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De las encrucijadas y el despertar.
¿Quién no enfrentó en algún momento una encrucijada? Me refiero a esas que si tomas el camino de la derecha te conduce al infierno mientras que si tomas el de la izquierda te lleva al infierno. Son esas situaciones en que no parece haber atajo ni curva que nos rescate. Ni escapatoria ni alternativa. Es el momento que tenemos como única opción despertar a la crudeza de la vida y nuestra fragilidad.
Hay cierta extrañeza en lo que sentimos. Y cuando algo nos es ajeno se debe a que no guarda ninguna relación con nosotros, ni nosotros con ese algo. Sin embargo, lo que nos resulta menos familiar es lo que hemos olvidado. Algo así como cuando una pierna está anestesiada o cuando nos vemos obligados a usan la mano izquierda siendo diestros. Es un olvido lo que nos aleja de las raíces de nuestro propio ser. Pero cuando recuperamos la sensibilidad, lo extraño deja de serlo puesto que es parte esencial de lo que somos.
Si nos adentramos en el camino veremos que cada día despertamos a algo nuevo y sentimos una forma de alivio, parecido a una cura que puede volverse sanación al amigarnos con lo que es. Cada pérdida se vuelve maestra para que descubramos lo que no podemos perder, cada tristeza habla de una nostalgia anhelada. Olvidamos nuestra grandeza y nos aferramos a lo que no puede darnos satisfacción, pretendemos permanencia de lo impermanente y vivimos en la ansiedad de querer que la realidad sea diferente. Somos culturalmente motivados para valorar todo aquello que carece de importancia, inventamos cosas para luego extrañarlas, sustituimos y modificamos con suerte variable, pero nuestro vacío interior proyecta su sombra sobre nuestros atardeceres cotidianos.
Podemos enfrentarnos a la muerte en el momento de morir o ponerle la cara al miedo antes para integrarla a la vida. Todo lo que necesitamos está en nuestro interior, en lo más hondo de nuestras raíces, pacientemente a la espera de nuestra conexión con el eje de la vida. Si queremos vivir en la serenidad de la aceptación, debemos quitarle poder al sinsentido. Y en lugar de huir podemos despertar al místico que nos habita en el corazón para destejer la trama y reposar en su calma. Sin doctrinas, ideas, teorías, dogmas ni estructuras para ocultarnos dentro, sin refugios falsos. A la intemperie del presente y sin lugar a donde ir, habitando nuestra espiritualidad más genuina.
“Por lo demás, deje que la vida vaya sucediendo y traiga lo que tenga que traer. Créame, la vida siempre, siempre tiene razón.” (Rainer Maria Rilke)
De tragedias, nostalgias y almas suicidadas
Allá en la hondura de todo ser humano reside una nostalgia primaria, resuena una insatisfacción que es tragedia en sí misma. Una añoranza que nos impulsa a buscar guiados por una intuición con voz propia que nos dice que hay más que lo evidente. Agotados de una vida que deforma y adiestra para sobrevivir como sea y a tener más para ser alguien palpitamos el sinsentido.
Si logramos despertar a la inteligencia que todo lo rige, a la naturaleza íntima de todo lo que existe conectamos con una clase de amor que sana y trae sosiego. No es la paz que anestesia el dolor sino la serenidad que acepta las cosas tal como son. El despertar a esa verdad nos hace apreciar la anatomía de la vida y a escuchar la vida que nos vive. Es entonces cuando en las alas del ser volamos empujados por un soplo sin origen ni fin y encontramos la dicha serena, la felicidad callada.
María era una enamorada de Mar del Plata pero en el invierno, el frío y el gris que lo impregna todo hacen que las penas sean más penas. Ella miró de frente el mar y ayudada por el viento se tiró desde el acantilado. Cuando despertó en el hospital, con el médico observándola junto a la cama apenas susurró ¡no puede ser..!, pero enseguida el médico trató de tranquilizarla. Estamos para ayudarla, le dijo, porque desde el acantilado que se tiró, era imposible que el mar no le rompiera el alma. Con un hilo de voz y con la mirada viendo lo que no se veía, María expresó las que serían sus últimas palabras: No, mi alma ya estaba rota.
Del apego, de creer y ver.
Muchas veces vivimos creyendo que «tenemos los ojos abiertos», «que estamos despiertos» y por eso a nuestra conciencia no se le escapa nada de lo que sucede. Cabría preguntarse cuánto de válido tiene esa confianza en estar comprendiendo. Las formas que toma el apego a las ideas y las explicaciones que nos damos para fundamentar aquello que nos hace sentido o satisface las necesidades básicas de afecto, cuidado, pertenencia se vuelven sutiles para saltear cualquier filtro primario. Pero una mente que vive obsesionada por las cosas que obtiene y la vivencia de logro no puede ver incluso lo obvio. Lo aparente confunde y transforma en ilusión lo que percibimos como real.
Es inclusive en la búsqueda legítima de paz o amor que nos apegamos al identificarnos con la idea que tenemos de lo que significan y cómo se manifiestan. Nos relacionamos con la idea o con el concepto de la paz o el amor como algo que construimos o hacemos pero no con su sentido consciente que solo es accesible a través la experiencia cuando el «yo chiquito» no está allí. Incluso llegamos al absurdo de buscar la experiencia para unirnos al «club de los experimentadores de paz y amor». Podemos vivir ciegos a esa verdad y sentir felicidad. Y es válido como forma de seguir adelante en la vida sin derrumbarse al no tener de donde sostenerse o tomar soporte. Aunque en absoluto es la representación de la pureza de la paz o el amor sino formas de apego a esos conceptos. Confiarse en una percepción subjetiva con el peso de la verdad es garantía de conflicto seguro con otros que no acuerden con ella. Casi sin darnos cuenta podemos construir nuestro propio dogma personal, ese que provoca que todo lo que se aparte al sistema de creencias propio, moldeado con rigurosa meticulosidad a lo largo de la búsqueda de respuestas, sea erróneo o simple ignorancia.
Los seres humanos somos entidades psicosomáticas complejas, individuos únicos y diferentes, vulnerables desde distintos ángulos y aspectos. Aceptarlo es una forma de comenzar a conocernos verdaderamente y no como manera de tapar otras necesidades psicológicas. Las necesidades del alma fluyen en el movimiento de la vida sin forzar las formas ni maneras y se expresan sin esperar ser validadas por ninguna pertenencia.
El individuo que ha logrado independizar su capacidad de elegir de cualquier forma de apego vive consciente, en libertad, se observa imparcialmente para discernir, no juzga a los otros sino los abraza con compasión desde su propia vulnerabilidad. El amor hacia sí mismo se expresa al respetar a los demás en sus propias necesidades aunque no las viva como tales.
Y como dice nuestro querido Pedro, el silencioso maratonista de la vida desde su costado más pragmático: «Porque no es suficiente hacer esfuerzos, pasarla mal y sufrir con resignación. No es cuestión de pasarse la vida chupando limones porque uno ama la sabiduría, la verdad y desea ser honesto. Estamos en esta vida para estudiarnos a nosotros mismos pero solo es posible mirando nuestro corazón con bondad dentro de nuestra horrible y deprimente confusión. Sin bondad, humor y compasión hacia lo que vemos la honestidad se vuelve un lugar sórdido y nos sentimos desgraciados.
Por eso, coraje pero con cordura, firmeza pero con suavidad. Siempre con delicadeza y cordialidad hacia lo que vemos en nuestro corazón para hacernos amigos de eso que vemos con altas dosis de compasión y cuidado.»
Del amor compasivo y su sabiduría.
De la alabanza y la integridad.
Nuestra condición humana espera el reconocimiento. Al ego le gusta la alabanza y la disfruta como una caricia, como si se tratara de un caramelo espiritual. El caramelo puede ser dulce, pero ¿se puede vivir comiendo caramelos?
Para ser realmente libre, el deseo de conocer y experimentar la verdad debe ser más fuerte y de mayor envergadura al de sentirse bien. Sin poner atención a estos detalles será fácil caer en una percepción distorsionada de lo que es real y el sentido profundo de nuestra integridad se verá comprometida.
La verdad solo libera a quien está preparado para transitarla con humildad. Ir corriendo los velos que dejan al descubierto la verdad implica despojarse de las ideas arraigadas, creencias y sueños infantiles. La mala noticia es que suele causar dolor. La libertad de la comprensión que integra el pensamiento y el sentimiento es mucho más que paz y amor. El verdadero desafío es saber si estamos preparados a sentirnos a la intemperie abandonando todas las adicciones emocionales que incluyen también el poder que proporciona el carisma.
Todo se vuelve muy real cuando logramos ver la resistencia que opone el ego a dejar caer sus máscaras. El desafío separa al verdadero buscador del simple mendigo de significado. Para SER auténticamente el YO real hay que estar preparado a ser nadie previamente.
En la libertad de la expresión auténtica y espontánea del ser no hay violencia ni control. Nadie puede darnos la fuerza de carácter necesaria para transitar el camino: Solo la integridad y la honestidad nos llevarán a la otra orilla. La expresión consistente del grado de conciencia se deja ver en cuánta humanidad y compasión contiene nuestro comportamiento y acciones. Lo demás es solo un discurso atractivo.
«Una cosa es tocar una llama y saber que está caliente, y otra muy distinta es lanzarse a esa llama y ser consumido por ella.» (Adyashanti)
De lo aparente y las decisiones.
Identificarse con lo que uno cree ser es lo que hace tan difícil desprenderse de las premisas programadas y los arquetipos implantados por un sistema que pretende que en nuestras decisiones apelemos a nuestras emociones primarias, a protocolos instalados y no podamos racionalizar la opción que tomamos sino hasta mucho después. La verdad es muy liberadora y por eso cada vez que nos acercamos a la distancia de entenderla, se aleja para que sigamos buscando.
El yo real crece gradualmente mediante el recuerdo del sí mismo original. Y en eso consiste vivir, oscilando entre entre la conciencia y la inconsciencia decidirse a recorrer el sendero más allá de lo aparente. ¡Vaya uno a saber por qué!
– Maestro, ¿me concedería un deseo?
– ¿Está en mi poder concedértelo?, replicó él.
– Supongo que sí, comentó el discípulo.
-¿Y qué darías tú a cambio?
– Daría cualquier cosa.
– Ya veo, murmuró. Ahora dime, ¿cuál es ese deseo?
– Descubrir la Verdad.
– ¿Realmente quieres descubrir la Verdad?
– Realmente.
-¿Qué darías por descubrir la Verdad?
– Ya le dije, daría lo que fuera.
– ¿Incluso tu vida?, preguntó.
– Incluso mi vida, respondió el discípulo en un rapto de heroísmo.
– Entonces tu deseo está concedido, respondió finalmente el Maestro.
AHORA VE Y DEDICA TU VIDA A DESCUBRIR LA VERDAD.