Trazos del Vacío

La naturaleza es un umbral donde el ser humano puede observar con admiración renovada el misterio de la creación continua.

Por sobre la confusión del día a día, en contacto con el silencio siempre podemos observar el mundo de una forma menos parcial. Todo sugiere unidad. La quietud es un umbral hacia la vastedad y al mismo tiempo condición para contemplar lo exorbitante. Cada lugar que posibilita el ensueño se vuelve íntimo y desdibuja los límites. La inmensidad que nos habita se refleja en el simbolismo de lo observado y se convierte en hogar, en mundo propio. Cierto sentido de pertenencia mutua parece armonizar nuestras urgencias y socializamos con algo más que nosotros mismos y los que son como nosotros. En soledad hablamos con una audiencia amplia.

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A veces una imagen nos invita a permanecer en su corazón, a dejarnos ensoñar en ella para reconocernos. Nos sentimos receptivos frente a algo en apariencia común y sutilmente creamos una conexión simbólica. Entonces las palabras nos abandonan dejando espacio a las sensaciones. La poética de la vida se expresa inesperadamente en una imagen que se expande y contrae por fuera de toda lógica. Quizá percibimos un eco. ¿Será que nuestros recuerdos tienen ciertos refugios para esperarnos? Ciertos estados internos nos sobrepasan y la profundidad de la vida se revela en un instante.

 

De la hondura radical y la espiritualidad sin cosmética.

¿Quién elige lo que pienso? ¿Cuál es el yo a cargo? ¿Soy capaz de darme cuenta o sólo me volví habilidoso para relatar la diferencia? Esta es la gran distinción entre ser consciente, despertar a la dimensión espiritual que me constituye y el sólo haberme identificado con una creencia que le da forma a lo que pienso y me hace sentir la seguridad de la pertenencia. La identificación es una forma que toma el ego para sentir que existe. Lo que hace al ámbito de la espiritualidad tan difícil de acotar es justamente la subjetividad que cobra la experiencia y por eso es espacio propicio para el cocoliche, el todo vale y el mensaje «happy flower». Pero conocerse en profundidad, no es como «ir a la casa de la tía».

La tendencia a quedar atrapado en un punto de vista restringido es muy humana. Nos hace sentir seguros. Parece que la biología ama la simplificación y nos ayuda entonces a sacar conclusiones parciales como si fueran la verdad revelada. Sucede que eso que llamamos «la realidad» es multidimensional y si fragmentamos la mirada solo conectamos con un aspecto de ella, con un nivel. Cada análisis de una situación tiene «algo» de verdad. Y lamentablemente, las mayores atrocidades humanas también se cometen en este nivel de análisis absoluto.
Me parece que la tarea humana fundamental es salir del reino de los opuestos integrando la mirada contemplativa a la vida activa. Disponemos de un recurso absolutamente ilimitado: El territorio fértil de la conciencia, donde cabeza y corazón encuentran cohesión. Allí, lo aparente se disuelve.

La sustancia espiritual que aporta la experiencia directa no admite comparación. Por eso es tan personal y transformadora.

Disfruto poner atención en el brote. Es una experiencia intensa observar cómo, a veces con muy poco a favor, se abre paso buscando aire y cielo. La espiritualidad también es un brote que busca espacio en nuestra humana existencia. Me gusta cultivarla porque crece con bríos y descubro a su ritmo los espejismos que nos dividen de la mano de la percepción errada. A veces tan posicionados en los extremos no nos damos cuenta que sutilmente hay un eje que atraviesa todos los polos y contrastes creando un surco invisible que es invitación a reunirse en la hondura del acuerdo.
A veces nos creemos tan diferentes… Basta con poner la mirada en el final de la vida para ver cómo todas las diferencias pierden entidad y qué tan parecidos somos.

A veces es bueno inclinarse ante el abismo, ese misterio que la vida nos regala en lo natural, eso que pasando no cesa en su continuo llegar e irse. Entonces el abismo se vuelve cercano, tanto que renunciamos a todo intento por comprenderlo.

Ser parte de una ideología política o fe religiosa son acompañadas con demasiada frecuencia de consecuencias negativas similares. Cuanto más intensa la pertenencia menor lucidez, capacidad de discernir y ecuanimidad para opinar.
La necesidad de pertenencia es a veces tan intensa que somos capaces de sacrificar la libertad a cambio de las supuestas ventajas de ser parte y volvernos visibles a través del grupo. Buscamos inconscientemente identificarnos con algo todo el tiempo, mientras esa identificación nos hace sentir seguros, refugiados, como una forma de alivio a ese sustrato de angustia del que es imposible deshacerse porque es inherente al hecho de estar vivo y no saber, solo la certeza que vamos a morir y nos iremos como llegamos: solos y sin nada. Creo que la única pertenencia que no condiciona ni somete es la que acepta la vida tal como es, con sus opuestos y sus matices. Nos hace ser parte sin renunciar a otra cosa que al ego de ser alguien que puede dominar algo. ¿Será tan difícil admitir íntimamente y convivir con la idea de ser individualmente poco necesarios para la vida en su conjunto? ¿Será tan sofisticado, en el mientras tanto, ser compasivo con uno mismo y con los demás como forma de estar en el mundo?

Del reconocimiento y la recapitulación espiritual.

¿Podemos confiar en la primera intuición que nos sugiere una explicación? ¿Es intuición o prejuicio? ¿Qué es una respuesta sino un destino provisional que encontramos conforme a nuestra historia y experiencia vital? Resulta curioso cómo el asumir las distorsiones con que conectamos con los demás y el entorno se convierte en un síntoma de crecimiento espiritual. Desesperados por no dejar de ser alguien nos perdemos de ser. Paradojalmente y acorde a lo inexplicable de tantísimas cosas de este mundo, nuestra insignificancia se vuelve grandeza frente al reconocimiento de nuestras limitaciones.

¿Vemos el mundo o nuestra idea del mundo? Si no ponemos la suficiente dosis de atención y observación despojada desde lo más auténtico de uno mismo, es muy probable que solo veamos el mundo que nuestra mente nos permite ver. Las convenciones conceptuales le van dando forma a ciertos marcos interpretativos que luego naturalizamos. Sin un análisis contextual la comprensión se limita a nuestros rigores mentales. Nos identificamos irremediablemente con algo que casi sin advertirlo se convierte en nuestra jaula y a veces, muy convencidos, cerramos con alegría nosotros mismos la puerta.
Mal que nos pese, la realidad social es fruto de una época, no de algunos líderes que deciden por los demás sometiéndonos a su voluntad. Esos líderes surgen del seno del colectivo social. Sería pertinente preguntarse: ¿Cuál es mi responsabilidad para que como grupo humano nos hayamos convertido en eso que vemos? ¿Cuál es mi contribución personal para que las cosas sean como son?
Quizá la urgencia de este tiempo demande que las ideas más nobles sean encarnadas para convertirse en una realidad más amable para todos.

Antes de valorar negativamente a alguien por una opinión apasionada es conveniente considerar la posibilidad que no se de cuenta que está errado porque simplemente no puede verlo. La situaciones en que tan claramente podemos distinguir un error deberían remitirnos de inmediato a nosotros mismos: Los equivocados podemos ser nosotros y no ser conscientes de ello.
Por eso es tan importante la educación continua que fomente la reevaluación de las propias certezas, no conformarse con el propio juicio, rodearse de colaboradores con pensamiento propio, aceptar la divergencia como una fuente de enriquecimiento y crecimiento personal, vincularse a gente que piensa diferente y por sobre todo, no perder de vista el principio de Meta-Pareto: “Al menos el 80% de la población piensa que está entre el 20% más inteligente.”

¿Son todas las opiniones iguales? ¿Tienen todas el mismo peso relativo? Cada vez me siento menos capacitada para descartar una idea que en primera instancia se presenta como carente de sentido. Es que no pierdo de vista que ya cuento con la suficiente experiencia y trucos mentales como para ver una adaptación y no la realidad desnuda. Aún así, no me aparto de la sana dosis de escepticismo en la que inicio la formación de un juicio. Una opinión tiene que ser un fruto maduro producto de la reflexión, el argumento y la evidencia para tener entidad. Siempre hay matices. Caso contrario, la opinión se apoyará en el prejuicio y en factores emocionales distorsionantes.

¿Todo lo bueno siempre es cosa del pasado? Las valoraciones retrospectivas son poco confiables. Conviene no olvidar que la memoria es selectiva asociando máximos, intensidad y grado de satisfacción con muy poca objetividad. La experiencia real suele tener poco que ver con lo que la memoria proporciona acerca de los eventos.
Cada vez me resulta más evidente que la creación del pensamiento es un proceso que dista en mucho de la perfección, de modo que, entre otras cosas, cada vez me fascino menos con los relatos de grandeza de épocas pasadas.

Y llega un momento que es tiempo de ir más ligero de cargas, de balancear entre el necesario coraje para afrontar lo nuevo y el reconocimiento de los propios límites. De dejar de hacer cosas por obligación y de abandonar la identificación con algo o alguien que está lejos de nuestro corazón. Está más que claro que somos un proceso inacabado en cambio permanente y pretender que algo sea estático, incluyendo quiénes somos, no es más que una fuente de dolor que se agrega al dolor inevitable que la vida trae. Porque es útil poder mirarse en el espejo de la conciencia y no sentirse un fraude manoteando el maquillaje o buscando la nueva versión para seguir disimulando. Cuando uno finalmente se da cuenta, la integración de cada aspecto deseado y no deseado de lo que somos encuentra su lugar. Entonces nos reconciliamos con la vida que nos vive con toda su grandeza y nos volvemos menos severos con nuestras incoherencias.
Me siento agradecida a la meditación. Sin este recurso no podría haber reconocido los matices con que puedo ir modificando mi mirada liberándome del prejuicio.

 

 

De las palabras y su valor vinculante.

El fenómeno de la vida es independiente de las etiquetas con que nombramos lo que pasa o la forma en que describimos lo que sentimos. Aún así necesitamos de las palabras y a veces nos aferramos a ellas en exceso sin analizar ni considerar implicancias. Pero la vida no es desde nuestra perspectiva sino a pesar de ella, del propio sueño personalizado que cataloga, clasifica y controla. Tanto que valoramos y defendemos nuestras opiniones sin darnos cuenta que filtran la percepción y a la hora de la verdad no cuentan. Es ese afán desesperado de no dejar de ser alguien que nos hace identificarnos con nuestros puntos de vista entallando el traje que nos calzamos cada día al abrir los ojos para salir al imaginario ruedo en que convertimos lo cotidiano. Es que la imagen de nosotros mismos que cuidadosamente construimos, nos hace sentir vistos por los demás, valorados, protegidos, seguros de existir. Pero nada ni nadie es más importante ni superior a nada porque la dimensión en que el todo armoniza implica la importancia relativa de cada cosa. Claro está, la mente parece no distinguirlo y trata de imponer su lógica cargada de condicionamientos. Casi sin darnos cuenta, incorporamos lo que pomposamente llamamos verdades y sin pudor, en su extremo, las consideramos universales haciendo más evidente nuestra visión autocentrada. Es que resulta imprescindible evaluar que tan diferentes somos, diferentes no sólo porque practicamos rituales caprichosos o nos separan malentendidos culturales. Indudablemente debe haber una razón para la alteridad y salir al encuentro del otro a partir de las coincidencias probablemente sea el camino más sabio.

En la difusa frontera del día y la noche mora la nostalgia de la duda, la sombra de lo incierto que es umbral a lo desconocido. Las palabras, arquitectas de la trama que incesantemente tejemos, buscan sosiego en el silencio, allí en el olvido donde sólo quedan sus huellas. También necesitan dejarse ir para no perderse. (Alice White)

A veces usamos palabras por costumbre o porque quedan bien, mientras que los hechos dejan ver que no se corresponden con su significado. Así pasa con la palabra compañero, cuando no hay el mínimo compañerismo o colega, cuando sólo se comparte título pero no la camaradería. Casi que el trabajar en el mismo ámbito u organización confirma el uso apropiado del término sin más análisis.

Pero dentro de este tipo de expresiones quizá la palabra hermano sea la más maltratada. Es que cuando el que habla no es el sentimiento se convierte en una etiqueta artificial más.
Un hermano es el que está ahí todo el tiempo, siempre disponible para escuchar y acompañar con la suficiente empatía como para respetar nuestro espacio y dejar saber que contamos con él. Aún cuando exista alguna clase de discordia, las dudas nos invadan y las pruebas sean severas, todo queda de lado frente a la urgencia porque lo que prevalece es procurarse el bien mutuo como prioridad.
De nada sirve llamarse hermanos porque se pertenece al mismo grupo religioso, deportivo, político, ideológico o espiritual para reafirmar la identificación si no se siente y se vive con sinceridad. Porque las formas pueden ser muy cuidadas pero la incoherencia queda a la vista a poco de observar con algo de detenimiento. Es que la uniformidad doctrinaria o de pensamiento no hacen más hermanos a los seres humanos sólo por compartir con alegría, fe y esperanza si frente a una diferencia de opinión el amor fraterno se desvanece.

Fruto del amor sincero es lo que uno honra y lo que cultiva poniendo interés auténtico. Conviene revisar de vez en cuando los lugares comunes y clichés en los que quedamos ridículamente atrapados dando exhibición de nuestra falta de congruencia interna.
Frente a la inmediatez y la superficialidad que parece apoderarse de todos los ámbitos del quehacer humano confío que mientras haya reflexión y personas dispuestas a no claudicar hay esperanza.

Del no saber y su sabiduría

Los años jóvenes saben de productividad, nos enseñan de la eficiencia, de la importancia de dividir lo grande en pequeño. La adultez nos encuentra analíticos y con la satisfacción de tomar buenas decisiones posicionados en la fragmentación. Pero es el pensamiento abstracto el que despierta la pasión que proviene del todo y no de sus partes. En ello, la poesía y la matemática son muy parecidas, ambas conectan con lo esencial y necesitan del silencio para brotar. El sentir y el razonar no son opuestos sino complementarios.
Cuando uno se sienta y se siente las partes dejan de tener existencia, la intimidad con la vida que provoca la quietud quizá sea el método por excelencia para conectarnos con la totalidad que todo lo contiene. La atención despojada de finalidad, paradójicamente, se abre a la medida sin medida, al latido de lo contemplado.
La naturaleza del hombre da un “salto de alegría” cuando se supera la ilusión de la finalidad y se percata de que él mismo es el fin y el tiempo del instante, que toda meta es un después y el después una mera cuenta. (Nietzsche)
Probablemente, el síntoma inequívoco de la madurez, sea el recobrar la conexión con la totalidad en su presencia más simple, la conciencia de la intemporalidad del momento. 
Porque lo simple aloja la esencialidad que incluye lo complejo. No le falta nada, se libera de las redes de la razón para explicar lo complejo aunque sin oponerse a ella. La vida parece abrirse a la mirada que no desea ni trata de apropiarse de nada sino que se ofrece en su desnudez.
Disfruto del decir poético porque es flexible, sugiere, señala un sentido siempre abierto sin tratar de definir ni acotar.
En la difusa frontera del día y la noche mora la nostalgia de la duda, la sombra de lo incierto que es umbral a lo desconocido. Las palabras, arquitectas de la trama que incesantemente tejemos, buscan sosiego en el silencio, allí en el olvido donde sólo quedan sus huellas. También necesitan dejarse ir para no perderse. (Alice White)

Del olvido fértil y su trasfondo

A veces parece que la abundancia de la vida no cabe en la vida que pensamos como propia y por eso nos desborda. Con el tiempo y algo de sensibilidad se vuelve evidente que nos es dada en cada respiración. Somos testigos de cómo nos respira a través del cuerpo. Cuando redescubrimos la capacidad de escuchar lo que la vida tiene para decirnos, cuando sintonizamos con su tono, es entonces cuando nos dejamos afectar por ella, no apasionamos en el descubrir y agradecemos a pesar de todos los peros.

                                      «Si dejas  de  cargar el mundo  sobre  tus hombros,                                                                              te  darás cuenta  que   no  se  apoyaba.»  (Alice White)

Cambiar es un gran esfuerzo para cualquier ser humano. Si tomamos decisiones para dejar de decidir y flotar apaciblemente, es bastante lógico vivir atrapados en la nostalgia de los supuestos logros pasados. Somos una narración nueva en cada palabra pronunciada pero no todos vamos al encuentro de eso en que nos transforma y preferimos refugiarnos en el no pensarnos en la novedad de lo que aún no somos. Hay mucho por descubrir. El gran cambio es comprender la vida desde la vida y no en su descripción.

Hay momentos en que la vida parece estrecharse, son sensaciones que nos recuerdan de la angustia de no saber de su sentido. Porque no sabemos, aún cuando solemos explicarnos razones parecería que su misterio trata de hablarnos. Siendo tan evidentemente enigmático el aparecer en esta vida, permanecer un rato y desaparecer sin más, ¿cómo es que aún vivimos en la sombra de la costumbre en lugar del asombro de la existencia?, ¿cómo no habitar en el regalo de lo que acontece con cada latir del corazón?

El día no es solo día,
también es noche encendida,
sombra transparentada,
es porque no tiene sombras que no vemos lo que el vacío enciende,
que no vislumbramos lo que nos queda cuando no nos queda nada.
(Hugo Mujica)

Probablemente la memoria no sea más que una gran ilusión que no representa lo que vivimos sino aquello a lo que morimos involuntariamente. Vivimos en la fantasía de lo propio, en el afán de posesión que trata de conservar las supuestas vivencias como tesoros del presente al rememorarlas. Pero el pasado está consumido a lo que somos, similar a la mecha de una vela que desaparece mientras se va quemando. El olvido genuino es entonces desprendimiento, que como tal, necesita también ser olvido de sí.

“Todavía hoy, sin embargo, sigo ignorando por qué hay que viajar tanto para saber quiénes somos. Todo es profundamente elemental; la vida es mucho más sencilla de lo que creemos cuando somos jóvenes. La vida es levantarse por la mañana y rezar; trabajar; comer; acostarse por las noches; saludar a los vecinos; pasear… La vida es cantar una melodía que recordamos; sorprenderse de que salga el sol o de que se ponga; dormir; soñar… Todo está bien. No hay que  luchar, sólo vivir.   Vivir: esa es la cuestión.   Y dejarnos envejecer. Y luego, finalmente,  apagar la luz.”
(El Olvido de sí, Pablo D´Ors)

Del recuerdo fértil.

En este mundo nuestro, aún con sus complejidades y a pesar de las conocidas miserias de las que no somos ajenos, lo más hermoso y sublime también tiene cabida. Nos lo recuerda siempre la naturaleza con su belleza. Así como su potencia nos intimida, su contemplación nos conecta, aún dentro de nuestra vulnerabilidad, con un poder espiritual que nos sobrepone. Y en medio las dificultades y los desafíos cotidianos, probablemente el arte de vivir consista en imitarla y estar a la altura de lo que ella nos brinda. Porque si estamos lo suficientemente atentos, cada amanecer nos abre los ojos a un significante.


“En la mayoría de las personas, las gloriosas puertas de la percepción crujen sobre bisagras oxidadas. ¡Cuánto nos perdemos del esplendor de la vida por arrastrarnos medio ciegos, medio sordos, con nuestros sentidos ahogados y adormecidos por la rutina!” (Bro. David Steindl-Rast)

De los ecos y la memoria.

Todos tenemos historias que nos contamos una y otra vez. ¿Son verdad? Quién sabe… Pero tal vez esa sea una pregunta equivocada. Desde la comprensión humana la verdad y la realidad son tan tenues que quizá una pregunta más significativa sea: ¿Estas historias alimentan el alma, nutren la conciencia de manera de impulsarnos hacia lo necesario? La vida parece hablarnos a través de ecos, susurros que son sugerencia, destellos que aparecen como conjeturas llenas de sentido.
Las historias que nos contamos, ¿son útiles, agregan valor a nuestra vida y a la de los demás o hablan de nuestros apegos más difíciles y menos accesibles?
Disfruto de la naturaleza porque allí encuentro un ritmo profundo, un pulso al compás de lo sagrado, donde no parece haber tiempo ni espacio, donde todo es simple transcurrir. La manera en que vivimos es un exilio de nuestras naturales necesidades. Nos agota el personaje ilusorio que construimos pensando en sobrevivir y que alimentamos con el relato mental. Lo sublime de la naturaleza nos lo dice sigilosamente con la sanación que provoca pasar un día en la montaña o sentir la brisa del océano en el rostro.
Probablemente tengamos que volver al templo de nuestros sentidos y abrigarnos en la conciencia para captar lo que debemos ver y oír. Poner atención para percibir la nueva frontera como una invitación a desplegar la simetría interna tejida en la pertenencia. Curiosamente y no sin ironía, aquello que buscamos tantas veces con desesperación, literalmente nos rodea.
No tienes que ser bueno.
No tienes que recorrer el desierto
arrodillado, arrepintiéndote.
Sólo tienes que dejar
que el animal suave de tu cuerpo
ame lo que ama.
Cuéntame de tu dolor,
yo te contaré del mío.
Mientras tanto, el mundo sigue.
Mientras tanto, el sol
y los guijarros claros de la lluvia
se desparraman sobre los paisajes,
sobre las praderas y los árboles profundos,
las montañas y los ríos.
Mientras tanto, los gansos salvajes,
allá arriba en el límpido aire azul,
están volviendo a casa.
Quienquiera que seas,
no importa cuán solo te sientas,
el mundo se ofrece a tu imaginación,
te llama como la voz de los gansos salvajes,
áspera y excitante, anunciando,
una y otra vez, tu lugar en la familia de las cosas.
(Los gansos salvajes, Mary Oliver)

De la paz de las preguntas y la soledad habitada.

Habita en la naturaleza una delicada soledad. Una sabiduría amable que es afín a nuestra discreta timidez. La costa del mar con su sincronizado movimiento deleita la mirada humana. Nos seduce y atrapa. A la mente desconcertada le agrada pasear por la playa e impregnarse de ese ritmo con el que el mar llega y retrocede. Libera los nudos que crea el pensamiento. Los suelta y armoniza para que ocupen su lugar. Es la paz invisible que se hace visible y nos renueva cuando tomamos conciencia de lo eterno y lo impermanente, de la profunda afinidad que existe en el reflejo del silencio.

No se trata de convertirse en alguien solitario sino de aprender a vivir dentro del silencio de la propia soledad. De renunciar a los mundos que no nos pertenecen y estar en paz. La soledad no es un peso, es el umbral de una conexión profunda con todas las cosas.
El error es sentirse aislado. Todo espera por nosotros. Incluso en el momento más inesperado podemos captar la grandiosa diversidad, la extraordinaria presencia que acompaña y acoge nuestro propio tono. La atención se convierte entonces en la disciplina oculta de la familiaridad.

» Sentirte abandonado es negar la intimidad de tu entorno.» (David Whyte)

La vida adquiere la forma en que habitamos nuestros días, horas y momentos. La vida es movimiento y el despliegue de nuestros anhelos más íntimos le ponen el ritmo. Si vivimos replegados en algún confín del alma, no es raro que la vida se convierta en pura hostilidad. Es nuestra tarea reconocernos y reconvertir las formas en que nos vinculamos para notar lo asombroso de este mundo que constituimos y nos constituye. Nadie puede hacernos el favor de hacerlo por nosotros.

Podemos formularnos muchas clases de preguntas. Las hay estériles y fértiles, para eruditos y para gorriones. Las hay estimulantes e inútiles, están las retóricas que patean tachos y las que demandan respuesta con su urgencia. Pero hay algunas que son un despertador convertidas en poesía.
Los Gansos Salvajes
¿Quién hizo al mundo?
¿Quién hizo al cisne, y al oso negro?
¿Quién hizo a la langosta?
Esta langosta, quiero decir-
la que acaba de lanzarse desde el pasto
la que come azúcar de mi mano,
la que mueve sus mandíbulas
hacia atrás y hacia adelante,
en vez de arriba y abajo-
la que mira a su alrededor con sus ojos
enormes y complicados.
Ahora levanta sus pálidos antebrazos
y se lava la cara meticulosamente.
Ahora abre las alas de un brinco, y se va flotando.
Yo no sé qué es exactamente un rezo.
Sí sé prestar atención, sé cómo caerme
sobre el pasto, cómo arrodillarme en el pasto,
cómo ser ociosa y bendita, cómo pasear por los prados
que es lo que he estado haciendo todo el día,
Dime, ¿qué debiera haber hecho?
¿No es que todo muere al fin, y demasiado pronto?
Dime, ¿qué piensas hacer tú
con tu vida única,
salvaje, preciosa?
(Mary Oliver)

De la meditación, la intención y la práctica.

En nuestras prácticas para refinar y equilibrar la atención, empezamos con la estrategia de movernos desde lo burdo a lo sutil, de lo fácil a lo más difícil. Esta aproximación comienza con la recolección del respirar, procede con asentar a la mente en su estado natural, y concluye con la práctica de simplemente estar consciente de estar consciente. En cada una de estas prácticas, empezamos la sesión por establecer una postura corporal adecuada, y cultivar tres cualidades a medida que “asentamos el cuerpo en su estado natural”: relajación, quietud, y vigilancia.

Relajación

Existen dos posturas que recomendaría para esta práctica: sentado o recostado. Generalmente, la postura óptima y la más recomendada es sentarse en un cojín con las piernas entrecruzadas. Si esto es demasiado incómodo, se puede usar una silla, con ambos pies descansando en el piso. Pero otra postura menos común es recostarse sobre la espalda, con los brazos estirados a los lados, las palmas hacia arriba, y la cabeza descansando sobre una almohada. Esta postura es especialmente útil si se tienen problemas de espalda o si nos encontramos cansados o enfermos. Cualquiera que sea la postura que adoptes, deja que tu cuerpo descanse cómodamente, con la columna derecha pero no rígida. Relaja tus hombros, con los brazos libremente colgando a los lados. Deja que la gravedad tome el control. Ahora trae tu conciencia a tu cara. Lo mejor es que los ojos estén encapuchados por los párpados, pero sin estar completamente cerrados. Relaja los músculos de la cara, específicamente la quijada, las sienes, y la frente. Suaviza tus ojos. Deja que tu cara esté tan relajada como la de un bebé durmiendo. Entonces completa este proceso inicial de relajación tomando tres respiraciones lentas, profundas y gentiles a través de la nariz. Mientras inhalas, respira suavemente y profundamente hasta el abdomen. Como si llenaras una vasija con agua, siente cómo tu abdomen lentamente se llena y se expande, después respira hacia tu diafragma, y finalmente hacia el pecho. Después libera la respiración completamente, sin forzarla hacia afuera. Haz esto tres veces, manteniendo la conciencia en el cuerpo, especialmente notando las sensaciones de la inhalación y la exhalación. Siguiendo estas respiraciones profundas, regresa a la respiración normal y sin regulación. Permite que esta cualidad de relajación corporal sea una expresión exterior de tu mente: deja que tu conciencia esté en calma, liberando todas tus preocupaciones; simplemente mantente presente en el aquí y el ahora. Conforme inhalas y exhalas, dirige tu atención a las sensaciones táctiles del paso del aliento a las aperturas de las fosas nasales o sobre el labio superior. Toma un momento para localizar la sensación. Descansa tu atención en el lugar preciso en que sientas al aliento entrar y salir. De vez en vez, revisa que sigas respirando hasta el abdomen. Esto sucederá naturalmente si tu cuerpo está asentado, con la espalda derecha y tu vientre relajado y suave.

Quietud

A lo largo de cada sesión de meditación, deja que tu cuerpo esté tan quieto como sea posible, con un mínimo de agitación; mantente inmóvil como una montaña. Esto ayuda a traer la misma cualidad a la mente: una de quietud, donde tu atención es continua y enfocada.

Alerta

Incluso si te encuentras recostado, deja que tu postura refleje un sentido de alerta, no tan sólo cayendo en somnolencia. Si te encuentras sentado, ya sea en un cojín o en una silla, eleva tu esternón ligeramente, a la vez que mantienes el vientre suave y relajado. De este modo, respirarás de manera natural hacia el abdomen primero, y luego cuando la respiración se vuelva más profunda puede que sientas a tu diagrama y pecho expandiéndose a su vez. Siéntate en atención, sin encorvarte hacia adelante o inclinarte hacia un lado. Esta postura física también refuerza esta misma cualidad de alerta mental.

Recolección de la respiración

Mantener una atención enfocada es vital para prácticamente todo lo que hacemos a lo largo del día, incluyendo trabajar, conducir, relacionarse con otros, disfrutar tiempos de recreación y entretenimiento, e involucrarse en alguna práctica espiritual. Por lo tanto, el tema para esta sesión es aprender a enfocar la atención. Cualquiera que sea tu nivel normal de atención (ya sea que usualmente te encuentres disperso o sereno) la calidad de tu atención puede ser mejorada, y esto trae consigo beneficios extraordinarios. En esta práctica, pasamos de un modo de conciencia compulsivamente conceptual y fragmentada a uno de simplicidad más profunda, trasladándonos hacia un rol de testigo u observador. Además de afinar la atención, esta meditación mejorará tu salud, refinará tu sistema nervioso, te permitirá dormir mejor y aumentará tu balance emocional. Este es un modo diferente de utilizar nuestras mentes, y que mejora con la práctica. El método específico que seguiremos es el cultivo de la recolección de la respiración. Por hábito, los pensamientos están destinados a entrometerse. Cuando lleguen, sólo libéralos mientras exhalas, sin identificarte con ellos, sin responder emocionalmente a ellos. Observa a los pensamientos surgir, pasar frente a ti, y luego desvanecerse. Entonces descansa tu atención en un sentido de reposo, no embotado ni perezoso, pero cómodo. Por el momento, si todo lo que puedes lograr en una ghatika, o veinticuatro minutos, es traer un sentido de relajación mental, está perfecto. Mantén tu atención justo donde notes las sensaciones de la inhalación y la exhalación. Mantén recolección de tu respiración tan continuamente como puedas. El término recolección en este contexto se refiere a la facultad de enfocarse continuamente en un objeto elegido y familiar sin distracción. En Tibetano y Sánscrito, la palabra traducida como recolección también significa recordar. Entonces el cultivo de la recolección significa mantener un flujo ininterrumpido de recordar, recordar, recordar. No involucra ningún comentario interior. Simplemente estás recordando el atender al flujo de sensaciones táctiles de la inhalación y la exhalación. La cualidad de conciencia que estás cultivando aquí es un tipo de atención desnuda, un simple atestiguar, sin análisis mental ni elaboración conceptual. Además de sostener la recolección, es crucial aplicar la introspección intermitentemente a lo largo de la sesión. Esto no significa pensar sobre ti. En cambio, es el monitoreo interno de tu estado mental. Por medio de la introspección, mirando en el interior, puedes determinar si tu atención se ha retirado de la respiración y deambulado a sonidos, otras sensaciones en tu cuerpo, o pensamientos vagantes, recuerdos, o anticipaciones sobre el futuro. La introspección implica control de calidad, monitorear los procesos de tanto la mente como el cuerpo. De vez en vez, observa si se ha acumulado algo de tensión alrededor de tus ojos o tu frente. De ser así, libérala. Deja que tu cara se suavice y relaje. Después dedica unos minutos a observar si puedes dividir tu atención mientras permaneces relajado. Mantente atento de tu respiración, pero también sé consciente de cómo está operando tu mente. Permíteme enfatizar que ésta no es una técnica de concentración en el sentido occidental. No estamos ejerciendo presión con un esfuerzo enfocado y tenso. Es esencial mantener un sentido de relajación tanto mental como físico, y de ahí partir a gradualmente aumentar la estabilidad y después la viveza de la atención. Esto conlleva una cualidad espaciosa de la conciencia, y dentro de esa espaciosidad, un sentido de apertura y tranquilidad; la atención plena llega a descansar en la respiración, como una mano tendida gentilmente sobre la cabeza de un niño. A medida que la viveza de la atención se incrementa, notarás sensaciones incluso entre respiraciones. Conforme la turbulencia de la mente disminuye, encontrarás que puedes simplemente atender a las sensaciones táctiles del aliento, en vez de tus pensamientos sobre él. Ahora presentaré una técnica que puede que encuentres útil en alguna ocasión, un simple mecanismo de conteo que, hecho con precisión, puede brindar mayor estabilidad y continuidad a tu atención. Una vez más, con un sentido lujoso de calma y dándole un descanso a tu mente sobrecargada y sobreexcitada, coloca tu atención en las sensaciones táctiles de la respiración. Después de exhalar, justo cuando la siguiente inhalación comienza, cuenta mentalmente “uno”. Manteniendo una postura erguida, con el pecho elevado para que el aliento entre de vuelta sin esfuerzo, inhala y sigue las sensaciones táctiles de tu respiración, dejando que tu mente conceptual descanse. Ahora experimenta el maravilloso sentido de frescura mientras el aliento es liberado completamente, hasta llegar al siguiente momento de cambio. Cultiva una “mente de teflón”, una mente a la que nada se le pega, que no se aferra a los pensamientos sobre el presente, pasado o futuro. De esta manera, cuenta del uno al diez. Puedes después volver a contar hasta diez, o continuar contando desde el diez hasta números mayores. Ésta es una práctica de simplificar en vez de suprimir a la mente discursiva. Estás reduciendo la actividad mental a sólo contar, tomando unas vacaciones de los pensamientos compulsivos a lo largo del ciclo entero de la respiración. Practica por varios minutos antes de finalizar la sesión. Al finalizar cualquier esfuerzo digno de una manera significativa, los budistas dedican el mérito. Algo se ha formado en nuestros corazones y mentes por aplicarnos a esta sana actividad. Después de completar una sesión de meditación, puede que quieras morar por un minuto a dedicar el mérito de tu práctica, para que desemboque en la realización de lo que sea que encuentres más significativo para ti y para los demás. Con intención y atención, esa intención bondadosa puede ser dirigida hacia donde necesitamos.

(Adaptado de Felicidad Genuina, Alan Wallace)