Recortes de lo incierto y su vastedad

Nos recortamos sobre un horizonte que no es más que un fragmento idealizado mientras la vida acontece imperturbable. (Alice White)

El sol sale en su ahora y yo lo veo en mi aquí. Pero no sale para mí, lo hace ignorando la subjetividad de mi interpretación. La objetividad es brote que emerge al dejar de buscar el sentido que se adapte a mis propios paradigmas. Ese orden frágil cuya persistencia se mantiene ajena al absurdo. Una objetividad sin preexistencia que nace en la cara de mis preconceptos sabiondos para recordarme la belleza de la incertidumbre y su poder creativo. Hay una forma en que todo es y un hilo sutil el que parece guiarnos a través del cambio en que la vida despliega su trama. Los demás pueden preguntarse qué perseguimos cuando decidimos algo que no pueden justificar ni comprender. Es que ese hilo es individual, nos sostiene y no podemos soltarnos. Nada de lo que hagamos puede detener la dinámica en que el tiempo desenreda el ovillo que la vida preparó para cada uno.

La palabra «después» suele ser usada a discreción para quitar del presente lo que ponemos a una distancia segura. Postergamos en la cómoda ilusión de estar «en control» de la temporalidad, a resguardo de la ocurrencia del cambio. La trama de la vida está tejida de fugacidad y cualquier intento de negar lo efímero resulta fatal para la oportunidad que cada presente nos ofrece. Todo se desvanece, podemos huir pero no escaparnos. Y curiosamente, esta realidad es fuente de la prodigiosa abundancia del cambio y la transformación. Creación y destrucción, las dos caras de la misma moneda. El tremendo desafío, no apegarnos a lo que nos agrada.

A diferencia de los cambios externos que son bastante sencillos de distinguir, los cambios internos son más sutiles. Nuestras formas de ver, interpretar o percibir no son las mismas en el tiempo. Cuando pierdo el eje me resulta útil evocar la transitoriedad de todas las cosas, la dependencia y condicionalidad con que todo parece surgir y relacionarse. Me serena y me focaliza en lo que cuenta aceptando con todo lo que soy que las cosas son como son se adapten o no a mi lógica circunstancial. El volver a mis comprensiones más simples y contundentes me rescata del error que es fuente de tanta tristeza y aflicción.

La vida y la muerte son inseparables, van juntas en el camino momento a momento. Falsamente a veces pensamos que la muerte está al final de un largo camino, pero es solo una fantasía que alivia el miedo de tomar conciencia de la fragilidad en la que eso que somos se despliega. La naturaleza de esta vida es incierta aunque evitemos pensar en ello. Vivir en las dimensiones más profundas de lo que significa ser humano es una actitud por la que todos podemos optar y provoca un cambio radical en cómo nos relacionamos con nosotros mismos, los demás y el entorno. Nos hace íntimos. Llena de sabiduría, cada pequeña muerte cotidiana es una invitación a descubrir lo que realmente importa, a no postergar y a situarse con plena intensidad en cada momento. De algún modo, su compañía silente se convierte en un faro que nos orienta hacia la plenitud vital.

«El amor y la muerte son los mayores regalos que se nos dan; casi siempre los recibimos pero no los abrimos.» (Rainer Maria Rilke)

Intento estirar mi capacidad de conocer como una posibilidad de la conciencia. Me doy cuenta que cada vez que capto algo extraordinario de la realidad tiene que ver con cómo miro, en qué estoy poniendo atención y cuán serena me siento. Hay una experiencia plena y directa del misterio que se muestra como un eco en lo cotidiano. Captar lo extraordinario no requiere capacidades especiales ni una sensibilidad singular sino aprender a gestionar el conocer y flexibilizar nuestras certidumbres. Porque existe una forma de conocimiento que combina palabra y silencio como el arte de bajar el volumen de las urgencias del yo egocentrado y escuchar los susurros de la realidad que resuenan en la quietud. Porque la existencia en toda su hondura, está siempre mostrándose independientemente de nuestras proyecciones.

Los deseos tienen un lado luminoso que es impulso para la acción y uno oscuro que alimenta la ansiedad. De vez en cuando es útil tener una conversación honesta con nuestros deseos porque podemos descubrir algunas de las razones de esa sensación de incomodidad que tiene la tendencia a hacerse compañera fiel. ¿Para qué padecer de manera innecesaria? Es que entre los extremos de la renuncia a todo y el abuso sin medida existe la posibilidad de cultivar una relación saludable con lo que deseamos y no perdernos en «el bosque de la inquietud».  Es tarea de cada uno que un eventual estado mental negativo no le gane a las cualidades del corazón. Integrarnos en profundidad y convocar  a la bondad básica que habita en cada uno se vuelve vocación cuando estamos atentos a las sutilezas de la vida. Porque, ¿qué es el corazón sino ese espacio del ser humano donde convergen intelecto, emoción y espíritu?

La experiencia de nuestra naturaleza más profunda es un puente hacia la dimensión espiritual de la vida. Contemplar unifica al mismo tiempo que integra el pensar y el sentir de tal modo que deja de tener sentido referirse a ambos por separado. Cuando la fuente de la vida se vuelve experiencial, las palabras brotan casi por impulso en el afán de aproximar una descripción. Es entonces cuando busco en la austeridad unas pocas palabras para acercarme sin abundar en adjetivaciones.

Notar, maravillarse, relacionar lo observado… tantas preguntas que pueden habitarse y acompañarnos con su perfume. La comprensión nunca será tarea acabada. (Alice White)

De la dulce compañía

A veces la música resulta en ruido, interrupción indeseada al bello silencio de la mente que la conciencia anhela. Hay otras veces en que el sonido parece acompañar el silencio destacando su belleza, asistiendo el proceso de despejar y concentrar. Y en ese estado de serenidad, de pausado equilibrio, los pensamientos son observados desde la lucidez silenciosa del testigo que contempla sin juzgar.

Las palabras  deberían ser vehículo para ir al encuentro de la experiencia de silencio y no reducirse al gozo intelectual de la descripción precisa. Dejarse abrazar por la trama que todo lo permea, navegar lejos de las orillas de los extremos para sentir desde su intimidad que siempre son sólo una.

«Deja en tu interior una parte para el misterio, evalúa y confronta pero no juzgues con conclusiones totalizadoras. Deja en tu corazón un espacio fértil para las semillas que traiga el viento, prepara un lugar para lo inesperado y un altar para la verdad de todas las cosas.» (Alice White)

De la ética, el mundo natural y el darse cuenta.

¿Es posible establecer principios que guíen todas las acciones humanas? Francamente me parece imposible, aunque indudablemente podemos construirnos internamente sobre una base sólida que nos permita discernir y evitar causar daño. La ética es un tema profundamente controversial porque es afectado por las pasiones humanas, el entorno sociocultural y nuestro grado de comprensión de las leyes naturales.

Darle forma a algunos criterios básicos que sirvan de referencia para distinguir la acción correcta implica alejarnos de nuestra forma de interpretar la vida y trascender las perspectivas. Una vez trascendido el utilitarismo de contar con un marco que contenga, no será aferrándose a una visión del mundo ni a una doctrina revelada que nos volveremos más sabios a la hora de tomar decisiones. La fundación sobre la que todo lo que existe se apoya puede vislumbrarse cuando la mente se serena, el pensamiento se vuelve testigo y la conciencia alcanza el espacio claro en que la vida expresa su ansia y búsqueda de equilibrio.

Ahora bien, ¿nos tiene que gustar el fruto de la observación? Evidentemente el sistema que rige el mundo natural no se ve afectado por nuestras opiniones y aún así, estamos dotados del «darnos cuenta». La práctica del «buenismo» no cambia las cosas tal como son, el ego disfrazado de bueno dice: «La naturaleza no tiene moral y yo sí. Yo soy bueno, y más que la mayoría». El ego identificándose y practicando supervivencia… Desde la propia perspectiva actuada con tolerancia se puede parecer más ético, pero la naturaleza no parece tener perspectivas sino puntos de encuentro conforme una dinámica que preserva la vida en todas sus formas. El punto fundamental quizá sea por qué el ser humano está dotado de ese «darse cuenta». No tengo la respuesta y probablemente nunca la encuentre.

¿Alguien puede dudar del poder abrumador, la belleza, el misterio y la unidad armónica en la que opera el universo en su conjunto? Si percibimos estas propiedades de forma clara y directa necesariamente trataremos de actuar sin violentarlas. Observar la naturaleza no crea obligaciones éticas sino sentimientos que nos llaman a actuar conscientemente. La atención es la puerta de acceso a la sintonía universal y la respuesta, una llamada a la acción en consonancia con lo divino que nos contiene.

Reconocerse como parte de la naturaleza nos conecta con lo divino y ello, con una base sólida para respetar los derechos de los seres humanos, animales y demás seres vivos, la integridad de los ecosistemas y la biósfera. La unidad del universo nos da una sensación de pertenencia, a la que respondemos mediante el cultivo de la unión mística. El misterio del universo despierta nuestra curiosidad, lo que buscamos satisfacer través de la ciencia y la exploración. La belleza del universo nos inspira amor y nos invita a contemplar y expresar nuestro asombro través del arte, la celebración y el ritual. No somos superiores a la naturaleza sino parte de ella. Nuestro deber es no dañar su diversidad y la estabilidad con que se autorregula. Quizá para eso estemos dotados del «darnos cuenta».

«Vivir conectados a la dimensión espiritual de la existencia implica reevaluar constantemente nuestras certezas a la luz de las evidencias.» (Alice White)

Del olvido fértil y su trasfondo

A veces parece que la abundancia de la vida no cabe en la vida que pensamos como propia y por eso nos desborda. Con el tiempo y algo de sensibilidad se vuelve evidente que nos es dada en cada respiración. Somos testigos de cómo nos respira a través del cuerpo. Cuando redescubrimos la capacidad de escuchar lo que la vida tiene para decirnos, cuando sintonizamos con su tono, es entonces cuando nos dejamos afectar por ella, no apasionamos en el descubrir y agradecemos a pesar de todos los peros.

                                      «Si dejas  de  cargar el mundo  sobre  tus hombros,                                                                              te  darás cuenta  que   no  se  apoyaba.»  (Alice White)

Cambiar es un gran esfuerzo para cualquier ser humano. Si tomamos decisiones para dejar de decidir y flotar apaciblemente, es bastante lógico vivir atrapados en la nostalgia de los supuestos logros pasados. Somos una narración nueva en cada palabra pronunciada pero no todos vamos al encuentro de eso en que nos transforma y preferimos refugiarnos en el no pensarnos en la novedad de lo que aún no somos. Hay mucho por descubrir. El gran cambio es comprender la vida desde la vida y no en su descripción.

Hay momentos en que la vida parece estrecharse, son sensaciones que nos recuerdan de la angustia de no saber de su sentido. Porque no sabemos, aún cuando solemos explicarnos razones parecería que su misterio trata de hablarnos. Siendo tan evidentemente enigmático el aparecer en esta vida, permanecer un rato y desaparecer sin más, ¿cómo es que aún vivimos en la sombra de la costumbre en lugar del asombro de la existencia?, ¿cómo no habitar en el regalo de lo que acontece con cada latir del corazón?

El día no es solo día,
también es noche encendida,
sombra transparentada,
es porque no tiene sombras que no vemos lo que el vacío enciende,
que no vislumbramos lo que nos queda cuando no nos queda nada.
(Hugo Mujica)

Probablemente la memoria no sea más que una gran ilusión que no representa lo que vivimos sino aquello a lo que morimos involuntariamente. Vivimos en la fantasía de lo propio, en el afán de posesión que trata de conservar las supuestas vivencias como tesoros del presente al rememorarlas. Pero el pasado está consumido a lo que somos, similar a la mecha de una vela que desaparece mientras se va quemando. El olvido genuino es entonces desprendimiento, que como tal, necesita también ser olvido de sí.

“Todavía hoy, sin embargo, sigo ignorando por qué hay que viajar tanto para saber quiénes somos. Todo es profundamente elemental; la vida es mucho más sencilla de lo que creemos cuando somos jóvenes. La vida es levantarse por la mañana y rezar; trabajar; comer; acostarse por las noches; saludar a los vecinos; pasear… La vida es cantar una melodía que recordamos; sorprenderse de que salga el sol o de que se ponga; dormir; soñar… Todo está bien. No hay que  luchar, sólo vivir.   Vivir: esa es la cuestión.   Y dejarnos envejecer. Y luego, finalmente,  apagar la luz.”
(El Olvido de sí, Pablo D´Ors)

Umbrales

Dentro de las garras del invierno, es casi imposible imaginar la primavera. El paisaje parece muerto al estar despojado de color. Solo desolación se ve a simple vista, todo parece amputado, al límite. El invierno en la estación más vieja y tiene algo de lo absoluto. Pero debajo de la superficie del invierno, el milagro de la primavera ya está en preparación, el frío está cediendo y las semillas están despertando. Los colores están comenzando a imaginarse su regreso.

Entonces, imperceptible, en algún lugar un capullo se abre y la sinfonía de la renovación no tarda en mostrarse. Desde el corazón negro del invierno, el milagro, la plenitud del color emerge como una respiración. La belleza de la naturaleza insiste en tomarse su tiempo. Todo está preparado. Nada se precipita. El ritmo de la aparición es lento, gradual, siempre avanza poco a poco en su camino. El cambio sigue siendo fiel a sí mismo hasta que lo nuevo se despliega con plena confianza en llegar. El comienzo de la primavera casi siempre nos atrapa sin darnos cuenta. Está allí antes que la veamos y abruptamente no podemos mirar en ninguna dirección sin verla.

El cambio llega en la naturaleza cuando el tiempo ha madurado.  No hay tropiezos en la transición. Esto explica la seguridad con que una temporada sucede a la otra. Es como si se estuvieran moviendo hacia adelante en una cinta continua.

El cambio es uno de los grandes sueños de cada corazón, cambiar las limitaciones, la desigualdad, la banalidad o el dolor. Muy a menudo miramos hacia atrás y observamos los patrones de comportamiento, el tipo de decisiones que tomamos reiteradamente y que ya no nos sirven y señalan un camino diferente o una ruta distinta como necesidad. Pero el cambio es difícil. Muy a menudo optamos por continuar con un viejo patrón en lugar de correr el riesgo de hacerlo diferente.

También solemos sorprendernos del cambio que parece llegar de la nada. Nos encontramos cruzando un nuevo umbral que nunca habíamos imaginado. Al igual que la primavera trabaja secretamente en el corazón del invierno, por debajo de la superficie de nuestras vidas grandes cambios están en fermentación. Nunca sospechamos nada. Luego, cuando las garras de un interminable invierno parecen aflojar, vulnerables nos encontramos en el desafío de negociar en un umbral.

En cualquier momento puedes preguntarte: ¿En qué umbral estoy ahora de pie? ¿Qué estoy dejando en mi vida? ¿Qué necesitaría? Un umbral no es una frontera sencilla, divide territorios, ritmos y atmósferas. De hecho, es el corazón despierto y apasionadamente comprometido el que cruza el umbral dando testimonio de la plenitud e integridad de la experiencia que nos impulsa hacia el extremo de la frontera real. En este umbral, una complejidad de emociones llena la vida: confusión, miedo, tristeza, esperanza. Hay sabiduría en la capacidad de reconocer y aceptar la clave de un umbral. Tomarse tiempo, sentir la variedad de presencias que se acumulan allí y escuchar con atención la voz interna que nos llama a cruzar. Siempre es un reto. Exige coraje y confianza.

Hay umbrales que se abren delante de nosotros en forma repentina, sin darnos chance para ninguna preparación. Podría ser una enfermedad, un sufrimiento o una pérdida. Estamos tan ocupados con las cosas cotidianas que generalmente olvidamos lo frágil que puede ser la vida y lo vulnerable que siempre somos. Solo se necesitan un par de segundos para que una vida cambie de manera irreversible. Repentinamente uno se para en una tierra completamente extraña y la vida toma un nuevo curso que tiene que ser abrazado. En esos momentos necesitamos desesperadamente bendiciones y protección. De repente todo lo vivido parece tan lejano. Piensa por un momento cómo, en este instante en todo el mundo, la vida de alguien acaba de cambiar de forma irreversible, permanente y no necesariamente para mejor. Y todo lo que alguna vez fue tan firme, tan confiable, debe ahora encontrar una nueva forma para desarrollarse.

Aunque sabemos el nombre de los demás y reconocemos las caras de los otros, nunca se sabe lo que el destino le depara a cada vida. El guión es individual y secreto, está escondido detrás y por debajo de la secuencia de acontecimientos en que continuadamente nos desenvolvemos. Cada vida es un misterio que nunca está disponible totalmente a las preguntas de la mente.

Que estamos aquí es una gran afirmación, de alguna manera la vida nos necesita y nos quería aquí.  Para sentir y confiar en esta aceptación primordial debe haber una vasta fuente de confianza dentro del corazón que nos pueda liberar del temor y abrir a la vida en un viaje de descubrimiento, creatividad y compasión. No tiene por qué ser el umbral una amenaza sino más bien, una invitación y una promesa. Lo que viene, el gran sacramento de la vida, seguirá siendo fiel a nosotros, nos bendice siempre con signos visibles de la gracia invisible. Nosotros simplemente tenemos que confiar.

(John O´Donohue)

(Fuente: To Bless the Space Between Us, John O´Donohue)

 

 

Del horizonte de sentido y la realidad cotidiana.

La Verdad (con mayúscula inicial, como les gusta escribirla a aquellos que creen que la tienen) no puede ser secuestrada por pretensión alguna de totalidad manifestada en un camino, tradición o religión. Nadie puede apropiarse de ella y arrogarse el conocimiento absoluto de lo misterioso y trascendente. La experiencia espiritual auténtica y transformadora no cierra la mente sino que la abre y nos vuelve hacia la vida en todas sus facetas. Sin dominancia y con humildad frente al corazón de la realidad.
Dice bellamente el teólogo y antropólogo Javier Melloni Rivas: Las religiones son las copas; la espiritualidad, el vino; las creencias, las denominaciones de origen de cada vino, y la mística es beber de ese vino hasta embriagarse. Cuando se confunde la copa con el vino y el vino con la experiencia de beberlo es cuando surgen los conflictos. ¿Son necesarias las copas para beber el vino? Unos considerarán que sí, y serán practicantes de una determinada tradición. Otros preferirán beber el vino directamente de la bota, con el riesgo de que se les escape entre las manos o no sepan ponerle límite. Lo característico de nuestro tiempo es que cada cual es libre y responsable de sus propias decisiones, sin amenazas que nos infantilicen.”
El silencio nos hace conscientes de nuestra autopresencia en la misteriosa y escurridiza realidad. Conectar con la naturaleza de cada cosa nos hace vivir lo cotidiano en paz, con la comprensión de ese «latido» que todo lo habita, simplemente aceptamos y agradecemos.
Una nueva configuración de lo que somos emerge cuando nos volvemos porosos a la dimensión espiritual de nuestra existencia. La atención consciente nos muestra la pequeñez y grandiosidad, la paradoja y la interconexión de todo lo que existe. Que cada momento sea una oportunidad y una celebración depende solo del compromiso diario con nuestra propia salud espiritual. La vida es mucho más que lo que se ve, lo que carece de sentido en vivirla de cualquier manera.
Hoy necesitamos de una mística cósmica, mística de los ojos y oídos abiertos sobre la realidad.” (Leonardo Boff, filósofo y teólogo brasileño)

Del centro de la soledad y su naturaleza.

Cada alma tiene una sed espiritual que le es única y una hondura singular que le va dando forma a sus necesidades. Pero el misterio de la vida es equidistante a todos y resplandece en la soledad de la naturaleza. La palabra es a veces un umbral a través del que intentamos vislumbrar esa belleza que nos inunda cuando logramos ver a través de la fachada exterior. Son esos momentos en que estamos en consonancia con su ritmo y lo que sentimos se convierte en la puerta a lo trascendente. Al mundo invisible del espíritu de todas las cosas.

El paisaje es la expresión última del dónde. Contiene el misterio y nuestras ansias de libertad y hogar. Un mundo invisible materializado en la sutileza de lo visible. El universo entra en resonancia consigo mismo en una mente serena y la contemplación quizá sea la vía óptima para salir del laberinto.
El alma no se limita a estar oculta en algún recoveco del cuerpo. Probablemente, lo sensorial sea inseparable de lo místico.

La única distancia que nos separa de distinguir la belleza es interior. Nadie está desprovisto de la hondura y la luz que la hace visible. La belleza resplandece en la soledad de los recovecos del silencio. Allí la luz dignifica la naturaleza de cada cosa creando afinidad y comunión.
Cuando superamos el miedo que construyó prejuicios y nos aventuramos a la recorrer los extremos de nuestra propia soledad con sus experiencias de vacío y abandono encontraremos su centro. Una vez allí, es natural que habitemos su intimidad y refugio. Las cosas más significativas que necesitamos están en ese centro y no en algún otro lugar.

No me interesa si hay un Dios o muchos dioses.
Quiero saber si perteneces o te sientes abandonado.
Si conoces la desesperación o la puedes ver en los demás.
Quiero saber si estás preparado para vivir en el mundo con su áspera necesidad de cambiarte.
Si puedes mirar hacia atrás con ojos firmes diciendo aquí es donde me encuentro.
Quiero saber si sabes cómo fundirte en ese feroz calor de vivir cayendo hacia el centro de tu anhelo.
Quiero saber si estás dispuesto a vivir, día a día, con la consecuencia del amor y la amarga pasión no deseada de una derrota segura.
Me han dicho, que en ese feroz abrazo, incluso los dioses hablan de Dios.
(David Whyte)

Del corazón de la duda y su mensaje.

La duda nos mantiene flexibles, curiosos, preparados para el asombro, abiertos a la posibilidad de lo diferente. Y nos protege de uno de los más grandes y dolorosos errores: La arrogancia. Incluso la confusión nos humaniza y nos reencuentra con lo sagrado que habita en la paradoja. Porque honrar los miedos no implica aferrarnos a ellos, ni reconocer y aceptar la tristeza regodearnos en ella.

No se trata de dudar como método sino de dejarse llevar por la emoción en una exploración consciente, lúcida, llena de vitalidad. El corazón de la experiencia de dudar y ser amables con nuestras sensaciones alberga la plenitud del misterio, cobija nuestra vulnerabilidad, nos amiga con el enigma y nos conecta con la humildad y la integridad. Sin negar nada, la magnificencia de la vida asoma en el horizonte sin estridencias, casi ordinariamente natural. Toda forma de fundamentalismo colapsa frente a las verdades que no comprendemos pero aceptamos desde nuestra pequeñez sin resistencias. No somos más que nadie ni menos que nada siendo quienes somos, parte de un algo misterioso, inasequible, que tiene su propio tiempo y ritmo para mostrarse. Aún cuando la duda suele desconcertarnos.

Podemos ver en cada amanecer como la vida es con su pacífico transcurrir, cada día se abre paso así como cada cambio de estación para dar su mensaje. Interpretamos como podemos, decodificamos a los tumbos, pero el mensaje sigue imperturbable.
Confío en el mensaje que trae la incomodidad de la duda. La reivindico como un acto de militancia por la verdad.

Cuando sientas dolor, tristeza o angustia,
Cuando la ira o el miedo vengan a visitarte,
Cuando la duda o la frustración se muevan en ti,
Cuando la amargura aparezca de la nada,
No te apresures a eliminar esos sentimientos.
No saltes a conclusiones,
o pretendas que no estás en donde estás.

Hazles una pequeña reverencia.
Reconoce su presencia.
Regálales un espacio para respirar.

Nada de eso es un enemigo, ni un error.
No se trata de castigos.
No son signos de tu fracaso.
No son tu ‘culpa’.

No te compares con los demás.
Confía en este momento. Presta atención a tus visitantes.

Son movimientos de energía,
niños pequeños,
anhelando recibir una caricia con amor.

No están en contra de la vida,
sólo son partes de ella,
deseando ser vistas, incluidas, acogidas
en la inmensidad del momento.

Porque ya estás cansado de huir, ¿no es así?
y cansado de fingir que estás perfecto,
y cansado de perseguir estados de dicha,
y cansado de toda esta búsqueda,
y deseas descansar,
y darle la bienvenida
a lo que nunca pudiste evitar.

Cuando sientas dolor, tristeza o angustia,
Cuando la ira o el miedo vengan a visitarte,
Cuando la duda o la frustración se muevan en ti,
Cuando la amargura aparezca de la nada,

¡C e l é b r a l o !

(Jeff Foster)

Del leer y escribir como actos espirituales.

La lectura es un espacio amable que nos alberga y cobija en el desafío de pensar y sentir. Las palabras brotan y salen a nuestro encuentro cargadas de significado. Un significado que muta al amparo y ritmo de nuestro propio cambio. La lectura nos asombra y nos incita, nos estimula a reflexionar y a reconsiderar nuestras certezas.

Escribir es un acto meditativo que activa nuestra atención. Cuando escribimos repensamos al tiempo que parimos ideas en un continuo proceso de revisión. Merodeamos mundos infinitos a partir de alguna rendija que nos invitó a indagar con una actitud de asombro. Uno se las ve con uno mismo en la tarea de elaborar pensamientos y sin previo aviso nos envuelve el esfuerzo espiritual de no apegarnos al acto mismo para trascender eso que parece la realidad desde la opinión personal.

Leer y escribir son actos liberadores que promueven perspectivas, ángulos y alternativas con una visión integradora de los fenómenos que observamos. El silencio acompaña y provoca. Lo inconmensurable viene al encuentro en ese espacio abierto a las hipótesis y a las posibilidades que desafían nuestra capacidad de comprender, de sentir y reconocernos en la conciencia.

Hay textos que despiertan nuestra humilde admiración y nos estimulan a escribir como un proceso transformador y profundamente espiritual. Casi sin darnos cuenta pasamos a habitar un espacio que es un no lugar, un sutil e inocente recodo de la conciencia que nos recuerda nuestras ansias infantiles por crear. Y el misterio constitutivo de nuestra existencia nos sorprende para sacudir cualquier creencia sobre nuestra propia historia humana.

«Todas las cosas emanan de un solo sabor y todas regresan a él. Y entre su emergencia y su disolución discurre este momento, el sueño y en ocasiones la pesadilla, del que haríamos bien en despertar.» (Ken Wilber)

«La vida se me ha aparecido siempre como una planta que vive de su rizoma. Su vida propia no es perceptible, se esconde en el rizoma. Lo que es visible sobre la tierra dura sólo un verano. Luego se marchita. Es un fenómeno efímero. Si se medita el infinito devenir y perecer de la vida y de las culturas se recibe la impresión de la nada absoluta; pero yo no he perdido nunca el sentimiento de algo que vive y permanece bajo el eterno cambio. Lo que se ve es la flor, y ésta perece. El rizoma permanece.» (Carl Jung)