Secretos de la Naturaleza

«Reposa tu corazón en la quietud y descubre la vida en sus propios términos.» (Alice White)
Reposando más allá de lo visible, en la naturaleza late un sentido profundo de dirección para nuestras grandes preguntas y una guía para tomar decisiones que sugiere que nada es pequeño. No importan las circunstancias, la naturaleza siempre está renovándose y revela como un espejo nuestros propios ciclos de expansión y contracción. En la aparente quietud vibra la expansión de la abundancia aún cuando pareciera que los obstáculos son insuperables.
Somos parte de un impulso natural hacia el cambio unificado que contiene su propio ritmo y variaciones individuales. Todo lo que se desarrolla frente a nuestra mirada no es otra cosa que un reflejo en el espejo misterioso de la vida que nos desafía a crecer.
Cuando captamos esta verdad esencial los juicios extremos desaparecen y brota una necesidad de intimar con la belleza del momento en que las cosas suceden.
En los ojos de la naturaleza todo es aceptación y movimiento. Al impregnarnos de su experiencia se activa nuestra propia esencia y abrazamos hasta nuestras partes menos queridas aprendiendo a valernos de lo que funciona y a liberarnos de lo que nos bloquea. Reconocer este diseño natural y adoptar la gracia de su movimiento hacia el equilibrio es fuente de bienestar y satisfacción existencial. Es entonces que los extremos opuestos comienzan a ser solo una referencia al considerar nuestras valoraciones.
La vida está siempre explorando sus mejores opciones para corregir, compensar y crecer. La innovación y la singularidad son la regla que marca sus movimientos y adaptaciones. La unidad de la trama es fruto de su determinación en honrar la diversidad. Y cada momento, una oportunidad para contemplar el ritmo en que la gran obra se desarrolla.

De las encrucijadas y el despertar.

¿Quién no enfrentó en algún momento una encrucijada? Me refiero a esas que si tomas el camino de la derecha te conduce al infierno mientras que si tomas el de la izquierda te lleva al infierno. Son esas situaciones en que no parece haber atajo ni curva que nos rescate. Ni escapatoria ni alternativa. Es el momento que tenemos como única opción despertar a la crudeza de la vida y nuestra fragilidad.

Hay cierta extrañeza en lo que sentimos. Y cuando algo nos es ajeno se debe a que no guarda ninguna relación con nosotros, ni nosotros con ese algo. Sin embargo, lo que nos resulta menos familiar es lo que hemos olvidado. Algo así como cuando una pierna está anestesiada  o cuando nos vemos obligados a usan la mano izquierda siendo diestros. Es un olvido lo que nos aleja de las raíces de nuestro propio ser. Pero cuando recuperamos la sensibilidad, lo extraño deja de serlo puesto que es parte esencial de lo que somos.

Si nos adentramos en el camino veremos que cada día despertamos a algo nuevo y sentimos una forma de alivio, parecido a una cura que puede volverse sanación al amigarnos con lo que es. Cada pérdida se vuelve maestra para que descubramos lo que no podemos perder, cada tristeza habla de una nostalgia anhelada. Olvidamos nuestra grandeza y nos aferramos a lo que no puede darnos satisfacción, pretendemos permanencia de lo impermanente y vivimos en la ansiedad de querer que la realidad sea diferente. Somos culturalmente motivados para valorar todo aquello que carece de importancia, inventamos cosas para luego extrañarlas, sustituimos y modificamos con suerte variable, pero nuestro vacío interior proyecta su sombra sobre nuestros atardeceres cotidianos.

Podemos enfrentarnos a la muerte en el momento de morir o ponerle la cara al miedo antes para integrarla a la vida. Todo lo que necesitamos está en nuestro interior, en lo más hondo de nuestras raíces, pacientemente a la espera de nuestra conexión con el eje de la vida. Si queremos vivir en la serenidad de la aceptación, debemos quitarle poder al sinsentido. Y en lugar de huir podemos despertar al místico que nos habita en el corazón para destejer la trama y reposar en su calma. Sin doctrinas, ideas, teorías, dogmas ni estructuras para ocultarnos dentro, sin refugios falsos. A la intemperie del presente y sin lugar a donde ir, habitando nuestra espiritualidad más genuina.

Por lo demás, deje que la vida vaya sucediendo y traiga lo que tenga que traer. Créame, la vida siempre, siempre tiene razón.(Rainer Maria Rilke)

De tragedias, nostalgias y almas suicidadas

Allá en la hondura de todo ser humano reside una nostalgia primaria, resuena una insatisfacción que es tragedia en sí misma. Una añoranza que nos impulsa a buscar guiados por una intuición con voz propia que nos dice que hay más que lo evidente. Agotados de una vida que deforma y adiestra para sobrevivir como sea y a tener más para ser alguien palpitamos el sinsentido.

Si logramos despertar a la inteligencia que todo lo rige, a la naturaleza íntima de todo lo que existe conectamos con una clase de amor que sana y trae sosiego. No es la paz que anestesia el dolor sino la serenidad que acepta las cosas tal como son. El despertar a esa verdad nos hace apreciar la anatomía de la vida y a escuchar la vida que nos vive. Es entonces cuando en las alas del ser volamos empujados por un soplo sin origen ni fin y encontramos la dicha serena, la felicidad callada.

María era una enamorada de Mar del Plata pero en el invierno, el frío y el gris que lo impregna todo hacen que las penas sean más penas. Ella miró de frente el mar y ayudada por el viento se tiró desde el acantilado. Cuando despertó en el hospital, con el médico observándola junto a la cama apenas susurró ¡no puede ser..!, pero enseguida el médico trató de tranquilizarla. Estamos para ayudarla, le dijo, porque desde el acantilado que se tiró, era imposible que el mar no le rompiera el alma.  Con un hilo de voz  y con la mirada viendo lo que no se veía, María expresó las que serían sus últimas palabras: No, mi alma ya estaba rota.

Del apego, de creer y ver.

Muchas veces vivimos creyendo que «tenemos los ojos abiertos», «que estamos despiertos» y por eso a nuestra conciencia no se le escapa nada de lo que sucede. Cabría preguntarse cuánto de válido tiene esa confianza en estar comprendiendo. Las formas que toma el apego a las ideas y las explicaciones que nos damos para fundamentar aquello que nos hace sentido o satisface las necesidades básicas de afecto, cuidado, pertenencia se vuelven sutiles para saltear cualquier filtro primario. Pero una mente que vive obsesionada por las cosas que obtiene y la vivencia de logro no puede ver incluso lo obvio. Lo aparente confunde y transforma en ilusión lo que percibimos como real.

Es inclusive en la búsqueda legítima de paz o amor que nos apegamos al identificarnos con la idea que tenemos de lo que significan y cómo se manifiestan. Nos relacionamos con la idea o con el concepto de la paz o el amor como algo que construimos o hacemos pero no con su sentido consciente que solo es accesible a través la experiencia cuando el «yo chiquito» no está allí. Incluso llegamos al absurdo de buscar la experiencia para unirnos al «club de los experimentadores de paz y amor». Podemos vivir ciegos a esa verdad y sentir felicidad. Y es válido como forma de seguir adelante en la vida sin derrumbarse al no tener de donde sostenerse o tomar soporte. Aunque en absoluto es la representación de la pureza de la paz o el amor sino formas de apego a esos conceptos. Confiarse en una percepción subjetiva con el peso de la verdad es garantía de conflicto seguro con otros que no acuerden con ella. Casi sin darnos cuenta podemos construir nuestro propio dogma personal, ese que provoca que todo lo que se aparte al sistema de creencias propio, moldeado con rigurosa meticulosidad a lo largo de la búsqueda de respuestas, sea erróneo o simple ignorancia.

Los seres humanos somos entidades psicosomáticas complejas, individuos únicos y diferentes, vulnerables desde distintos ángulos y aspectos. Aceptarlo es una forma de comenzar a conocernos verdaderamente y no como manera de tapar otras necesidades psicológicas. Las necesidades del alma fluyen en el movimiento de la vida sin forzar las formas ni maneras y se expresan sin esperar ser validadas por ninguna pertenencia.

El individuo que ha logrado independizar su capacidad de elegir de cualquier forma de apego vive consciente, en libertad, se observa imparcialmente para discernir, no juzga a los otros sino los abraza con compasión desde su propia vulnerabilidad. El amor hacia sí mismo se expresa al respetar a los demás en sus propias necesidades aunque no las viva como tales.

Y como dice nuestro querido Pedro, el silencioso maratonista de la vida desde su costado más pragmático: «Porque no es suficiente hacer esfuerzos, pasarla mal y sufrir con resignación. No es cuestión de pasarse la vida chupando limones porque uno ama la sabiduría, la verdad y desea ser honesto. Estamos en esta vida para estudiarnos a nosotros mismos pero solo es posible mirando nuestro corazón con bondad dentro de nuestra horrible y deprimente confusión. Sin bondad, humor y compasión hacia lo que vemos la honestidad se vuelve un lugar sórdido y nos sentimos desgraciados.
Por eso, coraje pero con cordura, firmeza pero con suavidad. Siempre con delicadeza y cordialidad hacia lo que vemos en nuestro corazón para hacernos amigos de eso que vemos con altas dosis de compasión y cuidado.»

Del amor compasivo y su sabiduría.

“… Recuerdo muy claramente el momento de mi vida cuando leí “Alicia en el País de las Maravillas”, Alicia se transformó en mi heroína porque se cayó dentro de un agujero y simplemente se dejó caer. No se agarró de los bordes, no estaba aterrorizada tratando de parar la caída; simplemente se dejaba caer y observaba las cosas mientras lo hacía. Luego, cuando aterrizó, estaba en un lugar nuevo. No se refugió en nada. Yo quería ser como ella porque yo me acercaba al agujero y gritaba, me retiraba, no quería ir a ningún lugar en donde no hubiera una mano de la que aferrarme.
En toda vida humana nacemos solos. Pasamos por el canal de parto solos, y luego salimos solos, y comienza un proceso completamente nuevo. Cuando morimos, morimos solos. Nadie va con nosotros. El viaje que hacemos, más allá de las creencias que tengamos sobre ese viaje, se realiza solo. La idea fundamental es que entre el nacimiento y la muerte estamos solos.
…de modo que tenemos que estar dispuestos a saltar del nido, nos sintamos o no preparados para ello, es como atravesar los ritos de la pubertad para convertirnos en adultos sin una mano que nos sostenga. La única forma de comenzar el verdadero viaje de la vida es sentir el amor compasivo y el respeto por nosotros mismos y luego saltar.
De algún modo nunca llegaremos a sentirnos 100% seguros como para decir: “He tenido mi cuna nutricia, se ha completado, de modo que ahora puedo saltar”. En realidad se trata de desarrollar amor compasivo y continuar saltando. Encontrarnos con nuestros propios límites y con nuestro deseo de aferrarnos a algo, y ver que hay más amor compasivo, más respeto por nosotros mismos más confianza que necesita ser reconocida y luego de trabajar en ello, simplemente seguir saltando.
Cultivar la apertura y un gran corazón que nos permitan ser menos y menos dependientes. Podríamos decir: “deberíamos dejar de ser dependientes” pero ese no es el punto. El punto es que comenzamos por el lugar en el que estamos, observamos al niño que somos y no lo criticamos. Comenzamos a explorar, con mucho humor y generosidad todos los lugares en donde nos aferramos y cada vez que lo hacemos decimos “Ah! aquí es donde con mi atención, mi conciencia y todo el trabajo, mi vida entera se transforma en un proceso de aprendizaje sobre cómo hacerme amigo de mi mismo”
Por otro lado, esa necesidad de aferrarnos, de tomarnos de una mano, ese llamado a mamá nos indica que ese es el borde de la cuna. Dar un paso allí mismo, saltar, se transforma en la motivación para cultivar una compasión amorosa. Nos damos cuenta de que si podemos dar un paso a través del portal, avanzaremos, seremos mas adultos, mas completos, mas enteros.
En otras palabras, el único real obstáculo es la ignorancia. Cuando decimos “Mamá!” o cuando necesitamos una mano a la que aferrarnos, si nos negamos a mirar toda la situación, no podremos verla como una enseñanza, una inspiración para darnos cuenta de que este es el lugar desde el que podríamos ir más allá, donde podríamos amarnos aún más a nosotros mismos. Si no podemos decirnos en este punto “Voy a mirar esto, porque esto es todo lo que necesito para continuar este viaje e ir hacia delante y abrirme más”, nos encontraremos con el obstáculo de la ignorancia.
Trabajar con los obstáculos es el viaje de toda nuestra vida. El guerrero está siempre encontrándose con los dragones. Claro que el guerrero tiene miedo, especialmente antes de cada batalla. Pero con un corazón tierno y palpitante el guerrero se da cuenta que está a punto de dar un paso hacia lo desconocido, y allí va al encuentro del dragón. El guerrero se da cuenta que el dragón es el trabajo pendiente que se presenta y que ese miedo es el que necesita ser trabajado. Básicamente estamos trabajando con nuestro miedo y con nuestra resistencia, que no son necesariamente obstáculos. El único obstáculo es la ignorancia, el negarnos a reconocer nuestra tarea pendiente.
Si cada vez que el guerrero se encuentra con el dragón dice: “Ah! Es el dragón nuevamente. No voy a encontrarme con él de ninguna manera” y simplemente se aparta, entonces la vida se transforma en una historia recurrente de levantarse a la mañana, salir, encontrarse con el dragón, decir “de ninguna manera” y luego alejarse. En ese caso nos hacemos más y más tímidos, más y más miedosos y más y más como un bebé. Nadie nos nutre, pero estamos aún en esa cuna, y nunca atravesamos los ritos de la pubertad.
Estamos despiertos, permanentemente saltando, abriéndonos, avanzando. No es fácil y está acompañado de mucho miedo, resentimiento y duda. Eso significa ser humanos, ser guerreros. Al comenzar, cuando dejamos la cuna, estamos dentro de una hermosa armadura porque de algún modo estamos bien protegidos y nos sentimos seguros. Cuando atravesamos los ritos de la pubertad, nos quitarnos la armadura que ilusoriamente nos estaba protegiendo, y nos damos cuenta de que de hecho nos estuvimos defendiendo de estar plenamente vivos y despiertos. Entonces avanzamos, nos encontramos con el dragón y en cada encuentro nos muestra que aún hay un poco más de armadura para quitarnos, especialmente la que cubre el corazón. Nos conectamos con el coraje y el potencial de la valentía, de quitarnos toda la armadura que nos cubre. Estamos despiertos y nos pasaremos la vida quitándonos esta armadura. Nadie más puede hacerlo por nosotros porque nadie sabe dónde están las pequeñas costuras, nadie sabe dónde está muy ajustada,
Cada vez que nos encontramos con el dragón tenemos que quitarnos esos hilos tan ajustados, todos los que seamos capaces y vomitar con temor hasta decir: “es suficiente por ahora” Luego estamos mucho más despiertos y más conectados con nuestra esencia soltándonos y abriéndonos a nuestro mundo.
Tratar de proteger nuestro territorio, tratar de mantenerlo cerrado y seguro es sinónimo de miseria y sufrimiento. Nos deja en un lugar muy pequeño, doloroso e introvertido que se hace más y más claustrofóbico y más y más miserable a medida que envejecemos.
Confucio dijo: cuando tenemos 50 años y nos hemos pasado la vida quitándonos la armadura, hemos establecido un patrón mental que por el resto de la vida no podremos detener. Lo seguiremos quitando. Pero si a los 50 años nos hemos hecho unos expertos en dejarnos la armadura puesta entonces no importa qué, será muy difícil cambiar”
Si esto es cierto o no, me morí de miedo cuando lo leí a los 12 años y se transformó en la motivación número uno de mi vida. Decidí que crecería antes de quedarme atrapada.
La enseñanza tiene que ver con abrirnos y soltar: en nuestros vínculos, en las situaciones que nos toca atravesar, en cómo nos vinculamos con nuestros pensamientos y emociones.
Tenemos una determinada vida, y cualquiera que sea es un vehículo para despertarnos. Si estamos criando a nuestros hijos, ese es el vehículo para despertarnos, si somos actores u obreros de la construcción, jubilados u ocupados; si estamos solos o nos sentimos solos, si estamos rodeados de una enorme familia… No existe mejor situación que la que tenemos, está hecha para nosotros. Nos mostrará todo lo que tenemos que saber sobre la armadura y el salto.
La familia con la que contamos, nuestros verdaderos hermanos y hermanas son aquellas personas que están comprometidas a quitarse la armadura al igual que nosotros.
Cuando vivimos en una familia así, uno de los vehículos más poderosos para aprender a cómo hacerlo es el feedback que nos podemos dar entre nosotros.
Desde el amor nos ofrecemos la sabiduría de no caer en la auto-compasión sino que a darnos cuenta de que el sentirnos mal es una oportunidad para crecer, y que todos atravesamos esa experiencia.
Cuando alguien dice “No, me gusta esta armadura” esa es una oportunidad para decir algo sobre el hecho de que debajo de ella hay muchas úlceras dolorosas y que un poco de luz no va a doler.
Rimpoche dice:
“La practica de cada día es simplemente desarrollar una completa aceptación y apertura a todas las situaciones y emociones de los demás y hacia los demás. Vivenciar todo completamente, sin reservas ni bloqueos, de modo que nunca nos retiremos o centralicemos en nosotros mismos.”

De la alabanza y la integridad.

Nuestra condición humana espera el reconocimiento. Al ego le gusta la alabanza y la disfruta como una caricia, como si se tratara de un caramelo espiritual. El caramelo puede ser dulce, pero ¿se puede vivir comiendo caramelos?
Para ser realmente libre, el deseo de conocer y experimentar la verdad debe ser más fuerte y de mayor envergadura al de sentirse bien. Sin poner atención a estos detalles será fácil caer en una percepción distorsionada de lo que es real y el sentido profundo de nuestra integridad se verá comprometida.

La verdad solo libera a quien está preparado para transitarla con humildad. Ir corriendo los velos que dejan al descubierto la verdad implica despojarse de las ideas arraigadas, creencias y sueños infantiles. La mala noticia es que suele causar dolor. La libertad de la comprensión que integra el pensamiento y el sentimiento es mucho más que paz y amor. El verdadero desafío es saber si estamos preparados a sentirnos a la intemperie abandonando todas las adicciones emocionales que incluyen también el poder que proporciona el carisma.

Todo se vuelve muy real cuando logramos ver la resistencia que opone el ego a dejar caer sus máscaras. El desafío separa al verdadero buscador del simple mendigo de significado. Para SER auténticamente el YO real hay que estar preparado a ser nadie previamente.

En la libertad de la expresión auténtica y espontánea del ser no hay violencia ni control. Nadie puede darnos la fuerza de carácter necesaria para transitar el camino: Solo la integridad y la honestidad nos llevarán a la otra orillaLa expresión consistente del grado de conciencia se deja ver en cuánta humanidad y compasión contiene nuestro comportamiento y acciones. Lo demás es solo un discurso atractivo.

 

«Una cosa es tocar una llama y saber que está caliente, y otra muy distinta es lanzarse a esa llama y ser consumido por ella.» (Adyashanti)

 

De lo aparente y las decisiones.

Identificarse con lo que uno cree ser es lo que hace tan difícil desprenderse de las premisas programadas y los arquetipos implantados por un sistema que pretende que en nuestras decisiones apelemos a nuestras emociones primarias, a protocolos instalados y no podamos racionalizar la opción que tomamos sino hasta mucho después. La verdad es muy liberadora y por eso cada vez que nos acercamos a la distancia de entenderla, se aleja para que sigamos buscando.

El yo real crece gradualmente mediante el recuerdo del sí mismo original. Y en eso consiste vivir, oscilando entre entre la conciencia y la inconsciencia decidirse a recorrer el sendero más allá de lo aparente. ¡Vaya uno a saber por qué!

– Maestro, ¿me concedería un deseo?
– ¿Está en mi poder concedértelo?, replicó él.
– Supongo que sí, comentó el discípulo.
-¿Y qué darías tú a cambio?
– Daría cualquier cosa.
– Ya veo, murmuró. Ahora dime, ¿cuál es ese deseo?
– Descubrir la Verdad.
– ¿Realmente quieres descubrir la Verdad?
– Realmente.
-¿Qué darías por descubrir la Verdad?
– Ya le dije, daría lo que fuera.
– ¿Incluso tu vida?, preguntó.
– Incluso mi vida, respondió el discípulo en un rapto de heroísmo.

– Entonces tu deseo está concedido, respondió finalmente el Maestro.
AHORA VE Y DEDICA TU VIDA A DESCUBRIR LA VERDAD.

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