Del Otro Lado del Espejo

En el umbral de la percepción podemos captar el misterio mientras la vida enciende la maravilla. (Alice White)

Un momento es solo un momento pero se convierte en singular a través de su experiencia. Algunos de ellos son especiales y brotan del flujo del tiempo como un ofrecimiento singular a nuestra presencia. El momento significativo no necesita de preámbulos, es la más pura espontaneidad recreándose en los matices. Lo reconozco porque siento que la vida es la vida de todos, no la mía y la de mis interpretaciones. A veces el momento simplemente me absorbe y me lleva al mundo de lo sutil. La vida ofrece de todo y todo el tiempo pero solo tomamos lo que reconocemos. Quizá nuestro máximo límite sea el apego a lo que creemos ser. Ese que construyó paredes sin piedad ni vergüenza de sí mismo. Ese que nos deja sin esperanza y aislados.

Vivimos en un mundo lleno de maravillas en estado de latencia hasta que las percibimos. La mayor parte de ellas están envueltas en un misterio que nos fascina, quizá por la dificultad para comprender lo que observamos. Sin embargo, el miedo a lo desconocido mantiene a gran parte de la humanidad actuando como si supiera y nos enreda en conflictos que causan dolor y lastiman.
Puedo entender el deseo de saber. Lo que me cuesta es la arrogancia de pretender haber descifrado el misterio. Tanto que el error se pretende resolver con otro error. La historia ha demostrado una y otra vez que las personas más peligrosas son aquellas que están seguras de poseer la verdad y que solo están a gusto con las que están de acuerdo con ellas. Ese es un camino que elijo no transitar, se ha vuelto viejo y sin sentido para mí.
Prefiero estar aquí, habitando la incertidumbre, asombrándome en el misterio de lo desconocido y lo extraño. Abierta a la posibilidad de conocer en la plenitud de mi atención. Fascinada en la belleza del mundo natural y viviendo en la serenidad del corazón de la vida, donde siempre hay un lugar para uno más.

Yacaré Negro
Yacaré Negro, habitante de los Esteros del Iberá, Corrientes, Argentina.

Quizá lo más grandioso de nuestra pequeñez sea la dignidad que reside en la intimidad del corazón sereno, esa que nos inspira confianza en la forma que toma cada nuevo día. Es una alegre humildad la que invita a agudizar la escucha e intercambiar ideas considerando que nuestra mirada es siempre parcial, incompleta y quizá errónea. A veces nos desconectamos del ritmo sagrado y pretendemos que se adapte a nuestros deseos. Pero cada ser encarna una perspectiva diferencial de conexión absoluta con su entorno y todos los demás. Y es tan fascinante como aterrador.

Frecuentemente, la soledad y belleza de la naturaleza es un bálsamo sabio que alivia con delicadeza y libera la mente de los prejuicios. La paradoja es que en el corazón de esa soledad nos sentimos íntimamente conectados con el mundo.

En cada momento que paso en la naturaleza siento una invitación a contemplar la experiencia como un evento que no se repetirá. Percibir la fugacidad del instante en que todo sucede me brinda siempre la posibilidad de pensar con delicadeza acerca de lo que doy por descontado y de percatarme de mis limitaciones. Siempre recibo alguna enseñanza que me induce a explorar con humildad la importancia relativa de mi realidad e incorporar la sutileza del cambio como una fragancia cotidiana. La gratitud me invade cuando reconozco la marca indeleble que lo vivido dejó en mi corazón.

«No sé darte otro consejo, camina hacia ti mismo y examina las profundidades en las que se origina tu vida.» (Rainer Maria Rilke)

Ahondar en la realidad y alcanzar su esencia necesitan de la mano de la incredulidad y el escepticismo para desdibujar las certezas. Es un proceso natural al que debemos entregarnos con confianza si deseamos experimentar en forma directa. Valiente es quien no se parapeta en su interioridad ignorando o apartando el temor sino quien permite que tanto la belleza como el horror lo toquen. Nuestra propia precariedad nos pone de cara al desconcierto, la duda y la ambigüedad frente a un mundo siempre cambiante que nos excede en infinidad de aspectos. El valor genera un espacio para reconocer e integrar el miedo que solemos querer evitar. La más profunda aceptación emerge de la verdad de nuestra experiencia.

 

Meditaciones de oportunidad: El caso de la mujer mareada.

La sala de espera del sector de emergencias de un hospital es el lugar perfecto para experimentar la importancia que tiene nuestra individualidad. Toda nuestra mismidad y dignidad cuidadosamente edificada en el tiempo cae rendida frente a la evidencia de nuestra invisibilidad. Ese yo tan preciado se convierte en una ficción gramatical, en un número en un listado de desolados impacientes condenados al rol de pacientes.
Todas las teorías sobre la dignidad y nuestra condición de únicos e irrepetibles se caen a pedazos frente a la evidencia de nuestro anonimato. Y ese mundo propio erigido prolijamente sobre las ideas que nos hacemos de cómo deben ser las cosas se vuelve anécdota. Jodida realidad la que nos pone de cara a nuestra insignificancia.

(Alice White)

De los riesgos de la pertenencia y la vulnerabilidad

Algunas comunidades religiosas suelen usar el concepto de «familia espiritual» como si se tratara de un halo luminoso y benévolo para crear pertenencia. Esta clase de pertenencia suele verse acompañada solapadamente por la despersonalización y la pérdida del valor de la individualidad, creando con ello dependencia emocional y adormeciendo la capacidad para tomar decisiones. Generalmente, la realidad de estas organizaciones deja ver que son cerradas, carentes de pluralismo y lentamente van dándole forma a una nueva identidad a los miembros a través de la pertenencia. No solo construyen identidad sino que constituyen y organizan el pensamiento: Lo que es correcto sentir, la vida interior y las necesidades del alma.
Es un proceso sutil que con el tiempo es fuente de decepción y sufrimiento. Si bien este tipo de «colectivos sociales» aparentan en primera instancia ofrecer protección y aportar sentido, es al precio de la libertad individual y el desarrollo de la espiritualidad inherente de cada uno como ser humano.
Todo aquello de lo que el ego se apropia, se pervierte. Y cuanto más elevado sea el objeto de apropiación, más alto es el riesgo de provocar daño. Así sucede con todos los espacios de poder y su expresión más perniciosa se deja ver cuando al poder se le atribuye un origen divino. Ese supuesto origen lo vuelve incuestionable y es causa de abuso por parte de quienes detentan jerarquía y sumisión de los creyentes en el campo de las religiones.
Hace a la dignidad humana cultivar el poder de discernir puesto que todos somos vulnerables y tenemos necesidades emocionales que demandan atención. Debemos asumir la responsabilidad  de comprender que el camino perfecto no existe y que la vida está sembrada de situaciones difíciles que debemos atravesar. Si no ponemos atención no es difícil caer en las redes de falsos profetas sostenidos por su propio ego espiritualizado o sectas religiosas disfrazadas de comunidades espirituales.
Las religiones deben estar al servicio de las personas y no al revés. Es un derecho no negociable vivir nuestra espiritualidad con total libertad sin ponerla en manos de nadie, sin condicionarla a nada sino compartirla a través de lazos fraternos que nos acerquen en nuestras humanas vulnerabilidades.

«La vulnerabilidad no es una debilidad o una condición pasajera de la que podemos prescindir sino una corriente subyacente, que como una marea, siempre está presente acompañando el viaje de la vida. El intento de ser invulnerables es el vano intento  de llegar a ser  algo  que  no  somos y cerrarnos  a la aceptación del dolor  que   podemos sentir. Somos ciudadanos de  la  pérdida  y solo tenemos la opción de habitar con integridad   esa  sensación o actuar como quejosos   y  temerosos negadores de una angustia que nos  deja siempre  en el umbral.» (Alice White)

Cuando vengas, no te olvides la vida,
mantenida caliente entre tus brazos.
No seas espectador que a retazos
la desparrama por la avenida.

Tráela tal cual es, vida vivida:
doblegada por el viento y de zarpazos
arañada; tiesa también con lazos
de paz, de amor, de júbilo prendida.

Ven sin maquillarte. Porta la duda,
el desencanto, el grito de protesta.
Vístete de todo aquello que hoy se lleva.

Pero llegue vuestra alma bien desnuda,
con hambre de banquete, ansia de fiesta,
de par en par abierta a la vida nueva.

(Jorge Blajot)

Del ser real y la doma del ego.

Cuando se trata de nosotros mismos, todo lo que podemos hacer es aprender a tratarnos compasivamente, abrazar las opciones que nos dejamos abiertas y fertilizar la posibilidad de lo bueno con la apertura nacida en la aceptación. A veces aquello que parece el problema es la bendición que nos conduce hacia un lugar de esperanza. Necesitamos aprender a amar el ser real que somos y dejar de lado el ideal de la perfección que no hace más que bloquearnos a nuestras potencialidades. ¿Cuál es el sentido de utilizar viejas heridas para edificar nuevos sufrimientos que las reafirman?

«Si quieres volverte sabio, primero debes escuchar a los perros salvajes que ladran en tu sótano.» (Nietzsche)

¿Conoces a alguien que haya muerto feliz por una vida en la seguridad de su pequeño mundo egoísta? Si la respuesta es no, ¿para qué insistimos en buscar seguridad en donde no la hay? ¿por qué dejamos que el miedo decida por nosotros haciendo de la estrechez mental un hábito? ¿por qué pretendemos hacer permanente lo que es claramente impermanente? ¿cuál es el sentido de vivir una vida examinada minuciosamente para ganar siempre sin espacio para la imaginación?
Vivir desde el corazón es hacerlo con pasión y rendidos activamente a nuestra vulnerabilidad. Y no es una fantasía romántica. Hay momentos en que ser imprudentes es una necesidad aún a riesgo del error o de poner en evidencia lo poco que sabemos. Todos tenemos un lado oscuro que necesita ser iluminado e integrado cuidadosamente o viviremos en su cono de sombra. Nadie muere orgulloso por la vida egoísta que ha llevado.

«La única opción que tenemos a medida que maduramos es la forma que habitamos nuestra vulnerabilidad. La manera en que nos hacemos más grandes, valientes y compasivos a través de la intimidad con nuestra desaparición.» (David Whyte)

De la soledad y la delicadeza del descubrimiento.

Soledad es una palabra que se destaca por sí misma con su austera belleza. Se puede sentir como una invitación a la profundidad pero también como un inminente peligro. Puede sonar hasta extraña cuando imaginamos el mundo ineludible que la acompaña.

Probablemente, el primer paso para estar en soledad sea admitir el miedo que sentimos al pensar lo que somos. Si pasar tiempo solos puede ser una decisión difícil, vivir la soledad interna que genera el silencio puede ser atemorizante. Sucede que nos encontramos con la intimidad de la contemplación de lo desconocido, el dolor, la locura, la falta de amor. Para encontrarnos con nosotros mismos debemos admitir que nos asusta.

Cuando habitamos nuestros cuerpos en soledad sentimos diferente a cuando estamos con otros. Vivimos la pregunta en lugar de la urgencia del mensaje.

Aún así, la soledad no necesita un desierto, un amplio océano ni una montaña tranquila para darnos su mensaje. En compañía de otros y aún en las circunstancias más íntimas de un cuarto o alrededor de una pequeña mesa en la cocina podemos sentir la singularidad de la existencia humana al mismo tiempo que experimentamos la unión profunda con quienes nos rodean. La intensidad de la soledad puede inclusive convertirla en la medida del vínculo.

Pasar un tiempo solos nos hace permeables para escuchar pacientemente los relatos forzados y las interpretaciones de sus causas. Pero la soledad nos pide para florecer, hacernos amigos del silencio, cultivar ese vínculo que nos vuelve abiertos y comprensivos. La soledad nos desnuda exhibiendo con crudeza toda nuestra vulnerabilidad con la simpleza del miedo. Cuando la soledad florece nos volvemos autocompasivos y encontramos nuestro propio camino a través del espejo silencioso.

La soledad puede no estar de moda en este tiempo e inclusive ser vista como un índice de falta de integración social o de aprecio por los demás. Enorme es el error de creer que el entretenimiento social es cultivar las relaciones puesto que solo se mantendrán en el límite de la superficialidad. Una superficialidad confortable para nuestro miedo de intimidad.

«Luego de haber cortado todos los brazos que se tendían hacia mí; luego de haber tapiado todas las ventanas y puertas; luego de haber inundado con agua envenenada los fosos; luego de haber edificado mi casa en la roca de un No inaccesible a los halagos y al miedo; luego de haberme cortado la lengua y luego de haberla devorado; luego de haber arrojado puñados de silencio y monosílabos de desprecio a mis amores; luego de haber olvidado mi nombre y el nombre de mi lugar natal y el nombre de mi estirpe; luego de haberme juzgado y haberme sentenciado a perpetua espera ya soledad perpetua, oí contra las piedras de mi calabozo de silogismos la embestida húmeda, tierna, insistente, de la primavera.» (Octavio Paz)

Del corazón de la duda y su mensaje.

La duda nos mantiene flexibles, curiosos, preparados para el asombro, abiertos a la posibilidad de lo diferente. Y nos protege de uno de los más grandes y dolorosos errores: La arrogancia. Incluso la confusión nos humaniza y nos reencuentra con lo sagrado que habita en la paradoja. Porque honrar los miedos no implica aferrarnos a ellos, ni reconocer y aceptar la tristeza regodearnos en ella.

No se trata de dudar como método sino de dejarse llevar por la emoción en una exploración consciente, lúcida, llena de vitalidad. El corazón de la experiencia de dudar y ser amables con nuestras sensaciones alberga la plenitud del misterio, cobija nuestra vulnerabilidad, nos amiga con el enigma y nos conecta con la humildad y la integridad. Sin negar nada, la magnificencia de la vida asoma en el horizonte sin estridencias, casi ordinariamente natural. Toda forma de fundamentalismo colapsa frente a las verdades que no comprendemos pero aceptamos desde nuestra pequeñez sin resistencias. No somos más que nadie ni menos que nada siendo quienes somos, parte de un algo misterioso, inasequible, que tiene su propio tiempo y ritmo para mostrarse. Aún cuando la duda suele desconcertarnos.

Podemos ver en cada amanecer como la vida es con su pacífico transcurrir, cada día se abre paso así como cada cambio de estación para dar su mensaje. Interpretamos como podemos, decodificamos a los tumbos, pero el mensaje sigue imperturbable.
Confío en el mensaje que trae la incomodidad de la duda. La reivindico como un acto de militancia por la verdad.

Cuando sientas dolor, tristeza o angustia,
Cuando la ira o el miedo vengan a visitarte,
Cuando la duda o la frustración se muevan en ti,
Cuando la amargura aparezca de la nada,
No te apresures a eliminar esos sentimientos.
No saltes a conclusiones,
o pretendas que no estás en donde estás.

Hazles una pequeña reverencia.
Reconoce su presencia.
Regálales un espacio para respirar.

Nada de eso es un enemigo, ni un error.
No se trata de castigos.
No son signos de tu fracaso.
No son tu ‘culpa’.

No te compares con los demás.
Confía en este momento. Presta atención a tus visitantes.

Son movimientos de energía,
niños pequeños,
anhelando recibir una caricia con amor.

No están en contra de la vida,
sólo son partes de ella,
deseando ser vistas, incluidas, acogidas
en la inmensidad del momento.

Porque ya estás cansado de huir, ¿no es así?
y cansado de fingir que estás perfecto,
y cansado de perseguir estados de dicha,
y cansado de toda esta búsqueda,
y deseas descansar,
y darle la bienvenida
a lo que nunca pudiste evitar.

Cuando sientas dolor, tristeza o angustia,
Cuando la ira o el miedo vengan a visitarte,
Cuando la duda o la frustración se muevan en ti,
Cuando la amargura aparezca de la nada,

¡C e l é b r a l o !

(Jeff Foster)

Del beneficio de cada cosa y la búsqueda.

La vida tiene sus formas personalizadas para enseñarnos lo que necesitamos saber. Son formas diferentes para cada uno porque son vividas e interpretadas por cada uno de acuerdo a sus posibilidades y necesidades. En el proceso de cobrar conciencia y encontrar sentido a veces buscamos en lugares que ni siquiera sabíamos que eran lugares. Pero es así como podemos «hacer la experiencia» que nos permite corroborar que hay beneficio en todo lo que sucede.

Si nos negamos a la posibilidad de experimentar lo nuevo, solo queda revolver las ideas que ya tenemos sobre las cosas o quedarnos en lo que ya se transformó en la superficie de nuestra conciencia y no nos puede decir más. Es en la frontera que linda con lo desconocido, en el borde de la conciencia donde podemos captar lo nuevo que viene a nosotros con algo por decir.

El compromiso espiritual con la búsqueda demanda estar disponibles y abiertos a todas las opciones sin abrazar una opción con el fanatismo de haber encontrado la verdad porque inevitablemente se producirá el cierre a toda chance de captar el propósito del cambio e inclusive puede surgir el posterior rechazo visceral al darse cuenta que lo que parecía la verdad es en realidad una versión.

Hay gente que adhiere a una religión tradicional, una doctrina, un culto o a prácticas religiosas minoritarias y se siente bien y salvo. Encontró el sentido en el refugio de pertenecer y tener un marco. Prefiere consciente o inconscientemente que le digan, que le cuenten lo que está bien, cuál es la verdad, qué es lo correcto para incorporarlo como propio y experimentarlo como las respuestas que cobijan el desamparo de existir. A otras personas no les satisface y prefieren buscar respuestas espirituales en un marco ético y moral que aunque humano y limitado abraza la diversidad y la comparte con la humildad del aprendiz.

Acertar y equivocarse es parte del viaje que emprende quien está dispuesto a tomar el riesgo de lo nuevo. A medida que ascendemos algún peldaño en la escalera de la conciencia, vamos refinando la mirada y la capacidad de discernir. Los recursos con los que cuenta el alma son ilimitados pero están inactivos. Con cada aprendizaje capitalizamos la energía invertida en la elección si nos mantenemos humildes en el no saber aunque atentos a las señales que nos dicen por aquí sí o por aquí no.

La vida es un misterio, la experiencia espiritual por excelencia y los seres humanos somos vulnerables frente a la grandeza de lo conocido. Tenemos que estar atentos a nuestras propias dualidades para lograr distinguir lo valioso de cada experiencia y no caer en la descripción que califica desde nuestros viejos parámetros sin que implique aceptar y tolerar el disparate para nuestro propio camino por venir. Cuando la conciencia se agudiza distingue más rápido y claro lo que sirve y lo que no al propósito que nos impulsa a buscar más allá de las ideas preconcebidas y los prejuicios.

El camino del buscador de la verdad es por demás interesante, valioso y recomendable emprender aunque los errores, el sufrimiento, la angustia y la sensación de sentirse burlado e inapropiado serán parte del viaje como de la vida. Y siempre conviene recordar que lo que pensamos que somos es solo una idea mental a la que nos aferramos a pesar de la evidencia que nos dice a gritos que el cambio en nuestra manera de percibir el mundo es permanente. Ese que fuimos ayer, hoy es otro y el límite está dado por el miedo que nos da sentirlo.

Del apego, de creer y ver.

Muchas veces vivimos creyendo que «tenemos los ojos abiertos», «que estamos despiertos» y por eso a nuestra conciencia no se le escapa nada de lo que sucede. Cabría preguntarse cuánto de válido tiene esa confianza en estar comprendiendo. Las formas que toma el apego a las ideas y las explicaciones que nos damos para fundamentar aquello que nos hace sentido o satisface las necesidades básicas de afecto, cuidado, pertenencia se vuelven sutiles para saltear cualquier filtro primario. Pero una mente que vive obsesionada por las cosas que obtiene y la vivencia de logro no puede ver incluso lo obvio. Lo aparente confunde y transforma en ilusión lo que percibimos como real.

Es inclusive en la búsqueda legítima de paz o amor que nos apegamos al identificarnos con la idea que tenemos de lo que significan y cómo se manifiestan. Nos relacionamos con la idea o con el concepto de la paz o el amor como algo que construimos o hacemos pero no con su sentido consciente que solo es accesible a través la experiencia cuando el «yo chiquito» no está allí. Incluso llegamos al absurdo de buscar la experiencia para unirnos al «club de los experimentadores de paz y amor». Podemos vivir ciegos a esa verdad y sentir felicidad. Y es válido como forma de seguir adelante en la vida sin derrumbarse al no tener de donde sostenerse o tomar soporte. Aunque en absoluto es la representación de la pureza de la paz o el amor sino formas de apego a esos conceptos. Confiarse en una percepción subjetiva con el peso de la verdad es garantía de conflicto seguro con otros que no acuerden con ella. Casi sin darnos cuenta podemos construir nuestro propio dogma personal, ese que provoca que todo lo que se aparte al sistema de creencias propio, moldeado con rigurosa meticulosidad a lo largo de la búsqueda de respuestas, sea erróneo o simple ignorancia.

Los seres humanos somos entidades psicosomáticas complejas, individuos únicos y diferentes, vulnerables desde distintos ángulos y aspectos. Aceptarlo es una forma de comenzar a conocernos verdaderamente y no como manera de tapar otras necesidades psicológicas. Las necesidades del alma fluyen en el movimiento de la vida sin forzar las formas ni maneras y se expresan sin esperar ser validadas por ninguna pertenencia.

El individuo que ha logrado independizar su capacidad de elegir de cualquier forma de apego vive consciente, en libertad, se observa imparcialmente para discernir, no juzga a los otros sino los abraza con compasión desde su propia vulnerabilidad. El amor hacia sí mismo se expresa al respetar a los demás en sus propias necesidades aunque no las viva como tales.

Y como dice nuestro querido Pedro, el silencioso maratonista de la vida desde su costado más pragmático: «Porque no es suficiente hacer esfuerzos, pasarla mal y sufrir con resignación. No es cuestión de pasarse la vida chupando limones porque uno ama la sabiduría, la verdad y desea ser honesto. Estamos en esta vida para estudiarnos a nosotros mismos pero solo es posible mirando nuestro corazón con bondad dentro de nuestra horrible y deprimente confusión. Sin bondad, humor y compasión hacia lo que vemos la honestidad se vuelve un lugar sórdido y nos sentimos desgraciados.
Por eso, coraje pero con cordura, firmeza pero con suavidad. Siempre con delicadeza y cordialidad hacia lo que vemos en nuestro corazón para hacernos amigos de eso que vemos con altas dosis de compasión y cuidado.»