El Arte de Sentirse Vivo

Vivir nuestras vidas en nuestros propios términos, comprometidos y enfocados en nuestros anhelos genuinos es más que nada un derecho. La libertad de elegir no pasa por ningún otro lugar que escuchar lo que nos pide nuestro corazón y puedo dar fe que nunca es tarde para hacerlo. Firmé tempranamente cantidades de «debería y no debería» tratando de adaptarme a lo convencional. Bajo la tiranía del miedo y la vergüenza no me permití encontrar mi expresión y me perdí en el laberinto del sin sentido.

Pero el arte es un latido oculto que como un susurro escuchamos en un fondo impreciso, y cuando le hacemos espacio despierta al alma alineando la mente y el corazón a lo que nos conmueve. Es el umbral prístino a nuestra más genuina libertad.

Cada camino es único tal como la forma en que la vida se expresa a través nuestro. Pero creo que cualquier esfuerzo emprendido en comprender el sentido esencial de este mundo y seguir nuestra inspiración se puede convertir en arte. No se trata de evaluar que sea bueno o malo por sí mismo sino de vincularnos estrechamente a lo incómodo y amigarse con la turbulencia de la duda y el desorden. Y dejarse abrigar por el gran misterio de haber nacido.

En concordancia con este tiempo de mi paso por este mundo, está naciendo un anhelado proyecto que será de algún modo la continuación de este blog. Poco a poco va tomando forma de la mano de amigos queridos que me acompañan con su apoyo y dedicación en los aspectos técnicos. Habrá fotos producto de la contemplación cotidiana, textos que abrazan la reflexión meditada, un diario para acompañarnos y artículos a modo de recursos. Pronto habrá novedades. Y como siempre, nos estaremos encontrando en la Naturaleza Profunda de la Vida.

La verdadera naturaleza del ser

En mi cuaderno de notas suelo asentar ideas sueltas, alguna percepción y también cosas que leo y me resultan significativas. Llevo tiempo elaborando sobre la verdadera naturaleza que nos constituye, cómo se manifiesta y el terreno fértil que representa el contacto íntimo con el mundo natural. En esta entrada intento expresar el significado de Samadhi.
Samadhi es una antigua palabra en sánscrito que significa unión,  unión de la persona individual con algo más grande, algo incomprensible para la mente. Es también la entrega de la mente individual a la mente universal. El propósito de toda meditación, yoga, alabanza y logro espiritual es Samadhi.
En el lenguaje de los místicos cristianos, es entregarnos a Dios. Samadhi es realizarnos a través de lo que el Buda llamó camino medio o lo que el taoísmo llama balance entre yin y yang.  Cuando el Samadhi es perfecto es la sabiduría de la Gran Realidad, una comprensión de la relación entre la forma y la vacuidad, de lo relativo y lo absoluto. Es entrar en la verdadera naturaleza de ser uno.
Samadhi comienza con un salto hacia lo desconocido, se debe alejar la conciencia de todos los objetos conocidos, de todos los fenómenos externos, de los pensamientos condicionados, de las sensaciones hacia la conciencia misma, hacia la fuente interior, el corazón o la esencia del ser.
La fuente no es una cosa, es la vacuidad o la quietud misma. El gran útero de la creación preñado con todas las posibilidades. Esta unión no puede ser entendida con una mente limitada e individual, solo se realiza en forma directa cuando la mente se aquieta. No hay ningún yo que despierte. Se despierta de la ilusión de ser un yo separado, del sueño de un yo limitado.
Samadhi es tan simple que cuando te dicen lo que es y cómo realizarlo, tu mente no lo comprende porque es justamente lo que necesita ser detenido para ser experimentado. aunque no es un acontecimiento en absoluto sino un estado.
¿Cómo podríamos utilizar palabras o imágenes para transmitir quietud? ¿Cómo podríamos transmitir silencio a través del ruido? Samadhi es un llamado radical a la inacción, a la meditación, al silencio interior. Una invitación a detenernos, a detener todo lo que está siendo impulsado por la mente egoísta. Mantente quieto y conoce. Nadie puede decirte qué va a emerger desde la quietud. Es una invitación a actuar desde el corazón espiritual.
Samadhi no es un estado alterado del ser ni una experiencia mística, es simplemente nuestro estado natural de presencia, de conciencia no mediada por el pensamiento.
La mayoría de la humanidad se encuentra en algún estado alterado todo el tiempo, un estado de identificación egoica con la forma y el pensamiento. Cuando uno está en el estado de presencia natural, libre de resistencia, la energía vital fluye con libertad hacia y desde nuestro mundo interior. Este flujo se convierte en una nueva interfaz con la realidad, literalmente, un nuevo nivel de conciencia o una nueva forma de ser-estar en el mundo.
A través de la antigua enseñanza del Samadhi la humanidad comenzará a entender la fuente común de todas las religiones y a alinearse nuevamente con la espiral de la vida, el gran espíritu, el dhama o el tao.
Samadhi es la puerta sin puerta, el camino sin camino, es el fin de la identificación con la estructura del yo que separa nuestros mundos interno y externo.

En la profundidad de las cosas I

Para ver el mundo en un grano de arena y el cielo en una flor silvestre
abarca el infinito en la palma de tu mano y la eternidad en una hora.
(William Blake)

La vastedad de la vida se nutre de un mundo de relaciones y asociaciones. La naturaleza lo hace a través de sonidos, olores, señales y vibraciones en una red perfectamente conectada. Lo grande y lo pequeño se complementan con sutileza para abrirnos los ojos. Mundos dentro del mundo que sugieren detenernos y reparar en el equilibrio y la fragilidad con que la vida encuentra su cauce. Es el milagro cotidiano al que estamos invitados a convertir en experiencia. Es el latido de todas las cosas que se deja ver en lo natural. Observar y concentrar la mente en la maravilla que impregna los sentidos es a veces todo cuanto se necesita para iluminar cada rincón de lo que somos. Maravillarse es una experiencia intensa que llena el corazón. Cuando el silencio interno deja paso a la contemplación captamos la frecuencia de la realidad primordial y un júbilo sereno acaricia la experiencia. ¡Hay tantas lupas por ahí para distinguirla! El secreto está en encontrar las propias ventanas contemplativas en lo que nos rodea.

Momentos de soledad no son de aislamiento, son oportunidades para habitar nuestra interioridad, recorrer senderos conocidos que nos acunan en el sentido y otros inexplorados que se hacen visibles para el corazón ofrecido a la vida. En la quietud y simplicidad de un momento se puede percibir la complejidad de cada singularidad. A veces resulta fácil ver la fusión de vidas en la vida, de cada latido individual en un gran latido. A veces resulta evidente que nuestra vida es posible gracias a otras vidas que llevamos dentro. Son esas complicidades sutiles que hacen que la vida se viva a sí misma.

«Todo lo que nos ralentiza y nos fuerza a la paciencia, todo lo que nos devuelve a los ciclos lentos de la naturaleza, es una ayuda.» (May Sarton)

Las etiquetas se caen constantemente y las creencias se marchitan con cada descubrimiento. Un mundo en constante cambio no puede ser definido, medido y justificado sino de forma parcial e imprecisa.
Es una práctica espiritual abrir la mente a lo infinitamente pequeño tanto como a lo enorme. Son las dimensiones rebeldes de la vida las que nos enseñan sobre los límites de nuestra comprensión.
En su evolución, la vida nos pide un estado mental que se adapte al cambio constante, nos sugiere sutilmente alinearnos con el flujo asombroso de los fenómenos que ocurren en los sistemas de todos los tamaños. No parece ser cuestión de escalas sino de ser un observador involucrado, comprometido y respetuoso de la gran sinfonía.

La forma en que actuamos está determinada por nuestra grado de conciencia. A veces es la presión la que nos lleva a concentrarnos en una tarea y descartar todo lo demás. Ejecutamos y cumplimos. Otras es la seguridad y privilegio de un rol que entra en juego y dejamos de vernos reflejados en el otro con quien nos toca relacionarnos. Pero sin atención consciente cosificamos la vida y perdemos contacto con nuestro corazón compasivo. El resultado podrá ser efectivo pero sin conciencia plena sacrificamos un poco de nuestra humanidad en cada decisión.

En las profundidades de la naturaleza hay una conexión salvaje que late de la mano de la imaginación. A veces me dejo llevar por los ojos de la vida que contemplo y me introduzco en ese mundo que es libre de interpretaciones humanas. Es una aventura asombrosa, colmada de descubrimiento y donde no hay información que aturda o descripciones que adormezcan. Las escenas se presentan y con ellas brota la revelación, pero no como un éxito de la mente que teje pensamientos y asociaciones sino como un flujo de esa naturaleza compartida en la que el corazón siente pertenencia. 
Su efecto es muy saludable, de las mano de «esos ojos» somos invitados a arriesgarnos a una nueva y original mirada para habitar cada día. Un mirada relajada que integra lo diverso.

¿Cuánto es suficiente? ¿Cuál es el límite entre la modestia y la desmesura? Cuando le entregas tu corazón a algo, ¿qué determina que sea un gesto ambicioso o humilde? ¿Cómo mensurar una sensación que proviene de la intransferible intimidad con que nos relacionamos con la vida? 
La vida silvestre tiene tanto para mostrarnos acerca de nuestra lógica, preferencias y criterio que no es difícil quedarse sin palabras. La belleza o la elegancia se resignifican de la mano de la sorpresa que acompaña la observación. Con tanta sutileza y fragilidad alrededor lo menos que podemos hacer es intentar estar presentes.
A veces el tiempo se vuelve una espiral sin forma y lejos de las ideas sobre lo visto se comienza a percibir los infinitos tonos de un árbol o la obra de arte que conforman las plumas de un ave. Las distancias parecen desvanecerse y el propio sentido de la proporción cambia. Una vez más la vida se ocupa de mostrarnos que eso que creemos ser no es algo acabado, la experiencia nos transforma.

Algunos tenemos un artista de la mezcolanza refugiado tras una prolija fachada. Hay días en que no lo podemos contener y sale a escena haciendo relaciones insólitas basadas en su lógica dispersa. A veces es posible encontrarle la punta del hilo con la que deje y desteje la compleja trama de elementos que lo inspiran. A ese artista casi nada le resulta indiferente y suele captar el cambio potencial en que todo se despliega. Vacila, y mucho. Su espíritu ansioso de libertad y gozo conoce la contracara de la aflicción. Son momentos en que el silencio se hace visible y su sombra también. Un estado en que puede oír la vida que lo vive. Es por eso que aquello de ser un alma libre le suena a literatura.

En el mundo humano de la desmesura una conciencia desobediente puede ser la vía hábil para los pequeños gestos que conducen a grandes acciones. Observar la naturaleza puede ser una experiencia estética placentera pero también es una ventana que enmarca la acción humana que toma al otro como una extensión de lo que somos. Poner atención en lo complejo, lo común y lo pequeño es un detonador de sensaciones conducentes a la escucha del llamado urgente que este tiempo reclama.

«Ubicar a la especie humana completamente dentro de la naturaleza y no encima es algo que ha sido aceptado intelectualmente pero no personal y emocionalmente por la mayoría de las personas.» (Gary Snyder)

 

 

De la hondura radical y la espiritualidad sin cosmética.

¿Quién elige lo que pienso? ¿Cuál es el yo a cargo? ¿Soy capaz de darme cuenta o sólo me volví habilidoso para relatar la diferencia? Esta es la gran distinción entre ser consciente, despertar a la dimensión espiritual que me constituye y el sólo haberme identificado con una creencia que le da forma a lo que pienso y me hace sentir la seguridad de la pertenencia. La identificación es una forma que toma el ego para sentir que existe. Lo que hace al ámbito de la espiritualidad tan difícil de acotar es justamente la subjetividad que cobra la experiencia y por eso es espacio propicio para el cocoliche, el todo vale y el mensaje «happy flower». Pero conocerse en profundidad, no es como «ir a la casa de la tía».

La tendencia a quedar atrapado en un punto de vista restringido es muy humana. Nos hace sentir seguros. Parece que la biología ama la simplificación y nos ayuda entonces a sacar conclusiones parciales como si fueran la verdad revelada. Sucede que eso que llamamos «la realidad» es multidimensional y si fragmentamos la mirada solo conectamos con un aspecto de ella, con un nivel. Cada análisis de una situación tiene «algo» de verdad. Y lamentablemente, las mayores atrocidades humanas también se cometen en este nivel de análisis absoluto.
Me parece que la tarea humana fundamental es salir del reino de los opuestos integrando la mirada contemplativa a la vida activa. Disponemos de un recurso absolutamente ilimitado: El territorio fértil de la conciencia, donde cabeza y corazón encuentran cohesión. Allí, lo aparente se disuelve.

La sustancia espiritual que aporta la experiencia directa no admite comparación. Por eso es tan personal y transformadora.

Disfruto poner atención en el brote. Es una experiencia intensa observar cómo, a veces con muy poco a favor, se abre paso buscando aire y cielo. La espiritualidad también es un brote que busca espacio en nuestra humana existencia. Me gusta cultivarla porque crece con bríos y descubro a su ritmo los espejismos que nos dividen de la mano de la percepción errada. A veces tan posicionados en los extremos no nos damos cuenta que sutilmente hay un eje que atraviesa todos los polos y contrastes creando un surco invisible que es invitación a reunirse en la hondura del acuerdo.
A veces nos creemos tan diferentes… Basta con poner la mirada en el final de la vida para ver cómo todas las diferencias pierden entidad y qué tan parecidos somos.

A veces es bueno inclinarse ante el abismo, ese misterio que la vida nos regala en lo natural, eso que pasando no cesa en su continuo llegar e irse. Entonces el abismo se vuelve cercano, tanto que renunciamos a todo intento por comprenderlo.

Ser parte de una ideología política o fe religiosa son acompañadas con demasiada frecuencia de consecuencias negativas similares. Cuanto más intensa la pertenencia menor lucidez, capacidad de discernir y ecuanimidad para opinar.
La necesidad de pertenencia es a veces tan intensa que somos capaces de sacrificar la libertad a cambio de las supuestas ventajas de ser parte y volvernos visibles a través del grupo. Buscamos inconscientemente identificarnos con algo todo el tiempo, mientras esa identificación nos hace sentir seguros, refugiados, como una forma de alivio a ese sustrato de angustia del que es imposible deshacerse porque es inherente al hecho de estar vivo y no saber, solo la certeza que vamos a morir y nos iremos como llegamos: solos y sin nada. Creo que la única pertenencia que no condiciona ni somete es la que acepta la vida tal como es, con sus opuestos y sus matices. Nos hace ser parte sin renunciar a otra cosa que al ego de ser alguien que puede dominar algo. ¿Será tan difícil admitir íntimamente y convivir con la idea de ser individualmente poco necesarios para la vida en su conjunto? ¿Será tan sofisticado, en el mientras tanto, ser compasivo con uno mismo y con los demás como forma de estar en el mundo?

Del reconocimiento y la recapitulación espiritual.

¿Podemos confiar en la primera intuición que nos sugiere una explicación? ¿Es intuición o prejuicio? ¿Qué es una respuesta sino un destino provisional que encontramos conforme a nuestra historia y experiencia vital? Resulta curioso cómo el asumir las distorsiones con que conectamos con los demás y el entorno se convierte en un síntoma de crecimiento espiritual. Desesperados por no dejar de ser alguien nos perdemos de ser. Paradojalmente y acorde a lo inexplicable de tantísimas cosas de este mundo, nuestra insignificancia se vuelve grandeza frente al reconocimiento de nuestras limitaciones.

¿Vemos el mundo o nuestra idea del mundo? Si no ponemos la suficiente dosis de atención y observación despojada desde lo más auténtico de uno mismo, es muy probable que solo veamos el mundo que nuestra mente nos permite ver. Las convenciones conceptuales le van dando forma a ciertos marcos interpretativos que luego naturalizamos. Sin un análisis contextual la comprensión se limita a nuestros rigores mentales. Nos identificamos irremediablemente con algo que casi sin advertirlo se convierte en nuestra jaula y a veces, muy convencidos, cerramos con alegría nosotros mismos la puerta.
Mal que nos pese, la realidad social es fruto de una época, no de algunos líderes que deciden por los demás sometiéndonos a su voluntad. Esos líderes surgen del seno del colectivo social. Sería pertinente preguntarse: ¿Cuál es mi responsabilidad para que como grupo humano nos hayamos convertido en eso que vemos? ¿Cuál es mi contribución personal para que las cosas sean como son?
Quizá la urgencia de este tiempo demande que las ideas más nobles sean encarnadas para convertirse en una realidad más amable para todos.

Antes de valorar negativamente a alguien por una opinión apasionada es conveniente considerar la posibilidad que no se de cuenta que está errado porque simplemente no puede verlo. La situaciones en que tan claramente podemos distinguir un error deberían remitirnos de inmediato a nosotros mismos: Los equivocados podemos ser nosotros y no ser conscientes de ello.
Por eso es tan importante la educación continua que fomente la reevaluación de las propias certezas, no conformarse con el propio juicio, rodearse de colaboradores con pensamiento propio, aceptar la divergencia como una fuente de enriquecimiento y crecimiento personal, vincularse a gente que piensa diferente y por sobre todo, no perder de vista el principio de Meta-Pareto: “Al menos el 80% de la población piensa que está entre el 20% más inteligente.”

¿Son todas las opiniones iguales? ¿Tienen todas el mismo peso relativo? Cada vez me siento menos capacitada para descartar una idea que en primera instancia se presenta como carente de sentido. Es que no pierdo de vista que ya cuento con la suficiente experiencia y trucos mentales como para ver una adaptación y no la realidad desnuda. Aún así, no me aparto de la sana dosis de escepticismo en la que inicio la formación de un juicio. Una opinión tiene que ser un fruto maduro producto de la reflexión, el argumento y la evidencia para tener entidad. Siempre hay matices. Caso contrario, la opinión se apoyará en el prejuicio y en factores emocionales distorsionantes.

¿Todo lo bueno siempre es cosa del pasado? Las valoraciones retrospectivas son poco confiables. Conviene no olvidar que la memoria es selectiva asociando máximos, intensidad y grado de satisfacción con muy poca objetividad. La experiencia real suele tener poco que ver con lo que la memoria proporciona acerca de los eventos.
Cada vez me resulta más evidente que la creación del pensamiento es un proceso que dista en mucho de la perfección, de modo que, entre otras cosas, cada vez me fascino menos con los relatos de grandeza de épocas pasadas.

Y llega un momento que es tiempo de ir más ligero de cargas, de balancear entre el necesario coraje para afrontar lo nuevo y el reconocimiento de los propios límites. De dejar de hacer cosas por obligación y de abandonar la identificación con algo o alguien que está lejos de nuestro corazón. Está más que claro que somos un proceso inacabado en cambio permanente y pretender que algo sea estático, incluyendo quiénes somos, no es más que una fuente de dolor que se agrega al dolor inevitable que la vida trae. Porque es útil poder mirarse en el espejo de la conciencia y no sentirse un fraude manoteando el maquillaje o buscando la nueva versión para seguir disimulando. Cuando uno finalmente se da cuenta, la integración de cada aspecto deseado y no deseado de lo que somos encuentra su lugar. Entonces nos reconciliamos con la vida que nos vive con toda su grandeza y nos volvemos menos severos con nuestras incoherencias.
Me siento agradecida a la meditación. Sin este recurso no podría haber reconocido los matices con que puedo ir modificando mi mirada liberándome del prejuicio.

 

 

De las expectativas y las humanas ansiedades.

A veces es muy útil meditar sobre un tema en particular para explorar hasta que punto estamos condicionados por lo que sentimos y la manera en que la respuesta que damos en el presente está influida por ello. Es el caso de la sutil sensación de expectación. Tenemos expectativa porque creemos que recibiremos algo que nos completará, que nos hará sentir plenos, algo que terminará con la incomodidad, con esa inquietud vital que nos acompaña sin invitación. Al anticiparnos al futuro a través de las expectativas perdemos la experiencia actual y viajamos con la imaginación a un futuro donde esperamos recibir «un algo» que satisfará aquello que deseamos intensamente. No advertimos que todo aquello que nos sea dado en el futuro también nos será arrebatado en algún momento, de modo que no puede ser fuente de paz y plenitud duradera. La presencia de expectativas en nuestra mente delata nuestras creencias sobre la existencia de algo por conseguir, que el bienestar es un objeto más que podemos adquirir. Pero la plenitud no tiene nada que ver con algo que no está presente en cierto momento y sí en otro. Es un estado completamente atemporal vinculado al hecho de estar presente.

Al vivir en la expectación sobre lo que vendrá en un futuro negamos justamente lo que estamos esperando.  Cuando adviertas su compañía sutil puedes preguntarte, ¿qué estoy esperando? Una respuesta honesta contendrá la descripción de algún objeto o estado de la mente. Recuérdate que cualquier cosa que llegue en algún momento también se irá, de modo que no puede ser fuente de paz duradera. Nuestra naturaleza esencial e inmutable yace en el origen de lo que somos y no en algo por venir.

No se trata de detener o modificar las expectativas sino de orientarnos a la comprensión de su naturaleza, aparición y forma. Descansar silenciosamente en esa comprensión nos aquieta. Necesitamos advertir los impulsos emocionales que nos dominan llevándonos hacia el futuro o el pasado como una forma de resistirnos a lo que está presente. No nos damos cuenta hasta el punto en que nos convertimos en la mismísima actividad de resistir. La resistencia se volvió casi una norma de tanto practicarla y la no aceptación que la acompaña condiciona lo que pensamos y sentimos de forma prerracional. Necesitamos evaluar nuestros impulsos.

La mecánica de la expectación queda expuesta en la contemplación silenciosa. Observarla y comprenderla es ver con discernimiento. La conciencia atenta distingue que, aquello que anhelamos profundamente, no tiene nada que ver con la ansiedad tan común que se renueva todo el tiempo con nuevos deseos. Cuando descansamos en esta comprensión las expectativas se deshacen con naturalidad, sin esfuerzo, no es algo que hacemos sino algo que sucede. Es entonces cuando podemos recobrar nuestra naturaleza esencial e inmutable y el estado de plenitud que la constituye.

 

De la dulce compañía

A veces la música resulta en ruido, interrupción indeseada al bello silencio de la mente que la conciencia anhela. Hay otras veces en que el sonido parece acompañar el silencio destacando su belleza, asistiendo el proceso de despejar y concentrar. Y en ese estado de serenidad, de pausado equilibrio, los pensamientos son observados desde la lucidez silenciosa del testigo que contempla sin juzgar.

Las palabras  deberían ser vehículo para ir al encuentro de la experiencia de silencio y no reducirse al gozo intelectual de la descripción precisa. Dejarse abrazar por la trama que todo lo permea, navegar lejos de las orillas de los extremos para sentir desde su intimidad que siempre son sólo una.

«Deja en tu interior una parte para el misterio, evalúa y confronta pero no juzgues con conclusiones totalizadoras. Deja en tu corazón un espacio fértil para las semillas que traiga el viento, prepara un lugar para lo inesperado y un altar para la verdad de todas las cosas.» (Alice White)

De lo inevitable del dolor y su integración.

La vida nos coloca frente a situaciones desagradables y circunstancias difíciles que con una actitud inadecuada podemos agrandar y hacer más violentas.  Aún cuando seamos capaces de observar el dolor y pensar que lo aceptamos como parte de la vida podemos seguir negándolo. Porque cuando pensamos que podemos controlar la posibilidad de vivirlo asumimos un comportamiento que intenta aligerar el miedo de su presencia latente. Creemos poder protegernos del dolor y sobreactuamos causándonos un dolor más intenso. Sobrecorregir es fuente de dolor en sí mismo. Meditar ayuda, pero no lo cura todo como si fuera un elixir multipropósito. Sufrimos por causas variadas y algunas de ellas requieren atención psicológica. Para poder trascender el ego, ampliar nuestra visión del mundo e integrar los parámetros que lo constituyen y nos moldean, es necesario tener una personalidad madura. El ego necesita estar bien asentado y explorado para poder acceder a los pasos siguientes de la escalada espiritual. La vida es fascinante, maravillosamente deslumbrante y llena de asombro, pero está lejos de ser fácil.

Salir del estado de ensueño en el que solemos vivir implica agudizar la percepción del momento presente y esa es un práctica, una forma de ver que puede ser entrenada sin tratar de manipular hechos ni evitar nada. La contemplación es una vía de acceso a un nivel de conciencia integrado. Percibir no es un proceso mental complejo o que involucra un sofisticado método sino que con profundo pragmatismo y delicadeza a la vez nos conecta con el instante puro y así nos muestra cómo convertir la aceptación en un estado.

Creo en el mundo como en una margarita, porque lo veo. Pero no pienso en él, porque pensar es no comprender… El mundo no se hizo para que lo pensáramos (pensar es estar enfermo de los ojos), sino para mirarnos en él y estar de acuerdo… (Fernando Pessoa)

La vida tiene momentos extremos muy difíciles y en la muerte un límite final a la existencia como la conocemos que es inevitable. Tener presente a la muerte como parte de la vida es fundamental para no evadirnos y liberarnos de la cargas que impiden una vida plena. ¿Cómo llegaremos a la frontera última de la muerte? ¿Con paz en la mente y agradecimiento en el corazón o con miedo y desesperación?

Nuestra conciencia tiene cualidades luminosas que se fortalecen a través de la decodificación de lo paradojal de la vida. La mente con su lógica dualista es la barrera a trascender para acceder a una comprensión abarcativa. Camuflar el dolor  nunca es el camino a la sabiduría innata.

 Soy un cuidador de rebaños.
El rebaño son mis pensamientos
Y mis pensamientos son todos sensaciones.
Pienso con los ojos y con los oídos
Y con las manos y los pies
Y con la nariz y la boca.

Pensar una flor es verla y olerla
Y comer un fruto es saberle el sentido.

Por eso, cuando en un día de calor
Me siento triste de gozarlo tanto.
Y me dejo a lo largo en la hierba,
Y cierro los ojos calientes,

Siento todo mi cuerpo dejado en la realidad,
Sé la verdad y soy feliz. 

(Fernando Pessoa)

Del «aquí y el ahora» y su vínculo con el espacio y el tiempo.

Lo verdaderamente fantástico de meditar es que a veces logramos captar algo, darnos cuenta, casi tocar una porción de la naturaleza esencial de la vida. Es curiosa la normalidad con que damos por sentadas algunas verdades. Afortunadamente, ahí está el silencio para acceder al sí universal a todo, con serenidad, equilibrio y sin preferencias. Y vivir la aceptación no como un acto de resignación sino como la resultante de ver lo que no solemos ver.
Sucede con el tiempo y del espacio al considerarlos algo medible y ubicable. Pero el tiempo sólo existe en relación al pensamiento que ubica los eventos entre el pasado y el futuro. No hay experiencia del tiempo en el presente.
En el video que acompaña esta entrada, se puede escuchar a Rupert Spira, maestro de la no-dualidad que transmite algunas ideas muy claras sobre este tema.
El pensamiento superpone el concepto del tiempo a nuestra experiencia y nos hace sentir como fuera una experiencia real. Sólo se experimenta el ahora, que no es un momento que se mueve a través del tiempo. El ahora no es ni rápido ni lento. ¿Cuánto dura el ahora? Imposible encontrar esa experiencia porque el tiempo es un concepto valioso que al convertirse en creencia se vuelve problemático.
El tiempo es la conciencia filtrada a través del pensamiento. Y el espacio es la conciencia filtrada a través de la percepción.
El tiempo es lo que parece la eternidad cuando es filtrada por la mente, y el espacio es lo que parece el infinito cuando es filtrado por la percepción.
¿Dónde tiene lugar la experiencia? En el aquí. Pero el aquí no es un lugar, un punto en el espacio. Los lugares están hechos de experiencia y por lo tanto la experiencia no puede tener lugar en un lugar. La experiencia tiene lugar en la conciencia adimensional: El aquí, el no-lugar de la conciencia infinita.
El AHORA no significa un momento en el tiempo sino un momento de la eternidad atemporal. El ahora no está en el tiempo. Del mismo modo, el AQUÍ no es un lugar en el espacio.
El aquí y el ahora son la conciencia adimensional sobre los que no puede pensar porque no tiene dimensiones.
Es realmente asombroso considerar que nuestra experiencia actual, esta experiencia, está teniendo lugar y está hecha de algo que no tiene dimensiones, que no está en el tiempo ni en el espacio.
Esto es lo que los físicos contemporáneos llaman la no-localidad del universo.
La información que recibimos desde la sensación-percepción no expresa la realidad de la experiencia, tenemos que mirar más profundamente para poder conocer la realidad y no simplemente quedarnos con la información recibida por la sensación-percepción.
Todas las experiencias de la vida son en el aquí y en el ahora, no en un lugar particular del espacio ni en un momento particular del tiempo. Cuando sea que estés y dónde sea que estés, siempre es «aquí y ahora».

Meditaciones de estación: La mujer que mira las vías.

El desenfreno de lo cotidiano puede confundirnos pero existe una cordura fundamental que mantiene cada cosa en pie. Por más astutas y elaboradas que sean nuestras respuestas, las preguntas nos trascienden y permanecen intactas. Si logramos atravesar los filtros ambiciosos con los que observamos la realidad y la incomodidad de la falta de explicaciones definitivas, es posible percibir el orden encantador con que la realidad se muestra. La vida es creación y promesa en cada nuevo instante y al mismo tiempo no tiene sentido aferrarse a nada.
El origen de la insatisfacción está en nuestro hábito de apegarnos al placer como si proporcionara algo real y constante. Esto es una verdadera ilusión. Sufrimos de insatisfacción porque atribuimos a nuestros objetos de deseo cualidades que no están en ellos sino en nuestra propia mente. Cultivar una mirada neutra en relación a todo y a todos es otra proyección ilusoria que nos aísla, nos niega a la vida y no resuelve.
Todos tenemos apego en diferente proporción a cosas, a personas, a situaciones y las queremos conservar, a veces con insensatez evidente. Es desde la insatisfacción que vemos el contraste entre lo cierto y lo errado, lo bonito y lo feo, lo que nos gusta y lo que no. Así es como evaluamos y juzgamos el mundo externo como distante del interno, que es «lo verdaderamente espiritual».

Vivimos en una cultura del éxito donde ser útil es fundacional. Parecería que sólo se es, si se es para algo y en función de un resultado. Como consecuencia lógica, la muerte es vista como el fracaso final y la vejez una anticipación de eso que es preferible no contemplar. No es casual que el elogio por excelencia al viejo sea «qué joven estás, para vos no pasa el tiempo». La enfermedad, que podría ser un momento para replantearse prioridades y observar la finitud con ojos despojados, fue convertida en un problema técnico a ser resuelto por la medicina. Lo importante es tener un buen seguro o prepaga…
Solemos ver nuestra vida como un camino, pero se asemeja más a una llama que se va gastando y que al consumirse totalmente se transforma en algo diferente. Que ese algo sea incierto parece justificar su negación. Pero la vida es entrega, cada momento morimos al pasado aunque a través de la memoria creamos que lo que fuimos está en algún lugar. El recuerdo entonces, se parece más a un artificio que busca aliviar la impermanencia como algo que se padece.

La renuncia (de la que suele hablarse en las distintas tradiciones espirituales), es una decisión profunda y sincera de salir de la frustración e insatisfacción que nos quita la serenidad y el equilibrio. A lo que hay que renunciar es a la posibilidad de estar satisfechos constantemente y así dejar de esperar de la vida lo no puede darnos.