El Arte de Sentirse Vivo

Vivir nuestras vidas en nuestros propios términos, comprometidos y enfocados en nuestros anhelos genuinos es más que nada un derecho. La libertad de elegir no pasa por ningún otro lugar que escuchar lo que nos pide nuestro corazón y puedo dar fe que nunca es tarde para hacerlo. Firmé tempranamente cantidades de «debería y no debería» tratando de adaptarme a lo convencional. Bajo la tiranía del miedo y la vergüenza no me permití encontrar mi expresión y me perdí en el laberinto del sin sentido.

Pero el arte es un latido oculto que como un susurro escuchamos en un fondo impreciso, y cuando le hacemos espacio despierta al alma alineando la mente y el corazón a lo que nos conmueve. Es el umbral prístino a nuestra más genuina libertad.

Cada camino es único tal como la forma en que la vida se expresa a través nuestro. Pero creo que cualquier esfuerzo emprendido en comprender el sentido esencial de este mundo y seguir nuestra inspiración se puede convertir en arte. No se trata de evaluar que sea bueno o malo por sí mismo sino de vincularnos estrechamente a lo incómodo y amigarse con la turbulencia de la duda y el desorden. Y dejarse abrigar por el gran misterio de haber nacido.

En concordancia con este tiempo de mi paso por este mundo, está naciendo un anhelado proyecto que será de algún modo la continuación de este blog. Poco a poco va tomando forma de la mano de amigos queridos que me acompañan con su apoyo y dedicación en los aspectos técnicos. Habrá fotos producto de la contemplación cotidiana, textos que abrazan la reflexión meditada, un diario para acompañarnos y artículos a modo de recursos. Pronto habrá novedades. Y como siempre, nos estaremos encontrando en la Naturaleza Profunda de la Vida.

La Multitud que nos Habita

Una parte nuestra necesita orden mientras otra pugna por desbordar sobre todo ordenamiento. (Alice White)

Tantas cosas grandes pueden pasar desapercibidas y de tantas nimiedades podemos hacernos un mundo. Coqueteamos con el error cuando nos sentimos ciegos en medio de la luz del día o muertos en la plenitud de la vida. La confianza crece cuando caminamos nuestros días con menos prejuicios. Bendito es el momento en que la mirada se aclara y a pesar de tantas cosas tristes y vulgares, de tanta ingratitud e indiferencia, nos llenamos de inspiración y ganas de crear. Hay momentos que simplemente nos lanzan al mundo.

Permanecer por un instante en esa sucesión encadenada de momentos indeterminados, sentir con intensidad aquella lírica utopía y no vivir en las urgentes imposiciones de este mundo diseñado por otros. El tiempo deja de ser algo físico cuando descansamos en un horizonte abierto donde hay tanto por descubrir. A la memoria le gusta idealizar momentos. Qué sería de nosotros sin ellos…

A veces el hastío puede inflamarse hasta convertirse en asco existencial. ¿Quién no pasó alguna vez por esos momentos en que el vacío en el corazón se combina con el vacío del tiempo? Estos estados siempre han sido terreno fértil para la literatura melancólica que llena bibliotecas enteras y también para la visita al psicólogo. Pero, ¿por qué no tomar con naturalidad la angustia de estar vivo y no saber o las distintas necesidades a lo largo de la vida? Es que en lo más hondo del alma esperamos que algo suceda trayendo respuestas y hay momentos en que necesitamos disolver el pacto con nuestras certezas habituales y significados estáticos. Tras la neblina del hastío el carácter más misterioso de la vida se abre paso, y en ese umbral, puede brotar nuestro lado más entusiasta. Los vientos cambian todo el tiempo.

Nuestra existencia y la del mundo mismo descansa sobre un origen que no conocemos y se dirige a un destino que tampoco conocemos. En el resultado de ponerse a pensar sobre estos temas existenciales siempre hay un componente de angustia. ¿Cómo podría ser de otra manera frente a tamaña incertidumbre? El interés por estos aspectos de la vida sugiere un corazón inclinado a lo religioso, a no dejar que la vida pase de largo absorbidos por el pragmatismo mundano. A veces esta necesidad busca la verdad y suele tropezar largo rato con la creencia disfrazada de tal. Otras, quizá de manera más arrogante, pretende estar en posesión de ella. La religiosidad como dimensión humana es una experiencia de encuentro con el misterio de lo desconocido. En este sentido, soy profundamente religiosa; y el silencio y la naturaleza nutren mi espiritualidad.

El mundo es pura celebración para los sentidos. Un complejo significativo de relaciones se establecen a partir de sus sutilezas para captar matices y texturas. Nuestra vida humana es profundamente sensitiva, lo que sentimos nos expande y también nos restringe. Es un raro privilegio poder captar la desnudez de la simplicidad y al mismo tiempo la desbordante exuberancia para derivar en dilemas sobre los límites de lo aceptable. Nos gusta pensar que estamos en control de lo que sentimos pero nuestros cuerpos no parecen estar tan de acuerdo y lo hacen notar. Toda la belleza y el terror late en la fragilidad de la experiencia humana. Tanta maravilla a veces me deja sin palabras.

Los suburbios del corazón huelen, es fácil detectar que estamos en uno de ellos porque sentimos cierto recelo. Más curioso aún es que sean umbrales a mundos que de otro modo serían inaccesibles. Me gusta pensar que tropecé con lo que se hace visible como si hubiera aparecido de la nada y no que encontré lo que estaba buscando. Los sentimientos íntimos conservan su ritmo lento y prudente como una melodía que poco a poco absorbe toda nuestra atención y parecen compensar esas urgencias emocionales que suelen dominarnos tratando de sacar provecho al instante. Lo inesperado nunca se rinde a nuestro afán de control y cuanto más nos esforzamos, más crece el pelotón de espíritus que no vemos, empeñados ellos en agigantar nuestra sensación de incertidumbre. Irónicamente, la aventura se vuelve intensamente deliciosa frente a tanta ambigüedad, quizá para que no vivamos a medias.
Disfruto merodear por los suburbios del corazón, no les temo. En ellos siento que mi estado de ánimo reposa sobre sí mismo sin reclamar ni esperar nada, en ellos el tiempo se detiene.