De las trampas de la mente, nuestros argumentos y la ayuda del silencio.

Hay momentos en la vida que son para percatarse de las variadas formas de insatisfacción, incomodidad y dolor con las que estamos obligados a convivir. Uno puede mirarle la cara a la incomodidad del momento sin perder la serenidad. ¿A qué conduce instalarnos en el enojo infantil?
Hay momentos en la vida que son para aceptar nuestra angustia existencial, ofrecerle una sonrisa comprensiva y digerir nuestros miedos reposando en la nobleza de lo bello y su silencio reparador.

Solo porque algo sea emocionalmente consolador no lo convierte en una verdad. Nos apegamos a la idea que es verdad porque nos reconforta, nos da seguridad. A veces las cosas que pensamos como una verdad indiscutible son solo un medio hábil, un recurso válido con un fin, con una razón específica para un momento específico.
La mente nos engaña de múltiples formas, incluyendo el modo en que los sentidos interpretan y por eso es indispensable observar las cosas como son, percibir su naturaleza, contextualizar y no tomar literalmente algo que leemos sin analizar la intención y cuál es su real significado. El entendimiento profundo no es algo que los sentidos puedan obtener.
A través de la meditación la mente aprende a percibir la sutileza, es capaz de ver las cosas en incrementos de tiempo más y más finos. Así funciona la mente cuando está enfocada y concentrada, cuando la atención es fuerte. Se puede distinguir claramente la conciencia mental, su potencial, su sabiduría y las diferencias con la conciencia sensorial.

Plena conciencia es el opuesto de la amnesia. El opuesto al olvido. El opuesto a perder la mente. Es aprender y es mantener en la mente; es experimentar percepciones e integrarlas a cada aspecto de la vida. Es distinguir con atención la realidad de nuestras proyecciones superando presunciones y creencias. Y crecer día a día con los ojos bien abiertos, sin alejarnos de nuestra propia experiencia a fin de sanar el sufrimiento desde su núcleo. Con los pies afirmados sobre el suelo de nuestra propia vida y practicando un empirismo radical. (Alan Wallace)

A la mayoría de nosotros nos pasa que en algún momento nos decimos quiero estar tranquilo, calmado, en silencio… y la mente nos dice: Bueno, ¡vamos a hablar de eso!
Pensamos que tenemos el control, pero la memoria, las emociones y los pensamientos nos arrastran en una dirección no buscada. Nos atrapan como un remolino y nos hacen tomar como válida cualquier cosa que estamos pensando por simple costumbre. Son las aberraciones de la mente: Lo que pensamos nos tiene a nosotros y no al revés…
Es entonces cuando la realidad se convierte en aquello a que le prestamos atención.

– Maestro, por favor, tenga compasión y enséñeme cómo alcanzar la liberación.
– ¿Quién está impidiéndote volverte libre?
– Nadie.
– Entonces, ¿por qué necesitas pedir por liberación?

No hay nadie que nos estorbe sino nosotros mismos. Caemos en nuestras propias trampas mentales causadas por las aflicciones y el apego. Si pudiéramos percibir objetivamente lo que vemos, escuchamos, sentimos y sabemos, sin tener en cuenta las propias ganancias y pérdidas, el «mío» y nuestro sentido del «yo», entonces la liberación se vuelve posible, una mente despejada se vuelve real.

De la generosidad y sus caras.

Todas y cada una de nuestras necesidades diarias son atendidas gracias a la actitud bondadosa y actos generosos de otros. Desde que nacimos fuimos cuidados para poder crecer. En primer lugar por nuestra madre.
Lo que hoy nos resulta posible disfrutar es, en una parte significativa, el resultado de la amable generosidad de otras personas tanto en el pasado como en el presente. La interdependencia es clara al observarlo en perspectiva. Cada día que pasa siento más plenamente que la espiritualidad es un asunto personal que incluye una mente abierta en todo sentido y sin ninguna clase de confinamiento.

«Vive tu efímero momento según la ley de la naturaleza y recibe con serenidad el final del viaje, como una oliva que cae cuando está madura: Bendiciendo a la rama que la sostuvo y agradeciendo al árbol que le dio la vida.» (Marco Aurelio)

Del filo de las palabras y toda su crudeza.

«Vamos, no seas marica», le dijo el profesor de natación a Juan al pedir una toalla  para salir de la pileta porque tenía frío. Él tenía ocho años de edad e iba a natación como parte de las actividades de la escuela. Todos sus amigos empezaron a reírse. «Marica, marica…», le gritaron, y el profesor, lejos de hacerlos callar, los alentó. Nunca más volvió a nadar hasta que empezó a hacer gimnasia acuática a los sesenta junto a Lucas, su pareja de los últimos dieciocho años.

“¿Quién quiere más torta?”, preguntó Charlie en el cumple de su hija. Ella festejaba sus catorce años y había invitado a sus amigos de la escuela a su casa. Ella estaba contenta y con entusiasmo le dijo: ¡yo, papá…! “Vos no mi amor, tenés que cuidarte porque vas a seguir engordando”, le disparó Charlie delante de todos sin ninguna medida. Ella aguantó la vergüenza como pudo hasta que se fueron y se refugió en su cuarto pensando en lo triste que era ser gorda.

«Tu dibujo no tiene nada que lo destaque, es común”, le dijo su profesora de dibujo apenas iniciado el primer año del secundario. Para ella, dibujo era la materia preferida en la primaria y realmente dibujaba muy bien. Se había destacado en concursos y exposiciones del distrito. Pero ese año casi se lleva la materia. No volvió a dibujar hasta pasados los cincuenta y cinco, cuando tomó coraje pintando mandalas por recomendación de su terapeuta.

“Nena, no seas así, cuando seas grande no te van a querer ni los perros…”, era la frase que ella usaba para retar a su hija cuando hacía o decía algo que le parecía mal. Una frase corta con la contundencia del látigo, directa, sin ninguna conciencia del daño que podía causar. Más tarde, cuando le preguntaban, ella siempre decía que había educado a su hija con mucho amor. Que hizo lo mejor que pudo. En nombre de ese amor dijo frases como esa…

Muchas veces no prestamos la suficiente atención y decimos cosas que marcan y hacen daño a los que queremos. Son frases jodidamente desafortunadas, de esas que sería preferible haberse mordido la lengua o haberse quedado afónico de golpe en lugar de ser pronunciadas. Porque no importa cuántas horas de terapia les dediquemos para desarticularlas ni cuánto esfuerzo espiritual hagamos para quitarles poder, seguirán allí, rondando y haciéndonos la vida una hiel en el momento más inoportuno. Son frases que en nuestros relatos aparecen como exageradas, como que las recordamos mal. Porque no puede haber tanta maldad ni tamaña mala intención en quien las pronunció. Pero es entonces, cuando haciendo una íntima revisión en la privacidad de nuestro mundo interno, nos damos cuenta con toda crudeza de esas palabras que nos marcaron y se afincaron en el inconsciente. No nos mataron, pero la grieta en el corazón causó estragos y nos condicionó atrozmente.

Lo bueno es que llega un día, un momento de la vida en que finalmente sacamos uno por uno todos los puñales que nos clavaron en el alma. Nos miramos con cierta timidez en el espejo y descubrimos que no importa, que no fueron dichas con intención de dañar, que los autores de pronunciar tamañas salvajadas en forma de sentencias, lo hicieron desde su propia inconsciencia. Ellos cargaban con sus propias frases desgraciadas. Es entonces cuando llega el perdón y sentimos que vamos sanando poco y poco. Y más tarde, cuando el tiempo y nuestra madurez lo permiten, llega la compasión. Es ahí cuando recuperamos nuestra dignidad y las ganas de nadar, comer torta y dibujar. Nos deja de importar la opinión de los demás y ya no tenemos miedo a quedarnos solos. Porque es una realidad que no solamente nos quieren los perros…

Sería bueno que todos pensemos y pongamos atención en lo que decimos y cómo lo decimos. Cultivemos la sensatez de hablar con criterio, priorizando lo humano de nuestras necesidades y vulnerabilidades compartidas. Porque las palabras pueden herir y tardar muchos años en recomponer el daño. Y a veces el daño es tan profundo que no tiene arreglo. Porque a las palabras, no se las lleva el viento.

Del agradecimiento y su práctica consciente.

Cuando en las mañanas me despierto con el cuerpo dolorido casi de inmediato me recuerdo el privilegio que encierra poder darme cuenta. Estar consciente de ser quien habita el cuerpo que me fue dado me hace agradecer la maravilla que representa. Porque nuestros cuerpos son un verdadero milagro de adaptación, flexibilidad y destreza para hacer lo necesario. Trato de vivir consciente de este regalo y conectar con lo que parece rutina a través de una actitud de asombro.

Todos tenemos razones para agradecer algo aunque no olvidarlo requiere enfoque cotidiano para no aletargarnos en nuestra adicción a querer más. Cada vez que me siento a escribir algo siento la dicha de poder hacerlo. Es una de las razones por las que entiendo el escribir como un acto profundamente espiritual que me permite estar en íntima comunión con eso que soy.

Los días en Buenos Aires están otoñalmente bellos, los colores ocres se van abriendo paso y las hojas secas comienzan a adornar las caminatas. El sol ya más oblicuo aún se mantiene generoso haciendo de los días tibios, ideales para disfrutar de respiraciones profundas que invitan a crear horizontes ilimitados. Son momentos de realización espiritual, de sumergirse en la experiencia de estar vivos y despiertos a la vida.

Ayer veía a los pájaros viviendo su propia realidad: Llenos de energía, elegantes y confiados, no saben nada de esas palabras pero son todo eso sin saber su significado. Están siendo en su naturaleza verdadera. No necesitan aprender de equilibrio y armonía porque simplemente son eso. Ellos son maestros del equilibrio moviendo las alas cuando hace falta y planeando cuando la situación lo requiere. No rechazan el viento en contra o el viento a favor sino que se adaptan a su presencia. Viven en el ahora sin necesidad de entender qué es eso.

Un maestro aparece cada día en la naturaleza cuando estamos sintonizados con su devenir. A veces la vida nos ofrece maestros que no usan palabras. Es un hecho que la vida se mueve en nosotros, el impulso vital que se manifiesta en nosotros es una realidad. Movimiento, emoción y motivación están íntimamente relacionados. La expresión es individual y diferente puesto que somos la vida viviendo. Pero mucho de ese movimiento no depende de nuestra voluntad dado que late en nosotros esa fuerza que trasciende nuestra existencia humana. La vida se manifiesta más allá de toda lucha. Somos olas en el océano de la vida. Meditar nos despierta a esta verdad: el agua no se puede separar del agua.

El lenguaje suele no ser suficiente para describir claramente las experiencias donde el corazón es el protagonista. Un sentimiento muy íntimo puede considerarse místico o inexplicable cuando tratamos de ponerlo en palabras. La mayoría de nosotros pensamos que una investigación tiene que hallar una respuesta para ser exitosa. Pero cuando se trata del viaje hacia el reconocimiento de nuestra verdadera naturaleza, a veces, el vivir las preguntas y el gozo de habitarlas alcanza como respuesta. No siempre podemos articular y formular respuestas a nuestras preguntas pero sí aceptar que hay formas de comprensión que están un paso más allá de las palabras.
Meditar no es evadirse, no es imaginar o convencerse de nada. Es aceptar con humildad que hay preguntas que encierran misterios que no necesitan una respuesta intelectual.

«En primavera las hierbas crecen sin un plan, un concepto o una intención. Ellas no están haciendo algo o practicando cualquier cosa. El sol brilla, calienta el suelo, la lluvia cae y la hierba crece. Eso es todo.» (Peter Seishin Wohl)

Si la verdad nos hace libres, la espiritualidad en nuestro comportamiento debería ser su expresión. Al descubrir nuestra verdadera naturaleza en el seno de nuestra propia conciencia es posible ver que la búsqueda subyacente en todos los caminos es la misma. Vivir conscientemente en nuestra verdadera naturaleza, estabilizarnos en este reconocimiento es el origen de la transformación de la visión sobre los demás y lo que nos rodea. No hay un yo ausente de un otro. No hay un yo aislado de su entorno.

Todo es efímero. Lo efímero lo es todo. Lo que piensas, lo que oyes, lo que ves, lo que sientes, lo que amas, lo que odias, lo que recuerdas, lo que proyectas… La transitoriedad, el cambio continuo, es una de las leyes básicas del mundo. Todo lo que nace, muere. Pero esto no tiene por qué ser causa de dolor. No es el carácter efímero de las cosas lo que nos causa dolor sino el apego y el rechazo. Queremos que las cosas agradables duren mucho y que las desagradables desaparezcan enseguida.

Pero como dijo el maestro Dogen: «Aunque las amemos, las bellas flores se marchitan. Aunque las odiemos, las malas hierbas crecen».
Cuando aceptamos la impermanencia de las cosas agradables y de las desagradables, ni las primeras crean apegos ni las segundas rechazo. Aferrarnos a lo que nos gusta es como aferrarse a un helado un día de verano a las tres de la tarde: una actitud inútil que está abocada a la frustración y al dolor. (Dokushô Villalba)

De la meditación, sus recursos y la conciencia.

La vida es un gran río en rápido movimiento y todo su curso está sujeto a la fuerza de su poder. Nuestro condicionamiento a hacer en lugar de ser es implacable: Sobrevivir y autolimitarnos. Esto nos conduce a sufrir en muchos niveles. La práctica de la meditación es una oportunidad para actuar de forma revolucionaria y radical, para ir contra la corriente de nuestro condicionamiento con el fin de aliviar el sufrimiento, ser compasivos y cultivar el verdadero bienestar.

Meditar significa parar y tomar conciencia de nuestro estado interno, conectar con la bondad y la compasión profunda para dar nacimiento a un espacio de conciencia donde hablar y actuar se desarrolla con amabilidad y consideración por uno mismo y los demás seres.

La meditación cultiva el espacio entre el estímulo y la respuesta para desarrollarnos en nuestra verdadera libertad, un espacio abierto donde podemos ser testigos de los condicionamientos que afectan nuestro juicio y capacidad para adaptarnos a las situaciones con dignidad y autorrespeto. Al darnos cuenta, la primera respuesta es no causar daño a los demás ni a nosotros mismos.

Probablemente la felicidad sea una búsqueda equivocada y vivir con bienestar existencial se trate de estar completamente vivos en el presente, con aceptación y sin resistencias de ningún tipo. Cultivar el coraje y la perseverancia para aprender a convivir con la incomodidad de la incertidumbre, el dolor o la pérdida y confiar en que la impermanencia tiene su propia lógica.

Si cada uno de nosotros nos hiciéramos cargo de lo que pensamos, hablamos y actuamos, el impacto en la comunidad que integramos sería ilimitado. El mundo estaría impregnado de compasión, bondad y complementación para crear juntos en lugar de unos contra otros para superarnos en competencias y reconocimiento. Creo en un mundo donde podamos expresar nuestra individualidad honrando y respetando nuestras diferencias y enriqueciéndonos espiritualmente en la diversidad.

La mejor manera de influir sobre los demás es modelar la propia conciencia con amor y libertad para expresarlo a través de nuestro comportamiento. Si creemos que el camino espiritual es fácil y rápido de implementar como seguir un método o las instrucciones de un manual, no vamos a estar preparados para el trabajo real y la transformación genuina. Todo lo que es falso en nosotros, las barreras y defensas emocionales que ya no son útiles y las creencias limitantes deben caer y dejar de ser el filtro con el que transitamos la vida para fluir en el constante cambio que la inunda. Los verdaderos tesoros ocultos son los que se pueden descubrir sólo a través del compromiso sostenido con el cambio.

No hay una fórmula ganadora ni una talla única para el proceso, el camino es misterioso, complejo y totalmente individual. Sin sermones acerca de teorías de lo correcto y mucho más experimentando una forma diferente de estar con y para los demás desde el centro de uno mismo. Estar juntos de esta manera es posible: Presentes, abiertos, atentos, cálidos y disponibles.

Puedo dar fe que el viaje interior nutre y crea satisfacción por sí mismo con una sensación cotidiana de riqueza y plenitud.

De la verdad las cosas y sus vías de acceso.

Si la verdad no es la experiencia directa de uno, entonces la vida misma, tarde o temprano, expondrá cualquier hipocresía. No hay método, categorización ni cronología posible a la hora de encontrarse con la verdad. Para aquel que sabe, nada ocurre. En el espejo de la indagación no hay contradicción ni conflicto entre el camino del amor y el camino de la sabiduría. La mente despierta respeta toda las formas de ser, todas las formas de devoción, todas las religiones, sin juicio ni rechazo, sabiendo que todas emanan como expresiones del origen único.

En India existe el dicho: “Si te entra una espina en el pie, puedes usar una segunda espina para sacar la primera. A continuación, deshazte de ambas”.

LA PEQUEÑA OLA PERDIDA

Érase una vez una pequeña ola que se sentía cansada e inquieta, desgastada por el ir y venir entre el horizonte y la costa. Un día oyó hablar de un Gran Océano, donde no había que deambular inquieta a merced de las mareas, donde todo estaba tranquilo y lleno de amor. En ella surgió un gran deseo de encontrar ese lugar pacífico, pero no sabía por dónde empezar.

-¿Sabes el camino hacia el Gran Océano? –preguntó a las otras olas que pasaban.
Otra ola, una Anciana muy cargada de algas, le dijo:
-He oído hablar de ese Océano, pero está muy lejos, y harán falta muchas vidas para llegar a él.
Otra ola comentó:
-He oído que si somos olas muy bondadosas y amables, y si vivimos vidas muy, muy buenas, entonces, cuando morimos, nos encontraremos en el Gran Océano.
-Todas estáis erradas, ese Océano no existe –añadió cínicamente una ola ondulante.
-¡Oye! ¡Ven conmigo! –le llamó una ola fresca con voz amistosa-. Conozco a una ola sabia que ha estado en el Gran Océano y lo conoce bien. ¡Te la presentaré!
Y salieron para allá.

Al irse, otra ola refunfuñó:
-¡Niños locos! ¿Por qué desperdiciar tanta energía buscando lugares míticos? ¿Por qué no contentarse con lo que tienes?
Pronto llegaron a la morada de la ola sabia.
-Por favor, ola sabia, ¿puedes mostrarme el Gran Océano? –imploró la pequeña ola.
La ola sabia se echó a reír en profundas y cálidas ráfagas que salpicaban la superficie del agua.
-¿Qué imaginas que es el Gran Océano, hija mía?
-He oído que es un lugar maravilloso, lleno de belleza y alegría, que allí hay amor y paz duradera –tembló la pequeña ola.
La ola sabia siguió riéndose.
-Tú estás buscando el Gran Océano, amiguita, pero ¡tú eres el Océano mismo! ¡Qué divertido que no seas consciente de ello!
Esto confundió todavía más a la pequeña ola y la enfadó un poco.
-¿Cómo es posible? No veo ningún océano. Lo único que veo son olas, olas y más olas.
-Eso es porque tú crees que eres una ola –sonrió la ola sabia.
Al oír esto, la pequeña ola chocó con frustración contra una roca cercana.
-¡No entiendo nada de lo que dices! ¿Puedes enseñarme el Gran Océano, sí o no? –presionó impaciente.
-De acuerdo, de acuerdo, amiguita determinada –dijo la ola sabia- pero, antes de eso, ¿te importaría sumergirte y masajearme mis pies doloridos?
La pequeña ola se sumergió… y desapareció como ola.
En ese momento, descubrió que el Gran Océano no era diferente de ella misma –que, de hecho, ella misma era el Gran Océano mismo-, ¡simplemente había estado soñando que era una ola suelta!
Sabiendo esto, disfrutó del juego de bailar como todas y cada una de las olas, con una alegría inmensa e interminable.
(Mooji)

Del cambio, el enfoque y la cruda presencia.

Basamos nuestras vidas en la búsqueda de la felicidad y la evasión del sufrimiento, pero lo mejor que podemos hacer para nosotros mismos – y para el planeta – es cambiar por completo nuestra manera de pensar.

En un nivel muy básico, todos los seres creen que deberían ser felices. Cuando la vida se vuelve difícil o dolorosa, sentimos que algo ha salido mal. Esto no sería un gran problema excepto por el hecho de que cuando sentimos que algo ha salido mal, estamos dispuestos a hacer cualquier cosa para sentirnos bien de nuevo. Incluso iniciar una lucha.

Según las enseñanzas budistas, la dificultad es inevitable en la vida humana. Por una razón: no podemos escapar la realidad de la muerte. Pero también existen las realidades del envejecimiento, la enfermedad, el no conseguir lo que queremos, u obtener lo que no deseamos. Esta clase de dificultades son hechos de la vida. Incluso si fueras el mismo Buda, si fueras una persona completamente iluminada, experimentarías la muerte, la enfermedad, el envejecimiento, la tristeza de perder lo que amas. Todo esto te pasaría a ti. Si te quemas o te cortas, te dolería.

Pero las enseñanzas budistas también dicen que esto no es realmente lo que causa la miseria en nuestras vidas. Lo que causa la miseria es nuestro intento de escapar de los hechos de la vida, siempre tratar de evitar el dolor y buscar la felicidad – este sentido que tenemos con respecto a que podríamos tener seguridad duradera y felicidad a nuestra disposición si tan sólo hiciéramos lo correcto.

En esta vida podemos hacernos un gran favor a nosotros mismos y a este planeta cambiando por completo nuestra vieja manera de pensar. Como Shantideva, autor de ‘Guide to the Bodhisattva’s Way of Life’, (traducido como Guía para el modo de vivir del bodhisattva) señala: el sufrimiento tiene mucho que enseñarnos. Si utilizamos la oportunidad cuando se presenta, el sufrimiento nos motiva a buscar respuestas. Mucha gente, incluida yo misma, llega al camino espiritual a causa de una profunda infelicidad. El sufrimiento también nos puede enseñar empatía para con los demás que están en el mismo barco. Por otra parte, el sufrimiento puede hacernos más humildes. Incluso el más arrogante entre nosotros puede ser ablandado por la perdida de alguien muy querido.

Sin embargo, resulta tan básico para nosotros sentir que las cosas deben salirnos bien, y que si comenzamos a sentirnos deprimidos, solos, o inadecuados, es porque debió haber algún tipo de error o porque algo hicimos mal. En realidad, cuando nos sentimos deprimidos, solos, traicionados, o cuando surge en nosotros cualquier sentimiento indeseable, es un momento importante en el camino espiritual. Aquí es donde la verdadera transformación puede tener lugar.

Mientras sigamos atrapados en la constante búsqueda de la seguridad y la felicidad, en lugar de honrar el sabor y el aroma y la calidad de lo que exactamente está pasando; mientras sigamos huyendo del malestar, seguiremos atrapados en un ciclo de infelicidad y decepción, y nos sentiremos cada vez más débiles. Este modo de ver nos ayuda a desarrollar fuerza interior.

Y lo que es especialmente alentador es el reconocimiento de que la fuerza interior está disponible para nosotros justo en el momento cuando creemos que hemos tocado fondo, cuando las cosas están en su peor momento. En lugar de preguntarnos: “¿Cómo puedo encontrar seguridad y felicidad?” podríamos preguntarnos: “¿Puedo tocar el centro de mi dolor? ¿Me puedo sentar con el sufrimiento, tanto con el mío como con el tuyo, sin hacer el intento de desaparecerlo? ¿Puedo mantenerme presente ante el dolor de la pérdida y la desgracia – ante la decepción en todas sus formas – y dejar que me abra?” Este es el truco.

Hay varias maneras de ver lo que sucede cuando nos sentimos amenazados. En momentos de angustia – de rabia, de frustración, de fracaso – podemos observar cómo nos enganchamos y cómo se intensifica shenpa. La traducción habitual de shenpa es “apego,” sin embargo este término no expresa adecuadamente el significado completo. Pienso en shenpa como “engancharse.” Otra definición que utiliza Dzigar Kongtrul Rinpoche, es la “carga” – la carga detrás de nuestros pensamientos, palabras y acciones, la carga detrás del “me gusta” y el “no me gusta.”

También pude ser útil cambiar nuestro enfoque y observar cómo ponemos barreras. En esos momentos podemos observar cómo nos retiramos y nos ensimismamos. Nos volvemos secos, amargos, miedosos; nos derrumbamos, o nos endurecemos debido al temor a que venga más miedo. De un cierto viejo modo familiar, automáticamente erigimos un escudo protector y nuestro egocentrismo se intensifica.

Pero este es el momento justo en el que podemos hacer algo diferente. Justo en ese punto, a través de la práctica, nos podemos llegar a familiarizar con las barreras que ponemos alrededor de nuestros corazones y alrededor de todo nuestro ser. Podemos entrar en intimidad con la forma en que nos escondemos, nos adormecemos, o nos congelamos. Y la intimidad que nos hace conocer tan bien esas barreras, es lo que comienza a desmantelarlas. Sorprendentemente, cuando les damos toda nuestra atención, comienzan a desmoronarse.

En última instancia, todas las prácticas que he mencionado son simplemente formas en que podemos ir disolviendo esas barreras. Ya sea que se trate de aprender a estar presentes a través de la meditación sentada, reconociendo shenpa, o practicando la paciencia; estos son métodos para disolver los muros de protección que automáticamente erigimos.

Cuando levantamos las barreras, y el sentido del ‘yo’ como algo separado de ‘ti’ se hace más fuerte, allí mismo, en medio de las dificultades y el dolor, todo el asunto podría dar todo un giro si tan solo no levantáramos ninguna barrera; al simplemente permanecer abiertos a la dificultad, a los sentimientos por los que estamos pasando; por el simple hecho de no contarnos a nosotros mismos lo que está ocurriendo. Ese es un paso revolucionario. Hacernos íntimos con el dolor es la clave para cambiar justo en el núcleo de nuestro ser – mantenernos abiertos a todo lo que experimentamos, permitir que el filo de los tiempos difíciles nos perforen el corazón, permitiendo que esos tiempos nos abran, que nos hagan más humildes, y que nos hagan más sabios y más valientes.

Deja que la dificultad te transforme. Y lo hará. En mi experiencia, sólo necesitamos ayuda para aprender a no huir.

Si estamos listos para intentar mantenernos presentes con nuestro dolor, uno de los mayores apoyos que podemos encontrar es cultivar la calidez y la simplicidad de la bodhichitta. La palabra bodhichitta tiene muchas traducciones, pero probablemente la más común sea: “corazón despierto.” La palabra se refiere a un anhelo de despertar de la ignorancia y el engaño para ser capaces de ayudar a otros a hacer lo mismo. Poner nuestro despertar personal en un marco mucho más grande, incluso planetariamente, establece una diferencia bastante significativa. Nos da una perspectiva más vasta con respecto a la razón de por qué llevamos a cabo este a menudo difícil trabajo.

Hay dos clases de bodhichitta: la relativa y la absoluta. La bodhichitta relativa incluye compasión y maitri. Chögyam Trungpa Rinpoche traduce maitri como “amistad incondicional con uno mismo.” Esta amistad incondicional significa tener una relación imparcial con todas las partes de tu ser. Así, en el contexto del trabajo con el dolor, esto significa establecer una relación íntima, compasiva y sincera con todas esas partes de nosotros mismos que generalmente no queremos tocar.

Algunas personas encuentran las enseñanzas que ofrezco útiles porque les animo a ser amables con ellos mismos, pero esto no significa que tengamos que mimar nuestra neurosis. La bondad que yo aprendí de mis maestros, y que me gustaría mucho transmitir a los demás, es una bondad hacia todas las cualidades de nuestro ser. Las cualidades con las que cuesta más trabajo ser bondadoso son aquellas que resultan dolorosas, en las que nos sentimos avergonzados, como si no perteneciéramos, como si hubiéramos echado todo a perder, cuando todo se nos está desmoronando. Maitri significa: quedarnos con nosotros mismos cuando nos hemos quedado sin nada, cuando sentimos que somos unos perdedores. Y se convierte en la base para extender esa misma amistad incondicional hacia los demás.

Si hay partes enteras de ti mismo de las que sueles huir, y que incluso hasta sientes que tienes una justificación para huir, entonces vas a huir de cualquier cosa que te ponga en contacto con tus sentimientos de inseguridad.

Y ¿has notado qué tan a menudo esas partes de nosotros son tocadas? Cuanto más te cercas a una situación o a una persona, más afloran estos sentimientos. A menudo, cuando estás en una relación, todo comienza muy bien, pero cuando se vuelve más íntima y comienza a emerger tu neurosis, simplemente te empiezan a dar ganas de escapar de ahí.

Así que estoy aquí para decirte que el camino hacia la paz está justo ahí, cuando sientes el deseo de huir. Puedes navegar a través de la vida no dejando que nada te toque, pero si realmente quieres vivir plenamente, si quieres participar en la vida, tener relaciones genuinas con otras personas, con los animales, con la situación del mundo, definitivamente vas a tener que vivir la experiencia de sentirte provocado, de engancharte, de shenpa. No sólo vas a sentir dicha. El mensaje es que cuando esos sentimientos surgen, no se trata de ningún fracaso. Es la oportunidad que tienes de cultivar maitri, una amistad incondicional hacia tu perfecto e imperfecto ser.

La bodhichitta relativa también incluye el despertar de la compasión. Uno de los significados de la compasión es “sufrir con,” estar dispuesto a sufrir con los demás. Esto significa que en el grado en el que puedas trabajar con la totalidad de tu ser – tus prejuicios, tus sentimientos de fracaso, tu autocompasión, tu depresión, tu rabia, tus adicciones, más te vas a conectar con otras personas desde esa totalidad. Y será una relación entre iguales. Serás capaz de sentir el dolor de otra gente como el tuyo propio. Y serás capaz de sentir tu propio dolor y saber que está siendo compartido por millones.

La bodhichitta absoluta, también conocida como shunyata, es la dimensión abierta de nuestro ser, el corazón y la mente completamente abiertos. Sin etiquetas de “tú” y “yo,” “enemigo” y “amigo,” la bodhichitta absoluta siempre está aquí. Cultivar la bodhichitta absoluta significa tener una relación no-conceptual con el mundo, sin prejuicios; es tener una relación directa, sin editar con la realidad.

Ese es el valor de la práctica de la meditación sentada. Te entrenas para volver al momento presente sin adornos, una y otra vez. Cualquier pensamiento que surge en tu mente, lo tratas con ecuanimidad y aprendes a dejar que se disuelva. No hay ningún rechazo hacia los pensamientos y emociones que afloran; más bien, nos damos cuenta que los pensamientos y las emociones no son tan sólidas como creíamos que eran.

Se requiere de valentía para entrenarse en la amistad incondicional, se requiere de valentía para entrenar ese “sufrir con,” se requiere de valentía para quedarse con el dolor cuando surge y no huir o levantar barreras. Se requiere de valentía para no morder el anzuelo y dejarse arrastrar. Pero conforme lo hacemos, la realización de la bodhichitta absoluta, la experiencia de qué tan abierta y sin restricciones realmente es nuestra mente, comienza a abrirse paso en nosotros. Como resultado de sentirnos más cómodos tanto con las altas como con las bajas de nuestra vida ordinaria, esta realización se hace más fuerte.

Comenzamos echándole un vistazo más de cerca a nuestra previsible tendencia de engancharnos, de separarnos de nosotros mismos, de encerrarnos en nosotros mismos y levantar muros. A medida que entramos en intimidad con estas tendencias, se vuelven gradualmente más transparentes, y vemos que en realidad hay espacio, un espacio ilimitado, un espacio capaz de acoger. Esto no quiere decir que ahora la vida sea felicidad y comodidad permanente. Ese espacio incluye dolor.

Aún podemos seguir siendo traicionados, podemos seguir siendo odiados. Podemos seguir sintiéndonos confundidos y tristes. Lo que ya no haremos es morder el anzuelo. Lo agradable ocurre. Lo desagradable ocurre. Lo neutral ocurre. Lo que gradualmente aprendemos es a no dejar de estar plenamente presentes. Necesitamos entrenar en este nivel tan básico debido al sufrimiento generalizado que hay en el mundo. Si no nos entrenamos centímetro a centímetro, un momento a la vez, en superar nuestro miedo al dolor, entonces estaremos demasiado limitados en cuanto a nuestra capacidad de ayudar. Estaremos limitados para ayudarnos a nosotros mismos, y limitados para ayudar a todos los demás. Así que comencemos con nosotros mismos, justo donde estamos, aquí y ahora.

(Extractado de “Practicing Peace in Times of War», Pema Chodron)

Del desconcierto, el miedo y la espiral de silencio.

Aturdidos y desconcertados solemos ser presa fácil del fulgor de la contradicción y sus derivados. En el afán de contar y ser con el otro, al habitar nuestra ineludible naturaleza social y casi con unción religiosa omitimos, pasamos por alto y evitamos ver lo que se despliega groseramente frente a los ojos de nuestra conciencia. A veces nos embarga el deseo de atribuir lo que sucede a causas que no tienen que ver con nosotros, de las que somos ajenos y meros observadores.

Cual superados adalides del desapego espiritual andamos por la vida a distancia prudencial del compromiso emocional, somos capaces de amar a la humanidad pero desentendernos del sufrimiento del otro frente nuestras narices. Con una actitud lindante con la irresponsabilidad vemos lo injusto y desmesuradamente abusivo como si lloviera. Pero quienes se encuentran transitando la sumisión del no poder, íntimamente saben del desamparo y el aturdimiento en el que se sobrevive.

Es difícil sustraerse a la gravedad que involucra la voluntad de ignorar y desentenderse frente al dolor del otro cuando es, básicamente, una extensión del propio. Es cuestión de tiempo y circunstancias para que una escena de la vida no nos tenga por protagonistas con papeles cambiados.

No son pocas las veces que nos invade lo paradojal e inescrutable de existir y la necesidad de lidiar con nuestros miedos más hondos. Pero vivir el ideal solo en el espacio de «nuestras cabezas» solo nos vuelve esperpentos espirituales, seres humanos degradados a la irrealidad del «castillo de cristal» que nos ampara en el espanto al mundo.

Buscamos amor casi con desesperación y en esa carrera solemos temer a opinar diferente por miedo a ser segregados, a la amenaza sutil del aislamiento social que nos desvincularía de aquello que sentimos como protección. Así el silencio se vuelve una opción que oculta y disimula el miedo pero no lo resuelve. Y en la carencia espiritual y la angustia emocional de no saber qué hacer, nos volvernos serviles, nos entretenemos y nos pasa la vida a la espera de un tiempo mejor que «alguien» nos tiene que proveer.

“Correr en el pelotón constituye un estado de relativa felicidad; pero si no es posible, porque no se quiere compartir públicamente una convicción aceptada aparentemente de modo universal, al menos se puede permanecer en silencio como segunda mejor opción, para seguir siendo tolerado por los demás”. (Noelle-Neumann)

De reacciones e interpretaciones.

La paz interior necesita de práctica para que un estado de conciencia sereno y equilibrado en la quietud se mantenga firme ante cualquier circunstancia. Si practicamos estar enojados reaccionaremos bajo ese patrón ante la primera situación de tensión. Porque en la naturaleza de la mente no está la docilidad, su flujo natural es emotivo.

Meditar ayuda a crear paz en la mente pero también es necesario estar atentos a la autoindagación que nos permita ver las respuestas nacidas en reacciones emocionales para poner distancia y observar su origen. Hay que desear cambiar y motivarse diariamente para no caer en el autoengaño o atraparse en argumentos que enmascaran y refuerzan las tendencias subconscientes.

Lleva tiempo aprender a distinguir el origen de una reacción descontrolada, las afirmaciones nacidas en la imaginación o las ideas producto de la interpretación Aunque sepamos que las cosas son como son, muchas veces las vemos a través de los velos de la mente conforme nos gustaría, suponemos que son o tememos que sean.

Hay una profunda enseñanza espiritual detrás de cada escena si aprendemos a capitalizarla. O la vida continuará siendo un lugar hostil si nos aferramos a la seguridad de nuestros hábitos y creencias.

Cierto tendero tenía un loro en su negocio que le gustaba hablar y hablar cuando había clientes. Pero un día, sin darse cuenta, el loro volcó una jarra de aceite y manchó el mostrador. Al ver el desastre, el tendero montó en cólera y le dio un golpe en la cabeza perdiendo en ello un buen número de plumas. El loro dejó de hablar. El tendero se culpó a sí mismo e hizo lo posible para que el animal volviera a parlotear pero no lo consiguió. Pero un día, un cliente calvo entró en la tienda y el loro al verlo comenzó a gritar: ¡Pelado, pelado…  también te golpearon en la cabeza! Derramaste una jarra de aceite, ¿verdad?

A menudo no vemos los hechos como son porque permitimos que nuestras experiencias nos condicionen y perturben la visión. La meditación es un método para superar condicionamientos psíquicos y apreciar las cosas como son, con pureza y sin adulterarlas con nuestros esquemas mentales.

De la sabiduría sin fronteras.

En algunos ambientes espirituales, es común escuchar la tendencia a considerar que lo sabio proviene de oriente y que en occidente al ser racionales, no podemos abordar con éxito las grandes verdades universales, como si para hacerlo, no fuera necesario razonar y discernir. Pero occidente ha producido enormes pensadores y científicos con un profundo amor por la verdad que nos han proporcionado saberes que nos rescataron de las creencias mágicas y fenoménicas como camino a evolucionar como seres humanos. Se trata de integrar ambos mundos, oriente y occidente así como el hemisferio derecho e izquierdo del cerebro a quienes se les atribuye la sensibilidad  y la razón por separado. La visión holística oriental y la visión analítica occidental pueden dar origen a la construcción de una conciencia integral donde lo espiritual y lo físico conformen un nuevo intento por explicarnos el sentido de la vida.

Existen desde la antigüedad creencias que se vuelven transformadoras  en las personas que las traducen en experiencias vitales. Lo que nos transforma y nos es útil para cambiar el comportamiento, la actitud y humanizarnos es la práctica cotidiana y la disciplinada que hace que metabolicemos las enseñanzas. Las creencias pueden arrobarnos y darnos seguridad pero son un arma de doble filo: Nos pueden ayudar si nos motivan e invitan a investigar, a indagar por más en nuestro propio beneficio. Pero si las aceptamos ciegamente, sin investigar ni cuestionar,  se vuelven modelos fosilizados de pensamiento y se transforman en un obstáculo muy grave y difícil de sortear para el crecimiento espiritual.

Hay que aplicar el discernimiento y entender con humildad que cuando penetramos en el campo de lo insondable es una necesidad imperiosa rendir el ego, someter nuestro intelecto y comprender que hay muchas cosas que no son entendibles. Podemos debatir y polemizar apoyándonos en diferentes teorías pero si esas teorías no se incorporan a nuestra vida, a nuestro metabolismo, no serán una inspiración ni revelarán la trascendencia espiritual de nuestra existencia.

A veces se usan conceptos y términos de las tradiciones de oriente  un poco a la ligera como maya o karma. Al abordarlos en forma superficial, en lugar de esclarecer hacen  sucumbir las estructuras básicas de la personalidad en una completa confusión y como consecuencia, la realidad se convierte en una Torre de Babel. El juego de diletantes, de hablar por hablar sin fundamento basándose en la experiencia personal que no es más que producto de la imaginación, no ayuda sino genera una fantasía delirante que no nos hace mejores personas. Y para colmo de males, nos detiene psicológicamente en una maraña de ideas inconexas que dividen y separan. Divagar porque sí y de cualquier manera no es el camino. Porque nos guste o no, es un hecho real que existe lo conocido, lo desconocido y lo incognoscible (el intelecto ordinario y el pequeño ego no tienen cómo abordarlo). Frente a esta realidad tenemos que rendirnos con humildad y compasión por nuestra pequeñez  y aceptar que nuestro cerebro por mucho que evolucione, no puede desvelar el misterio. Y no hay atajos para elevar la conciencia y captar la unidad y el sentido último de todas las cosas.

Lo importante no es lo que creemos sino lo que hacemos y en qué medida usamos esta vida, la presente, para crecer, desarrollarnos y desplegar nuestros talentos y dones. Es muy importante ceñirse a un método y no descontextualizar sus enseñanzas para obtener  ayuda y no enloquecer en las diversas filosofías, conceptos metafísicos o las distintas técnicas de autorrealización. El método es un recurso y el camino en sentido amplio es una balsa que nos cruza desde la orilla de la dependencia  hacia la orilla de la libertad interior.