Máscara filosa

Ella es una de esas personas que va por la vida sacándole punta a todo. Un episodio de Star Trek no es simple ciencia ficción, todo tiene una vuelta metafísica y ella se las ingenia para encontrarla. Vuela con su imaginación sin ningún esfuerzo, se abstrae a través de una inusual capacidad para concentrarse. Cuando integra cualquier grupo de dos o más, ella siempre es la incógnita, como la x de una ecuación. Todo hay que intuirlo, deducirlo o adivinarlo con variada suerte. Cuando entra en escena es imparable, se hace difícil seguirle el ritmo a sus razonamientos y relaciones. Escala tan rápido que suele no darle tiempo a los demás para entender de qué habla. Eso la vuelve más x. Tanto que siente esa letra dibujada en su frente cuando los demás la miran con los ojos más abiertos de lo normal. Pero está acostumbrada, ya sabe que no hay nada que resolver y acepta la soledad que acompaña al distinto.

Todo pasa

Escuchó tantísimas veces que la edad está en el espíritu, casi tantas como lo repitió, pero eso sonaba bien antes, cuando aún no era un viejo. Ahora, cuando escucha frases hechas de ese estilo, se muerde los labios. Ahora, todas esas cosas que hizo toda la vida, sucedieron hace más de veinte años. No solo está viejo, se siente viejo. Le cuesta verse por fuera y contemplar en qué se convirtió, no se reconoce. A veces desearía haber perdido la cabeza. Por dentro está lleno de recuerdos e historias que no le interesan a nadie. A veces, cuando no se puede mover sin ayuda, pasa revista mentalmente a todos los errores que cometió. Otras, cuando se le da por compararse con su versión del pasado, piensa en que nadie le enseñó a dejar de caminar y a volver a usar pañales. Entonces se dio cuenta que se preparó para muchas cosas pero no para hacerse viejo.

Vacíos

Las reuniones sociales la desesperaban, bebía en el afán de hacer interesantes a los demás y no distinguir demasiado cuál era el hilo de la conversación. Miraba el entorno con resignación, se sentía en una trampa de la que no podía escapar. Eran encuentros totalmente vacíos, una puesta en escena, un simulacro hueco sin algo que valiera la pena rescatar. Pero ese día fue diferente, ella supo que lo peor de vivir atrapada en convencionalismos no era darse cuenta sino la vocación de hacer de esa jaula un hogar. Ese día comprendió que masticar indecisiones no la iba a sacar de la mitad del camino entre la sensibilidad y el cinismo. Y que el vacío no necesita relleno. Desde entonces huyó de lo políticamente correcto y disfrutó de su mundo como una rara sin culpa.