su florecimiento. Esto equivale a decir que cada cosa tiene un principio, un medio y un final. Pero también se dice que el sendero es tanto el terreno de base como el florecimiento. Por eso a veces leemos: «El sendero es la meta.»

Este sendero tiene una característica distintiva: no está prefabricado, no existe todavía. El sendero por el que caminamos es la evolución momento a momento de nuestra experiencia, la evolución momento a momento del mundo fenoménico, la evolución momento a momento de nuestros pensamientos y emociones.

El sendero no es la ruta 66 con destino a Los Ángeles. No podemos sacar el mapa y planificar que este año llegaremos a Gallup, Nuevo México, y que quizá para el 2001 lleguemos a Los Ángeles. El sendero no está dibujado. Viene a la existencia momento a momento, y al mismo tiempo desaparece detrás de nosotros. Es como ir sentados en un tren mirando hacia atrás. No podemos ver hacia dónde vamos, sólo vemos dónde hemos estado.

Esta enseñanza es muy estimulante porque dice que la fuente de la sabiduría es lo que nos pasa hoy. La fuente de la sabiduría es cualquier cosa que nos pase en este mismo instante.

Siempre estamos en cierto estado de ánimo; podemos estar tristes o enfadados y podemos estar en un estado no muy concreto, en una especie de bruma. También podemos estar alegres y divertidos. En cualquier caso, sea cual sea nuestro estado de ánimo, ése es el camino.

Cuando algo nos duele en la vida no solemos pensar que ése sea nuestro camino y la fuente de nuestra sabiduría. De hecho, pensamos que estamos en el camino para librarnos de esa sensación dolorosa. («Cuando llegue a Los Ángeles ya no me sentiré así.») Al mismo nivel en que queremos librarnos de nuestros sentimientos y sensaciones, cultivamos inconscientemente una sutil agresión contra nosotros mismos.

Sin embargo, el hecho es que cualquiera que haya empleado los momentos y días y años de su vida en llegar a ser más sabio, más bondadoso y a sentir más el mundo como su hogar, ha aprendido de lo que ha ocurrido justamente ahora. Podemos aspirar a ser bondadosos justo en este momento, a relajarnos y a abrir nuestro corazón y mente a lo que hay frente a nosotros justo en este momento. El momento es ahora. Si hay alguna posibilidad de iluminarnos, es justamente ahora, no en cualquier momento futuro. El momento es ahora.

El único tiempo que existe es el ahora. Nuestra forma de relacionarnos con él crea el futuro. En otras palabras: para ser más alegres en el futuro debemos aspirar y esforzarnos por estar alegres en el presente. Lo que hacemos se acumula; el futuro es el resultado de lo que hacemos ahora mismo.

Si nos metemos en un lío, no hemos de sentirnos culpables. Más bien, podemos reflexionar sobre el hecho de que nuestra forma de relacionarnos con ese lío sembrará las semillas de nuestra forma de relacionarnos con lo que ocurra a continuación. Podemos hacernos desgraciados o podemos hacernos fuertes, la cantidad de esfuerzo es la misma. Ahora mismo estamos creando nuestro estado mental de mañana, por no hablar de esta tarde, de la próxima semana, del próximo año y de todos los años de nuestra vida.

A veces nos encontramos con alguien que parece sentir un gran bienestar y nos preguntamos cómo lo logra esa persona. Nos gustaría sentirnos así. Ese bienestar a menudo es el resultado de haber sido lo suficientemente valiente para estar plenamente vivo y despierto en cada momento de su vida, incluyendo los momentos tristes, los tiempos oscuros, todas las ocasiones en que las nubes cubrían el cielo. Gracias a nuestro buen ánimo podemos estar dispuestos a relacionarnos directamente con lo que está ocurriendo con precisión y delicadeza. Esto es lo que crea el buen ánimo fundamental, la relajación fundamental.

Cuando nos damos cuenta de que la meta es el sendero, surge un sentido de que Todo es trabajable. Trungpa Rinpoche dijo: «Hay que considerar como parte del sendero cualquier cosa que ocurra en la mente confusa. Todo es trabajable. Esta es una proclamación intrépida, es el rugido del león.» Podemos considerar todo lo que ocurre en nuestra confusa mente como el sendero. Todo es trabajable.

Si nos encontramos en lo que parece ser una situación dolorosa o deteriorada y nos preguntamos, «bien, ¿cómo puede esto ser parte del camino?», podemos recordarnos la instrucción que dice que lo que parece indeseable en nuestras vidas no tiene por qué ponernos a dormir. Las circunstancias aparentemente indeseables de nuestras vidas no tienen por qué desatar nuestras reacciones habituales. Podemos dejar que nos muestren dónde estamos y que nos recuerden que las enseñanzas favorecen la precisión, la delicadeza y el amor bondadoso en cada momento. Cuando vivimos así, a menudo (quizá constantemente) nos sentimos en un cruce de caminos, sin saber nunca qué tenemos por delante.

Esta forma de vivir es insegura. A menudo nos vemos en un dilema: ¿qué debería hacer con el hecho de que alguien está enfadado conmigo? ¿Qué debo hacer con el hecho de que estoy enfadado con alguien? Básicamente, la instrucción señala que no debemos tratar de resolver el problema, sino preguntarnos cómo hacer que esa misma situación nos despierte todavía más en lugar de acunarnos en la ignorancia. Podemos usar una situación difícil para animarnos a dar el salto, para dar el paso que nos ponga en esa situación de ambigüedad.

Esta enseñanza es aplicable incluso a las situaciones más horrendas que la vida pueda depararnos. Jean-Paul Sartre dijo que había dos maneras de ir a la cámara de gas: libre o sin libertad. Esta es nuestra elección a cada momento. ¿Nos relacionamos con nuestras circunstancias con amargura o con apertura?

Por eso se puede decir que cualquier cosa que pase puede ser considerada parte del camino y que todas las cosas, no sólo algunas de ellas, son trabajables. Esta enseñanza es una proclamación intrépida de lo que es posible para la gente ordinaria como tú y como yo.

Vivimos momentos difíciles y se puede sentir claramente la posibilidad de que las cosas empeoren todavía más. Trungpa Rinpoche expuso muchas enseñanzas relacionadas con la elevación y la mejora de la sociedad. Impartió instrucciones intrépida y apasionadamente para producir una era de coraje en la que la gente pueda experimentar su bondad y abrirse a los demás. En la medida en que he entendido estos consejos con el corazón, ahora puedo transmitirte parte de ellos. Mi deseo es que puedan enraizarse y florecer para beneficio de todos los seres sensibles, ahora y en el futuro.

Pema Chodron

De la distracción y sus mensajes.

Escribir una carta al distraído es como arrojar un mensaje al mar. El mar de los distraídos, su inconsciente, está lleno de mensajes perdidos. Porque el distraído lee sin leerse y mira sin mirarse.

El mayor de los distraídos no se sabe distraído y cree que basta con abordar “responsablemente” los asuntos cotidianos para estar “atento”.

Más aún, está el distraído evidente que evita una mirada filosófica a la vida, pero también está el distraído que “filosofa” para no verse a sí mismo. Este último utiliza las armas de guerra de la razón para justificar su rutina o simplemente para distraerse de esa misma rutina.

La distracción de la distracción es un signo de los tiempos. El hombre contemporáneo está atento al devenir de lo cotidiano, a la “realidad” construida por los medios de comunicación, pero no está atento a sí mismo ni al sentido que se hace patente a cada paso.

El acontecer interno y el acontecer externo son el espejo recíproco de un sentido, de una vocación que reclama.

Con las situaciones límite el distraído recibe su llamado en altavoz: allí su vida se desarma o, quizás, se descubre en las grietas de todo lo que comienza a desmoronarse.

La muerte no acaba con la distracción porque, como señala la tradición de la India, la distracción es muerte. Pero a diferencia de la muerte física, la verdadera muerte, la muerte espiritual se conjura con la vida atenta, que es vida inmarcesible.

Carta al distraído (Bernardo Nante)

De las omisiones y la tibieza de carácter.

Parece imposible escribir una carta al tibio que se empecina en desconocer o encubrir su propia tibieza. Pero algo de fervor guarda en su seno el tibio que se sabe o se sospecha tibio.
En cambio, el tibio de toda tibieza siente que esa carta no es para él, porque sólo acepta mensajes complacientes. Una carta sutil le será indiferente o le suscitará un moroso goce estético y tildará de fanática una carta frontal y fervorosa.
El tibio pretende vivir sin que la vida le toque y encubre su falta de intensidad con simulada moderación.
Más hipócrita aún es la tibieza que se disimula con acciones ampulosas que sólo arrastran energía física y psíquica sin orientación espiritual, en definitiva, sin amor.
Al tibio nada le llega o pretende que nada le llegue, pero tal hipocresía ontológica es devastadora pues la indiferencia ante la Vida que pide a cada paso nuestro socorro es criminal. Así, una vida de omisiones es una vida asesina y sólo puede salir de su tibieza quien se atreve a verlo.
Escribo esta carta al único tibio que quizás pueda escucharme. Se la escribo al tibio que habita en mí y así invito a cada uno a escribir la propia.

(Carta al tibio, Bernardo Nante)

De la meditación vipassana y el mindfulness.

VIPASSANA BHAVANA

(por Ramiro Calle)

Estos son los dos términos originales para denominar la meditación vipassana. Por snobismo y ese afán de abrazar términos en inglés, se ha hablado ultimamente del llamado mindfulness, en lugar de utilizar los vocablos en castellano «atención plena» o también atención consciente o atención pura. Incluso han surgido individuos que se arrogan la invención de este milenario sistema de cultivo de la atención mental y se presentan como abanderados del mismo, primero en Estados Unidos (que ha demostrado una capacidad sin igual para deformar y distorsionar las enseñanzas espirituales orinentales) y después en otros países, sin faltar el nuestro. Las tradiciones auténticas son joyas, en tanto que los sucedáneos son bisutería. Los neoyogas, neovedantas, neotantras y el mindfulness tienen muy poco de yoga, vedanta, trantra y vipassana.

El término vipassana debe ser entendido como intuición, repentina capacidad de la realidad, experiencia directa o supraconsciente, clara visión interior o sabiduría (ver las cosas como son desde la pureza de la mente). Tambien se puede trasladar al castellano como  visión penetrante o visión justa o cabal. Lo esencial es tener bien presente lo que vipassana significa: aprehensión directa de la realidad, de lo que es tal y como es. Reporta una comprensión intuitiva que produce transformaciones profundas e irreversibles en uno mismo. Nianatiloka (un monje budista  alemán, a años luz de todos los que hoy se hacen pasar por los «representantes» del mindfulness) dijo al respecto: «Vipassana es la luz intuitiva que brota como una relámpago revelando la verdad de la impermanencia, el sufrimiento y la naturaleza impersonal e insustancial de todos los fenómenos de la existencia, tanto físicos como mentales».  Es la senda hacia la Liberación. Claro que a  muchas personas no les interesa lo más mínimo la Liberación, y menos el desapego o la visión de que todo es impermamente, y prefieren servirse del mindfulness incluso para crear más apegos, aferrarse a éxitos, desestresarse un poco o vivir el momento presente con actitud más hedonista, y además desoyendo los otros dos pilares del entrenamiento mental, como es la disciplina ética y  la del desarrollo de la Sabiduría. No se trata solo de estar más atento (un ladrón lo está como nadie), sino de seguir el triple entrenamiento: ética, concentracion y Sabiduría.

Para el cultivo y desarrollo de este especial tipo dé visión transformativa que es vipassana, por un lado la persona se sirve de la práctica de un tipo definido de meditación (meditación vipassana o vipassana bhavana) y por otro del estar más consciente y vigilante a la mente, la palabra y las actividades que se llevan a cabo. Mediante el entrenamiento metódico se van descorriendo los velos de la mente que distorsionan la realidad, tales como el interpretativo, el reactivo, el egocéntrico y el imaginativo. La técnica del vipassana no deja absolutamente nada al azar. La meditación consiste en observar muy atenta, ecuánime y arreactivamente los procesos físicos y mentales en uno. Se complementa la meditación permaneciendo después más atento a lo que se hace. La atención pura es la que está libre de juicios y prejuicios y se limita a captar. Mediante la práctica se va reorganizando la vida psíquica y se van debilitando las tendencias insanas de la mente. Como vemos es mucho más que desestrearse, ser más brillante en una reunión de negocios o aferrarse hedonisticamente más al aqui y ahora.  Los «golpes de luz» o intuiciones que provoca la meditación vipassana, irán mutando la psiquis y desarrollando otra forma de contemplar las cosas, sin tantas reacciones desorbitadas y neuróticas. Se recobra un tipo de visión esclarecedora y que permite la eliminación de la ofuscación, la avidez y el odio.

Los temas o soportes de la  meditación vipassana son numerosos. El lector interesado en este tipo de disciplina, no debe dejar de consultar el Sutra de la Atención (Satipathana-Sutta), una verdadera joya y un texto indispensable para darse cuenta realmente de la trascendencia de este sistema, lamentablemente simplificado por algunos hasta lo grotesco e inexcusable. Y para los que de verdad quieran profundizar en el tema de la atención, son de inexcusable lectura las obras del monje alemán Nyanaponika Thera, al que durante años estuve acudiendo a visitar a su eremitorio en Sri Lanka y que ha sido la persona que más y mejor ha profundizado en este tema, siendo un verdadero sabio. Comparadas con las suyas las obras que hoy se escriben sobre midfulness, éstas resultan de una simpleza inexcusable. Quien quiera profundizar de verdad en el apasionante campo de la atención consciente, qeu no deje de explorar su obra «El Poder de la Atención» (Editorial Ela), con una fiel y magistral traducción de Almudena Hauríe Mena.

Del amor compasivo y su sabiduría.

“… Recuerdo muy claramente el momento de mi vida cuando leí “Alicia en el País de las Maravillas”, Alicia se transformó en mi heroína porque se cayó dentro de un agujero y simplemente se dejó caer. No se agarró de los bordes, no estaba aterrorizada tratando de parar la caída; simplemente se dejaba caer y observaba las cosas mientras lo hacía. Luego, cuando aterrizó, estaba en un lugar nuevo. No se refugió en nada. Yo quería ser como ella porque yo me acercaba al agujero y gritaba, me retiraba, no quería ir a ningún lugar en donde no hubiera una mano de la que aferrarme.
En toda vida humana nacemos solos. Pasamos por el canal de parto solos, y luego salimos solos, y comienza un proceso completamente nuevo. Cuando morimos, morimos solos. Nadie va con nosotros. El viaje que hacemos, más allá de las creencias que tengamos sobre ese viaje, se realiza solo. La idea fundamental es que entre el nacimiento y la muerte estamos solos.
…de modo que tenemos que estar dispuestos a saltar del nido, nos sintamos o no preparados para ello, es como atravesar los ritos de la pubertad para convertirnos en adultos sin una mano que nos sostenga. La única forma de comenzar el verdadero viaje de la vida es sentir el amor compasivo y el respeto por nosotros mismos y luego saltar.
De algún modo nunca llegaremos a sentirnos 100% seguros como para decir: “He tenido mi cuna nutricia, se ha completado, de modo que ahora puedo saltar”. En realidad se trata de desarrollar amor compasivo y continuar saltando. Encontrarnos con nuestros propios límites y con nuestro deseo de aferrarnos a algo, y ver que hay más amor compasivo, más respeto por nosotros mismos más confianza que necesita ser reconocida y luego de trabajar en ello, simplemente seguir saltando.
Cultivar la apertura y un gran corazón que nos permitan ser menos y menos dependientes. Podríamos decir: “deberíamos dejar de ser dependientes” pero ese no es el punto. El punto es que comenzamos por el lugar en el que estamos, observamos al niño que somos y no lo criticamos. Comenzamos a explorar, con mucho humor y generosidad todos los lugares en donde nos aferramos y cada vez que lo hacemos decimos “Ah! aquí es donde con mi atención, mi conciencia y todo el trabajo, mi vida entera se transforma en un proceso de aprendizaje sobre cómo hacerme amigo de mi mismo”
Por otro lado, esa necesidad de aferrarnos, de tomarnos de una mano, ese llamado a mamá nos indica que ese es el borde de la cuna. Dar un paso allí mismo, saltar, se transforma en la motivación para cultivar una compasión amorosa. Nos damos cuenta de que si podemos dar un paso a través del portal, avanzaremos, seremos mas adultos, mas completos, mas enteros.
En otras palabras, el único real obstáculo es la ignorancia. Cuando decimos “Mamá!” o cuando necesitamos una mano a la que aferrarnos, si nos negamos a mirar toda la situación, no podremos verla como una enseñanza, una inspiración para darnos cuenta de que este es el lugar desde el que podríamos ir más allá, donde podríamos amarnos aún más a nosotros mismos. Si no podemos decirnos en este punto “Voy a mirar esto, porque esto es todo lo que necesito para continuar este viaje e ir hacia delante y abrirme más”, nos encontraremos con el obstáculo de la ignorancia.
Trabajar con los obstáculos es el viaje de toda nuestra vida. El guerrero está siempre encontrándose con los dragones. Claro que el guerrero tiene miedo, especialmente antes de cada batalla. Pero con un corazón tierno y palpitante el guerrero se da cuenta que está a punto de dar un paso hacia lo desconocido, y allí va al encuentro del dragón. El guerrero se da cuenta que el dragón es el trabajo pendiente que se presenta y que ese miedo es el que necesita ser trabajado. Básicamente estamos trabajando con nuestro miedo y con nuestra resistencia, que no son necesariamente obstáculos. El único obstáculo es la ignorancia, el negarnos a reconocer nuestra tarea pendiente.
Si cada vez que el guerrero se encuentra con el dragón dice: “Ah! Es el dragón nuevamente. No voy a encontrarme con él de ninguna manera” y simplemente se aparta, entonces la vida se transforma en una historia recurrente de levantarse a la mañana, salir, encontrarse con el dragón, decir “de ninguna manera” y luego alejarse. En ese caso nos hacemos más y más tímidos, más y más miedosos y más y más como un bebé. Nadie nos nutre, pero estamos aún en esa cuna, y nunca atravesamos los ritos de la pubertad.
Estamos despiertos, permanentemente saltando, abriéndonos, avanzando. No es fácil y está acompañado de mucho miedo, resentimiento y duda. Eso significa ser humanos, ser guerreros. Al comenzar, cuando dejamos la cuna, estamos dentro de una hermosa armadura porque de algún modo estamos bien protegidos y nos sentimos seguros. Cuando atravesamos los ritos de la pubertad, nos quitarnos la armadura que ilusoriamente nos estaba protegiendo, y nos damos cuenta de que de hecho nos estuvimos defendiendo de estar plenamente vivos y despiertos. Entonces avanzamos, nos encontramos con el dragón y en cada encuentro nos muestra que aún hay un poco más de armadura para quitarnos, especialmente la que cubre el corazón. Nos conectamos con el coraje y el potencial de la valentía, de quitarnos toda la armadura que nos cubre. Estamos despiertos y nos pasaremos la vida quitándonos esta armadura. Nadie más puede hacerlo por nosotros porque nadie sabe dónde están las pequeñas costuras, nadie sabe dónde está muy ajustada,
Cada vez que nos encontramos con el dragón tenemos que quitarnos esos hilos tan ajustados, todos los que seamos capaces y vomitar con temor hasta decir: “es suficiente por ahora” Luego estamos mucho más despiertos y más conectados con nuestra esencia soltándonos y abriéndonos a nuestro mundo.
Tratar de proteger nuestro territorio, tratar de mantenerlo cerrado y seguro es sinónimo de miseria y sufrimiento. Nos deja en un lugar muy pequeño, doloroso e introvertido que se hace más y más claustrofóbico y más y más miserable a medida que envejecemos.
Confucio dijo: cuando tenemos 50 años y nos hemos pasado la vida quitándonos la armadura, hemos establecido un patrón mental que por el resto de la vida no podremos detener. Lo seguiremos quitando. Pero si a los 50 años nos hemos hecho unos expertos en dejarnos la armadura puesta entonces no importa qué, será muy difícil cambiar”
Si esto es cierto o no, me morí de miedo cuando lo leí a los 12 años y se transformó en la motivación número uno de mi vida. Decidí que crecería antes de quedarme atrapada.
La enseñanza tiene que ver con abrirnos y soltar: en nuestros vínculos, en las situaciones que nos toca atravesar, en cómo nos vinculamos con nuestros pensamientos y emociones.
Tenemos una determinada vida, y cualquiera que sea es un vehículo para despertarnos. Si estamos criando a nuestros hijos, ese es el vehículo para despertarnos, si somos actores u obreros de la construcción, jubilados u ocupados; si estamos solos o nos sentimos solos, si estamos rodeados de una enorme familia… No existe mejor situación que la que tenemos, está hecha para nosotros. Nos mostrará todo lo que tenemos que saber sobre la armadura y el salto.
La familia con la que contamos, nuestros verdaderos hermanos y hermanas son aquellas personas que están comprometidas a quitarse la armadura al igual que nosotros.
Cuando vivimos en una familia así, uno de los vehículos más poderosos para aprender a cómo hacerlo es el feedback que nos podemos dar entre nosotros.
Desde el amor nos ofrecemos la sabiduría de no caer en la auto-compasión sino que a darnos cuenta de que el sentirnos mal es una oportunidad para crecer, y que todos atravesamos esa experiencia.
Cuando alguien dice “No, me gusta esta armadura” esa es una oportunidad para decir algo sobre el hecho de que debajo de ella hay muchas úlceras dolorosas y que un poco de luz no va a doler.
Rimpoche dice:
“La practica de cada día es simplemente desarrollar una completa aceptación y apertura a todas las situaciones y emociones de los demás y hacia los demás. Vivenciar todo completamente, sin reservas ni bloqueos, de modo que nunca nos retiremos o centralicemos en nosotros mismos.”