De las palabras y su valor vinculante.

El fenómeno de la vida es independiente de las etiquetas con que nombramos lo que pasa o la forma en que describimos lo que sentimos. Aún así necesitamos de las palabras y a veces nos aferramos a ellas en exceso sin analizar ni considerar implicancias. Pero la vida no es desde nuestra perspectiva sino a pesar de ella, del propio sueño personalizado que cataloga, clasifica y controla. Tanto que valoramos y defendemos nuestras opiniones sin darnos cuenta que filtran la percepción y a la hora de la verdad no cuentan. Es ese afán desesperado de no dejar de ser alguien que nos hace identificarnos con nuestros puntos de vista entallando el traje que nos calzamos cada día al abrir los ojos para salir al imaginario ruedo en que convertimos lo cotidiano. Es que la imagen de nosotros mismos que cuidadosamente construimos, nos hace sentir vistos por los demás, valorados, protegidos, seguros de existir. Pero nada ni nadie es más importante ni superior a nada porque la dimensión en que el todo armoniza implica la importancia relativa de cada cosa. Claro está, la mente parece no distinguirlo y trata de imponer su lógica cargada de condicionamientos. Casi sin darnos cuenta, incorporamos lo que pomposamente llamamos verdades y sin pudor, en su extremo, las consideramos universales haciendo más evidente nuestra visión autocentrada. Es que resulta imprescindible evaluar que tan diferentes somos, diferentes no sólo porque practicamos rituales caprichosos o nos separan malentendidos culturales. Indudablemente debe haber una razón para la alteridad y salir al encuentro del otro a partir de las coincidencias probablemente sea el camino más sabio.

En la difusa frontera del día y la noche mora la nostalgia de la duda, la sombra de lo incierto que es umbral a lo desconocido. Las palabras, arquitectas de la trama que incesantemente tejemos, buscan sosiego en el silencio, allí en el olvido donde sólo quedan sus huellas. También necesitan dejarse ir para no perderse. (Alice White)

A veces usamos palabras por costumbre o porque quedan bien, mientras que los hechos dejan ver que no se corresponden con su significado. Así pasa con la palabra compañero, cuando no hay el mínimo compañerismo o colega, cuando sólo se comparte título pero no la camaradería. Casi que el trabajar en el mismo ámbito u organización confirma el uso apropiado del término sin más análisis.

Pero dentro de este tipo de expresiones quizá la palabra hermano sea la más maltratada. Es que cuando el que habla no es el sentimiento se convierte en una etiqueta artificial más.
Un hermano es el que está ahí todo el tiempo, siempre disponible para escuchar y acompañar con la suficiente empatía como para respetar nuestro espacio y dejar saber que contamos con él. Aún cuando exista alguna clase de discordia, las dudas nos invadan y las pruebas sean severas, todo queda de lado frente a la urgencia porque lo que prevalece es procurarse el bien mutuo como prioridad.
De nada sirve llamarse hermanos porque se pertenece al mismo grupo religioso, deportivo, político, ideológico o espiritual para reafirmar la identificación si no se siente y se vive con sinceridad. Porque las formas pueden ser muy cuidadas pero la incoherencia queda a la vista a poco de observar con algo de detenimiento. Es que la uniformidad doctrinaria o de pensamiento no hacen más hermanos a los seres humanos sólo por compartir con alegría, fe y esperanza si frente a una diferencia de opinión el amor fraterno se desvanece.

Fruto del amor sincero es lo que uno honra y lo que cultiva poniendo interés auténtico. Conviene revisar de vez en cuando los lugares comunes y clichés en los que quedamos ridículamente atrapados dando exhibición de nuestra falta de congruencia interna.
Frente a la inmediatez y la superficialidad que parece apoderarse de todos los ámbitos del quehacer humano confío que mientras haya reflexión y personas dispuestas a no claudicar hay esperanza.

De la desintegración, los mapas y las etiquetas.

¿Son la naturaleza, el ser humano, la vida, la verdad o lo que es, unas realidades que pueden ser vistas como objetos de estudio? No me parece posible objetivar sin fraccionar y distorsionar la realidad. Es inevitable que sucedan controversias en torno a «las etiquetas y los mapas» que definimos en el afán de diferenciar. Así es como confundimos creencia con verdad y nos aferramos al cerco que delimita lo que hay que defender. Así nacen las ideologías que condicionan la interpretación de la realidad.
Es evidente que el pensamiento y su modelo mental consecuente tienen sus límites a la hora de tratar de comprender la naturaleza de lo real. Por eso se vuelve crucial la perspectiva, puesto que el punto de vista cambia el modo de aproximarse y conocer. Conviene reformular las supuestas certezas a la hora de abrir juicios hacia aquello con lo que confrontamos sin sentido: Estamos hablando idiomas diferentes.

En algún sentido, cada perspectiva de la verdad constituye el fruto de un razonamiento influido por las emociones que devienen de estar vivos. No nos damos cuenta de nuestros propios condicionamientos y solo los vemos en los demás. La desintegración y fragmentación que vemos en el mundo en el fruto de nuestras mezquindades, incoherencias y falacias reafirmadas por una mentalidad egoica que cree en sus propias ideas como si de la verdad última se tratara. Creemos vivir la vida que elegimos pero solo lo hacemos en la perspectiva de un parecer limitado que no se enriquece en el otro sino lo confronta en la descalificación. En este escenario todos perdemos. Percibimos la urgencia de un cambio, pero no será cualquier cambio el que materialice una realidad diferente. En lo más profundo de nuestras existencia colectiva, todo lo que conspira contra el bienestar y crecimiento es consecuencia de nuestras inconsciencias individuales. Debe cambiar el paradigma desde el que nos relacionamos, valorando y respetando las diferencias que no constituyen por sí mismas separación excluyente sino complementariedad. En el otro hay un yo que nos espera que no es separado de nosotros: El verdadero cambio es de conciencia.

La identificación con las creencias suele ser el mayor obstáculo para distinguir al dios de todas las cosas. Demos la bienvenida a las crisis que hacen tambalear la fe puesto que constituyen una oportunidad para revisar las certezas más cristalizadas que nos alejan de la verdad.

«Lo malo del falso dios es que nos impide ver al verdadero.» (Simone Weil)

Del cambio y la realidad que creamos.

Nos demos cuenta o no, nos guste o no, nos parezca más o menos lógico, vivimos el mundo que diseña el pensamiento. Probablemente no seamos del todo conscientes acerca de la tiranía de nuestra mirada pero más allá del aspecto está lo trascendente, el modo en que funcionan las cosas y la energía que las alimenta.

Tenemos una marcada tendencia a tomar posición y formarnos una opinión sobre lo que sucede. La mente tiene compulsión por la opinión y es por eso que debemos darle espacio a la incertidumbre como puerta de acceso para observar la manera en que se gestan las ideas. Es interesante darse cuenta cómo celebramos intensamente el tener una opinión sobre cosas que no sabemos y cómo la confusión es la verdadera protagonista. Para una mente abierta desde el estado de no saber siempre existe la posibilidad de considerar alternativas aunque parezcan contradictorias. Al tomar conciencia, cada situación se convierte un medio hábil para confrontar nuestros deseos, miedos y apegos. Frente a cada hecho que se presenta hay un mantra arrollador para liberarse de los prejuicios: «No debo sacar conclusiones prematuramente para que se adapten a la medida de mis sutiles necesidades mentales.»

La inmersión sistemática en las aguas profundas de la conciencia nos deja ver el para qué de la realidad que creamos. Siempre la creación de la realidad está al servicio de algo. Necesitamos claridad y audacia para desafiar la dinámica que diseña el mundo que vivimos. Si deseamos un cambio masivo debemos empujar nuestros propios puntos de vista, escuchar, estar dispuestos a aprender y salir de la rutina de nuestras propias ideas y certezas. Y luego movernos sistemáticamente hacia la coherencia con el ideal que da sentido.

«Una actitud fundada en el no saber da espacio y garantiza la grandeza del otro que no cabe ni siquiera en la imaginación. El silencio da el marco propicio para que ocurra el milagro del cambio.» (Alice White)

La meditación se convierte entonces es un invernadero, en un espacio de espera amable y creativo que deja crecer el cambio, que brinda confianza y construye juicio consciente.

 
 

Del yo, el ego y el discernimiento.

Cuando asumimos que estamos donde estamos y no dónde nos gustaría estar, es posible dar inicio a un proceso de auténtico desarrollo espiritual y lograr la ayuda que necesitamos para profundizar en nuestras aspiraciones. No es lo mismo estar implicado en una idea que comprometido en llevarla a la práctica. Es elemental ser honesto en toda la dimensión de la palabra para asumir que las ideas que tenemos sobre nosotros mismos suelen ser inexactas y generalmente sobredimensionadas.

Hablamos mucho y con cierta suficiencia sobre el EGO, ¿pero entendemos de qué estamos hablando? Navegar sobre la superficie de la idea puede resultar un gran descubrimiento en el principio del viaje de autoobservación, pero luego, al tratar de demostrarnos que lo conocemos y dominamos (vaya ego…) caemos en suposiciones, creencias, generalizaciones, prejuicios y malentendidos que demuestran lo resbaladizo del concepto.
Siendo el ego, un constructo tan elusivo y sutil, reducir sus complejidades a la simplificación descriptiva o al aforismo pomposo es sencillamente infantil. Hace falta humildad para enfrentarse a su incomprensión una y otra vez y volver intentar discernir.

El discernimiento espiritual es algo a cultivar y la máxima protección contra todas las formas de engaño. Creerse a salvo, saber lo suficiente o estar en la verdad son errores bastante comunes. Existe una cierta pasión que nos ata y otra que nos libera. El arte de discernir y discriminar hace la diferencia frente a la necesidad de evaluar y tomar decisiones: Reconocer, distinguir y seleccionar lo verdadero, apropiado, coherente y equilibrado frente a lo que no lo es. En última instancia, somos la expresión de un gran misterio y diversas las formas de entendernos a nosotros mismos y a la vida. Pero lo importante es aprender a tomar decisiones propias que nos satisfagan y contribuyan de manera positiva al mundo. Solo es posible decidir con sabiduría y madurez si aprendemos a gestionar nuestras emociones porque las vamos a seguir teniendo hasta la última respiración.

¿Quién eres tú, preguntó la oruga?
Pero como esa no era una forma demasiado alentadora de iniciar una conversación, Alicia replicó un tanto intimidada:
Apenas, señora, lo que soy en este momento… sé quién era la levantarme esta mañana, pero creo que, desde entonces, he cambiado en varias ocasiones.
(Lewis Carroll, Alicia en el País de las Maravillas)

De citas, personajes y la conciencia.

Estamos habitados por múltiples personajes. Somos una maraña de yoes irrumpiendo en la consciencia tratando de imponer sus puntos de vista. Todos y cada uno de los engaños de este mundo no son nada comparados con los que cometemos con nosotros mismos. Ser honesto con uno mismo es uno de los más duros desafíos de la vida e infinitamente más difícil que culpar y condenar a otros o al entorno. Lo más sencillo es reprimir, disimular y ocultar a través de máscaras constituidas por todas esas cualidades maravillosas y nobles virtudes que creemos tener. Rechazamos mirar y afrontar el dolor a causa del miedo pero al hacerlo nos causamos una clase de sufrimiento que se vuelve inexplicable para una mente acostumbrada a negar lo que siente y a no aceptar la realidad tal como es.

Hay una pasión que nos ata y otra que nos libera. El arte de discernir y discriminar hace la diferencia frente a la necesidad de decidir: Reconocer, distinguir y seleccionar lo verdadero, apropiado, coherente y equilibrado frente a lo que no lo es.
Somos la expresión de un gran misterio y diversas las formas de entendernos a nosotros mismos y a la vida. 

La madre de todas las batallas se libra dentro de uno mismo. Y el humor puede ser un alivio y un gran compañero de viaje: «Felices los que se ríen de sí mismos porque nunca terminarán de divertirse».

Y dijo Victoria Victimitis, asistente a tiempo parcial de Pedro el Gurú: «A veces los mejores amigos son aquellos que no están ahí cuando los necesitamos. Porque entonces tenemos que ir más allá de la necesidad y encontrar algo mucho más profundo que la comodidad de lo conocido donde sabemos desenvolvernos. Desear que algo sea diferente a como es se vuelve el pasaje al sufrimiento. Finalmente el corazón se llena de gratitud y crecemos en sabiduría al comprender.»

Y dijo Pedro el Gurú, mientras elongaba los gemelos contra el cordón de la vereda: «Ser consciente es también estar atento como presencia sensible, a las necesidades de los demás. El bienestar interior que solo satisface los deseos que giran alrededor del propio ombligo, aún cuando sean buenos deseos, son solo una forma espiritualizada de egoísmo.»

Y dijo Pedro, el gurú del gym, secándose la frente y tomando el acostumbrado trago de su misterioso batido: En el «emporio del siga siga» los que la pasan bien son los mudos condescendientes que silenciosamente disimulan lo que ven al no atreverse a expresar lo que piensan. Luego sobrevienen las contorsiones interpretativas que justifican los deseos con el disfraz de lo necesario. Mi error está en desear que sea diferente a lo que es y eso demuestra que todavía no estoy muy zen que digamos.

Y dijo El Tábano Alberto, el tanguero caminador de veredas porteñas, despuntando el vicio de la pregunta retórica mientras pateaba latas y botellas de plástico vacías:
– ¿La verdad nos hace libres o la libertad nos hace verdaderos?
– Respeto, pluralismo, tolerancia ¿son atolones en el océano Índico o estancias en la Patagonia?

Y dijo Pedro mientras se sacaba las zapatillas y escurría las medias: «Sabio es quien busca asomar aunque sea por un momento su cabeza al cielo y necio quien desespera por meter el cielo en su cabeza».

Y dijo Lady Pureza, la inmaculada sabia incógnita: «Reemplazar el miedo a Dios por el miedo al karma es una forma alternativa de no confrontar la naturaleza de nuestros propios miedos. No hay forma de liberarse de ellos sin comprender su origen con lo que implica hacerlo. Aunque mantenerse adormecido en algún falso refugio sigue siendo una opción.»

Y dijo Pedro, el silencioso maratonista de la vida, desde su perfil pragmático: «Porque no es suficiente hacer esfuerzos, pasarla mal y sufrir con resignación. No es cuestión de pasarse la vida chupando limones porque uno ama la sabiduría, la verdad y desea ser honesto. Estamos en esta vida para estudiarnos a nosotros mismos pero solo es posible mirando nuestro corazón con bondad dentro de nuestra horrible y deprimente confusión. Sin bondad, humor y compasión hacia lo que vemos la honestidad se vuelve un lugar sórdido y nos sentimos desgraciados.
Por eso, coraje pero con cordura, firmeza pero con suavidad. Siempre con delicadeza y cordialidad hacia lo que vemos en nuestro corazón para hacernos amigos de eso que vemos con altas dosis de compasión y cuidado.»

Y dijo el Dr. Ravan, el psicoanalista freelance de lo cotidiano: «Toneladas de apego moldean nuestros puntos de vista y calificativos. Los hechos son solo hechos pero cuando adjetivamos alrededor de ellos tratamos que sean conforme a nuestros deseos e influimos en la opinión de los demás.
La honestidad se parece a la raíz de un rosal. Tiene menos prensa, no busca la fama, se la deja a la flor. ¿Por qué será que las palabras sinceras suelen carecer de elegancia?»

Y dijo Gladys, la cosmiatra zen: «Quizá se trate de comprender que las verdaderas tinieblas no son las de nuestra oscuridad desbordante sino las de rendirse a ellas bajo el imperio de la impotencia y la aflicción. Porque también las carencias afirman, tienen su propio decir y maneras de confirmar su existencia para señalar algo. Cuesta más de lo deseable aprender a constatar que todo tiene un sentido a la espera de ser descifrado y que habitar nuestras ambig­üedades puede resultar incómodo e inquietante. Tanto así, que optamos por volvernos ciegos a nuestra propia oscuridad. Después de todo, las nubes hacen al cielo más humano para que el sol no nos encandile.»

Y dijo  Lady Pureza: «Lo que consideramos válido hoy, no necesariamente será válido mañana para nosotros mismos o para los demás. La validez está condicionada por muchas cosas, como todo en este mundo de permanente cambio. Es legítimo, lógico y coherente analizar, corregir, mejorar e inclusive descartar lo que ya no tiene sentido. Tomar lo que hoy es válido en forma descontextualizada es considerar mi apreciación como una verdad absoluta. Y no lo es.»

Y dijo Pedro: «Algunas personas piensan que están reflexionando cuando simplemente están reorganizando sus prejuicios. Es infinitamente más fácil verlo en los demás que darse cuenta cuando uno mismo lo está haciendo. Pero para poder darle un vistazo a la vida hay que dejar de juzgar lo que está bien y lo que está mal disolviendo las propias creencias y dualidades.»

Y dijo Pedro (sentado en el cordón mientras cambiaba la cámara de la rueda trasera de la bici): «La paz es el bonus track del cd del entendimiento. Si no hay verdadera comprensión creerás que sientes paz pero no durará. Pronto estarás cuestionando algo que se llevará esa paz superficial. Volverte pacífico es la consecuencia natural de comprender integrando los dos hemisferios cerebrales: el analizar le da forma a la idea y tu corazón la reconocerá como verdadera.»

Y dijo Pedro, con la medialuna enarbolada preguntando por su café y con algo de malhumor: «Frente a las situaciones siempre hay un gap, un espacio hueco que nos separa de ellas cuando aprendemos a observar. Ese espacio suele llenarse con pensamientos que siempre son una elección personal. Dependen de cada uno y no de la escena. Aprender a verlo nos hace libres de elegir qué pensar como un acto subjetivo frente a un hecho objetivo. Pero para eso hay que aprender a hacer un stop, parar y observar y luego recién seguir. Sin ese stop hay pocas posibilidades de entender y no habrá verdadera comprensión por más sabias que sean las enseñanzas espirituales. El conocimiento que no se practica es como una flor artificial: Las hay bonitas pero no tienen vida.»

Y dijo Ofelia Guillotina, el instrumento filoso, mientras degustaba su segundo té verde: «Ella estaba tan ocupada y entretenida en mantener su día a full que tuvo un accidente de tránsito, murió y le llevó un par de horas darse cuenta que ya no necesitaría su agenda».

Y la vida nos da la opción de dibujar el propio boceto en un proceso de revisión permanente o creer en el diseño de otro.

  «Un día sin chocolate es un día perdido».

De las explicaciones y argumentos.

Solemos darnos explicaciones para aliviarnos. Es que el miedo es un compañero fiel de nuestra condición humana y nos angustia la incertidumbre de no poder controlar lo que nos sucede cotidianamente. A veces creemos haber trascendido la necesidad de tenerlo todo controlado, nos sentimos muy inclusivos aceptando al que piensa diferente por el simple hecho de no contradecirlo pero luego el cuerpo en el que habitamos nos envía las señales de malestar. Es que nuestras vísceras suelen pensar con coherencia… y no cambian de opinión como nuestra mente.

La percepción selectiva suele escoger cuidadosamente sus testigos cuyo testimonio es consecuente con la necesidad que los invitó a ser parte. Los argumentos a favor de la creencia son siempre convincentes para quien la detenta. Así es como nos convencemos de lo que deseamos percibir y de la ficción en la que decidimos mantenernos.

La mayoría de nuestras decisiones son emocionales y las justificamos con argumentos lógicos porque nos consideramos seres racionales. Pero la autoconciencia requiere práctica para llevarla a un nivel superior al de ser conscientes de estar vivos y vinculados al mundo. No es solo eso. Podemos vivir el sueño de la ilusión pensando que estamos despiertos, conscientes, atentos y que somos rápidos y claros en nuestras decisiones. Pero sin virtud transformamos la práctica en un recurso útil y solamente eso. No alcanza con creernos lúcidos y aplicar herramientas prácticas sino que es necesario concentrarnos en determinar si lo que hacemos nace del amor o del miedo como premisa fundamental de nuestras acciones. Porque nuestra espiritualidad se deja ver, fluye como el río buscando su cauce y no requiere demostración de sus márgenes. Así como las flores, somos abiertos y receptivos al suave rocío y cerrados a la rigidez del aguacero.

Un asiduo visitante de la catedral de los fierros, ateo reconocido y orgulloso de serlo, casi increpó a Pedro, pacífico gurú del gym, con una pregunta crucial: 

– «¿Existe realmente un Dios?»

– «Para serte completamente sincero, no tengo respuesta», respondió Pedro.

– «Caramba, ¡eres ateo!

– «¡Claro que no! El ateo comete el error de negar algo de lo que no puede decirse nada. Y el teísta comete el error de afirmarlo.», contestó Pedro revolviendo el fondo de su licuado de zanahoria y apio porque era lunes.

De ideas, de personas y conflictos

En el acto de comunicar debe estar implícita la renuncia desde el corazón a cualquier forma de violencia para que sea posible discutir ideas y no puntos de vista a defender. Pese a que quizá no consideremos violenta nuestra actitud al hablar, nuestras palabras pueden ofender o causar pesar a los demás y luego herirnos a nosotros mismos al permitir que se instalen emociones que nos apartan de nuestra esencia pacífica. La idea superadora puede surgir de un espacio de debate honesto que busque comprender y aclarar el fondo de lo que se discute desde el pensamiento crítico y no buscar que se imponga la interpretación personal debido a la necesidad de demostrar equivocado al otro.

En ocasiones cometemos el error de personalizar el modo que expresamos un pensamiento o alguien puede malinterpretarlo ya sea desde su propia incapacidad de comprender o debido a que simplemente piensa diferente. En ambos casos el error profundo es no concentrarse en el punto que deseamos aclarar más allá de lo que cada uno sienta o piense del otro porque de lo contrario el vínculo se carga de emociones que condicionan cualquier posible espacio de construcción de ideas. En un conflicto, dos o más individuos con intereses contrapuestos entran en confrontación, oposición o emprenden acciones mutuamente antagonistas, con el objetivo de neutralizar, dañar o eliminar a la parte rival, incluso cuando tal confrontación sea verbal, para lograr así la consecución de los objetivos que motivaron dicha confrontación.

Es necesario distinguir y separar la observación de la evaluación. Cuando las mezclamos, la otra persona suele tener la impresión  que la estamos criticando y por lo tanto opone resistencia a lo que le decimos. Hay que evitar las generalizaciones estáticas que descalifican y usar observaciones específicas del momento, escena y contexto evitando etiquetar, categorizar o calificar.

Aprender a comprender el punto de vista del otro y defender el propio son habilidades imprescindibles para el desarrollo de una conducta virtuosa. Saber construir argumentos, reargumentar y contraargumentar, discutir respetuosamente, aprendiendo a extraer el valor de las posturas en tensión que enriquecen la propia, es una habilidad que nos forma como seres sociales. El debatir y ejercitar la construcción y defensa de argumentos ayuda a profundizar los puntos de vista y comprender de mejor manera la perspectiva de los demás.

La capacidad humana de contemplar ideas está asociada a la capacidad de razonar, autoreflexionar, desarrollar la creatividad y la habilidad de aplicar el intelecto para un amplio discernir. Las ideas dan lugar a los conceptos pero sin embargo debido a no haber desarrollado la capacidad de argumentar se expresan ideas con ausencia de reflexión seria que se apoyan en creencias. Al entrar en juego las creencias el espacio comienza a condicionarse porque se vuelve una discusión personal al incorporarse el juicio de valor sobre el otro (personas y conductas) porque no coincide su opinión con la nuestra (creencias o valores diferentes). En estos casos, es imprescindible dar un paso atrás y replantearse los medios que utilizamos para alcanzar el objetivo sin olvidarnos que quien está del otro lado es un ser humano con el que compartimos algo sagrado y que expresa seguramente necesidades comunes a nuestra condición humana. La tarea espiritual es preservar ese vínculo sagrado por sobre cualquier diferencia porque siempre es posible entenderse si nos desapegamos de la carga emocional que acompaña las ideas.

Desarrollar un lenguaje que propicie la compasión es una habilidad que se aprende y exige cierta precisión: No usemos el «siento que…» para describir ideas y pensamientos que no tienen vínculo con sentimientos sino que son elaboraciones mentales. No es lo mismo decir «tu expresión es violenta y descalificatoria» que «me asusta el uso de la violencia para resolver conflictos y valoro el uso de la palabra como recurso de encuentro humano».

Una actitud consciente es asumir la responsabilidad personal en el pesar que se causa al otro al no evaluar lo que pensamos, sentimos y el modo en que nos expresamos. Ser coherentes y crear relaciones lógicas entre el pensamiento, la palabra y la acción para evitar la contradicción es una manifestación de coherencia espiritual.  Más aún cuando desempeñamos el rol líderes de opinión o hablamos en nombre de un grupo por el grado de influencia que ejercemos en la formación de la opinión de quienes nos escuchan.

Disfrutar cuando damos y recibimos con compasión forma parte de nuestra naturaleza como seres espirituales.

 

Y si de coherencia hablamos…

El semáforo se puso amarillo justo cuando él iba a cruzar en su automóvil y, como era de esperar, hizo lo correcto: Se detuvo en la línea de paso para los peatones (aún cuando podría haber pasado la luz roja, acelerando a través de la intersección).
La mujer que estaba en el automóvil detrás de él estaba furiosa. Le tocó la bocina por un largo rato e hizo comentarios negativos en voz alta, ya que por su culpa no pudo avanzar a través de la intersección… y para colmo, se le cayó el celular y se le corrió el maquillaje.
En medio de su enojo, oyó que alguien le tocaba el cristal de su lado. Allí, parado junto a ella, estaba un policía mirándola muy seriamente. El oficial le ordenó salir de su coche con las manos arriba y la llevó detenida a la comisaría donde la revisaron de arriba abajo, le tomaron fotos, las huellas dactilares y la pusieron en una celda.
Después de un par de horas, un policía se acercó a la celda y abrió la puerta. La señora fue escoltada hasta el mostrador, donde el agente que la detuvo estaba esperando con sus efectos personales:

–  Señora, lamento mucho este error, le explicó el policía. Le pido disculpas pero ordené detenerla mientras usted se encontraba tocando bocina fuertemente, queriendo pasarle por encima al automóvil de adelante, maldiciendo y gritando improperios. Mientras la observaba, me percaté que de su retrovisor cuelga un rosario cristiano y uno hindú, su automóvil  tiene en su paragolpes un  sticker que dice «¿Qué haría Dios en mi lugar?», su espejo tiene una etiqueta que dice «Yo elijo la calma», otro sticker que dice «Antes de cometer un error, escucha a tu sabio interior» y, finalmente, el emblema universal de la paz. Frente a esa escena, supuse que el auto era robado.