Del enfoque espiritual como filosofía.

Algunas veces, cuando en una conversación introduzco un enfoque espiritual sobre el tema que está siendo tratado, suelo recibir comentarios del tipo «para qué piensas tanto, mejor disfruta sin tantos cuestionamientos». Nunca dejan de sorprenderme este tipo de consejos. Es que no concibo no llevar una vida examinada, una vida que afine la mirada de la realidad en cada paso, que se ubique en otra perspectiva y cuestione lo que en principio considero cierto. La mente es un recurso extraordinario pero también puede convertirse en la peor trampa: Al mismo tiempo que nos ofrece la posibilidad de la reflexión y la construcción de un juicio crítico, nos puede incitar, a través de sus condicionamientos inconscientes, a abandonar el intento de buscar claridad y precisión. Por eso prefiero generalmente tomarme un momento y poner distancia para ver lo que pienso y desde dónde le doy forma a mis juicios.

En nuestras acciones y en nuestras omisiones, de forma implícita estamos dando respuesta a preguntas que eventualmente decimos que no nos planteamos: Nuestras necesidades y deseos, qué valoramos, qué es significativo para nosotros. Estas elecciones configuran de manera radical la experiencia vital, con o sin nuestro consentimiento. Porque la vida no es un conjunto de hechos neutros sino que vivimos en un mundo configurado por nuestras interpretaciones, valoraciones y significaciones. Cada interpretación, valoración y significación crea un marco y le da forma a la experiencia de estar vivos a partir de una determinada concepción de la realidad, de acuerdo con una escala de valores y con unos fines preestablecidos. Por lo tanto, cada vez que plantees que no te interesa filosofar, te invito a que te arriesgues al ejercicio de repensar tus certezas al respecto y te vuelvas consciente de las ideas que estructuran y guían tus decisiones.

La contemplación de una escena nos ofrece en el mismo acto concentrarnos en algo en particular o poner atención a ese algo en relación al todo. Así funciona la conciencia frente a la realidad que vemos. La mente se abre al infinito cuando la conciencia se concentra en algo en particular pero amplía la atención hacia la totalidad. La mente silenciosa acompaña con naturalidad y sencillez a la conciencia sin convertirse en un obstáculo para ver más allá de lo evidente y nos permite discernir con mayor precisión.

La observación de la realidad invita a traspasar los límites de lo evidente para abrirnos a la singular experiencia consciente de lo que somos y nos rodea. Lo trascendente atraviesa cada momento en que intuimos la enormidad de lo desconocido. Es entonces cuando surge una capacidad desconocida para indagar y sumergirnos en la hondura del campo del misterio. Es el espíritu que anida en lo que somos lo que anima la espiritualidad y no al revés. El enfoque espiritual brota desde nuestro interior como una forma de sutil inteligencia con la que nos relacionamos con la vida.
Cada día despertamos a algo nuevo y sentimos una forma de alivio, parecido a una cura que puede volverse sanación al amigarnos con lo que es. Cada pérdida se vuelve maestra para que descubramos lo que no podemos perder. (Alice White)

La Paradoja del Libre Albedrío

Una de mis primeras aventuras en la filosofía, en la escuela secundaria, se refería a la cuestión del «libre albedrío versus determinismo». Si el mundo se despliega de acuerdo a leyes fijas, entonces todo lo que sucede está determinado por los acontecimientos que han ocurrido antes. Ya que nuestros cerebros son parte de este mundo, su estado también está determinado por acontecimientos anteriores. Por consiguiente, también lo están nuestros pensamientos y experiencias y, sobre todo, las decisiones que tomamos. Por otro lado, todos experimentamos que tomamos decisiones desde las pequeñas cosas como qué comer, a las cuestiones más importantes, como la carrera y el matrimonio. Vivimos nuestras vidas basándonos en la suposición de que verdaderamente tenemos libre albedrío. Los dos puntos de vista parecen incompatibles. De ahí la paradoja. Y la pregunta: ¿Qué es lo correcto?

Sospecho que la mayoría de ustedes ha reflexionado sobre esta cuestión en un momento u otro. Muchos pueden haber aterrizado en el lado del libre albedrío del enigma, creyendo que tomamos decisiones por nuestra propia voluntad. Algunos han aterrizado en el otro lado, en la creencia de que el libre albedrío es una ilusión. Otros, al ver la validez en ambos lados de la paradoja, pueden quedarse desconcertado o dudosos.

Con los años he examinado esta paradoja muchas veces. A mis veinticinco años escribí un artículo en una revista titulado «Y lo contrario también es verdad». Ahí argumentaba que no era una cuestión de si el libre albedrío o el determinismo eran correctos. Postulaba que eran como las dos caras de una misma moneda; dos perspectivas muy diferentes de una misma realidad. Desde una perspectiva el determinismo es verdadero; desde la otra el libre albedrío es verdadero. Pero en cuanto a lo que estas dos perspectivas complementarias podrían ser, no estaba claro.

Luego, el año pasado, en uno de esos momentos de introspección, todo encajó en su lugar. Me di cuenta de que los dos puntos de vista fundamentalmente diferentes provenían de dos estados fundamentalmente diferentes de consciencia.

Pero antes de explicar cómo esto puede resolver la paradoja, primero debemos profundizar un poco más en la evidencia de ambos, el «determinismo» y «libre albedrío».

La evidencia

El determinismo, en su forma original, sostiene que el futuro está determinado por el actual estado de las cosas. Pero esto no implica que el futuro sea completamente predecible. Para empezar, nunca podríamos conocer el estado actual de las cosas con suficiente detalle como para calcular el futuro con precisión. Incluso si pudiéramos, la teoría del caos demuestra que incluso la más mínima incertidumbre en las condiciones actuales puede, en ocasiones, dar lugar a muy diferentes resultados. La teoría cuántica añadió su propio desafío al determinismo estricto, demostrando que los eventos a nivel atómico pueden ser verdaderamente aleatorios. Hoy en día, los científicos y filósofos por igual aceptan que el futuro no es ni predecible ni predeterminado.

Pero a pesar de que el futuro no puede ser fijado en un sentido clásico, esto no necesariamente nos da libre albedrío. La actividad en nuestro cerebro todavía está determinada por eventos anteriores ―algunos al azar, otros no― y también lo están nuestras experiencias, incluyendo nuestra aparente experiencia de libre elección.

En los últimos años, la neurociencia ha encontrado evidencias interesantes para apoyar esta conclusión. En un experimento muy debatido (de Benjamin Libet), se pidió a los sujetos que hicieran un movimiento de su muñeca en un momento de su elección, y observar la posición del segundero de un reloj en el momento de hacer la elección. Sin embargo, las mediciones simultáneas de la actividad cerebral de los sujetos mostraron que los preparativos para el movimiento se producían alrededor de medio segundo antes de la decisión consciente de mover.

Experimentos posteriores han confirmado estos hallazgos. Los científicos han sido capaces de detectar actividad cerebral asociada que ocurre tanto como un segundo o más antes de la experiencia consciente de hacer una elección. Llegaron a la conclusión de que nuestras decisiones son impulsadas por la actividad cerebral inconsciente, no por la elección consciente. Pero cuando la decisión alcanza la consciencia, experimentamos que (nosotros) hemos hecho una elección.

Desde esta perspectiva, la aparente libertad de elección reside en nuestro no conocimiento de cuál será el resultado. Tomemos, por ejemplo, el proceso común de elegir qué comer en un restaurante. En primer lugar elimino platos que no me gustan, o los que comí hace poco, reduciéndose a algunos que me atraen. Entonces me decido por uno de ellos de acuerdo con varios otros factores ― valor nutricional, gustos favoritos, lo que siento que mi cuerpo necesita, etc. Siento que estoy haciendo una libre elección, pero la decisión a la que llego está predeterminada por las circunstancias actuales y la experiencia pasada. Sin embargo, debido a que no conozco el resultado del proceso de toma de decisiones hasta que aparece en mi mente, siento que he hecho una libre elección.

Sin embargo, el otro lado del enigma persiste. La experiencia de tomar decisiones por nuestra propia voluntad es muy real. Y vivimos nuestras vidas en el supuesto de que estamos tomando decisiones por nuestra propia voluntad, y dirigiendo nuestro propio futuro. Es prácticamente imposible no hacerlo.

¿Un yo que elige?

Implícito en la noción de elegir está la existencia de un «elegidor o elector» ― un yo independiente que es un agente activo en el proceso. Esto también encaja con nuestra experiencia. Parece que hay un «yo» que está percibiendo el mundo, haciendo valoraciones y decisiones, y haciendo sus propias elecciones. Este «yo» siente que ha elegido el plato en el menú.

La experiencia de un yo individual es tan intrínseca a nuestras vidas que rara vez dudamos de su veracidad. Pero, ¿realmente existe por derecho propio? Dos líneas de investigación sugieren que no.

Los neurocientíficos no encuentran ninguna evidencia de un yo individual situado en algún lugar en el cerebro. En su lugar, proponen que lo que llamamos «yo» no es sino una construcción mental derivada de la experiencia corporal. Establecemos una distinción entre «yo» y «no yo» y creamos un sentido de sí mismo para la parte «yo». Desde un punto de vista biológico, esta distinción es más valiosa. Cuidar de las necesidades de este yo, es cuidar de nuestras necesidades físicas. Buscamos cualquier cosa que promueva nuestro bienestar y evitamos las que lo amenazan.

La segunda, muy diferente, línea de investigación consiste en la exploración de la experiencia subjetiva. Las personas que han profundizado en la naturaleza de la experiencia actual del yo han descubierto que cuanto más cerca examinan este sentido del «yo», más parece disolverse. Una y otra vez no han encontrado que haya un yo independiente. Hay pensamientos del «yo», pero no un «yo» que los piense.

Se dan cuenta de que lo que tomamos por un sentido de un «yo» omnipresente es simplemente la propia consciencia. No hay un experimentador separado; hay simplemente una cualidad de ser, un sentido de presencia, una conciencia que está siempre ahí en cualquier experiencia. Llegan a la conclusión de que lo que experimentamos como un yo independiente es una construcción de la mente ― muy real en su apariencia, pero de ninguna sustancia intrínseca. Es, al igual que las opciones que aparece elegir, una consecuencia de los procesos en el cerebro. No tiene ninguna voluntad propia.

Perspectivas complementarias

Sin embargo ―y esto es fundamental para resolver la paradoja― en nuestro estado cotidiano de consciencia, el sentido del yo es muy real. Es lo que somos. Aunque este «yo» puede ser parte del modelo de la realidad del cerebro, sin embargo, está íntimamente implicado en la toma de decisiones, en sopesar los pros y los contras, en llegar a conclusiones, en elegir qué hacer y cuándo hacerlo. Así que en el estado en el que el yo es real, nos experimentamos a nosotros mismos tomando decisiones. Y esas decisiones son experimentadas como producto de nuestra propia voluntad. Aquí, el libre albedrío es real.

Por otro lado, en lo que se denomina el estado «liberado» o «totalmente despierto» de la consciencia, en el que uno ya no se identifica con el sentido del yo construido, el pensamiento «yo» es visto como otra experiencia que surge en la mente. Y así es la experiencia de elegir. Todo es presenciado como un todo sin fisuras que se despliega ante uno.

Cuando he apreciado la naturaleza complementaria de estos dos estados de consciencia, la paradoja se ha disuelto para mí. Si experimentamos libre albedrío o no depende del estado desde el que estamos experimentando el mundo. En un estado de consciencia hay libre albedrío. En el otro, no tiene realidad.

El libre albedrío y el determinismo ya no son paradójicos en el sentido de que son mutuamente excluyentes. Ambos son correctos, dependiendo del estado de consciencia desde el que se consideran. La paradoja sólo aparece cuando consideramos ambos lados desde el mismo estado de consciencia, es decir, el estado de vigilia cotidiano.

Me gusta ilustrar esto con Hamlet reflexionando en la cuestión de «¿Ser o no ser?». El personaje de la obra está tomando una decisión. Y si no hemos visto la obra antes, podemos preguntarnos qué camino elegirá. Esta es la emoción de la obra, participar en ella, conmoverse con ella, absorberse en su realidad con todos sus giros y vueltas. Sin embargo, también sabemos que la manera en que se desarrolla la obra fue determinada hace mucho tiempo por William Shakespeare. Así que tenemos dos maneras complementarias de ver la obra. A veces podemos elegir vivir plenamente en el drama. Otras veces podemos dar un paso atrás para admirar su genio creativo.

Así es en la vida. Podemos estar inmersos en el drama, experimentando el libre albedrío, tomando decisiones que afectan nuestro futuro. O podemos dar un paso atrás y ser testigos de este increíble juego (obra) de la vida que se despliega ante nosotros. Ambas cosas son ciertas en sus respectivos marcos.

Una voluntad libre del ego

Aunque, en el estado liberado de la mente, no puede haber libre albedrío en el sentido en que normalmente pensamos en él, hay en cambio una nueva libertad mucho más satisfactoria y enriquecedora que la libertad de elección a la que nos aferramos.

La voluntad del yo individual se centra en la supervivencia. Su fundamento es la supervivencia del organismo, la satisfacción de nuestras necesidades corporales, evitar el peligro o algo que amenaza nuestro bienestar. En otras palabras, que nos mantiene vivos y saludables, defendiéndonos de la inevitabilidad de la muerte el mayor tiempo posible. Además de esto hay diversas necesidades psicológicas y sociales. Queremos sentirnos seguros y a salvo, para sentirnos estimulados y satisfechos, para ser respetados y apreciados. Creemos que si podemos conseguir que el mundo sea de la manera que queremos ―y aquí el mundo incluye a otras personas― entonces seremos felices.

En el estado liberado, el ego ya no dirige nuestro pensamiento y comportamiento. Cuando se deja de lado (al ego) descubrimos que la facilidad y la seguridad que habíamos estado buscando ya están ahí; son cualidades de nuestra verdadera naturaleza. Pero es la naturaleza del ego planificar y preocuparse, buscar las cosas que quiere, evitar las que no quiere. De este modo se crea tensión y resistencia, que vela nuestra verdadera naturaleza, escondiéndose de nosotros la misma paz mental que estamos buscando.

El descubrimiento que cambia la vida de la mente liberada es que ya está en paz. No se necesita hacer nada, nada tiene que suceder, nada tiene que cambiar con el fin de experimentar la paz. Todavía puede haber mucho que hacer en el mundo; ayudar a los demás, la resolución de las injusticias, el cuidado de nuestro medio ambiente, etc. Pero somos libres de los dictados del ego; somos libres para responder de acuerdo a las necesidades de la situación que se nos presente, en lugar de lo que quiere el ego. Aquí nuestra voluntad es verdaderamente libre.

(Peter Russell – Spirit of Now)
Fuente: http://www.advaitainfo.com

De las ideas amontonadas, de aquellas que provocan y de esas otras que despistan.

Mi cuaderno de notas desborda, hay bastante para desarrollar y profundizar. Pero también amo la síntesis que invita a pensar, que provoca la duda y el replanteo. El lenguaje ha alcanzado tal precisión y sutileza como para poder nombrarlo casi todo, desde la minúscula pieza de un instrumento musical hasta el más volátil estado de ánimo, desde el más intrincado concepto científico hasta el más inexplicable estado metafísico. Y aún para vislumbrar lo incompresible ellas no nos abandonan. Pero (porque el pero tiene asistencia perfecta en el pensamiento que no se convence a sí mismo), entre lo pensado, lo vivido y lo contado siempre está la versión. Una versión que marida lo que es con lo que nos gustaría, lo que fue real con nuestro recuerdo de aquello. ¿Es que acaso puede alguien poner las manos en el fuego por la autenticidad de un recuerdo?

Cuando uno mira hacia el interior de sí mismo en inevitable y previsible tropezar con esos personajes que nos habitan, esos múltiples yoes que interpretan la realidad, opinan y compiten entre sí para prevalecer. Construimos ficciones en base a lo que nos parece, a veces apoyados en la imaginación emitimos una catarata de palabras y en otras editamos conscientemente el relato para justificar aquello en que creemos.

Pero también hay momentos de honda comprensión en donde sentimos esa conexión y repercusión que cala profundo. Suele ser un estado impreciso, difícil de describir y definitivamente provisional e inestable. Creo que mi vida no es un cuento idílico, un relato armonioso, equilibrado y exitoso del estilo de esas historias inventadas y convertidas en míticas. Mi historia tiene gusto a insensatez y a confusión, a desconcierto y a errores repetidos. Es la historia de ser humano común que elige no mentirse y comprar engaños para ver el sol cuando llueve a cántaros. La meditación es importante porque te devuelve a este mismísimo momento, el único que existe, un lugar donde casi nadie quiere estar pero del que no se puede escapar.

Cuando decidimos acercarnos de manera radical a la realidad desnuda de interpretaciones es necesario no perder de vista que eligir significa también saber renunciar. Cada horizonte de sentido organiza sus propios referentes. Recorrer a fondo un camino implica el compromiso de ir más allá de la mera aproximación. Probablemente, la última puerta sea aquella que nos invita a rendir el punto de vista del ego, que se resiste y se atrinchera en sus argumentos y falsas identificaciones cada vez más sutiles y espiritualizadas. Las fascinantes aguas de lo intangible merecen el esfuerzo.

Van aquí algunas ideas amontonadas:

– La paz del sabio es su silencio interior. Cuando nos liberamos de creer que las ideas y opiniones que construye la mente son la verdad, se abre un espacio sereno, creativo y relevante. La mente nos somete y retroalimenta nuestra fe en ella. Si fuéramos capaces de observar la vida desde nuestro centro verdadero, la mayor parte de nuestros padecimientos dejarían de existir.

– Con el tiempo y la práctica nos volvemos hábiles en el arte de disimular nuestros vicios y debilidades. No es difícil ver cómo el uso de una virtud es solo un escudo para que no se vea todo eso que somos incapaces de abordar y transformar. El cielo y el infierno están dentro de nosotros mismos y sus puertas están muy cerca una de la otra. La atención y la conciencia sobre nuestras acciones determinan que puerta elegimos abrir. Bienaventurados aquellos que ofrecen una parte de su alma al mundo, aceptan a los demás como son y viven su naturaleza humana sin creerse santos.

– Hay sentido en cultivar la lucidez que mira y descubre para atravesar con paz interna el dolor que nos toque transitar. El conocerse internamente nos ayuda a aprender y a superar la insatisfacción, a sobreponernos a los obstáculos y a potenciar las cualidades que nos distinguen. Cuando uno comprende que no se trata de «mi dolor o mi sufrimiento» sino ese que todos sentimos, podemos transformar la angustia en compasión. La experiencia negativa se transforma con compasión y es algo que se puede aprender y cultivar.
– Cuestionar qué hacemos y para qué es fundamental para cambiar e integrar; pero para cuestionar hay que conocer. La capacidad de cuestionar y crecer es directamente proporcional a la capacidad para ser honesto con nosotros mismos y los demás. Desde la perspectiva del progreso y la evolución, siempre es preferible una verdad incómoda que una mentira útil. Solo con creatividad y renovación se puede ser fiel a los valores que dan origen a las formas. Sin incomodidad no hay transformación. Sin honestidad radical no hay paraíso.

– Siempre que reaccionamos al escuchar una perspectiva diferente sobre un tema sobre el que tenemos tomada una posición, es el sentido del yo el que se siente amenazado, busca protección y desea defenderse. Lo que suele sentirse es una amenaza sobre la propia identidad. Hay una íntima sensación de desafío a lo que sentimos ser y de allí nace la urgencia por tener la razón. Cuando vemos como un conflicto el simple hecho que el otro piense diferente ponemos en evidencia la importancia que tiene el miedo en nuestras vidas. ¡Qué difícil se hace debatir ideas atrapados en el cerebro emocional! Un punto de vista puede ser ofrecido al mismo tiempo que podemos acoger otros sin convertirlos en una amenaza. No hay lucha si no hay partes tratando de defenderse. El gran desafío es «ver a través» para distinguir qué clase de verdad tratamos de defender cuando vivimos estas escenas como un conflicto.

– Llega un punto en que se vuelve imprescindible diferenciar la vida del ego de la vida interior. Podemos autoengañarnos en la ilusión de estar pensando bien y haciendo acciones elevadas cuando en realidad, solo estamos cultivando el ego, que atrincherado en sus propios confines y entretenido con lo que le gusta, ve al mundo como un error, juzga a los demás y solo valida desde su propia perspectiva lo correcto y lo incorrecto.
Para cultivar la interioridad hay que ser muy honesto y el resultado debe llevarnos a actuar con sabiduría y compasión en cada pequeña decisión. Ir al encuentro del otro desde la plenitud de nuestro ser ofreciéndonos en un vínculo creativo y complementario. De lo contrario, lo más probable es que el personaje termine desdibujando al yo real y el resultado sea más de lo falso para maquillar una identidad mezquina y carente que desde la necesidad dependiente busca gratificación.

La misteriosa naturaleza de la realidad puede ser analizada en una escala mucho más fina que la convencional.
«La realidad es aquella que, cuando dejas de creer en ella, no desaparece.» (Phillip K. Dick)

Del respeto, la sabiduría espiritual y el simulacro.

Profundizar en la comprensión al explorar el camino espiritual implica valerse de perspectivas y enfoques diferentes con la genuina intención de complementarse y adentrarse en las interioridades del sentido auténtico. No deberíamos aferrarnos a un solo conocimiento como la verdad última porque es una irrealidad, nadie la tiene por completo.

Cuando somos respetuosos no alimentamos fantasías, no caemos en los excesos ni tropezamos con el olvido y la desconsideración de los demás. La mente se mantiene serena y la conciencia disponible para ser el guía de nuestras acciones, del modo en que nos relacionamos con el mundo. Cultivarse es trabajarse hacia adentro y conocerse para construir orden interno. Ese orden respeta la singularidad de cada uno abrazando la unidad y abandonando los estereotipos que dividen, segregan, etiquetan y califican. El cultivo de la virtud proviene del desarrollo de la conciencia. A medida que el ser humano se abre, su conciencia se amplía para abarcar cada vez más las complejidades de la vida, de sus organizaciones y los principios de la naturaleza.

Con el tiempo uno aprende a valorar la incertidumbre en su sabiduría inherente y a tener fe en que más allá de lo aparente o de lo ingenuo asoma lo esencial y verdadero. Curiosamente el discernimiento lúcido y la claridad emergen frecuentemente a partir de la desilusión, de la distinción de aquello que no es verdad. Es probable que la mayor de las verdades sea que no hay nada completamente conocido y que todo acaba desvaneciéndose.

«La mala noticia es que estamos cayendo y no hay nada de qué agarrarse ni tenemos paracaídas. La buena noticia es que tampoco hay suelo.» (Chögyam Trungpa)

Hay un margen entre el puro ateísmo y el puro teísmo, una franja intermedia que es fascinante y misteriosa, un escepticismo higiénico que es práctico y lleno de vitalidad. El concepto de Dios como algo necesario o la divinidad donde todo se apoya está desprovisto de magia cuando se lo analiza como el fundamento de todas las cosas. El pensamiento convencional puede tropezar con sus propios límites en su búsqueda de sentido (incluyendo eso que nombramos como experiencia) y el ego discriminador que todo lo sabe encontrar la razón en la sinrazón que justifica lo injustificable atribuyéndolo a la magia.

El desafío es comprenderse a sí mismo, que muy sinceramente y fuera de toda duda, es una de las aventuras más formidables que podamos plantearnos. Pero, a pesar de notables avances que podamos ir haciendo, solo con humildad podremos admitir nuestros propios límites para explicarnos con palabras la totalidad de la experiencia humana.

Un encuentro de personajes espiritualizados:

Y dijo El Tábano Alberto (conocido en ciertos ámbitos como Sri Alka Seltzer) mientras intentaba tragar una galleta de mijo: Una cosa es desapego y otra es la desidentificación neurótica de la vida. No hay ninguna claridad espiritual en aprender a calmar la mente y ver que los pensamientos van y vienen para terminar cobijándose en nuevas guaridas que solo son renovados mecanismos de defensa para no confrontar el dolor psíquico. Tratar de poner fin a la confusión y el sufrimiento a través de la túnica blanca de las verdades espirituales puede ser un astuto recurso egoico para no exponernos a la vulnerabilidad que acompañan las relaciones humanas reales. 

¡Claro! saltó enseguida Ofelia Guillotina mientras le acercaba un licuado de espirulina. Escuchar al otro es empatizar con su decir, interesarse y no meramente silenciar el ruido de las palabras propias para que resuene el ruido de las palabras de ese otro en un simulacro de «te escucho». Eso es espiritualidad de primer piso, orientada a los grandes números pero desarraigada de la experiencia humana.

Mientras tanto, Lady Pureza, pestañando azorada sin entender de qué hablaban ni para qué, seguía redactando bendiciones para las almas.

(La imagen es de Arief Siswandhono)

De las explicaciones y argumentos.

Solemos darnos explicaciones para aliviarnos. Es que el miedo es un compañero fiel de nuestra condición humana y nos angustia la incertidumbre de no poder controlar lo que nos sucede cotidianamente. A veces creemos haber trascendido la necesidad de tenerlo todo controlado, nos sentimos muy inclusivos aceptando al que piensa diferente por el simple hecho de no contradecirlo pero luego el cuerpo en el que habitamos nos envía las señales de malestar. Es que nuestras vísceras suelen pensar con coherencia… y no cambian de opinión como nuestra mente.

La percepción selectiva suele escoger cuidadosamente sus testigos cuyo testimonio es consecuente con la necesidad que los invitó a ser parte. Los argumentos a favor de la creencia son siempre convincentes para quien la detenta. Así es como nos convencemos de lo que deseamos percibir y de la ficción en la que decidimos mantenernos.

La mayoría de nuestras decisiones son emocionales y las justificamos con argumentos lógicos porque nos consideramos seres racionales. Pero la autoconciencia requiere práctica para llevarla a un nivel superior al de ser conscientes de estar vivos y vinculados al mundo. No es solo eso. Podemos vivir el sueño de la ilusión pensando que estamos despiertos, conscientes, atentos y que somos rápidos y claros en nuestras decisiones. Pero sin virtud transformamos la práctica en un recurso útil y solamente eso. No alcanza con creernos lúcidos y aplicar herramientas prácticas sino que es necesario concentrarnos en determinar si lo que hacemos nace del amor o del miedo como premisa fundamental de nuestras acciones. Porque nuestra espiritualidad se deja ver, fluye como el río buscando su cauce y no requiere demostración de sus márgenes. Así como las flores, somos abiertos y receptivos al suave rocío y cerrados a la rigidez del aguacero.

Un asiduo visitante de la catedral de los fierros, ateo reconocido y orgulloso de serlo, casi increpó a Pedro, pacífico gurú del gym, con una pregunta crucial: 

– «¿Existe realmente un Dios?»

– «Para serte completamente sincero, no tengo respuesta», respondió Pedro.

– «Caramba, ¡eres ateo!

– «¡Claro que no! El ateo comete el error de negar algo de lo que no puede decirse nada. Y el teísta comete el error de afirmarlo.», contestó Pedro revolviendo el fondo de su licuado de zanahoria y apio porque era lunes.

De la realidad y las perspectivas

¿Qué vemos cuándo miramos? ¿Qué escuchamos cuando oímos? No es cuestión de renunciar a la propia perspectiva pero sí contemplar la subjetividad del otro. 
Si la materia cambia de estado sin demasiado preámbulo y lo aceptamos con naturalidad, ¿cómo no vamos a aceptar un cambio de opinión?

La realidad no es:
1. Lo que te han dicho que es.
2. Lo que piensas que es.
3. Lo que crees que debe ser. 
4. Lo que quieres que sea. 
5. Lo que piensas que debería ser. 

Consciente de mi significado relativo y practicando la humildad ontológica. A ambos lados del argumento existen la verdad y el error. Sigo aprendiendo y maravillándome. Así de simple.

«El pecado no es simplemente un asunto privado entre un Dios y una persona humana. Más bien, es un cierre de la conciencia hacia Dios que se adhiere a ideas y realidades determinadas. Es la acción… de optar por sí mismo y ejercitar esa opción a través de las habituales ataduras a realidades falsas para proteger un falso yo.” (Keenan)

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