Salto a lo Invisible

¿Cómo sabes que estás en tu propia senda? Porque el camino desaparece y no puedes ver a dónde vas. Todo aquello que construyó tu identidad ha quedado atrás. Esa es la certeza que da el haber encontrado tu ruta. (Alice White)

A veces se trata de saber esperar, de no precipitarse en el deseo que las cosas sucedan. Lo importante es mantener la puerta abierta sin decretar finales anticipados y posibilitar la creación en ese paréntesis que es transición en sí mismo. En la espera la historia se mantiene incompleta. Es un lapso en que las cosas aún son inciertas y nos mantenemos en la condicionalidad.
La espera es presencia que habilita la imaginación de escenarios y al mismo tiempo domestica la angustia que provoca la ambigüedad y la paradoja que acompaña a todo lo vivo. En el latido de cada cosa la presencia y la ausencia se transparentan como un eco del ritmo entre opuestos. Pero un día habrá que cruzar ese umbral en el que ya no podremos contener el aliento. Porque toda espera nos acuna sobre el abismo. En él, la espera se completa.

Por falta de atención hasta podemos relegar a segundo plano lo asombroso y naturalizar las indescriptibles maravillas de esta vida. Acostumbrarse es morir un poco. Porque es en esos momentos inciertos donde brota la imaginación y en esos confines del misterio donde se alimenta nuestra máxima libertad: Ser conscientes.

Tan fascinante como desgarrador es estar en soledad con uno mismo. El mundo ofrece incontables posibilidades pero ninguna seguridad. Lidiar con esta incertidumbre en la intimidad puede resultar aterrador, pero también puede llevar a una compresión más transparente de nuestro lugar en el mapa de la vida. En cierto modo la libertad es una paradoja que nos empuja a aceptar las cosas tal como son. En lo que vemos y percibimos, decenas de espejos reflejan parte de lo que somos hoy a través del tiempo. Es fácil sentir por un momento que no somos otra cosa que una de las infinitas sensaciones de la vida. Una trama impredecible se teje con su propia dinámica adaptativa. En el silencio y quietud de la naturaleza es palpable el pulso de la vida que, ajeno a toda perturbación, compensa y refleja su ritmo.

En el Abrigo de la Quietud

«Reconocerás lo desconocido cuando te sientes a contemplar lo conocido y al invocar comprensión aceptes la incertidumbre.» (Alice White)

Todos tenemos una bondad básica que surge del profundo reconocimiento del sufrimiento en uno mismo y que vemos reflejado en los demás seres vivos. Cuando tomamos conciencia viene acompañado del deseo y esfuerzo por aliviarlo. A medida que fui descubriendo mis propias heridas la palabra compasión tomó un significado completamente diferente en lo cotidiano. 
A través del contacto contemplativo con la naturaleza, con el paso del tiempo mi comprensión fue adentrándose en una nueva dimensión. En la dinámica del mundo natural puede verse sufrimiento en abundancia, no solo sufrimos los seres humanos. Me cuesta mucho aceptar la lógica del sufrimiento básico como para contribuir con mi inconsciencia a agrandarlo. Es por eso que me ilustro, razono, reflexiono, medito y escucho con atención a mi corazón alejándome de toda ideología que condicione mis acciones. El otro cobra un significado de relevancia primordial cuando me siento personalmente afectada en su sufrimiento. Explorar las propias heridas nos hace compasivos. No renunciemos a lo que somos en esencia por intentar ser alguien.

«Que tu alma encuentre la gracia para elevarse por encima del dominio de las pequeñas mediocridades.» (John O ‘ Donohue)

Con tantas voces ridículas a nuestro alrededor compitiendo por nuestra atención, no es difícil entregar nuestra mente a ideas trasnochadas. Nos creemos libres pero adoptamos una actitud pasiva que es el territorio preferido de los «virus mentales».
Cuando paso tiempo en la naturaleza me impregno de su silencio, de su ritmo lento y de la dinámica de su quietud. Es un descanso reparador que me hace recapacitar sobre lo que doy por sabido y sobre aquello que me resulta lógico. No me «contagio de nada» sino me reencuentro con la mirada serena, recupero claridad para leer los hechos y equilibrio para orientar las decisiones.

Hay noticias que aturden, que nos alejan del eje de las cosas. Otras abren caminos y generan esperanza. Trato de oír las palabras y su significado para comprender e intento escuchar la voz y sus tonos como horizonte de sentido.
Pero hay cosas que escapan a las palabras y se evidencian en lo no dicho, en eso que suele ser la expresión de la trama. El silencio es, entre tantas cosas alteradas, un encuentro estético. Porque hay cosas que simplemente agotaron su vitalidad y solo les queda su estrechez.

Trazos del Vacío

La naturaleza es un umbral donde el ser humano puede observar con admiración renovada el misterio de la creación continua.

Por sobre la confusión del día a día, en contacto con el silencio siempre podemos observar el mundo de una forma menos parcial. Todo sugiere unidad. La quietud es un umbral hacia la vastedad y al mismo tiempo condición para contemplar lo exorbitante. Cada lugar que posibilita el ensueño se vuelve íntimo y desdibuja los límites. La inmensidad que nos habita se refleja en el simbolismo de lo observado y se convierte en hogar, en mundo propio. Cierto sentido de pertenencia mutua parece armonizar nuestras urgencias y socializamos con algo más que nosotros mismos y los que son como nosotros. En soledad hablamos con una audiencia amplia.

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A veces una imagen nos invita a permanecer en su corazón, a dejarnos ensoñar en ella para reconocernos. Nos sentimos receptivos frente a algo en apariencia común y sutilmente creamos una conexión simbólica. Entonces las palabras nos abandonan dejando espacio a las sensaciones. La poética de la vida se expresa inesperadamente en una imagen que se expande y contrae por fuera de toda lógica. Quizá percibimos un eco. ¿Será que nuestros recuerdos tienen ciertos refugios para esperarnos? Ciertos estados internos nos sobrepasan y la profundidad de la vida se revela en un instante.

 

Matices en el Equilibrio

«Cuando intentamos singularizar cualquier cosa, la encontramos entreverada con todo lo demás en el universo.» (John Muir)

Salir de nuestra propia versión limitante en cualquier interpretación nos permite ejercitar la flexibilidad y conectar con una compresión más genuina del comportamiento de los demás. Siempre termino reconociéndome cuando dejo ingresar la perspectiva que en principio parecía ajena. Adoptar un punto de vista más incluyente hace una gran diferencia en todo análisis. Sentir la armonía de la interconexión habilita el encuentro de una respuesta más apropiada que la del yo y sus necesidades.

Los ritmos de la naturaleza tienen algo que decirnos acerca de la velocidad: Todo va de moderado a lento. Muchos de nosotros vivimos creándonos urgencias para funcionar a alta velocidad totalmente fuera del ritmo natural. En ese desequilibrio lo único seguro es que no podremos profundizar en la experiencia vital. No nos damos cuenta que hay un ritmo primordial por detrás de nuestros intereses que implacablemente nos demostrará el alto precio que pagamos por desatender lo importante.
Disfruto de quedarme quieta, conectar con los ritmos en que la vida pasa a mi alrededor, dejarme llevar por esa corriente universal y escuchar a mi corazón adaptándose al infinito silencio en que todo sucede. Todo está sujeto a condiciones que escapan a nuestro control. Y no hace falta morirse para descansar en paz. Urge otra clase de cotidianidad, donde la medida del tiempo le haga espacio al recogimiento. Sentir lo que se piensa es tarea imprescindible.

¡Tantas son las formas en que el horizonte puede ser mirado! Se espera que acerque lo perdido, se busca en él lo que nunca encontramos. A veces leemos esperanza y otras fatalidad. Me gusta perderme en él, habitar el desconcierto que provoca su proximidad con el vacío. Un silencio amplio y sin forma invita a relajar la mente de la contracción de cargar con la vida y parece señalar el camino de regreso a las cosas que importan.

A veces algo que veo parece llamarme. Algo que calla toda inquietud y no intenta ser presagio, que concentra la atención para inmediatamente trascenderla a la periferia. La absorción impregna el momento. Es el susurro de la percepción que antecede a toda valoración proveniente del pensamiento y su conversación mental.
¿Qué es la belleza sino una cualidad espiritual? Quizá su mayor virtud sea la de crear un puente entre el mundo de las formas y el mundo inmaterial.

Hoy día como cualquier otro
despertamos vacíos y asustados.
Pero no nos apuremos.
Lancemos la red al pozo de los sueños.
Sintamos tan solo y escuchemos.
Hay mil formas de inclinarse a besar la tierra.

Y que sea lo que hacemos
la belleza que amamos.
(Rumi)

La verdadera naturaleza del ser

En mi cuaderno de notas suelo asentar ideas sueltas, alguna percepción y también cosas que leo y me resultan significativas. Llevo tiempo elaborando sobre la verdadera naturaleza que nos constituye, cómo se manifiesta y el terreno fértil que representa el contacto íntimo con el mundo natural. En esta entrada intento expresar el significado de Samadhi.
Samadhi es una antigua palabra en sánscrito que significa unión,  unión de la persona individual con algo más grande, algo incomprensible para la mente. Es también la entrega de la mente individual a la mente universal. El propósito de toda meditación, yoga, alabanza y logro espiritual es Samadhi.
En el lenguaje de los místicos cristianos, es entregarnos a Dios. Samadhi es realizarnos a través de lo que el Buda llamó camino medio o lo que el taoísmo llama balance entre yin y yang.  Cuando el Samadhi es perfecto es la sabiduría de la Gran Realidad, una comprensión de la relación entre la forma y la vacuidad, de lo relativo y lo absoluto. Es entrar en la verdadera naturaleza de ser uno.
Samadhi comienza con un salto hacia lo desconocido, se debe alejar la conciencia de todos los objetos conocidos, de todos los fenómenos externos, de los pensamientos condicionados, de las sensaciones hacia la conciencia misma, hacia la fuente interior, el corazón o la esencia del ser.
La fuente no es una cosa, es la vacuidad o la quietud misma. El gran útero de la creación preñado con todas las posibilidades. Esta unión no puede ser entendida con una mente limitada e individual, solo se realiza en forma directa cuando la mente se aquieta. No hay ningún yo que despierte. Se despierta de la ilusión de ser un yo separado, del sueño de un yo limitado.
Samadhi es tan simple que cuando te dicen lo que es y cómo realizarlo, tu mente no lo comprende porque es justamente lo que necesita ser detenido para ser experimentado. aunque no es un acontecimiento en absoluto sino un estado.
¿Cómo podríamos utilizar palabras o imágenes para transmitir quietud? ¿Cómo podríamos transmitir silencio a través del ruido? Samadhi es un llamado radical a la inacción, a la meditación, al silencio interior. Una invitación a detenernos, a detener todo lo que está siendo impulsado por la mente egoísta. Mantente quieto y conoce. Nadie puede decirte qué va a emerger desde la quietud. Es una invitación a actuar desde el corazón espiritual.
Samadhi no es un estado alterado del ser ni una experiencia mística, es simplemente nuestro estado natural de presencia, de conciencia no mediada por el pensamiento.
La mayoría de la humanidad se encuentra en algún estado alterado todo el tiempo, un estado de identificación egoica con la forma y el pensamiento. Cuando uno está en el estado de presencia natural, libre de resistencia, la energía vital fluye con libertad hacia y desde nuestro mundo interior. Este flujo se convierte en una nueva interfaz con la realidad, literalmente, un nuevo nivel de conciencia o una nueva forma de ser-estar en el mundo.
A través de la antigua enseñanza del Samadhi la humanidad comenzará a entender la fuente común de todas las religiones y a alinearse nuevamente con la espiral de la vida, el gran espíritu, el dhama o el tao.
Samadhi es la puerta sin puerta, el camino sin camino, es el fin de la identificación con la estructura del yo que separa nuestros mundos interno y externo.

Indagaciones sobre lo incierto

El juego ocurre por sí mismo, surge y se repliega una y otra vez, se desvanece y reaparece  con la atemporalidad de lo eterno. (Alice White)

Cuestiones difíciles de resolver o complicadas de explicar provocan introspección y análisis. La vida se vuelve examinada cuando nos interrogamos y aún cuando las respuestas parezcan inalcanzables, la reflexión le da forma a un tipo de esperanza que nos hace serenos. De algún modo y en algún momento, todos somos un poco filósofos por necesidad.

La mirada que descubre el resplandor no proviene de un algo consumado sino de lo que sugiere sutilmente al ojo que lo mira. Contemplar es reencontrar la emoción profunda de estar vivos, dejarse impregnar por el fatalismo de lo inevitable y aprender a vivir con lo inexplicable. La mirada contemplativa ofrece la experiencia intransferible de comprender intuitivamente que la incertidumbre no es algo a resolver. El acto de mirar para capturar un momento a través de una fotografía, es pura oportunidad de ver que se renueva al cambiar un ángulo o al hacer espacio dando un paso atrás. La imagen obtenida siempre se completa en quien la mira al volver sobre ella.

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Los matices y las sutilezas que hay entre los opuestos suelen escaparse de nuestro modo de observar la realidad. Nos relacionamos con el mundo tratando de reconocer y distinguir lo que es de lo que no es y posicionarnos frente a ello. Y todo posicionamiento es un límite que parece ofrecer una solución práctica pero es claramente incompleta frente a este mundo complejo, interconectado y en constante movimiento. Adoptar una posición fija frente a algo debería ser solo provisional para luego trascender las distorsiones que provoca. Captar «el hilo» es un arte sutil. El espejo de lo cotidiano nos muestra con elegancia quiénes somos y nuestro lugar ajeno al tiempo. Abrirse al paisaje interior es una posibilidad que fecunda en la radicalidad del silencio, la vía directa, sensible y salvaje para conocernos.

La claridad suele ser fruto de la persistencia. A veces se presenta con la urgencia de un decir como brote humilde frente al redescubrimiento de eso que opacado por la costumbre, el prejuicio o a veces la indiferencia, perdió el resplandor de su presencia. Es, de algún modo, la manifestación del brillo y significado de las cosas que reclaman atención.  Es un ver que nace en una percepción común pero inesperada que irrumpe con el peso de una revelación. Es tarea de cada uno rescatarse de la obviedad y de lo previsible para implicarse en la hondura del asombro de estar vivos y despiertos.

Qué algo aporte sentido implica que se asocie coherentemente con ideas vinculadas a ese algo. Nuestra red interna de pensamientos puede ser bastante limitada y volverse bastante arbitraria si nos encerramos en nuestro mundo personalizado y no cultivamos su diversidad. Morar continuamente en un mundo humano de similitudes nos aísla. La naturaleza lo sabe bien. La diversidad de la vida expresa una profunda unidad subyacente. Por detrás de lo que pensamos que somos y nuestras certezas, la arraigada interconexión de todo con todo nos recuerda los límites mentales para comprender. 

A veces me quedo viendo cómo el árbol exhibe diversidad y unidad a través de sus ramas y troncos que terminan enraizados en un mismo suelo. A veces el desafío a la adversidad y su capacidad para resistir con optimismo es fuente de inspiración. Me recuerda la importancia del cuidado de la curiosidad y la empatía en nuestra experiencia humana.

 

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La vida tiene su propia claridad en la que todo se mueve a su ritmo y en su propio ciclo. Siempre algo está brotando para crecer y finalmente marchitarse. Ese intermedio entre el principio y el fin exige entrega para percibir la bella inteligencia de la que podemos sentirnos parte. Hay una vida que es de todos, mucho antes de disfrazarnos de lo que creemos ser y buscar lo que preferimos.

¿Nos hacemos una vida a través de lo que hacemos con ella o la vida nos da forma a través de lo que tiene para nosotros? ¿Elegimos o la vida elige por nosotros? La consideración del libre albedrío parece más una necesidad social para no caer en el fatalismo amoral que en una realidad convocante. Es que a veces las palabras son un encierro, hay circunstancias que invitan a demorarse y permanecer en ellas para afinarnos y escuchar lo que susurran, ellas están muy encima de nuestra posibilidad narrativa. Porque a veces nuestra «genialidad» nos condena al tratar de meter todo en el espacio de la comprensión.

¿Nada como la ficción para trascender la realidad o nada como este mundo para trascender la ficción? Hay lecturas que desvelan, que nos despiertan y convocan. Son lecturas que no son pasivas ni fáciles sino que exigen una íntima implicación de nuestra parte, lo que generalmente provoca un resultado inquietante. Son lecturas en que no se encuentra lo que el otro pudo decir en palabras más o menos ordenadas sino atisbos de ideas que casi no caben en las palabras que se ofrecen como punto de partida para indagar. Son lecturas que hacen espacio, acogen las preguntas, recorren enigmas y exploran dilemas. Esta clase de lecturas me atrapan y puedo detenerme un tiempo inmensurable en un párrafo. Son lecturas a las que se vuelve como a esos romances que siempre vivirán en la intimidad de nuestro corazón. Es que nada es tan próximo como lo ajeno al espacio y al tiempo. Imaginar es dar espacio a la posibilidad, allí donde lo eterno es compañía del vacío.

Dones te doy,
un vacío te doy, 
una plenitud,
desenvuélvelos con cuidado—uno es tan frágil como el otro— 
y cuando me des las gracias
fingiré no advertir la duda en tu voz
cuando digas que es lo que deseabas.

Déjalos en la mesa que tienes junto a la cama.
Cuando despiertes por la mañana
habrán penetrado en tu cabeza
por la puerta del sueño.
Dondequiera que vayas
irán contigo y donde quiera que estés
te maravillarás sonriente de la plenitud
a la que nada puedes sumar y el vacío que puedes colmar.
(Norman Mac Caig, poeta escocés)

Investigaciones sobre la realidad

Cotidianamente somos estimulados a vivir desde afuera de nosotros mismos por un modelo social que presiona a ir más rápido y a no detenerse en casi nada. La vida transcurre entre la inmediatez y la superficialidad, apagados a la posibilidad de descubrir la intensidad de ir más lento. Saborear el milagro cotidiano requiere serenidad. ¿Cómo podría desvelarse si somos incapaces de contemplarlo desde una interioridad sin prisas?
«Pues si las cosas tienen por vocación divina encontrar un sentido,
una estructura donde fundarlo, también tienen por nostalgia diabólica,
perderse en las apariencias, en la seducción de la imagen.» (Jean Baudrillard)
El estado de presencia es ante todo una experiencia sentida en la hondura del corazón que impregna los sentidos. La belleza en lo bello deja de ser un afuera para transformarse en una chispa que enciende una luz interior difícil de traducir en palabras. Es que a veces, lo que sabe mantenerse incomprensible parece llamarnos.
Lo sublime y lo cotidiano se entrelazan a través de la belleza. Su sola presencia estimula la comprensión intelectual e ilumina el corazón. Captar el hilo invisible aporta esa alegría serena que es más un brote que adquisición. Se suele hablar de la fe como asociada a una creencia, pero cada mañana confirmo que no hay apuesta más empecinada a la vida que cada amanecer. Más allá de mis ideas sobre las mañanas, son pura potencialidad que expresa confianza en el devenir.
A veces es bueno inclinarse ante el abismo, ese misterio que la vida nos regala en lo natural, eso que pasando no cesa en su continuo llegar e irse. Entonces el abismo se vuelve cercano, tanto que renunciamos a todo intento por comprenderlo.
No hay una mañana igual a otra. La naturaleza nos lo recuerda cuando ofrece el paisaje de cada día como algo único. Por un momento, la síntesis: Antes, después y ahora se mecen juntos en su propia desmesura. Un silencio diáfano que es todo para quien aprende a escucharse. Con tanta belleza vibrando a nuestro alrededor me pregunto si seremos capaces de reinventar una forma de convivir en esta tierra sin extinguir el planeta. Una interrogación que no admite el pesimismo extremo o el optimismo simplón en la respuesta sostenida en lo sabido o en lo negado. Pero si la esperanza que en el matiz encontremos la forma.
Nuestro pensamiento sobre la realidad está sutilmente velado por múltiples factores. La realidad está muy lejos de poder ser acotada por un puñado de ideas de las que podamos disponer. El pensar implica poder llevar adelante una labor crítica que nos anime a cuestionar la solidez y consistencia de esas ideas. Pensar es caer en la cuenta que en todo lo que decimos saber hay una interpretación cuya fortaleza intrínseca necesita ser revisada una y otra vez.
Pero es cierto, las preguntas pueden perturbar más de lo tolerable puesto que la duda puede ser verdaderamente inquietante. Tanto o más que la certeza incuestionable de un saber. Es que a veces, el miedo a tener que volver al llano del no saber es un horror que domina. El dogma suele descansar en ese miedo a lo incierto, a lo imponderable, a eso que es justamente, la materia esencial de la vida.
«Si nos dejamos caer en el abismo indicado, no caemos en el vacío. Caemos hacia lo alto. Su altitud abre una profundidad.» (Martin Heidegger)
Todo decae en el tiempo, nada es eterno en su configuración inicial. La reconfiguración del sistema sucede frente a nuestros ojos, lo veamos o no. De tanto espejarnos en similares pensamientos, en afinidades que nos hacen sentir a gusto, perdemos de vista ese mundo mucho más grande que nuestro punto de vista.
Resulta imprescindible distinguir la discontinuidad que se deja entrever en la continuidad. Es la interdependencia de saberes, de lucideces y claridades, lo que nos refleja en un genuino nosotros. El propio conocimiento aislado no enriquece a la totalidad sino a través de la convergencia de matices que conforman una riqueza significativamente más abierta y vitalizada.
«Quien piensa lo más hondo, ama lo más vivo» (Hölderlin)
Me gustan las citas, son como mojones en el camino. No para detenerse sino para orientarse y continuar andando. Porque caminar no es avanzar en línea recta sino en torno a nuestros límites para poder cercarlos y entregarse vibrantemente en cada acontecer.

Un texto tiene riqueza cuando es portador de algo que es punto de partida y no de llegada. Las palabras tienen vida si provocan que te digas algo, si te animan a recrearlas en tu propio mundo interno. En esta época de adhesiones y rechazos veloces a lo que el otro dice, celebro el decir abierto que es estímulo. Un decir logrado es aquel que invita al pensamiento a volar con alas propias.
Después de todo, ¿es el mundo una cosa hecha o un hacerse con nuestra participación?

De las expectativas y las humanas ansiedades.

A veces es muy útil meditar sobre un tema en particular para explorar hasta que punto estamos condicionados por lo que sentimos y la manera en que la respuesta que damos en el presente está influida por ello. Es el caso de la sutil sensación de expectación. Tenemos expectativa porque creemos que recibiremos algo que nos completará, que nos hará sentir plenos, algo que terminará con la incomodidad, con esa inquietud vital que nos acompaña sin invitación. Al anticiparnos al futuro a través de las expectativas perdemos la experiencia actual y viajamos con la imaginación a un futuro donde esperamos recibir «un algo» que satisfará aquello que deseamos intensamente. No advertimos que todo aquello que nos sea dado en el futuro también nos será arrebatado en algún momento, de modo que no puede ser fuente de paz y plenitud duradera. La presencia de expectativas en nuestra mente delata nuestras creencias sobre la existencia de algo por conseguir, que el bienestar es un objeto más que podemos adquirir. Pero la plenitud no tiene nada que ver con algo que no está presente en cierto momento y sí en otro. Es un estado completamente atemporal vinculado al hecho de estar presente.

Al vivir en la expectación sobre lo que vendrá en un futuro negamos justamente lo que estamos esperando.  Cuando adviertas su compañía sutil puedes preguntarte, ¿qué estoy esperando? Una respuesta honesta contendrá la descripción de algún objeto o estado de la mente. Recuérdate que cualquier cosa que llegue en algún momento también se irá, de modo que no puede ser fuente de paz duradera. Nuestra naturaleza esencial e inmutable yace en el origen de lo que somos y no en algo por venir.

No se trata de detener o modificar las expectativas sino de orientarnos a la comprensión de su naturaleza, aparición y forma. Descansar silenciosamente en esa comprensión nos aquieta. Necesitamos advertir los impulsos emocionales que nos dominan llevándonos hacia el futuro o el pasado como una forma de resistirnos a lo que está presente. No nos damos cuenta hasta el punto en que nos convertimos en la mismísima actividad de resistir. La resistencia se volvió casi una norma de tanto practicarla y la no aceptación que la acompaña condiciona lo que pensamos y sentimos de forma prerracional. Necesitamos evaluar nuestros impulsos.

La mecánica de la expectación queda expuesta en la contemplación silenciosa. Observarla y comprenderla es ver con discernimiento. La conciencia atenta distingue que, aquello que anhelamos profundamente, no tiene nada que ver con la ansiedad tan común que se renueva todo el tiempo con nuevos deseos. Cuando descansamos en esta comprensión las expectativas se deshacen con naturalidad, sin esfuerzo, no es algo que hacemos sino algo que sucede. Es entonces cuando podemos recobrar nuestra naturaleza esencial e inmutable y el estado de plenitud que la constituye.

 

De la dulce compañía

A veces la música resulta en ruido, interrupción indeseada al bello silencio de la mente que la conciencia anhela. Hay otras veces en que el sonido parece acompañar el silencio destacando su belleza, asistiendo el proceso de despejar y concentrar. Y en ese estado de serenidad, de pausado equilibrio, los pensamientos son observados desde la lucidez silenciosa del testigo que contempla sin juzgar.

Las palabras  deberían ser vehículo para ir al encuentro de la experiencia de silencio y no reducirse al gozo intelectual de la descripción precisa. Dejarse abrazar por la trama que todo lo permea, navegar lejos de las orillas de los extremos para sentir desde su intimidad que siempre son sólo una.

«Deja en tu interior una parte para el misterio, evalúa y confronta pero no juzgues con conclusiones totalizadoras. Deja en tu corazón un espacio fértil para las semillas que traiga el viento, prepara un lugar para lo inesperado y un altar para la verdad de todas las cosas.» (Alice White)

Del dibujar y el contemplar la vida.

Hace algunos meses, tímidamente comencé a relacionarme nuevamente con mi afición al dibujo. Habiendo pasado varias décadas desde la última vez que dibujé algo, la hoja en blanco intimidaba. Pero tenía muchas ganas, así de simple y frontal, como el deseo de un niño entusiasmado.

Con una naturalidad de la que aún no dejo de sorprenderme abrí una puerta a un vasto espacio creativo en el que cada día encuentro una comunión íntima con la vida. Dibujo y me entrego al disfrute de hacer sin finalidad utilitaria, sin pensar en cómo quedará ni en cuál será el resultado. Como el sentido no está dado de antemano, se va dando al mismo tiempo que las líneas van cobrando forma, como si el lápiz fecundara la creación sin intención.

Desperté a algo que vivía en mí pero estaba dormido, que estaba latente esperando brotar. Dibujar se ha transformado en un tiempo fuera del tiempo, un gozo silencioso de completa atención espiritual situado en la más absoluta atemporalidad. Ayer me decía, mientras imaginaba la brisa y el olor del bosque que dibujaba con la pluma sobre el papel: Lo extraordinario no es algo que uno hace sino algo que pasa dentro nuestro y causa impacto, nos demos o no cuenta.

Dibujar se convirtió no en un hacer sino en una expresión del ser, un acto espiritual en el que recorro el contorno del momento y exploro su geografía sin esperar el siguiente momento, sin creer que la plenitud es un estado por alcanzar. Estando totalmente presente, el dibujo es apertura, ofrecimiento, percepción creativa, una grieta que se hace espacio en la aridez.

Hoy temprano, mientras hacía el primer boceto de unas palmeras anotaba mentalmente algunas necesidades espirituales:

– Ser discípulo de la realidad y no su víctima, vivir de cerca la experiencia desnuda con toda su belleza.
– Mantenerme siempre aprendiendo, respirando la naturaleza con fascinación.
– Habitar las preguntas, honrar los miedos y perdonarme los errores para suavizar las ansias más rígidas.
– Abandonar el cómo desearía que las cosas fueran por el aceptarlas tal como son.
– Cultivar conciencia como un hábito para no causar daño.
Comparto por aquí algunos de los últimos dibujos. Una galería más amplia está publicada en mi perfil de Instagram 

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