Del mirar y el ver de cada mañana.

A veces la mañana es esperanza. Otras es nostalgia de la vida no abrazada que parece deuda. La mañana entonces invita a pensar, imaginar y soñar a lo lejos.

Todo lo que escribo nace en esa intimidad que lo hace personal. Cuando algo pasa por la cabeza y el corazón se vuelve mucho más biográfico que el territorio de los hechos. Aún cuando podría expresarme a través de alguno de los personajes que me constituyen y dan forma, lo más difícil es hacerlo desde uno mismo, despojadamente. Lo que siento es que, si no puedo conectar con quién soy en su real dimensión a través de las palabras y el tono que uso, entonces no podría llegar a nadie. Y siempre lo hago con la esperanza que ocasionalmente brote algo que estimule alguna pregunta interesante en otros.

Es llamativo como a veces la memoria siembra de susurros la mente. Las ausencias cobran vida como retazos de aquellas presencias. La experiencia se hace fibra y se siente tan auténtica como si fuera real aquí mismo. A medida que los días pasados se acumulan en años, aumenta la frecuencia en que la memoria se activa a partir de esos fragmentos que de tan guardados se volvieron secretos. Somos llevados de regreso a lugares que no existen y recibimos opiniones de gente que ya no está. Muchas veces me pregunto si habrá alguna diferencia entre imaginar algo o haberlo vivido, porque el espacio que ocupa y lo significativo que se vuelve lo hace muy parecido. Y entonces, uno de esos suspiros que arquea las cejas viene a rescatarme de la duda y devolverme al presente.

Es fácil sentirse atraído por la naturaleza y su esplendor. Muchas veces me pregunto si estoy ubicada en mi propio centro para captar la chispa divina que atraviesa la vida natural en todas sus formas o estoy consumiendo naturaleza. ¿Con qué estoy sintonizando? Nada como una caminata sin propósito en un entorno atractivo para darse cuenta. Un sano escepticismo me acompaña y me impulsa a ser humilde frente tanto que no sé. Trato de estar alerta porque no soy inmune al autoengaño, el ego siempre está buscando sus mejores galas espirituales para justificar sus preferencias.

Siempre hay algo que está naciendo a través nuestro, acompañando la melodía vital que espontáneamente brota ofrecida al descubrimiento.

La concentración y la quietud mental son la fundación en la que se apoya la observación ecuánime. Si no hay serenidad en los pensamientos inevitablemente, como producto de la observación desenfocada, surgen la atracción o el rechazo. Lo catalogado como agradable despierta el apego emocional mientras que lo desagradable impulsa la aversión. Disfruto practicar mientras camino porque los estímulos externos son intensos y ponen a prueba mi estado de conciencia.

Hay momentos en que la intensidad de la belleza de este mundo brota lujuriosa, como un canto silencioso que expresa la plenitud con desenfado. Me gusta pensar que esos momentos son un homenaje que la vida me hace con su regalo y yo le hago al percibirlo. Comunión perfecta en la que la mente se rinde al flujo sutil que vibra en ese brillo fugaz que nos hace uno. Tan inmensa es la abundancia de vida que nos cobija que si lo pensara, concluiría que es demasiada. Pero al sentirla, me dejo envolver y agradezco el privilegio de gozar de la maravilla cotidiana.

Ver la realidad esquematizada nos cierra. Las clasificaciones son prácticas pero engañosas. Cultivo una mirada abierta que una y otra vez tropieza con límites autoimpuestos pero que no se resigna. Una mirada atenta, que ya no persigue objetivos sino que está dispuesta a transgredir, que se anima a traspasar el umbral de los «debería» y los «hay que» hacia un espacio libre, allí donde lo imposible y lo irreversible nos hacen muecas.

 

Chispas de contemplación: Revalorizando lo efímero con claridad.

Que actualmente la palabra escrita no pasa por su mejor momento no es novedad. Se lee poco, la paciencia no abunda y hay escasa posibilidad que la atención se concentre en decodificar un párrafo sin saltearse palabras y una alta probabilidad que la mirada vaya rápidamente al final de la hoja para captar alguna conclusión cuando apenas se llegó al final de la primera oración.

No me lamento, es simplemente que esta clase de dinámica puede ser poco estimulante para la reflexión serena, elaborada, asimilada. En este contexto me parece especialmente útil que quienes sienten afinidad por ir a fondo en la observación de la realidad y aportar opinión argumentada lo hagan considerando el valor de lo breve. Existen distintas formas de ofrecer una idea que invite a la propia reflexión y me gusta el desafío de tener que adaptarme a los formatos nuevos adoptando un lenguaje claro sin demasiados artificios literarios. El estímulo no es sólo intelectual sino que exige una adaptación emocional que a veces representa el real esfuerzo.

Van aquí algunas reflexiones cortas nacidas en este ecosistema de lo efímero del que somos parte aún cuando reneguemos de él. Se pueden leer de forma independiente. Y si decides ir directo a la última, no pasa nada. Las anteriores seguirán en el mismo lugar esperando que vuelvas a ellas.

– Cada uno desempeña una función y diferentes límites en este mundo. Pero la función y el papel de cada uno cambian y evolucionan a lo largo de la vida. La tarea es ampliar los límites de nuestro comportamiento. Una forma práctica de hacerlo es observar el mundo a través de los ojos de otra persona puesto que a menudo nos centramos en nosotros mismos sin tomar en cuenta otras perspectivas y en particular durante una crisis.

– Cuando alguien llega con una verdad de esas que no se discuten resulta útil preguntarle cómo lo sabe. Porque siempre hay que distinguir si lo que dice proviene de lo que sabe, de lo que cree o de lo que desea. Esto es válido en todos los ámbitos pero es particularmente significativo cuando viene asociado a un pronóstico. Y si el pronóstico es económico, ni te cuento… porque la economía disociada de la política es pura teoría. La vocación por inventar certezas a veces parece ilimitada.

Más de una vez pensamos que lo que no sabemos nos hace cometer errores. Pero lo que realmente nos mete en problemas es lo que estamos seguros que sabemos y simplemente no es así.

– El techo ecológico a una mayor producción como constante de progreso es una realidad. Aquello que es necesario para sostener la vida, común a todos y evidentemente limitado, no puede tener un uso irrestricto. La propiedad, los derechos y la libertad constituyen una realidad relacional y no individual: Cuando algo es finito, lo que unos tienen demás, otros lo tienen de menos. Y en esto no hay de por medio ningún fundamentalismo ideológico. La ética de lo común no puede ser reducida a un debate ideológico porque nos involucra en nuestras necesidades más íntimas. Hay que buscar la construcción de un bienestar viable que contemple las necesidades a satisfacer respetando el límite de lo natural. De otra forma, el sistema sólo encontrará su equilibrio con exclusión. ¿De qué clase de humanidad estamos dispuestos a ser parte? ¿A qué estamos contribuyendo cuando consumimos lo que no necesitamos?

– Hay un tiempo para cada cosa: Un tiempo para crear y hacer, un tiempo para divertirse y distraerse, un tiempo para serenarse y apreciar. No son necesariamente secuenciales, a veces están vinculados al modo en que percibimos la experiencia. Quizá el máximo desafío está representado por los diversos aspectos en que la impermanencia está presente. Lidiar con el cambio exige flexibilidad y adaptación en forma constante. Pero se hace más evidente cuando tomamos conciencia que el ecuador de nuestra vida quedó atrás. Me encanta la sabiduría de la madurez, es un tiempo dulce. Un tiempo significativo, genuino y lleno de reconocimiento cuando logramos que el peso de las pérdidas y los deseos insatisfechos no nos aplasten. Es bueno envejecer con gracia y no como un problema a resolver. La impermanencia se vuelve cálida cuando despejamos el horizonte y nos abrimos camino como un compromiso con la vida que nos fue dada, valorando el mundo tal como es.

– Detenerse, mirar, hacerse preguntas, habitar en ellas… es cuestión de actitud. Todo se mueve. El ritmo de lo natural es un gran maestro. Así es como el límite de nuestra comprensión no silencia la curiosidad frente al misterio, aún cuando nos quedemos sin respuestas.

– Desde la cumbre del olvido de sí, es más fácil abrir los ojos y ver que la vida proporciona todo lo necesario para estar en paz. No sé si dejamos de verlo porque las posesiones nos cegaron o porque nos dejamos domesticar para dejar de mirar. La naturaleza es un poema perenne que endulza la amargura del sinsentido en que podemos llegar a convertir nuestras vidas. A veces casi antes del amanecer escucho cantar al búho que vive en la palmera de enfrente y creo que sólo por escucharlo ya vale la pena haber nacido. A veces me basta con la sorpresa, y cuánto me alegra que así sea.

– Se puede tratar de ir en busca de las causas originarias de un evento, pero conviene no perder de vista que siempre hay una causa de la causa interrelacionada con otra causa. A veces en el entusiasmo desmedido por encontrar explicaciones (en los casos más nobles y bienintencionados) no aceptamos las limitaciones de nuestra cognición. No es grave en sí mismo, de hecho es bastante humano y ponderable el entusiasmo. Lo grave es cuando ensayamos teorías que lo explican todo (cuál científicos amateurs ornamentados con una dosis de misticismo personal) y las afirmamos como verdades incontrastables.

– La ciencia y la espiritualidad van de la mano naturalmente frente a la asombrosa realidad de la que somos parte. Pensarlos como opuestos es no haberse detenido a observar de dónde surgimos y observarse desde fuera de las propias ideas. Los obstáculos son la deshumanización y el reduccionismo junto con la superstición y el fanatismo. No son las profesiones como medio de vida ni las poses estéticas frente a los eventos las que modificarán lo esencialmente insensato, inapropiado, injusto e inequitativo. Escaparse hacia la racionalidad materialista o huir hacia el útero materno no son vías lúcidas que resuelvan. Hasta que la conciencia humana no distinga la inutilidad y el daño que causan la avidez del deseo de poseer y controlar, los cambios sólo serán cosméticos. La armonía fundada en el amor y el respeto involucra ver la unidad que se expresa en la diferencia.

La verdad es como la poesía. Mucha gente dice apreciarla y habla sobre ella pero para poca forma parte de su vida.

– Es un gran desafío que lo que creemos saber no sea el límite de lo que vemos. ¡Tantas veces lo simbólico se mezcla con lo real y vemos lo que queremos ver e interpretamos lo que nuestro mundo interno reclama! Hay una necesidad práctica en buscar más allá de lo aparente y observar con cierto escepticismo, una urgencia vital mucho más que una cuestión filosófica. Conviene no perder de vista que demasiadas veces, la realidad tiene sus propios auspiciantes para que naturalicemos «ciertas realidades» que la conciencia despierta nunca permitiría.

De la paz de las preguntas y la soledad habitada.

Habita en la naturaleza una delicada soledad. Una sabiduría amable que es afín a nuestra discreta timidez. La costa del mar con su sincronizado movimiento deleita la mirada humana. Nos seduce y atrapa. A la mente desconcertada le agrada pasear por la playa e impregnarse de ese ritmo con el que el mar llega y retrocede. Libera los nudos que crea el pensamiento. Los suelta y armoniza para que ocupen su lugar. Es la paz invisible que se hace visible y nos renueva cuando tomamos conciencia de lo eterno y lo impermanente, de la profunda afinidad que existe en el reflejo del silencio.

No se trata de convertirse en alguien solitario sino de aprender a vivir dentro del silencio de la propia soledad. De renunciar a los mundos que no nos pertenecen y estar en paz. La soledad no es un peso, es el umbral de una conexión profunda con todas las cosas.
El error es sentirse aislado. Todo espera por nosotros. Incluso en el momento más inesperado podemos captar la grandiosa diversidad, la extraordinaria presencia que acompaña y acoge nuestro propio tono. La atención se convierte entonces en la disciplina oculta de la familiaridad.

» Sentirte abandonado es negar la intimidad de tu entorno.» (David Whyte)

La vida adquiere la forma en que habitamos nuestros días, horas y momentos. La vida es movimiento y el despliegue de nuestros anhelos más íntimos le ponen el ritmo. Si vivimos replegados en algún confín del alma, no es raro que la vida se convierta en pura hostilidad. Es nuestra tarea reconocernos y reconvertir las formas en que nos vinculamos para notar lo asombroso de este mundo que constituimos y nos constituye. Nadie puede hacernos el favor de hacerlo por nosotros.

Podemos formularnos muchas clases de preguntas. Las hay estériles y fértiles, para eruditos y para gorriones. Las hay estimulantes e inútiles, están las retóricas que patean tachos y las que demandan respuesta con su urgencia. Pero hay algunas que son un despertador convertidas en poesía.
Los Gansos Salvajes
¿Quién hizo al mundo?
¿Quién hizo al cisne, y al oso negro?
¿Quién hizo a la langosta?
Esta langosta, quiero decir-
la que acaba de lanzarse desde el pasto
la que come azúcar de mi mano,
la que mueve sus mandíbulas
hacia atrás y hacia adelante,
en vez de arriba y abajo-
la que mira a su alrededor con sus ojos
enormes y complicados.
Ahora levanta sus pálidos antebrazos
y se lava la cara meticulosamente.
Ahora abre las alas de un brinco, y se va flotando.
Yo no sé qué es exactamente un rezo.
Sí sé prestar atención, sé cómo caerme
sobre el pasto, cómo arrodillarme en el pasto,
cómo ser ociosa y bendita, cómo pasear por los prados
que es lo que he estado haciendo todo el día,
Dime, ¿qué debiera haber hecho?
¿No es que todo muere al fin, y demasiado pronto?
Dime, ¿qué piensas hacer tú
con tu vida única,
salvaje, preciosa?
(Mary Oliver)

De nuestras elecciones, los velos y lo genuino.

Cuando nos iniciamos en las prácticas que proponen las tradiciones orientales solemos fascinarnos y hasta llegamos a creer que por fin encontramos lo que buscábamos. Todas las respuestas nos hacen sentido. En cada explicación encontramos coherencia y vamos reconstruyendo casi inadvertidamente un nuevo sentido que reemplaza al anterior. Porque como adultos, todos llegamos con nuestro propio equipaje de creencias culturales y hábitos arraigados que condicionan nuestras interpretaciones.

Pero la realidad dista mucho de ser tan fácil como tamizarla con un nuevo sistema de creencias que reemplace al maltratado racionalismo occidental. Hace falta desarrollar un criterio propio que nos permita distinguir aquellos principios que son de aplicación universal de enseñanzas asociadas a una doctrina que trae novedad y frescura a nuestras argumentaciones pero sigue siendo una explicación parcial influida por una cosmovisión diferente.

Tomemos como ejemplo el extraordinario valor que se le da a «la experiencia» en el marco oriental  en contraposición al «pensamiento racional» en occidente. Buda dijo: No creas en nada porque otros lo digan, porque lo digan las tradiciones o te lo enseñen. Solo cree en aquello que hayas experimentado, verificado y aceptado después de someterlo al dictamen del discernimiento y a la voz de la conciencia.

Es fundamental no caer en el reduccionismo de creer que la experiencia personal y subjetiva valida con el peso de la verdad evidente a todo aquello que sentimos. Que algo sea vivido como una verdad que da sentido no significa que sea auténtica para todos ni le da el valor de principio o verdad universal. No olvidemos que la experiencia es también un método científico válido que no se refiere a esta clase de vivencias. Por otra parte, la afirmación atribuida a Buda señala el experimentar y luego filtrar a través del discernimiento y la conciencia como evidencia categórica de la necesidad de cultivar la capacidad de discernir y una conciencia clara. Y no es un tema menor, puesto que todos podemos experimentar algo que reafirma lo que creemos verdad y nubla nuestra claridad para discernirlo como verdadero o falso.

  “Identificarse con los propios estados mentales es la condición natural del ser humano; 

observarlos no es propio de esa condición, es el resultado de un entrenamiento,

algo así como un ejercicio de esquizofrenia controlada” (Chantal Maillard)

Zambullirse en lo nuevo y diferente puede ser una muy buena práctica espiritual para desarrollar la apertura y reconocer nuestros condicionamientos pero luego hace falta apelar a la integración con nuestros propios valores y «logros occidentales» en materia de conocimiento. No somos la mitad de un cerebro que ve solo racionalmente o solo emocionalmente sino un todo que busca la unidad para descansar y sostenerse en su equilibrio vital.

Incorporar el silencio interno a nuestra vida es un ofrecerse y confiar pero sin idealizar la experiencia. La espiritualidad que indaga la verdad y no se resigna al falso refugio de las respuestas preconcebidas es un viaje hacia la hondura de nuestro propio centro. Si no estamos en contacto con el eje de la vida que reside en ese mundo interno tomaremos como auténtico una simple interpretación que puede carecer de valor para el resto de las personas. La espiritualidad está impregnada de realidad o se convierte en otra forma dogmática de dominación y control pero con olor a incienso e iluminada por velas.
La vida desde el centro habita en la percepción de lo simple. Pero no hay ninguna lógica en afirmar que sea fácil.

 

El discípulo (que ya tenía su propio grupo a cargo) estaba preocupado y acudió al viejo maestro para plantear su dilema:

– Maestro, llevo tiempo en el camino, ¿tiene sentido seguir en el estudio y la duda?
Luego de un silencio que parecía no tener fin, el maestro respondió:
– La persona espiritualmente madura lee y sigue estudiando para desafiar sus certezas dejando un espacio llano para dudar y habitar en la pregunta. El espacio del no saber (que no es nihilismo ni ignorancia) es el ámbito abierto y receptivo que viabiliza la opción que trae novedad a su reflexión. El diferente y sus ideas son bienvenidos a ese espacio.
La persona que transita la etapa infantil de la espiritualidad (que no tiene que ver con el tiempo sino con el estado de su conciencia) habla con otros, se informa y lee para autoconfirmarse en sus certezas. Su seguridad reside en la uniformidad de pensamiento, le teme al diferente y ve como una amenaza angustiante que el distinto lo provoque en sus certidumbres.
Ya es tiempo para que saques tus propias conclusiones.

Del miedo y la resistencia

El miedo a lo incierto de la vida nos impulsa a ordenar los detalles de nuestro mundo de forma de sentir seguridad. Nos rodeamos de lo que nos gusta y nos protegemos de lo que nos disgusta. Fuimos arrojados a un mundo sin haberlo elegido y debemos convivir con la angustia de la incerteza con lo que nos anestesiamos en el entretenimiento, nos distraemos en un estado de inconsciencia.

Normalmente no nos damos cuenta que tan distraídos estamos, simplemente porque la distracción es un estado de no darse cuenta. La mayor parte del tiempo no registramos qué es lo que pasa aquí y ahora. Revivimos una versión editada del pasado, programando un futuro incierto. O nos complacemos imaginando estar en otra parte, en piloto automático, sin siquiera estar conscientes.

En vez de una personalidad coherente nos descubrimos acosados por vacíos y ambigüedades. El «Yo Soy» parece coherente solo debido al monólogo que continuamente repetimos, editamos, censuramos y embellecemos en nuestras mentes.

El presente se mueve entre el pasado y el futuro al igual que nuestra vida ronda entre el nacimiento y la muerte. Huimos del aterrador encuentro con el presente y su impermanencia como expresión de resistencia al cambio y a la angustia que implica. Algo dentro nuestro insiste en una forma fija, insensible a la angustia, que sobrevivirá a la muerte como algo de los otros.

La evasión de la intemperie de la vida está arraigada de forma implacable. Aún deseando estar alerta y atento en el momento actual, la mente nos arroja hacia las lujuriosas y desgastantes elaboraciones del pasado y futuro. Este anhelo de ser otro, de estar en otra parte, nos impregna el cuerpo, los sentimientos y percepciones, la voluntad y hasta la propia conciencia. 

«El dharma no es algo que hay que creer, sino algo que hay que hacer.» (Stephen Batchelor)

“Sigue a tu razón hasta donde pueda llevarte” (T. H. Huxley)

De la atención y la concentración

Si tan solo pudiéramos suspender el juicio y entregar una atención imparcial a lo que podemos observar, la percepción cambiaría radicalmente. En mi experiencia personal, la práctica del silencio cotidiano, la meditación en la acción y la introspección que indaga la profundidad de eso que somos a través de la mente que observa la mente y las emociones que expresa el cuerpo, me ha permitido desarrollar una práctica de utilidad que es la atención flotante (una expresión que conocí a través de Mark Epstein de la experiencia que identifiqué como tal).

Las tradiciones espirituales brindan recursos para la autorreflexión y así entender la posibilidad de transformar el sufrimiento en desdicha común dentro del proceso de observar lo que sentimos sin identificarnos con ello. La mente que se piensa a sí misma es un universo que requiere desapegarse de las ideas y concentrarse con una intención imparcial en la atención que descubre.

Lo auténtico del alma se expresa y crea en toda su amplitud solo en un espacio de confianza y surge desde extraños lugares del sí mismo que inclusive pueden ser desconocidos para el pensador. Porque no nos resulta sencillo expresarnos con autenticidad si vamos a ser juzgados. Fluir requiere encontrar nuestro propio cauce y no dejarse llevar porque sí. Preservarnos parecía ser una condición de alguna manera natural como seres humanos.Y hay un desafío a nuestra condición humana en la necesidad de mantenernos presentes a la experiencia a través de la capacidad de concentrarnos de manera autorreflexiva y no perdernos en nuestros pensamientos, sentimientos o planes.

La mente calmada es el entorno silencioso, ese estado de atención suspendido en el ahora que sirve de trampolín para la experiencia meditativa profunda. A medida que pasa el tiempo y avanzamos en esa exploración, las capas de la conciencia van dejando ver tesoros desconocidos que siempre estuvieron ahí y podemos conectar, mediante una mirada compasiva, con el auténtico yo transformándonos en cuidadores de nosotros mismos. Así es como el meditador experimentado deja de buscar en la ilusión del afuera lo que encuentra en la verdad del adentro y acepta la vida tal como es.