Recortes de lo incierto y su vastedad

Nos recortamos sobre un horizonte que no es más que un fragmento idealizado mientras la vida acontece imperturbable. (Alice White)

El sol sale en su ahora y yo lo veo en mi aquí. Pero no sale para mí, lo hace ignorando la subjetividad de mi interpretación. La objetividad es brote que emerge al dejar de buscar el sentido que se adapte a mis propios paradigmas. Ese orden frágil cuya persistencia se mantiene ajena al absurdo. Una objetividad sin preexistencia que nace en la cara de mis preconceptos sabiondos para recordarme la belleza de la incertidumbre y su poder creativo. Hay una forma en que todo es y un hilo sutil el que parece guiarnos a través del cambio en que la vida despliega su trama. Los demás pueden preguntarse qué perseguimos cuando decidimos algo que no pueden justificar ni comprender. Es que ese hilo es individual, nos sostiene y no podemos soltarnos. Nada de lo que hagamos puede detener la dinámica en que el tiempo desenreda el ovillo que la vida preparó para cada uno.

La palabra «después» suele ser usada a discreción para quitar del presente lo que ponemos a una distancia segura. Postergamos en la cómoda ilusión de estar «en control» de la temporalidad, a resguardo de la ocurrencia del cambio. La trama de la vida está tejida de fugacidad y cualquier intento de negar lo efímero resulta fatal para la oportunidad que cada presente nos ofrece. Todo se desvanece, podemos huir pero no escaparnos. Y curiosamente, esta realidad es fuente de la prodigiosa abundancia del cambio y la transformación. Creación y destrucción, las dos caras de la misma moneda. El tremendo desafío, no apegarnos a lo que nos agrada.

A diferencia de los cambios externos que son bastante sencillos de distinguir, los cambios internos son más sutiles. Nuestras formas de ver, interpretar o percibir no son las mismas en el tiempo. Cuando pierdo el eje me resulta útil evocar la transitoriedad de todas las cosas, la dependencia y condicionalidad con que todo parece surgir y relacionarse. Me serena y me focaliza en lo que cuenta aceptando con todo lo que soy que las cosas son como son se adapten o no a mi lógica circunstancial. El volver a mis comprensiones más simples y contundentes me rescata del error que es fuente de tanta tristeza y aflicción.

La vida y la muerte son inseparables, van juntas en el camino momento a momento. Falsamente a veces pensamos que la muerte está al final de un largo camino, pero es solo una fantasía que alivia el miedo de tomar conciencia de la fragilidad en la que eso que somos se despliega. La naturaleza de esta vida es incierta aunque evitemos pensar en ello. Vivir en las dimensiones más profundas de lo que significa ser humano es una actitud por la que todos podemos optar y provoca un cambio radical en cómo nos relacionamos con nosotros mismos, los demás y el entorno. Nos hace íntimos. Llena de sabiduría, cada pequeña muerte cotidiana es una invitación a descubrir lo que realmente importa, a no postergar y a situarse con plena intensidad en cada momento. De algún modo, su compañía silente se convierte en un faro que nos orienta hacia la plenitud vital.

«El amor y la muerte son los mayores regalos que se nos dan; casi siempre los recibimos pero no los abrimos.» (Rainer Maria Rilke)

Intento estirar mi capacidad de conocer como una posibilidad de la conciencia. Me doy cuenta que cada vez que capto algo extraordinario de la realidad tiene que ver con cómo miro, en qué estoy poniendo atención y cuán serena me siento. Hay una experiencia plena y directa del misterio que se muestra como un eco en lo cotidiano. Captar lo extraordinario no requiere capacidades especiales ni una sensibilidad singular sino aprender a gestionar el conocer y flexibilizar nuestras certidumbres. Porque existe una forma de conocimiento que combina palabra y silencio como el arte de bajar el volumen de las urgencias del yo egocentrado y escuchar los susurros de la realidad que resuenan en la quietud. Porque la existencia en toda su hondura, está siempre mostrándose independientemente de nuestras proyecciones.

Los deseos tienen un lado luminoso que es impulso para la acción y uno oscuro que alimenta la ansiedad. De vez en cuando es útil tener una conversación honesta con nuestros deseos porque podemos descubrir algunas de las razones de esa sensación de incomodidad que tiene la tendencia a hacerse compañera fiel. ¿Para qué padecer de manera innecesaria? Es que entre los extremos de la renuncia a todo y el abuso sin medida existe la posibilidad de cultivar una relación saludable con lo que deseamos y no perdernos en «el bosque de la inquietud».  Es tarea de cada uno que un eventual estado mental negativo no le gane a las cualidades del corazón. Integrarnos en profundidad y convocar  a la bondad básica que habita en cada uno se vuelve vocación cuando estamos atentos a las sutilezas de la vida. Porque, ¿qué es el corazón sino ese espacio del ser humano donde convergen intelecto, emoción y espíritu?

La experiencia de nuestra naturaleza más profunda es un puente hacia la dimensión espiritual de la vida. Contemplar unifica al mismo tiempo que integra el pensar y el sentir de tal modo que deja de tener sentido referirse a ambos por separado. Cuando la fuente de la vida se vuelve experiencial, las palabras brotan casi por impulso en el afán de aproximar una descripción. Es entonces cuando busco en la austeridad unas pocas palabras para acercarme sin abundar en adjetivaciones.

Notar, maravillarse, relacionar lo observado… tantas preguntas que pueden habitarse y acompañarnos con su perfume. La comprensión nunca será tarea acabada. (Alice White)

De las expectativas y las humanas ansiedades.

A veces es muy útil meditar sobre un tema en particular para explorar hasta que punto estamos condicionados por lo que sentimos y la manera en que la respuesta que damos en el presente está influida por ello. Es el caso de la sutil sensación de expectación. Tenemos expectativa porque creemos que recibiremos algo que nos completará, que nos hará sentir plenos, algo que terminará con la incomodidad, con esa inquietud vital que nos acompaña sin invitación. Al anticiparnos al futuro a través de las expectativas perdemos la experiencia actual y viajamos con la imaginación a un futuro donde esperamos recibir «un algo» que satisfará aquello que deseamos intensamente. No advertimos que todo aquello que nos sea dado en el futuro también nos será arrebatado en algún momento, de modo que no puede ser fuente de paz y plenitud duradera. La presencia de expectativas en nuestra mente delata nuestras creencias sobre la existencia de algo por conseguir, que el bienestar es un objeto más que podemos adquirir. Pero la plenitud no tiene nada que ver con algo que no está presente en cierto momento y sí en otro. Es un estado completamente atemporal vinculado al hecho de estar presente.

Al vivir en la expectación sobre lo que vendrá en un futuro negamos justamente lo que estamos esperando.  Cuando adviertas su compañía sutil puedes preguntarte, ¿qué estoy esperando? Una respuesta honesta contendrá la descripción de algún objeto o estado de la mente. Recuérdate que cualquier cosa que llegue en algún momento también se irá, de modo que no puede ser fuente de paz duradera. Nuestra naturaleza esencial e inmutable yace en el origen de lo que somos y no en algo por venir.

No se trata de detener o modificar las expectativas sino de orientarnos a la comprensión de su naturaleza, aparición y forma. Descansar silenciosamente en esa comprensión nos aquieta. Necesitamos advertir los impulsos emocionales que nos dominan llevándonos hacia el futuro o el pasado como una forma de resistirnos a lo que está presente. No nos damos cuenta hasta el punto en que nos convertimos en la mismísima actividad de resistir. La resistencia se volvió casi una norma de tanto practicarla y la no aceptación que la acompaña condiciona lo que pensamos y sentimos de forma prerracional. Necesitamos evaluar nuestros impulsos.

La mecánica de la expectación queda expuesta en la contemplación silenciosa. Observarla y comprenderla es ver con discernimiento. La conciencia atenta distingue que, aquello que anhelamos profundamente, no tiene nada que ver con la ansiedad tan común que se renueva todo el tiempo con nuevos deseos. Cuando descansamos en esta comprensión las expectativas se deshacen con naturalidad, sin esfuerzo, no es algo que hacemos sino algo que sucede. Es entonces cuando podemos recobrar nuestra naturaleza esencial e inmutable y el estado de plenitud que la constituye.

 

De la magia de percibir la esencia.

La naturaleza dotó a la luz con la imaginación más refinada. Los colores son su lenguaje y con ellos juega para deleitarnos. Belleza diversa, precisa y siempre sorprendente que transforma lo que vemos casi inadvertidamente. La luz altera lo que toca y el color le pone pasión. Nuestra tímida luz interior reconoce la bendición de percibir la presencia que nos convierte en testigos. ¿Cómo sería el mundo sin color? La pregunta me causa escalofríos.
 
«El ojo le debe su existencia a la luz… que se baña y se recrea en la fiesta prodigiosa de la belleza y de la vida.» (Goethe)
Una buena vida es solo una colección de buenos rituales que le permitan a uno transitar el camino con serenidad y sentido, oliendo el perfume que trae cada mañana, sintiendo la vitalidad del rocío y recreando la voluntad de asombrarse. Solo es cuestión de encontrar un ritmo, hacerlo propio y apoyarse en él para conectar con el centro de la vida: La esencia.

La comprensión esencial nos llama a la presencia. Lo que es, se vuelve existente con nuestra atención. En el plano del pensamiento conceptual nos inventamos razones y argumentos que en realidad nos alejan de la esencia. La verdadera naturaleza de las cosas es una experiencia espiritual de claridad y comprensión que se despliega internamente. La conciencia simplemente ilumina silenciosamente el pensamiento, la percepción y pone orden al conocimiento relativo que ya tenemos.

Algunas buenas preguntas que cuestionen lo aparente desmantelan cualquier fachada y habilitan la vía de la presencia, la libertad y de lo que quizá sea la máxima experiencia espiritual: Reconocer la vida en su esplendor con todos sus matices y reconocerse en ese contexto.

/Well I knew
What I didn’t want to know
And I saw
Where I didn’t want to go
So I took the path less traveled on
And I’ll let my stories be whispered
When I’m gone… When I’m gone When I’m gone
When I’m gone

Well in this life you must find something to live for
Cause when the darkness comes a callin’
You’ll go back to where you were before
Cause this life is as
Fragile as a dream, and
Nothing’s ever really
As it seems… As it seems As it seems
As it seems
Well I lost my innocence when in I let him dive
But the way that he looked at me
Made me feel alive
And now I know
Nothin’ at all
But the release that comes when you’re
In mid fall… In mid fall  In mid fall
In mid fall

Cause in this life you must find something to live for
Cause when the darkness comes a callin’
You’ll go back to where you were before
Cause this life is as
Fragile as a dream, and
Nothing’s ever really
As it seems… As it seems


Bueno, yo supe 
Lo que no quería saber 
Y vi dónde no quería ir

Así que tomé el camino menos transitado  
Y voy a dejar que mis historias susurren 
Cuando me haya ido … Cuando me haya ido Cuando me haya ido… Cuando me haya ido 

Bueno, en esta vida hay que encontrar una razón para vivir 
Porque cuando la oscuridad hace una llamada
Vas a volver a donde estabas antes 
Porque esta vida es tan 
Frágil como un sueño, y 
Nada es realmente 
como parece … Según parece…Según parece… Según parece 

Bueno, yo perdí mi inocencia, cuando  lo dejé entrar 
Pero la forma en que me miró 
Me hizo sentir viva 
Y ahora sé 
Nada en absoluto 
Salvo  la liberación que viene cuando estás 
A mediados de otoño… A mediados de otoño… A mediados de otoño…A mediados de otoño 

Porque , en esta vida hay que encontrar una razón para vivir 
Porque cuando la oscuridad hace una llamada
Vas a volver a donde estabas antes 
Porque esta vida es tan 
Frágil como un sueño, y 
Nada es realmente 
como parece … 
Según parece 

De la soledad y la delicadeza del descubrimiento.

Soledad es una palabra que se destaca por sí misma con su austera belleza. Se puede sentir como una invitación a la profundidad pero también como un inminente peligro. Puede sonar hasta extraña cuando imaginamos el mundo ineludible que la acompaña.

Probablemente, el primer paso para estar en soledad sea admitir el miedo que sentimos al pensar lo que somos. Si pasar tiempo solos puede ser una decisión difícil, vivir la soledad interna que genera el silencio puede ser atemorizante. Sucede que nos encontramos con la intimidad de la contemplación de lo desconocido, el dolor, la locura, la falta de amor. Para encontrarnos con nosotros mismos debemos admitir que nos asusta.

Cuando habitamos nuestros cuerpos en soledad sentimos diferente a cuando estamos con otros. Vivimos la pregunta en lugar de la urgencia del mensaje.

Aún así, la soledad no necesita un desierto, un amplio océano ni una montaña tranquila para darnos su mensaje. En compañía de otros y aún en las circunstancias más íntimas de un cuarto o alrededor de una pequeña mesa en la cocina podemos sentir la singularidad de la existencia humana al mismo tiempo que experimentamos la unión profunda con quienes nos rodean. La intensidad de la soledad puede inclusive convertirla en la medida del vínculo.

Pasar un tiempo solos nos hace permeables para escuchar pacientemente los relatos forzados y las interpretaciones de sus causas. Pero la soledad nos pide para florecer, hacernos amigos del silencio, cultivar ese vínculo que nos vuelve abiertos y comprensivos. La soledad nos desnuda exhibiendo con crudeza toda nuestra vulnerabilidad con la simpleza del miedo. Cuando la soledad florece nos volvemos autocompasivos y encontramos nuestro propio camino a través del espejo silencioso.

La soledad puede no estar de moda en este tiempo e inclusive ser vista como un índice de falta de integración social o de aprecio por los demás. Enorme es el error de creer que el entretenimiento social es cultivar las relaciones puesto que solo se mantendrán en el límite de la superficialidad. Una superficialidad confortable para nuestro miedo de intimidad.

«Luego de haber cortado todos los brazos que se tendían hacia mí; luego de haber tapiado todas las ventanas y puertas; luego de haber inundado con agua envenenada los fosos; luego de haber edificado mi casa en la roca de un No inaccesible a los halagos y al miedo; luego de haberme cortado la lengua y luego de haberla devorado; luego de haber arrojado puñados de silencio y monosílabos de desprecio a mis amores; luego de haber olvidado mi nombre y el nombre de mi lugar natal y el nombre de mi estirpe; luego de haberme juzgado y haberme sentenciado a perpetua espera ya soledad perpetua, oí contra las piedras de mi calabozo de silogismos la embestida húmeda, tierna, insistente, de la primavera.» (Octavio Paz)

De los refugios, sus engaños y la verdad que libera.

Visto en perspectiva, sorprende como a lo largo de la vida buscamos refugio en algo. En los primeros tiempos nuestra madre, si algo iba mal, corríamos hacia ella ya que parecía tener todas las soluciones. Luego nos dimos cuenta que quizá no podía resolver todas nuestras inquietudes y acudimos a los amigos que fuimos encontrando por ahí. Más tarde, al hacernos mayores fuimos por otros refugios: el poder, en particular a través del dinero, pensamos que podría darnos alivio al sufrimiento, seguridad y felicidad. Las drogas socialmente aceptadas como el alcohol y los ansiolíticos, quizá fueron el complemento en esa necesidad de alivio y protección. Para otras personas quizá el sexo o la comida o una combinación de todas ellas. Pero con el tiempo nos damos cuenta que nada de eso resuelve la angustia que provoca la incertidumbre de estar vivo, que son solo soluciones parciales brindando un bienestar temporal.

Con la ayuda del silencio, la observación y la experiencia descubrí una respuesta que me aporta coherencia al día a día: Una conciencia pura, libre de error y que posea todas las virtudes es el verdadero refugio. Se puede confiar por completo en ella y tiene solución para todo. La convertí en mi religión y trabajo cada día para alimentar su sabiduría original y sanar la manera en que pienso.

La espiritualidad es una necesidad humana con la que, si ponemos atención, conectaremos naturalmente atrayendo a nuestra vida un conjunto de recursos para afrontar lo inevitable desde nuestro ser esencial.  Es en la hondura del significado de nacer, enfermar, envejecer y morir que uno llega a entender la naturaleza inevitablemente transitoria, trágica e impersonal de la existencia humana y sentir alivio. No es negando lo que sentimos ni reprimiendo lo que deseamos que vamos a cambiar hacia algo mejor. La lógica del deseo se desvanece y la ansiedad, el miedo y la resistencia se van disipando a medida que realizamos esta comprensión en toda la amplitud de sus términos.

La verdad proveniente de nuestra verdadera naturaleza nos libera. Pero no es suficiente con captarla sino que hay que cultivar las virtudes imprescindibles para comprender sus implicancias y tener el coraje de cambiar de rumbo.

«Un león recién nacido se quedó rezagado y se perdió, pero un grupo de ovejas se cruzó en su camino y lo adoptó como un miembro más de su rebaño. El animal creció convencido de que era una oveja, aunque, por más que tratara de berrear como tal, solo lograba emitir débiles y extraños rugidos; por más que se alimentara de hierba, cada vez que veía a otros animales sentía el deseo de devorar su carne. Por ello, a diferencia del resto de ovejas, que pastaban plácidamente, el felino solía estar angustiado y triste.
Los años pasaron y el animal se convirtió en un león fuerte y corpulento. Una mañana, mientras el rebaño descansaba a orillas de un lago, apareció un león adulto y todas las ovejas huyeron despavoridas. Lo mismo hizo el león que creía ser una oveja y enseguida quedó a merced del león adulto. Nada más verlo, el león cazador no pudo evitar su sorpresa al reconocer a uno de los suyos. Y sorprendido, le preguntó: «¿Qué haces tú aquí?». Y el otro, aterrorizado, le contestó: «Por favor, ten piedad de mí, no me comas, te lo suplico, solo soy una simple oveja». «¿Una oveja? Pero ¿qué dices?». El león adulto arrastró a su camarada a orillas del lago y le dijo: «¡Mira!». El león que creía ser una oveja miró, y por primera vez en toda su vida se vio a sí mismo tal como era. Sus ojos se empaparon en lágrimas y soltó un poderoso rugido. Acababa de comprender quién era verdaderamente. Y nunca más volvió a sentirse triste.»

De la meditación, sus recursos y la conciencia.

La vida es un gran río en rápido movimiento y todo su curso está sujeto a la fuerza de su poder. Nuestro condicionamiento a hacer en lugar de ser es implacable: Sobrevivir y autolimitarnos. Esto nos conduce a sufrir en muchos niveles. La práctica de la meditación es una oportunidad para actuar de forma revolucionaria y radical, para ir contra la corriente de nuestro condicionamiento con el fin de aliviar el sufrimiento, ser compasivos y cultivar el verdadero bienestar.

Meditar significa parar y tomar conciencia de nuestro estado interno, conectar con la bondad y la compasión profunda para dar nacimiento a un espacio de conciencia donde hablar y actuar se desarrolla con amabilidad y consideración por uno mismo y los demás seres.

La meditación cultiva el espacio entre el estímulo y la respuesta para desarrollarnos en nuestra verdadera libertad, un espacio abierto donde podemos ser testigos de los condicionamientos que afectan nuestro juicio y capacidad para adaptarnos a las situaciones con dignidad y autorrespeto. Al darnos cuenta, la primera respuesta es no causar daño a los demás ni a nosotros mismos.

Probablemente la felicidad sea una búsqueda equivocada y vivir con bienestar existencial se trate de estar completamente vivos en el presente, con aceptación y sin resistencias de ningún tipo. Cultivar el coraje y la perseverancia para aprender a convivir con la incomodidad de la incertidumbre, el dolor o la pérdida y confiar en que la impermanencia tiene su propia lógica.

Si cada uno de nosotros nos hiciéramos cargo de lo que pensamos, hablamos y actuamos, el impacto en la comunidad que integramos sería ilimitado. El mundo estaría impregnado de compasión, bondad y complementación para crear juntos en lugar de unos contra otros para superarnos en competencias y reconocimiento. Creo en un mundo donde podamos expresar nuestra individualidad honrando y respetando nuestras diferencias y enriqueciéndonos espiritualmente en la diversidad.

La mejor manera de influir sobre los demás es modelar la propia conciencia con amor y libertad para expresarlo a través de nuestro comportamiento. Si creemos que el camino espiritual es fácil y rápido de implementar como seguir un método o las instrucciones de un manual, no vamos a estar preparados para el trabajo real y la transformación genuina. Todo lo que es falso en nosotros, las barreras y defensas emocionales que ya no son útiles y las creencias limitantes deben caer y dejar de ser el filtro con el que transitamos la vida para fluir en el constante cambio que la inunda. Los verdaderos tesoros ocultos son los que se pueden descubrir sólo a través del compromiso sostenido con el cambio.

No hay una fórmula ganadora ni una talla única para el proceso, el camino es misterioso, complejo y totalmente individual. Sin sermones acerca de teorías de lo correcto y mucho más experimentando una forma diferente de estar con y para los demás desde el centro de uno mismo. Estar juntos de esta manera es posible: Presentes, abiertos, atentos, cálidos y disponibles.

Puedo dar fe que el viaje interior nutre y crea satisfacción por sí mismo con una sensación cotidiana de riqueza y plenitud.

Del respeto, la sabiduría espiritual y el simulacro.

Profundizar en la comprensión al explorar el camino espiritual implica valerse de perspectivas y enfoques diferentes con la genuina intención de complementarse y adentrarse en las interioridades del sentido auténtico. No deberíamos aferrarnos a un solo conocimiento como la verdad última porque es una irrealidad, nadie la tiene por completo.

Cuando somos respetuosos no alimentamos fantasías, no caemos en los excesos ni tropezamos con el olvido y la desconsideración de los demás. La mente se mantiene serena y la conciencia disponible para ser el guía de nuestras acciones, del modo en que nos relacionamos con el mundo. Cultivarse es trabajarse hacia adentro y conocerse para construir orden interno. Ese orden respeta la singularidad de cada uno abrazando la unidad y abandonando los estereotipos que dividen, segregan, etiquetan y califican. El cultivo de la virtud proviene del desarrollo de la conciencia. A medida que el ser humano se abre, su conciencia se amplía para abarcar cada vez más las complejidades de la vida, de sus organizaciones y los principios de la naturaleza.

Con el tiempo uno aprende a valorar la incertidumbre en su sabiduría inherente y a tener fe en que más allá de lo aparente o de lo ingenuo asoma lo esencial y verdadero. Curiosamente el discernimiento lúcido y la claridad emergen frecuentemente a partir de la desilusión, de la distinción de aquello que no es verdad. Es probable que la mayor de las verdades sea que no hay nada completamente conocido y que todo acaba desvaneciéndose.

«La mala noticia es que estamos cayendo y no hay nada de qué agarrarse ni tenemos paracaídas. La buena noticia es que tampoco hay suelo.» (Chögyam Trungpa)

Hay un margen entre el puro ateísmo y el puro teísmo, una franja intermedia que es fascinante y misteriosa, un escepticismo higiénico que es práctico y lleno de vitalidad. El concepto de Dios como algo necesario o la divinidad donde todo se apoya está desprovisto de magia cuando se lo analiza como el fundamento de todas las cosas. El pensamiento convencional puede tropezar con sus propios límites en su búsqueda de sentido (incluyendo eso que nombramos como experiencia) y el ego discriminador que todo lo sabe encontrar la razón en la sinrazón que justifica lo injustificable atribuyéndolo a la magia.

El desafío es comprenderse a sí mismo, que muy sinceramente y fuera de toda duda, es una de las aventuras más formidables que podamos plantearnos. Pero, a pesar de notables avances que podamos ir haciendo, solo con humildad podremos admitir nuestros propios límites para explicarnos con palabras la totalidad de la experiencia humana.

Un encuentro de personajes espiritualizados:

Y dijo El Tábano Alberto (conocido en ciertos ámbitos como Sri Alka Seltzer) mientras intentaba tragar una galleta de mijo: Una cosa es desapego y otra es la desidentificación neurótica de la vida. No hay ninguna claridad espiritual en aprender a calmar la mente y ver que los pensamientos van y vienen para terminar cobijándose en nuevas guaridas que solo son renovados mecanismos de defensa para no confrontar el dolor psíquico. Tratar de poner fin a la confusión y el sufrimiento a través de la túnica blanca de las verdades espirituales puede ser un astuto recurso egoico para no exponernos a la vulnerabilidad que acompañan las relaciones humanas reales. 

¡Claro! saltó enseguida Ofelia Guillotina mientras le acercaba un licuado de espirulina. Escuchar al otro es empatizar con su decir, interesarse y no meramente silenciar el ruido de las palabras propias para que resuene el ruido de las palabras de ese otro en un simulacro de «te escucho». Eso es espiritualidad de primer piso, orientada a los grandes números pero desarraigada de la experiencia humana.

Mientras tanto, Lady Pureza, pestañando azorada sin entender de qué hablaban ni para qué, seguía redactando bendiciones para las almas.

(La imagen es de Arief Siswandhono)

De las expectativas, los miedos y la vulnerabilidad.

Aprender a convivir con lo que no podemos cambiar es una forma de liberación. Darnos permiso para sentir miedo y prescindir de él para salir al encuentro de la combinación ganadora que conduzca a decidir con amor a lo que crece. Los acontecimientos de la vida forjan la travesía de existir, nos enseñan a convivir con los misterios, con lo inexplicable, disolviendo los fantasmas y la desesperanza.  Las puertas se abren sin necesidad de empujarlas cuando aceptamos nuestras expectativas y decepciones como parte del proceso que es la vida. No somos perfectos y más bien somos vulnerables por distintos flancos sin que signifique que somos defectuosos. Transformarse es conquistarse además de conocerse, es aprender a contenernos para integrar nuestras partes menos lúcidas, es desvelar la esencia de la verdad y que somos huérfanos en su búsqueda.

Con o sin nuestro consentimiento la vida nos muestra lo necesario aún cuando no encaje con nuestras ilusiones y no sepamos distinguirlo. No en vano la búsqueda de la verdad es un viaje hacia las interioridades de la conciencia para desentrañar las respuestas a las preguntas eternas,  para comprobar que no se crece en comprensión hasta observar las situaciones sin juzgarlas ni atarse a ellas, sin desear que sean diferentes ni temer a sus consecuencias. Pero, ¿cuánta verdad somos capaces de soportar? Aceptar que nuestras experiencias vitales transcurren en ciclos, en etapas caracterizadas por esa curva en forma de campana donde las cosas ascienden, se estabilizan y declinan para extinguirse. Qué todo cambia y todo acaba. ¿Es qué hay algo con sentido ahí afuera? Porque la vida no siempre es justa, la gente no siempre es amorosa o leal y no hay puerto seguro más allá de nuestro refugio interno, más allá del cobijo de nuestro espacio emocional privado construido con ladrillos de amor por lo que somos sin depender de nada ni de la aprobación de nadie.

¿Qué es todo esto que llamamos realidad? Es un hecho que algunas cosas suceden de acuerdo a nuestros planes y otras en contra o a pesar de ellos. Paradojalmente, lo que aceptamos sin condiciones nos fortalece para aceptar lo inmodificable que demanda de nuestra aceptación sin rechazos ni resistencias. Cuando aceptamos que no tenemos el control, sentimos una sensación de libertad.  La vida no siempre es justa e inevitablemente en algunos momentos sentiremos dolor y podemos sufrir. Crecer y madurar consiste un poco en aceptarlo. Dirigirnos hacia aquello que más desearíamos evitar hace que nuestras barreras y corazas se vuelvan permeables. Si concebimos la vida como un sistema podremos observar cómo todo converge hacia su propio equilibrio con aparente arbitrariedad, distinguir el patrón que tiende al encuentro coherente que cohesiona más allá de las creencias e ideologías. Y donde la lógica personal ve disyuntivas que afligen hasta el hastío.

El corazón no puede romperse, porque su misma naturaleza es abierta y blanda. Lo que se rompe cuando vemos las cosas tal y como son, es el caparazón protector de la identidad del yo que hemos construido alrededor nuestro con el fin de evitar os sentimientos de dolor. Cuando el corazón sale de caparazón, nos sentimos crudos y vulnerables. Sin embargo, ése es también el comienzo de los sentimientos reales de compasión hacia nosotros mismos y los demás. (John Welwood)

De la verdad primordial y las creencias

Tenemos una tendencia arraigada a rechazar, racionalizar, ignorar e incluso negar toda aquella verdad evidente que cuestione nuestras creencias fundacionales. Solemos vivirlo como una amenaza que desestabiliza el equilibrio (o desequilibrio admitido) con que nos relacionamos con el mundo. Aceptar una perspectiva diferente sobre las verdades primordiales que nos dan soporte puede resultar intolerable, tanto así que caemos de cabeza en el territorio de la disonancia cognitiva. Para reducir la tensión que nos provoca la contradicción causada por la disonancia solemos acudir a argumentos irracionales o mecanismos de negación buscando alivio aunque sea temporario.

Pero no es posible darse cuenta de la propia inconsciencia desde la propia perspectiva. Se vuelve un imposible ser consciente de no estar consciente. Cada perspectiva es única para quien la crea, es su propio filtro aunque esa experiencia no cambia las verdades primordiales, solo las desconoce. Al decir de Henry David Thoreau «No importa lo que miras, sino lo que ves».

Nuestras creencias bloquean la vida que viene hacia nosotros desde todas las direcciones e invierten el sentido. Un momento cualquiera se transforma en un momento cumbre cuando logramos ver la verdad de algo claramente por primera vez. Aquellos que practicamos alguna forma de introspección, autoobservación o indagación logramos conectar, de tanto en tanto, con esta claridad que brinda respuestas.

Pero en última instancia, ¿estamos conscientemente dispuestos a conectar con la verdad o con aquello que reafirme nuestro sistema de creencias? «Lo obvio es lo que nunca se ve, hasta que alguien lo expresa con sencillez.» (Khalil Gibran)

Pero, ¿quién escucha los pensamientos que crea la mente? ¿quién es el pensador? Es el ser espiritual el que percibe el pensamiento, solo se trata de despertarse a esa verdad que permite distinguir al ser auténtico.

Vivir conscientes es una decisión y una necesidad para cambiarnos a nosotros mismos. Solo el aprendizaje y la comprensión de la verdad produce verdaderos cambios internos y es el camino para cambiar la realidad que nos circunda. Hará la diferencia entre vivir al borde de la vida dando vueltas alrededor de lo incomprensible o involucrado en el cambio a través del tiempo que salta de presente en presente. Ya no se tratará de correr tras el horizonte sino estarás parado sobre él porque hay una verdad autoevidente, aquello que es.

La verdad es indiscutible; la malicia puede atacarla, la ignorancia puede burlarse de ella, pero al final, allí está. (Winston Churchill)

La naturaleza está ocupada creando individuos absolutamente únicos mientras que la cultura inventó un molde único al que todos tienen que adaptarse. Es un grotesco. (Krishnamurti)

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