Salto a lo Invisible

¿Cómo sabes que estás en tu propia senda? Porque el camino desaparece y no puedes ver a dónde vas. Todo aquello que construyó tu identidad ha quedado atrás. Esa es la certeza que da el haber encontrado tu ruta. (Alice White)

A veces se trata de saber esperar, de no precipitarse en el deseo que las cosas sucedan. Lo importante es mantener la puerta abierta sin decretar finales anticipados y posibilitar la creación en ese paréntesis que es transición en sí mismo. En la espera la historia se mantiene incompleta. Es un lapso en que las cosas aún son inciertas y nos mantenemos en la condicionalidad.
La espera es presencia que habilita la imaginación de escenarios y al mismo tiempo domestica la angustia que provoca la ambigüedad y la paradoja que acompaña a todo lo vivo. En el latido de cada cosa la presencia y la ausencia se transparentan como un eco del ritmo entre opuestos. Pero un día habrá que cruzar ese umbral en el que ya no podremos contener el aliento. Porque toda espera nos acuna sobre el abismo. En él, la espera se completa.

Por falta de atención hasta podemos relegar a segundo plano lo asombroso y naturalizar las indescriptibles maravillas de esta vida. Acostumbrarse es morir un poco. Porque es en esos momentos inciertos donde brota la imaginación y en esos confines del misterio donde se alimenta nuestra máxima libertad: Ser conscientes.

Tan fascinante como desgarrador es estar en soledad con uno mismo. El mundo ofrece incontables posibilidades pero ninguna seguridad. Lidiar con esta incertidumbre en la intimidad puede resultar aterrador, pero también puede llevar a una compresión más transparente de nuestro lugar en el mapa de la vida. En cierto modo la libertad es una paradoja que nos empuja a aceptar las cosas tal como son. En lo que vemos y percibimos, decenas de espejos reflejan parte de lo que somos hoy a través del tiempo. Es fácil sentir por un momento que no somos otra cosa que una de las infinitas sensaciones de la vida. Una trama impredecible se teje con su propia dinámica adaptativa. En el silencio y quietud de la naturaleza es palpable el pulso de la vida que, ajeno a toda perturbación, compensa y refleja su ritmo.

De la observación de la incertidumbre.

«Pues si las cosas tienen por vocación divina encontrar un sentido, una estructura donde fundarlo, también tienen por nostalgia diabólica, perderse en las apariencias, en la seducción de la imagen.» (Jean Baudrillard)

De la expansión a la contracción, de la intensidad al desvanecimiento. Los ciclos se repiten y dan forma al gran ciclo que todo lo contiene. Todas esas sensaciones tan intensas de las que quisiéramos escapar o aferrarnos dependiendo de tu tono, así como surgen en un momento para persistir, declinan para desaparecer. La forma de hacer las paces con lo que sucede es aceptar que todo tiene un principio y un final. Parece sencillo, pero nuestros dolores nos recuerdan nuestros apegos menos advertidos.

Vivir conscientes de nuestra finitud e incorporar la muerte como parte de la vida implica contemplar la incertidumbre como un principio. La muerte no nos arrebata nada, es simplemente el final de un ciclo. Es profundamente liberador pensar en el tiempo en sentido amplio, considerando intensidades y no sólo su paso. Si nos detenemos a observar nuestro mundo interno comprobaremos que tan atemporal en términos cronológicos es el ser espiritual. Observar la muerte resignifica y revitaliza, nos abre a la posibilidad de disfrutar en plenitud el milagro de estar vivos.

«Uno de los grandes regalos de la práctica contemplativa es que al calmar la mente y suavizar el corazón, vemos el misterio que nos rodea. Meditar, de alguna manera, es ser capaz de detenerse y escuchar la música de la vida con un sentido de reverencia, conexión y asombro.» (Jack Kornfield)

Vivir en la incertidumbre consciente es una actitud. No es resignarse, conformarse ni estar a la deriva. Es un estado de serena confianza en la aventura de vivir. Algo así como dejarse caer a un vacío sabio, un ofrecerse y entregarse a la vida que vivo y me vive. Es el abrazo voluntario a una verdad que nos contiene en su propio seno.

La naturaleza, a través de su entramado lleno de símbolos, nos invita a acariciar el misterio y vislumbrar el milagro. Al observar, explorar con ansias y reconocer a través de los sentidos el singular equilibrio en que todo se mueve, es posible contemplar la gracia en que la armonía se deja ver. Al volver a uno mismo, se percibe con facilidad la real dimensión espiritual de la vida.

El mundo natural ofrece una sorprendente combinación de poder y sutileza, el extremo de la fuerza en la tormenta y la gentil invitación de la brisa en la mañana. La vida se abre paso con persistencia y optimismo. Todo parece latir en una dulce espera acompasada. Observar el equilibrio que hay en su esencia remite a un lugar dentro de uno mismo. Imposible sentirse solo al intimar con este entorno. Es un privilegio tener la oportunidad de estar aquí, en este universo sensorial. Es que a veces, eso que supo permanecer inexplicable parece llamarnos.

El estado de presencia es ante todo una experiencia sentida que impregna los sentidos. La belleza en lo bello deja de ser un afuera para transformarse en una chispa que enciende una luz interior difícil de traducir en palabras. (Alice White)

Disfruto visitar las reservas ecológicas de la zona donde vivo. Temprano en la mañana hay garantía de intimidad y puedo sentir una especial conexión con ese entorno de verdes y troncos que se abren paso hacia el cielo. Las ramas más delgadas se mueven al compás del viento dando ejemplo de adaptación. Los árboles parecen observarlo todo desde su quietud. Nunca estoy sola cuando camino a través de los senderos, siento que soy reconocida y abrazada por algo grande que es consciente de mi presencia. Creo que nos agradamos mutuamente.

 

Investigaciones sobre la realidad

Cotidianamente somos estimulados a vivir desde afuera de nosotros mismos por un modelo social que presiona a ir más rápido y a no detenerse en casi nada. La vida transcurre entre la inmediatez y la superficialidad, apagados a la posibilidad de descubrir la intensidad de ir más lento. Saborear el milagro cotidiano requiere serenidad. ¿Cómo podría desvelarse si somos incapaces de contemplarlo desde una interioridad sin prisas?
«Pues si las cosas tienen por vocación divina encontrar un sentido,
una estructura donde fundarlo, también tienen por nostalgia diabólica,
perderse en las apariencias, en la seducción de la imagen.» (Jean Baudrillard)
El estado de presencia es ante todo una experiencia sentida en la hondura del corazón que impregna los sentidos. La belleza en lo bello deja de ser un afuera para transformarse en una chispa que enciende una luz interior difícil de traducir en palabras. Es que a veces, lo que sabe mantenerse incomprensible parece llamarnos.
Lo sublime y lo cotidiano se entrelazan a través de la belleza. Su sola presencia estimula la comprensión intelectual e ilumina el corazón. Captar el hilo invisible aporta esa alegría serena que es más un brote que adquisición. Se suele hablar de la fe como asociada a una creencia, pero cada mañana confirmo que no hay apuesta más empecinada a la vida que cada amanecer. Más allá de mis ideas sobre las mañanas, son pura potencialidad que expresa confianza en el devenir.
A veces es bueno inclinarse ante el abismo, ese misterio que la vida nos regala en lo natural, eso que pasando no cesa en su continuo llegar e irse. Entonces el abismo se vuelve cercano, tanto que renunciamos a todo intento por comprenderlo.
No hay una mañana igual a otra. La naturaleza nos lo recuerda cuando ofrece el paisaje de cada día como algo único. Por un momento, la síntesis: Antes, después y ahora se mecen juntos en su propia desmesura. Un silencio diáfano que es todo para quien aprende a escucharse. Con tanta belleza vibrando a nuestro alrededor me pregunto si seremos capaces de reinventar una forma de convivir en esta tierra sin extinguir el planeta. Una interrogación que no admite el pesimismo extremo o el optimismo simplón en la respuesta sostenida en lo sabido o en lo negado. Pero si la esperanza que en el matiz encontremos la forma.
Nuestro pensamiento sobre la realidad está sutilmente velado por múltiples factores. La realidad está muy lejos de poder ser acotada por un puñado de ideas de las que podamos disponer. El pensar implica poder llevar adelante una labor crítica que nos anime a cuestionar la solidez y consistencia de esas ideas. Pensar es caer en la cuenta que en todo lo que decimos saber hay una interpretación cuya fortaleza intrínseca necesita ser revisada una y otra vez.
Pero es cierto, las preguntas pueden perturbar más de lo tolerable puesto que la duda puede ser verdaderamente inquietante. Tanto o más que la certeza incuestionable de un saber. Es que a veces, el miedo a tener que volver al llano del no saber es un horror que domina. El dogma suele descansar en ese miedo a lo incierto, a lo imponderable, a eso que es justamente, la materia esencial de la vida.
«Si nos dejamos caer en el abismo indicado, no caemos en el vacío. Caemos hacia lo alto. Su altitud abre una profundidad.» (Martin Heidegger)
Todo decae en el tiempo, nada es eterno en su configuración inicial. La reconfiguración del sistema sucede frente a nuestros ojos, lo veamos o no. De tanto espejarnos en similares pensamientos, en afinidades que nos hacen sentir a gusto, perdemos de vista ese mundo mucho más grande que nuestro punto de vista.
Resulta imprescindible distinguir la discontinuidad que se deja entrever en la continuidad. Es la interdependencia de saberes, de lucideces y claridades, lo que nos refleja en un genuino nosotros. El propio conocimiento aislado no enriquece a la totalidad sino a través de la convergencia de matices que conforman una riqueza significativamente más abierta y vitalizada.
«Quien piensa lo más hondo, ama lo más vivo» (Hölderlin)
Me gustan las citas, son como mojones en el camino. No para detenerse sino para orientarse y continuar andando. Porque caminar no es avanzar en línea recta sino en torno a nuestros límites para poder cercarlos y entregarse vibrantemente en cada acontecer.

Un texto tiene riqueza cuando es portador de algo que es punto de partida y no de llegada. Las palabras tienen vida si provocan que te digas algo, si te animan a recrearlas en tu propio mundo interno. En esta época de adhesiones y rechazos veloces a lo que el otro dice, celebro el decir abierto que es estímulo. Un decir logrado es aquel que invita al pensamiento a volar con alas propias.
Después de todo, ¿es el mundo una cosa hecha o un hacerse con nuestra participación?

Del mirar y el ver de cada mañana.

A veces la mañana es esperanza. Otras es nostalgia de la vida no abrazada que parece deuda. La mañana entonces invita a pensar, imaginar y soñar a lo lejos.

Todo lo que escribo nace en esa intimidad que lo hace personal. Cuando algo pasa por la cabeza y el corazón se vuelve mucho más biográfico que el territorio de los hechos. Aún cuando podría expresarme a través de alguno de los personajes que me constituyen y dan forma, lo más difícil es hacerlo desde uno mismo, despojadamente. Lo que siento es que, si no puedo conectar con quién soy en su real dimensión a través de las palabras y el tono que uso, entonces no podría llegar a nadie. Y siempre lo hago con la esperanza que ocasionalmente brote algo que estimule alguna pregunta interesante en otros.

Es llamativo como a veces la memoria siembra de susurros la mente. Las ausencias cobran vida como retazos de aquellas presencias. La experiencia se hace fibra y se siente tan auténtica como si fuera real aquí mismo. A medida que los días pasados se acumulan en años, aumenta la frecuencia en que la memoria se activa a partir de esos fragmentos que de tan guardados se volvieron secretos. Somos llevados de regreso a lugares que no existen y recibimos opiniones de gente que ya no está. Muchas veces me pregunto si habrá alguna diferencia entre imaginar algo o haberlo vivido, porque el espacio que ocupa y lo significativo que se vuelve lo hace muy parecido. Y entonces, uno de esos suspiros que arquea las cejas viene a rescatarme de la duda y devolverme al presente.

Es fácil sentirse atraído por la naturaleza y su esplendor. Muchas veces me pregunto si estoy ubicada en mi propio centro para captar la chispa divina que atraviesa la vida natural en todas sus formas o estoy consumiendo naturaleza. ¿Con qué estoy sintonizando? Nada como una caminata sin propósito en un entorno atractivo para darse cuenta. Un sano escepticismo me acompaña y me impulsa a ser humilde frente tanto que no sé. Trato de estar alerta porque no soy inmune al autoengaño, el ego siempre está buscando sus mejores galas espirituales para justificar sus preferencias.

Siempre hay algo que está naciendo a través nuestro, acompañando la melodía vital que espontáneamente brota ofrecida al descubrimiento.

La concentración y la quietud mental son la fundación en la que se apoya la observación ecuánime. Si no hay serenidad en los pensamientos inevitablemente, como producto de la observación desenfocada, surgen la atracción o el rechazo. Lo catalogado como agradable despierta el apego emocional mientras que lo desagradable impulsa la aversión. Disfruto practicar mientras camino porque los estímulos externos son intensos y ponen a prueba mi estado de conciencia.

Hay momentos en que la intensidad de la belleza de este mundo brota lujuriosa, como un canto silencioso que expresa la plenitud con desenfado. Me gusta pensar que esos momentos son un homenaje que la vida me hace con su regalo y yo le hago al percibirlo. Comunión perfecta en la que la mente se rinde al flujo sutil que vibra en ese brillo fugaz que nos hace uno. Tan inmensa es la abundancia de vida que nos cobija que si lo pensara, concluiría que es demasiada. Pero al sentirla, me dejo envolver y agradezco el privilegio de gozar de la maravilla cotidiana.

Ver la realidad esquematizada nos cierra. Las clasificaciones son prácticas pero engañosas. Cultivo una mirada abierta que una y otra vez tropieza con límites autoimpuestos pero que no se resigna. Una mirada atenta, que ya no persigue objetivos sino que está dispuesta a transgredir, que se anima a traspasar el umbral de los «debería» y los «hay que» hacia un espacio libre, allí donde lo imposible y lo irreversible nos hacen muecas.

 

De la dulce compañía

A veces la música resulta en ruido, interrupción indeseada al bello silencio de la mente que la conciencia anhela. Hay otras veces en que el sonido parece acompañar el silencio destacando su belleza, asistiendo el proceso de despejar y concentrar. Y en ese estado de serenidad, de pausado equilibrio, los pensamientos son observados desde la lucidez silenciosa del testigo que contempla sin juzgar.

Las palabras  deberían ser vehículo para ir al encuentro de la experiencia de silencio y no reducirse al gozo intelectual de la descripción precisa. Dejarse abrazar por la trama que todo lo permea, navegar lejos de las orillas de los extremos para sentir desde su intimidad que siempre son sólo una.

«Deja en tu interior una parte para el misterio, evalúa y confronta pero no juzgues con conclusiones totalizadoras. Deja en tu corazón un espacio fértil para las semillas que traiga el viento, prepara un lugar para lo inesperado y un altar para la verdad de todas las cosas.» (Alice White)

De la ética, el mundo natural y el darse cuenta.

¿Es posible establecer principios que guíen todas las acciones humanas? Francamente me parece imposible, aunque indudablemente podemos construirnos internamente sobre una base sólida que nos permita discernir y evitar causar daño. La ética es un tema profundamente controversial porque es afectado por las pasiones humanas, el entorno sociocultural y nuestro grado de comprensión de las leyes naturales.

Darle forma a algunos criterios básicos que sirvan de referencia para distinguir la acción correcta implica alejarnos de nuestra forma de interpretar la vida y trascender las perspectivas. Una vez trascendido el utilitarismo de contar con un marco que contenga, no será aferrándose a una visión del mundo ni a una doctrina revelada que nos volveremos más sabios a la hora de tomar decisiones. La fundación sobre la que todo lo que existe se apoya puede vislumbrarse cuando la mente se serena, el pensamiento se vuelve testigo y la conciencia alcanza el espacio claro en que la vida expresa su ansia y búsqueda de equilibrio.

Ahora bien, ¿nos tiene que gustar el fruto de la observación? Evidentemente el sistema que rige el mundo natural no se ve afectado por nuestras opiniones y aún así, estamos dotados del «darnos cuenta». La práctica del «buenismo» no cambia las cosas tal como son, el ego disfrazado de bueno dice: «La naturaleza no tiene moral y yo sí. Yo soy bueno, y más que la mayoría». El ego identificándose y practicando supervivencia… Desde la propia perspectiva actuada con tolerancia se puede parecer más ético, pero la naturaleza no parece tener perspectivas sino puntos de encuentro conforme una dinámica que preserva la vida en todas sus formas. El punto fundamental quizá sea por qué el ser humano está dotado de ese «darse cuenta». No tengo la respuesta y probablemente nunca la encuentre.

¿Alguien puede dudar del poder abrumador, la belleza, el misterio y la unidad armónica en la que opera el universo en su conjunto? Si percibimos estas propiedades de forma clara y directa necesariamente trataremos de actuar sin violentarlas. Observar la naturaleza no crea obligaciones éticas sino sentimientos que nos llaman a actuar conscientemente. La atención es la puerta de acceso a la sintonía universal y la respuesta, una llamada a la acción en consonancia con lo divino que nos contiene.

Reconocerse como parte de la naturaleza nos conecta con lo divino y ello, con una base sólida para respetar los derechos de los seres humanos, animales y demás seres vivos, la integridad de los ecosistemas y la biósfera. La unidad del universo nos da una sensación de pertenencia, a la que respondemos mediante el cultivo de la unión mística. El misterio del universo despierta nuestra curiosidad, lo que buscamos satisfacer través de la ciencia y la exploración. La belleza del universo nos inspira amor y nos invita a contemplar y expresar nuestro asombro través del arte, la celebración y el ritual. No somos superiores a la naturaleza sino parte de ella. Nuestro deber es no dañar su diversidad y la estabilidad con que se autorregula. Quizá para eso estemos dotados del «darnos cuenta».

«Vivir conectados a la dimensión espiritual de la existencia implica reevaluar constantemente nuestras certezas a la luz de las evidencias.» (Alice White)

A orillas del silencio

Ese no tener tiempo de tener tiempo parece haber ganado tanto espacio en el estilo de vida del presente que no es visto como un desorden. Más bien, se lo exhibe como demostración de importancia: El vivir acelerado se transformó en un valor.
Ruido y más ruido parece ser la regla de oro. Es bastante lógico que como consecuencia no haya espacio posible para disfrutar de un libro, una poesía o la riqueza del silencio. ¿Por qué escapamos del silencio? ¿Qué consuelo encontramos en todo ese ruido?

«Si lo pensamos, raro es pensarse. Pero raro de rareza extrema es que quizá existamos si el otro acierta en vernos cuando nos mira.» (Alice White)

El silencio tiene forma de intriga al que se le asignan toda clase de significados de dudosa certeza. Puede ser que callar implique estar absorto en los propios pensamientos o no estar de acuerdo con lo escuchado sin decirlo. A veces callar es un intenso sentir y no un asentir. Aún así, hay algo cierto: Tanto el que habla como el que calla sacan conclusiones y elaboran teorías acerca de las razones del otro. ¡Cuánto mejor sería dejar la puerta abierta en una actitud de amable ofrecimiento!

 «De algún modo nos hablan también los pétalos de la flor, que ya caídos, reciben silenciosamente las gotas de lluvia.» (Alice White)

A todos nos atrae algo que convertimos en un vínculo de amor por motivos diferentes. Cada cual a su manera, siempre legitimada por razones que se apoyan sigilosamente en la propia biografía. Curiosamente, esa diferencia y semejanza es lo que nos une y nos separa. Esa diversidad que hace fecundo el entreverarse.

«Lo bello ocurre al margen de nuestro ruido, como la hierba crece en las grietas del asfalto siguiendo su propia melodía silenciosa.»  (Alice White)

 

Del recuerdo fértil.

En este mundo nuestro, aún con sus complejidades y a pesar de las conocidas miserias de las que no somos ajenos, lo más hermoso y sublime también tiene cabida. Nos lo recuerda siempre la naturaleza con su belleza. Así como su potencia nos intimida, su contemplación nos conecta, aún dentro de nuestra vulnerabilidad, con un poder espiritual que nos sobrepone. Y en medio las dificultades y los desafíos cotidianos, probablemente el arte de vivir consista en imitarla y estar a la altura de lo que ella nos brinda. Porque si estamos lo suficientemente atentos, cada amanecer nos abre los ojos a un significante.


“En la mayoría de las personas, las gloriosas puertas de la percepción crujen sobre bisagras oxidadas. ¡Cuánto nos perdemos del esplendor de la vida por arrastrarnos medio ciegos, medio sordos, con nuestros sentidos ahogados y adormecidos por la rutina!” (Bro. David Steindl-Rast)

De la mirada de lo sutil y la atención.

La mente busca respuestas sólidas, argumentos para sostenerse en certezas que le den seguridad. Nuestra fragilidad se vuelve agobio en muchas situaciones y nos acostumbramos a habitar lugares comunes, espacios familiares que nos parecen amigables. La aparente solidez de creernos en «la verdad» nos sostiene. Pero probablemente la vida se trate más bien de grandes preguntas que estimulen el vuelo de la imaginación y no de estruendosas respuestas. Acumulamos discursos sobre lo que es y explicaciones sobre lo que es con la contundencia de lo irrefutable. Evitamos cuestionar y nos relajamos en las respuestas opacando la mirada sutil.

Cuando logramos reunir el coraje suficiente y la honestidad necesaria para salir de la mente podemos ver que los absolutos no son tan absolutos como creímos ni las certezas son tan ciertas como aprendimos. Es allí donde el poder que tiene la atención consciente puede ser percibido. Poder ver el fino equilibrio que todo lo contiene y cómo busca su propio centro. Sistemas dentro de sistemas que se autorregulan con delicada belleza. Cuando ponemos atención, es muy fácil comenzar a encontrarse con las excepciones a todas esas verdades inobjetables.

«La imaginación  es como  una linterna. Ilumina  los paisajes  más íntimos  de  nuestra       vida  y  nos  ayuda  a  descubrir  sus  arqueologías secretas.  Cuando  nuestros  ojos  son agraciados  por  el  asombro, el mundo nos revela  sus  bellezas. Hay gente que solo ve oscuridad  y  torpeza y  eso  es  debido a  que  sus ojos se  han opacado.  

  ¡Tanto depende de la forma en que miramos las cosas!

La calidad de nuestra mirada determina lo que vemos. A menudo desperdiciamos las invitaciones que la vida nos ofrece porque nuestra mirada se volvió repetitiva y ciega. El misterio y la belleza están en todas partes pero no logramos manejar adecuadamente la mirada. La imaginación es el ojo para el mundo interno. Cuando la imaginación despierta, el mundo interno se ilumina. Empezamos a vislumbrar cosas del mundo que la gente parece ignorar en sus conversaciones. Cuando el mundo interior se ilumina, descubrimos una nueva confianza, una base más arraigada en este mundo.»
(John O´Donohue, Beauty, The Invisible Embrace)

De la belleza y su dimensión cotidiana.

La belleza se teje apacible a través de lo cotidiano. Con tanto ruido en nuestras cabezas a veces ni reparamos en la belleza de los pequeños mundos que prosperan a nuestro alrededor y que tenemos el privilegio de poder reconocer. Somos invitados en este mundo natural empeñado en encontrar su equilibrio a pesar de nuestras erradas intervenciones humanas.

Aún cuando al escuchar hablar de la belleza pensemos que pertenece a un reino especial que mora en un lugar extraordinario, ella nos visita cada día en voz baja, susurrando su presencia en la ternura de una escena, en el cuidado de una madre hacia su hijo, en la bondad que asiste a un anciano que ya no puede por sí mismo.

A veces la belleza se agita con pasión frente a nuestros ojos y nos pone en la urgencia de disfrutar de su calidez y la maravilla del abrazo eterno con aquello que dejamos de mirar sin darnos cuenta sumergidos en la inconsciencia de la rutina. De alguna forma sabemos que la belleza no nos es ajena y respondemos a su llamado bajo las capas que cubrían su brillo en nuestros atribulados corazones.

Algo en el reino de lo natural expresa su alegría a nuestro despertar a lo bello. En la frontera con la desesperación nos invita a sentir, pensar y actuar el mundo cuidadosamente, sin dramatismos. La vida tiene su ritmo, el flujo de los ciclos su propio equilibrio. Nuestro corazón necesita conectarse a su devenir para interpretar el mundo con una sensación de libertad y agradecimiento. Aún en medio de la fragmentación y la desesperanza la elegancia del orden natural trae serenidad y consuelo a lo que no encontramos justificación.

Y cuando la belleza sigue su camino nos queda su deleite en la memoria para reforzar nuestra propia transfiguración en la paz de la aceptación.

«La belleza no mira, solo es mirada.» (Albert Einstein)