Convergencia Atemporal

En la relajante mirada al infinito la incertidumbre reposa y se hace visible. En sus confines, lo trascendente se vuelve cercano. Cuando la conciencia se afecta por la verdad, la naturaleza profunda nos convoca desde su vacío fértil.  (Alice White)

Frecuentemente siento que las cosas se volvieron raras, como si una densa niebla se hubiera asentado sobre el planeta mismo y nos impidiera distinguir lo básico.
Es un gran dilema humano cómo lo real se extravió en nuestras mentes convirtiendo el orden natural en confusión y volviéndonos cerrados a toda crítica que no provenga de aquellos que consideramos iguales o sea validada por el grupo al que pertenecemos. Hace falta honestidad con uno mismo para distinguir qué tan seguido adoptamos peligrosas certezas sobre el saber y el dominio de lo correcto.
Si pudiéramos calmar la mente y apagar el fuego que el miedo mantiene encendido podríamos al menos tener la chance de ver con más claridad lo que es real.
Hay un tiempo en la vida de cada uno en que las palabras se agotan y el silencio se llena de contenido elocuente. Quizá necesitemos dejarnos guiar por ese impulso íntimo que nos lleva a actuar e ir al encuentro del ritmo misterioso que todo lo sostiene creando equilibrio. Esa melodía que se expresa en las raíces del árbol cuando busca agua o en el dulce perfume de la flor que atrae a las abejas. Quizá necesitemos abandonar nuestras estúpidas opiniones y entregarnos a la calidez de nuestra vulnerabilidad. Lo que sabemos es importante, pero lo que somos mucho más.

Insistir una y otra vez en los mismos prejuicios y puntos de vista cerrados termina anulando la imprescindible capacidad de crítica que nos mantiene a salvo de esa necesidad enfermiza de reafirmarse en la cofradía. Este tipo de visiones, necesariamente construyen un opuesto que está en el error para validar las propias certezas. Pero entender algunas cosas en esta vida es ligeramente más complicado que repetir consignas, apelar al tribalismo y tomar la autopercepción como única fuente de referencia válida. Solo por dar un ejemplo, son demasiadas las veces que entre los autodenominados tolerantes, la tolerancia brilla por su ausencia.
Que el saber contingente es mucho más cercano a la realidad que la certeza inmutable es un gran progreso humano. Ser conscientes de cómo las ideas se van reinventando y cómo el conocimiento tiene la capacidad de autorefutarse a lo largo de tiempo habilita una vía prudente para replantearse constantemente lo considerado sabido y superarse. La incertidumbre aunque angustie es en sí misma liberadora cuando aceptamos nuestras limitaciones.

Nuestros recuerdos se reescriben sin cesar. Todos olvidamos cosas y reacomodamos detalles. A veces hacemos suposiciones dolorosas en base a piezas sueltas o hechos aislados. La aceptación de nuestras limitaciones y una actitud que no pierde de vista tantísimo que no sabemos nos vuelve más humildes y nos evita las consecuencias de sacar conclusiones radicales. Si examinamos nuestras interpretaciones, eventualmente las percepciones cambian y viejos dolores cobran nuevos significados. Rara vez algo significa una sola cosa, generalmente un hecho está conformado por capas de significado: Tal vez las cosas fueron de la manera que nos parece pero podrían no serlo. Todo va y viene en la conciencia.

Algo nos obliga a un alto en el transcurso esperado de las cosas y nuestra naturaleza más salvaje se hace visible. Sin las seguridades cotidianas y lejos de la actuación de nuestros personajes, somos más evidentemente animales. Incluso aunque tratemos de racionalizar lo que sucede nos sentimos frágiles e indefensos.

«De pie sobre la tierra desnuda, bañada mi frente por el aire leve y erguido hacia el espacio infinito, todo mezquino egoísmo se diluye.» (Emerson) 

Cuando dirigimos la atención hacia lo natural, hacia algo que ha venido a la existencia sin la intervención humana, salimos del pensamiento conceptual y nos vinculamos a la esencia del ser, una dimensión en la que existe todo lo natural. Cuando reposamos nuestra atención en un paisaje, un árbol o en las olas del mar, no estamos pensando en ellos sino los percibimos. Al sentir la quietud dentro nuestro cuando la captamos en el mundo natural, entramos en un estado de profundo reposo y de comunión con el entorno. El silencio entonces deja de ser algo externo o pensado y se transforma en un estado del ser.
Todos nos merecemos un rato diario de presencia consciente en el reino natural y permanecer en él honrando nuestra naturaleza profunda.

Al observar la naturaleza podemos ver que está en constante cambio y adaptación. Aún así, solemos tener dificultades para reconocer nuestras propias mutaciones y la forma en que estamos cambiando constantemente. El mundo natural es una exhibición de flexibilidad y capacidad para recalcular la posición relativa de sus nodos en la red infinita. Ajeno a cualquier distinción y clasificación, lo que es, toma formas diferentes y fluye imperturbable en la pasión del absoluto cambio. Cuando el espíritu humano reposa sobre la infinita atemporalidad del reino natural, la vida se expresa demasiado llena de su propio sentido para ser analizada. Y nuestras diferencias e incoherencias más íntimas encuentran un sentido de unidad en lo insondable.

Del Otro Lado del Espejo

En el umbral de la percepción podemos captar el misterio mientras la vida enciende la maravilla. (Alice White)

Un momento es solo un momento pero se convierte en singular a través de su experiencia. Algunos de ellos son especiales y brotan del flujo del tiempo como un ofrecimiento singular a nuestra presencia. El momento significativo no necesita de preámbulos, es la más pura espontaneidad recreándose en los matices. Lo reconozco porque siento que la vida es la vida de todos, no la mía y la de mis interpretaciones. A veces el momento simplemente me absorbe y me lleva al mundo de lo sutil. La vida ofrece de todo y todo el tiempo pero solo tomamos lo que reconocemos. Quizá nuestro máximo límite sea el apego a lo que creemos ser. Ese que construyó paredes sin piedad ni vergüenza de sí mismo. Ese que nos deja sin esperanza y aislados.

Vivimos en un mundo lleno de maravillas en estado de latencia hasta que las percibimos. La mayor parte de ellas están envueltas en un misterio que nos fascina, quizá por la dificultad para comprender lo que observamos. Sin embargo, el miedo a lo desconocido mantiene a gran parte de la humanidad actuando como si supiera y nos enreda en conflictos que causan dolor y lastiman.
Puedo entender el deseo de saber. Lo que me cuesta es la arrogancia de pretender haber descifrado el misterio. Tanto que el error se pretende resolver con otro error. La historia ha demostrado una y otra vez que las personas más peligrosas son aquellas que están seguras de poseer la verdad y que solo están a gusto con las que están de acuerdo con ellas. Ese es un camino que elijo no transitar, se ha vuelto viejo y sin sentido para mí.
Prefiero estar aquí, habitando la incertidumbre, asombrándome en el misterio de lo desconocido y lo extraño. Abierta a la posibilidad de conocer en la plenitud de mi atención. Fascinada en la belleza del mundo natural y viviendo en la serenidad del corazón de la vida, donde siempre hay un lugar para uno más.

Yacaré Negro
Yacaré Negro, habitante de los Esteros del Iberá, Corrientes, Argentina.

Quizá lo más grandioso de nuestra pequeñez sea la dignidad que reside en la intimidad del corazón sereno, esa que nos inspira confianza en la forma que toma cada nuevo día. Es una alegre humildad la que invita a agudizar la escucha e intercambiar ideas considerando que nuestra mirada es siempre parcial, incompleta y quizá errónea. A veces nos desconectamos del ritmo sagrado y pretendemos que se adapte a nuestros deseos. Pero cada ser encarna una perspectiva diferencial de conexión absoluta con su entorno y todos los demás. Y es tan fascinante como aterrador.

Frecuentemente, la soledad y belleza de la naturaleza es un bálsamo sabio que alivia con delicadeza y libera la mente de los prejuicios. La paradoja es que en el corazón de esa soledad nos sentimos íntimamente conectados con el mundo.

En cada momento que paso en la naturaleza siento una invitación a contemplar la experiencia como un evento que no se repetirá. Percibir la fugacidad del instante en que todo sucede me brinda siempre la posibilidad de pensar con delicadeza acerca de lo que doy por descontado y de percatarme de mis limitaciones. Siempre recibo alguna enseñanza que me induce a explorar con humildad la importancia relativa de mi realidad e incorporar la sutileza del cambio como una fragancia cotidiana. La gratitud me invade cuando reconozco la marca indeleble que lo vivido dejó en mi corazón.

«No sé darte otro consejo, camina hacia ti mismo y examina las profundidades en las que se origina tu vida.» (Rainer Maria Rilke)

Ahondar en la realidad y alcanzar su esencia necesitan de la mano de la incredulidad y el escepticismo para desdibujar las certezas. Es un proceso natural al que debemos entregarnos con confianza si deseamos experimentar en forma directa. Valiente es quien no se parapeta en su interioridad ignorando o apartando el temor sino quien permite que tanto la belleza como el horror lo toquen. Nuestra propia precariedad nos pone de cara al desconcierto, la duda y la ambigüedad frente a un mundo siempre cambiante que nos excede en infinidad de aspectos. El valor genera un espacio para reconocer e integrar el miedo que solemos querer evitar. La más profunda aceptación emerge de la verdad de nuestra experiencia.

 

El Decorado del Saber

Nuestras verdades no valen más que las de nuestros antepasados. Tras haber sustituido sus mitos y sus símbolos por conceptos, nos creemos más «avanzados»; pero esos mitos y esos símbolos no expresan menos que nuestros conceptos. El Árbol de la vida, la Serpiente, Eva y el Paraíso, significan tanto como: Vida, Conocimiento, Tentación, Inconsciente. Las configuraciones concretas del mal y del bien en la mitología van tan lejos como el Mal y el Bien de la ética. El Saber -en lo que tiene de profundo- no cambia nunca: sólo su decorado varía. Prosigue el amor sin Venus, la guerra sin Marte, y, si los dioses no intervienen ya en los acontecimientos, no por ello tales acontecimientos son más explicables ni menos desconcertantes: solamente, una retahíla de fórmulas reemplaza la pompa de las antiguas leyendas, sin que por ello las constantes de la vida humana se encuentren modificadas, pues la ciencia no las capta más íntimamente que los relatos poéticos.
La suficiencia moderna no tienen límites: nos creemos más ilustrados y más profundos que todos los siglos pasados, olvidando que la enseñanza de un Buda puso a millares de seres ante el problema de la nada, problema que imaginamos haber descubierto porque hemos cambiado sus términos e introducido un poquito de erudición. Pero, ¿qué pensador occidental podría ser comparado con un monje budista? Nos perdemos en textos y en terminologías: la meditación es dato desconocido para la filosofía moderna. Si queremos conservar cierta decencia intelectual, el entusiasmo por la civilización debe ser barrido, lo mismo que la superstición de la Historia. Por lo que respecta a los grandes problemas, no tenemos ninguna ventaja sobre nuestros antepasados o sobre nuestros predecesores más recientes: siempre se ha sabido todo, al menos en lo que concierne a lo Esencial; la filosofía moderna no añade nada a la filosofía china, hindú o griega. Por otra parte, no podría haber un problema nuevo, pese a que nuestra ingenuidad o nuestra infatuación querrían persuadirnos de los contrario. En lo tocante a juego de las ideas, ¿quién igualó jamás a un sofista chino o griego, quién llevó más lejos que él la osadía en la abstracción? Todos los extremos del pensamiento fueron alcanzados desde siempre y en todas la civilizaciones. Seducidos por el demonio de lo Inédito, olvidamos demasiado pronto que somos los epígonos del primer pitecántropo que se puso a reflexionar.

Hegel es el gran responsable del optimismo moderno. ¿Cómo no vio que la conciencia cambia solamente de forma y de modalidades, pero que no progresa en nada? El devenir excluye una realización absoluta, una meta: la aventura temporal se desarrolla sin un objetivo exterior a ella, y acabará cuando sus posibilidades de caminar se hayan agotado. El grado de conciencia varía con las épocas, sin que dicha conciencia aumente con su sucesión. No somos más conscientes que el mundo grecorromano, el Renacimiento o el siglo XVIII; Cada época es perfecta en sí misma., y perecedera. Hay momentos privilegiados en que la conciencia se exaspera, pero jamás hubo eclipse de lucidez tal que el hombre fuera capaz de abordas los problemas esenciales, pues la historia no es más que una perpetua crisis, una quiebra de la ingenuidad. Los estados negativos -que son precisamente los que exasperan la conciencia- se distribuyen diversamente, pero, sin embargo, están presentes en todos los períodos históricos; si son equilibrados y felices, conocen el Hastío -término natural de la felicidad-; si descentrados y tumultuosos, sufren la desesperación, y las crisis religiosas que de ella se derivan. La idea de Paraíso terrenal fue compuesta con todos los elementos incompatibles con la Historia, con el espacio donde florecen los estados negativos.
Todas las vías, todos loa procedimientos de conocer son válidos: razonamiento, intuición, repugnancia, entusiasmo, gemido. Una visión del mundo articulada en conceptos no es más legítima que otra surgida de las lágrimas: argumentos y suspiros son modalidades igualmente concluyentes e igualmente nulas. Construyo una forma de universo: creo en ella, y es el universo, el cual se desploma empero bajo el asalto de otra certeza o de otra duda. El último de los iletrados y Aristóteles son igualmente irrefutables y frágiles. Lo absoluto y la caducidad caracterizan la obra madurada durante años tanto como el poeta surgido del favor del instante. ¿Acaso hay más verdad en la Fenomenología del Espíritu que en el Epipsychidion? La inspiración fulgurante, lo mismo que la profundidad laboriosa, nos presentan resultados definitivos e irrisorios. Hoy prefiero tal escritor a tal otro; mañana le tocará la vez a una obra que antaño abominaba. Las creaciones del espíritu -y los principios que las presiden- se resignan al destino de nuestros humores, de nuestra edad, de nuestras fiebres y de nuestras decepciones. Ponemos en tela de juicio todo lo que antaño amamos, y tenemos siempre razón y siempre estamos equivocados; pues todo es válido y todo carece de importancia. Sonrío: nace un mundo; me entristezco: desaparece, y ya se perfila otro. No hay opinión, sistema o creencia que no sea justa y al mismo tiempo absurda, según nos adhiramos o nos separemos de ella.
No se encuentra más rigor en la filosofía que en la poesía, ni en el espíritu que en el corazón; el rigor no existe más que en la medida que uno se identifique con la cosa que se aborda o se sufre; desde el exterior todo es arbitrario: razones y sentimientos. Lo que llaman verdad es un error insuficientemente vivido, aún no vaciado, pero que no podrá dejar de envejecer pronto, un error nuevo, y que espera comprometer su novedad. El saber florece y se seca a la par que nuestros sentimientos. Y si recorremos todas las verdades, es porque nos hemos agotado juntos, y ya no hay más savia en nosotros que en ellas. La Historia es inconcebible fuera de aquel a quien decepciona. De este modo, se precisa el deseo de dejarnos arrastrar por la melancolía y de morir de ella…
El verdadero saber se reduce a las vigilias en las tinieblas: sólo el conjunto de nuestros insomnios nos distingue de los animales y de nuestros semejantes. ¿Qué idea rica o extraña fue nunca fruto de un durmiente? ¿Es bueno vuestro sueño? ¿Son apacibles vuestros sueños?: engrosáis la turba anónima. El día es hostil a los pensamientos, el sol los obscurece; sólo florecen en plena noche… Conclusión del saber nocturno: quien llega a una conclusión tranquilizadora sobre lo que sea da pruebas de imbecilidad o de falsa caridad. ¿quién halló jamás una sola verdad alegre que fuera válida? ¿Quién salvó el honor del intelecto con propósitos diurnos? Afortunado quien puede decir: «Tengo el saber triste.»

La Historia es la ironía en marcha, la risotada del espíritu a través de los hombres y los acontecimientos. Hoy triunfa tal creencia; mañana, vencida, será maldita y reemplazada: los que la creyeron la seguirán en su derrota. Después viene otra generación: la antigua creencia entra de nuevo en vigor; sus demolidos monumentos son reedificados de nuevo…, en espera de que perezcan otra vez. Ningún principio inmutable regula los favores y las severidades de la suerte: su sucesión participa en la inmensa farsa del Espíritu, que confunde, en su juego, los impostores y los fervientes, las astucias y los ardores. Contemplad las polémicas de cada siglo: no parecen motivadas ni necesarias. Sin embargo, fueron la vida de ese siglo. Calvinismo, quietismo, Port-Royal, la Enciclopedia, Revolución, positivismo, etc…, ¡qué sarta de absurdos… que debieron ser, qué derroche inútil, y sin embargo fatal! Desde los concilios ecuménicos hasta las controversias políticas contemporáneas, las ortodoxias y las herejías han asaltado la curiosidad del hombre con su irresistible sinsentido. Bajo disfraces diversos, siempre habrá anti y pro, sea a propósito del Cielo o del Burdel. Millares de hombres sufrirán por sutilezas relativas a la Virgen y a su hijo; otros miles se atormentarán por dogmas menos gratuitos, pero igualmente improbables. Todas las verdades constituyen sectas que acaban por tener un destino tipo Port-Royal, siendo perseguidas y destruidas; después sus ruinas llegan a ser veneradas, y aureoladas por la iniquidad sufrida, se transforman en lugares de peregrinaje…
No es más razonable conceder más interés a las discusiones sobre la democracia y sus formas, que a las que tuvieron lugar, en la Edad Media, sobre el nominalismo y el realismo: cada época se intoxica con un absoluto, menos y fastidioso, pero de apariencia única; no puede evitarse el ser contemporáneo de una fe, de un sistema, de una ideología, el ser, en resumen, de su tiempo. Para emanciparse haría falta tener la frialdad de un dios del desprecio…

Que la Historia no tenga ningún sentido es algo que debería alegrarnos. ¿Nos atormataríamos acaso por una solución feliz del porvenir, por una fiesta final en la que nuestros sudores y desastres corriesen con todos los gastos? ¿A favor de idiotas futuros, exultando sobre nuestras penas y bailoteando sobre nuestras cenizas? La visión de un desenlace paradisíaco supera, por su absurdo, las peores divagaciones de la esperanza. Todo lo que podríamos pretextar en excusa del Tiempo es que se hallan en él momentos más aprovechables que otros, accidentes sin importancia en una intolerable monotonía de perplejidades. El universo comienza y acaba con cada individuo, sea Shakespeare o Don Nadie; pues cada individuo vive en lo absoluto su mérito o su nulidad…
¿Merced a qué truco lo que parece ser escapó al control de lo que es? Bastó un momento de inatención, de debilidad en el seno de la Nada: las larvas se aprovecharon; una laguna en su vigilancia: y aquí estamos. Igual que la vida suplantó a la nada, fue suplantada, a su vez, por la Historia: así la existencia emprendió un ciclo de herejías que minaron la ortodoxia de la nada.

(Extracto de Breviario de Podredumbre, de Émile M. Cioran)

Umbral del Encuentro

Somos a medias hasta que nos encontramos en cada paisaje de la travesía. Solo entonces la verdadera patria nos habita. (Alice White)

Cuando estamos inmersos en la naturaleza, nuestra sensibilidad es esencial para nuestra supervivencia espiritual. Si pasamos de largo frente a su esplendor y los fenómenos sorprendentes que suceden en su seno, nos ausentaremos del sentido más profundo de la vida. Una conciencia de humildad natural brota frente a la magnificencia que habitamos. Me gusta el término habitar porque me remite a hacer propia la experiencia de ser y estar, impregnarme del entorno al que pertenezco y sentir ese latido de la belleza y su armonía. Pero tan solo en ocasiones la alegría se vuelve sobrecogedora y la inteligencia humana me lleva a respetar en sentido amplio sin someter a mi lógica lo que no comprendo. 

Es bastante fácil comprobar en nuestras propias vidas y los grupos sociales que conformamos, que solemos reducir la realidad a una adaptación basada en la capacidad de comprender con la que contamos. Buscamos soluciones condicionados por nuestra visión del mundo relativizando en lo político, económico o social las causas de los males que nos aquejan y por eso el resultado es que nunca llegamos a sus causas reales. Estamos padeciendo las consecuencias de vivir en un mundo desencantado, opaco, sin esperanza. Creo que hay una forma más sabia de transitar por este mundo conectando con nuestras intuiciones más profundas, redescubriéndonos y recreándonos en nuestro interior, haciéndole espacio a la imaginación para adentrarse en lo significativo y simbólico que se presenta ante nosotros. Lo esencial y sagrado de nuestra naturaleza se manifiesta en el mundo y es la conciencia la que nos permite ir más allá de las apariencias, emocionarnos e inspirarnos en lo que vemos para pensar y sentir con novedad. La desconexión con la dimensión espiritual de la vida es una gran equivocación.

Lo esencial está siempre presente, una dimensión absoluta atraviesa la realidad con su inapelable equilibrio. Muta y se recrea en la composición de lo visible, se vale de los extremos, de los opuestos, pero promedia implacablemente cuando sobrevive a nuestros desmanes. Los caminos a lo absoluto nunca pueden ser estrechos ni mañosamente desgastados porque su belleza y libertad todo lo abarca. Observar el cambio, habitar la quietud y contemplar el fondo de todas las cosas es fuente de regocijo y comprensión. Es un atisbo de la verdad primordial y su naturaleza.

La naturaleza convoca nuestra conciencia innata a través de lo bello. Actúa como un llamador de la creatividad en la que el todo va transformándose sigilosa y pacientemente. No veo incompatibilidad entre tecnología y naturaleza o entre el mundo digital y el físico sino una perfecta complementación que encuentra su propio balance en la adaptación. Los ritmos del cambio pueden verse alterados pero siempre existe una compensación que tiende al orden.
Un estado de positiva relajación surge en la mente en contacto con lo natural al mismo tiempo que agudiza la capacidad para sensibilizarnos frente a las pautas subyacentes en su armonía. La dimensión absoluta se muestra sutilmente sin tomar partido sobre nuestras acciones, solo cuida el equilibrio de la vida.
Es un deleite significativo captar en la experiencia que todo eso fuera de uno mismo es también uno mismo.

Saltando entre pensamientos y viajando entre sueños. A veces es compañera la calma y otras el enojo. Nada dura, el flujo de lo esperable se detiene y todo cesa para dar paso al cambio. La inquietud oculta lo evidente mientras lo intangible juega a las escondidas. Sentimientos difíciles recuperan nostalgias de un ayer atesorado. Crece el optimismo frente a la alegría de un buen momento. La vida siempre a su ritmo se muestra sin prisas y compensa todo extremo, se adapta y se preserva sin señalar errores ni aciertos. Curiosa parte la nuestra, confundidos siempre en nuestros saturados empeños cotidianos pero tan capaces de divagar sobre lo que debería ser y no es, tan urgidos de significado que corremos tras el tiempo y se nos escapa la nada.

 

La Belleza en la Paz Interior

«Es bello lo que brota de la necesidad anímica interior. Bello será lo que es interiormente bello.» (Vasily Kandinsky)

Las formas que vemos contienen un significado a la medida de cada uno. La luz puede hacer de una escena común algo extraordinario. La apariencia primaria señala una fuerza más profunda y es nuestra sensación el indicador que recibe la mente. Solo algunas veces atravesamos lo que vemos como si de un espejo se tratara para distinguir aquello que no es visible. Se siente como un regalo inesperado. Entonces la imagen se vuelve invocación a nuestra luz interior.

Nuevas situaciones aparecen frente a nosotros constantemente. Cada pequeña y gran muerte cotidiana transforma la realidad dándole espacio a nacimientos que aportan renovación. A veces una imagen nos refleja en ella y otra nos abre una ventana al mundo. Con todo sujeto a la impermanencia incluyendo mis sensaciones, casi siempre descubro que lo que percibo oculta una verdad espiritual que viene a mi encuentro y trasciende lo que veo.

Hay un equilibrio sabio en el corazón de nuestra naturaleza profunda. Es un latido acompasado que no exige ni reclama sino que permanece a la espera. Cada singularidad vive en el más íntimo parentesco con todo lo demás. Entrelazados espiritualmente en el tapiz que conecta las partes nada existe aislado. Una afinidad oculta cobra protagonismo cuando sentimos la presencia del otro.

Al detener el movimiento, la fotografía nos invita a ver detalles que resultan imposibles de captar de otro modo. Me sucedió al comenzar a hacer fotos de aves, no podía creer lo que veía. Pero muy pronto descubrí lo simbólico en lo que me atrae. Disfruto de ser yo misma al invocar el motivo desde la fertilidad del silencio y dejarme llevar por mi estado sin tratar de parecerme a nadie. También resulta muy gratificante cuando otros conectan con la imagen lograda desde su propia necesidad. Y algunas veces, sin intención previa alguna, siento el alma en mis ojos. En esos momentos todo tiene sentido.

El arte le da significado a la alegría y a la tristeza de una forma que no muchos pueden comprender. No está bien ni tampoco mal. Ni en el arte ni en la vida hay un camino correcto. A veces no hay ningún camino y uno tiene que derribar muros y abrirse paso en el oscuro bosque para llegar a donde necesita ir.
Y es que algunas veces vemos en una imagen algo que por primera vez nos encuentra con palabras que tienen tanto sentido que es como si las hubiéramos esperado toda la vida.

«Recordé que el mundo real era grande, y que un diverso campo de esperanzas y miedos, de sensaciones y emociones, esperaba a aquellos que tenían el valor de lanzarse a su vastedad, de buscar el verdadero conocimiento de la vida entre sus peligros.» (Charlotte Brontë)

Verdades Desnudas

«Felices los que ven belleza en todos lados y no exageran el culto a la verdad.» 

Tengo un profundo respeto por la expresión «no sé». Dos palabras pequeñas que juntas nos hacen volar hasta los confines de una dimensión que no cabe en nosotros mismos. Una simple expresión que cuando es sentida nos agranda la vida.

Tantas veces tenemos la fantasía de estar yendo a algún lado pero a medida que creemos avanzar nos damos cuenta que el destino desaparece. La sensación de inseguridad que provoca el no saber en qué lugar de la hipotética ruta nos encontramos acude a confirmarlo. Entonces un pensamiento trae el otro y sentimos ahogarnos en el trazado minucioso de las opciones y sus detalles. Íntimamente sabemos que el hecho de avanzar un poco no garantiza el rumbo. ¡Si hasta por momentos parece que fuéramos en varias direcciones a la vez!
El camino aparece con cada paso que damos, no está inventado ni mucho menos creado para que lo transitemos sin sobresaltos rumbo a la tierra prometida. Convivir con la incertidumbre de estar vagando por un desierto puede resultar tan desgarrador que nos refugiamos en causas épicas y destinos de grandeza. Es la sed de importancia que tanto nos atormenta, la ansiedad por sentirnos alguien que busca certezas que trasciendan los finales.

Cada uno de nosotros somos exquisitamente particulares y distintos. Pero aún cuando por momentos nos comportemos como si vivir aislados fuera una opción, es solo producto de un juicio condicionado que naturaliza una percepción errónea de la realidad. La forma en que nos vemos condiciona la manera en que nos tratamos unos a otros. Aún con extraordinarias diferencias entre nosotros, en las situaciones límites se evidencia que compartimos la misma naturaleza básica, vemos fácilmente que nada existe separado y que nos necesitamos. La clara comprensión de la interdependencia y temporalidad toca nuestra sensibilidad más profunda.

El deseo es casi una constante en nuestra vida y aún cuando sea en apariencia simple y noble como descansar puede convertirse en un obstáculo. Un dolor físico o emocional puede llegar a controlarnos si nos distraemos. Aceptar que las cosas son como son detiene en principio la inquietud que acompaña la sensación que no sean como me gustaría. Sé que nuestra más profunda naturaleza es un lugar de reposo porque he estado ahí, pero también sé que no se trata de ir tras ella sino de pausar cualquier esfuerzo a fin de reencontrarme en el único momento que existe y existo, en el que vivo en este preciso instante.
Una de Las Cinco Invitaciones de Frank Ostaseski es «Busca un lugar de reposo en medio de la agitación» y siempre me resulta de utilidad recordarla, me funciona como un freno de emergencia para cualquier torbellino interno. 

Cuando esperar lo malo se hizo hábito, estar abierto a cosas nuevas, buenas o diferentes es bastante improbable y hasta difícil. Esperar lo peor invita a levantar un perímetro de protección y le deja espacio a la ansiedad preventiva que va entristeciendo la mirada sin que nos demos cuenta. Aguardar mientras se espera que suceda algo es una de las formas en que el miedo opera y funciona casi en automático. El verdadero reto es estar abierto a lo nuevo y benevolente sin alimentar expectativas. Una atención generosa que no espera recompensa alguna puede convertirse entonces en fuente inagotable de serenidad.

Al contemplar el mundo natural se vuelve simple reconocer la dinámica que lo compone y los delicados sonidos que le van dando forma a la canción de la existencia. Lo que parece un derroche no es más que un continuo fluir de un uso a otro, de una belleza a otra más elevada aún. Imposible lamentarse por lo pasado frente a la riqueza indomable del universo que constantemente funde y recicla lo que fue. Negar la inteligencia natural sería negar nuestro costado más humano.

La mirada evoluciona, seamos conscientes o no, dado que estamos en constante cambio. Desarrollar un ojo relajado y abierto es consecuencia de factores que convergen en el momento único de espacio-tiempo en el que existimos. Cultivando la atención nos damos la posibilidad de estar disponibles hacia el entorno libres de prejuicios, filtros y doctrinas acerca de lo correcto. Es pura sincronización de la percepción con el presente a través de una mente estable y un corazón receptivo que refrescan la mirada. 

Ser capaces de atravesar lo que vemos es una forma de percibir la vida en lo que creemos ver. La realidad del amanecer que tanto nos fascina existe como una conjunción de factores que nos incluye al observarlo. La luz que lo ilumina, el punto de vista y la agudeza de nuestra visión le dan forma. Un sinfín de coincidencias conforman un momento y situación única ofrecidos a nuestra experiencia. Lo evidente es solo un puente hacia lo no tangible que subyace en la forma, hacia la naturaleza profunda de la realidad.

El Contacto con el Corazón de la Realidad

«Renuncia a todos los otros mundos, excepto al que perteneces.» (David Whyte)

La experiencia de vida que cada uno piensa y siente está determinada por un conjunto de creencias que condicionan las interpretaciones que hacemos de los eventos. Atendemos a la situación que nos rodea desde la perspectiva de los deseos,  que son modelados por los recuerdos y expectativas. No somos realmente conscientes de cómo asignamos valor a las cosas y la forma en que ciertos miedos específicos crean el marco a nuestro enfoque personal. Puede suceder que en algún momento nos demos cuenta que identificarnos con nuestro enfoque es una trampa y es entonces el instante propicio para relajar sus límites y probar qué sucede si no tratamos de manipular la realidad de acuerdo a nuestras preferencias. A veces abrirse al mundo no es otra cosa que permanecer serenos y cultivar la soledad. Otras es ofrecer nuestro corazón en paz a fin de no alimentar el círculo de violencia en que tantas veces nos vemos involucrados. Cuando toda esa energía invertida en mantener nuestro enfoque personal se libera la experiencia cobra otra dimensión. La más preciosa experiencia espiritual es la cotidiana, la que nos conecta a la imperturbable fuente de la vida, ese fondo absoluto en que la vida se vive a sí misma.

Un sentimiento pleno de reconciliación nace en la aceptación de las cosas tal como son, sin conformarse ni rechazar lo que se presenta. El amor verdadero brota en la más completa gratuidad de la unidad.

 

La verdadera naturaleza del ser

En mi cuaderno de notas suelo asentar ideas sueltas, alguna percepción y también cosas que leo y me resultan significativas. Llevo tiempo elaborando sobre la verdadera naturaleza que nos constituye, cómo se manifiesta y el terreno fértil que representa el contacto íntimo con el mundo natural. En esta entrada intento expresar el significado de Samadhi.
Samadhi es una antigua palabra en sánscrito que significa unión,  unión de la persona individual con algo más grande, algo incomprensible para la mente. Es también la entrega de la mente individual a la mente universal. El propósito de toda meditación, yoga, alabanza y logro espiritual es Samadhi.
En el lenguaje de los místicos cristianos, es entregarnos a Dios. Samadhi es realizarnos a través de lo que el Buda llamó camino medio o lo que el taoísmo llama balance entre yin y yang.  Cuando el Samadhi es perfecto es la sabiduría de la Gran Realidad, una comprensión de la relación entre la forma y la vacuidad, de lo relativo y lo absoluto. Es entrar en la verdadera naturaleza de ser uno.
Samadhi comienza con un salto hacia lo desconocido, se debe alejar la conciencia de todos los objetos conocidos, de todos los fenómenos externos, de los pensamientos condicionados, de las sensaciones hacia la conciencia misma, hacia la fuente interior, el corazón o la esencia del ser.
La fuente no es una cosa, es la vacuidad o la quietud misma. El gran útero de la creación preñado con todas las posibilidades. Esta unión no puede ser entendida con una mente limitada e individual, solo se realiza en forma directa cuando la mente se aquieta. No hay ningún yo que despierte. Se despierta de la ilusión de ser un yo separado, del sueño de un yo limitado.
Samadhi es tan simple que cuando te dicen lo que es y cómo realizarlo, tu mente no lo comprende porque es justamente lo que necesita ser detenido para ser experimentado. aunque no es un acontecimiento en absoluto sino un estado.
¿Cómo podríamos utilizar palabras o imágenes para transmitir quietud? ¿Cómo podríamos transmitir silencio a través del ruido? Samadhi es un llamado radical a la inacción, a la meditación, al silencio interior. Una invitación a detenernos, a detener todo lo que está siendo impulsado por la mente egoísta. Mantente quieto y conoce. Nadie puede decirte qué va a emerger desde la quietud. Es una invitación a actuar desde el corazón espiritual.
Samadhi no es un estado alterado del ser ni una experiencia mística, es simplemente nuestro estado natural de presencia, de conciencia no mediada por el pensamiento.
La mayoría de la humanidad se encuentra en algún estado alterado todo el tiempo, un estado de identificación egoica con la forma y el pensamiento. Cuando uno está en el estado de presencia natural, libre de resistencia, la energía vital fluye con libertad hacia y desde nuestro mundo interior. Este flujo se convierte en una nueva interfaz con la realidad, literalmente, un nuevo nivel de conciencia o una nueva forma de ser-estar en el mundo.
A través de la antigua enseñanza del Samadhi la humanidad comenzará a entender la fuente común de todas las religiones y a alinearse nuevamente con la espiral de la vida, el gran espíritu, el dhama o el tao.
Samadhi es la puerta sin puerta, el camino sin camino, es el fin de la identificación con la estructura del yo que separa nuestros mundos interno y externo.

Máscara filosa

Ella es una de esas personas que va por la vida sacándole punta a todo. Un episodio de Star Trek no es simple ciencia ficción, todo tiene una vuelta metafísica y ella se las ingenia para encontrarla. Vuela con su imaginación sin ningún esfuerzo, se abstrae a través de una inusual capacidad para concentrarse. Cuando integra cualquier grupo de dos o más, ella siempre es la incógnita, como la x de una ecuación. Todo hay que intuirlo, deducirlo o adivinarlo con variada suerte. Cuando entra en escena es imparable, se hace difícil seguirle el ritmo a sus razonamientos y relaciones. Escala tan rápido que suele no darle tiempo a los demás para entender de qué habla. Eso la vuelve más x. Tanto que siente esa letra dibujada en su frente cuando los demás la miran con los ojos más abiertos de lo normal. Pero está acostumbrada, ya sabe que no hay nada que resolver y acepta la soledad que acompaña al distinto.

Vacíos

Las reuniones sociales la desesperaban, bebía en el afán de hacer interesantes a los demás y no distinguir demasiado cuál era el hilo de la conversación. Miraba el entorno con resignación, se sentía en una trampa de la que no podía escapar. Eran encuentros totalmente vacíos, una puesta en escena, un simulacro hueco sin algo que valiera la pena rescatar. Pero ese día fue diferente, ella supo que lo peor de vivir atrapada en convencionalismos no era darse cuenta sino la vocación de hacer de esa jaula un hogar. Ese día comprendió que masticar indecisiones no la iba a sacar de la mitad del camino entre la sensibilidad y el cinismo. Y que el vacío no necesita relleno. Desde entonces huyó de lo políticamente correcto y disfrutó de su mundo como una rara sin culpa.