De las ideas amontonadas, de aquellas que provocan y de esas otras que despistan.

Mi cuaderno de notas desborda, hay bastante para desarrollar y profundizar. Pero también amo la síntesis que invita a pensar, que provoca la duda y el replanteo. El lenguaje ha alcanzado tal precisión y sutileza como para poder nombrarlo casi todo, desde la minúscula pieza de un instrumento musical hasta el más volátil estado de ánimo, desde el más intrincado concepto científico hasta el más inexplicable estado metafísico. Y aún para vislumbrar lo incompresible ellas no nos abandonan. Pero (porque el pero tiene asistencia perfecta en el pensamiento que no se convence a sí mismo), entre lo pensado, lo vivido y lo contado siempre está la versión. Una versión que marida lo que es con lo que nos gustaría, lo que fue real con nuestro recuerdo de aquello. ¿Es que acaso puede alguien poner las manos en el fuego por la autenticidad de un recuerdo?

Cuando uno mira hacia el interior de sí mismo en inevitable y previsible tropezar con esos personajes que nos habitan, esos múltiples yoes que interpretan la realidad, opinan y compiten entre sí para prevalecer. Construimos ficciones en base a lo que nos parece, a veces apoyados en la imaginación emitimos una catarata de palabras y en otras editamos conscientemente el relato para justificar aquello en que creemos.

Pero también hay momentos de honda comprensión en donde sentimos esa conexión y repercusión que cala profundo. Suele ser un estado impreciso, difícil de describir y definitivamente provisional e inestable. Creo que mi vida no es un cuento idílico, un relato armonioso, equilibrado y exitoso del estilo de esas historias inventadas y convertidas en míticas. Mi historia tiene gusto a insensatez y a confusión, a desconcierto y a errores repetidos. Es la historia de ser humano común que elige no mentirse y comprar engaños para ver el sol cuando llueve a cántaros. La meditación es importante porque te devuelve a este mismísimo momento, el único que existe, un lugar donde casi nadie quiere estar pero del que no se puede escapar.

Cuando decidimos acercarnos de manera radical a la realidad desnuda de interpretaciones es necesario no perder de vista que eligir significa también saber renunciar. Cada horizonte de sentido organiza sus propios referentes. Recorrer a fondo un camino implica el compromiso de ir más allá de la mera aproximación. Probablemente, la última puerta sea aquella que nos invita a rendir el punto de vista del ego, que se resiste y se atrinchera en sus argumentos y falsas identificaciones cada vez más sutiles y espiritualizadas. Las fascinantes aguas de lo intangible merecen el esfuerzo.

Van aquí algunas ideas amontonadas:

– La paz del sabio es su silencio interior. Cuando nos liberamos de creer que las ideas y opiniones que construye la mente son la verdad, se abre un espacio sereno, creativo y relevante. La mente nos somete y retroalimenta nuestra fe en ella. Si fuéramos capaces de observar la vida desde nuestro centro verdadero, la mayor parte de nuestros padecimientos dejarían de existir.

– Con el tiempo y la práctica nos volvemos hábiles en el arte de disimular nuestros vicios y debilidades. No es difícil ver cómo el uso de una virtud es solo un escudo para que no se vea todo eso que somos incapaces de abordar y transformar. El cielo y el infierno están dentro de nosotros mismos y sus puertas están muy cerca una de la otra. La atención y la conciencia sobre nuestras acciones determinan que puerta elegimos abrir. Bienaventurados aquellos que ofrecen una parte de su alma al mundo, aceptan a los demás como son y viven su naturaleza humana sin creerse santos.

– Hay sentido en cultivar la lucidez que mira y descubre para atravesar con paz interna el dolor que nos toque transitar. El conocerse internamente nos ayuda a aprender y a superar la insatisfacción, a sobreponernos a los obstáculos y a potenciar las cualidades que nos distinguen. Cuando uno comprende que no se trata de «mi dolor o mi sufrimiento» sino ese que todos sentimos, podemos transformar la angustia en compasión. La experiencia negativa se transforma con compasión y es algo que se puede aprender y cultivar.
– Cuestionar qué hacemos y para qué es fundamental para cambiar e integrar; pero para cuestionar hay que conocer. La capacidad de cuestionar y crecer es directamente proporcional a la capacidad para ser honesto con nosotros mismos y los demás. Desde la perspectiva del progreso y la evolución, siempre es preferible una verdad incómoda que una mentira útil. Solo con creatividad y renovación se puede ser fiel a los valores que dan origen a las formas. Sin incomodidad no hay transformación. Sin honestidad radical no hay paraíso.

– Siempre que reaccionamos al escuchar una perspectiva diferente sobre un tema sobre el que tenemos tomada una posición, es el sentido del yo el que se siente amenazado, busca protección y desea defenderse. Lo que suele sentirse es una amenaza sobre la propia identidad. Hay una íntima sensación de desafío a lo que sentimos ser y de allí nace la urgencia por tener la razón. Cuando vemos como un conflicto el simple hecho que el otro piense diferente ponemos en evidencia la importancia que tiene el miedo en nuestras vidas. ¡Qué difícil se hace debatir ideas atrapados en el cerebro emocional! Un punto de vista puede ser ofrecido al mismo tiempo que podemos acoger otros sin convertirlos en una amenaza. No hay lucha si no hay partes tratando de defenderse. El gran desafío es «ver a través» para distinguir qué clase de verdad tratamos de defender cuando vivimos estas escenas como un conflicto.

– Llega un punto en que se vuelve imprescindible diferenciar la vida del ego de la vida interior. Podemos autoengañarnos en la ilusión de estar pensando bien y haciendo acciones elevadas cuando en realidad, solo estamos cultivando el ego, que atrincherado en sus propios confines y entretenido con lo que le gusta, ve al mundo como un error, juzga a los demás y solo valida desde su propia perspectiva lo correcto y lo incorrecto.
Para cultivar la interioridad hay que ser muy honesto y el resultado debe llevarnos a actuar con sabiduría y compasión en cada pequeña decisión. Ir al encuentro del otro desde la plenitud de nuestro ser ofreciéndonos en un vínculo creativo y complementario. De lo contrario, lo más probable es que el personaje termine desdibujando al yo real y el resultado sea más de lo falso para maquillar una identidad mezquina y carente que desde la necesidad dependiente busca gratificación.

La misteriosa naturaleza de la realidad puede ser analizada en una escala mucho más fina que la convencional.
«La realidad es aquella que, cuando dejas de creer en ella, no desaparece.» (Phillip K. Dick)

Del apego a las ideas, la duda y la verdad.

La mente crea pensamientos todo el tiempo. Es una experiencia necesaria adentrarse en esta comprensión para avanzar en el camino espiritual cotidiano que es la vida. Pero no se trata de un avanzar de un lugar hacia otro sino en el afianzarse en la conciencia de aceptación que no se resiste al devenir. La duda desaparece cuando dejamos de juzgar y vivimos en la libertad de ser sin temor. Es ese estado en el que no estamos perdidos en nada ni sumergidos en el éxtasis de nada sino apoyados en la experiencia de observar y desplegar una visión profunda, honesta, una hondura sin filtros personales.

Mucha gente piensa que es función de la enseñanza espiritual proporcionar respuestas a las preguntas más grandes de la vida, pero la tarea principal de cualquier buena enseñanza espiritual no es responder a nuestras preguntas sino cuestionar nuestras respuestas. Porque las suposiciones y creencias que distorsionan la percepción consciente e inconsciente son la auténtica causa de ver la vida en compartimentos estanco, divisiones que solo nos separan de la unidad y la integridad que todo lo constituye.

Es en el abandonar la mirada dual de los opuestos que se desarrolla la percepción de lo real sin prisiones dogmáticas, sin creencias ni explicaciones. La razón suele argumentar que entendemos y solo está creando rigideces, atrapándonos en sus hielos que pretenden congelar el cambio constante que es la paradoja de la vida. La vida es lo que es más allá de nuestros deseos, y no hay forma en que el pensamiento lineal la pueda abordar sin atraparse en el error del controlador.

En el terreno de las ideas desarrollamos soluciones que nos provean de esa ansiada necesidad de seguridad y control. Creencias, emociones, costumbres se adueñan de nuestro camino cotidiano nublando la conciencia que podría distinguir a través de la aguda capacidad de discernir que emerge cuando nos liberamos de esos obstáculos.

“No busques la verdad; solamente deja de albergar opiniones”, dice Seng-ts’an. Y agrega claridad en su poema sobre la confianza del corazón: «Si quieres que la verdad se manifieste, no estés a favor ni en contra, no gustes ni disgustes, si permaneces en los extremos toda posibilidad de unidad o totalidad se desvanece«.
Sentarse en silencio revela que la mente no es nada más que pensamientos condicionados que surgen espontáneamente en la conciencia. A través de albergar estos pensamientos, y tomarlos como reales y relevantes, creamos imágenes internas de uno mismo, los demás y el mundo. Entonces vivimos en estas imágenes como si fueran reales. Ser capturado por estas imágenes es vivir en una realidad virtual e ilusoria.
A través de la observación de la naturaleza ilusoria del pensamiento sin resistirse a él, podemos empezar a cuestionar e indagar en las subyacentes estructuras de creencias que lo sustentan. Estas estructuras de creencias son las que forman nuestros apegos emocionales al falso yo y al mundo que nuestra mente crea.
El verdadero despertar no cabe en el mundo que te imaginas o el yo que te imaginas que eres. La realidad no es algo que integras en tu visión personal de las cosas. La realidad es la vida sin tus historias, ideas y creencias distorsionadas.
(The Way of Liberation, Adyashanti)

Del corazón de la duda y su mensaje.

La duda nos mantiene flexibles, curiosos, preparados para el asombro, abiertos a la posibilidad de lo diferente. Y nos protege de uno de los más grandes y dolorosos errores: La arrogancia. Incluso la confusión nos humaniza y nos reencuentra con lo sagrado que habita en la paradoja. Porque honrar los miedos no implica aferrarnos a ellos, ni reconocer y aceptar la tristeza regodearnos en ella.

No se trata de dudar como método sino de dejarse llevar por la emoción en una exploración consciente, lúcida, llena de vitalidad. El corazón de la experiencia de dudar y ser amables con nuestras sensaciones alberga la plenitud del misterio, cobija nuestra vulnerabilidad, nos amiga con el enigma y nos conecta con la humildad y la integridad. Sin negar nada, la magnificencia de la vida asoma en el horizonte sin estridencias, casi ordinariamente natural. Toda forma de fundamentalismo colapsa frente a las verdades que no comprendemos pero aceptamos desde nuestra pequeñez sin resistencias. No somos más que nadie ni menos que nada siendo quienes somos, parte de un algo misterioso, inasequible, que tiene su propio tiempo y ritmo para mostrarse. Aún cuando la duda suele desconcertarnos.

Podemos ver en cada amanecer como la vida es con su pacífico transcurrir, cada día se abre paso así como cada cambio de estación para dar su mensaje. Interpretamos como podemos, decodificamos a los tumbos, pero el mensaje sigue imperturbable.
Confío en el mensaje que trae la incomodidad de la duda. La reivindico como un acto de militancia por la verdad.

Cuando sientas dolor, tristeza o angustia,
Cuando la ira o el miedo vengan a visitarte,
Cuando la duda o la frustración se muevan en ti,
Cuando la amargura aparezca de la nada,
No te apresures a eliminar esos sentimientos.
No saltes a conclusiones,
o pretendas que no estás en donde estás.

Hazles una pequeña reverencia.
Reconoce su presencia.
Regálales un espacio para respirar.

Nada de eso es un enemigo, ni un error.
No se trata de castigos.
No son signos de tu fracaso.
No son tu ‘culpa’.

No te compares con los demás.
Confía en este momento. Presta atención a tus visitantes.

Son movimientos de energía,
niños pequeños,
anhelando recibir una caricia con amor.

No están en contra de la vida,
sólo son partes de ella,
deseando ser vistas, incluidas, acogidas
en la inmensidad del momento.

Porque ya estás cansado de huir, ¿no es así?
y cansado de fingir que estás perfecto,
y cansado de perseguir estados de dicha,
y cansado de toda esta búsqueda,
y deseas descansar,
y darle la bienvenida
a lo que nunca pudiste evitar.

Cuando sientas dolor, tristeza o angustia,
Cuando la ira o el miedo vengan a visitarte,
Cuando la duda o la frustración se muevan en ti,
Cuando la amargura aparezca de la nada,

¡C e l é b r a l o !

(Jeff Foster)

De la iluminación y la curiosidad humana.

Cierto día un joven discípulo, profundamente entusiasmado con su desarrollo y el camino espiritual se acercó a su maestro con la intención de obtener respuestas.

Maestro, estoy determinado, no pararé hasta iluminarme. Pero necesito información porque la iluminación es la evolución de la conciencia, somos parte del todo, necesito saber. Dígame, ¿qué sentiré cuando alcance la sabiduría completa y me vuelva completamente puro?

Cuando la alcances no harás preguntas necias puesto que te resultarán irrelevantes. Si ambos no estamos iluminados, no tenemos idea lo que es la iluminación como experiencia, ¿cómo saber qué se siente? Evidentemente, no lo sabemos aún. Ensayar una respuesta es tan útil como divagar sobre cuántos ángeles caben en la punta de un alfiler…

Te diré más, cierta vez a un hombre le dispararon una flecha envenenada y cuando le iban a retirar la flecha porque el veneno era letal, dijo: No, detente, quiero saber todos los detalles, de dónde vino la flecha, del norte o sur, y si era de plata o acero.

¿Qué clase de locura es la que nos lleva a elucubrar y desperdiciar energía para crearnos enredos mentales? Los enredos mentales no conducen a nada, no tienen objeto porque pertenecen a la mente no iluminada. Deja de entretenerte en los detalles y siéntate a contemplar en silencio.

– Bueno Maestro, lo haré, pero antes una última pregunta: ¿Cuándo llegue la iluminación, qué hago? ¿Tengo que ayudar a los otros o no?

Dime hijo, si estás soñando que vas en un barco y que todos se van a ahogar, la pregunta pertinente es ¿volverías a dormirte para avisarle a las personas que estaban en el sueño que se van a ahogar en el barco? ¡Todo depende de lo que encuentres cuando te ilumines! Hay que moverse en las dos realidades, la de la tierra firme y la del espíritu, en los dos planos. Porque nos enredamos en elucubraciones que a nada conducen. Después de todo, el mundo es una ilusión pero tener hambre ilusorio puede resultar insoportable en un mundo ilusorio también.

 

De dogmas y verdades espirituales

En la necesidad de respuestas espirituales a la existencia del mundo que vivimos, el ser humano dispone de alternativas: Elegir las respuestas preconcebidas de «arriba hacia abajo» a partir de un dogma de fe religioso o elaborar sus propias respuestas a partir de los descubrimientos que la propia conciencia vaya logrando en un proceso de «abajo hacia arriba». 

Las verdades espirituales no buscan convencer a nadie, están allí para ser descubiertas a través del trabajo interno silencioso, sistemático y comprometido. El camino de descubrirlas puede resultar amenazador para las personas necesitadas de certezas urgentes que proporcionen la seguridad de un mundo estructurado. No obstante, la dicha de ir construyendo sentido a partir de la progresiva e incesante escalada de la conciencia es inmensamente superador.

Un camino espiritual implica la aplicación de métodos cuya validez deberá ser probada a través de la propia experiencia y no implica doctrina alguna a seguir. La eficacia del método y la dedicación personal quedarán determinadas a través de la comprensión y realización que vaya experimentando el viajero en su derrotero.

La tentación de seguir a alguien que «sabe más» o «ya comprendió» puede resultar orientadora en principio pero una trampa que delimita la frontera del pensamiento propio y el análisis de las situaciones de quien se para en sus propios pies. El descubrimiento interior definitivamente se torna imposible cuando el límite está establecido por un dogma que activa el miedo a la incertidumbre de no saber o no encontrar respuestas. Las diversas religiones ofrecen un entorno de protección a la semilla para crecer al amparo de las respuestas correctas. El enfoque teísta ofrece una perspectiva de la espiritualidad humana. Pero es solo al reconocer los miedos e iluminarlos con exploración personal que será posible seguir en el camino de la conciencia que se abre paso descubriendo por sí misma las respuestas que se validan en la propia comprensión silenciosa. En este proceso consiste el autoconocimiento que crea autoconciencia y nos vuelve responsables de nuestras acciones.

Requiere paciencia y compasión hacia uno mismo. Y amor por la verdad.

 

Para reflexionar:
Incapaces de explorar la realidad por nosotros mismos y de juzgarla con criterios propios, nos aferramos a las verdades que nos suministra la autoridad, nuestro gran punto de referencia.
Educados desde pequeños para rechazar la duda y la indefinición en nosotros y en los demás, corremos a ser clasificados y etiquetados por la sociedad y como los anticuerpos de un organismo, atacamos visceralmente al que no sea debidamente clasificable, pues pone en duda nuestras confortables estructuras mentales.
Abrazamos colores y banderas y firmamos convencidos el contrato de las creencias y las ideologías, aquel que nos garantiza que la “verdad” está de nuestra parte y que ya no es necesario que volvamos a pensar o juzgar caso por caso, pues es la propia creencia adquirida la que hará el trabajo por nosotros.
Dividimos así el mundo en buenos y malos, con la tranquilidad que nuestro rebaño es el que sigue el camino correcto y que nuestro pastor es el único que tiene buenas intenciones.
Es muy cómodo vivir así: las cadenas instaladas en nuestra psique impiden que nada se remueva en nuestro interior y que el escalofrío recorra nuestras espaldas por hacernos demasiadas preguntas.
Y abandonados a este agarrotamiento de nuestra mente y de nuestros instintos, podemos sentarnos en nuestro sofá y disfrutar de la rutina hipnótica diaria: el bombardeo incesante de impulsos que desfilan ante nosotros en forma de millones de imágenes, noticias y datos que ingerimos y regurgitamos sin parar, sin llegar a digerir ni su contenido ni su mensaje, sin tiempo para asimilar o juzgar lo que implican, ni oportunidad de asociarles la debida carga emocional. Así caemos en la apatía y finalmente nada nos importa.

Aturdidos e insensibilizados, acabamos estando tan vivos como un espejo, que solo refleja la vida procedente del exterior, rebotando sin pensar las imágenes que le son suministradas.
Y así nace nuestro gran sueño social: ser reflejados por los demás espejos, aunque sea devolviendo una imagen grotesca y distorsionada de lo que somos; pero poco nos importa: somos capaces de humillarnos por nuestro minuto de fama, de rebajarnos hasta el esperpento con el fin de conseguir ser reflejados por los demás ni que sea solo una vez.
Eso nos hace sentir “vivos”.
En eso se ha convertido nuestro mundo: en algo superficial, sin profundidad, donde la anécdota y la apariencia nos sirven de excusa para no afrontar nuestra triste realidad.
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De las preguntas existenciales

La preguntas existenciales son un misterio, no un problema. No puede ser resueltas mediante técnicas de meditación que reafirman suposiciones arraigadas, a partir de la autoridad de un escritura o con la sumisión a un credo. Estas estrategias solo reemplazan la pregunta con la creencia de la respuesta que teje la mente asociando ideas para construir argumentos.
Porque a medida que las preguntas se aclaran, se vuelven más desconcertantes y se adentran más aún en lo desconocido. La comprensión verdadera no da respuestas consoladoras sobre la naturaleza de la vida sino que confronta el dilema humano de existir, el no saber.

“Ser espiritual es estar dispuesto a transitar el camino del silencio y aprender sobre uno mismo. Aprender sobre uno mismo es olvidarse de uno mismo. Olvidarse de uno mismo es experimentar el mundo como un objeto puro.»

Un cuento zen

Cuando el ciego se despedía de su amigo, éste le dio una lámpara. 
– Yo no preciso de la lámpara, pues para mí, claridad u oscuridad no tienen diferencia, dijo el ciego. 
– Conozco al respecto, pero si no la lleva, tal vez otras personas tropiecen con usted, dijo su amigo. 
– Está bien, replicó el ciego. 
Luego de caminar en la oscuridad el ciego tropezó con otra persona…. 
– ¡Uy!, dijo el ciego. 
– ¡Ay!, dijo la persona chocada por el ciego en la oscuridad. 
– ¿Usted no vio esta lámpara?, dijo enojado el ciego. 
– ¡Amigo, su lámpara estaba apagada! 
Sigue las ideas de otros sin objetarlas ni cuestionarlas y acabarás comportándote como el ciego que no consigue percibir que la luz se apagó.