Secretos de la Naturaleza

«Reposa tu corazón en la quietud y descubre la vida en sus propios términos.» (Alice White)
Reposando más allá de lo visible, en la naturaleza late un sentido profundo de dirección para nuestras grandes preguntas y una guía para tomar decisiones que sugiere que nada es pequeño. No importan las circunstancias, la naturaleza siempre está renovándose y revela como un espejo nuestros propios ciclos de expansión y contracción. En la aparente quietud vibra la expansión de la abundancia aún cuando pareciera que los obstáculos son insuperables.
Somos parte de un impulso natural hacia el cambio unificado que contiene su propio ritmo y variaciones individuales. Todo lo que se desarrolla frente a nuestra mirada no es otra cosa que un reflejo en el espejo misterioso de la vida que nos desafía a crecer.
Cuando captamos esta verdad esencial los juicios extremos desaparecen y brota una necesidad de intimar con la belleza del momento en que las cosas suceden.
En los ojos de la naturaleza todo es aceptación y movimiento. Al impregnarnos de su experiencia se activa nuestra propia esencia y abrazamos hasta nuestras partes menos queridas aprendiendo a valernos de lo que funciona y a liberarnos de lo que nos bloquea. Reconocer este diseño natural y adoptar la gracia de su movimiento hacia el equilibrio es fuente de bienestar y satisfacción existencial. Es entonces que los extremos opuestos comienzan a ser solo una referencia al considerar nuestras valoraciones.
La vida está siempre explorando sus mejores opciones para corregir, compensar y crecer. La innovación y la singularidad son la regla que marca sus movimientos y adaptaciones. La unidad de la trama es fruto de su determinación en honrar la diversidad. Y cada momento, una oportunidad para contemplar el ritmo en que la gran obra se desarrolla.

Convergencia Atemporal

En la relajante mirada al infinito la incertidumbre reposa y se hace visible. En sus confines, lo trascendente se vuelve cercano. Cuando la conciencia se afecta por la verdad, la naturaleza profunda nos convoca desde su vacío fértil.  (Alice White)

Frecuentemente siento que las cosas se volvieron raras, como si una densa niebla se hubiera asentado sobre el planeta mismo y nos impidiera distinguir lo básico.
Es un gran dilema humano cómo lo real se extravió en nuestras mentes convirtiendo el orden natural en confusión y volviéndonos cerrados a toda crítica que no provenga de aquellos que consideramos iguales o sea validada por el grupo al que pertenecemos. Hace falta honestidad con uno mismo para distinguir qué tan seguido adoptamos peligrosas certezas sobre el saber y el dominio de lo correcto.
Si pudiéramos calmar la mente y apagar el fuego que el miedo mantiene encendido podríamos al menos tener la chance de ver con más claridad lo que es real.
Hay un tiempo en la vida de cada uno en que las palabras se agotan y el silencio se llena de contenido elocuente. Quizá necesitemos dejarnos guiar por ese impulso íntimo que nos lleva a actuar e ir al encuentro del ritmo misterioso que todo lo sostiene creando equilibrio. Esa melodía que se expresa en las raíces del árbol cuando busca agua o en el dulce perfume de la flor que atrae a las abejas. Quizá necesitemos abandonar nuestras estúpidas opiniones y entregarnos a la calidez de nuestra vulnerabilidad. Lo que sabemos es importante, pero lo que somos mucho más.

Insistir una y otra vez en los mismos prejuicios y puntos de vista cerrados termina anulando la imprescindible capacidad de crítica que nos mantiene a salvo de esa necesidad enfermiza de reafirmarse en la cofradía. Este tipo de visiones, necesariamente construyen un opuesto que está en el error para validar las propias certezas. Pero entender algunas cosas en esta vida es ligeramente más complicado que repetir consignas, apelar al tribalismo y tomar la autopercepción como única fuente de referencia válida. Solo por dar un ejemplo, son demasiadas las veces que entre los autodenominados tolerantes, la tolerancia brilla por su ausencia.
Que el saber contingente es mucho más cercano a la realidad que la certeza inmutable es un gran progreso humano. Ser conscientes de cómo las ideas se van reinventando y cómo el conocimiento tiene la capacidad de autorefutarse a lo largo de tiempo habilita una vía prudente para replantearse constantemente lo considerado sabido y superarse. La incertidumbre aunque angustie es en sí misma liberadora cuando aceptamos nuestras limitaciones.

Nuestros recuerdos se reescriben sin cesar. Todos olvidamos cosas y reacomodamos detalles. A veces hacemos suposiciones dolorosas en base a piezas sueltas o hechos aislados. La aceptación de nuestras limitaciones y una actitud que no pierde de vista tantísimo que no sabemos nos vuelve más humildes y nos evita las consecuencias de sacar conclusiones radicales. Si examinamos nuestras interpretaciones, eventualmente las percepciones cambian y viejos dolores cobran nuevos significados. Rara vez algo significa una sola cosa, generalmente un hecho está conformado por capas de significado: Tal vez las cosas fueron de la manera que nos parece pero podrían no serlo. Todo va y viene en la conciencia.

Algo nos obliga a un alto en el transcurso esperado de las cosas y nuestra naturaleza más salvaje se hace visible. Sin las seguridades cotidianas y lejos de la actuación de nuestros personajes, somos más evidentemente animales. Incluso aunque tratemos de racionalizar lo que sucede nos sentimos frágiles e indefensos.

«De pie sobre la tierra desnuda, bañada mi frente por el aire leve y erguido hacia el espacio infinito, todo mezquino egoísmo se diluye.» (Emerson) 

Cuando dirigimos la atención hacia lo natural, hacia algo que ha venido a la existencia sin la intervención humana, salimos del pensamiento conceptual y nos vinculamos a la esencia del ser, una dimensión en la que existe todo lo natural. Cuando reposamos nuestra atención en un paisaje, un árbol o en las olas del mar, no estamos pensando en ellos sino los percibimos. Al sentir la quietud dentro nuestro cuando la captamos en el mundo natural, entramos en un estado de profundo reposo y de comunión con el entorno. El silencio entonces deja de ser algo externo o pensado y se transforma en un estado del ser.
Todos nos merecemos un rato diario de presencia consciente en el reino natural y permanecer en él honrando nuestra naturaleza profunda.

Al observar la naturaleza podemos ver que está en constante cambio y adaptación. Aún así, solemos tener dificultades para reconocer nuestras propias mutaciones y la forma en que estamos cambiando constantemente. El mundo natural es una exhibición de flexibilidad y capacidad para recalcular la posición relativa de sus nodos en la red infinita. Ajeno a cualquier distinción y clasificación, lo que es, toma formas diferentes y fluye imperturbable en la pasión del absoluto cambio. Cuando el espíritu humano reposa sobre la infinita atemporalidad del reino natural, la vida se expresa demasiado llena de su propio sentido para ser analizada. Y nuestras diferencias e incoherencias más íntimas encuentran un sentido de unidad en lo insondable.

Del Otro Lado del Espejo

En el umbral de la percepción podemos captar el misterio mientras la vida enciende la maravilla. (Alice White)

Un momento es solo un momento pero se convierte en singular a través de su experiencia. Algunos de ellos son especiales y brotan del flujo del tiempo como un ofrecimiento singular a nuestra presencia. El momento significativo no necesita de preámbulos, es la más pura espontaneidad recreándose en los matices. Lo reconozco porque siento que la vida es la vida de todos, no la mía y la de mis interpretaciones. A veces el momento simplemente me absorbe y me lleva al mundo de lo sutil. La vida ofrece de todo y todo el tiempo pero solo tomamos lo que reconocemos. Quizá nuestro máximo límite sea el apego a lo que creemos ser. Ese que construyó paredes sin piedad ni vergüenza de sí mismo. Ese que nos deja sin esperanza y aislados.

Vivimos en un mundo lleno de maravillas en estado de latencia hasta que las percibimos. La mayor parte de ellas están envueltas en un misterio que nos fascina, quizá por la dificultad para comprender lo que observamos. Sin embargo, el miedo a lo desconocido mantiene a gran parte de la humanidad actuando como si supiera y nos enreda en conflictos que causan dolor y lastiman.
Puedo entender el deseo de saber. Lo que me cuesta es la arrogancia de pretender haber descifrado el misterio. Tanto que el error se pretende resolver con otro error. La historia ha demostrado una y otra vez que las personas más peligrosas son aquellas que están seguras de poseer la verdad y que solo están a gusto con las que están de acuerdo con ellas. Ese es un camino que elijo no transitar, se ha vuelto viejo y sin sentido para mí.
Prefiero estar aquí, habitando la incertidumbre, asombrándome en el misterio de lo desconocido y lo extraño. Abierta a la posibilidad de conocer en la plenitud de mi atención. Fascinada en la belleza del mundo natural y viviendo en la serenidad del corazón de la vida, donde siempre hay un lugar para uno más.

Yacaré Negro
Yacaré Negro, habitante de los Esteros del Iberá, Corrientes, Argentina.

Quizá lo más grandioso de nuestra pequeñez sea la dignidad que reside en la intimidad del corazón sereno, esa que nos inspira confianza en la forma que toma cada nuevo día. Es una alegre humildad la que invita a agudizar la escucha e intercambiar ideas considerando que nuestra mirada es siempre parcial, incompleta y quizá errónea. A veces nos desconectamos del ritmo sagrado y pretendemos que se adapte a nuestros deseos. Pero cada ser encarna una perspectiva diferencial de conexión absoluta con su entorno y todos los demás. Y es tan fascinante como aterrador.

Frecuentemente, la soledad y belleza de la naturaleza es un bálsamo sabio que alivia con delicadeza y libera la mente de los prejuicios. La paradoja es que en el corazón de esa soledad nos sentimos íntimamente conectados con el mundo.

En cada momento que paso en la naturaleza siento una invitación a contemplar la experiencia como un evento que no se repetirá. Percibir la fugacidad del instante en que todo sucede me brinda siempre la posibilidad de pensar con delicadeza acerca de lo que doy por descontado y de percatarme de mis limitaciones. Siempre recibo alguna enseñanza que me induce a explorar con humildad la importancia relativa de mi realidad e incorporar la sutileza del cambio como una fragancia cotidiana. La gratitud me invade cuando reconozco la marca indeleble que lo vivido dejó en mi corazón.

«No sé darte otro consejo, camina hacia ti mismo y examina las profundidades en las que se origina tu vida.» (Rainer Maria Rilke)

Ahondar en la realidad y alcanzar su esencia necesitan de la mano de la incredulidad y el escepticismo para desdibujar las certezas. Es un proceso natural al que debemos entregarnos con confianza si deseamos experimentar en forma directa. Valiente es quien no se parapeta en su interioridad ignorando o apartando el temor sino quien permite que tanto la belleza como el horror lo toquen. Nuestra propia precariedad nos pone de cara al desconcierto, la duda y la ambigüedad frente a un mundo siempre cambiante que nos excede en infinidad de aspectos. El valor genera un espacio para reconocer e integrar el miedo que solemos querer evitar. La más profunda aceptación emerge de la verdad de nuestra experiencia.

 

Salto a lo Invisible

¿Cómo sabes que estás en tu propia senda? Porque el camino desaparece y no puedes ver a dónde vas. Todo aquello que construyó tu identidad ha quedado atrás. Esa es la certeza que da el haber encontrado tu ruta. (Alice White)

A veces se trata de saber esperar, de no precipitarse en el deseo que las cosas sucedan. Lo importante es mantener la puerta abierta sin decretar finales anticipados y posibilitar la creación en ese paréntesis que es transición en sí mismo. En la espera la historia se mantiene incompleta. Es un lapso en que las cosas aún son inciertas y nos mantenemos en la condicionalidad.
La espera es presencia que habilita la imaginación de escenarios y al mismo tiempo domestica la angustia que provoca la ambigüedad y la paradoja que acompaña a todo lo vivo. En el latido de cada cosa la presencia y la ausencia se transparentan como un eco del ritmo entre opuestos. Pero un día habrá que cruzar ese umbral en el que ya no podremos contener el aliento. Porque toda espera nos acuna sobre el abismo. En él, la espera se completa.

Por falta de atención hasta podemos relegar a segundo plano lo asombroso y naturalizar las indescriptibles maravillas de esta vida. Acostumbrarse es morir un poco. Porque es en esos momentos inciertos donde brota la imaginación y en esos confines del misterio donde se alimenta nuestra máxima libertad: Ser conscientes.

Tan fascinante como desgarrador es estar en soledad con uno mismo. El mundo ofrece incontables posibilidades pero ninguna seguridad. Lidiar con esta incertidumbre en la intimidad puede resultar aterrador, pero también puede llevar a una compresión más transparente de nuestro lugar en el mapa de la vida. En cierto modo la libertad es una paradoja que nos empuja a aceptar las cosas tal como son. En lo que vemos y percibimos, decenas de espejos reflejan parte de lo que somos hoy a través del tiempo. Es fácil sentir por un momento que no somos otra cosa que una de las infinitas sensaciones de la vida. Una trama impredecible se teje con su propia dinámica adaptativa. En el silencio y quietud de la naturaleza es palpable el pulso de la vida que, ajeno a toda perturbación, compensa y refleja su ritmo.

La Otra Mirada

«Hay cosas que nacieron grandes aunque parezcan poco. Solo basta ver que no relucen en exceso sino que sutilmente y sin estridencias nos llenan el corazón. Son esos milagros que pasan desapercibidos pero en el naufragio de todo nos salvan de la locura.» (Alice White)

Me gusta observar el gran cuadro que contiene la escena. A veces trato de ubicarme en él y encuentro que no tengo lugar. Otras algún detalle me invita a posar la mirada. Solo algunas veces una escena me contiene y deseo pasar buen tiempo en ella. Son situaciones que inducen cierto retorno a lo simbólico, como si inevitablemente el fondo de todo buscara mostrarse para quien necesita soñar despierto.

La naturaleza tonifica el espíritu. Algo de su quietud y su ritmo sin prisa nos cuenta de la belleza invisible. La naturaleza está llena imágenes, sonidos y olores que nos son familiares y que como una abstracción, nos narran historias que rozan recuerdos personales. Creo que los paisajes nos encuentran por alguna razón. Este espinillo en su solitario recogimiento contemplativo me hizo reparar en él para advertir luego dónde estaba. Íntimamente sé, que aún cuando me gustaría hacer esas fotos maravillosas que saben lograr los grandes fotógrafos, yo solo puedo hacer las mías. Ellas están simplemente por ahí, esperándome.

"El Asceta"
Espinillo (Acacia caven) en flor sobreviviendo al anegamiento de su tierra en la zona de Ibicuy, Entre Ríos, Argentina.

 

Hacer fotos de aves es un desafío permanente porque ellas no posan ni siguen instrucciones para ubicarse en el mejor ángulo. Exigen de nosotros cierta fusión con el entorno, aprender a escuchar sonidos que antes pasaban desapercibidos, tener paciencia, movernos silenciosamente y decidir rápido. Suele dejarme sin palabras ser testigo de algún detalle de sus fascinantes vidas. Cada nueva experiencia amplía mi visión del mundo, me hace más respetuosa de lo que no entiendo y me recuerda una de esas verdades que me hacen más humilde: Solo ocupo un pequeño lugar en el mapa de la vida, y transitoriamente.

"El Centinela"
Lechuzón Orejudo (Asio clamator) haciendo su siesta oculto entre las ramas hasta que sopló el viento y me dio una oportunidad para esta foto.

A veces cuando deposito toda mi atención en los detalles de un ave encuentro derivaciones insospechadas. El contacto visual con ellas es extraño y fascinante, su mirada me invita a repensarme más allá del sentido común. Surgen preguntas sin un propósito resolutivo, indagaciones de orden retórico que tienen por respuesta asegurada un suspiro. De la mano del pensamiento abstracto, a veces quedo movilizada en sentidos nuevos y el horizonte de lo cotidiano denota otros alcances. Lo vivo como un despertador amable, casi una caricia comprensiva de la vida para que no pierda de vista el fondo invisible en que todo se apoya.

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En el Abrigo de la Quietud

«Reconocerás lo desconocido cuando te sientes a contemplar lo conocido y al invocar comprensión aceptes la incertidumbre.» (Alice White)

Todos tenemos una bondad básica que surge del profundo reconocimiento del sufrimiento en uno mismo y que vemos reflejado en los demás seres vivos. Cuando tomamos conciencia viene acompañado del deseo y esfuerzo por aliviarlo. A medida que fui descubriendo mis propias heridas la palabra compasión tomó un significado completamente diferente en lo cotidiano. 
A través del contacto contemplativo con la naturaleza, con el paso del tiempo mi comprensión fue adentrándose en una nueva dimensión. En la dinámica del mundo natural puede verse sufrimiento en abundancia, no solo sufrimos los seres humanos. Me cuesta mucho aceptar la lógica del sufrimiento básico como para contribuir con mi inconsciencia a agrandarlo. Es por eso que me ilustro, razono, reflexiono, medito y escucho con atención a mi corazón alejándome de toda ideología que condicione mis acciones. El otro cobra un significado de relevancia primordial cuando me siento personalmente afectada en su sufrimiento. Explorar las propias heridas nos hace compasivos. No renunciemos a lo que somos en esencia por intentar ser alguien.

«Que tu alma encuentre la gracia para elevarse por encima del dominio de las pequeñas mediocridades.» (John O ‘ Donohue)

Con tantas voces ridículas a nuestro alrededor compitiendo por nuestra atención, no es difícil entregar nuestra mente a ideas trasnochadas. Nos creemos libres pero adoptamos una actitud pasiva que es el territorio preferido de los «virus mentales».
Cuando paso tiempo en la naturaleza me impregno de su silencio, de su ritmo lento y de la dinámica de su quietud. Es un descanso reparador que me hace recapacitar sobre lo que doy por sabido y sobre aquello que me resulta lógico. No me «contagio de nada» sino me reencuentro con la mirada serena, recupero claridad para leer los hechos y equilibrio para orientar las decisiones.

Hay noticias que aturden, que nos alejan del eje de las cosas. Otras abren caminos y generan esperanza. Trato de oír las palabras y su significado para comprender e intento escuchar la voz y sus tonos como horizonte de sentido.
Pero hay cosas que escapan a las palabras y se evidencian en lo no dicho, en eso que suele ser la expresión de la trama. El silencio es, entre tantas cosas alteradas, un encuentro estético. Porque hay cosas que simplemente agotaron su vitalidad y solo les queda su estrechez.

Matices en el Equilibrio

«Cuando intentamos singularizar cualquier cosa, la encontramos entreverada con todo lo demás en el universo.» (John Muir)

Salir de nuestra propia versión limitante en cualquier interpretación nos permite ejercitar la flexibilidad y conectar con una compresión más genuina del comportamiento de los demás. Siempre termino reconociéndome cuando dejo ingresar la perspectiva que en principio parecía ajena. Adoptar un punto de vista más incluyente hace una gran diferencia en todo análisis. Sentir la armonía de la interconexión habilita el encuentro de una respuesta más apropiada que la del yo y sus necesidades.

Los ritmos de la naturaleza tienen algo que decirnos acerca de la velocidad: Todo va de moderado a lento. Muchos de nosotros vivimos creándonos urgencias para funcionar a alta velocidad totalmente fuera del ritmo natural. En ese desequilibrio lo único seguro es que no podremos profundizar en la experiencia vital. No nos damos cuenta que hay un ritmo primordial por detrás de nuestros intereses que implacablemente nos demostrará el alto precio que pagamos por desatender lo importante.
Disfruto de quedarme quieta, conectar con los ritmos en que la vida pasa a mi alrededor, dejarme llevar por esa corriente universal y escuchar a mi corazón adaptándose al infinito silencio en que todo sucede. Todo está sujeto a condiciones que escapan a nuestro control. Y no hace falta morirse para descansar en paz. Urge otra clase de cotidianidad, donde la medida del tiempo le haga espacio al recogimiento. Sentir lo que se piensa es tarea imprescindible.

¡Tantas son las formas en que el horizonte puede ser mirado! Se espera que acerque lo perdido, se busca en él lo que nunca encontramos. A veces leemos esperanza y otras fatalidad. Me gusta perderme en él, habitar el desconcierto que provoca su proximidad con el vacío. Un silencio amplio y sin forma invita a relajar la mente de la contracción de cargar con la vida y parece señalar el camino de regreso a las cosas que importan.

A veces algo que veo parece llamarme. Algo que calla toda inquietud y no intenta ser presagio, que concentra la atención para inmediatamente trascenderla a la periferia. La absorción impregna el momento. Es el susurro de la percepción que antecede a toda valoración proveniente del pensamiento y su conversación mental.
¿Qué es la belleza sino una cualidad espiritual? Quizá su mayor virtud sea la de crear un puente entre el mundo de las formas y el mundo inmaterial.

Hoy día como cualquier otro
despertamos vacíos y asustados.
Pero no nos apuremos.
Lancemos la red al pozo de los sueños.
Sintamos tan solo y escuchemos.
Hay mil formas de inclinarse a besar la tierra.

Y que sea lo que hacemos
la belleza que amamos.
(Rumi)

Intemperie

Aún cuando huyamos saltando de una fantasía a otra o nos refugiemos en esos lugares en que nadie nos cuestiona. Aún cuando nos perdamos en esos caminos que creemos seguros pero conducen a ninguna parte. Aún poniéndole nombre a las certezas y viviendo como un logro ver el revés al derecho, en algún momento enfrentamos la decepción de esa ficción. Porque nos creemos a salvo mientras hacemos nuestras opciones, pero inexorablemente llega el día en que todo el orden se derrumba y nos sentamos a revisar las fotos viejas de nuestra vida.

Es que a veces la vida se vuelve una habitación sin ventanas, una penumbra donde falta el aire, como si el sol se hubiera apagado. La mirada se siente vacía, no encuentra referencias y las palabras parecen incapaces de pronunciar algunos nombres, como si hubieran caído en un olvido imprescindible. Acudir a la naturaleza siempre ayuda a recuperarse. Fijar la mirada en la superficie del río ejerce un poder hipnótico que desdibuja los límites, induce a afinar y confiar en los sentidos, escuchar el rumor y avanzar a tientas. Cierta dosis de coraje brota de ese entorno ajeno a los sinsabores humanos que se mueve en la dimensión del silencio, sin opiniones guardadas ni puntos de vista defendidos. Y luego de un rato, con algo de viento a favor, es posible que las cosas recobren su nombre.

Semblanzas del corazón de la vida

El vértigo de la comprensión puede resultar arrasador pero es al mismo tiempo una fuente de plenitud y paz.

Hay una herida que nace con nosotros y nos acompaña cada día. Es un desgarro que todos llevamos dentro y expresa una faceta humana singular. Es la herida de la incertidumbre y su asimetría, el degarro íntimo de la incomprensión. Paradójicamente, en la aceptación de la fragilidad, la complejidad y el misterio mismo brota la necesidad de hacer virtud la incomodidad a través de recursos propios. Es puro arte el modo en que la vida se cambia a sí misma en cada uno.

Nuestros dolores emocionales siempre están vinculados a las cosas que nos importan. Cuando nos mostramos abiertos, íntimos y vulnerables como una elección, ya no podemos volver atrás porque asumimos el compromiso de no vivir en la ignorancia que niega la imperfección y debilidad humana. Las emociones son poderosas y vale la pena afrontar el malestar de lidiar con ellas porque también son punto de partida para el despliegue más auténtico de lo que somos. Cuando asumimos el protagonismo consciente de nuestra vida nos liberamos de la trampa de estar viviendo la historia que está contando otro en nuestra mente. Y la incertidumbre se convierte en compañera de viaje y no en un obstáculo a vencer.

Encuentro profunda paz en la intimidad del vínculo con lo natural. Brota con calidez un estado del corazón que impulsa a confiar en el sentido del cambio. Las expectativas de cómo deberían ser las cosas desaparecen y hacen espacio a la anchura acogedora en que la atemporalidad reina. Es un estado de inmersión en la experiencia del momento. Quizá eso sea el estado de gracia a mi medida…

Ansia, anhelo o afán son términos que usamos para describir el deseo incontenible, que es también necesidad, de volver una y otra vez sobre algo. En ese sentido se convierte en religioso. Poner en duda el límite, cuestionar lo dado por cierto o lo que parece obvio es una forma de estar en el mundo. ¿Y si no fuera así? La pregunta corre la frontera de lo conocido, de toda demarcación arbitraria, estira nuestras capacidades, expande la realidad de lo posible.
A veces describimos como «natural» un orden que no lo es sino que «está naturalizado» porque es utilitario, porque conviene a alguien o algunos que así sea. ¿Cómo descubrirlo si aceptamos pasivamente o sin sentido crítico lo que se presenta como verdad? Es que a veces, ser realista implica ir por lo que parece imposible y no dar por sentado nada. Entonces la pregunta se convierte en sagrada y encarna un acto de respeto, amor y compasión.

Ubicar el cuerpo y la mente en un estado natural sugiere un equilibrio dinámico entre relajarse y mantener una conciencia lista para la acción, sin tensión pero vigilante y claro, agudo y calmado, con nitidez y suavidad. Es un estado de la energía vital sumamente atento y lúcido. Es mi práctica diaria para cultivar la presencia y me ofrece un cambio radical en la forma de sentir la vida. Es un aspecto clave para conectar con la dimensión profunda de lo cotidiano y apartarme de los extremos.

Más cerca del corazón de la vida, más profundo dentro de su silencio, los animales conocen este mundo de una manera en que nunca lo haremos. Siempre están mirando desde el aquí y el ahora. En la levedad de su espíritu y sus sentidos atentos se percibe la libertad de lo natural. En la quietud de sus ojos se deja ver la confianza esencial que los anima. Ojalá pudiéramos dejar que nuestro costado animal limpie nuestros corazones y que el sol, la lluvia y el viento bautice nuestras mentes.

Las teorías, ideas, argumentos así como los juicios que consideramos verdaderos, con frecuencia nos separan. El sentido de la verdad, en cambio, siempre nos une porque proviene de nuestra sensibilidad más profunda. Nunca nos perdemos cuando descansamos en el sentido de la verdad en nosotros, en esa presencia íntima y lúcida que reconoce al yo en el otro. Es que entonces no hay ninguna posición que respaldar ni nada que defender. Este es el privilegio de la comprensión despojada de dogmas.

                          «En algún momento, si tenemos suerte, un viento inesperado destruirá                                 nuestro castillo de naipes y nos liberará de los recintos falsamente seguros en los que nos hemos metido.» (Ali Schultz)

Es una bendición el reconocimiento de la fugacidad de toda experiencia y particularmente conmovedor reparar en que el futuro de todo momento grato es su desaparición. De algún modo la transitoriedad es una sombra que acompaña cada instancia de la vida y de una manera extraña, la memoria es el lugar donde todos los fragmentos se reúnen secretamente buscando algo de permanencia. Vivimos de paradoja en paradoja en un proceso de transfiguración mientras la vida, confiadamente, se recrea a sí misma a través de nuestras experiencias.

La belleza no es un atributo de lo que vemos sino una evocación de lo sagrado en la experiencia. La conciencia toma contacto directo con la realidad y recuerda algo en lo profundo, una pertenencia mutua entre su propio ser y lo observado. Se reconoce a sí misma en unidad con lo que existe. El arte, la naturaleza, la música son vías directas a la experiencia espiritual libre de creencias preconcebidas.

En el mundo natural cada individualidad parece tener facilidad para ser lo que es. Nadie parece forzado a ser de una forma o en una dirección. ¡Hay tantas formas de ver lo que nos rodea! Percibimos a través de la mente y los sentidos pero experimentamos a través de la emoción. Tantas veces creemos que lo extraordinario es algo que buscar pero simplemente sucede en la presencia. La conciencia y la realidad se toman de la mano al saborear la unidad de todo lo que existe. Es una dicha serena que resuena en la comprensión sentida como un eco de la pertenencia.

Toda diferencia y separación colapsan por sí mismas frente al reconocimiento de la naturaleza satisfecha y pacífica de la conciencia. Morar en ella es un profundo y significativo estado meditativo y no requiere creer en nada ni hacer nada especial. Afirmarse en la conciencia de ser consciente es el estado natural del ser producto del contacto con la experiencia y nos conecta a la majestuosidad de la vida.

Ante una pregunta, la mente se orienta hacia un camino que la lleve a la respuesta. La mayoría de las veces, sin darse tiempo para explorar la pregunta y considerar opciones. Ese camino es una serie de pensamientos que son diferentes para cada uno. Así vamos por la vida tomando decisiones casi inadvertidamente. Pero cuanto más sutil es la pregunta las capas de pensamientos, sentimientos y percepciones asociados se vuelven más difusos. En mi experiencia, las preguntas más significativas son las que la búsqueda de respuestas se disuelve en la misma pregunta. Es que a veces, quedarse sin palabras frente a la emoción, tanto a su abrigo como desamparo, es la respuesta de la presencia consciente.

 

De fragilidades y fortalezas

En nuestra mente está la posibilidad de borrar el horizonte o expandirlo. En nuestras manos están las pequeñas acciones que le dan sentido a lo finito. 

Tomarse a uno mismo con menos seriedad es tarea impostergable. Las identificaciones que nos hacen sentir seguros son al mismo tiempo nuestro límite. Somos una representación titubeante que sólo se mantiene viva a través del hábito y el relato que nos contamos. Pero no es fácil darse cuenta que vulnerabilidad no es debilidad sino la posibilidad de sentir con intensidad, de intimar con nuestra esencia y tocar la belleza del mundo en su fragilidad. Cuanto más aferrados a nuestras ideas y creencias más nos golpearán los avatares de la vida. ¿Tiene sentido perdernos de tanto para ganar tan poco?

A veces requiere de cuantiosa lucidez no agobiar una escena con nuestras inefables interpretaciones. Es que la experiencia directa viene a nosotros sin necesidad de nuestra manipulación. Y resulta evidente que no espera nada de nosotros aún cuando nos invita a ser parte. Es casi un acto de generosidad salir de la estrechez mental que se concentra en lo que quiere ver y retroceder algunos pasos para adoptar una perspectiva más amplia. Observar el panorama general le da forma a la posibilidad y crea opciones.

Naturalizamos una forma de contacto con las situaciones cotidianas que busca el resultado utilitario. Sin darnos cuenta convertimos el «estado de espera» en una estructura mental con la que afrontamos las circunstancias. Un modelo mental que condiciona, que genera confusión y nos impide saborear la riqueza de la vida. Proponerse estar en «contacto continuo» con la realidad es una forma de cultivar la atención, de estar plenamente conscientes sin esperar de ella con expectativas personalizadas. Esto nos conecta con los acontecimientos desde un fondo esencial que es creativo y frontal. Entonces la participación se vuelve directa, constante, generosa y la resultante es mera consecuencia.

Apertura es tolerancia amplia, sin prejuicios, libre de rechazo o apego. Estos días resulta imprescindible cultivar una conciencia de apertura para discernir y no dejarse arrastrar por opiniones viscerales, interesadas o directamente mezquinas que disfrazadas de justas no hacen más que alimentar el odio y la violencia buscando su propio negocio. Apertura es una actitud que admite el error y escucha para corregir. Apertura es una condición que ofrece ayuda y propone opciones. ¿Se puede crear paz alimentando la furia? Es que a veces resulta urgente frenar y trascender nuestras preferencias para serenar el ánimo y vincularnos con los demás en una dimensión más profunda.

¿Cuál es la diferencia entre los buenos y los malos? Que los buenos somos siempre nosotros. ¿Ellos? Ellos siempre son los malos y resulta irremediable rechazarlos. Nada más efectivo para ratificarse como bueno que confinar el mal a una distancia prudente a fin de neutralizarlo. Nada alivia más que estar del lado de los buenos, de esos que tienen la valentía de identificar al mal encarnado en otros y eliminar el espacio de lo discutible. Con el mal no se conversa, se lo somete. De ambigüedades nada, incoherentes son ellos y a nosotros nos sobran argumentos… ¡Cómo tranquiliza ubicar al mal en algún lado fuera de nosotros mismos!

¿Qué relación hay entre lo bello y lo bueno? ¿Puede la belleza tener que ver con la moral? ¿Lo bello siempre es una invocación ética a hacer el bien? ¿Qué pasa cuando una propuesta estética es una genialidad que exalta el mal? ¿Te incomoda? ¿Deja de ser bella? ¿Nunca quisiste que el coyote se comiera crudo al correcaminos? ¿Seguro que no?

Algo interesante siempre surge de cuestionar creencias, de confrontar certezas que se dan por descontadas, de analizar naturalizaciones que no son otra cosa que construcciones orientadas a un fin. Después de todo, ¿ser es natural o un arte en construcción?

¡Qué tema es el perdón y el resentimiento acumulado que lo impide! A veces confundimos perdonar con olvidar el daño o creer que implica aprobar una conducta errada. Sin embargo, perdonar no exime de responsabilidad ni modifica un comportamiento que causó dolor sino elimina obstáculos en nuestro propio corazón y nos libera del control destructivo que las heridas abiertas ejercen sobre nosotros. Evaluar si es justo perdonar nos aleja de la posibilidad de deshacernos del desprecio que contrae nuestro corazón al vivir en el resentimiento. No deberíamos depender de cambios o reconocimientos ajenos para sanar nuestros sentimientos. Perdonar remite a nuestro mundo interno, es tarea de uno. ¿A qué conduce obstinarse en el enojo? ¿No será que nos identificamos con la herida y normalizamos el papel de víctima? ¿No será que tememos no saber quiénes somos si perdonamos y nos liberamos de la pena? ¿No será que deberíamos asumir lo que somos con aceptación humana dejando de depositar culpas por lo que no somos fuera de nosotros?
En fin… nada especial, las cosas son como son. La fragilidad de la vida muestra lo importante. Y siempre depende de nosotros qué miramos y qué hacemos con lo que vemos.

Estos días son ideales para abrirse a zonas inexploradas, reconciliarse con el tiempo improductivo, poner en juego las paradojas… Un tiempo para ahondar en el desierto de lo real, en la riqueza ilimitada del vacío fecundo. Un tiempo para elaborar sobre nuestras interpretaciones y construcciones de sentido para trascender las aparentes dicotomías que tanto tranquilizan. Un tiempo para abrazar la mística de la verdad y su carácter esquivo sin devaluarla con relativismos simplistas. Porque la mentira esconde una finalidad, no es porque sí; y hasta el autoengaño más elaborado que justifica lo incorrecto es insostenible para quien recupera el contacto con su interioridad.

Con la madurez, porque los años no son garantía, fructifica la observación reflexiva y viene en compañía de ciertas verificaciones significativas. Que la realidad humana es ambigua, fluctuante y compleja es una de ellas. Es notable como deja de tener sentido un mundo en que el bien, el mal, la verdad o la falsedad están tan claramente delimitados que no hay espacio para matices. Uno ve como se aleja el mundo de las certezas infantiles y las seguridades tan necesarias en otro tiempo. Uno siente la necesidad de andar por cuenta propia y descansar en el propio discernimiento aún al precio de no ser comprendido o aceptado. Es una necesidad que crece al amparo del autorrespeto, que busca alumbrar conclusiones en base a la experiencia directa y entendimiento de primera mano.  Es sorprendente cómo las diferencias dejan de ser obstáculo en las relaciones interpersonales. Es que la única divergencia real pasa por el nivel de conciencia y el único obstáculo para armonizar es el egoísmo.

Casi inadvertidamente, buscamos nuestro reflejo en la trampa de cualquier pantalla. Pero nuestra imagen real solo es reflejada por un espejo que nuestros hábitos extraviaron: el de la contemplación, el de los horizontes, el de la mirada profunda. Es el espejo que no refleja tu rostro ni tu silueta pero sí tu esencia: el del mundo natural.