De la paz de las preguntas y la soledad habitada.

Habita en la naturaleza una delicada soledad. Una sabiduría amable que es afín a nuestra discreta timidez. La costa del mar con su sincronizado movimiento deleita la mirada humana. Nos seduce y atrapa. A la mente desconcertada le agrada pasear por la playa e impregnarse de ese ritmo con el que el mar llega y retrocede. Libera los nudos que crea el pensamiento. Los suelta y armoniza para que ocupen su lugar. Es la paz invisible que se hace visible y nos renueva cuando tomamos conciencia de lo eterno y lo impermanente, de la profunda afinidad que existe en el reflejo del silencio.

No se trata de convertirse en alguien solitario sino de aprender a vivir dentro del silencio de la propia soledad. De renunciar a los mundos que no nos pertenecen y estar en paz. La soledad no es un peso, es el umbral de una conexión profunda con todas las cosas.
El error es sentirse aislado. Todo espera por nosotros. Incluso en el momento más inesperado podemos captar la grandiosa diversidad, la extraordinaria presencia que acompaña y acoge nuestro propio tono. La atención se convierte entonces en la disciplina oculta de la familiaridad.

» Sentirte abandonado es negar la intimidad de tu entorno.» (David Whyte)

La vida adquiere la forma en que habitamos nuestros días, horas y momentos. La vida es movimiento y el despliegue de nuestros anhelos más íntimos le ponen el ritmo. Si vivimos replegados en algún confín del alma, no es raro que la vida se convierta en pura hostilidad. Es nuestra tarea reconocernos y reconvertir las formas en que nos vinculamos para notar lo asombroso de este mundo que constituimos y nos constituye. Nadie puede hacernos el favor de hacerlo por nosotros.

Podemos formularnos muchas clases de preguntas. Las hay estériles y fértiles, para eruditos y para gorriones. Las hay estimulantes e inútiles, están las retóricas que patean tachos y las que demandan respuesta con su urgencia. Pero hay algunas que son un despertador convertidas en poesía.
Los Gansos Salvajes
¿Quién hizo al mundo?
¿Quién hizo al cisne, y al oso negro?
¿Quién hizo a la langosta?
Esta langosta, quiero decir-
la que acaba de lanzarse desde el pasto
la que come azúcar de mi mano,
la que mueve sus mandíbulas
hacia atrás y hacia adelante,
en vez de arriba y abajo-
la que mira a su alrededor con sus ojos
enormes y complicados.
Ahora levanta sus pálidos antebrazos
y se lava la cara meticulosamente.
Ahora abre las alas de un brinco, y se va flotando.
Yo no sé qué es exactamente un rezo.
Sí sé prestar atención, sé cómo caerme
sobre el pasto, cómo arrodillarme en el pasto,
cómo ser ociosa y bendita, cómo pasear por los prados
que es lo que he estado haciendo todo el día,
Dime, ¿qué debiera haber hecho?
¿No es que todo muere al fin, y demasiado pronto?
Dime, ¿qué piensas hacer tú
con tu vida única,
salvaje, preciosa?
(Mary Oliver)

Del filo de las palabras y toda su crudeza.

«Vamos, no seas marica», le dijo el profesor de natación a Juan al pedir una toalla  para salir de la pileta porque tenía frío. Él tenía ocho años de edad e iba a natación como parte de las actividades de la escuela. Todos sus amigos empezaron a reírse. «Marica, marica…», le gritaron, y el profesor, lejos de hacerlos callar, los alentó. Nunca más volvió a nadar hasta que empezó a hacer gimnasia acuática a los sesenta junto a Lucas, su pareja de los últimos dieciocho años.

“¿Quién quiere más torta?”, preguntó Charlie en el cumple de su hija. Ella festejaba sus catorce años y había invitado a sus amigos de la escuela a su casa. Ella estaba contenta y con entusiasmo le dijo: ¡yo, papá…! “Vos no mi amor, tenés que cuidarte porque vas a seguir engordando”, le disparó Charlie delante de todos sin ninguna medida. Ella aguantó la vergüenza como pudo hasta que se fueron y se refugió en su cuarto pensando en lo triste que era ser gorda.

«Tu dibujo no tiene nada que lo destaque, es común”, le dijo su profesora de dibujo apenas iniciado el primer año del secundario. Para ella, dibujo era la materia preferida en la primaria y realmente dibujaba muy bien. Se había destacado en concursos y exposiciones del distrito. Pero ese año casi se lleva la materia. No volvió a dibujar hasta pasados los cincuenta y cinco, cuando tomó coraje pintando mandalas por recomendación de su terapeuta.

“Nena, no seas así, cuando seas grande no te van a querer ni los perros…”, era la frase que ella usaba para retar a su hija cuando hacía o decía algo que le parecía mal. Una frase corta con la contundencia del látigo, directa, sin ninguna conciencia del daño que podía causar. Más tarde, cuando le preguntaban, ella siempre decía que había educado a su hija con mucho amor. Que hizo lo mejor que pudo. En nombre de ese amor dijo frases como esa…

Muchas veces no prestamos la suficiente atención y decimos cosas que marcan y hacen daño a los que queremos. Son frases jodidamente desafortunadas, de esas que sería preferible haberse mordido la lengua o haberse quedado afónico de golpe en lugar de ser pronunciadas. Porque no importa cuántas horas de terapia les dediquemos para desarticularlas ni cuánto esfuerzo espiritual hagamos para quitarles poder, seguirán allí, rondando y haciéndonos la vida una hiel en el momento más inoportuno. Son frases que en nuestros relatos aparecen como exageradas, como que las recordamos mal. Porque no puede haber tanta maldad ni tamaña mala intención en quien las pronunció. Pero es entonces, cuando haciendo una íntima revisión en la privacidad de nuestro mundo interno, nos damos cuenta con toda crudeza de esas palabras que nos marcaron y se afincaron en el inconsciente. No nos mataron, pero la grieta en el corazón causó estragos y nos condicionó atrozmente.

Lo bueno es que llega un día, un momento de la vida en que finalmente sacamos uno por uno todos los puñales que nos clavaron en el alma. Nos miramos con cierta timidez en el espejo y descubrimos que no importa, que no fueron dichas con intención de dañar, que los autores de pronunciar tamañas salvajadas en forma de sentencias, lo hicieron desde su propia inconsciencia. Ellos cargaban con sus propias frases desgraciadas. Es entonces cuando llega el perdón y sentimos que vamos sanando poco y poco. Y más tarde, cuando el tiempo y nuestra madurez lo permiten, llega la compasión. Es ahí cuando recuperamos nuestra dignidad y las ganas de nadar, comer torta y dibujar. Nos deja de importar la opinión de los demás y ya no tenemos miedo a quedarnos solos. Porque es una realidad que no solamente nos quieren los perros…

Sería bueno que todos pensemos y pongamos atención en lo que decimos y cómo lo decimos. Cultivemos la sensatez de hablar con criterio, priorizando lo humano de nuestras necesidades y vulnerabilidades compartidas. Porque las palabras pueden herir y tardar muchos años en recomponer el daño. Y a veces el daño es tan profundo que no tiene arreglo. Porque a las palabras, no se las lleva el viento.

De la meditación, sus recursos y la conciencia.

La vida es un gran río en rápido movimiento y todo su curso está sujeto a la fuerza de su poder. Nuestro condicionamiento a hacer en lugar de ser es implacable: Sobrevivir y autolimitarnos. Esto nos conduce a sufrir en muchos niveles. La práctica de la meditación es una oportunidad para actuar de forma revolucionaria y radical, para ir contra la corriente de nuestro condicionamiento con el fin de aliviar el sufrimiento, ser compasivos y cultivar el verdadero bienestar.

Meditar significa parar y tomar conciencia de nuestro estado interno, conectar con la bondad y la compasión profunda para dar nacimiento a un espacio de conciencia donde hablar y actuar se desarrolla con amabilidad y consideración por uno mismo y los demás seres.

La meditación cultiva el espacio entre el estímulo y la respuesta para desarrollarnos en nuestra verdadera libertad, un espacio abierto donde podemos ser testigos de los condicionamientos que afectan nuestro juicio y capacidad para adaptarnos a las situaciones con dignidad y autorrespeto. Al darnos cuenta, la primera respuesta es no causar daño a los demás ni a nosotros mismos.

Probablemente la felicidad sea una búsqueda equivocada y vivir con bienestar existencial se trate de estar completamente vivos en el presente, con aceptación y sin resistencias de ningún tipo. Cultivar el coraje y la perseverancia para aprender a convivir con la incomodidad de la incertidumbre, el dolor o la pérdida y confiar en que la impermanencia tiene su propia lógica.

Si cada uno de nosotros nos hiciéramos cargo de lo que pensamos, hablamos y actuamos, el impacto en la comunidad que integramos sería ilimitado. El mundo estaría impregnado de compasión, bondad y complementación para crear juntos en lugar de unos contra otros para superarnos en competencias y reconocimiento. Creo en un mundo donde podamos expresar nuestra individualidad honrando y respetando nuestras diferencias y enriqueciéndonos espiritualmente en la diversidad.

La mejor manera de influir sobre los demás es modelar la propia conciencia con amor y libertad para expresarlo a través de nuestro comportamiento. Si creemos que el camino espiritual es fácil y rápido de implementar como seguir un método o las instrucciones de un manual, no vamos a estar preparados para el trabajo real y la transformación genuina. Todo lo que es falso en nosotros, las barreras y defensas emocionales que ya no son útiles y las creencias limitantes deben caer y dejar de ser el filtro con el que transitamos la vida para fluir en el constante cambio que la inunda. Los verdaderos tesoros ocultos son los que se pueden descubrir sólo a través del compromiso sostenido con el cambio.

No hay una fórmula ganadora ni una talla única para el proceso, el camino es misterioso, complejo y totalmente individual. Sin sermones acerca de teorías de lo correcto y mucho más experimentando una forma diferente de estar con y para los demás desde el centro de uno mismo. Estar juntos de esta manera es posible: Presentes, abiertos, atentos, cálidos y disponibles.

Puedo dar fe que el viaje interior nutre y crea satisfacción por sí mismo con una sensación cotidiana de riqueza y plenitud.

Del corazón de la duda y su mensaje.

La duda nos mantiene flexibles, curiosos, preparados para el asombro, abiertos a la posibilidad de lo diferente. Y nos protege de uno de los más grandes y dolorosos errores: La arrogancia. Incluso la confusión nos humaniza y nos reencuentra con lo sagrado que habita en la paradoja. Porque honrar los miedos no implica aferrarnos a ellos, ni reconocer y aceptar la tristeza regodearnos en ella.

No se trata de dudar como método sino de dejarse llevar por la emoción en una exploración consciente, lúcida, llena de vitalidad. El corazón de la experiencia de dudar y ser amables con nuestras sensaciones alberga la plenitud del misterio, cobija nuestra vulnerabilidad, nos amiga con el enigma y nos conecta con la humildad y la integridad. Sin negar nada, la magnificencia de la vida asoma en el horizonte sin estridencias, casi ordinariamente natural. Toda forma de fundamentalismo colapsa frente a las verdades que no comprendemos pero aceptamos desde nuestra pequeñez sin resistencias. No somos más que nadie ni menos que nada siendo quienes somos, parte de un algo misterioso, inasequible, que tiene su propio tiempo y ritmo para mostrarse. Aún cuando la duda suele desconcertarnos.

Podemos ver en cada amanecer como la vida es con su pacífico transcurrir, cada día se abre paso así como cada cambio de estación para dar su mensaje. Interpretamos como podemos, decodificamos a los tumbos, pero el mensaje sigue imperturbable.
Confío en el mensaje que trae la incomodidad de la duda. La reivindico como un acto de militancia por la verdad.

Cuando sientas dolor, tristeza o angustia,
Cuando la ira o el miedo vengan a visitarte,
Cuando la duda o la frustración se muevan en ti,
Cuando la amargura aparezca de la nada,
No te apresures a eliminar esos sentimientos.
No saltes a conclusiones,
o pretendas que no estás en donde estás.

Hazles una pequeña reverencia.
Reconoce su presencia.
Regálales un espacio para respirar.

Nada de eso es un enemigo, ni un error.
No se trata de castigos.
No son signos de tu fracaso.
No son tu ‘culpa’.

No te compares con los demás.
Confía en este momento. Presta atención a tus visitantes.

Son movimientos de energía,
niños pequeños,
anhelando recibir una caricia con amor.

No están en contra de la vida,
sólo son partes de ella,
deseando ser vistas, incluidas, acogidas
en la inmensidad del momento.

Porque ya estás cansado de huir, ¿no es así?
y cansado de fingir que estás perfecto,
y cansado de perseguir estados de dicha,
y cansado de toda esta búsqueda,
y deseas descansar,
y darle la bienvenida
a lo que nunca pudiste evitar.

Cuando sientas dolor, tristeza o angustia,
Cuando la ira o el miedo vengan a visitarte,
Cuando la duda o la frustración se muevan en ti,
Cuando la amargura aparezca de la nada,

¡C e l é b r a l o !

(Jeff Foster)

Del cambio, el enfoque y la cruda presencia.

Basamos nuestras vidas en la búsqueda de la felicidad y la evasión del sufrimiento, pero lo mejor que podemos hacer para nosotros mismos – y para el planeta – es cambiar por completo nuestra manera de pensar.

En un nivel muy básico, todos los seres creen que deberían ser felices. Cuando la vida se vuelve difícil o dolorosa, sentimos que algo ha salido mal. Esto no sería un gran problema excepto por el hecho de que cuando sentimos que algo ha salido mal, estamos dispuestos a hacer cualquier cosa para sentirnos bien de nuevo. Incluso iniciar una lucha.

Según las enseñanzas budistas, la dificultad es inevitable en la vida humana. Por una razón: no podemos escapar la realidad de la muerte. Pero también existen las realidades del envejecimiento, la enfermedad, el no conseguir lo que queremos, u obtener lo que no deseamos. Esta clase de dificultades son hechos de la vida. Incluso si fueras el mismo Buda, si fueras una persona completamente iluminada, experimentarías la muerte, la enfermedad, el envejecimiento, la tristeza de perder lo que amas. Todo esto te pasaría a ti. Si te quemas o te cortas, te dolería.

Pero las enseñanzas budistas también dicen que esto no es realmente lo que causa la miseria en nuestras vidas. Lo que causa la miseria es nuestro intento de escapar de los hechos de la vida, siempre tratar de evitar el dolor y buscar la felicidad – este sentido que tenemos con respecto a que podríamos tener seguridad duradera y felicidad a nuestra disposición si tan sólo hiciéramos lo correcto.

En esta vida podemos hacernos un gran favor a nosotros mismos y a este planeta cambiando por completo nuestra vieja manera de pensar. Como Shantideva, autor de ‘Guide to the Bodhisattva’s Way of Life’, (traducido como Guía para el modo de vivir del bodhisattva) señala: el sufrimiento tiene mucho que enseñarnos. Si utilizamos la oportunidad cuando se presenta, el sufrimiento nos motiva a buscar respuestas. Mucha gente, incluida yo misma, llega al camino espiritual a causa de una profunda infelicidad. El sufrimiento también nos puede enseñar empatía para con los demás que están en el mismo barco. Por otra parte, el sufrimiento puede hacernos más humildes. Incluso el más arrogante entre nosotros puede ser ablandado por la perdida de alguien muy querido.

Sin embargo, resulta tan básico para nosotros sentir que las cosas deben salirnos bien, y que si comenzamos a sentirnos deprimidos, solos, o inadecuados, es porque debió haber algún tipo de error o porque algo hicimos mal. En realidad, cuando nos sentimos deprimidos, solos, traicionados, o cuando surge en nosotros cualquier sentimiento indeseable, es un momento importante en el camino espiritual. Aquí es donde la verdadera transformación puede tener lugar.

Mientras sigamos atrapados en la constante búsqueda de la seguridad y la felicidad, en lugar de honrar el sabor y el aroma y la calidad de lo que exactamente está pasando; mientras sigamos huyendo del malestar, seguiremos atrapados en un ciclo de infelicidad y decepción, y nos sentiremos cada vez más débiles. Este modo de ver nos ayuda a desarrollar fuerza interior.

Y lo que es especialmente alentador es el reconocimiento de que la fuerza interior está disponible para nosotros justo en el momento cuando creemos que hemos tocado fondo, cuando las cosas están en su peor momento. En lugar de preguntarnos: “¿Cómo puedo encontrar seguridad y felicidad?” podríamos preguntarnos: “¿Puedo tocar el centro de mi dolor? ¿Me puedo sentar con el sufrimiento, tanto con el mío como con el tuyo, sin hacer el intento de desaparecerlo? ¿Puedo mantenerme presente ante el dolor de la pérdida y la desgracia – ante la decepción en todas sus formas – y dejar que me abra?” Este es el truco.

Hay varias maneras de ver lo que sucede cuando nos sentimos amenazados. En momentos de angustia – de rabia, de frustración, de fracaso – podemos observar cómo nos enganchamos y cómo se intensifica shenpa. La traducción habitual de shenpa es “apego,” sin embargo este término no expresa adecuadamente el significado completo. Pienso en shenpa como “engancharse.” Otra definición que utiliza Dzigar Kongtrul Rinpoche, es la “carga” – la carga detrás de nuestros pensamientos, palabras y acciones, la carga detrás del “me gusta” y el “no me gusta.”

También pude ser útil cambiar nuestro enfoque y observar cómo ponemos barreras. En esos momentos podemos observar cómo nos retiramos y nos ensimismamos. Nos volvemos secos, amargos, miedosos; nos derrumbamos, o nos endurecemos debido al temor a que venga más miedo. De un cierto viejo modo familiar, automáticamente erigimos un escudo protector y nuestro egocentrismo se intensifica.

Pero este es el momento justo en el que podemos hacer algo diferente. Justo en ese punto, a través de la práctica, nos podemos llegar a familiarizar con las barreras que ponemos alrededor de nuestros corazones y alrededor de todo nuestro ser. Podemos entrar en intimidad con la forma en que nos escondemos, nos adormecemos, o nos congelamos. Y la intimidad que nos hace conocer tan bien esas barreras, es lo que comienza a desmantelarlas. Sorprendentemente, cuando les damos toda nuestra atención, comienzan a desmoronarse.

En última instancia, todas las prácticas que he mencionado son simplemente formas en que podemos ir disolviendo esas barreras. Ya sea que se trate de aprender a estar presentes a través de la meditación sentada, reconociendo shenpa, o practicando la paciencia; estos son métodos para disolver los muros de protección que automáticamente erigimos.

Cuando levantamos las barreras, y el sentido del ‘yo’ como algo separado de ‘ti’ se hace más fuerte, allí mismo, en medio de las dificultades y el dolor, todo el asunto podría dar todo un giro si tan solo no levantáramos ninguna barrera; al simplemente permanecer abiertos a la dificultad, a los sentimientos por los que estamos pasando; por el simple hecho de no contarnos a nosotros mismos lo que está ocurriendo. Ese es un paso revolucionario. Hacernos íntimos con el dolor es la clave para cambiar justo en el núcleo de nuestro ser – mantenernos abiertos a todo lo que experimentamos, permitir que el filo de los tiempos difíciles nos perforen el corazón, permitiendo que esos tiempos nos abran, que nos hagan más humildes, y que nos hagan más sabios y más valientes.

Deja que la dificultad te transforme. Y lo hará. En mi experiencia, sólo necesitamos ayuda para aprender a no huir.

Si estamos listos para intentar mantenernos presentes con nuestro dolor, uno de los mayores apoyos que podemos encontrar es cultivar la calidez y la simplicidad de la bodhichitta. La palabra bodhichitta tiene muchas traducciones, pero probablemente la más común sea: “corazón despierto.” La palabra se refiere a un anhelo de despertar de la ignorancia y el engaño para ser capaces de ayudar a otros a hacer lo mismo. Poner nuestro despertar personal en un marco mucho más grande, incluso planetariamente, establece una diferencia bastante significativa. Nos da una perspectiva más vasta con respecto a la razón de por qué llevamos a cabo este a menudo difícil trabajo.

Hay dos clases de bodhichitta: la relativa y la absoluta. La bodhichitta relativa incluye compasión y maitri. Chögyam Trungpa Rinpoche traduce maitri como “amistad incondicional con uno mismo.” Esta amistad incondicional significa tener una relación imparcial con todas las partes de tu ser. Así, en el contexto del trabajo con el dolor, esto significa establecer una relación íntima, compasiva y sincera con todas esas partes de nosotros mismos que generalmente no queremos tocar.

Algunas personas encuentran las enseñanzas que ofrezco útiles porque les animo a ser amables con ellos mismos, pero esto no significa que tengamos que mimar nuestra neurosis. La bondad que yo aprendí de mis maestros, y que me gustaría mucho transmitir a los demás, es una bondad hacia todas las cualidades de nuestro ser. Las cualidades con las que cuesta más trabajo ser bondadoso son aquellas que resultan dolorosas, en las que nos sentimos avergonzados, como si no perteneciéramos, como si hubiéramos echado todo a perder, cuando todo se nos está desmoronando. Maitri significa: quedarnos con nosotros mismos cuando nos hemos quedado sin nada, cuando sentimos que somos unos perdedores. Y se convierte en la base para extender esa misma amistad incondicional hacia los demás.

Si hay partes enteras de ti mismo de las que sueles huir, y que incluso hasta sientes que tienes una justificación para huir, entonces vas a huir de cualquier cosa que te ponga en contacto con tus sentimientos de inseguridad.

Y ¿has notado qué tan a menudo esas partes de nosotros son tocadas? Cuanto más te cercas a una situación o a una persona, más afloran estos sentimientos. A menudo, cuando estás en una relación, todo comienza muy bien, pero cuando se vuelve más íntima y comienza a emerger tu neurosis, simplemente te empiezan a dar ganas de escapar de ahí.

Así que estoy aquí para decirte que el camino hacia la paz está justo ahí, cuando sientes el deseo de huir. Puedes navegar a través de la vida no dejando que nada te toque, pero si realmente quieres vivir plenamente, si quieres participar en la vida, tener relaciones genuinas con otras personas, con los animales, con la situación del mundo, definitivamente vas a tener que vivir la experiencia de sentirte provocado, de engancharte, de shenpa. No sólo vas a sentir dicha. El mensaje es que cuando esos sentimientos surgen, no se trata de ningún fracaso. Es la oportunidad que tienes de cultivar maitri, una amistad incondicional hacia tu perfecto e imperfecto ser.

La bodhichitta relativa también incluye el despertar de la compasión. Uno de los significados de la compasión es “sufrir con,” estar dispuesto a sufrir con los demás. Esto significa que en el grado en el que puedas trabajar con la totalidad de tu ser – tus prejuicios, tus sentimientos de fracaso, tu autocompasión, tu depresión, tu rabia, tus adicciones, más te vas a conectar con otras personas desde esa totalidad. Y será una relación entre iguales. Serás capaz de sentir el dolor de otra gente como el tuyo propio. Y serás capaz de sentir tu propio dolor y saber que está siendo compartido por millones.

La bodhichitta absoluta, también conocida como shunyata, es la dimensión abierta de nuestro ser, el corazón y la mente completamente abiertos. Sin etiquetas de “tú” y “yo,” “enemigo” y “amigo,” la bodhichitta absoluta siempre está aquí. Cultivar la bodhichitta absoluta significa tener una relación no-conceptual con el mundo, sin prejuicios; es tener una relación directa, sin editar con la realidad.

Ese es el valor de la práctica de la meditación sentada. Te entrenas para volver al momento presente sin adornos, una y otra vez. Cualquier pensamiento que surge en tu mente, lo tratas con ecuanimidad y aprendes a dejar que se disuelva. No hay ningún rechazo hacia los pensamientos y emociones que afloran; más bien, nos damos cuenta que los pensamientos y las emociones no son tan sólidas como creíamos que eran.

Se requiere de valentía para entrenarse en la amistad incondicional, se requiere de valentía para entrenar ese “sufrir con,” se requiere de valentía para quedarse con el dolor cuando surge y no huir o levantar barreras. Se requiere de valentía para no morder el anzuelo y dejarse arrastrar. Pero conforme lo hacemos, la realización de la bodhichitta absoluta, la experiencia de qué tan abierta y sin restricciones realmente es nuestra mente, comienza a abrirse paso en nosotros. Como resultado de sentirnos más cómodos tanto con las altas como con las bajas de nuestra vida ordinaria, esta realización se hace más fuerte.

Comenzamos echándole un vistazo más de cerca a nuestra previsible tendencia de engancharnos, de separarnos de nosotros mismos, de encerrarnos en nosotros mismos y levantar muros. A medida que entramos en intimidad con estas tendencias, se vuelven gradualmente más transparentes, y vemos que en realidad hay espacio, un espacio ilimitado, un espacio capaz de acoger. Esto no quiere decir que ahora la vida sea felicidad y comodidad permanente. Ese espacio incluye dolor.

Aún podemos seguir siendo traicionados, podemos seguir siendo odiados. Podemos seguir sintiéndonos confundidos y tristes. Lo que ya no haremos es morder el anzuelo. Lo agradable ocurre. Lo desagradable ocurre. Lo neutral ocurre. Lo que gradualmente aprendemos es a no dejar de estar plenamente presentes. Necesitamos entrenar en este nivel tan básico debido al sufrimiento generalizado que hay en el mundo. Si no nos entrenamos centímetro a centímetro, un momento a la vez, en superar nuestro miedo al dolor, entonces estaremos demasiado limitados en cuanto a nuestra capacidad de ayudar. Estaremos limitados para ayudarnos a nosotros mismos, y limitados para ayudar a todos los demás. Así que comencemos con nosotros mismos, justo donde estamos, aquí y ahora.

(Extractado de “Practicing Peace in Times of War», Pema Chodron)

De la ética de vivir y la espiritualidad cotidiana.

Muchas veces justificamos un comportamiento poco ético y moralmente repudiable en el dolor inconsciente, el de la infancia o el no trabajado. El volvernos egoístas pasa así a tener un argumento lógico que lo sostenga aún en gente que podríamos considerar “buena”. Toda la doctrina de la reencarnación y el karma que sostienen las tradiciones espirituales orientales es fuente de un comportamiento ético para sus creyentes y establece una frontera para el obrar incorrecto. Puesto que las acciones de hoy darán sus frutos en el futuro (léase en esta vida o las siguientes) la noción sirve como límite para las acciones repudiables. En el mismo orden, se justifica a los afortunados que viven bien hoy en su buen karma pasado.

Pero conviene no perder de vista que hay gente exitosa y que disfruta de la vida ignorando por completo estas ideas y sus similares de premio y castigo  del cristianismo. La crueldad y la psicopatía tienen su espacio en esta vida y a veces asociado a un vistoso bienestar.

Creo que el punto fundamental para vivir una vida anclada en valores o principios espirituales y elegir el camino de la empatía, el respeto y la compasión no pasa por negar que se puede vivir sin que los demás importen y sentirse bien sino optar por transitar el propio camino independientemente de las elecciones ajenas. Poco debería importarme cómo construye su felicidad ese otro que en mis términos es inmoral o ejecuta actos reñidos con la ética. Ese es su camino y el mío es otro.

Realmente no veo necesario creer en la reencarnación ni motivarnos en una vida futura de fortuna para llevar una vida moral y éticamente aceptable en el presente y lo cotidiano. La clave para ser responsable y respetuoso pasa por aprender a gestionar el dolor eficientemente y así no buscar alguna forma de compensación en el afuera por lo que sentimos. No es un dar para recibir ni un hacer buenos actos para que la vida me retribuya con el mismo criterio simplista del cielo y el infierno con el que la mayoría fuimos educados en occidente. En lo personal, el sistema de premios y castigos  no lo deseo para mi vida.

A medida que aumenta la comprensión del misterio de la vida y se acepta la realidad y el sufrimiento como parte de ella sin resistencias en el corazón, es posible transitar nuestro paso por este mundo con sensibilidad, amabilidad, generosidad y cuidado de otros y con otros. El poder espiritual para enfrentar la adversidad se incrementa naturalmente y con él nuestra capacidad para gestionar en el modo en que atravesamos las escenas. El beneficio es para todos y el primer paso para lograrlo es que lo hagamos cada uno en nuestra propia vida.

Maestro, veo que a veces te ríes solo. ¿Es que tienes lindos recuerdos de algo o alguien? No hijo, no hay recuerdos; río por mi naturaleza. Los seres humanos somos todos esquizofrénicos, duales, pensamos en blanco y negro, hacemos y no hacemos, amamos y odiamos al mismo tiempo, estamos y nos preocupamos por estar. ¿Qué te extraña que ría si a veces lloro?

De las expectativas, los miedos y la vulnerabilidad.

Aprender a convivir con lo que no podemos cambiar es una forma de liberación. Darnos permiso para sentir miedo y prescindir de él para salir al encuentro de la combinación ganadora que conduzca a decidir con amor a lo que crece. Los acontecimientos de la vida forjan la travesía de existir, nos enseñan a convivir con los misterios, con lo inexplicable, disolviendo los fantasmas y la desesperanza.  Las puertas se abren sin necesidad de empujarlas cuando aceptamos nuestras expectativas y decepciones como parte del proceso que es la vida. No somos perfectos y más bien somos vulnerables por distintos flancos sin que signifique que somos defectuosos. Transformarse es conquistarse además de conocerse, es aprender a contenernos para integrar nuestras partes menos lúcidas, es desvelar la esencia de la verdad y que somos huérfanos en su búsqueda.

Con o sin nuestro consentimiento la vida nos muestra lo necesario aún cuando no encaje con nuestras ilusiones y no sepamos distinguirlo. No en vano la búsqueda de la verdad es un viaje hacia las interioridades de la conciencia para desentrañar las respuestas a las preguntas eternas,  para comprobar que no se crece en comprensión hasta observar las situaciones sin juzgarlas ni atarse a ellas, sin desear que sean diferentes ni temer a sus consecuencias. Pero, ¿cuánta verdad somos capaces de soportar? Aceptar que nuestras experiencias vitales transcurren en ciclos, en etapas caracterizadas por esa curva en forma de campana donde las cosas ascienden, se estabilizan y declinan para extinguirse. Qué todo cambia y todo acaba. ¿Es qué hay algo con sentido ahí afuera? Porque la vida no siempre es justa, la gente no siempre es amorosa o leal y no hay puerto seguro más allá de nuestro refugio interno, más allá del cobijo de nuestro espacio emocional privado construido con ladrillos de amor por lo que somos sin depender de nada ni de la aprobación de nadie.

¿Qué es todo esto que llamamos realidad? Es un hecho que algunas cosas suceden de acuerdo a nuestros planes y otras en contra o a pesar de ellos. Paradojalmente, lo que aceptamos sin condiciones nos fortalece para aceptar lo inmodificable que demanda de nuestra aceptación sin rechazos ni resistencias. Cuando aceptamos que no tenemos el control, sentimos una sensación de libertad.  La vida no siempre es justa e inevitablemente en algunos momentos sentiremos dolor y podemos sufrir. Crecer y madurar consiste un poco en aceptarlo. Dirigirnos hacia aquello que más desearíamos evitar hace que nuestras barreras y corazas se vuelvan permeables. Si concebimos la vida como un sistema podremos observar cómo todo converge hacia su propio equilibrio con aparente arbitrariedad, distinguir el patrón que tiende al encuentro coherente que cohesiona más allá de las creencias e ideologías. Y donde la lógica personal ve disyuntivas que afligen hasta el hastío.

El corazón no puede romperse, porque su misma naturaleza es abierta y blanda. Lo que se rompe cuando vemos las cosas tal y como son, es el caparazón protector de la identidad del yo que hemos construido alrededor nuestro con el fin de evitar os sentimientos de dolor. Cuando el corazón sale de caparazón, nos sentimos crudos y vulnerables. Sin embargo, ése es también el comienzo de los sentimientos reales de compasión hacia nosotros mismos y los demás. (John Welwood)

Del amor auténtico y la espiritualidad burguesa.

Que Pedro suele resultar una compañía estimulante y le agrega valor a cualquier conversación no es novedad. Sus comentarios suelen provocar que más de uno abandone sus propios asuntos para poner atención a lo que dice el musculoso. No sé si tendrá alguna relación pero en ayunas regala momentos de lucidez. Mientras esperaba el diario del domingo con una mirada lujuriosa hacia las medialunas parecía estar pensando en voz alta sumergido en un mar de pensamientos:
«La vida es un puente colgante entre estados de conciencia y el error es tratar de construir un refugio donde no hay en qué apoyarlo. Es lógico y razonable que no todos tengamos el deseo de una real comprensión de la verdad. Es un pequeño infierno cotidiano lidiar con nuestras angustias sabiendo que la vía de la aceptación en primordial para cualquier intento de aliviar el sufrimiento de existir tanto propio como de los otros.

Vivimos dispersos en cuanta superficialidad es posible transitar para distraernos o ensimismados en nuestras propias necesidades, como si el mundo externo fuera un error, aislados frente a las injusticias y dedicados a la autosatisfacción como derecho primordial. El vacío existencial ahora se atiende de formas más sofisticadas que pasarse de copas, comer demás, correr una maratón sexual o salir de compras. ¿Te fijaste cuántos “corredores” que tenemos alrededor? La atención plena o mindfulness llegó como un producto para sentirse bien extraído de la góndola de autobienestar al estilo burgués pero sin ninguna consideración ética hacia los demás, nuestra interdependencia y los padecimientos humanos. Es una forma de autoindulgencia. Una espiritualidad mercantilista para desarrollar habilidades emocionales destinadas a optimizar el rendimiento y fabricar líderes más eficaces e influyentes. Más de lo mismo y no justamente de Uno Mismo.

Estar atento es una actitud imprescindible para ser compasivo con uno mismo y con los demás. Es básico no ser la causa de un perjuicio adicional o agregar dolor a lo evidente. Pero para considerar este aspecto primario al que accedemos a través de la meditación es necesario replantearse las razones por las que la indagación, observación y análisis tienen sentido. Estamos tan acostumbrados a buscarle la utilidad a todo que las preguntas existenciales también se vuelven ligeras y amenas cuando en realidad no lo son. ¿Qué es todo esto? ¿Qué es la realidad, el pensamiento y eso que llamamos vida? ¿Y yo que soy y qué importancia tengo en este juego? ¿Hay un sentido en el vivir o solo se trata de pasar el tiempo?

Porque volvernos conscientes de nosotros mismos implica también abrir los ojos hacia los demás y considerar nuestra humanidad compartida en sentido amplio donde el agradecimiento, la amabilidad y la compasión no sean enunciados políticamente correctos sino formas de transitar la vida.
Un comportamiento coherente con la intención de vivir compasivamente es dejar de proyectar sobre los demás las exigencias insaciables de nuestros apegos menos conscientes. Ser muy honestos con nosotros mismos y no dejarle lugar al autoengaño como paliativo necesario porque no lo es. La honestidad puede resultar muy dolorosa al principio. Pero a medio plazo es muy liberadora. Nos permite afrontar la verdad acerca de quiénes somos y de cómo nos relacionamos con nuestro mundo interior. El yo y los deseos propios tienen que estar a la par de los demás en un marco de respeto y consideración que promueva el compartir y darse de manera auténtica, sin imposturas ni pseudocomportamientos virtuosos.

No hay espacio para el amor cuando hay demanda hacia el otro o la escena porque la real carencia es de aceptación de nuestra transitoriedad e impermanencia de todo lo que consideramos nuestra vida

 

 

«La reflexión puede ser consciencia, pero el amor hace alma» (James Hillman)

 

De la realidad y su naturaleza.

Entender la naturaleza de la realidad es una búsqueda permanente en el ser humano. Encontrar el sentido de lo que existe, de lo que percibimos y su relación con nuestro propio ser y estar. Hay un espacio de conciencia, un refugio íntimo de paz que nos aguarda en el silencio como una compañía eterna a nuestra esencia divina. Cuando nuestro corazón siente esa clase de amor profundo que abraza la vida estamos conectados a la claridad de nuestra naturaleza verdadera. Aceptamos las escenas tal como son, sentimos confianza y seguridad en nuestra capacidad para desplegar alternativas sin cuestionar ni buscar razones que justifiquen o expliquen nada.

Cuando nos abrimos a la experiencia de estar solo presentes, al gozo del único momento real sin pasado ni futuro, podemos tocar la perfección y sentir ese profundo agradecimiento por ser conscientes, estar despiertos a la vida y ver más allá de lo evidente.

Hasta que no soltamos la manipulación de la realidad a través de nuestras experiencias subjetivas, cargadas de interpretaciones y explicaciones fundadas en creencias que condicionan la percepción no es posible entender la naturaleza de la realidad. Hace falta confiar también en lo que no entendemos, aceptar y rendirnos al misterio de lo incognoscible para disfrutar de las olas de la vida.

Volvernos serenos es la base para experimentar estados de conciencia que nos permitan fluir en la verdadera libertad del ser espiritual viviendo en un cuerpo físico.

Toma una posición cómoda, cierra los ojos o fíjalos con suavidad en un punto por delante de ti sin ver. Solo contempla en reposo. Realiza algunas respiraciones conscientes, inhala lenta y profundamente, llenando los pulmones y luego exhala sin prisa, al tiempo que sientes tu cuerpo, relajas las zonas tensas, tu mente descansa en la respiración y suavemente suelta las resistencias. Dirige tu atención a recorrer tu cuerpo y sus sensaciones. Siente la vibración de la vida en los pequeños movimientos, frío o calor, músculos firmes o relajados. Tómate unos minutos para el recorrido consciente, para danzar en las sensaciones. 

Invita a tu conciencia a recibir los sonidos que escuchas dejándolos fluir a través de ti. Ábrete al cambiante entorno y sus sonidos escuchando con tus oídos y toda tu atención consciente. Percibe, capta y disfruta unos minutos de la exploración al sumergirte en la levedad de la experiencia. 

Deja que tu conciencia reciba las luces e imágenes que lleguen. Formas, sombras, destellos. Presta atención a tus sensaciones, siente el espacio a tu alrededor y vuélvete receptivo a los olores del aire. Descubre qué es oler como si nunca lo hayas hecho.  

Ahora deja que los sentidos se abran con el cuerpo y la mente relajados y receptivos. Siente la experiencia de la vida que fluye libremente a través de ti. Observa el flujo cambiante de la vida sin juzgar, su vitalidad y presencia.  Goza este espacio de presencia silenciosa y ábrete a sostener esta conciencia en lo que hagas luego. Lentamente regresa al mundo de la acción, con movimientos lentos en tus extremidades. Estás listo para sostener esa experiencia de paz en la acción. Quietud en la inquietud, sosiego en el desasosiego. 

 

De uno mismo, del aprecio y el trato amable.

La espiritualidad nos enseña que, cuando estamos dispuestos a trabajar sobre nosotros mismos, apreciar-se es algo que puede aprenderse. Porque no se trata de mostrarse de modo de recibir el halago externo sino de estar en paz con quienes somos. Y eso es algo que solo cada uno sabe. Reconocernos en nuestras virtudes, tratarnos con amabilidad y compasión frente a alguna falta de destreza para enfrentar una situación, vernos en el espejo y ver más allá de la imagen. Para poder construir un vínculo con nosotros mismos auténtico, desde una conciencia que distingue lo importante, lo esencial, lo que marca la diferencia en nuestro propio crecimiento espiritual es necesario asumir el desafío con una profunda honestidad.

A lo largo de la vida todos transitamos por momentos de dolor que calan más o menos profundamente. No hay modo de huir de lo incómodo, lo difícil o lo doloroso por mucho tiempo sin pagar el precio. Nunca la solución es evitar abordarlo porque con ello lo perpetuamos, lo hacemos intransitable y lo volvemos parte de nuestra identidad. Miedos, carencias, rencores, envidias, abandonos que evitamos, que hacemos de cuenta que no existen pero corroen silenciosamente nuestro corazón y nos limitan en nuestras relaciones con los demás y el mundo. Establecen una frontera que divide, que impide y nos vuelve prisioneros de nuestra propia insatisfacción.

Comenzar a apreciarse es decidir dejar de mentirse. Abandonar el autoengaño que nos hace vivir en la apariencia de la normalidad. Para hacerlo debemos enfrentar la inercia del hábito, observar y explorar con compromiso y determinación sin violentarnos mediante el severo juez interno que hablará de nuestras inadecuaciones. Requiere tomar conciencia de la necesidad de desvelar, de correr el velo que disimula la verdad que habita en nuestro refugio silencioso y confiar en el valor que tenemos como seres humanos únicos e irrepetibles. Abrirnos al dolor y sentirlo puede conducirnos de regreso en el camino hacia la paz perdida. Resulta muy liberador, aunque parezca simple, tener muy presente que la imperfección es parte indefectible de la vida humana, que no hay ningún individuo que sea perfecto, que nadie que esté exento de ignorancia o que no cometa errores y necesite mejorar en algún área de su vida.  Es una necesidad vital admitir nuestra vulnerabilidad con compasión, ser autocompasivos y tratarnos con amabilidad frente esa realidad.

Definitivamente, no puede ser feliz quien no puede ser sensible frente al dolor. Nuestro grado de espiritualidad se mide también por lo que hacemos con las verdades de la vida. Observar, reconocer y aceptar son verbos que pueden ayudarnos a evitar construir falsos refugios que nos guarecen de la vida misma sin resolver nada.