En los Confines del Punto

«Lo que es eterno es circular y lo circular es eterno.» (Aristóteles)
Lo que experimentamos en un momento dado está siempre afectado por el enfoque con que interpretamos los eventos. La información sensorial que recibimos busca casi de inmediato contrastar y clasificar para asociarse a alguna de nuestras memorias. Los pequeños juicios cotidianos se solidifican con el tiempo en capas que influyen la percepción de la realidad. Cuando a través de nuestras creencias acariciamos el sutil tejido de la vida, la misma responde con su resonancia adaptativa.
Es interesante advertir el modo en que los sueños utilizan los recuerdos y los reorganizan en el tiempo modificando la secuencia y descartando capas de forma parecida al modo en que los ciclos de la naturaleza encuentran su equilibrio circular. Los mismos procesos naturales que nos dotaron de mecanismos de supervivencia para protegernos diseñaron una manera de disolverlos a través del proceso de soñar. En el sueño, la vida nos vuelve a conectar con su infinito tejido de posibilidades.
La naturaleza nos guía hacia el cambio y ante cualquier resistencia de nuestra parte que intente ver como estático lo dinámico nos lleva de regreso al principio. Es un cambio profundo que transforma nuestras percepciones el apreciar la naturaleza intangible de la vida y comprender que el espacio y el tiempo son conceptos relativos entretejidos en la gran red.
Cuando cambiamos la manera en que clasificamos la vida, cambia la forma en que la vida se siente en nosotros. Aunque parezca un algo, la vida es más un verbo que un sustantivo, siempre en constante movimiento, sin principio ni fin. En el vacío fértil, la imaginación encuentra espacio para volar sin límites.
Es una buena práctica darse el tiempo para detenerse por un momento, respirar profundo y sentir la conexión con todo lo que nos rodea. Todos los caminos conducen al centro de nuestro propio corazón, un punto. En él, el círculo de la vida se recrea.

Convergencia Atemporal

En la relajante mirada al infinito la incertidumbre reposa y se hace visible. En sus confines, lo trascendente se vuelve cercano. Cuando la conciencia se afecta por la verdad, la naturaleza profunda nos convoca desde su vacío fértil.  (Alice White)

Frecuentemente siento que las cosas se volvieron raras, como si una densa niebla se hubiera asentado sobre el planeta mismo y nos impidiera distinguir lo básico.
Es un gran dilema humano cómo lo real se extravió en nuestras mentes convirtiendo el orden natural en confusión y volviéndonos cerrados a toda crítica que no provenga de aquellos que consideramos iguales o sea validada por el grupo al que pertenecemos. Hace falta honestidad con uno mismo para distinguir qué tan seguido adoptamos peligrosas certezas sobre el saber y el dominio de lo correcto.
Si pudiéramos calmar la mente y apagar el fuego que el miedo mantiene encendido podríamos al menos tener la chance de ver con más claridad lo que es real.
Hay un tiempo en la vida de cada uno en que las palabras se agotan y el silencio se llena de contenido elocuente. Quizá necesitemos dejarnos guiar por ese impulso íntimo que nos lleva a actuar e ir al encuentro del ritmo misterioso que todo lo sostiene creando equilibrio. Esa melodía que se expresa en las raíces del árbol cuando busca agua o en el dulce perfume de la flor que atrae a las abejas. Quizá necesitemos abandonar nuestras estúpidas opiniones y entregarnos a la calidez de nuestra vulnerabilidad. Lo que sabemos es importante, pero lo que somos mucho más.

Insistir una y otra vez en los mismos prejuicios y puntos de vista cerrados termina anulando la imprescindible capacidad de crítica que nos mantiene a salvo de esa necesidad enfermiza de reafirmarse en la cofradía. Este tipo de visiones, necesariamente construyen un opuesto que está en el error para validar las propias certezas. Pero entender algunas cosas en esta vida es ligeramente más complicado que repetir consignas, apelar al tribalismo y tomar la autopercepción como única fuente de referencia válida. Solo por dar un ejemplo, son demasiadas las veces que entre los autodenominados tolerantes, la tolerancia brilla por su ausencia.
Que el saber contingente es mucho más cercano a la realidad que la certeza inmutable es un gran progreso humano. Ser conscientes de cómo las ideas se van reinventando y cómo el conocimiento tiene la capacidad de autorefutarse a lo largo de tiempo habilita una vía prudente para replantearse constantemente lo considerado sabido y superarse. La incertidumbre aunque angustie es en sí misma liberadora cuando aceptamos nuestras limitaciones.

Nuestros recuerdos se reescriben sin cesar. Todos olvidamos cosas y reacomodamos detalles. A veces hacemos suposiciones dolorosas en base a piezas sueltas o hechos aislados. La aceptación de nuestras limitaciones y una actitud que no pierde de vista tantísimo que no sabemos nos vuelve más humildes y nos evita las consecuencias de sacar conclusiones radicales. Si examinamos nuestras interpretaciones, eventualmente las percepciones cambian y viejos dolores cobran nuevos significados. Rara vez algo significa una sola cosa, generalmente un hecho está conformado por capas de significado: Tal vez las cosas fueron de la manera que nos parece pero podrían no serlo. Todo va y viene en la conciencia.

Algo nos obliga a un alto en el transcurso esperado de las cosas y nuestra naturaleza más salvaje se hace visible. Sin las seguridades cotidianas y lejos de la actuación de nuestros personajes, somos más evidentemente animales. Incluso aunque tratemos de racionalizar lo que sucede nos sentimos frágiles e indefensos.

«De pie sobre la tierra desnuda, bañada mi frente por el aire leve y erguido hacia el espacio infinito, todo mezquino egoísmo se diluye.» (Emerson) 

Cuando dirigimos la atención hacia lo natural, hacia algo que ha venido a la existencia sin la intervención humana, salimos del pensamiento conceptual y nos vinculamos a la esencia del ser, una dimensión en la que existe todo lo natural. Cuando reposamos nuestra atención en un paisaje, un árbol o en las olas del mar, no estamos pensando en ellos sino los percibimos. Al sentir la quietud dentro nuestro cuando la captamos en el mundo natural, entramos en un estado de profundo reposo y de comunión con el entorno. El silencio entonces deja de ser algo externo o pensado y se transforma en un estado del ser.
Todos nos merecemos un rato diario de presencia consciente en el reino natural y permanecer en él honrando nuestra naturaleza profunda.

Al observar la naturaleza podemos ver que está en constante cambio y adaptación. Aún así, solemos tener dificultades para reconocer nuestras propias mutaciones y la forma en que estamos cambiando constantemente. El mundo natural es una exhibición de flexibilidad y capacidad para recalcular la posición relativa de sus nodos en la red infinita. Ajeno a cualquier distinción y clasificación, lo que es, toma formas diferentes y fluye imperturbable en la pasión del absoluto cambio. Cuando el espíritu humano reposa sobre la infinita atemporalidad del reino natural, la vida se expresa demasiado llena de su propio sentido para ser analizada. Y nuestras diferencias e incoherencias más íntimas encuentran un sentido de unidad en lo insondable.

Umbral del Encuentro

Somos a medias hasta que nos encontramos en cada paisaje de la travesía. Solo entonces la verdadera patria nos habita. (Alice White)

Cuando estamos inmersos en la naturaleza, nuestra sensibilidad es esencial para nuestra supervivencia espiritual. Si pasamos de largo frente a su esplendor y los fenómenos sorprendentes que suceden en su seno, nos ausentaremos del sentido más profundo de la vida. Una conciencia de humildad natural brota frente a la magnificencia que habitamos. Me gusta el término habitar porque me remite a hacer propia la experiencia de ser y estar, impregnarme del entorno al que pertenezco y sentir ese latido de la belleza y su armonía. Pero tan solo en ocasiones la alegría se vuelve sobrecogedora y la inteligencia humana me lleva a respetar en sentido amplio sin someter a mi lógica lo que no comprendo. 

Es bastante fácil comprobar en nuestras propias vidas y los grupos sociales que conformamos, que solemos reducir la realidad a una adaptación basada en la capacidad de comprender con la que contamos. Buscamos soluciones condicionados por nuestra visión del mundo relativizando en lo político, económico o social las causas de los males que nos aquejan y por eso el resultado es que nunca llegamos a sus causas reales. Estamos padeciendo las consecuencias de vivir en un mundo desencantado, opaco, sin esperanza. Creo que hay una forma más sabia de transitar por este mundo conectando con nuestras intuiciones más profundas, redescubriéndonos y recreándonos en nuestro interior, haciéndole espacio a la imaginación para adentrarse en lo significativo y simbólico que se presenta ante nosotros. Lo esencial y sagrado de nuestra naturaleza se manifiesta en el mundo y es la conciencia la que nos permite ir más allá de las apariencias, emocionarnos e inspirarnos en lo que vemos para pensar y sentir con novedad. La desconexión con la dimensión espiritual de la vida es una gran equivocación.

Lo esencial está siempre presente, una dimensión absoluta atraviesa la realidad con su inapelable equilibrio. Muta y se recrea en la composición de lo visible, se vale de los extremos, de los opuestos, pero promedia implacablemente cuando sobrevive a nuestros desmanes. Los caminos a lo absoluto nunca pueden ser estrechos ni mañosamente desgastados porque su belleza y libertad todo lo abarca. Observar el cambio, habitar la quietud y contemplar el fondo de todas las cosas es fuente de regocijo y comprensión. Es un atisbo de la verdad primordial y su naturaleza.

La naturaleza convoca nuestra conciencia innata a través de lo bello. Actúa como un llamador de la creatividad en la que el todo va transformándose sigilosa y pacientemente. No veo incompatibilidad entre tecnología y naturaleza o entre el mundo digital y el físico sino una perfecta complementación que encuentra su propio balance en la adaptación. Los ritmos del cambio pueden verse alterados pero siempre existe una compensación que tiende al orden.
Un estado de positiva relajación surge en la mente en contacto con lo natural al mismo tiempo que agudiza la capacidad para sensibilizarnos frente a las pautas subyacentes en su armonía. La dimensión absoluta se muestra sutilmente sin tomar partido sobre nuestras acciones, solo cuida el equilibrio de la vida.
Es un deleite significativo captar en la experiencia que todo eso fuera de uno mismo es también uno mismo.

Saltando entre pensamientos y viajando entre sueños. A veces es compañera la calma y otras el enojo. Nada dura, el flujo de lo esperable se detiene y todo cesa para dar paso al cambio. La inquietud oculta lo evidente mientras lo intangible juega a las escondidas. Sentimientos difíciles recuperan nostalgias de un ayer atesorado. Crece el optimismo frente a la alegría de un buen momento. La vida siempre a su ritmo se muestra sin prisas y compensa todo extremo, se adapta y se preserva sin señalar errores ni aciertos. Curiosa parte la nuestra, confundidos siempre en nuestros saturados empeños cotidianos pero tan capaces de divagar sobre lo que debería ser y no es, tan urgidos de significado que corremos tras el tiempo y se nos escapa la nada.

 

Salto a lo Invisible

¿Cómo sabes que estás en tu propia senda? Porque el camino desaparece y no puedes ver a dónde vas. Todo aquello que construyó tu identidad ha quedado atrás. Esa es la certeza que da el haber encontrado tu ruta. (Alice White)

A veces se trata de saber esperar, de no precipitarse en el deseo que las cosas sucedan. Lo importante es mantener la puerta abierta sin decretar finales anticipados y posibilitar la creación en ese paréntesis que es transición en sí mismo. En la espera la historia se mantiene incompleta. Es un lapso en que las cosas aún son inciertas y nos mantenemos en la condicionalidad.
La espera es presencia que habilita la imaginación de escenarios y al mismo tiempo domestica la angustia que provoca la ambigüedad y la paradoja que acompaña a todo lo vivo. En el latido de cada cosa la presencia y la ausencia se transparentan como un eco del ritmo entre opuestos. Pero un día habrá que cruzar ese umbral en el que ya no podremos contener el aliento. Porque toda espera nos acuna sobre el abismo. En él, la espera se completa.

Por falta de atención hasta podemos relegar a segundo plano lo asombroso y naturalizar las indescriptibles maravillas de esta vida. Acostumbrarse es morir un poco. Porque es en esos momentos inciertos donde brota la imaginación y en esos confines del misterio donde se alimenta nuestra máxima libertad: Ser conscientes.

Tan fascinante como desgarrador es estar en soledad con uno mismo. El mundo ofrece incontables posibilidades pero ninguna seguridad. Lidiar con esta incertidumbre en la intimidad puede resultar aterrador, pero también puede llevar a una compresión más transparente de nuestro lugar en el mapa de la vida. En cierto modo la libertad es una paradoja que nos empuja a aceptar las cosas tal como son. En lo que vemos y percibimos, decenas de espejos reflejan parte de lo que somos hoy a través del tiempo. Es fácil sentir por un momento que no somos otra cosa que una de las infinitas sensaciones de la vida. Una trama impredecible se teje con su propia dinámica adaptativa. En el silencio y quietud de la naturaleza es palpable el pulso de la vida que, ajeno a toda perturbación, compensa y refleja su ritmo.

Trazos del Vacío

La naturaleza es un umbral donde el ser humano puede observar con admiración renovada el misterio de la creación continua.

Por sobre la confusión del día a día, en contacto con el silencio siempre podemos observar el mundo de una forma menos parcial. Todo sugiere unidad. La quietud es un umbral hacia la vastedad y al mismo tiempo condición para contemplar lo exorbitante. Cada lugar que posibilita el ensueño se vuelve íntimo y desdibuja los límites. La inmensidad que nos habita se refleja en el simbolismo de lo observado y se convierte en hogar, en mundo propio. Cierto sentido de pertenencia mutua parece armonizar nuestras urgencias y socializamos con algo más que nosotros mismos y los que son como nosotros. En soledad hablamos con una audiencia amplia.

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A veces una imagen nos invita a permanecer en su corazón, a dejarnos ensoñar en ella para reconocernos. Nos sentimos receptivos frente a algo en apariencia común y sutilmente creamos una conexión simbólica. Entonces las palabras nos abandonan dejando espacio a las sensaciones. La poética de la vida se expresa inesperadamente en una imagen que se expande y contrae por fuera de toda lógica. Quizá percibimos un eco. ¿Será que nuestros recuerdos tienen ciertos refugios para esperarnos? Ciertos estados internos nos sobrepasan y la profundidad de la vida se revela en un instante.

 

La Grandeza de lo Pequeño

Observar aves en libertad desdibuja el espacio entre lo que está lejos y lo que está cerca, resignifica el concepto de intimidad y nos familiariza con la vida en el cielo.

Casi sin advertirlo, con el tiempo comencé a sentirme atraída por el mundo de lo pequeño. Es curioso como el espíritu siente agrandarse y la mirada expandirse a través de lo chiquito. Involucrarme en el simbolismo de lo minúsculo me conecta con lo mayúsculo casi automáticamente. Las dimensiones del contacto con lo natural no son medibles en términos convencionales y la desmesura abunda en la observación de lo mínimo. Las aves me lo enseñan en cada ocasión que me dejan ver detalles de su cotidianeidad y me regalan alguno de sus exorbitantes cantos como un gesto de los grandes. Es muy probable que la atención sostenida sea la forma más rara y pura de vincularlos a lo real, un verdadero salto de conciencia.

Luego de la fuerte tormenta de días atrás, encontré caído en el jardín un pequeño nido vacío que seguramente se desprendió por el viento. Parece de picaflor. Desde entonces me acompaña sobre mi mesa de trabajo y cada tanto me encuentro con la mirada depositada en él. Ese espacio minúsculo resulta evocador y me despierta todo tipo de sensaciones. Imagino la seguridad primera que ofreció ese refugio, un hogar que fue estabilidad y barrera protectora del afuera. Es sorprendente como lo mínimo aloja lo inmenso y el corazón se las arregla para ver más que lo visible. El nido desdibuja los límites de lo diminuto y lo inabarcable superando toda contradicción. A veces paso incógnitamente por aquella casa de mi infancia y me quedo mirando como si hubiera vuelto al nido, recreando con el hilo del recuerdo esa trama de intensa intimidad. Es el ensueño que evoca lo simbólico.

nido picaflor caído en el jardín

Es común la suposición que lo pequeño es la versión embrionaria de lo grande, como si lo pequeño fuera algo sin desarrollar o que le falta para ser grande. El mismo razonamiento lleva a creer que si hacemos algo pequeño es porque no podemos con lo grande. Confieso que las grandes gestas me provocan reparos, cierta desconfianza sobre ese aire de cosa superlativa y completa. Puede ser que lo sienta así debido a mi gusto por el detalle, que por un lado me ordena y por otro me permite descubrir algo nuevo siempre. En mi percepción encuentro que nada está acabado, ni lo real ni mi opinión, todo está sujeto a revisión. De hecho, si busco sobre mí algo definitivo tengo problemas en encontrarlo. Entregarle el corazón a una tarea, ¿es un gesto pequeño o grande? Ofrecer lo que consideramos valioso, ¿es un acto modesto o desmesurado?
El mundo es enorme, la vida un desafío permanente a nuestra comprensión y el yo insignificante en proporción a todo eso. 

Nuestra naturaleza animal sigue viva debajo de nuestra ropa y más allá de las redes de significado que nos sostienen. Porque aún cuando el teléfono nos lleve por momentos los cinco sentidos y viajemos en pesados artefactos de lata que nos mantienen en el aire, también nos habita una criatura instintiva, temerosa y atenta a sus percepciones. Con imperturbable insistencia suceden hechos naturales que nos ponen de cara a nuestra fragilidad. Nuestro costado humano es solo un aspecto del gran sistema que nos acoge junto al ave, el árbol, la mariposa, el tigre y la tortuga. Incapaces de controlar el futuro, vulnerables y fugaces caminamos sobre las huellas de nuestros miedos, la mayor parte del tiempo anestesiados por el materialismo o abrazando certezas tranquilizadoras. Razonar la incertidumbre es una forma de hacerla amigable.

En la profundidad de las cosas I

Para ver el mundo en un grano de arena y el cielo en una flor silvestre
abarca el infinito en la palma de tu mano y la eternidad en una hora.
(William Blake)

La vastedad de la vida se nutre de un mundo de relaciones y asociaciones. La naturaleza lo hace a través de sonidos, olores, señales y vibraciones en una red perfectamente conectada. Lo grande y lo pequeño se complementan con sutileza para abrirnos los ojos. Mundos dentro del mundo que sugieren detenernos y reparar en el equilibrio y la fragilidad con que la vida encuentra su cauce. Es el milagro cotidiano al que estamos invitados a convertir en experiencia. Es el latido de todas las cosas que se deja ver en lo natural. Observar y concentrar la mente en la maravilla que impregna los sentidos es a veces todo cuanto se necesita para iluminar cada rincón de lo que somos. Maravillarse es una experiencia intensa que llena el corazón. Cuando el silencio interno deja paso a la contemplación captamos la frecuencia de la realidad primordial y un júbilo sereno acaricia la experiencia. ¡Hay tantas lupas por ahí para distinguirla! El secreto está en encontrar las propias ventanas contemplativas en lo que nos rodea.

Momentos de soledad no son de aislamiento, son oportunidades para habitar nuestra interioridad, recorrer senderos conocidos que nos acunan en el sentido y otros inexplorados que se hacen visibles para el corazón ofrecido a la vida. En la quietud y simplicidad de un momento se puede percibir la complejidad de cada singularidad. A veces resulta fácil ver la fusión de vidas en la vida, de cada latido individual en un gran latido. A veces resulta evidente que nuestra vida es posible gracias a otras vidas que llevamos dentro. Son esas complicidades sutiles que hacen que la vida se viva a sí misma.

«Todo lo que nos ralentiza y nos fuerza a la paciencia, todo lo que nos devuelve a los ciclos lentos de la naturaleza, es una ayuda.» (May Sarton)

Las etiquetas se caen constantemente y las creencias se marchitan con cada descubrimiento. Un mundo en constante cambio no puede ser definido, medido y justificado sino de forma parcial e imprecisa.
Es una práctica espiritual abrir la mente a lo infinitamente pequeño tanto como a lo enorme. Son las dimensiones rebeldes de la vida las que nos enseñan sobre los límites de nuestra comprensión.
En su evolución, la vida nos pide un estado mental que se adapte al cambio constante, nos sugiere sutilmente alinearnos con el flujo asombroso de los fenómenos que ocurren en los sistemas de todos los tamaños. No parece ser cuestión de escalas sino de ser un observador involucrado, comprometido y respetuoso de la gran sinfonía.

La forma en que actuamos está determinada por nuestra grado de conciencia. A veces es la presión la que nos lleva a concentrarnos en una tarea y descartar todo lo demás. Ejecutamos y cumplimos. Otras es la seguridad y privilegio de un rol que entra en juego y dejamos de vernos reflejados en el otro con quien nos toca relacionarnos. Pero sin atención consciente cosificamos la vida y perdemos contacto con nuestro corazón compasivo. El resultado podrá ser efectivo pero sin conciencia plena sacrificamos un poco de nuestra humanidad en cada decisión.

En las profundidades de la naturaleza hay una conexión salvaje que late de la mano de la imaginación. A veces me dejo llevar por los ojos de la vida que contemplo y me introduzco en ese mundo que es libre de interpretaciones humanas. Es una aventura asombrosa, colmada de descubrimiento y donde no hay información que aturda o descripciones que adormezcan. Las escenas se presentan y con ellas brota la revelación, pero no como un éxito de la mente que teje pensamientos y asociaciones sino como un flujo de esa naturaleza compartida en la que el corazón siente pertenencia. 
Su efecto es muy saludable, de las mano de «esos ojos» somos invitados a arriesgarnos a una nueva y original mirada para habitar cada día. Un mirada relajada que integra lo diverso.

¿Cuánto es suficiente? ¿Cuál es el límite entre la modestia y la desmesura? Cuando le entregas tu corazón a algo, ¿qué determina que sea un gesto ambicioso o humilde? ¿Cómo mensurar una sensación que proviene de la intransferible intimidad con que nos relacionamos con la vida? 
La vida silvestre tiene tanto para mostrarnos acerca de nuestra lógica, preferencias y criterio que no es difícil quedarse sin palabras. La belleza o la elegancia se resignifican de la mano de la sorpresa que acompaña la observación. Con tanta sutileza y fragilidad alrededor lo menos que podemos hacer es intentar estar presentes.
A veces el tiempo se vuelve una espiral sin forma y lejos de las ideas sobre lo visto se comienza a percibir los infinitos tonos de un árbol o la obra de arte que conforman las plumas de un ave. Las distancias parecen desvanecerse y el propio sentido de la proporción cambia. Una vez más la vida se ocupa de mostrarnos que eso que creemos ser no es algo acabado, la experiencia nos transforma.

Algunos tenemos un artista de la mezcolanza refugiado tras una prolija fachada. Hay días en que no lo podemos contener y sale a escena haciendo relaciones insólitas basadas en su lógica dispersa. A veces es posible encontrarle la punta del hilo con la que deje y desteje la compleja trama de elementos que lo inspiran. A ese artista casi nada le resulta indiferente y suele captar el cambio potencial en que todo se despliega. Vacila, y mucho. Su espíritu ansioso de libertad y gozo conoce la contracara de la aflicción. Son momentos en que el silencio se hace visible y su sombra también. Un estado en que puede oír la vida que lo vive. Es por eso que aquello de ser un alma libre le suena a literatura.

En el mundo humano de la desmesura una conciencia desobediente puede ser la vía hábil para los pequeños gestos que conducen a grandes acciones. Observar la naturaleza puede ser una experiencia estética placentera pero también es una ventana que enmarca la acción humana que toma al otro como una extensión de lo que somos. Poner atención en lo complejo, lo común y lo pequeño es un detonador de sensaciones conducentes a la escucha del llamado urgente que este tiempo reclama.

«Ubicar a la especie humana completamente dentro de la naturaleza y no encima es algo que ha sido aceptado intelectualmente pero no personal y emocionalmente por la mayoría de las personas.» (Gary Snyder)

 

 

Semblanzas del corazón de la vida

El vértigo de la comprensión puede resultar arrasador pero es al mismo tiempo una fuente de plenitud y paz.

Hay una herida que nace con nosotros y nos acompaña cada día. Es un desgarro que todos llevamos dentro y expresa una faceta humana singular. Es la herida de la incertidumbre y su asimetría, el degarro íntimo de la incomprensión. Paradójicamente, en la aceptación de la fragilidad, la complejidad y el misterio mismo brota la necesidad de hacer virtud la incomodidad a través de recursos propios. Es puro arte el modo en que la vida se cambia a sí misma en cada uno.

Nuestros dolores emocionales siempre están vinculados a las cosas que nos importan. Cuando nos mostramos abiertos, íntimos y vulnerables como una elección, ya no podemos volver atrás porque asumimos el compromiso de no vivir en la ignorancia que niega la imperfección y debilidad humana. Las emociones son poderosas y vale la pena afrontar el malestar de lidiar con ellas porque también son punto de partida para el despliegue más auténtico de lo que somos. Cuando asumimos el protagonismo consciente de nuestra vida nos liberamos de la trampa de estar viviendo la historia que está contando otro en nuestra mente. Y la incertidumbre se convierte en compañera de viaje y no en un obstáculo a vencer.

Encuentro profunda paz en la intimidad del vínculo con lo natural. Brota con calidez un estado del corazón que impulsa a confiar en el sentido del cambio. Las expectativas de cómo deberían ser las cosas desaparecen y hacen espacio a la anchura acogedora en que la atemporalidad reina. Es un estado de inmersión en la experiencia del momento. Quizá eso sea el estado de gracia a mi medida…

Ansia, anhelo o afán son términos que usamos para describir el deseo incontenible, que es también necesidad, de volver una y otra vez sobre algo. En ese sentido se convierte en religioso. Poner en duda el límite, cuestionar lo dado por cierto o lo que parece obvio es una forma de estar en el mundo. ¿Y si no fuera así? La pregunta corre la frontera de lo conocido, de toda demarcación arbitraria, estira nuestras capacidades, expande la realidad de lo posible.
A veces describimos como «natural» un orden que no lo es sino que «está naturalizado» porque es utilitario, porque conviene a alguien o algunos que así sea. ¿Cómo descubrirlo si aceptamos pasivamente o sin sentido crítico lo que se presenta como verdad? Es que a veces, ser realista implica ir por lo que parece imposible y no dar por sentado nada. Entonces la pregunta se convierte en sagrada y encarna un acto de respeto, amor y compasión.

Ubicar el cuerpo y la mente en un estado natural sugiere un equilibrio dinámico entre relajarse y mantener una conciencia lista para la acción, sin tensión pero vigilante y claro, agudo y calmado, con nitidez y suavidad. Es un estado de la energía vital sumamente atento y lúcido. Es mi práctica diaria para cultivar la presencia y me ofrece un cambio radical en la forma de sentir la vida. Es un aspecto clave para conectar con la dimensión profunda de lo cotidiano y apartarme de los extremos.

Más cerca del corazón de la vida, más profundo dentro de su silencio, los animales conocen este mundo de una manera en que nunca lo haremos. Siempre están mirando desde el aquí y el ahora. En la levedad de su espíritu y sus sentidos atentos se percibe la libertad de lo natural. En la quietud de sus ojos se deja ver la confianza esencial que los anima. Ojalá pudiéramos dejar que nuestro costado animal limpie nuestros corazones y que el sol, la lluvia y el viento bautice nuestras mentes.

Las teorías, ideas, argumentos así como los juicios que consideramos verdaderos, con frecuencia nos separan. El sentido de la verdad, en cambio, siempre nos une porque proviene de nuestra sensibilidad más profunda. Nunca nos perdemos cuando descansamos en el sentido de la verdad en nosotros, en esa presencia íntima y lúcida que reconoce al yo en el otro. Es que entonces no hay ninguna posición que respaldar ni nada que defender. Este es el privilegio de la comprensión despojada de dogmas.

                          «En algún momento, si tenemos suerte, un viento inesperado destruirá                                 nuestro castillo de naipes y nos liberará de los recintos falsamente seguros en los que nos hemos metido.» (Ali Schultz)

Es una bendición el reconocimiento de la fugacidad de toda experiencia y particularmente conmovedor reparar en que el futuro de todo momento grato es su desaparición. De algún modo la transitoriedad es una sombra que acompaña cada instancia de la vida y de una manera extraña, la memoria es el lugar donde todos los fragmentos se reúnen secretamente buscando algo de permanencia. Vivimos de paradoja en paradoja en un proceso de transfiguración mientras la vida, confiadamente, se recrea a sí misma a través de nuestras experiencias.

La belleza no es un atributo de lo que vemos sino una evocación de lo sagrado en la experiencia. La conciencia toma contacto directo con la realidad y recuerda algo en lo profundo, una pertenencia mutua entre su propio ser y lo observado. Se reconoce a sí misma en unidad con lo que existe. El arte, la naturaleza, la música son vías directas a la experiencia espiritual libre de creencias preconcebidas.

En el mundo natural cada individualidad parece tener facilidad para ser lo que es. Nadie parece forzado a ser de una forma o en una dirección. ¡Hay tantas formas de ver lo que nos rodea! Percibimos a través de la mente y los sentidos pero experimentamos a través de la emoción. Tantas veces creemos que lo extraordinario es algo que buscar pero simplemente sucede en la presencia. La conciencia y la realidad se toman de la mano al saborear la unidad de todo lo que existe. Es una dicha serena que resuena en la comprensión sentida como un eco de la pertenencia.

Toda diferencia y separación colapsan por sí mismas frente al reconocimiento de la naturaleza satisfecha y pacífica de la conciencia. Morar en ella es un profundo y significativo estado meditativo y no requiere creer en nada ni hacer nada especial. Afirmarse en la conciencia de ser consciente es el estado natural del ser producto del contacto con la experiencia y nos conecta a la majestuosidad de la vida.

Ante una pregunta, la mente se orienta hacia un camino que la lleve a la respuesta. La mayoría de las veces, sin darse tiempo para explorar la pregunta y considerar opciones. Ese camino es una serie de pensamientos que son diferentes para cada uno. Así vamos por la vida tomando decisiones casi inadvertidamente. Pero cuanto más sutil es la pregunta las capas de pensamientos, sentimientos y percepciones asociados se vuelven más difusos. En mi experiencia, las preguntas más significativas son las que la búsqueda de respuestas se disuelve en la misma pregunta. Es que a veces, quedarse sin palabras frente a la emoción, tanto a su abrigo como desamparo, es la respuesta de la presencia consciente.

 

De fragilidades y fortalezas

En nuestra mente está la posibilidad de borrar el horizonte o expandirlo. En nuestras manos están las pequeñas acciones que le dan sentido a lo finito. 

Tomarse a uno mismo con menos seriedad es tarea impostergable. Las identificaciones que nos hacen sentir seguros son al mismo tiempo nuestro límite. Somos una representación titubeante que sólo se mantiene viva a través del hábito y el relato que nos contamos. Pero no es fácil darse cuenta que vulnerabilidad no es debilidad sino la posibilidad de sentir con intensidad, de intimar con nuestra esencia y tocar la belleza del mundo en su fragilidad. Cuanto más aferrados a nuestras ideas y creencias más nos golpearán los avatares de la vida. ¿Tiene sentido perdernos de tanto para ganar tan poco?

A veces requiere de cuantiosa lucidez no agobiar una escena con nuestras inefables interpretaciones. Es que la experiencia directa viene a nosotros sin necesidad de nuestra manipulación. Y resulta evidente que no espera nada de nosotros aún cuando nos invita a ser parte. Es casi un acto de generosidad salir de la estrechez mental que se concentra en lo que quiere ver y retroceder algunos pasos para adoptar una perspectiva más amplia. Observar el panorama general le da forma a la posibilidad y crea opciones.

Naturalizamos una forma de contacto con las situaciones cotidianas que busca el resultado utilitario. Sin darnos cuenta convertimos el «estado de espera» en una estructura mental con la que afrontamos las circunstancias. Un modelo mental que condiciona, que genera confusión y nos impide saborear la riqueza de la vida. Proponerse estar en «contacto continuo» con la realidad es una forma de cultivar la atención, de estar plenamente conscientes sin esperar de ella con expectativas personalizadas. Esto nos conecta con los acontecimientos desde un fondo esencial que es creativo y frontal. Entonces la participación se vuelve directa, constante, generosa y la resultante es mera consecuencia.

Apertura es tolerancia amplia, sin prejuicios, libre de rechazo o apego. Estos días resulta imprescindible cultivar una conciencia de apertura para discernir y no dejarse arrastrar por opiniones viscerales, interesadas o directamente mezquinas que disfrazadas de justas no hacen más que alimentar el odio y la violencia buscando su propio negocio. Apertura es una actitud que admite el error y escucha para corregir. Apertura es una condición que ofrece ayuda y propone opciones. ¿Se puede crear paz alimentando la furia? Es que a veces resulta urgente frenar y trascender nuestras preferencias para serenar el ánimo y vincularnos con los demás en una dimensión más profunda.

¿Cuál es la diferencia entre los buenos y los malos? Que los buenos somos siempre nosotros. ¿Ellos? Ellos siempre son los malos y resulta irremediable rechazarlos. Nada más efectivo para ratificarse como bueno que confinar el mal a una distancia prudente a fin de neutralizarlo. Nada alivia más que estar del lado de los buenos, de esos que tienen la valentía de identificar al mal encarnado en otros y eliminar el espacio de lo discutible. Con el mal no se conversa, se lo somete. De ambigüedades nada, incoherentes son ellos y a nosotros nos sobran argumentos… ¡Cómo tranquiliza ubicar al mal en algún lado fuera de nosotros mismos!

¿Qué relación hay entre lo bello y lo bueno? ¿Puede la belleza tener que ver con la moral? ¿Lo bello siempre es una invocación ética a hacer el bien? ¿Qué pasa cuando una propuesta estética es una genialidad que exalta el mal? ¿Te incomoda? ¿Deja de ser bella? ¿Nunca quisiste que el coyote se comiera crudo al correcaminos? ¿Seguro que no?

Algo interesante siempre surge de cuestionar creencias, de confrontar certezas que se dan por descontadas, de analizar naturalizaciones que no son otra cosa que construcciones orientadas a un fin. Después de todo, ¿ser es natural o un arte en construcción?

¡Qué tema es el perdón y el resentimiento acumulado que lo impide! A veces confundimos perdonar con olvidar el daño o creer que implica aprobar una conducta errada. Sin embargo, perdonar no exime de responsabilidad ni modifica un comportamiento que causó dolor sino elimina obstáculos en nuestro propio corazón y nos libera del control destructivo que las heridas abiertas ejercen sobre nosotros. Evaluar si es justo perdonar nos aleja de la posibilidad de deshacernos del desprecio que contrae nuestro corazón al vivir en el resentimiento. No deberíamos depender de cambios o reconocimientos ajenos para sanar nuestros sentimientos. Perdonar remite a nuestro mundo interno, es tarea de uno. ¿A qué conduce obstinarse en el enojo? ¿No será que nos identificamos con la herida y normalizamos el papel de víctima? ¿No será que tememos no saber quiénes somos si perdonamos y nos liberamos de la pena? ¿No será que deberíamos asumir lo que somos con aceptación humana dejando de depositar culpas por lo que no somos fuera de nosotros?
En fin… nada especial, las cosas son como son. La fragilidad de la vida muestra lo importante. Y siempre depende de nosotros qué miramos y qué hacemos con lo que vemos.

Estos días son ideales para abrirse a zonas inexploradas, reconciliarse con el tiempo improductivo, poner en juego las paradojas… Un tiempo para ahondar en el desierto de lo real, en la riqueza ilimitada del vacío fecundo. Un tiempo para elaborar sobre nuestras interpretaciones y construcciones de sentido para trascender las aparentes dicotomías que tanto tranquilizan. Un tiempo para abrazar la mística de la verdad y su carácter esquivo sin devaluarla con relativismos simplistas. Porque la mentira esconde una finalidad, no es porque sí; y hasta el autoengaño más elaborado que justifica lo incorrecto es insostenible para quien recupera el contacto con su interioridad.

Con la madurez, porque los años no son garantía, fructifica la observación reflexiva y viene en compañía de ciertas verificaciones significativas. Que la realidad humana es ambigua, fluctuante y compleja es una de ellas. Es notable como deja de tener sentido un mundo en que el bien, el mal, la verdad o la falsedad están tan claramente delimitados que no hay espacio para matices. Uno ve como se aleja el mundo de las certezas infantiles y las seguridades tan necesarias en otro tiempo. Uno siente la necesidad de andar por cuenta propia y descansar en el propio discernimiento aún al precio de no ser comprendido o aceptado. Es una necesidad que crece al amparo del autorrespeto, que busca alumbrar conclusiones en base a la experiencia directa y entendimiento de primera mano.  Es sorprendente cómo las diferencias dejan de ser obstáculo en las relaciones interpersonales. Es que la única divergencia real pasa por el nivel de conciencia y el único obstáculo para armonizar es el egoísmo.

Casi inadvertidamente, buscamos nuestro reflejo en la trampa de cualquier pantalla. Pero nuestra imagen real solo es reflejada por un espejo que nuestros hábitos extraviaron: el de la contemplación, el de los horizontes, el de la mirada profunda. Es el espejo que no refleja tu rostro ni tu silueta pero sí tu esencia: el del mundo natural.

Recortes de lo incierto y su vastedad

Nos recortamos sobre un horizonte que no es más que un fragmento idealizado mientras la vida acontece imperturbable. (Alice White)

El sol sale en su ahora y yo lo veo en mi aquí. Pero no sale para mí, lo hace ignorando la subjetividad de mi interpretación. La objetividad es brote que emerge al dejar de buscar el sentido que se adapte a mis propios paradigmas. Ese orden frágil cuya persistencia se mantiene ajena al absurdo. Una objetividad sin preexistencia que nace en la cara de mis preconceptos sabiondos para recordarme la belleza de la incertidumbre y su poder creativo. Hay una forma en que todo es y un hilo sutil el que parece guiarnos a través del cambio en que la vida despliega su trama. Los demás pueden preguntarse qué perseguimos cuando decidimos algo que no pueden justificar ni comprender. Es que ese hilo es individual, nos sostiene y no podemos soltarnos. Nada de lo que hagamos puede detener la dinámica en que el tiempo desenreda el ovillo que la vida preparó para cada uno.

La palabra «después» suele ser usada a discreción para quitar del presente lo que ponemos a una distancia segura. Postergamos en la cómoda ilusión de estar «en control» de la temporalidad, a resguardo de la ocurrencia del cambio. La trama de la vida está tejida de fugacidad y cualquier intento de negar lo efímero resulta fatal para la oportunidad que cada presente nos ofrece. Todo se desvanece, podemos huir pero no escaparnos. Y curiosamente, esta realidad es fuente de la prodigiosa abundancia del cambio y la transformación. Creación y destrucción, las dos caras de la misma moneda. El tremendo desafío, no apegarnos a lo que nos agrada.

A diferencia de los cambios externos que son bastante sencillos de distinguir, los cambios internos son más sutiles. Nuestras formas de ver, interpretar o percibir no son las mismas en el tiempo. Cuando pierdo el eje me resulta útil evocar la transitoriedad de todas las cosas, la dependencia y condicionalidad con que todo parece surgir y relacionarse. Me serena y me focaliza en lo que cuenta aceptando con todo lo que soy que las cosas son como son se adapten o no a mi lógica circunstancial. El volver a mis comprensiones más simples y contundentes me rescata del error que es fuente de tanta tristeza y aflicción.

La vida y la muerte son inseparables, van juntas en el camino momento a momento. Falsamente a veces pensamos que la muerte está al final de un largo camino, pero es solo una fantasía que alivia el miedo de tomar conciencia de la fragilidad en la que eso que somos se despliega. La naturaleza de esta vida es incierta aunque evitemos pensar en ello. Vivir en las dimensiones más profundas de lo que significa ser humano es una actitud por la que todos podemos optar y provoca un cambio radical en cómo nos relacionamos con nosotros mismos, los demás y el entorno. Nos hace íntimos. Llena de sabiduría, cada pequeña muerte cotidiana es una invitación a descubrir lo que realmente importa, a no postergar y a situarse con plena intensidad en cada momento. De algún modo, su compañía silente se convierte en un faro que nos orienta hacia la plenitud vital.

«El amor y la muerte son los mayores regalos que se nos dan; casi siempre los recibimos pero no los abrimos.» (Rainer Maria Rilke)

Intento estirar mi capacidad de conocer como una posibilidad de la conciencia. Me doy cuenta que cada vez que capto algo extraordinario de la realidad tiene que ver con cómo miro, en qué estoy poniendo atención y cuán serena me siento. Hay una experiencia plena y directa del misterio que se muestra como un eco en lo cotidiano. Captar lo extraordinario no requiere capacidades especiales ni una sensibilidad singular sino aprender a gestionar el conocer y flexibilizar nuestras certidumbres. Porque existe una forma de conocimiento que combina palabra y silencio como el arte de bajar el volumen de las urgencias del yo egocentrado y escuchar los susurros de la realidad que resuenan en la quietud. Porque la existencia en toda su hondura, está siempre mostrándose independientemente de nuestras proyecciones.

Los deseos tienen un lado luminoso que es impulso para la acción y uno oscuro que alimenta la ansiedad. De vez en cuando es útil tener una conversación honesta con nuestros deseos porque podemos descubrir algunas de las razones de esa sensación de incomodidad que tiene la tendencia a hacerse compañera fiel. ¿Para qué padecer de manera innecesaria? Es que entre los extremos de la renuncia a todo y el abuso sin medida existe la posibilidad de cultivar una relación saludable con lo que deseamos y no perdernos en «el bosque de la inquietud».  Es tarea de cada uno que un eventual estado mental negativo no le gane a las cualidades del corazón. Integrarnos en profundidad y convocar  a la bondad básica que habita en cada uno se vuelve vocación cuando estamos atentos a las sutilezas de la vida. Porque, ¿qué es el corazón sino ese espacio del ser humano donde convergen intelecto, emoción y espíritu?

La experiencia de nuestra naturaleza más profunda es un puente hacia la dimensión espiritual de la vida. Contemplar unifica al mismo tiempo que integra el pensar y el sentir de tal modo que deja de tener sentido referirse a ambos por separado. Cuando la fuente de la vida se vuelve experiencial, las palabras brotan casi por impulso en el afán de aproximar una descripción. Es entonces cuando busco en la austeridad unas pocas palabras para acercarme sin abundar en adjetivaciones.

Notar, maravillarse, relacionar lo observado… tantas preguntas que pueden habitarse y acompañarnos con su perfume. La comprensión nunca será tarea acabada. (Alice White)