Secretos de la Naturaleza

«Reposa tu corazón en la quietud y descubre la vida en sus propios términos.» (Alice White)
Reposando más allá de lo visible, en la naturaleza late un sentido profundo de dirección para nuestras grandes preguntas y una guía para tomar decisiones que sugiere que nada es pequeño. No importan las circunstancias, la naturaleza siempre está renovándose y revela como un espejo nuestros propios ciclos de expansión y contracción. En la aparente quietud vibra la expansión de la abundancia aún cuando pareciera que los obstáculos son insuperables.
Somos parte de un impulso natural hacia el cambio unificado que contiene su propio ritmo y variaciones individuales. Todo lo que se desarrolla frente a nuestra mirada no es otra cosa que un reflejo en el espejo misterioso de la vida que nos desafía a crecer.
Cuando captamos esta verdad esencial los juicios extremos desaparecen y brota una necesidad de intimar con la belleza del momento en que las cosas suceden.
En los ojos de la naturaleza todo es aceptación y movimiento. Al impregnarnos de su experiencia se activa nuestra propia esencia y abrazamos hasta nuestras partes menos queridas aprendiendo a valernos de lo que funciona y a liberarnos de lo que nos bloquea. Reconocer este diseño natural y adoptar la gracia de su movimiento hacia el equilibrio es fuente de bienestar y satisfacción existencial. Es entonces que los extremos opuestos comienzan a ser solo una referencia al considerar nuestras valoraciones.
La vida está siempre explorando sus mejores opciones para corregir, compensar y crecer. La innovación y la singularidad son la regla que marca sus movimientos y adaptaciones. La unidad de la trama es fruto de su determinación en honrar la diversidad. Y cada momento, una oportunidad para contemplar el ritmo en que la gran obra se desarrolla.

En los Confines del Punto

«Lo que es eterno es circular y lo circular es eterno.» (Aristóteles)
Lo que experimentamos en un momento dado está siempre afectado por el enfoque con que interpretamos los eventos. La información sensorial que recibimos busca casi de inmediato contrastar y clasificar para asociarse a alguna de nuestras memorias. Los pequeños juicios cotidianos se solidifican con el tiempo en capas que influyen la percepción de la realidad. Cuando a través de nuestras creencias acariciamos el sutil tejido de la vida, la misma responde con su resonancia adaptativa.
Es interesante advertir el modo en que los sueños utilizan los recuerdos y los reorganizan en el tiempo modificando la secuencia y descartando capas de forma parecida al modo en que los ciclos de la naturaleza encuentran su equilibrio circular. Los mismos procesos naturales que nos dotaron de mecanismos de supervivencia para protegernos diseñaron una manera de disolverlos a través del proceso de soñar. En el sueño, la vida nos vuelve a conectar con su infinito tejido de posibilidades.
La naturaleza nos guía hacia el cambio y ante cualquier resistencia de nuestra parte que intente ver como estático lo dinámico nos lleva de regreso al principio. Es un cambio profundo que transforma nuestras percepciones el apreciar la naturaleza intangible de la vida y comprender que el espacio y el tiempo son conceptos relativos entretejidos en la gran red.
Cuando cambiamos la manera en que clasificamos la vida, cambia la forma en que la vida se siente en nosotros. Aunque parezca un algo, la vida es más un verbo que un sustantivo, siempre en constante movimiento, sin principio ni fin. En el vacío fértil, la imaginación encuentra espacio para volar sin límites.
Es una buena práctica darse el tiempo para detenerse por un momento, respirar profundo y sentir la conexión con todo lo que nos rodea. Todos los caminos conducen al centro de nuestro propio corazón, un punto. En él, el círculo de la vida se recrea.

Del Otro Lado del Espejo

En el umbral de la percepción podemos captar el misterio mientras la vida enciende la maravilla. (Alice White)

Un momento es solo un momento pero se convierte en singular a través de su experiencia. Algunos de ellos son especiales y brotan del flujo del tiempo como un ofrecimiento singular a nuestra presencia. El momento significativo no necesita de preámbulos, es la más pura espontaneidad recreándose en los matices. Lo reconozco porque siento que la vida es la vida de todos, no la mía y la de mis interpretaciones. A veces el momento simplemente me absorbe y me lleva al mundo de lo sutil. La vida ofrece de todo y todo el tiempo pero solo tomamos lo que reconocemos. Quizá nuestro máximo límite sea el apego a lo que creemos ser. Ese que construyó paredes sin piedad ni vergüenza de sí mismo. Ese que nos deja sin esperanza y aislados.

Vivimos en un mundo lleno de maravillas en estado de latencia hasta que las percibimos. La mayor parte de ellas están envueltas en un misterio que nos fascina, quizá por la dificultad para comprender lo que observamos. Sin embargo, el miedo a lo desconocido mantiene a gran parte de la humanidad actuando como si supiera y nos enreda en conflictos que causan dolor y lastiman.
Puedo entender el deseo de saber. Lo que me cuesta es la arrogancia de pretender haber descifrado el misterio. Tanto que el error se pretende resolver con otro error. La historia ha demostrado una y otra vez que las personas más peligrosas son aquellas que están seguras de poseer la verdad y que solo están a gusto con las que están de acuerdo con ellas. Ese es un camino que elijo no transitar, se ha vuelto viejo y sin sentido para mí.
Prefiero estar aquí, habitando la incertidumbre, asombrándome en el misterio de lo desconocido y lo extraño. Abierta a la posibilidad de conocer en la plenitud de mi atención. Fascinada en la belleza del mundo natural y viviendo en la serenidad del corazón de la vida, donde siempre hay un lugar para uno más.

Yacaré Negro
Yacaré Negro, habitante de los Esteros del Iberá, Corrientes, Argentina.

Quizá lo más grandioso de nuestra pequeñez sea la dignidad que reside en la intimidad del corazón sereno, esa que nos inspira confianza en la forma que toma cada nuevo día. Es una alegre humildad la que invita a agudizar la escucha e intercambiar ideas considerando que nuestra mirada es siempre parcial, incompleta y quizá errónea. A veces nos desconectamos del ritmo sagrado y pretendemos que se adapte a nuestros deseos. Pero cada ser encarna una perspectiva diferencial de conexión absoluta con su entorno y todos los demás. Y es tan fascinante como aterrador.

Frecuentemente, la soledad y belleza de la naturaleza es un bálsamo sabio que alivia con delicadeza y libera la mente de los prejuicios. La paradoja es que en el corazón de esa soledad nos sentimos íntimamente conectados con el mundo.

En cada momento que paso en la naturaleza siento una invitación a contemplar la experiencia como un evento que no se repetirá. Percibir la fugacidad del instante en que todo sucede me brinda siempre la posibilidad de pensar con delicadeza acerca de lo que doy por descontado y de percatarme de mis limitaciones. Siempre recibo alguna enseñanza que me induce a explorar con humildad la importancia relativa de mi realidad e incorporar la sutileza del cambio como una fragancia cotidiana. La gratitud me invade cuando reconozco la marca indeleble que lo vivido dejó en mi corazón.

«No sé darte otro consejo, camina hacia ti mismo y examina las profundidades en las que se origina tu vida.» (Rainer Maria Rilke)

Ahondar en la realidad y alcanzar su esencia necesitan de la mano de la incredulidad y el escepticismo para desdibujar las certezas. Es un proceso natural al que debemos entregarnos con confianza si deseamos experimentar en forma directa. Valiente es quien no se parapeta en su interioridad ignorando o apartando el temor sino quien permite que tanto la belleza como el horror lo toquen. Nuestra propia precariedad nos pone de cara al desconcierto, la duda y la ambigüedad frente a un mundo siempre cambiante que nos excede en infinidad de aspectos. El valor genera un espacio para reconocer e integrar el miedo que solemos querer evitar. La más profunda aceptación emerge de la verdad de nuestra experiencia.

 

El Contacto con el Corazón de la Realidad

«Renuncia a todos los otros mundos, excepto al que perteneces.» (David Whyte)

La experiencia de vida que cada uno piensa y siente está determinada por un conjunto de creencias que condicionan las interpretaciones que hacemos de los eventos. Atendemos a la situación que nos rodea desde la perspectiva de los deseos,  que son modelados por los recuerdos y expectativas. No somos realmente conscientes de cómo asignamos valor a las cosas y la forma en que ciertos miedos específicos crean el marco a nuestro enfoque personal. Puede suceder que en algún momento nos demos cuenta que identificarnos con nuestro enfoque es una trampa y es entonces el instante propicio para relajar sus límites y probar qué sucede si no tratamos de manipular la realidad de acuerdo a nuestras preferencias. A veces abrirse al mundo no es otra cosa que permanecer serenos y cultivar la soledad. Otras es ofrecer nuestro corazón en paz a fin de no alimentar el círculo de violencia en que tantas veces nos vemos involucrados. Cuando toda esa energía invertida en mantener nuestro enfoque personal se libera la experiencia cobra otra dimensión. La más preciosa experiencia espiritual es la cotidiana, la que nos conecta a la imperturbable fuente de la vida, ese fondo absoluto en que la vida se vive a sí misma.

Un sentimiento pleno de reconciliación nace en la aceptación de las cosas tal como son, sin conformarse ni rechazar lo que se presenta. El amor verdadero brota en la más completa gratuidad de la unidad.

 

Intemperie

Aún cuando huyamos saltando de una fantasía a otra o nos refugiemos en esos lugares en que nadie nos cuestiona. Aún cuando nos perdamos en esos caminos que creemos seguros pero conducen a ninguna parte. Aún poniéndole nombre a las certezas y viviendo como un logro ver el revés al derecho, en algún momento enfrentamos la decepción de esa ficción. Porque nos creemos a salvo mientras hacemos nuestras opciones, pero inexorablemente llega el día en que todo el orden se derrumba y nos sentamos a revisar las fotos viejas de nuestra vida.

Es que a veces la vida se vuelve una habitación sin ventanas, una penumbra donde falta el aire, como si el sol se hubiera apagado. La mirada se siente vacía, no encuentra referencias y las palabras parecen incapaces de pronunciar algunos nombres, como si hubieran caído en un olvido imprescindible. Acudir a la naturaleza siempre ayuda a recuperarse. Fijar la mirada en la superficie del río ejerce un poder hipnótico que desdibuja los límites, induce a afinar y confiar en los sentidos, escuchar el rumor y avanzar a tientas. Cierta dosis de coraje brota de ese entorno ajeno a los sinsabores humanos que se mueve en la dimensión del silencio, sin opiniones guardadas ni puntos de vista defendidos. Y luego de un rato, con algo de viento a favor, es posible que las cosas recobren su nombre.

De fragilidades y fortalezas

En nuestra mente está la posibilidad de borrar el horizonte o expandirlo. En nuestras manos están las pequeñas acciones que le dan sentido a lo finito. 

Tomarse a uno mismo con menos seriedad es tarea impostergable. Las identificaciones que nos hacen sentir seguros son al mismo tiempo nuestro límite. Somos una representación titubeante que sólo se mantiene viva a través del hábito y el relato que nos contamos. Pero no es fácil darse cuenta que vulnerabilidad no es debilidad sino la posibilidad de sentir con intensidad, de intimar con nuestra esencia y tocar la belleza del mundo en su fragilidad. Cuanto más aferrados a nuestras ideas y creencias más nos golpearán los avatares de la vida. ¿Tiene sentido perdernos de tanto para ganar tan poco?

A veces requiere de cuantiosa lucidez no agobiar una escena con nuestras inefables interpretaciones. Es que la experiencia directa viene a nosotros sin necesidad de nuestra manipulación. Y resulta evidente que no espera nada de nosotros aún cuando nos invita a ser parte. Es casi un acto de generosidad salir de la estrechez mental que se concentra en lo que quiere ver y retroceder algunos pasos para adoptar una perspectiva más amplia. Observar el panorama general le da forma a la posibilidad y crea opciones.

Naturalizamos una forma de contacto con las situaciones cotidianas que busca el resultado utilitario. Sin darnos cuenta convertimos el «estado de espera» en una estructura mental con la que afrontamos las circunstancias. Un modelo mental que condiciona, que genera confusión y nos impide saborear la riqueza de la vida. Proponerse estar en «contacto continuo» con la realidad es una forma de cultivar la atención, de estar plenamente conscientes sin esperar de ella con expectativas personalizadas. Esto nos conecta con los acontecimientos desde un fondo esencial que es creativo y frontal. Entonces la participación se vuelve directa, constante, generosa y la resultante es mera consecuencia.

Apertura es tolerancia amplia, sin prejuicios, libre de rechazo o apego. Estos días resulta imprescindible cultivar una conciencia de apertura para discernir y no dejarse arrastrar por opiniones viscerales, interesadas o directamente mezquinas que disfrazadas de justas no hacen más que alimentar el odio y la violencia buscando su propio negocio. Apertura es una actitud que admite el error y escucha para corregir. Apertura es una condición que ofrece ayuda y propone opciones. ¿Se puede crear paz alimentando la furia? Es que a veces resulta urgente frenar y trascender nuestras preferencias para serenar el ánimo y vincularnos con los demás en una dimensión más profunda.

¿Cuál es la diferencia entre los buenos y los malos? Que los buenos somos siempre nosotros. ¿Ellos? Ellos siempre son los malos y resulta irremediable rechazarlos. Nada más efectivo para ratificarse como bueno que confinar el mal a una distancia prudente a fin de neutralizarlo. Nada alivia más que estar del lado de los buenos, de esos que tienen la valentía de identificar al mal encarnado en otros y eliminar el espacio de lo discutible. Con el mal no se conversa, se lo somete. De ambigüedades nada, incoherentes son ellos y a nosotros nos sobran argumentos… ¡Cómo tranquiliza ubicar al mal en algún lado fuera de nosotros mismos!

¿Qué relación hay entre lo bello y lo bueno? ¿Puede la belleza tener que ver con la moral? ¿Lo bello siempre es una invocación ética a hacer el bien? ¿Qué pasa cuando una propuesta estética es una genialidad que exalta el mal? ¿Te incomoda? ¿Deja de ser bella? ¿Nunca quisiste que el coyote se comiera crudo al correcaminos? ¿Seguro que no?

Algo interesante siempre surge de cuestionar creencias, de confrontar certezas que se dan por descontadas, de analizar naturalizaciones que no son otra cosa que construcciones orientadas a un fin. Después de todo, ¿ser es natural o un arte en construcción?

¡Qué tema es el perdón y el resentimiento acumulado que lo impide! A veces confundimos perdonar con olvidar el daño o creer que implica aprobar una conducta errada. Sin embargo, perdonar no exime de responsabilidad ni modifica un comportamiento que causó dolor sino elimina obstáculos en nuestro propio corazón y nos libera del control destructivo que las heridas abiertas ejercen sobre nosotros. Evaluar si es justo perdonar nos aleja de la posibilidad de deshacernos del desprecio que contrae nuestro corazón al vivir en el resentimiento. No deberíamos depender de cambios o reconocimientos ajenos para sanar nuestros sentimientos. Perdonar remite a nuestro mundo interno, es tarea de uno. ¿A qué conduce obstinarse en el enojo? ¿No será que nos identificamos con la herida y normalizamos el papel de víctima? ¿No será que tememos no saber quiénes somos si perdonamos y nos liberamos de la pena? ¿No será que deberíamos asumir lo que somos con aceptación humana dejando de depositar culpas por lo que no somos fuera de nosotros?
En fin… nada especial, las cosas son como son. La fragilidad de la vida muestra lo importante. Y siempre depende de nosotros qué miramos y qué hacemos con lo que vemos.

Estos días son ideales para abrirse a zonas inexploradas, reconciliarse con el tiempo improductivo, poner en juego las paradojas… Un tiempo para ahondar en el desierto de lo real, en la riqueza ilimitada del vacío fecundo. Un tiempo para elaborar sobre nuestras interpretaciones y construcciones de sentido para trascender las aparentes dicotomías que tanto tranquilizan. Un tiempo para abrazar la mística de la verdad y su carácter esquivo sin devaluarla con relativismos simplistas. Porque la mentira esconde una finalidad, no es porque sí; y hasta el autoengaño más elaborado que justifica lo incorrecto es insostenible para quien recupera el contacto con su interioridad.

Con la madurez, porque los años no son garantía, fructifica la observación reflexiva y viene en compañía de ciertas verificaciones significativas. Que la realidad humana es ambigua, fluctuante y compleja es una de ellas. Es notable como deja de tener sentido un mundo en que el bien, el mal, la verdad o la falsedad están tan claramente delimitados que no hay espacio para matices. Uno ve como se aleja el mundo de las certezas infantiles y las seguridades tan necesarias en otro tiempo. Uno siente la necesidad de andar por cuenta propia y descansar en el propio discernimiento aún al precio de no ser comprendido o aceptado. Es una necesidad que crece al amparo del autorrespeto, que busca alumbrar conclusiones en base a la experiencia directa y entendimiento de primera mano.  Es sorprendente cómo las diferencias dejan de ser obstáculo en las relaciones interpersonales. Es que la única divergencia real pasa por el nivel de conciencia y el único obstáculo para armonizar es el egoísmo.

Casi inadvertidamente, buscamos nuestro reflejo en la trampa de cualquier pantalla. Pero nuestra imagen real solo es reflejada por un espejo que nuestros hábitos extraviaron: el de la contemplación, el de los horizontes, el de la mirada profunda. Es el espejo que no refleja tu rostro ni tu silueta pero sí tu esencia: el del mundo natural.

De la observación de la incertidumbre.

«Pues si las cosas tienen por vocación divina encontrar un sentido, una estructura donde fundarlo, también tienen por nostalgia diabólica, perderse en las apariencias, en la seducción de la imagen.» (Jean Baudrillard)

De la expansión a la contracción, de la intensidad al desvanecimiento. Los ciclos se repiten y dan forma al gran ciclo que todo lo contiene. Todas esas sensaciones tan intensas de las que quisiéramos escapar o aferrarnos dependiendo de tu tono, así como surgen en un momento para persistir, declinan para desaparecer. La forma de hacer las paces con lo que sucede es aceptar que todo tiene un principio y un final. Parece sencillo, pero nuestros dolores nos recuerdan nuestros apegos menos advertidos.

Vivir conscientes de nuestra finitud e incorporar la muerte como parte de la vida implica contemplar la incertidumbre como un principio. La muerte no nos arrebata nada, es simplemente el final de un ciclo. Es profundamente liberador pensar en el tiempo en sentido amplio, considerando intensidades y no sólo su paso. Si nos detenemos a observar nuestro mundo interno comprobaremos que tan atemporal en términos cronológicos es el ser espiritual. Observar la muerte resignifica y revitaliza, nos abre a la posibilidad de disfrutar en plenitud el milagro de estar vivos.

«Uno de los grandes regalos de la práctica contemplativa es que al calmar la mente y suavizar el corazón, vemos el misterio que nos rodea. Meditar, de alguna manera, es ser capaz de detenerse y escuchar la música de la vida con un sentido de reverencia, conexión y asombro.» (Jack Kornfield)

Vivir en la incertidumbre consciente es una actitud. No es resignarse, conformarse ni estar a la deriva. Es un estado de serena confianza en la aventura de vivir. Algo así como dejarse caer a un vacío sabio, un ofrecerse y entregarse a la vida que vivo y me vive. Es el abrazo voluntario a una verdad que nos contiene en su propio seno.

La naturaleza, a través de su entramado lleno de símbolos, nos invita a acariciar el misterio y vislumbrar el milagro. Al observar, explorar con ansias y reconocer a través de los sentidos el singular equilibrio en que todo se mueve, es posible contemplar la gracia en que la armonía se deja ver. Al volver a uno mismo, se percibe con facilidad la real dimensión espiritual de la vida.

El mundo natural ofrece una sorprendente combinación de poder y sutileza, el extremo de la fuerza en la tormenta y la gentil invitación de la brisa en la mañana. La vida se abre paso con persistencia y optimismo. Todo parece latir en una dulce espera acompasada. Observar el equilibrio que hay en su esencia remite a un lugar dentro de uno mismo. Imposible sentirse solo al intimar con este entorno. Es un privilegio tener la oportunidad de estar aquí, en este universo sensorial. Es que a veces, eso que supo permanecer inexplicable parece llamarnos.

El estado de presencia es ante todo una experiencia sentida que impregna los sentidos. La belleza en lo bello deja de ser un afuera para transformarse en una chispa que enciende una luz interior difícil de traducir en palabras. (Alice White)

Disfruto visitar las reservas ecológicas de la zona donde vivo. Temprano en la mañana hay garantía de intimidad y puedo sentir una especial conexión con ese entorno de verdes y troncos que se abren paso hacia el cielo. Las ramas más delgadas se mueven al compás del viento dando ejemplo de adaptación. Los árboles parecen observarlo todo desde su quietud. Nunca estoy sola cuando camino a través de los senderos, siento que soy reconocida y abrazada por algo grande que es consciente de mi presencia. Creo que nos agradamos mutuamente.

 

Investigaciones sobre la realidad

Cotidianamente somos estimulados a vivir desde afuera de nosotros mismos por un modelo social que presiona a ir más rápido y a no detenerse en casi nada. La vida transcurre entre la inmediatez y la superficialidad, apagados a la posibilidad de descubrir la intensidad de ir más lento. Saborear el milagro cotidiano requiere serenidad. ¿Cómo podría desvelarse si somos incapaces de contemplarlo desde una interioridad sin prisas?
«Pues si las cosas tienen por vocación divina encontrar un sentido,
una estructura donde fundarlo, también tienen por nostalgia diabólica,
perderse en las apariencias, en la seducción de la imagen.» (Jean Baudrillard)
El estado de presencia es ante todo una experiencia sentida en la hondura del corazón que impregna los sentidos. La belleza en lo bello deja de ser un afuera para transformarse en una chispa que enciende una luz interior difícil de traducir en palabras. Es que a veces, lo que sabe mantenerse incomprensible parece llamarnos.
Lo sublime y lo cotidiano se entrelazan a través de la belleza. Su sola presencia estimula la comprensión intelectual e ilumina el corazón. Captar el hilo invisible aporta esa alegría serena que es más un brote que adquisición. Se suele hablar de la fe como asociada a una creencia, pero cada mañana confirmo que no hay apuesta más empecinada a la vida que cada amanecer. Más allá de mis ideas sobre las mañanas, son pura potencialidad que expresa confianza en el devenir.
A veces es bueno inclinarse ante el abismo, ese misterio que la vida nos regala en lo natural, eso que pasando no cesa en su continuo llegar e irse. Entonces el abismo se vuelve cercano, tanto que renunciamos a todo intento por comprenderlo.
No hay una mañana igual a otra. La naturaleza nos lo recuerda cuando ofrece el paisaje de cada día como algo único. Por un momento, la síntesis: Antes, después y ahora se mecen juntos en su propia desmesura. Un silencio diáfano que es todo para quien aprende a escucharse. Con tanta belleza vibrando a nuestro alrededor me pregunto si seremos capaces de reinventar una forma de convivir en esta tierra sin extinguir el planeta. Una interrogación que no admite el pesimismo extremo o el optimismo simplón en la respuesta sostenida en lo sabido o en lo negado. Pero si la esperanza que en el matiz encontremos la forma.
Nuestro pensamiento sobre la realidad está sutilmente velado por múltiples factores. La realidad está muy lejos de poder ser acotada por un puñado de ideas de las que podamos disponer. El pensar implica poder llevar adelante una labor crítica que nos anime a cuestionar la solidez y consistencia de esas ideas. Pensar es caer en la cuenta que en todo lo que decimos saber hay una interpretación cuya fortaleza intrínseca necesita ser revisada una y otra vez.
Pero es cierto, las preguntas pueden perturbar más de lo tolerable puesto que la duda puede ser verdaderamente inquietante. Tanto o más que la certeza incuestionable de un saber. Es que a veces, el miedo a tener que volver al llano del no saber es un horror que domina. El dogma suele descansar en ese miedo a lo incierto, a lo imponderable, a eso que es justamente, la materia esencial de la vida.
«Si nos dejamos caer en el abismo indicado, no caemos en el vacío. Caemos hacia lo alto. Su altitud abre una profundidad.» (Martin Heidegger)
Todo decae en el tiempo, nada es eterno en su configuración inicial. La reconfiguración del sistema sucede frente a nuestros ojos, lo veamos o no. De tanto espejarnos en similares pensamientos, en afinidades que nos hacen sentir a gusto, perdemos de vista ese mundo mucho más grande que nuestro punto de vista.
Resulta imprescindible distinguir la discontinuidad que se deja entrever en la continuidad. Es la interdependencia de saberes, de lucideces y claridades, lo que nos refleja en un genuino nosotros. El propio conocimiento aislado no enriquece a la totalidad sino a través de la convergencia de matices que conforman una riqueza significativamente más abierta y vitalizada.
«Quien piensa lo más hondo, ama lo más vivo» (Hölderlin)
Me gustan las citas, son como mojones en el camino. No para detenerse sino para orientarse y continuar andando. Porque caminar no es avanzar en línea recta sino en torno a nuestros límites para poder cercarlos y entregarse vibrantemente en cada acontecer.

Un texto tiene riqueza cuando es portador de algo que es punto de partida y no de llegada. Las palabras tienen vida si provocan que te digas algo, si te animan a recrearlas en tu propio mundo interno. En esta época de adhesiones y rechazos veloces a lo que el otro dice, celebro el decir abierto que es estímulo. Un decir logrado es aquel que invita al pensamiento a volar con alas propias.
Después de todo, ¿es el mundo una cosa hecha o un hacerse con nuestra participación?

Meditaciones de oportunidad: La mujer con alma de corcho.

Ella suele usar las caminatas como espacio de introspección, pero desarrolló el hábito de usar cualquier excusa para impulsar el despliegue de la reflexión atenta. Como consecuencia natural, no pierde oportunidad de vincular y encontrar relación a lo aparentemente disímil. Porque todo tiene relación con todo, suele argumentar.

Una tarde abril fue a un entretenido encuentro en una vinoteca en las cercanías de su casa, donde un experto en líquidos espirituosos, disertaba con suficiencia sobre las bondades del corcho natural para embotellar. Mientras su relato tomaba vuelo, ella se perdió en la nobleza y pasión del corcho, en ese anhelo visceral de aire y cielo que lo impulsa a mantenerse a flote. Inclusive si lo hunden se las arregla para abrirse paso hacia la superficie, como un idealista a ultranza que jamás se rinde. Porque es así, cada uno oye lo qué necesita… Y como si hubiera estado en un taller filosófico, se volvió pensando en cultivar el alma de corcho como actitud vital.

Del reconocimiento y la recapitulación espiritual.

¿Podemos confiar en la primera intuición que nos sugiere una explicación? ¿Es intuición o prejuicio? ¿Qué es una respuesta sino un destino provisional que encontramos conforme a nuestra historia y experiencia vital? Resulta curioso cómo el asumir las distorsiones con que conectamos con los demás y el entorno se convierte en un síntoma de crecimiento espiritual. Desesperados por no dejar de ser alguien nos perdemos de ser. Paradojalmente y acorde a lo inexplicable de tantísimas cosas de este mundo, nuestra insignificancia se vuelve grandeza frente al reconocimiento de nuestras limitaciones.

¿Vemos el mundo o nuestra idea del mundo? Si no ponemos la suficiente dosis de atención y observación despojada desde lo más auténtico de uno mismo, es muy probable que solo veamos el mundo que nuestra mente nos permite ver. Las convenciones conceptuales le van dando forma a ciertos marcos interpretativos que luego naturalizamos. Sin un análisis contextual la comprensión se limita a nuestros rigores mentales. Nos identificamos irremediablemente con algo que casi sin advertirlo se convierte en nuestra jaula y a veces, muy convencidos, cerramos con alegría nosotros mismos la puerta.
Mal que nos pese, la realidad social es fruto de una época, no de algunos líderes que deciden por los demás sometiéndonos a su voluntad. Esos líderes surgen del seno del colectivo social. Sería pertinente preguntarse: ¿Cuál es mi responsabilidad para que como grupo humano nos hayamos convertido en eso que vemos? ¿Cuál es mi contribución personal para que las cosas sean como son?
Quizá la urgencia de este tiempo demande que las ideas más nobles sean encarnadas para convertirse en una realidad más amable para todos.

Antes de valorar negativamente a alguien por una opinión apasionada es conveniente considerar la posibilidad que no se de cuenta que está errado porque simplemente no puede verlo. La situaciones en que tan claramente podemos distinguir un error deberían remitirnos de inmediato a nosotros mismos: Los equivocados podemos ser nosotros y no ser conscientes de ello.
Por eso es tan importante la educación continua que fomente la reevaluación de las propias certezas, no conformarse con el propio juicio, rodearse de colaboradores con pensamiento propio, aceptar la divergencia como una fuente de enriquecimiento y crecimiento personal, vincularse a gente que piensa diferente y por sobre todo, no perder de vista el principio de Meta-Pareto: “Al menos el 80% de la población piensa que está entre el 20% más inteligente.”

¿Son todas las opiniones iguales? ¿Tienen todas el mismo peso relativo? Cada vez me siento menos capacitada para descartar una idea que en primera instancia se presenta como carente de sentido. Es que no pierdo de vista que ya cuento con la suficiente experiencia y trucos mentales como para ver una adaptación y no la realidad desnuda. Aún así, no me aparto de la sana dosis de escepticismo en la que inicio la formación de un juicio. Una opinión tiene que ser un fruto maduro producto de la reflexión, el argumento y la evidencia para tener entidad. Siempre hay matices. Caso contrario, la opinión se apoyará en el prejuicio y en factores emocionales distorsionantes.

¿Todo lo bueno siempre es cosa del pasado? Las valoraciones retrospectivas son poco confiables. Conviene no olvidar que la memoria es selectiva asociando máximos, intensidad y grado de satisfacción con muy poca objetividad. La experiencia real suele tener poco que ver con lo que la memoria proporciona acerca de los eventos.
Cada vez me resulta más evidente que la creación del pensamiento es un proceso que dista en mucho de la perfección, de modo que, entre otras cosas, cada vez me fascino menos con los relatos de grandeza de épocas pasadas.

Y llega un momento que es tiempo de ir más ligero de cargas, de balancear entre el necesario coraje para afrontar lo nuevo y el reconocimiento de los propios límites. De dejar de hacer cosas por obligación y de abandonar la identificación con algo o alguien que está lejos de nuestro corazón. Está más que claro que somos un proceso inacabado en cambio permanente y pretender que algo sea estático, incluyendo quiénes somos, no es más que una fuente de dolor que se agrega al dolor inevitable que la vida trae. Porque es útil poder mirarse en el espejo de la conciencia y no sentirse un fraude manoteando el maquillaje o buscando la nueva versión para seguir disimulando. Cuando uno finalmente se da cuenta, la integración de cada aspecto deseado y no deseado de lo que somos encuentra su lugar. Entonces nos reconciliamos con la vida que nos vive con toda su grandeza y nos volvemos menos severos con nuestras incoherencias.
Me siento agradecida a la meditación. Sin este recurso no podría haber reconocido los matices con que puedo ir modificando mi mirada liberándome del prejuicio.