Verdades Desnudas

«Felices los que ven belleza en todos lados y no exageran el culto a la verdad.» 

Tengo un profundo respeto por la expresión «no sé». Dos palabras pequeñas que juntas nos hacen volar hasta los confines de una dimensión que no cabe en nosotros mismos. Una simple expresión que cuando es sentida nos agranda la vida.

Tantas veces tenemos la fantasía de estar yendo a algún lado pero a medida que creemos avanzar nos damos cuenta que el destino desaparece. La sensación de inseguridad que provoca el no saber en qué lugar de la hipotética ruta nos encontramos acude a confirmarlo. Entonces un pensamiento trae el otro y sentimos ahogarnos en el trazado minucioso de las opciones y sus detalles. Íntimamente sabemos que el hecho de avanzar un poco no garantiza el rumbo. ¡Si hasta por momentos parece que fuéramos en varias direcciones a la vez!
El camino aparece con cada paso que damos, no está inventado ni mucho menos creado para que lo transitemos sin sobresaltos rumbo a la tierra prometida. Convivir con la incertidumbre de estar vagando por un desierto puede resultar tan desgarrador que nos refugiamos en causas épicas y destinos de grandeza. Es la sed de importancia que tanto nos atormenta, la ansiedad por sentirnos alguien que busca certezas que trasciendan los finales.

Cada uno de nosotros somos exquisitamente particulares y distintos. Pero aún cuando por momentos nos comportemos como si vivir aislados fuera una opción, es solo producto de un juicio condicionado que naturaliza una percepción errónea de la realidad. La forma en que nos vemos condiciona la manera en que nos tratamos unos a otros. Aún con extraordinarias diferencias entre nosotros, en las situaciones límites se evidencia que compartimos la misma naturaleza básica, vemos fácilmente que nada existe separado y que nos necesitamos. La clara comprensión de la interdependencia y temporalidad toca nuestra sensibilidad más profunda.

El deseo es casi una constante en nuestra vida y aún cuando sea en apariencia simple y noble como descansar puede convertirse en un obstáculo. Un dolor físico o emocional puede llegar a controlarnos si nos distraemos. Aceptar que las cosas son como son detiene en principio la inquietud que acompaña la sensación que no sean como me gustaría. Sé que nuestra más profunda naturaleza es un lugar de reposo porque he estado ahí, pero también sé que no se trata de ir tras ella sino de pausar cualquier esfuerzo a fin de reencontrarme en el único momento que existe y existo, en el que vivo en este preciso instante.
Una de Las Cinco Invitaciones de Frank Ostaseski es «Busca un lugar de reposo en medio de la agitación» y siempre me resulta de utilidad recordarla, me funciona como un freno de emergencia para cualquier torbellino interno. 

Cuando esperar lo malo se hizo hábito, estar abierto a cosas nuevas, buenas o diferentes es bastante improbable y hasta difícil. Esperar lo peor invita a levantar un perímetro de protección y le deja espacio a la ansiedad preventiva que va entristeciendo la mirada sin que nos demos cuenta. Aguardar mientras se espera que suceda algo es una de las formas en que el miedo opera y funciona casi en automático. El verdadero reto es estar abierto a lo nuevo y benevolente sin alimentar expectativas. Una atención generosa que no espera recompensa alguna puede convertirse entonces en fuente inagotable de serenidad.

Al contemplar el mundo natural se vuelve simple reconocer la dinámica que lo compone y los delicados sonidos que le van dando forma a la canción de la existencia. Lo que parece un derroche no es más que un continuo fluir de un uso a otro, de una belleza a otra más elevada aún. Imposible lamentarse por lo pasado frente a la riqueza indomable del universo que constantemente funde y recicla lo que fue. Negar la inteligencia natural sería negar nuestro costado más humano.

La mirada evoluciona, seamos conscientes o no, dado que estamos en constante cambio. Desarrollar un ojo relajado y abierto es consecuencia de factores que convergen en el momento único de espacio-tiempo en el que existimos. Cultivando la atención nos damos la posibilidad de estar disponibles hacia el entorno libres de prejuicios, filtros y doctrinas acerca de lo correcto. Es pura sincronización de la percepción con el presente a través de una mente estable y un corazón receptivo que refrescan la mirada. 

Ser capaces de atravesar lo que vemos es una forma de percibir la vida en lo que creemos ver. La realidad del amanecer que tanto nos fascina existe como una conjunción de factores que nos incluye al observarlo. La luz que lo ilumina, el punto de vista y la agudeza de nuestra visión le dan forma. Un sinfín de coincidencias conforman un momento y situación única ofrecidos a nuestra experiencia. Lo evidente es solo un puente hacia lo no tangible que subyace en la forma, hacia la naturaleza profunda de la realidad.

El Contacto con el Corazón de la Realidad

«Renuncia a todos los otros mundos, excepto al que perteneces.» (David Whyte)

La experiencia de vida que cada uno piensa y siente está determinada por un conjunto de creencias que condicionan las interpretaciones que hacemos de los eventos. Atendemos a la situación que nos rodea desde la perspectiva de los deseos,  que son modelados por los recuerdos y expectativas. No somos realmente conscientes de cómo asignamos valor a las cosas y la forma en que ciertos miedos específicos crean el marco a nuestro enfoque personal. Puede suceder que en algún momento nos demos cuenta que identificarnos con nuestro enfoque es una trampa y es entonces el instante propicio para relajar sus límites y probar qué sucede si no tratamos de manipular la realidad de acuerdo a nuestras preferencias. A veces abrirse al mundo no es otra cosa que permanecer serenos y cultivar la soledad. Otras es ofrecer nuestro corazón en paz a fin de no alimentar el círculo de violencia en que tantas veces nos vemos involucrados. Cuando toda esa energía invertida en mantener nuestro enfoque personal se libera la experiencia cobra otra dimensión. La más preciosa experiencia espiritual es la cotidiana, la que nos conecta a la imperturbable fuente de la vida, ese fondo absoluto en que la vida se vive a sí misma.

Un sentimiento pleno de reconciliación nace en la aceptación de las cosas tal como son, sin conformarse ni rechazar lo que se presenta. El amor verdadero brota en la más completa gratuidad de la unidad.

 

De las expectativas y las humanas ansiedades.

A veces es muy útil meditar sobre un tema en particular para explorar hasta que punto estamos condicionados por lo que sentimos y la manera en que la respuesta que damos en el presente está influida por ello. Es el caso de la sutil sensación de expectación. Tenemos expectativa porque creemos que recibiremos algo que nos completará, que nos hará sentir plenos, algo que terminará con la incomodidad, con esa inquietud vital que nos acompaña sin invitación. Al anticiparnos al futuro a través de las expectativas perdemos la experiencia actual y viajamos con la imaginación a un futuro donde esperamos recibir «un algo» que satisfará aquello que deseamos intensamente. No advertimos que todo aquello que nos sea dado en el futuro también nos será arrebatado en algún momento, de modo que no puede ser fuente de paz y plenitud duradera. La presencia de expectativas en nuestra mente delata nuestras creencias sobre la existencia de algo por conseguir, que el bienestar es un objeto más que podemos adquirir. Pero la plenitud no tiene nada que ver con algo que no está presente en cierto momento y sí en otro. Es un estado completamente atemporal vinculado al hecho de estar presente.

Al vivir en la expectación sobre lo que vendrá en un futuro negamos justamente lo que estamos esperando.  Cuando adviertas su compañía sutil puedes preguntarte, ¿qué estoy esperando? Una respuesta honesta contendrá la descripción de algún objeto o estado de la mente. Recuérdate que cualquier cosa que llegue en algún momento también se irá, de modo que no puede ser fuente de paz duradera. Nuestra naturaleza esencial e inmutable yace en el origen de lo que somos y no en algo por venir.

No se trata de detener o modificar las expectativas sino de orientarnos a la comprensión de su naturaleza, aparición y forma. Descansar silenciosamente en esa comprensión nos aquieta. Necesitamos advertir los impulsos emocionales que nos dominan llevándonos hacia el futuro o el pasado como una forma de resistirnos a lo que está presente. No nos damos cuenta hasta el punto en que nos convertimos en la mismísima actividad de resistir. La resistencia se volvió casi una norma de tanto practicarla y la no aceptación que la acompaña condiciona lo que pensamos y sentimos de forma prerracional. Necesitamos evaluar nuestros impulsos.

La mecánica de la expectación queda expuesta en la contemplación silenciosa. Observarla y comprenderla es ver con discernimiento. La conciencia atenta distingue que, aquello que anhelamos profundamente, no tiene nada que ver con la ansiedad tan común que se renueva todo el tiempo con nuevos deseos. Cuando descansamos en esta comprensión las expectativas se deshacen con naturalidad, sin esfuerzo, no es algo que hacemos sino algo que sucede. Es entonces cuando podemos recobrar nuestra naturaleza esencial e inmutable y el estado de plenitud que la constituye.

 

De lo inevitable del dolor y su integración.

La vida nos coloca frente a situaciones desagradables y circunstancias difíciles que con una actitud inadecuada podemos agrandar y hacer más violentas.  Aún cuando seamos capaces de observar el dolor y pensar que lo aceptamos como parte de la vida podemos seguir negándolo. Porque cuando pensamos que podemos controlar la posibilidad de vivirlo asumimos un comportamiento que intenta aligerar el miedo de su presencia latente. Creemos poder protegernos del dolor y sobreactuamos causándonos un dolor más intenso. Sobrecorregir es fuente de dolor en sí mismo. Meditar ayuda, pero no lo cura todo como si fuera un elixir multipropósito. Sufrimos por causas variadas y algunas de ellas requieren atención psicológica. Para poder trascender el ego, ampliar nuestra visión del mundo e integrar los parámetros que lo constituyen y nos moldean, es necesario tener una personalidad madura. El ego necesita estar bien asentado y explorado para poder acceder a los pasos siguientes de la escalada espiritual. La vida es fascinante, maravillosamente deslumbrante y llena de asombro, pero está lejos de ser fácil.

Salir del estado de ensueño en el que solemos vivir implica agudizar la percepción del momento presente y esa es un práctica, una forma de ver que puede ser entrenada sin tratar de manipular hechos ni evitar nada. La contemplación es una vía de acceso a un nivel de conciencia integrado. Percibir no es un proceso mental complejo o que involucra un sofisticado método sino que con profundo pragmatismo y delicadeza a la vez nos conecta con el instante puro y así nos muestra cómo convertir la aceptación en un estado.

Creo en el mundo como en una margarita, porque lo veo. Pero no pienso en él, porque pensar es no comprender… El mundo no se hizo para que lo pensáramos (pensar es estar enfermo de los ojos), sino para mirarnos en él y estar de acuerdo… (Fernando Pessoa)

La vida tiene momentos extremos muy difíciles y en la muerte un límite final a la existencia como la conocemos que es inevitable. Tener presente a la muerte como parte de la vida es fundamental para no evadirnos y liberarnos de la cargas que impiden una vida plena. ¿Cómo llegaremos a la frontera última de la muerte? ¿Con paz en la mente y agradecimiento en el corazón o con miedo y desesperación?

Nuestra conciencia tiene cualidades luminosas que se fortalecen a través de la decodificación de lo paradojal de la vida. La mente con su lógica dualista es la barrera a trascender para acceder a una comprensión abarcativa. Camuflar el dolor  nunca es el camino a la sabiduría innata.

 Soy un cuidador de rebaños.
El rebaño son mis pensamientos
Y mis pensamientos son todos sensaciones.
Pienso con los ojos y con los oídos
Y con las manos y los pies
Y con la nariz y la boca.

Pensar una flor es verla y olerla
Y comer un fruto es saberle el sentido.

Por eso, cuando en un día de calor
Me siento triste de gozarlo tanto.
Y me dejo a lo largo en la hierba,
Y cierro los ojos calientes,

Siento todo mi cuerpo dejado en la realidad,
Sé la verdad y soy feliz. 

(Fernando Pessoa)

Del ser real y la doma del ego.

Cuando se trata de nosotros mismos, todo lo que podemos hacer es aprender a tratarnos compasivamente, abrazar las opciones que nos dejamos abiertas y fertilizar la posibilidad de lo bueno con la apertura nacida en la aceptación. A veces aquello que parece el problema es la bendición que nos conduce hacia un lugar de esperanza. Necesitamos aprender a amar el ser real que somos y dejar de lado el ideal de la perfección que no hace más que bloquearnos a nuestras potencialidades. ¿Cuál es el sentido de utilizar viejas heridas para edificar nuevos sufrimientos que las reafirman?

«Si quieres volverte sabio, primero debes escuchar a los perros salvajes que ladran en tu sótano.» (Nietzsche)

¿Conoces a alguien que haya muerto feliz por una vida en la seguridad de su pequeño mundo egoísta? Si la respuesta es no, ¿para qué insistimos en buscar seguridad en donde no la hay? ¿por qué dejamos que el miedo decida por nosotros haciendo de la estrechez mental un hábito? ¿por qué pretendemos hacer permanente lo que es claramente impermanente? ¿cuál es el sentido de vivir una vida examinada minuciosamente para ganar siempre sin espacio para la imaginación?
Vivir desde el corazón es hacerlo con pasión y rendidos activamente a nuestra vulnerabilidad. Y no es una fantasía romántica. Hay momentos en que ser imprudentes es una necesidad aún a riesgo del error o de poner en evidencia lo poco que sabemos. Todos tenemos un lado oscuro que necesita ser iluminado e integrado cuidadosamente o viviremos en su cono de sombra. Nadie muere orgulloso por la vida egoísta que ha llevado.

«La única opción que tenemos a medida que maduramos es la forma que habitamos nuestra vulnerabilidad. La manera en que nos hacemos más grandes, valientes y compasivos a través de la intimidad con nuestra desaparición.» (David Whyte)

Del horizonte de sentido y la realidad cotidiana.

La Verdad (con mayúscula inicial, como les gusta escribirla a aquellos que creen que la tienen) no puede ser secuestrada por pretensión alguna de totalidad manifestada en un camino, tradición o religión. Nadie puede apropiarse de ella y arrogarse el conocimiento absoluto de lo misterioso y trascendente. La experiencia espiritual auténtica y transformadora no cierra la mente sino que la abre y nos vuelve hacia la vida en todas sus facetas. Sin dominancia y con humildad frente al corazón de la realidad.
Dice bellamente el teólogo y antropólogo Javier Melloni Rivas: Las religiones son las copas; la espiritualidad, el vino; las creencias, las denominaciones de origen de cada vino, y la mística es beber de ese vino hasta embriagarse. Cuando se confunde la copa con el vino y el vino con la experiencia de beberlo es cuando surgen los conflictos. ¿Son necesarias las copas para beber el vino? Unos considerarán que sí, y serán practicantes de una determinada tradición. Otros preferirán beber el vino directamente de la bota, con el riesgo de que se les escape entre las manos o no sepan ponerle límite. Lo característico de nuestro tiempo es que cada cual es libre y responsable de sus propias decisiones, sin amenazas que nos infantilicen.”
El silencio nos hace conscientes de nuestra autopresencia en la misteriosa y escurridiza realidad. Conectar con la naturaleza de cada cosa nos hace vivir lo cotidiano en paz, con la comprensión de ese «latido» que todo lo habita, simplemente aceptamos y agradecemos.
Una nueva configuración de lo que somos emerge cuando nos volvemos porosos a la dimensión espiritual de nuestra existencia. La atención consciente nos muestra la pequeñez y grandiosidad, la paradoja y la interconexión de todo lo que existe. Que cada momento sea una oportunidad y una celebración depende solo del compromiso diario con nuestra propia salud espiritual. La vida es mucho más que lo que se ve, lo que carece de sentido en vivirla de cualquier manera.
Hoy necesitamos de una mística cósmica, mística de los ojos y oídos abiertos sobre la realidad.” (Leonardo Boff, filósofo y teólogo brasileño)

Del pasado y sus desolaciones.

A veces visitamos nuestras historias del pasado y las repasamos minuciosamente como un recordatorio de todo lo que hicimos mal para luego lamentarnos y arrepentirnos. Solemos ser implacables con nuestros errores y nos tratamos con muy poca ternura y comprensión sin considerar, en esa mirada retrospectiva, que la configuración del alma era otra en ese entonces. Pero hay una mirada benigna y protectora que se desarrolla con la observación consciente, una aceptación que ilumina los recuerdos con una luz más cálida. Y uno aprende a hacer las paces con las desolaciones de la vida y a cultivar la esperanza y la belleza con sus bendiciones cotidianas.

La pena hay que descartarla.
No hay que echarla a la basura,
no hay que toquetearla ni clasificarla,
tampoco dársela a los menos afortunados.
Hay que descartarla como las células viejas
como las escamas de la piel en la ducha,
descartarla como el largo cabello
prendido en un peine puntiagudo.
Una parte que no es parte
no puede apenarnos nuevamente.

No se lamentan los sabios,
no lloran, no miran con ojos dolientes,
se sientan en una quietud sagrada.
La paz es… descartar tranquilamente.

(Mary Sue Koeppel)

De las trampas de la mente, nuestros argumentos y la ayuda del silencio.

Hay momentos en la vida que son para percatarse de las variadas formas de insatisfacción, incomodidad y dolor con las que estamos obligados a convivir. Uno puede mirarle la cara a la incomodidad del momento sin perder la serenidad. ¿A qué conduce instalarnos en el enojo infantil?
Hay momentos en la vida que son para aceptar nuestra angustia existencial, ofrecerle una sonrisa comprensiva y digerir nuestros miedos reposando en la nobleza de lo bello y su silencio reparador.

Solo porque algo sea emocionalmente consolador no lo convierte en una verdad. Nos apegamos a la idea que es verdad porque nos reconforta, nos da seguridad. A veces las cosas que pensamos como una verdad indiscutible son solo un medio hábil, un recurso válido con un fin, con una razón específica para un momento específico.
La mente nos engaña de múltiples formas, incluyendo el modo en que los sentidos interpretan y por eso es indispensable observar las cosas como son, percibir su naturaleza, contextualizar y no tomar literalmente algo que leemos sin analizar la intención y cuál es su real significado. El entendimiento profundo no es algo que los sentidos puedan obtener.
A través de la meditación la mente aprende a percibir la sutileza, es capaz de ver las cosas en incrementos de tiempo más y más finos. Así funciona la mente cuando está enfocada y concentrada, cuando la atención es fuerte. Se puede distinguir claramente la conciencia mental, su potencial, su sabiduría y las diferencias con la conciencia sensorial.

Plena conciencia es el opuesto de la amnesia. El opuesto al olvido. El opuesto a perder la mente. Es aprender y es mantener en la mente; es experimentar percepciones e integrarlas a cada aspecto de la vida. Es distinguir con atención la realidad de nuestras proyecciones superando presunciones y creencias. Y crecer día a día con los ojos bien abiertos, sin alejarnos de nuestra propia experiencia a fin de sanar el sufrimiento desde su núcleo. Con los pies afirmados sobre el suelo de nuestra propia vida y practicando un empirismo radical. (Alan Wallace)

A la mayoría de nosotros nos pasa que en algún momento nos decimos quiero estar tranquilo, calmado, en silencio… y la mente nos dice: Bueno, ¡vamos a hablar de eso!
Pensamos que tenemos el control, pero la memoria, las emociones y los pensamientos nos arrastran en una dirección no buscada. Nos atrapan como un remolino y nos hacen tomar como válida cualquier cosa que estamos pensando por simple costumbre. Son las aberraciones de la mente: Lo que pensamos nos tiene a nosotros y no al revés…
Es entonces cuando la realidad se convierte en aquello a que le prestamos atención.

– Maestro, por favor, tenga compasión y enséñeme cómo alcanzar la liberación.
– ¿Quién está impidiéndote volverte libre?
– Nadie.
– Entonces, ¿por qué necesitas pedir por liberación?

No hay nadie que nos estorbe sino nosotros mismos. Caemos en nuestras propias trampas mentales causadas por las aflicciones y el apego. Si pudiéramos percibir objetivamente lo que vemos, escuchamos, sentimos y sabemos, sin tener en cuenta las propias ganancias y pérdidas, el «mío» y nuestro sentido del «yo», entonces la liberación se vuelve posible, una mente despejada se vuelve real.

De la relatividad de la insatisfacción y las incomodidades.

Hay momentos en la vida que son para percatarse de las variadas formas de insatisfacción, incomodidad y dolor con las que estamos obligados a convivir. Uno puede mirarle la cara a la incomodidad del momento sin perder la serenidad. ¿A qué conduce instalarnos en el enojo infantil?
Hay momentos en la vida que son para aceptar nuestra angustia existencial, ofrecerle una sonrisa comprensiva y digerir nuestros miedos reposando en la nobleza de lo bello y su silencio reparador.

Cada alma tiene una sed espiritual que le es única y una hondura singular que le va dando forma a sus necesidades. Pero el misterio de la vida es equidistante a todos y resplandece en la soledad de la naturaleza. La palabra es a veces un umbral a través del que intentamos vislumbrar esa belleza que nos inunda cuando logramos ver a través de la fachada exterior. Son esos momentos en que estamos en consonancia con su ritmo y lo que sentimos se convierte en la puerta a lo trascendente. Al mundo invisible del espíritu de todas las cosas.

Con el tiempo uno aprende sobre la importancia relativa de lo que está por venir y las expectativas actuales porque finalmente cuando llegue, ya no seremos los mismos.

De la intimidad del vínculo con la naturaleza, el camino y sus curvas.

La memoria es ese lugar donde nuestros recuerdos se reúnen secretamente a darle forma a nuestros días presentes y reconocen que un corazón abierto al asombro nunca envejece. El tiempo entonces se convierte en eternidad que vive en el ritmo de la vida. Cada día tiene ese potencial de crear nuevos espacios en nuestro corazón y terminar con el exilio de uno mismo. Como una paradoja más, la eternidad desolada nos apremia para que la habitemos.

El arte de la contemplación me conecta con la vida. Creo en la magia que se expresa en la verdad de un árbol. La atención profunda a la naturaleza del cambio nos conduce a la comprensión de lo que somos. Cuando contemplamos atentamente un árbol, vemos en él todos los elementos que no lo componen: la tierra, el sol, los minerales o el jardinero que lo plantó y lo cuida. Pero si la mirada es lo suficientemente profunda, podemos percibir que está saturado de todo lo que se manifiesta en la forma de ese árbol: el tiempo, el espacio, el sol, la lluvia, incluso la conciencia que lo capta. El árbol existe en relación a todas las cosas, no es separado de lo demás. Al mismo tiempo es único. Nosotros somos como ese árbol, cada uno de nosotros es un retoño del jardín de la humanidad. Y asomados a nuestro interior más profundo no es difícil descubrir que lo poseemos todo y nada a la vez. En esa impermanencia se esconde el secreto de la aceptación.

Hay explicaciones que simplemente chocan con las limitaciones del lenguaje. Otras con el propio pensamiento que trata de razonar lo que se resiste a ser sometido a análisis. Lo que las palabras no alcanzan a decir lo dice el viento al rozarnos la cara y el sonido de las olas al romper en la playa; lo dice el murmullo del río bajo y la quietud de las piedras que contemplan los infinitos pasos. Casi todo lo que las palabras no alcanzan a decir lo expresa el corazón en sus latidos y lo confirma la respiración sin causa. Pero, probablemente sea el silencio de todos los silencios el que finalmente explique los detalles. Porque allí vibra la vida. Medito porque no me alcanza con lo evidente. Porque cada momento nos exhorta y la realidad nos interpela cuando respiramos profundo el rocío de la mañana.

Existe un gran poder que acompaña el darse cuenta y entender los mecanismos del pensamiento. Al percibir que los pensamientos no son todo lo que somos y volvernos conscientes de los patrones que nos llevan al sufrimiento, la frustración o a la confusión, podemos ser menos reactivos y tomar decisiones más lúcidamente. En el zen se dice que solo hay dos cosas: Sentarse y barrer el jardín. No importa lo grande que sea el jardín. Se aprende a aquietar la mente, abrir el corazón y recordar, en esa quietud, lo que realmente importa: Los valores del corazón y quiénes somos para descubrir la amorosa conciencia de sí mismo encarnada en este misterio. Y mientras uno lo hace, el sentido de conexión con la vida se manifiesta. Ni siquiera hay que cultivarla. Este es uno de los resultados visibles del hábito de meditar y cultivar una actitud meditativa: transforman la experiencia de esta vida, aquí mismo.Y cada día se vuelve un regalo en el que solo cabe reverencia y gratitud.

Si no puedes encontrar la verdad en el lugar donde estás, ¿dónde esperas encontrarla?